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Thursday, May 8, 2025

¿Roma eterna?

 

Una voz retruena ferozmente en la estancia.

- “¡Vieja bruja!” – grita el vampiro que, como de costumbre, acaba de presentarse en mi estancia sin previo aviso – “¡Habemus Papam!”

Su tono furioso, casi agresivo, ha dejado de asustarme. Debe ser la costumbre; quizás la templanza que el cansancio de la edad nos brinda. Continúo dando vueltas a mi sopa, preocupada porque hoy se muestra más tranquila que de costumbre; sus borbollones ni siquiera susurran.

- “Dime tú, Rey del reino del No Ser ¿De qué diantres hablas? ¿Qué importancia tiene eso para alguien como tú y como yo?” – le pregunto socarrona.

- ¡No! ¡No! ¡No! – grita. Y su “No” suena desesperado- ¡No el silencio! ¡No ahora! ¡No ahora!¡atrévete a pronunciarte! ¡Pronúnciate! – ruge.

Y yo le contemplo admirada. ¿A qué se debe su interés? Y sobre todo ¿Qué es lo que tanto le preocupa? Mi sopa persiste en su silencio, la estrella dormita plácidamente en el rincón. La figura del vampiro llena la estancia con su presencia y, no obstante, nada en ella -ni yo misma- parece alterarse. “¿Qué está pasando?” – me pregunto asombrada.

El rey del Reino del No-Ser visita a la vieja enemiga y, por paradoja de paradojas, compañera de lides en la búsqueda del espíritu en el Reino Intermedio, para preguntarle su parecer sobre un tema que él mismo domina. Su desasosiego es real. ¿Por qué le inquieta tanto el trono en una Roma de la que se asegura que es eterna? ¿O acaso no lo es? ¿O acaso sus días están contados? ¿O acaso la inmortalidad de Roma depende del nuevo Papa? ¿O tal vez el nuevo Papa únicamente prorrogue un tiempo que llega a su fin? ¿O tal vez simplemente acelere el destino escrito en las estrellas?

Pero mi sopa se mantiene obcecada en su silencio y la estrella se ha recluido en lejanos lugares: allí donde la concentración recupera energías perdidas.

-La profecía – recuerdo – La profecía que anuncia el fin del Vaticano, el fin de Roma y el fin de la Iglesia. Eso es lo que le interesa.

- “Eso” – repite el vampiro, que lee mis pensamientos igual que yo los suyos.

-Querido vampiro – le digo sonriendo.

- “No me llames “querido”- exige airado- No soy tu “querido”.

-Tienes razón – y el registro de mi voz cambia durante unos instantes por la contrariedad que me produce la reprimenda inserta en su corrección. – ¿Pero desde cuando puedes tú llamarme “vieja” mientras que yo a ti “querido” no? Molestia por molestia, todo es molestia – replico satisfecha de mi ingenio.

“Lentamente parecemos una de esas parejas siempre en conflicto y siempre juntas”, - me digo un tanto asustada por mi descubrimiento. Tiempo es lo que necesito para responder al vampiro, al rey del Reino del No Ser a “eso”. El vampiro calla. La terapia de “pareja” no es lo que en este momento le interesa.

- “¿Acaso fue alguna vez Roma una única Roma?” – le pregunto indiferente –“Roma, las dos ciudades: la corpórea y la espiritual. La una terrena, aquí. La otra celestial, allá.”

- “Déjate de monsergas sin interés” – protesta furioso- “Sabes que Roma, ya fuera una o varias, cayó.”

- “Define “caer” – le pido- “Roma cayó como imperio, pero su espíritu se mantuvo en las construcciones, en la organización de la administración pública, en la constitución de la Jurisprudencia… Roma cayó, pero su caída no significó ni su desaparición ni su aniquilación. Tres siglos después de su caída, Carlomagno decidió edificar su imperio sobre sus piedras. Cuando el tratado de Verdún en el 843 dio por finalizado al imperio carolingio, el espíritu del caído imperio romano siguió fluyendo y se convirtió en el Sacro Imperio romano en 1184.

En el Renacimiento el nombre se alargó hasta convertirse en el Sacro Imperio romano germánico con cuyo nombre, ironía de ironías, sólo se pretendía señalar lo que era una voz pópuli: que las invasiones germánicas, lejos de ser la causa de la desaparición del imperio romano, habían sido las que habían propiciado su continuidad. En efecto: el hombre sabio muere, pero sus escritos permanecen y la sabiduría termina por vencer al iletrado – que no al necio. Los germanos eran iletrados, pero de ninguna manera necios, así que sintieron por aquel conocimiento una fascinación que los ha llevado una y otra vez a las fuentes originarias: Roma, Grecia, Egipto. El humanismo renacentista es italiano, pero fueron los hijos alemanes de comerciantes y hombres cultos alemanes que eran enviados allí para formarse, los que expandieron el espíritu de los descubrimientos, y con ellos de la recuperación, de tantos escritos poseedores del espíritu de la caída Roma.

El Sacro Imperio Romano Germánico fue supranacional; puede que a veces incluso soñara con la universalidad, pero en 1806 el emperador Francisco pasa a ser únicamente Emperador de los austriacos. Con ello queda declarada la muerte del Sacro Imperio Romano Germánico y su fragmentación en un innumerable Estados-Nación, cada uno de los cuales pretendía, a su vez, convertirse en una nueva Roma o, al menos, en un digno heredero de la desaparecida. 

El error de dichos Estados-Nación ha sido el intentarlo desde unas premisas falsas que en nada se asemejaban a las que contenían aquel espíritu al que pretendían revivir y emular. En efecto, las virtudes que el Estado Nación reclamaba eran las que se correspondían con las de la revolución, las del puritanismo, o con las utilitaristas, pero en ningún caso con las de aquel ciudadano romano que eran las que le habían unido al resto de los ciudadanos romanos. Por otra parte, el esnobismo, por llamarla de alguna manera, celebraba orgías y festejaba la decadencia, - esa decadencia que los antiguos romanos aborrecían por considerarlas como las verdaderas causas de su derrota -, confundiéndola con los misterios de Dionisio y Baco, reservados para momentos muy determinados.

En cualquier caso, 1806 genera grandes misterios que nunca serán resueltos. El mayor de ellos es si murió de viejo o lo asesinaron. Y si fue asesinado, a quién hay que atribuirle la culpabilidad.

La respuesta más aceptada es que el Sacro Imperio Romano Germánico fue arrasado y aniquilado por la primacía adquirida por una nueva configuración política: La del Estado-Nación.

 Aunque algunos historiadores sitúan el nacimiento del Estado-Nación mucho antes, en 1648, con el final de la guerra de los Treinta Años firmado en el Tratado de Westfalia y otros en 1789, con el inicio de la Revolución Francesa, lo cierto es que alcanzará su madurez y su esplendor de la mano de Napoleón. Tantas dudas en la cronología únicamente constatan lo mucho que se extiende la agonía de un Imperio y lo mucho que tarda en aparecer una nueva configuración política, capaz de ocupar su lugar adecuadamente.

Sin embargo, existe otra posibilidad: la de que la asesina fuera la misma Alemania, sin pretenderlo; sin ni siquiera desearlo. En efecto: aquella Alemania que se oponía a los ideales de la Revolución Francesa por considerar que eran la excusa que Francia utilizaba para invadir su territorio y anular su independencia extrajo el axioma de la libertad del universalismo y lo injertó en el provincialismo. En 1797 aparecía en Jena el primer romanticismo a través de Schlegel, Novalis, Clemens Brentano, Schelling. Johann Gottfried von Herder murió en 1803, pero es considerado como un escritor romántico que reivindica el espíritu de la nación y sostiene que el pueblo (Volk) es el único que puede, con sus costumbres, sus canciones, sus danzas, mantenerlo en su autenticidad.

¿Es posible que la misma Alemania, que tanto había hecho para preservar el espíritu del Sacro Imperio Romano Germánico enfrentándose a la Revolución Francesa y ser el último Estado Nación en aparecer fuera, también, la que, al sembrar la semilla del Romanticismo, con la que pretendía recoger su libertad, sembrara, también, la de su propia destrucción al decidir con ello el destino del Sacro Imperio Romano Germánico? ¿Es posible que del trauma que tal descubrimiento provocó a Alemania surgiera la teoría de la conspiración que tanto la atormentado según la cual existe una alianza secreta cuyo propósito último es destruirla? Quizás.

Mi personal opinión es que el Sacro Imperio Romano Germánico, murió como murió el Dios de Nietzsche: Un día murió. Así, sin más. Simplemente murió.

En 1806 muchos pensaban que el espíritu del imperio romano se había perdido. Incluso hoy en día sigue habiendo muchos onvencidos de que simplemente hay que encontrarlo.

Máxime en tiempos en los que otros muchos recorrían Asia obsesionados por averiguar el paradero de Shambhala, por mítico y lejano en el tiempo, aún más difícil de hallar, justo era, pues, lanzarse a la búsqueda de un espíritu que acababa de perderse.

En 1806, en el mismo instante en el que se produce la disolución del Sacro Imperio Romano Germánico, Napoleón establece la Confederación del Rin. Además de Francia, dicha Confederación comprende, además, los dieciséis Estados alemanes que habían quedado bajo su influencia tras la derrota sufrida por Austria y el Imperio ruso en la batalla de Austerlitz.

Puestos a considerar tantas contradicciones, podemos volver a lanzar la pregunta tantas veces repetida de si Napoleón pretendía convertirse en el nuevo Emperador de Europa, digno sucesor de los antiguos César del Imperio romano ¡Quién lo sabe! En cualquier caso, si una batalla determinó el nacimiento de la Confederación, una batalla también, la de Leipzig, señaló su fin. En 1813, sólo cinco años después de su constitución, la Confederación del Rin se disolvió.

A la Confederación del Rin le siguió la Confederación Germánica. Oficialmente se estableció en el Congreso de Viena en 1815 y se prolongó hasta su ruptura en 1866. La idea subyacente, el espíritu que sostenía a la constitución de la Confederación Germánica era, nuevamente, la restitución del Sacro Imperio Romano Germánico. La dificultad de “resucitar a un muerto” es tan difícil como un imposible. Lo que Jesús muestra es que o uno lo consigue por sí mismo, o nadie puede. Hay claro, alguna historia de los dioses sumerios que contradicen mis palabras, pero teniendo en cuenta lo que se narra en dichos relatos, es algo que, con mucho esfuerzo, trucos y ayuda del dios más poderoso, se puede lograr una vez y nunca más.

La Confederación Germánica nació en 1815 sin muy probablemente sospechar que el desafío al que había de enfrentarse traspasaba el de conseguir el relevo, por lo menos eso, del fallecido Sacro Imperio Romano Germánico.

Dos más eran los retos a los que había de enfrentarse.

Por un lado, a la Confederación pertenecían los Estados que constituyen el Estado Alemán actual, así como Austria, Luxemburgo, Liechtenstein y algunas provincias de Dinamarca. En 1839, el paso de Luxemburgo de los Países Bajos a Bélgica, determinó que Luxemburgo abandonara la Confederación y en su lugar, como compensación, se integrara el llamado Ducado de Limburgo, que integraba algunas provincias de los Países Bajos.

Por otro, los recelos que suscitada en los Estados que no pertenecían a ella. Como puede observarse, esta configuración había provocado que desde el mismo instante de su formación el resto de los Estados Europeos desconfiaran de los propósitos verdaderos de dicha Confederación.  Lo que todos ellos temían era que dicha Confederación, lejos de promover el resurgimiento del antiguo Sacro Imperio Romano Germánico, supusiera en realidad el nacimiento de un nuevo Imperio: el Germánico. Era,  por tanto, comprensible que el Congreso de Viena se mostrara contrario al creciente nacionalismo alemán y que, por tanto, en la Confederación del Rin se le negara cualquier tipo de concesión.

No obstante, en 1820 se firmó un segundo tratado que consolidaba la formación del Confederación del Rin con el nombre “Declaración Final de la Conferencia Ministerial para completar y consolidar la organización de la Confederación Germánica.” Y en 1834 se constituyó la Unión Aduanera alemana que era de facto un mercado interno unitario.

Por un lado, el romanticismo que empujaba al reconocimiento del sentimiento provincial y, por consiguiente, de las revoluciones. Justo es recordar que en 1803 había muerto Herder y que en 1797 en los círculos intelectuales y artísticos de Jena surgían los primeros brotes de romanticismo.

El éxito de los románticos se materializó en la Revolución de 1848. La victoria de los revolucionarios obligó a los Príncipes de esos Estados a ceder ante una serie de reclamaciones, lo que permitió el surgimiento de los primeros Parlamentos representables. Un hecho a destacar es el de que esos revolucionarios eran apoyados por las asociaciones de estudiantes, los Burschenschaften, -romántica, anti francesa y es posible que incluso con tintes antisemitas que, a decir de la historia posterior de estas asociaciones, se radicalizaron con el tiempo. No obstante, aceptemos la realidad: Ser antisemita en el S.XIX era un elemento común en una Europa antisemita, (de la que ni España, aunque se encuentre más allá de los Pirineos puede librarse) y, justamente por común, lo convertía, perdonen mi expresión, en una variable secundaria. Fundamental en este momento histórico, es que estas asociaciones de estudiantes habían aparecido en la universidad de Jena: el centro del romanticismo y que, Metternich, ya las había declarado ilegal en 1819; no por antisemitas, sino por revolucionarias.

La guerra de las siete semanas, que algunos denominan guerra civil alemana, que tuvo lugar entre el Imperio Austriaco y Prusia, detonó definitivamente la existencia de la Confederación del Rin.

Paralelamente a la Confederación del Rin, se constituye en París el 26 de septiembre 1815 la Santa Alianza formada por Rusia, Austria y Prusia, disuelta de facto en 1825 aunque algunos sostienen que fue definitivamente destruida en las revoluciones de 1830 y 1834. En 1815 también se había formado la cuádruple alianza entre Gran Bretaña, Rusia, Prusia, Austria que se alargó hasta 1830. En 1834 aparece una nueva alianza cuádruple entre Francia, España, Gran Bretaña, Portugal. En 1818 se formó una alianza quíntuple en el Congreso dÁix-la-chapelle entre Francia, Rusia, Prusia, el Reino de Gran Bretaña y el imperio austriaco. En 1915 vuelve a aparecer una nueva alianza entre Alemania, el Imperio Austro-húngaro, el Imperio otomano y Bulgaria.

Todas y cada una de estas alianzas representaban uniones políticas bien para empresas comerciales, bien para uniones militares. Todas y cada una de estas alianzas dan cuenta del deseo de encontrar el espíritu perdido del Imperio Romano y de su incapacidad para conseguirlo. Lo único que, en realidad, consiguieron fue encender la mecha de conspiraciones, desconfianzas, espionajes, intrigas… En definitiva: conflictos que desembocarían en la Primera y Segunda guerra mundial.

En los territorios germánicos en 1871 apareció el segundo Reich. Nuevamente: más que una continuación del espíritu del Sacro Imperio Romano Germánico la implantación del segundo Reich constataba justamente lo contrario: Alemania se había convertido en un Estado-Nación. La desaparición en la Revolución de noviembre de 1918 de este segundo Reich, fue el colofón a la Gran Guerra, conocida también como la Primera Guerra Mundial y el inicio de una crisis de identidad del “ser alemán”. Los alemanes quedaron huérfanos con la desaparición del Sacro imperio romano germánico y su constitución como Estado-Nación no les resarcía de esa pérdida.

Si desean lectura complementaria, les dejo aquí otros dos artículos escritos por mí.

 

el libro de la semana: V. “Contrapunto” (1928) Aldous Huxley/ V Huxley y Nietzsche – Ilustración: el duro equilibrio entre la razón y las emociones. el libro de la semana: V. “Contrapunto” (1928) Aldous Huxley/ V Huxley y Nietzsche – Ilustración: el duro equilibrio entre la razón y las emociones.

 

el libro de la semana: VI. “CONTRAPUNTO” (1928) Aldous Huxley. HUXLEY Y LAS FUERZAS OSCURAS DEL ROMANTICISMO. LA ERA DE LOS NACIONALISMOS Y DE LA MÍSTICA.

 

Es destino alemán no fue precisamente venturoso: el tercer Reich nació de la locura, perseguido por fantasmagorías que emponzoñaban su mente y su corazón. El fin de la Segunda Guerra Mundial supuso la división de Alemania en dos. Semejante medida, no sólo solucionó la crisis de identidad, sino que la afianzó con una crisis política y una crisis religiosa, ya que mientras el occidente seguía pudiendo practicar la religión, en el este de Alemania la confesión generalizada era el ateísmo.

Después de tantos intentos fallidos, dos han sido los intentos por encontrar el espíritu de la Roma eterna: uno la creación en 1919 de la Sociedad de Naciones, también denominada Liga de Naciones, a la que le siguió la constitución de la Organización de las Naciones Unidas en 1945.

El segundo, la consideración de los Estados Unidos de América como el digno sucesor de aquel remoto Imperio Romano.

Todos y cada uno de estos malogrados intentos obligan, pues, a reconocer y aceptar que Roma cayó de la misma forma que antes que ella lo habían hecho sus predecesores. Su espíritu, sin piedras que lo envolvieran, se elevó hasta expandirse por las esferas astrales, dejando únicamente la estela de su rastro.

El grito del vampiro me interrumpe. Y a su grito de cólera, a su exasperación le sigue la risa. El vampiro ríe con la atractiva fuerza de ese tipo de mal cuyo Ser se caracteriza por No Ser. Y yo ya sé lo que me espera escuchar. Lo sé.

- “Vieja Bruja” -ruge- “¿Con quién crees que estás jugando? ¡Es del Papa de quien te hablo! ¡Habemus Papam!”

- “Sé de qué me hablas” – le contesto tranquila.

- “Entonces ¿a cuento de qué viene tanta historia política?” – me pregunta- “Eres especialista en sacarme de quicio vieja.” Y esta vez obvia el término “bruja”. No crean: no es para ahorrarme un insulto. Es para arrebatarme un privilegio.

- “Ya te lo he dicho. Recuerda a Roma” -le digo- “Y recuerda a San Agustín”.

- “No entiendo ni una sola palabra” – sonríe divertido y va a sentarse junto a mi sopa que, por primera vez en todo el tiempo, protesta con un par de potentes y vehementes “blubb, blubb”.

La alegría del vampiro me produce un extraño sentimiento que oscila entre la desconfianza hacia él tanto como el temor a ignorar algo que él ya sabe. No obstante, consigo sobreponerme.

“Lo que la agudeza de San Agustín acertó a comprender es que el espíritu político de Roma estaba muerto y enterrado. Un Imperio como aquel se regía por el mismo modelo seguido por todos los grandes imperios hasta entonces: nacían aprovechando la debilidad de los contrarios y se expandían cuando las virtudes de la guerra y de la paz superaban a la de los enemigos. Es decir: cada Imperio de la Antigüedad emerge de un centro que logra superar técnica, social y moralmente al resto de los pueblos que le rodean. A medida que dichos pueblos, - bien sea por las armas, por el comercio, por la diplomacia o, simplemente por la seguridad y protección que la anexión conlleva -, se unen a ese centro triunfante, la superioridad de ese centro aumenta y se comunica al resto de los pueblos que se han unido a él, por otro. La victoria prosigue. Algunas zonas se adhieren por admiración, otras por miedo, algunas después de haber sufrido una gran derrota. Algunas zonas mantienen la sumisión y la paz; en otras se generan revueltas que hay que sofocar. La diplomacia, las leyes, y el comercio experimentan un gran desarrollo porque todo ello sirve para mantener el imperio existente mientras se conquistan otros nuevos territorios. No obstante, el requisito sine qua non es siempre el misma: los pueblos conquistados han de caracterizarse por una inferioridad técnica, social y moral, o la victoria será únicamente militar, - por la fuerza -, lo que vaticina una corta duración de dicha gloria. El territorio conquistado será un botín que se agotará rápidamente y únicamente generará luchas internas y si culturalmente es superior al invasor, terminará por imponerse puesto que su ayuda será necesaria para la siempre difícil gestión de un gran territorio.

Roma alcanza una sofisticación técnico-militar, legislativa, diplomática y cultural, que la terminan convirtiendo en civilización. Sin embargo, Roma eterna, Roma Titanic, termina sucumbiendo al embate de dos enemigos invencibles. Los mismos enemigos que han derrotado a la mayoría de los imperios de la historia: la hybris (la del imperio), por un lado, y la voluntad de ser (la de los territorios sometidos), por otra.

 La hybris de Roma le hunde en la holgazanería y en la pérdida de los valores que se necesitan para mantener viva una empresa; la voluntad de Ser de los dominados los lleva a aprender y hacer suyos aquellos elementos que han permitido al invasor la conquista y le mantienen en el Poder a fin de utilizarlos en su beneficio e interés.

A lo que me refiero con esto es que cuerpo y espíritu han de ir unidos en un imperio, o no hay imperio que resista. La nueva fórmula “Os ganaremos con vuestras virtudes” que tanto se ha utilizado estas pasadas décadas para avisar de cómo atacarían las posibles invasiones del exterior, sólo cobra significado cuando se expresa en su totalidad: “Os ganaremos con vuestras virtudes, que vosotros habéis perdido”. Sin embargo, la hybris – la nuestra, la que corresponde a nuestra sociedad actual- ha impedido entenderla adecuadamente. Al principio, estábamos tan satisfechos de nosotros y de nuestras virtudes, de nuestras victorias en la consecución del bienestar, que convertimos a nuestras virtudes en “objeto del deseo”, aquello que, en principio, todos deseaban y desearían poseer. Con el tiempo, se sentía un profundo placer en alardear de ellas, incluso en casos en los que se mostraba lástima por personas que vivían en países y zonas del planeta en las que no existían ni ese bienestar ni esas virtudes que lo habían hecho posible. La fórmula “os ganaremos con vuestras virtudes” apareció justo cuando las cosas empezaron a fallar, con ello se creaba la impresión de que nuestras virtudes estaban en contra de nosotros, que nuestras virtudes eran nuestro primer enemigo, nuestro “caballo de Troya”.

En efecto: lo que la fórmula incompleta “os ganaremos con vuestras virtudes” daba a entender es que, sólo abandonando nuestras virtudes, podríamos salvarnos. Lo que ocultaba es que esas virtudes de las que tanto alardeábamos se estaban perdiendo a marchas forzada. ¿Lo sabíamos? No estoy segura. Parecía que, con nombrarlas, renombrándolas, volviéndolas a sacar y a resacar, las virtudes estaban presentes. Se creía que, por estar presentes con el nombre, las virtudes estaban también presentes en espíritu. Como si nombre y espíritu fueran siempre juntos de la mano, cuando la auténtica realidad era que el Logos había desaparecido.

Lo único que había quedado en pie era el nombre y el nominalismo; el espíritu se había perdido.

¿Qué sucede cuándo tras un imperio no surge otro imperio? Aparece la Nación-Estado. La Nación Estado nació porque ninguna de las provincias romanas del imperio escindido se encontraba en posición tecnológica ni moral de dominar a las otras. Lo que ello constataba era la igualdad de las condiciones en la que todas ellas se encontraban. El hecho de que ninguna se encontrara en condición de someter a las restantes es lo que permitió la independencia de cada una de ellas por vez primera en muchos siglos.

El cuerpo del imperio romano había quedado destrozado y sus trozos repartidos como una vez los del cuerpo de Osiris. ¿Pero dónde estaba la Isis amorosa que los recogiera?

San Agustín pretende salvar al espíritu a sabiendas que el cuerpo de ese imperio, que él tanto amaba, está agonizando sin remedio. Agustín lo intenta con todo su corazón y con toda su alma y por eso, desesperado, divide. Disociación, se llama ahora. Divide en dos ciudades, pero divide también en la ciudad terrena. El cuerpo ha fallecido, pero San Agustín recuerda el fuego del hogar, el fuego del lar. El Papado es ese fuego del lar.

 La idea de San Agustín tenía sentido. Se trataba de mantener encendido el fuego del lar, hasta que se construyera un nuevo edificio, un nuevo hogar. Durante ese tiempo el cuerpo, como el individuo, quedaría desgarrado, pero en el fuego del lar se mantendría el espíritu, la esperanza y el recuerdo de la ciudad de Dios.

Tenía sentido porque históricamente la sucesión de unos imperios sobre otros se había producido de manera muy parecida. El cuerpo político moría, pero el espíritu reaparecía: con otros nombres, con otros ritos, pero la filosofía perenne, el saber eterno, la luz, el fuego del lar era custodiado y traspasado de unos a otros. Tenía sentido. Y por sentido, puedo imaginarme que otros, igual que él, llegaron a la misma idea.

San Agustín pretendía esconder el espíritu cristiano-romano en los muros de la más importante institución eclesiástica: el Papado.

Comprende a San Agustín, oh tú rey del Reino del No-Ser: su intención era hacer del cuerpo eclesiástico un nuevo Imperio Romano con una determinada religión: la cristiana. El mismo San Agustín, que hablaba de dos ciudades y del desgarramiento entre ser político y ser espiritual, era también el que afirmaba que un hombre, por muy piadoso que sea, no puede ser pleno si no es dentro del cuerpo de la Iglesia.

 Admitamos la grandeza de San Agustín: aspiraba al desarrollo de un cuerpo lo suficientemente fuerte como para albergar un fuerte espíritu, de manera que ello le permitiera llegar hasta los confines y mantenerse hasta el día del Juicio Final. Arriba como Abajo, la filosofía especulativa implicaba que la Institución eclesiástica era el espejo fiel de la ciudad de Dios. Lo que San Agustín no previó, y esta es una hipótesis personal, fue que los portadores de la filosofía perenne buscaran también refugio allí. Lo que, en mi individual opinión, San Agustín obvió fue que el espíritu de Roma traspasaba con creces lo que él consideraba “espíritu verdadero”, o sea “el espíritu cristiano”, por varios motivos: el primero, porque ese espíritu cristiano estaba imbuido él mismo de un conocimiento ancestral que enraizaba con los principios de la filosofía perenne; en segundo lugar porque independientemente y mucho antes de que el imperio romano admitiera a ese espíritu cristiano, Roma ya había acogido y recogido tanto a la filosofía griega, como a los misterios egipcios, del Oriente. O sea: a la filosofía perenne. En este sentido, hemos de admitir que el espíritu de Roma superaba en creces a la extensión del cuerpo político. Así pues, el Papado contenía tanto los principios de la nueva religión como la sabiduría ancestral. Mientras en sus profundidades, ambos entroncaban en un mismo conocimiento gnóstico al que sólo unos pocos tenían acceso, en la superficie la ortodoxia cristiana se iba limpiando y puliendo conforme la teología y la política se desarrollaba. Las diferencias, pues, entre la sabiduría perenne y la cristiana eran más exteriores que internas y más por el Poder político que por otra cosa. Puedo imaginarme que el nuevo Papa intentará armonizar el interior de ese refugio tanto como actuar hacia el exterior.”

El rey del Reino del No-Ser ríe contento. “Define “refugio”. Si el Vaticano fue un refugio, el Vaticano también ha sido la prisión de ambos, tanto del cristianismo como de la filosofía perenne. Fuera de sus muros los conocimientos cuya transmisión con tanto cuidado ambas guardan, carecen de importancia. Pocos los conocen y menos todavía los siguen. En cuanto a la advertencia que dichos conocimientos emiten acerca del peligro de su difusión y de su mal empleo es una y otra vez desoída. ¿Crees, tú, vieja mortal, que un nuevo Papa, un nuevo rey de la cristiandad, resolverá los problemas de la Fe individual?

Y al fin comprendo lo que pretende decirme. El próximo Papa, sea el que sea, estará más apartado del Ser porque la Fe individual falta. El rey del Reino del No-Ser está convencido de que el Vaticano será un nuevo reino para su reino: el reino del No-Ser.

Y yo recuerdo los Papas que desde 1806 han ocupado la silla de Pedro.  De 1800 a 1823 estuvo sentado Pio VII, italiano. Aunque se le instó a trasladar la sede Papal a Viena, prefirió permanecer en Roma. Pio Vi llegó a un acuerdo con Napoleón. El mismo concordato que restablecía la religión católica en Francia, restaba competencias al Vaticano en asuntos eclesiásticos franceses. Lo que bien empieza no siempre acaba bien. Si lo que esperaba Napoleón era el consentimiento del Papa en sus empresas bélicas en Europa, se equivocaba. Napoleón era al fin y al cabo el emperador del Estado Nación que había derrotado a un débil Sacro Imperio romano germánico del que muchos esperaban una posible recuperación.  La consecuencia fue el arresto del Papa que, agotado y cansado, firmó el Concordato de Fontainebleau por el que el Papa admitía que los Estados del Papado se anexionaran a Francia. Aunque después se retractara de ello, la debilidad del Vaticano y del Papado habían quedado puestas de manifiesto. Ello permitía obligarlas a hacer dolorosas concesiones, impensables en tiempos pasados. Si el Sacro Imperio romano germánico estaba muerto, el Vaticano estaba herido de muerte. Seguramente es por este motivo por lo que en 1814 Pio VII restaura a los jesuitas, pese a las protestas de muchos católicos. Eso y el exilio de Napoleón a la isla de Santa Elena confiere nuevas fuerzas al Vaticano, que las dirige contra la masonería y la Ilustración a las que considera, por un lado, causante de las revueltas que originan las nuevas Naciones Estado en todo el mundo- ya sea a partir de la independencia del poder central al que pertenecen, como es el caso de Sudamérica con respecto a España; ya sea promoviendo la reunión fraternal en un solo Estado, de provincias y estados desperdigados  unos casos, como es el caso de Italia – y por otro, promotoras del racionalismo anticlerical que se expande por Europa.

La lucha se acrecienta con León XII, que toma su cargo en 1823. Incrementa las prerrogativas de los jesuitas en materia de educación y de control de la observancia de la ortodoxia. León XII no sólo es anti ilustrado, anti liberal y seguramente incluso anti científico, sino que condena la tolerancia religiosa. Ello le permite forzar a los judíos a que vivan en guetos cerrados, a expropiarles y a considerar sin validez los contratos firmados con alguno de ellos. Por si todo esto no fuera poco, crea una red de espionaje.

Pese a todo, no podemos negar que León XII es un Papa interesante. En política exterior intentó a través de la diplomacia una mejora de las relaciones con los otros Estados europeos.

Murió en 1829. Sin amigos. Hasta cierto punto era comprensible. Yo diría que era lo más honesto que podía hacer. Dime, rey del Reino del No-Ser, cuando uno crea una red de espías dentro de un mundo de espías espiados, ¿qué otra cosa que no sea desconfiar de todos y de todo se puede hacer?”

El vampiro no contesta. Por vez primera en todos nuestros años de… ¿cómo calificar nuestra relación? … se ha acercado a oler mi sopa. Indiferente. No obstante, incluso esa indiferencia es inusual. “¿Qué diantres le pasa hoy?” – me pregunto antes de proseguir mi relato.

En 1829 es Pio VIII el elegido como Papa. Como todos los Papas anteriores, Pio VIII también condena a la masonería. Pero otros asuntos, los políticos, le preocupan más. Él es quien llega a un acuerdo con el sultán de Turquía para asegurar las condiciones de los armenios católicos, al tiempo que, al igual que sus predecesores, se opone a las revoluciones políticas de Irlanda, Bélgica y Polonia. En condiciones así, el catecismo que tenía en marcha no aparece hasta 1885, mucho más tarde de su muerte, acaecida en 1830.

Gregorio XVI sube al trono Papal en 1831. Si alguien esperaba libertad, se equivocaba. La libertad nunca es un bien que haya sido otorgado con gusto. Gregorio XVI apoya a los regímenes monárquicos y se opone a cualquier tipo de revoluciones. Es verdad que condena la esclavitud. Pero una cosa es condenar la esclavitud y otra, muy distinta, promover el desorden. Y desorden aquí significa cualquier tipo de cambio no aprobado por el Orden regente. Interesante, sin embargo, es que Gregorio XVI promueve la separación entre Iglesia y Estados políticos y que más que ir contra la Ilustración, sus críticas se dirigen a la libertad de prensa y a la libertad de conciencia. Al final de su Papado, las acciones militares que defienden los Estados del Vaticano han constado tanto dinero que las arcas están prácticamente vacías.

Pio IX de 1846 a 1878, es su sucesor. ¡Qué décadas! Por un lado, otorga amnistía a los prisioneros políticos, apoya a los nacionalistas italianos. Por otro, no muestra ningún interés por establecer un Estado. En mi humilde opinión, ello se debe a lo siguiente: Pio IX cree que el espíritu del pueblo se mantiene en el cuerpo eclesiástico, concretamente en el Vaticano. Por tanto, lo que ha de protegerse ante todo es el cuerpo del Vaticano, esto es: los Estados Papales, a fin de que estos puedan mantener el espíritu. Y desde luego, sobre esos Estados Papales no cabe otra autoridad que no sea la del Papa mismo.

¿Puede entender este argumento un revolucionario que ansía, él mismo, el poder terrenal que le niega el mismo que con tanto afán protege el suyo?

No.

No es de extrañar que los revolucionarios se lanzaran a la lucha, y que en esa lucha el Conde Rossi, el primer ministro de Pio IX, fuera asesinado. El Papa huyó. En 1849 se proclamó la Republica Romana.

Aquí, en mi opinión, Pio IX cometió el mismo error que siglos atrás habían cometido los visigodos: llamar a fuerzas exteriores a que le ayudaran a restablecer el Orden y su puesto. Los visigodos llamaron a los árabes, que permanecieron casi mil anos en la Península Ibérica. Pio IX llamó a los franceses, enemigos acérrimos desde la desaparición del Sacro Imperio romano germánico de austriacos y alemanes, aunque, en general, enemigos históricos desde los mismos tiempos de la fundación del Imperio de Carlomagno. A Francia y a Alemania sólo las une un asunto: la mutua protección. Las alianzas y las empresas conjuntas llegan a buen puerto si existe un enemigo común y/o un deseo de lograr un objetivo común. Y ello siempre que se respete el requisito sine qua non de que cada uno de ellos conserve su autonomía. Si esto es con respecto a las relaciones entre Francia y Alemania, lo mismo cabría decir de las relaciones entre Francia y Gran Bretaña. En cuanto a Gran Bretaña y a Alemania, aceptémoslo: la única diferencia que existe entre ellos es que los unos han debido de adaptarse a las condiciones de una isla, mientras los otros han permanecido en tierra continental. Hora es de aceptarlo: franceses, británicos y alemanes son primos. ¿En qué se nota el parentesco? En sus narices: todas sus narices apuntan hacia arriba. La preocupación de todos ellos por el tiempo es admirable.

Perdonen este chiste. Yo y mi sentido del humor. En tiempos de corrección política he de decir en mi favor que este chiste no tiene nada de político; de ahí que mi humor no esté sometido a la corrección política. Ni siquiera es antropológico. Mi humor es más bien una apreciación nacida de la distorsión de la realidad. Indiferentemente de cómo sus narices sean, lo único que escucho cuando tengo a uno de ellos ante mí es una voz que grita: ¡Narices en alto! Para a continuación observar cómo sus narices se cuadran y ¡hop! ¡Narices en alto! Sí. Lo confieso. Es una visión surrealista. Díganme. ¿debo hacer una terapia al respecto?

De repente noto la fría y agresiva mirada del vampiro sobre mi cabeza. “¡Despierta!” – ordena rugiendo- “¡No es con tus lectores con quién estás hablando! ¡Es conmigo!”

No me queda más remedio que retomar el tema.

“Fuera como fuese, los franceses prestaron ayuda al Papado mientras, ironía de ironías y de los revolucionarios, el Papado perdía el control de sus Estados, que eran anexionados por el nuevo reino italiano. El Papa, político de políticos, pidió ayuda, al menos política, a Rusia, Austria y España. Créanme: lo de pedir apoyo a Rusia muestra la desesperación del Papado. Desde al menos los tiempos de Leo XII, se sabía que la asistencia de los católicos en una Rusia mayoritariamente ortodoxa, era siempre muy limitada.

El caos final llegó cuando Pio IX convocó el Primer Concilio Vaticano en 1869 y declaró la primacía del Papa y la infalibilidad de éste en cuestiones de fe y moral. Además, condeno el panteísmo, el naturalismo, el racionalismo y el liberalismo. O sea: todo aquello que se mantuviera fuera de los cada vez más estrechos y maltrechos muros del Vaticano.

Tú, rey del Reino del No-Ser, puedes imaginarte las reacciones de los revolucionarios. El anticlericalismo aumentó enormemente. Tanto como el naturalismo, el racionalismo y los incipientes negocios de los teósofos de Helena Blavatsky. Mientras la preocupación máxima del Vaticano había sido siempre la masonería y la ilustración, un enemigo mucho más poderoso se alzaba: el que pretendía la unión de Oriente y Occidente, primero; para destruir Occidente, después. ¿Era Oriente quién pretendía destruir Occidente? ¡Ni lo sueñes! Oriente estaba tranquilo y bien tranquilo. Eran occidentales los que pretendían usar Oriente para destruir Occidente. Eran occidentales los que pretendían hacerse con el Poder de Occidente. Esta lucha moderna entre Oriente y Occidente son occidentales los que la iniciaron. La pretensión no era acabar con el Vaticano, ni con el Poder del Vaticano. Lo que pretendían los teósofos tampoco era arremeter contra el puritanismo, que era la pose que los diletantes y los snobs de la época adoptaban. Lo que pretendían todos aquellos teósofos era acabar con el cristianismo mismo.

“¡Sigue!” -ordena furibundo el vampiro.

“Pues bien” – continúo cansada de seguir las órdenes del vampiro, aunque sólo sea por la curiosidad de saber adónde quiere ir a parar; adónde quiere ir a parar él, se entiende. - “Puedes imaginar lo que significa oponerse a tantos revolucionarios, a tantas nuevas ideas, a tantos cambios, promover concilios cuyas conclusiones son atacadas, soportar atentados, y comprender que ninguna ayuda resulta suficiente en medio de tanto caos. Puedes imaginar lo que significa asistir a la pérdida de tantos Estados Vaticanos en medio de tanta consecución territorial. Mientras el Vaticano agoniza, Italia y Alemania surgen. Víctor Manuel II declara el final de los Estados Pontificios. Pio IX, como Job, mantiene la Fe y se declara “Prisionero” mientras la nobleza negra veneciana guarda su seguridad dentro de los muros del Vaticano. Por eso, posiblemente, Juan Pablo II lo beatificó en el año 2000. Con ello hacía justicia a un Papa que había intentado un imposible en tiempos imposibles. Hasta el final e incluso después de muerto. En fin…

Y así es como llegamos a León XIII, de 1878 a 1903. Condenó la masonería y, no podía ser menos, el comunismo. Abogó por la centralización del Poder eclesiástico, al tiempo que se concentraba en la cuestión espiritual.

Leo XIII fue un hombre inteligente, a qué negarlo. Su formación era tomista, lo que le acercaba a las ciencias, sin perder la Fe. Oponiéndose al comunismo y siendo consciente de los riesgos que entrañaba, aceptaba un socialismo al tipo, seguramente, del socialismo científico tan de moda en sectores académicos e intelectuales de la época y que atemperaba la falta de medida del capitalismo esclavizante de la revolución industrial. En suma: Leo XIII fue el promotor de la doctrina social católica moderna.

Era lógico, pues, que en cuestiones religiosas sucediera algo parecido. Leo XIII se mostró conciliador con protestantes y ortodoxos.

En mi opinión, el deseo de conciliación surge cuando ni los triunfos de la revolución han conseguido serenar las aguas turbulentas porque justamente son dichas victorias las que les permite llevar a sus reivindicaciones, sean del tipo que sean, hasta el extremo del ad absurdum.

En mi opinión también, ese mismo deseo de conciliación se ve obstaculizado y detenido por el ad absurdum de las reivindicaciones a las que tiene que hacer frente una y otra vez. “Conceder” es recibido como “ceder” y “ceder” es siempre visto como sinónimo de “debilidad”. El Vaticano, como poder central de la Iglesia Universal, era objeto fácil de proyección de resentimientos, odios, y peticiones que rebasaba cualquier capacidad humana. Por otra parte, sus muros escondían historia suficiente como para que un tiempo fértil en conspiraciones los hicieran responsables de incontables estrategias e intrigas políticas.

Por muy conciliador que fuera Leo XIII, y por muy lejano que se mantuviera la teosofía de las clases populares, el materialismo como religión iba extendiéndose lenta pero imparablemente.

Es Pio X el que a partir de 1903 será el encargado de dirigir al Vaticano. Su intento de atacar a todas las herejías es una empresa tan imposible como el de preocuparse de la fe de los católicos, en vez de su libertad académica. Y ello porque la fe es siempre algo individual, personal e intransferible. La Iglesia sólo es Iglesia cuando a ella acuden los individuos de Fe. No existe un colectivo de Fe. Los colectivos son, por definición, colectivos de Poder. Si algo puso de manifiesto Foucault, el último iniciado, el iniciado de maestro fue precisamente eso: que la fe es individual, la observación es individual, pero el poder es colectivo, incluso cuando se trata de un poder que se transmite a través de células de poder.

Pio X murió en 1914 y allí empieza otra historia del Papado. La de las dos guerras mundiales y la de la chispa de la vida del Concilio Vaticano II, chispa de la vida a la que pertenezco yo, la generación de la Coca-Cola, de los Levis, de haz la paz y no la guerra, de la generación precedida por la generación que cayó en sectas, de la generación que sabía lo que era manipulación intelectual, pero ignoraba lo que era sugestión emocional y por eso no podíamos entender como aquellos jóvenes americanos caían como moscas en la miel de las sectas que hablaban de un amor tan empalagoso como sediento de dólares.

“Este es uno de los artículos más difíciles a los que me he enfrentado” – le explico a la estrella mientras doy vueltas a mi sopa. La elección de un nuevo Papa en tiempos tan revueltos como éste es un asunto sumamente complejo y complicado. A decir verdad, todos los tiempos lo son; pero los nuestros, por nuestros, nos lo parecen aún más porque somos nosotros los que hemos de hacerle frente. Cuando el futuro nos lea, se asustará de la ingente cantidad de publicaciones y la poca cantidad de ideas. “Definan ese periodo con una frase” – demandará el maestro del futuro-Y el alumno más aventajado contestará. “El tiempo en el que las ideas y reformas fueron llevadas al ad absurdum”. A esa respuesta le seguirá una nueva pregunta: “¿Para qué?”. Y nuevamente será el mismo estudiante de antes el que conteste: “Para introducir la inversión destructora.”. “¿Por qué?”- insistirá el maestro. Ante esta cuestión, el alumno más trabajador, el más inteligente, quedará callado y en silencio. Hete aquí entonces que uno de sus compañeros, ése que siempre elige sentarse al fondo del aula, en el último pupitre, alzará tímidamente la mano. Se pondrá en pie y hablará sin mostrar la más mínima emoción, mientras el resto de la clase lo contempla atónita en silencio. “Por aburrimiento, los unos; por el deseo de ocupar el Poder que los unos abandonaron por aburrimiento y desidia, los otros.”

Así se hablará de nuestra era en el futuro. La mayoría de los periodistas, de los comentaristas, creen que la elección se basa en Papa liberal versus Papa conservador. Dime estrella: ¿Crees que la elección de un Papa puede arreglar algo en el mundo, en la Iglesia católica siquiera, cuando es la Fe individual lo que falta? El vampiro, el rey del Reino del No-Ser tiene razón: ¿Qué puede hacer un Papa, cualquier Papa, cuando lo que falta es la fe individual?

Pero la estrella permanece en silencio, el silencio que la concentración que reúne y aúna toda la fuerza interior requiere.

“¡Habemus Papam!” – grita el vampiro triunfante- “¿Sabes qué es lo primero que ha dicho el agustino, porque has de saber, mortal, que el nuevo Papa es agustino?”

“¿Qué ha dicho?” - pregunto cansada.

“¡La paz sea con vosotros!” – ríe el vampiro.

“Ya era hora” – digo.

“¡Mortal! ¡Piensa!”

Pienso sin querer pensar.

Inútil intento. El vampiro lee mis pensamientos.

“Eso es. En efecto.” Y, como es su costumbre, desaparece sin despedirse.

“La Paz sea con vosotros” significa:

1.      Que la Paz no está con esos “vosotros” porque la Paz es justamente aquello que esos “vosotros” no tienen. Por eso ese deseo de Paz, por eso ese deseo de que la Paz “sea”.

2.      Que lo más seguro es que esos “vosotros” lo crucifiquen.

3.      Que lo sabe y que está preparado para ello.

Que sea un americano es un nuevo intento de revivir aquella Roma eterna, aunque sea en espíritu.

Que sea un agustino es un nuevo intento de aunar a protestantes y católicos, de darle cuerpo a un espíritu que intenta sobrevivir desde hace siglos refugiado en el fuego del lar, de un lar inestable y mudable, pero que se mantiene encendido.

¿Fuego del Faro, fuego de la atalaya? ¿Fuego del bosque en llamas? ¿Fuego de la inquisición?

Mi deseo, mi más profundo deseo: que el fuego del lar que se mantiene en el Vaticano consiga, después de tantos siglos, reconocer lo que su espíritu alberga: la inversión de Babel: que la pluralidad no desuna, sino que la pluralidad aúne. Ese espíritu es el que la filosofía perenne refugiada en los mismos muros que los sucesores de Pedro y por eso igualmente mancillada como todos ellos, cuida y protege con amor, despreciada por unos y a escondidas de casi todos.

Hechos 2 (Reina Valera 1960) La venida del Espíritu Santo. 1-12; 38-47

Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos unánimes juntos. Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba, el cual llenó toda la casa donde estaban sentados; y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos. Y fueron todos llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen.

Moraban entonces en Jerusalén judíos, varones piadosos, de todas las naciones bajo el cielo. Y hecho este estruendo, se juntó la multitud; y estaban confusos, porque cada uno les oía hablar en su propia lengua. Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido? Partos, medos, elamitas, y los que habitamos en Mesopotamia, en Judea, en Capadocia, en el Ponto y en Asia, 10 en Frigia y Panfilia, en Egipto y en las regiones de África más allá de Cirene, y romanos aquí residentes, tanto judíos como prosélitos, 11 cretenses y árabes, les oímos hablar en nuestras lenguas las maravillas de Dios. 12 Y estaban todos atónitos y perplejos, diciéndose unos a otros: ¿Qué quiere decir esto? (....)

 Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare. 40 Y con otras muchas palabras testificaba y les exhortaba, diciendo: Sed salvos de esta perversa generación. 41 Así que, los que recibieron su palabra fueron bautizados; y se añadieron aquel día como tres mil personas. 42 Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones. 43 sobrevino temor a toda persona; y muchas maravillas y señales eran hechas por los apóstoles. 44 Todos los que habían creído estaban juntos, y tenían en común todas las cosas; 45 y vendían sus propiedades y sus bienes, y lo repartían a todos según la necesidad de cada uno. 46 Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón, 47 alabando a Dios, y teniendo favor con todo el pueblo.

¿Dónde está el Vaticano aquí, dónde los Estados Pontificios?

Un nuevo Papado bajo una nueva profecía.

Un nuevo Papado en, nuevamente, tiempos oscuros.

Un nuevo intento.

“La paz sea con vosotros”, ha dicho el nuevo Papa a hombres sin Paz, a un colectivo de hombres sin Paz.

La paz colectiva es política.

La fe es individual.

Sólo cuando la fe es individual, puede el hombre alcanzar la paz individual.

Cuando el hombre individual tiene la paz individual, ¿qué es la paz colectiva?

“El orden es fuente de Paz”, era el lema que una vez leí en la habitación de un convento.

El Orden. ¿qué orden?

Mi sospecha: el fuego de lar seguirá oculto, pero seguirá encendido.

Mi sospecha: el fuego del lar habrá de seguir latiendo escondido, pero seguirá latiendo.

Y mientras tanto, un nuevo Papa, bajo una nueva Profecía, en tiempos, nuevamente, turbios, seguirá luchando por mantener los muros que contienen, al tiempo que resguardan ese espíritu, en pie. Los muros de la catedral de la cristiandad. Los muros de la catedral de la filosofía perenne.

Al Papa le corresponde guardar los muros.

Al individuo, alcanzar su paz con ayuda de su fe.

Habemus Papam: el agustino León XIV.

La estrella de la Bruja Ciega.

 

Nota 1

Los datos aquí contenidos han sido consultados en diversas fuentes de Wikipedia.

Los datos acerca de los Papas han sido extraídos de “A History of the Popes”. Volume III. “The protestant Reformation to the twenty-first Century” Wyatt North Publishing LLC 2015

 Nota 2

Este es realmente uno de los artículos que más me han ocupado y preocupado. La mención a San Agustín es independiente del hecho de que el nuevo Papa sea agustino. El Papa, cualquier Papa, está desgarrado porque siendo una autoridad espiritual ha de hacer frente a graves cuestiones políticas. Los revolucionarios y los poderosos se enfrentan entre ellos en un poder alternante, al decir de Foucault. Por más que el Papado se afane en permanecer como espectador, a lo más como mediador, las trifulcas políticas le obligan a tomar parte en ellas a fin de reguardar unos muros que son más que arte, más que cultura y más que civilización, porque son los muros de la catedral del cristianismo y de la filosofía perenne, le pese a quien le pese. La protección de esos muros son fundamentales, porque si caen, el espíritu, siempre etéreo, se dispersará. 

Pero si dentro de esos muros el fuego del espíritu se apaga, la catedral deja de ser catedral para convertirse en Palacio.

 Personalmente, espero del Papa que sea un buen político. El hecho de ser americano le va a procurar grandes disgusto. El hecho de vivir en tiempos en los que la mayoría de los médicos con los que me he encontrado en mi vida prefieren creer en la suerte que en los milagros y en los que la mayoría de los cientificos se inclinarían por creer antes en la magia mecanicista que en un Dios, tampoco ayuda. Las guerras estallan por doquier, lo cual complica cualquier intento de conciliación. Las reivindicaciones sociales son ad absurdum. Y cuando se corrijan, se corregirán también ad absurdum.

 La fe, igual que el ejercicio de las virtudes, depende de cada uno de nosotros.