Hay momentos en la vida en los que uno ha de enfrentarse a eso que en ambientes
esotéricos se da en llamar “el despertar de la conciencia”. Por mucho que dicho
concepto aparezca hoy en día por doquier, incluso en los reclamos publicitarios,
habremos de convenir que la mayoría no tiene ni idea de en qué consiste tal
proceso; de ahí, seguramente, que lo describan como ese momento en el que la
persona ve al Absoluto, alcanza la paz y plenitud absolutas y puede, al fin, fundirse
con ese Absoluto de modo que pueda ejercer su voluntad y su poder en este mundo,
aunque su alma permanezca atrapada dentro de un cuerpo mortal. No puedo evitar sonreír
ante las ocurrencias de todos esos aprendices, no de magos - ¡de dioses! -, mientras
revuelvo la sopa que cuece al calor de la lumbre. - “¡Crea mundos con tu mente!”
grita con voz juvenil la tapa de mi olla cada vez que consigue dar un salto
para volver a caer estrepitosamente.
Si el niño cuando viene a este mundo lo primero que hace es llorar, imaginen
ustedes qué tipo de instante será ese “despertar de la conciencia”. Es el
proceso más doloroso, más terrible e infernal de todos cuantos un ser humano
pueda imaginar y sufrir - en caso de que decida, finalmente, lanzarse al abismo
que se le presenta para iniciar el viaje más arriesgado de su vida.
No todos se atreven. No todos lo consiguen. La mente nada puede hacer sin
el espíritu y el espíritu es el de un ser que es cuerpo y alma al unísono. El
arrianismo fue una teoría excepcionalmente lógica, pero obligaba a la Iglesia a
adentrarse en complejos problemas metafísicos y místicos para los cuales pocos
estaban preparados y mucho menos aún dispuestos. Imaginen: Jesús, hijo del Alma
Padre coexiste con el Alma Padre sin ser el Alma Padre. Con ello el
arrianismo negaba la unidad de Dios con Jesús. Es decir: los pilares de la
Santísima Trinidad.
¿Qué significaba que Jesús era “Hijo de Dios”? Para los arrianos estaba claro: “Hijo de Dios” era la constatación de que Jesús era posterior a Dios, aunque anterior al tiempo. Véase lo que dice la Wikipedia sobre el arrianismo. “(el arrianismo) Sostiene que Jesucristo es el Hijo de Dios, procedente del Padre, pero no eterno, sino engendrado por el Padre antes que Dios creara el tiempo. De esta manera, Jesús no sería coeterno con Dios Padre, si bien habría empezado a existir fuera del tiempo, en tanto que el tiempo se aplica solamente a las creaciones de Dios.”
Esta idea defiende que tiempo y
movimiento (y la creación es un movimiento) están unidos; el Logos, en cambio,
no necesita ni tiempo ni movimiento para ser. Jesús no es una creación de Dios,
pero en tanto que Hijo de Dios, ha sido engendrado por Dios. Juan afirmaba “al
principio era el Logos”, esto es: anterior al tiempo y en Juan se afirma
también que “el Padre es mayor que yo”. (Juan, 14)
Para la Iglesia recién constituida tesis así suponían demasiados
quebraderos de cabeza. Así que prefirió prohibir el arrianismo, quemar la
mayoría de sus obras y declarar que Jesús era Dios. En realidad, el “misterio”
de la Trinidad visto desde afuera se asemeja a esos escaparates de los que
inevitablemente siempre nos separa un enorme y gran cristal y en el que todos
los elementos allí expuestos mantienen una agradable y sugerente armonía que es
la que impulsa al cliente a penetrar en la tienda y adquirir lo que acaba de
ver. Sólo cuando llega a casa, abre su paquete y examina su contenido
cuidadosamente avisa los defectos que contiene. Pero hasta que ese momento llega, la
Iglesia podía afirmar que fin de un problema. Fin de uno y aparición de otro.
Jesús era Dios, pero en estado diferente de Dios. A esto se le denomina
hipóstasis. Un ser y tres estados. Así considerada la Trinidad viene a ser algo
parecido a los tres estados del agua: gaseoso, líquido y sólido. Gaseoso es el
espíritu Santo, líquido es Dios y sólido es Jesús. La diferencia es que la
hipostasis, al menos desde Kant, se refiere a entidades que no se pueden conocer
en el mundo real.
No obstante, el hecho de que Jesús fuera Dios hecho hombre complicaba
enormemente el asunto. En un momento dado el agua pueda ser completamente
líquida, o puede ser que una parte pueda ser líquida y otra parte gaseosa, e
incluso es posible que una parte sea sólida y una parte líquida. Lo que no
puede ser el agua es al mismo tiempo enteramente líquida y enteramente sólida.
¿Cuál pues era la naturaleza de Jesús?
Una posibilidad era adoptar la tradicional consideración griega: cuando dos
elementos distintos se unen, el resultado es un tercer elemento. Así pues, dos
naturalezas unidas implicaban la aparición de una tercera. Los griegos clásicos
hubieran afirmado sin dilación que Jesús era una persona que tenía una única
naturaleza conocida en la antigüedad bajo el nombre de “heroica” y que en
nuestros días muy probablemente se la calificaría como “híbrida”.
Los monofisitas resolvieron de forma distinta el asunto. Jesús era hombre y
era Dios, pero la naturaleza humana quedaba sometida a la naturaleza divina.
Nestorio, por su parte, afirmó que Jesús tenía dos naturalezas: una era completamente
divina y otra completamente humana. Ambas naturalezas estaban completamente separadas:
como el aceite junto al agua, se podría decir. Ello convertía a Jesús en una
especie de “Mr. Hyde y Dr.Jekyll”. Que el nestorianismo no fuera del agrado de la
Iglesia era más que comprensible.
Por su parte, Cirilo de Alejandría y sus partidarios defendieron la idea de que Jesús, en efecto, tenía dos naturalezas, pero ninguna estaba separada. Utilizando nuevamente el ejemplo del agua: Jesús tenía una naturaleza sólida y una naturaleza líquida. Ello le asemejaba bastante a un bombón relleno con algún tipo de licor, o algo así.
El concilio de Calcedonia en 451 declara hereje a Nestorio y a unos cuantos
más y determinará que la naturaleza de Jesús es “inconfusa, inmutabiliter,
indivisa e inseparabiliter.” Es decir, que, en una sola persona, Jesús, habitan
dos naturalezas, la humana y la divina, que son inseparables, perfectamente
ensambladas, conservando cada una sus peculiaridades y atributos, sin constituir
una tercera naturaleza. La Iglesia oficial era maestra de maestras a la hora de
elaborar complejos y complicados malabarismos.
Del mismo modo que a la Iglesia le había resultado más fácil negar las
tesis arrianas sosteniendo que Jesús es la segunda persona de la Sagrada
Trinidad y punto en boca, le resultaba igualmente más cómodo aceptar que en una
misma persona se reúnen dos naturalezas con cuatro adjetivos que determinan que
esas dos naturalezas son inseparables.
Curiosamente, nominalismo de nominalismos todo es nominalismo, la
conclusión de la Iglesia oficial según la cual Jesús tenía dos naturalezas
inseparables, indivisas, inmutables, que no se pueden confundir, acababa coincidiendo,
sin desearlo ni pretenderlo, con las tesis del arrianismo. A ver: si Jesús posee
una doble naturaleza inseparable, indivisa, inmutable, que no se puede
confundir, ¿cómo puede seguir siendo considerado Dios trinitario? A la Iglesia,
versada en malabarismos, no le queda más remedio que considerar a Jesús engendrado,
no creado, por Dios. Justo lo que decían los arrianos. Pero como sigue empeñada
en no aceptar la lógica, confecciona una oración para el creyente en la que
éste da testimonio de su Fe. Y allí hace lo que la Iglesia siempre hace: “a” y “no
a”.
¿Quieren verlo? Helo aquí.
“Creo en un solo Dios Padre todopoderoso, Creador
del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.” Se refiere, en efecto, a Dios Padre.
“Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho” Aquí es donde aparecen combinados “a” y “no a”. “a” es el arrianismo: “nacido del Padre antes de todos los siglos”. Insisto en “nacido de” y “antes de”, “engendrado, no creado”. Insisto: “engendrado”. Justo esto afirmaba el arrianismo. Esto y no otra cosa. Jesús ha sido engendrado por Dios. Por tanto, Jesús siendo Hijo de Dios no es Dios mismo. Es decir: por lógica tiene que tener otra esencia. No obstante, el Credo obvia este pasaje arriano se mire como se mire y no le tiembla el pulso al combinarlo con un “no a”: “Dios de Dios”, que chirría a todo aquél que sepa algo de las tesis arrianas, porque identifica a Jesús con Dios.
Y el mismo problema entraña la consideración de dos naturalezas plenas que
son indisolubles, indivisas, inmutables y no se pueden confundir. O roza el panteísmo
o roza la tradición griega que hubiera hecho de Jesús un héroe sin más. La
diferencia con la tradición griega es que esta afirma que una naturaleza unida
a otra naturaleza es igual a una nueva naturaleza que contiene a las dos por
igual, mientras que la Iglesia sostiene que Jesús es una persona que tiene una
plena naturaleza unida a otra plena naturaleza y esto de forma indisoluble,
inmutable, indivisa y sin poder confundirse y a partir de ahí la Iglesia deja
en suspenso la solución, porque ello avocaría a la Iglesia a interminables
diatribas.
La unión de dos naturalezas plenas, la divina con la humana, convertía a
Jesús en el símbolo de la unidad de las dos naturalezas en el hombre. A pesar de que, ciertamente, el hombre
no poseía una naturaleza divina, fuerza es reconocer que
la consideración de las dos naturalezas de Jesús admitida por la Iglesia servía para defender un aspecto de transcendental importancia: la inquebrantable
unión en el hombre del cuerpo y del alma.
El reconocimiento de la Iglesia oficial de la completa unión de las dos plenas naturalezas en Jesús, (la divina y la humana), que es creo yo la que también se respira en el espíritude los Evangelios, -a los que esto les importa más que la cuestión por la esencia- todo hay que decirlo- hubiera debido abrir al hombre las puertas a la posibilidad de unir su naturaleza corpórea con su naturaleza anímica de modo idéntico a como sucedía en Jesús: de manera indivisible, inmutable, indisoluble y sin poder confundirse. Eso, muy posiblemente hubiera acercado a la Iglesia a la tradición clásica griega para la cual el hombre era cuerpo y alma y por consiguiente debía cuidado tanto al uno como a la otra. La belleza corporal vista como reflejo de la belleza del alma. La belleza del alma considerada como expresión de la belleza de la naturaleza corpórea del mundo y de la belleza y bondad dd su creador.
En vez de eso, tanto materialistas como espiritualistas se han empeñado en arrastrar una y otra vez al hombre al
abrupto terreno en el que cada uno de ellos habita. Ambos grupos, incluso
aceptando la existencia de la naturaleza del “cuerpo” y de la naturaleza “alma”
exigen al hombre que se deshaga de una de las dos naturalezas que posee. Es la presión ejercida por los materialistas y por los espiritualistas la que, generación tras generación, compele al individuo a desechar a una de sus dos
naturalezas humanas: o a la naturaleza corpórea o a la naturaleza anímica. Pero
puesto que la naturaleza corpórea y la naturaleza anímica están en el ser humano
unidas de manera indisoluble, indivisa, que no pueden confundirse, inamovibles,
lo único que el individuo logra al despreciar al cuerpo o al desprenderse del alma, según la
corriente a la que decida seguir, es convertirse en un ser escindido,
desgarrado y roto.
He aquí, en realidad, el verdadero problema: al ser humano le cuesta
aceptar que en su persona existen y coexisten dos naturalezas plenamente
distintas, pero plenamente unidas.
A ustedes quizás estos temas les parezcan cuestiones baladís sin importancia. Ofrezcamos y guardemos, no obstante, el respeto que merecen todos aquellos que vivieron,
lucharon, sufrieron persecuciones, destierro, condenas e incluso muerte por
dichas discusiones, porque por temas menores se pelean hoy los necios.
Necedad de necedades, todo es necedad.
Curiosamente la unidad de la
naturaleza corpórea y de la naturaleza anímica en el hombre, es lo que Jesús
reivindica a través del concepto de la resurrección, que sustituye al de la
transmigración de las almas que la reencarnación sostiene. Eso es lo que yo
llamaría la auténtica salvación del ser humano: el permitirle disfrutar y cuidar de sus
dos elementos esenciales y distintos, que forman parte de él indivisa, indisoluble, inmutable, sin poder confundirse. ¿Le convierte su alma en Dios? No. Pero
su alma forma parte de Él y puede fundirse con Él. Por eso es importante que el hombre cuide su alma y cuide el alma del mundo. ¿Le convierte su cuerpo en un gusano? No.
Pero su cuerpo forma parte de la Naturaleza y puede fundirse con ella. Por eso
es importante que cuide su cuerpo y lo proteja tanto como lo es cuidar a la Naturaleza y
protegerla. Nunca entenderé el miedo a llamar a las cosas por su nombre,
habiendo tan poco temor como hay a insultar al prójimo, a declarar hereje a
todo aquel que “no comulgue” con las teorías dominantes y a censurar cualquier
libro que se oponga al Poder establecido.
La filosofía perenne es algo que todas las culturas primeras de la
humanidad conocen, cristianismo incluido. Es Jesucristo el que introduce a sus
congéneres en conocimientos ocultos. Tenía que decir sin hablar, y mostrar sin
enseñar; por eso los Evangelios, - los haya escrito quien los haya escrito y los
haya escrito cuando los haya escrito, son los únicos que dan cuenta del mensaje
de Jesús. Es interesante constatar que los Evangelios aceptan innumerables interpretaciones
diferentes y que la doctrina esotérica que allí se transmite aparece realmente
desordenada. La razón de esto se encuentra muy probablemente en aquello de lo
que siglos más tarde avisaría Leo Strauss: el escritor que tiene algo que decir, tiene
también muchos peligros que sortear; por eso cuando escribe, escribe entre
líneas para el lector inteligente.
La expresión “lector inteligente” tal y como Strauss la utiliza es
interesante por al menos tres motivos. En primer lugar, porque la
característica primordial del lector inteligente es la de trascender la actitud
pasiva que implica leer – recibir el mensaje tal y como se le presenta – para
convertirse en una actitud activa primaria: la de “saber penetrar” aquello que
se le ofrece en un cofre cerrado. Ello apela a la “atención” del que lee, eso
que ahora se conoce bajo el nombre de “concentración intencional” (nominalismo,
ya saben) tanto como a superar el nivel de lo superficial. Esto es: el lector
inteligente únicamente puede penetrar en lo desconocido abandonando el estadio
de las apariencias. Segundo, porque la impresión que se tiene es que la
expresión “lector inteligente” encierra una mera redundancia, puesto que
cualquiera que lee un libro de un determinado nivel intelectual, ha de ser por
fuerza, inteligente o dejará la obra antes de haber terminado el prólogo.
Strauss hubiera podido muy bien decir que los únicos que entienden al escritor
inteligente son los hombres inteligentes- así, sin más. En vez de eso escribió:
“lector inteligente”. Y he aquí que el bueno de Leo ya está enviando una señal
que sólo unos cuantos pueden entender: no el hombre que lee un libro para
coleccionar libros leídos es el que comprende al escritor que lo ha escrito, no
el hombre que lee sin más “Los Evangelios”, o “el libro de los
muertos” egipcio, o el Leviatán, de Hobbes, por poner distintos
ejemplos, entenderá al autor. El “lector inteligente” es aquel que cuando lee
un libro lo lee entre líneas. Pero no nos engañemos: el “lector inteligente” no
es ese que únicamente lee un libro entre líneas. “Lector” es aquél que lee
muchos libros entre líneas. Para eso se necesita soledad en comunicación,
soledad dinámica, soledad en movimiento. Esto es: soledad que pone en contacto
la información que se ha obtenido de esa lectura “entre líneas”.
Aceptémoslo: Strauss venía del mundo del que venía: de aquél en el que los hombres como él habitaban juntos en su torre de marfil; allí donde también habitaban Kelsen y Carl Schmitt. Sus disputas eran salvajes porque su saber sobrepasaba sus fuerzas humanas y no tenían forma de digerirlo adecuadamente – procesarlo, se diría hoy en día. Los límites humanos de ingerir saber le imponen la necesidad de descansar durante el tiempo de la digestión: eso y no otra cosa es la reflexión. Pero aquellos hombres prefirieron convertir la reflexión – que se caracteriza por ser individual y privada- antes de transformarse en diálogo con otros hombres que, a su vez, también reflexionado en la soledad de su estancia, en un constante torneo exclusivo de los caballeros de la mesa redonda del saber, que era, sin duda alguna, más divertido. Lo que hubiera debido de ser un entrenamiento de los caballeros del saber para luchar contra los bárbaros de la necedad se transformó así en un juego retórico a base de paradojas e ironías y en el que el diletantismo y las ocurrencias ocupaban un lugar privilegiado. En un juego de tales características nadie se tomaba muy en serio a sí mismo. Llegó un momento en que la ironía y el no tomarse en serio se tornó en cinismo. Nietzsche el profeta fue el primero en avisar del peligro, pero, como suele acontecer a la mayoría de los profetas, pocos le escucharon y menos aún le comprendieron.
Con la expresión “lector inteligente”, Strauss - seguía llevando en su
corazón al mundo del que procedía: a ése que se concentraba en los torneos de
los caballeros de la mesa redonda. Torneos que aquellos caballeros habían
creado a fin de tener una justificación irrebatible que los excusara de la pesa
carga de recluirse en sus aposentos a meditar – igual que los monjes se habían
convertido en soldados para salir de sus celdas y de este modo obviar la
oración en soledad – que es otra forma de introspección, pensamiento y
ponderación. Aquellos caballeros estaban procrastinando la tarea a la que
hubieran debido dedicarse y que consistía en la necesaria reflexión individual
que ese alud de conocimiento que poseían reclamaba. Cuando la torre de marfil
empezó a tambalearse el concertado torneo se convirtió en desconcertada
sorpresa.
Dudo que Strauss fuera consciente de la falta en la que él y los de su
generación de la torre de marfil habían caído, por más que Albert Schweitzer
intentara explicárselo a través de su obra y de su correspondencia a todos
ellos, Husserl incluido. Husserl vislumbró algo y buscó como Diógenes
con su lámpara en pleno día una solución visible a partir de su fenomenología.
Strauss, en cambio, decidió proponer un acertijo a las futuras generaciones de Odiseos:
el de averiguar qué es un “lector inteligente” y una tarea: la de serlo. Y al
igual que en el acertijo de la Esfinge, la respuesta se encuentra en el
acertijo mismo. Oculta. En lo que a la labor respecta, eso es algo que muchos,
de entrada, se niegan a afrontar, lo cual significa que hoy como ayer es cosa
de pocos.
Pero Strauss era consciente de que tenía un legado que dejar. Leo Strauss
sabía lo que sabía y no estaba en absoluto dispuesto a dar pan blando a
aquellos que habían de prepararse para un viaje iniciático. Por eso hizo creer
que la expresión “lector” aludía al hombre que leía una obra, cuando en
realidad apelaba a aquella persona que lee mucho; al lector constante.
Constante, no compulsivo. ¡Qué vulgaridad algo así!
Por otra parte, parecía que Strauss
limitaba el concepto “inteligente” a la facultad de comprensión plena de la obra,
cuando lo que en realidad pretendía era ocultar el verdadero significado que
entraña el término “inteligente” y que consiste en la capacidad de unir, de
conectar, diferentes narrativas de distintos autores, distintos testimonios de diferentes obras. Encontrar la unidad en ideas plurales, al
tiempo que separar y desgranar “piñas” cognitivas o, lo que es lo mismo, las divergencia de caminos en teorías que se agrupan bajo una misma escuela, o una misma dirección.
Bien. Han pasado unas cuantas generaciones desde que Strauss escribiera lo
que escribió. Posiblemente a todos ellos les daría un infarto si supieran en qué
han sido convertidos él y todos los demás por sus intérpretes. En realidad, no
serían los primeros a quienes les sucediera algo así. Como aparece en “The Oxford Handbook of The
History of Phenomenology.” Edited by Dan Zahavi.
ISBN 978-0-19-875534-0, eISBN 978-0-19-107181-2, en el Capítulo 3
escrito por Sebastian Luft, titulado: Kant, Neo-Kantianism, and
Phenomenology
“The influential Kant interpretation beginning
in the 1870s would, by the beginning of the twentieth century, become
“canonical”. These readings that seem to be part of Kant´s “DNA” were in fact
the result of some eighty years of Kant scholarship reaching back to the
debates in the nineteenth century waged by Trendelenburg, Fischer, and Cohen.
As a result, the brand “neo-Kantianism” took on its own character, divorced
from some of Kant´s claims. This makes it even harder to assess the
relationship between Kant, neo-Kantianism, and phenomenology, hardly a homogenous
category itself. As a result of this historical situation in which
phenomenology evolved, many phenomenological interpretations of Kant were
attempts to go back to the “true” Kant that the neo-Kantian “scholastics” had
obfuscated. While some phenomenologists
were attempting to establish an openly anti-Kantian philosophy in the name of
phenomenology, others wanted to turn to the allegedly “real” Kant and were
anti-neo-Kantians, over issues that Kant would have found incomprehensible. All
of these considerations make it clear that an assessment of the Kantian and
neo-Kantian influence on phenomenology is tricky.”
De todos ellos, fue posiblemente Albert Schweitzer uno de los primeros en
comprender que la Filosofía y con ella las ciencias, estaban rotas y
fragmentadas. El bueno de Husserl deseó con todas sus fuerzas unir los pedazos,
reconstruirlos. El optimismo de Husserl era distinto del de Schweitzer.
Schweitzer pretendía un optimismo ético, pero de su lectura puede deducirse que
es un planteamiento individual, personal e intransferible encaminado en primera
instancia a la supervivencia del individuo, especialmente cuando se atiende a
su idea de que únicamente el hombre que posee un trozo de tierra al que puede
llamar suyo, es un hombre libre; es decir: un hombre es libre cuando su
supervivencia no depende de otros, sino exclusivamente de él y de la naturaleza.
Los planteamientos de Husserl son otros muy distintos. Es el del hombre que
quiere seguir creyendo que hay una solución para la sociedad en medio de las
cenizas.
En the Kaizo, 1923 escribe: “Diesen Glauben, der uns und unsere
Väter hob und der sich auf die Nationen übertrug, die wie die japanische sich
erst in neuester Zeit der europäischen Kulturarbeit anschlossen, haben wir,
haben weiteste Volkskreise verloren. War er schon vor dem Kriege schwankend
geworden, so ist jetzt völlig zusammengebrochen. Als freie Menschen stehen wir
vor dieser Tatsache; sie muß uns praktisch bestimmen. (…) Sollen wir warten, ob
diese Kultur nicht von selbst in ihrem Zufallspiel wertzeugender und wertzerstörender
Kräfte gesunde? Sollen wir den „Untergang des Abendlandes“ als ein Fatum über
uns ergehen lassen? Dieses Fatum ist nur, wenn wir passiv zusehen -passiv
zusehen könnten. Aber das können auch die nicht, die uns das Fatum verkünden.
(…) steht Vernünftigkeit nicht in unserer Macht? Das sind chimärische Ziele,
werden freilich die Pessimisten und „Realpolitiker“ einwenden.
(…) Ebendasselbe werden wir, ohne uns durch einen schwächlichen Pessimismus
und ideallosen „Realismus“ beirren zu lassen, auch für den „Menschen im
Großen“, für die weiteren und weitesten Gemeinschaften nicht unbesehen für
unmöglich erachten dürfen, und die gleiche Kampfesgesinnung in Richtung auf
eine bessere Menschheit und eine echt humane Kultur werden wir als eine
absolute ethische Forderung anerkennen müssen. (…) Reich des Geistes bzw. der
Humanität, aber sie sind durchaus empirische und „bloß“ empirische
Wissenschaften. (…) Hier fehlt eben die parallele apriorische Wissenschaft, sozusagen
die mathesis des Geistes und de Humanität; es fehlt das wissenschaftlich
entfaltete System der rein rationalen, der im „Wesen“ des Menschen wurzelnden
„apriorischen“ Wahrheiten, die als der reine Logos der Methode in die
geisteswissenschaftliche Empirie in einem ähnlichen Sinne theoretische
Rationalität hineinbrächten und in einem ähnlichen Sinne rationale Erklärung
empirische Naturwissenschaft als mathematisch theoretisierende und somit
rational erklärende möglich gemacht hat.
El propósito de Husserl es recuperar la creencia perdida, recordar la
olvidada “Humanidad”, apelar a la necesidad de una ética social que nazca de
una moral individual y conseguir aquello que su amigo Dilthey y algunos otros
intentaron: dotar a las ciencias humanas de una consistencia estable, racional,
“matemática”, por así decirlo; y ello incluso, si para ello había que reducir
su campo de alcance, como inútilmente trató Wittgenstein. ¿Pero cuando la Fe se ha perdido, cuando el
sentido de Humanidad se ha perdido, cuando – las religiones del materialismo,
del nihilismo y del nihilismo materialista se han apropiado de cada rincón y el
hombre aparece simplemente como el animal depredador más inteligente y
despiadado de la Naturaleza ¿sirve de algo la matemática, la lógica y la razón
excepto para matar con más precisión? ¿Es la crisis de la Humanidad una crisis
de las ciencias?
Esa más o menos viene a ser la pregunta que se hace en “The Crisis of
European Sciences and Transcendental Phenomenology”, (translated, with an
Introduction, by David Carr, Nortwestern University Press Evanston 1970 ISBN
0-8101-0458-X,) Husserl empieza el primer capítulo con la pregunta: “Is
there, in view of their constant successes, really a crisis of the sciencies?”
Y el título del segundo explica el sentido de la pregunta anterior: “The
positivistic reduction of the idea of science to mere factual science. The “crisis” of science as the loss
of its meaning for life.” La pregunta última que se formula allí es : “But can the world, and
human existence in it, truthfully have a meaning if the sciences recognize as
true only what is objectively established in this fashion, and if history has
nothing more to teach us than that all the shapes of the spiritual world, all
the conditions of life, ideals, norms upon which man relies, form and dissolve
themselves like fleeting waves, that it always was and ever will be so, that
again and again reason must turn into nonsense, and well-being into misery? Can we console
ourselves with that? Can we live in this world, where historical occurrence is
nothing but an unending concatenation of illusory progress and bitter
disappointment?” En el tercer capítulo de su obra Husserl expone dónde se
encuentra la solución al problema: “The founding of the autonomy of
European humanity through the new formulation of the idea of philosophy in the
Renaissance.” La idea que aquí se plasma es clara: “In the
Renaissance, as is well known, European humanity brings about a revolutionary
change. It turns against its previous way of existing -the medieval- and
disowns it, seeking to shape itself anew in freedom. Its admired model is
ancient humanity. This mode of existence is what it wishes to reproduce in
itself. What does it hold to be essential to ancient man? After some hesitation,
nothing less than the “philosophical” form of existence: freely giving oneself,
one´s whole live, its rule through pure reason or through philosophy.
Theoretical philosophy is primary. A superior survey of the world must be
launched, unfettered by myth and the whole tradition: universal knowledge,
absolutely free from prejudice, of the world and man, ultimately recognizing in
the world its inherent reason and teleology and its highest principle, God.
Philosophy as theory frees not only the theorist but any philosophically
educated person. And theoretical autonomy is followed by practical autonomy.
According to the guiding ideal of the Renaissance, ancient man forms himself
with insight through free reason. For this renewed “Platonism” this means not
only that man should be changed ethically (but that) the whole human
surrounding world, the political and social existence of mankind, must be
fashioned anew through free reason, through the insights of a universal
philosophy. In accordance with this ancient model, recognized at first only by
individuals and small groups, a theoretical philosophy should again be
developed which was not to be taken over blindly from the tradition but must
grow out of independent inquiry and criticism. It must be emphasized here that
the idea of philosophy handed down from the ancients is not the concept of
present-day schoolbooks, merely comprising a group of disciplines; (…) Sciences
in the plural, all those sciences ever to be established or already under
construction, are but dependent branches of the One Philosophy. (…) Positivism, in a manner of speaking,
decapites philosophy.”
Según Husserl el problema de la unidad de la filosofía, el proceso de su
disolución interior, comienza con el problema de la posibilidad de la
metafísica. En el
capítulo titulado “The ideal of universal philosophy and the process of its
inner dissolution” Husserl escribe lo siguiente: “Philosophy became a
problem for itself, at first, understandably, in the form of the (problem of
the) possibility of a metaphysics; and, following what we said earlier, this
concerned implicitly the meaning and possibility of the whole problematics of
reason. As for the positive sciences, at first, they were untouchable. Yet the
problem of a possible methaphysics also encompassed eo ipso that of the
possibility of the factual sciences, since these had their relational meaning
-that of truths merely for areas of what is- in the indivisible unity of
philosophy. (…) Thus the crisis of philosophy implies the crisis of all modern
sciences as members of the philosophical universe: at first a latent, then a
more and more prominent crisis of European humanity itself in respect to the
total meaningfulness of its cultural life, its total “Existenz.” Skepticism
about the possibility of metaphysics, the collapse of the belief in a universal
philosophy as the guide for the new man, actually represents a collapse of the
belief in “reason,” understood as the ancients opposed epistēmē to doxa. It is reason which ultimately gives
meaning to everything that is thought to be, all things, values, and ends –
their meaning understood as their normative relatedness to what since the
beginnings of philosophy, is meant by the word “truth” -truth in itself- and
correlatively the term “what is” – ὂντως ὂν. Along
with this falls the faith in “absolute” reason, through which the world has its
meaning, the faith in the meaning of historiy, of humanity, the faith in man´s
freedom, that is, his capacity to secure rational meaning for his individual
and common human existence.
If man loses his faith, it means nothing less than the loss of faith “in
himself”, in his own true being. This true being is not something he always
already has, with the self-evidence of the “I am,” but something he only has
and can have in the form of the struggle for his truth, the struggle to make
himself true. True being is everywhere an ideal goal, a task of epistēmē or
“reason”, as opposed to being which through doxa is merely thought to be,
unquestioned and “obvious.” Basically every person is acquainted with this
difference -one related to his true and genuine humanity -just as truth as a
goal or task is not unknown to him even in everyday life -though here it is
merely isolated and relative.
La disolución de
la Filosofía es algo que Albert Schweitzer y otros señalan en sus obras. En realidad,
la Filosofía, como dice McIntyre en su “After Virtue” quedó rota en el
Renacimiento, cuando Lutero rompió la teología medieval. Pero, en mi opinión,
no por las razones que McIntyre esgrime. No el cisma (reforma) dentro de la
Iglesia, ni el individualismo luterano fueron los que provocaron la ruptura. Si
atendemos a los diferentes Concilios lo que allí se ve son una sucesión de
cismas de más o menos importancia. Cuando se produce el Cisma protestante la
Iglesia había superado incluso la coexistencia de dos Papas enfrentados entre
sí.
Seamos claros: lo
que provocó la absoluta ruptura fue la traición de Lutero a todos aquellos que
le habían elegido para que llevar a cabo una tarea que, a decir de muchos,
llevaba gestándose desde al menos los tiempos de los cátaros, si no antes: la
renovación del espíritu cristiano que había sido mancillado prácticamente desde
sus inicios por los llamados “Padres de la Iglesia”. Padres de la
Iglesia y destructores del cristianismo.
La traición de Lutero
tiene dos fases: La primera es que él, que pertenece a la orden de San
Agustín, toma para su reforma-cisma a San Pablo como gran figura de
su acto, sin olvidar a San Agustín. La segunda es que deja fuera de su “nueva
Iglesia” a la tradicional mística cristiana y con ello al antiguo saber en el
que ésta hundía sus raíces. Con ello queda a la intemperie no sólo el espíritu
genuino cristiano, sino el conocimiento más profundo de la filosofía perenne.
A partir de ahí,
lo queramos o no, la amenaza de la destrucción de la Humanidad se convirtió en
algo más que en una simple profecía. Era un riesgo real y constante.
Pero esto es algo
que hay que explicar detalladamente.
Primera Fase: Introducción de San Agustín y de San Pablo como figuras
centrales en el movimiento de la Reforma Luterana. (Igual que había hecho en su
día la Iglesia Católica)
En primer lugar, ambos, San Pablo y San Agustín, se convierten desde posiciones antagónicas al cristianismo. San Agustín había sido maniqueo. Lo esencial al maniqueísmo no es simplemente que separe en Bien y en Mal, división a la que -aceptémoslo- cualquier posición religiosa e ideológica tiende a hacer; de ahí la constante apelación al diálogo y al entendimiento. No. Lo que constituye la esencia del maniqueísmo es la consideración de que el cuerpo es de la oscuridad y el alma es del reino de la luz y por tanto hay que despreciar el cuerpo y practicar el ascetismo. Contra esto San Agustín nunca tuvo nada en contra, ni siquiera una vez después de su conversión. Lo que con toda probabilidad molestaba a San Agustín era que, puesto que el mal dominaba en la vida, los males que se habían cometido no eran producto del uso de la libre voluntad; por tanto, no se les podía pedir responsabilidad por los males cometidos. Cuando uno se convierte, se convierte desde sus propias posiciones. Por eso no de extrañar que el San Agustín convertido escribiera acerca de las dos ciudades: la de Dios y la ciudad terrena, que es una separación que había interiorizado como maniqueo. Esta idea de San Agustín no coincide en absoluto con la idea de Jesucristo para el cual Cosmos y Tierra, Padre e Hijo, aparecen unidos indisolublemente, porque esencia identica o distinta, Jesús ha sido engendrado por Dios. La de Jesús no es una concepción panteísta. Él, como Logo, es anterior a la creación.
Pero, y esto es lo que San Agustín obvia, es que el Hijo Jesús es una persona única, resultado de la unión inseparable de sus dos naturalezas. San Agustín, en cambio, acepta del maniqueísmo la separación del cuerpo y del alma y al cuerpo le sigue considerando perteneciente al mundo de las sombras y al alma perteneciente al mundo de la luz. San Agustín sigue manteniéndose fiel a la tesis maniqueísta, que desgarra a la naturaleza del Hombre. Lo despedaza. A partir de ahí, el hombre es un ser escindido en sí mismo. El inicio de una tragedia que dura hasta nuestros días.
La verdadera
realidad real que Jesús predica en Los Evangelios es que uno no está separado entre ciudad terrenal y ciudad de
Dios. Uno está aquí sabiendo que va hacia allá, desde aquí. Jesús toma bastante
en serio los asuntos terrenales como el comer, el beber e incluso los pequeños
placeres de la vida como es el uso de perfumes. Incluso es capaz de mostrarse
comprensivo ante la lascivia, no sólo de los hombres sino incluso de las
mujeres. ¿Por qué? Porque lo que más preocupa a Jesús no son los pecados
terrenales sino la conciencia de la existencia de Dios, y justamente, la conciencia
de que estamos dentro de un cosmos en el que todo está unido con todo porque
todos somos hijos de Dios y porque todos formamos parte de lo creado. Los pecados terrenos considerados en colectivo
no es algo que interese a Jesús, aceptémoslo. “Pobres tendréis siempre”, llega
a decir Jesús. Donde está claro que “Pobres” es un colectivo sin rostro. Nada
que ver con el necesitado individual y concreto que se le acerca a pedirle
ayuda y al que Jesús se la concede. Lo mismo pasa con los pecados. Los pecados
en colectivo son insignificantes, sencillamente porque es el “vete y no peque
más” al pecador determinado y presente que se le acerca lo que a Jesús le
importa. Jesús desprecia a los colectivos tanto como ama a los individuales.
Los colectivos no tienen ni cuerpo ni alma. Cuando se cree que son cuerpo, son
autómatas y cuando se cree que son almas, son fantasmagorías. No “Pueblo de
Dios” sino “hombre de Dios”, es lo que predica Jesús cuando predica al pueblo.
No obstante, aunque
Jesús habla única y exclusivamente al individuo, la toma de conciencia del
individuo de la existencia de otro individuo individual “aquí y ahora” como él,
(que no tiene nada que ver con el abstracto “ser humano”), es lo que Jesús
llama prójimo. Al tomar en serio a ese “tú” que tiene ante él, el individuo
queda situado ante Dios Padre Universal que es considerado por algunos teólogos
como el Tú más radical.
De ahí que Jesús establezca
abismos entre el prójimo conocido y aceptado y el hombre desconocido del que se
ignora lo que guarda en su corazón. Dios es el prójimo, lo conocido, aquello en
lo que podemos confiar. En cambio, el hombre desconocido es el mal que espera su ocasión, el desconocido es el
hombre sin rostro cuyas intenciones se desconocen y puede pretender
escandalizar a nuestros pequeños. El hombre malo en los Evangelios guarda una extraña similitud
con el colectivo: ni el uno ni el otro tienen rostro. Del hombre malo con
rostro Jesús hace lo que siempre se ha hecho: alejarse de él. Jesús predica la vigilancia para evitar que el
mal, aquello que no conocemos, pero que sabemos que existe y que acecha, se
introduzca en su mansión. Jesús es un protector de lo suyo, pero – tengámoslo
presente: Jesús no es un comunitarista. Jesús es un individualista.
La cohesión interna del
individuo consigo mismo, la relevancia del prójimo y la vigilancia contra el mal son tres de
las razones por las que el concepto de las dos ciudades no hubiera terminado de
convencer a Jesús nunca. Cuando Jesús afirma al “César lo que es del César y a
Dios lo que es de Dios “, está negando justamente la escisión del individuo en
dos: la terrena y la espiritual. Es el hombre entero, el hombre internamente unido, el que dirige su interés a un tema o a otro tema. Son los temas los que están separados, no la persona. Como puede observarse, la postmodernidad, no tiene cabida en el mensaje de Jesús. La unidad del individuo consigo mismo, sin embargo, es uno de los axiomas fundamentales de su doctrina. Por esto mismo, las tesis de San Agustín que afirman la división entre creencia y
razón, entre creyente y ciudadano le resultarían a Jesús sofismas. El individuo
desgarrado es el individuo que se comporta como el burro de Buridán: no sabe si
dirigirse a la izquierda o a la derecha y termina muerto de hambre.
Lejos de hacer
del individuo un hombre desgarrado, la doctrina de Jesús afirma que el
individuo es un uno firme y cohesionado en sí mismo por el amor recíproco entre
él y Dios y que busca cohesionarse con el Absoluto Padre en cuerpo y alma,
porque es en cuerpo y alma como resucitará.
En tanto que el
individuo es un uno firme y cohesionado tampoco existe en él separación entre
razón y fe, puesto que ambas coinciden en un único concepto: el tercer ojo, al
que Jesús llama “corazón” y que es el órgano que le capacita para “ver” y “oír”
la Verdad del Absoluto. El “corazón” mantiene cohesionado al individuo en su
ser en cualquier vicisitud, incluso allí donde es abandonado hasta por su
mismísimo Padre. Es el tercer ojo, el ojo que todo lo ve, el ojo que mantiene
al individuo en su unidad compacta. Lo que Jesús denomina “corazón” es ese tercer
ojo del que todos hablan como si fuera un órgano misterioso situado en no sé
qué glándula entre los dos ojos orgánicos, únicamente porque la cultura india
lo sitúa allí en sus pinturas. El tercer ojo es puesto allí como símbolo, no
como realidad. Lo que Jesús denomina “corazón” es ese tercer ojo que ve incluso
cuando sangra, pero que cuando es cegado por el odio o por el tormento o por la
tristeza destroza al individuo por completo. Por eso Fe y Razón no son dos ojos
que haya que armonizar, porque el principio armonizador, unificador y
cohesionador del individuo se encuentra en el tercer ojo, al que Jesús llama “corazón”:
el "órgano" que capacita al individuo a encontrar su principio personal junto con
el principio que lo une con el Absoluto. Es el templo es donde se encuentran el
cuerpo y el alma. El templo es la representación en piedra de lo que Jesús
denomina “corazón”. Allí no hay cabida para comerciantes ni asuntos mundanos.
Lo importante en
el mensaje de Jesús es que el individuo en su unicidad tome conciencia de que
es un ser aquí y ahora que trasciende al Absoluto. Tan importante es que
considere este “aquí y ahora” en serio, como que se preocupe consciente y
honestamente de su trascendencia al Absoluto. Por eso tampoco le preocupa el tema
de las dos ciudades. Le resulta indiferente si Roma o cualquier otro Estado es
eterno y divino, o no, que es, en cambio, lo que sí preocupa al San Agustín que
asiste impotente al desplome de su ciudad terrena: Roma.
Todo esto es
obviado por San Agustín, que hace del individuo un ser desgarrado entre Dios y
el César, y convierte al César en una especie de aristo de aristos llamado a
dotar a la nación de un valor espiritual, eterno y trascendente. San Agustín se
revela como un político que hunde sus creencias en la filosofía platónica. La
filosofía platónica se caracteriza por varios elementos: en cuestiones
políticas es tiránica y colectivista desde sus cimientos. En cuanto el dejar el
gobierno a los mejores, esto es: en manos de la meritocracia, recordemos que el
sucesor de Platón en su Academia fue, ironía de ironías, su sobrino Espeusipo y
no Aristóteles. En cuestiones metafísicas separa entre mundo de las ideas y
mundo terreno, o lo que es lo mismo: entre alma y cuerpo. Hay un segundo Padre
de la Iglesia empeñado en esa separación: San Pablo. (Reina Valera 1960. 2Corintios
5, 8: “pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del
cuerpo, y presentes al Señor.”)
En cambio, nada
de eso hay en Jesús que, por vez primera en la historia de las religiones,
sustituye el concepto de reencarnación por el de resurrección. Con ello, además,
señala, como hemos visto, la unidad entre cuerpo y alma.
Pero hete aquí
que Lutero era de la orden de los agustinos. Así que su forma de pensar y de “ver”
el mundo está impregnada de esa idea agustiniana de la ciudad terrenal como la
ciudad en la que hay más pecado que otra cosa, así como de la cuestión política
de que el Estado ha de ser religioso. Unan ustedes ambas tesis: la separación
del sujeto por un lado y la necesidad de un Estado teocrático por otro. Y así
es como se entiende esa historia del “príncipe del mundo” de Lutero
en su obra “De servo arbitrio”.
Por mucho que
Lutero apele una y otra vez a la Fe, y reclame al individuo para oponerlo al
dominio centralista de la Iglesia Católica, al final le resulta imposible
conciliar al individuo (y a su libertad) con la presencia del “príncipe del
mundo” y la predestinación. La libertad del individuo termina, pues,
transformándose en un tipo de libertad: la política. En honor a San Agustín,
claro. (“Así, la palabra de Dios y las tradiciones luchan entre sí con
implacable discordia, de igual manera como Dios mismo y Satanás combaten el uno
al otro, y uno destruye e invalida las obras del otro como cuando dos reyes
asolan uno el país del otro”. (De servo arbitrio, pg 22. Lutero Pdf.)
Pero hete aquí que esta lucha no sólo tiene lugar en el exterior, sino también
en el interior del individuo. No sólo en el mundo sino también dentro del
individuo es donde Dios mismo y Satanás combaten el uno contra el otro. Como
cuando dos reyes asolan uno el país del otro, escribe Lutero.
¿De dónde ha
sacado Lutero esta dramática lucha que además posee un doble carácter: interior
y exterior? Ambos tipos de combate
proceden de las teorías de San Agustín, no del Evangelio. San Agustín sostenía
que el movimiento no sólo es espacial: también transcurre en el interior. Pero
hete aquí que donde hay movimiento uno se encuentra con obstáculos. La lucha
interior entre las sombras y la luz acontece también en el interior. Esa es la
relación entre las dos ciudades.
En el Evangelio
de Jesús no hay ni desgarramiento ni lucha. En Jesús la batalla se acaba pronto: Basta con
decir “no”. Y decir “no” en el Evangelio resulta cosa fácil. ¿Han leído ustedes
la parte de Jesús en el desierto enfrentándose al demonio? Encuentro breve y
sin grandes dramatismos. ¿Por qué?
Porque allí no hay lucha que valga; la confrontación entre dos reyes en el
interior del corazón es inexistente porque el individuo es uno, cohesionado y
compacto. Jesús no tiene que combatir a Satanás. ¡Qué cosas! Basta con decir
“no” a las tentaciones, que es lo que él hace.
La cuestión de la
predestinación, tan importante en Lutero es, en Jesús impensable. Fuerza es decir, además, que la
predestinación, cuando se habla al mismo tiempo de la lucha entre Dios y Satán
resulta de difícil explicación. Se trata de decir “no” a las tentaciones que
sabemos que vienen del mal. ¿Debilidad? ¿Qué debilidad? La debilidad de la
inseguridad sólo es posible con la seguridad del que sabe perfectamente que el
camino arriba y abajo es el mismo, pero que las direcciones arriba y abajo son
diferentes. Y que él toma la dirección ascendente y trascendente. El camino da
igual; el transporte, seguramente también. El lugar de llegada al Trascendente
ascendente, sin duda. “La casa de mi Padre tiene muchas moradas”, ¿recuerdan?
Lo importante es llegar. Y para eso hay que decir por aquí sí; por aquí, no. Y
si uno se equivoca, pues rectifica y no pasa nada. A veces, a uno en las montañas
le pasa lo que a mí suele acaecerme: que elijo siempre los caminos más
difíciles sin saber ni cómo. Entonces una de tres: o Jorge se hace cargo de mí
y viene a buscarme para decirme por dónde tengo que ir, o intento subir a lo
desesperado o, después de haber agotado mis fuerzas en intentos inútiles, no me
queda más remedio que bajar y buscar nuevas posibilidades. ¿Dudar? No me
fastidien. Dudar no dudo. Sé a dónde voy y se adónde he de llegar, sé que mis
amigos están por algún lado de este mundo, pero también sé que no voy por el
lugar más adecuado y he de buscar soluciones. Soluciones; no luchas internas.
¡Pues sólo faltaría que en medio del problema uno empezara con el to be or
not to be o qué he hecho yo para merecer esto o mundo porca
miseria! Y lo sé porque el ángel de la muerte vino a buscarme, a lanzarme
un reto y yo lo acepté. Lo acepté pese a las advertencias de mi ángel de la
guarda; lo acepté porque era de fundamental importancia aceptarlo. Porque no
había otro remedio. Lo mismo, supongo, le pasó a Jesús – sin pretender
igualarme con él, no me sean sacaquicios. Hay momentos en los que uno
debe aceptar el reto del ángel de la muerte, avenirse a bajar a los infiernos y
en cuanto uno se da cuenta de que por esos milagros del universo vive subir y seguir
andando. Mucho más no hay. Sin embargo, qué bien tener en aquellos momentos,
cuando acababa de bajar a los infiernos, el roce del ángel de la vida
recordándome que tenía que subir y seguir; qué bien tener fe en la Vida con
mayúscula, que bien haber mantenido e incluso fortalecido la fe en la
trascendencia recordándome que hay que subir nuevamente, y que bien, a qué
negarlo, tener en aquellos momentos, recién acabada de subir al terrenal mundo,
la presencia de unos pocos amigos.
En fin, que San Agustín
deforma los Evangelios, los intelectualiza y los politiza. Y Lutero toma a San
Agustín de base por más que vea que “algo” falla a la hora de explicar la
cuestión del mal. Como escribí en mi entrada del Blog de la semana, “Lutero
ofrece dos explicaciones a lo largo de su obra. La primera es que el hombre es
un caballo y a sus espaldas cabalgan Dios o Satán. De ahí que la salvación no
dependa del individuo mismo. Hay una parte en la que parece asegurar que Dios y
Satán se disputan el caballo, lo cual tal vez sea un primer intento para
disculpar a Dios de la existencia del mal. (Cfrse. “De servo Arbitrio”, pg 28. Lutero, pdf.)”
Realmente Lutero
tenía un gran problema con su trasfondo agustiniano. Demasiada política
exterior y demasiado desgarro en el interior a causa de pretender la separación
de lo que es inseparable: el cuerpo y el alma. Lo más que hizo Lutero al
respecto fue permitir el matrimonio a los sacerdotes y disfrutar del buen comer
y el buen beber. ¡Acabáramos! ¿Cómo es esto posible? Dentro y afuera se
encuentran Dios y Satán peleando como si de dos ejércitos enemigos se tratara,
cada cual cabalgando en su caballo-hombre. Que el protestantismo había de acentuar
su rigidez hasta convertirse en un puritanismo irrespirable era cosa
previsible. A esto había que añadir el hecho de que el caballo, claro, no sabe
qué jinete cabalga a sus espaldas, como afirma Lutero en “De servo Arbitrio”.
Pero, en cambio, sí pueden verlo los espectadores. La caza de brujas era
cuestión de tiempo.
Cosa cierta y
segura es que Lutero terminaría acudiendo a San Pablo. San Pablo es
incluso más pretencioso que San Agustín. A San Agustín la formación platónica y
la educación maniquea le libran de ser demasiado duro con sus congéneres. En
lugar de eso apela a que el movimiento ha de ser sobre todo de carácter interno,
más que espacial. Pablo, poco afín al helenismo, no está interesado por las
teorías platónicas, sino por el Poder, en concreto por el Poder sobre el
exterior. Esto es algo que ni su adiestrada retórica puede ocultar. Pablo es el
obsesionado por los pecados de la carne en vez de por los del espíritu. Pablo
es el que llama al espionaje de unos a otros, no a la vigilancia de uno mismo y
de su mansión. Pablo es el que vuelve a convocar al sanedrín para que expulse
al que no se comporte “como Dios manda” que termina siendo sinónimo, como Jesús
demostró, de “lo que yo, hombre justo, porque lo digo yo, mando”. (Reina Valera
1960 1Corintios 5:1-4: “De cierto se oye que hay entre vosotros
fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto
que alguno tiene la mujer de su padre. Y vosotros
estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese
quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?)
Pero Pablo no se
queda ahí y prosigue alegre y confiado su discurso:
“Ciertamente yo,
como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado
al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro
Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la
carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.”
¿Cómo? ¿Se atreve Pablo a decir que él está ausente
en cuerpo, pero presente en espíritu? ¡Dios mío que cosas hay que leer! ¿Es San
Pablo un fantasma? ¿Tiene la capacidad de la transmigración? ¿Cómo hay que
entender lo que ni siquiera en la Eucaristía acontece? En efecto: en la
Eucaristía no sólo está presente Jesús el Espíritu de Jesús sino el cuerpo y la
sangre de Jesús simbolizadas, con todo lo que ello significa.
La arrogancia de
Pablo no conoce límites: (Reina Valera 1960. 1Corintios 11: 31-34 : “Si,
pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados; mas
siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados
con el mundo. Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a
otros. Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis
para juicio. Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere.”)
Pablo en
espíritu, pero no en cuerpo; Pablo poniendo en orden las cosas cuando él vaya.
Pablo el imprescindible, para que las cosas funcionen. Los hombres juzgados y
condenados por el Señor, para no ser condenados con el mundo. ¿Alguien entiende
esto? Y todo, como de costumbre, dirigido no al espíritu sino al cuerpo. El
follón es que algunos que se encuentran en las comunidades empiezan a comer
antes de tiempo, otros se embriagan. Y Pablo aconseja que el que tenga hambre
que coma en casa antes. Y para esta pequeñez alude y amenaza con el juicio y el
castigo de Dios.
(Reina Valera
1960. 1Corintios 11: 3-6 “Pero quiero
que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la
mujer, y Dios la cabeza de Cristo. Todo varón que ora o profetiza con la
cabeza cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza
con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se
hubiese rapado. Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el
cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se
cubra.”)
Esto son los
temas que Pablo considera tan esenciales que incluso ha de escribir sobre
ellos; si se ha de orar con la cabeza cubierta o sin cubrir… Nuevamente
pequeñeces que en nada hubieran importado a Jesús, que en absoluto le
interesaban. Es el Espíritu el que ilumina al tercer ojo corazón, es el tercer
ojo corazón el que alumbra el camino a Dios. Y el camino es uno para cada uno
porque “muchas moradas tienen la casa de mi Padre” y además, como se ve en los
Evangelios, cada cual tiene su propio número de talentos de los que habrá de
dar cuenta. Cada uno de los suyos. Pero hete aquí que Pablo se adjudica, se
atribuye una autoridad que recuerda enormemente a la de aquellos fariseos a los
que Jesús se enfrentó una y otra vez.
San Pablo… ¡Ay
querido San Pablo! Fariseo de la comunidad de los judíos, a la vez que
ciudadano romano y además exiliado en Éfeso. ¿Para qué profundizar en la
característica que comparten todos esos exiliados que consiste en idealizar a
la patria perdida? Lo primero que aprendemos los exiliados es que “fariseo” no
es sinónimo de “judío”, lo mismo que “opus Dei” o “jesuita”, o “franciscano” no
es sinónimo de “católico español”. Esto es importante recalcarlo y recordarlo. No
obstante, habremos de admitir que la comprensión de la condición de judío
sometido a los romanos al tiempo que poseer la ciudadanía romana, que es la que
domina, resulta absolutamente compleja.
Consideremos
primero la cuestión de “fariseo”.
Según Wikipedia,
los fariseos definían que su movimiento nació en el periodo de la cautividad
babilónica (587-536 a. C.) Algunos sitúan su origen durante la dominación persa
y los consideraban sucesores de los asideos y precursores del judaísmo
rabínico. Conflictos entre fariseos y saduceos tuvieron lugar en el contexto de
conflictos sociales y religiosos más amplios y longevos entre judíos, que se
vieron empeorados por la conquista romana. Uno de tales conflictos era
cultural, entre aquellos que estaban a favor de la helenización (los saduceos)
y aquellos que se le oponían (los fariseos). Otro conflicto era
jurídico-religioso, entre quienes enfatizaban la importancia del Templo de
Jerusalén con sus ritos y cultos, y quienes enfatizaban la importancia de las
otras leyes mosaicas. Un punto de conflicto específicamente religioso tenía que
ver con interpretaciones de la torá y cómo debía aplicarse a la vida judía contemporánea,
en donde los saduceos reconocían exclusivamente a la torá escrita y rechazaban
a los Profetas, los libros sapienciales, y doctrinas tales como la Torá oral o
la resurrección de los muertos.
Encontramos,
pues, que los saduceos son pro helénicos, mientras que los fariseos, cuyo
movimiento, según ellos, había nacido en el periodo de la cautividad
babilónica, se oponían a la helenización. (Por eso, seguramente, Pablo no
sentía ningún interés ni por Platón ni por Aristóteles) Independientemente de
que su cautividad se debiera al dominio de los romanos o al de los babilónicos,
lo cierto es que el dato de nacer en cautividad me parece un dato de suma
importancia. ¿Por qué? Porque cualquier movimiento que nace en cautividad ha de
autoafirmarse para luchar contra la dominación y, por tanto, ha de
considerarse, por fuerza, mejor a lo aquello que está establecido, manteniendo,
con celo, las tradiciones que les pertenecen, aquéllas de donde proceden, y que
están siendo subyugadas por un Poder extraño a ellos. Esa es la razón que
obligaba a los fariseos a ser conservadores, tradicionalistas y sujetos a las
normas: era el pasado el que legitimaba su movimiento. De ahí que cuanto más
inamovible fuera la tradición mayor la influencia que mantendrían sobre las
nuevas generaciones. Ellos eran los que conservaban encendida la mecha de lo
que ellos consideraban la “verdadera” tradición.
Lo que Jesús les
reprocha es que la lumbre de esa mecha no es la de la tradición verdadera sino
lo que ellos han determinado que sea respetado y acatado como “tradición”. Esto
es: sus propias normas. Lo que Jesús repite una y otra vez es que su acción no
se dirige a la tradición de los profetas. Jesús dice la verdad. Por eso la acción rebelde de Jesús se
dirige a incumplir el Sabbath, a no respetarlo. Así pues, el Sabbath en los
Evangelios aparece como símbolo de las normas que han sido impuestas por los
hombres para que otros hombres les sirvan en tanto que obedecen a las normas
que ellos han impuesto.
Pero antes de continuar,
sigamos cuestionando por los orígenes de los fariseos. Como hemos visto, se
caracterizaban por mostrarse contrarios a la helenización. Las corrientes anti
helenistas eran conocidas en el judaísmo desde hacía tiempo. De hecho, en los
tiempos de los macabeos encontramos otro grupo: el de los asideos, que se opone
a la helenización. Descubramos quiénes eran los asideos. En Wikipedia se dice: “Los
asideos o hasideos (del hebreo jasidim y del griego Asidaioi, “santos” o
“piadosos”) fueron un partido religioso judío, quienes decían de sí mismos ser
los mantenedores de la Legislación de Moisés contra la invasión de las
costumbres griegas, en tiempos de los Macabeos.
No todos los seguidores de los Macabeos eran asideos; según el libro
deuterocanónico, los escribas y los asideos buscaban hacer la paz con los
sirios, mientras que los demás seguidores de los Macabeos sospechaban traición.
Sospecha fundada en el hecho de que Alcimo, sumo sacerdote, asesinó a sesenta
asideos en un día. Según 2 Mac. 14,3, el mismo Alcimo “se había contaminado
voluntariamente”, y luego testificó ante el rey Demetrio I. “los judíos
llamados asideos, encabezados por Judas Macabeo, fomentan guerras y rebeliones,
para no dejar que el reino viva en paz.” Hacia el año 150 a. C., según Flavio
Josefo, los asideos se dividirán en dos grupos bien diferenciados entre sí, los
fariseos y los esenios.
Así que de una madre: los asideos, nacen dos hijos, los fariseos y los
esenios, enfrentados desde el mismo tiempo de su concepción en el vientre de su
madre. ¡Acabáramos! No voy a decir en quiénes
estoy pensando. Ustedes también piensan en ellos.
Y hete aquí que,
por su parte, la conexión espiritual entre Juan el Bautista y Jesús es desde el
mismo tiempo del anuncio de su concepción, aunque procedan de distintas madres.
¿Por qué? Porque Juan Bautista es esenio, Jesús es esenio y, consiguientemente,
los enemigos a los que Jesús se enfrenta son los fariseos.
Y ahora, díganme
ustedes, ¿hemos de creer que San Pablo, del grupo de los fariseos, de
nacionalidad romana, exiliado judío en tiempos de la dominación romana en
Efeso, que al parecer según algunas versiones se estaba preparando para ser
rabí, ¿iba a convertirse sin más al cristianismo y renunciar de un sopetón a
toda su formación anterior, a aquella que está tan interiorizada, tan arraigada
en nosotros, que es, justamente. la que constituye nuestra personalidad y nos
define? ¡Pues claro que no! ¡Claro que no! San Pablo, consciente o
inconscientemente, utiliza el pecado, el reproche a los otros desde la posición
del que se cree justo, para imponer su visión.
Su carta a los
Corintos no tiene nada que ver con el mensaje de Cristo. Su doctrina nada que
ver con la doctrina de Cristo. El mensaje de Jesús es la unión de cuerpo y
espíritu y la transformación de ambos por la visión clara y distinta (que dirá
siglos más tarde Descartes) y esta visión se debe a la acción del Espíritu de
Dios. La Fe no es creer en aquello que no se ve. La Fe es justamente creer en
aquello que se ve con la claridad con la que únicamente el tercer ojo puede
ver. La Fe no es la decisión del que apuesta por blanco o negro, como dice
Pascal; la Fe es sencillamente Ver. Ni más ni menos. En cambio, en Pablo la Fe
es actitud correcta ante los otros, y actitud correcta tiene aquel, según San
Pablo, que sigue las pautas de San Pablo.
En el mensaje de Jesús se encuentran
reminiscencias helénicas, de la necesidad de cuidar el alma de los pequeñuelos
y pobre de aquél que los descarríe,
(Reina Valera
1960. Mateo 18, 6: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos
pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra
de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.”)
En cambio, a San
Pablo sólo le preocupan los pecados de la carne: los del comer, los del beber,
los del fornicar. Especialmente los del fornicar. El libro 1 de los Corintios
es una obsesión casi enfermiza por la fornicación. Más por la fornicación que
por la avaricia y más que por la glotonería. Más por la fornicación que por la
vagancia y la inactividad. Más por la fornicación que por la ira y la
incontinencia de carácter. Uno abre 1 Corintios y lo único que ve es una
sociedad en constante fornicación, en fornicación constante.
(Reina Valera
1960- 1 Corintios 6: 9-11: “¿No sabéis que los injustos no heredarán
el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los
adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, 10 ni
los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los
estafadores, heredarán el reino de Dios. 11 Y esto
erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya
habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de
nuestro Dios.”)
Interesante es lo
que San Pablo dice al final de este párrafo: Y esto erais algunos; mas ya
habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados
en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. Wie, bitte? ¿Cómo
es eso? ¿Han sido justificados en el nombre del Señor Jesús? ¿Por quién?
¿Por el Espíritu de nuestro Dios? ¿Justificados por el Espíritu? ¿Desde
cuándo es eso posible? ¿Quién lo dice? ¿Dónde lo pone? El Espíritu según los
Evangelios no justifica: ilumina, que es distinto. El Espíritu es el que
ilumina el tercer ojo ciego. Es el Espíritu el que concede la visión del tercer
ojo, cuando este ha dejado de ver.
Aquello que Jesús
contemplaba como simples faltas que tenían fácil solución en cuanto el tercer
ojo corazón “viera” a Dios, San Pablo lo ve como verdaderos pecados contra los
que hay que luchar. Especialmente el referido a la fornicación. Autoflagelación
habemus. Latigazos habemus.
Lo más divertido
es cuando escribe en 1 Corintios 6: 12 “Todas las cosas me son
lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no
me dejaré dominar de ninguna.” Nuevamente mis ojos se abren grandes y
enormes mientras mi voz se considera incapaz de proferir ni un solo sonido: tan
profunda es la sorpresa. Todas las cosas me son lícitas, mas no todas
convienen. Es la cuestión de ser bueno o malo una cuestión de conveniencia o
inconveniencia. ¿Se trata de ser bueno para ir al cielo? ¿Desde cuándo? Uno no
es bueno para ir al cielo, sino por amor al Padre. Eso es lo que se lee en los
Evangelios. Por más que después a Pablo no le quede más remedio que acudir al
amor, frases como están revelan sus verdaderas convicciones. Pablo es el
fundador del catolicismo materialista. De ese que reza a las ánimas del
purgatorio a cambio de la concesión de favores. De ese catolicismo
mercantilista que lleva a los mercaderes al templo, igual que en tiempos del
fariseísmo-romano.
San Pablo fue un
socavador, un underminer, un Destroyer del verdadero
cristianismo. San Agustín fue un político. Un magnífico político, todo hay que
decirlo. Pero un político, al fin y al cabo, con sus propios intereses y
objetivos acerca de lo común y de lo santo.
Y hete aquí que
es a estos dos: a Agustín y a Pablo, que son los auténticos constructores de
las estructuras de la Iglesia católica (más que cristiana, aunque la llamen
cristiana) es a los que Lutero elige para fundar la Iglesia que se oponga a los
desquiciamientos y descalabros de la Iglesia católica. Hace falta tener valor,
vaya.
En un aspecto fue
Lutero sincero, todo hay que reconocerlo: Lutero no fue, en efecto, un
cismático de la Iglesia católica. Fue lo que él dijo que era: un reformador. Su
acusación de cismático, sin embargo, no es del todo infundada. Su movimiento
cismático se dirigió a otros ámbitos, como después veremos.
Segunda Fase: Lutero deja fuera a la mística cristiana tradicional y con
ello al antiguo saber en el que ésta hundía sus raíces.
En efecto, a
partir de Lutero no sólo el espíritu genuino cristiano, sino el conocimiento
más profundo de la filosofía perenne, quedan a la intemperie.
Desde la
constitución de la Iglesia como Iglesia habían intentado fieles y grupos de
fieles rectificar el camino y dirigirse hacia el verdadero espíritu cristiano:
a aquél que Jesús había predicado y que se encuentra recogido en algo tan
sencillo como los cuatro Evangelios. Lo intentaron cuando la Iglesia introdujo
un extraño platonismo y cuando la Iglesia apeló a Aristóteles; lo hizo antes,
durante y después de la Inquisición y del vaticanismo territorial. Uno de esos
grupos, los cátaros habían apelado una y otra vez al regreso a los Evangelios.
Los templarios no les atacaron, porque la misión templaria era la
defensa del cristianismo, primero, y, segundo, porque la defensa del
cristianismo era antes que acatar las órdenes ya vinieran del mismísimo rey o
del Vaticano. Sea como fuera, de la corrupción del Poder eclesiástico, tanto
como del Poder terrenal, estaban enterados los Templarios. Por eso no es de extrañar
que fuera cierto el rumor según el cual algunos templarios se convirtieron en
cátaros y, muy posiblemente, viceversa. Cuando ambos Poderes se lanzaron sobre
ellos y les atacaron, los intelectuales huyeron en dirección a la lejana
Escocia, mientras la soldadesca se dirigía a España a proseguir la lucha contra
el infiel. El 18 de marzo de 1314 era quemado en la hoguera el Gran Maestre
Jacques de Molay, frente a la catedral de Notre Dame, en Paris, no
sin antes maldecir a sus asesinos. Llegados aquí y puestos a elucubrar, resulta
interesante que la catedral de Notre Dame se quemara justo en 2019. Es posible
que fuera una casualidad, pero si jugamos a las conspiraciones (cosa que no es
nuestra intención, pero que – a qué negarlo – de vez en cuando es incluso
divertido) hay que recordar que justo en 1319 el rey Dionisio de Portugal
fundó la orden de la caballería de Jesucristo. (La orden de Cristo), y a dicha
orden fueron traspasados los bienes de los Templarios. Interesante es que la
fundación de la nueva orden fue cuidadosamente preparada durante años, lo cual
permitió que fuera aceptada por el Papa Juan XXII sin objeción alguna. La
Orden sirvió de refugio a muchos de los Templarios huidos de Felipe IV. ¿Significa
la quema de Notre Dame, el inicio de la venganza templaria, esto es: la
desaparición del Vaticano y de la Monarquía? ¡Ah! Reconozcámoslo: las teorías
de la conspiración proporcionan el material adecuado para escribir largas
novelas de aventuras.
En fin, en 1328
nacía John Wycliffe, el que se considera precursor del protestantismo y
que ejerció una gran influencia sobre el checo Jan Hus (1369-1415). Teniendo
en cuenta la importancia de la corte checa en la guerra de los treinta años, no
hay que subestimar la importancia de Hus. Ni la de Wycliffe. Tampoco la de los
cátaros. A ellos también se les puede considerar, según Wikipedia inglesia,
parte de la pre-reforma protestante. “The Cathars
could be seen as prefiguring Protestantism in that they denied transubstantiation,
purgatory, prayers for the dead and prayers to saints. They also believed that
the scriptures should be read in the vernacular.”
En fin, que la
reforma-cisma de Lutero llevaba gestándose desde hacía mucho tiempo por
aquellas órdenes que habían entendido en su justa profundidad los Evangelios y advertido
las grandes deformaciones que habían introducido los llamados “Padres de la
Iglesia”. Seguramente pensaron que si un agustino abandonaba la orden
batallaría contra San Agustín. Craso error, desde luego. Dejar la Iglesia
Católica nunca entró en sus primeros planes. Su idea era reformar las
cuestiones económicas. Pero a medida que el contrario endurecía sus posiciones
a Lutero no le quedó más remedio que decidir entre aceptar la rendición o darse
a la lucha. “Heme aquí. No me es dable de hacerlo de otro modo”, Lutero eligió
la batalla. ¿No le era dable hacerlo de otro modo? ¿Por qué? ¿Por qué ese empeño
en la predestinación? Quizás porque había sido elegido, había aceptado la
elección y esa aceptación era vinculante, aunque él hubiera pensado en un
primer momento que la cuestión sería más burocrática que otra cosa. El
“diálogo” entre Erasmus de Rotterdam y Lutero lo muestra prudentemente, con
precaución. Un hombre que cree en la predestinación no dice “Heme aquí. No me
es dable hacerlo de otro modo ¡Qué Dios me ayude! ¡Amén!” Un hombre que cree a
pie juntillas en la predestinación sabe que haga lo que haga tiene a Dios de su
parte, o en su contra, y no se plantea mayores.
En tanto que
Lutero era un gran batallador, los que habían elegido a Lutero como adalid
habían elegido bien, de eso no cabe la menor duda. Lutero era un gran
batallador. Hasta el final. Y hasta el final peleó – y ganó… a medias - “Victoria
pírrica” se llama a eso – pero ganó. ¿Qué consiguió? La fundación de una nueva
Iglesia. Al menos hasta cierto punto, porque Lutero sólo hacía las cosas hasta
cierto punto. Pasó de súbdito de la Iglesia Católica universal a súbdito del
Príncipe local, que estaba más cerca. Pero justo porque estaba más cerca y
porque había separado las obras sociales del “hombre religioso”, o sea, la
ciudad terrenal de la ciudad de Dios, y viendo que el Príncipe local no se
andaba con chiquitas se negó a defender las revueltas de los agricultores. Ganó
una mujer y unos hijos, ganó la posibilidad de traducir la Biblia haciendo
creer que era el reformador, el inventor incluso, del alemán moderno. Y
consiguió que sus congéneres y los sucesores de sus congéneres le creyeran. No
sé cómo ni por qué. Otro, anterior a él, había sido el artífice del idioma
germano: Meister Eckhart.
Pero Meister
Eckhart al igual que el resto de los estudiosos de la Filosofía hermética,
aquellos que portaban el estandarte de la filosofía perenne, fueron alejados de
la Iglesia protestante. La intención de Lutero era construir una Iglesia espejo
de la católica. Ése fue su modo de entender su lealtad y su fidelidad a los
representantes de la Filosofía hermética, de la filosofía perenne, a los que
había jurado sus servicios.
A partir de ahí, lo queramos o no, la amenaza de la destrucción de la
Humanidad se convirtió en algo más que en una simple profecía. Era un riesgo
real y constante.
Imaginen ustedes
la situación. Por un lado, los verdaderos portadores de la estrella de luz
tuvieron que silenciar sus voces y poco más tarde debieron incluso que
esconderse en los sótanos de los palacios, a fin de no ser descubiertos, porque
a la tradicional acusación de herejía, típica de la Iglesia católica, se unía
ahora la acusación de brujería, de la nueva Iglesia protestante. Era
comprensible. Una Iglesia apoyada en los pilares de las enseñanzas de San Pablo
y de San Agustín no podía comportarse de otra manera. Seguir las doctrinas de
San Pablo les convertía al mismo tiempo en justos y en jueces, esto es: en
justos jueces, capaces de juzgar a todos los otros. Seguir a San Agustín
significaba admitir que había un mundo de la luz y un mundo de las sombras.
Lutero determinó que el hombre era un caballo ignorante del jinete que
cabalgaba a sus espaldas: si Dios o el Diablo. El caballo, en efecto, no podía
ver a quién llevaba él, pero sí, en cambio, podía ver quién era el jinete que
montaba a los lomos del caballo de al lado. Y siguiendo los consejos de San
Pablo había que deshacerse del caballo para, de ese modo, librarse del jinete.
Las enseñanzas de
Jesús acerca de “denunciar la paja en el ojo ajeno y obviar el grano en el tuyo”
quedaron reservadas para los momentos de tensión en que aquellos jueces justos
recibían críticas ajenas: la de los inocentes.
Las consecuencias
fueron desoladoras. A la guerra de los treinta años hubo que sumar el hecho de
que todos veían y denunciaban herejes y brujas por todas partes. “Señalar”, “denunciar”,
se convirtieron en las palabras salvadoras, porque el que señalaba entraba a
formar parte del grupo de los jueces justos evitando, de este modo, ser
señalado – excepto por el juez que le superaba en jerarquía, todo hay que
decirlo. En cualquier caso, le concedía un respiro.
Los místicos y
los herméticos quedaron como quedan Gretel y Hänschen, como quedan los
niños hijos de un divorcio: como dos inocentes abandonados en el bosque a la
espera de encontrar un lugar en el que refugiarse y esconderse.
Se toparon,
claro, con los teósofos de Helena Blavatsky que pretendían destruir la
Iglesia cristiana (católica y protestante) a base de la unión de las religiones,
primero; de la unión de la religión, magia y ciencia, después; y finalmente a
base de la unión de religión, magia, ciencia y dinero, finalmente.
La filosofía
perenne se desmembró. Con ella cayeron la metafísica, la religión, la ciencia,
la mística y triunfaron la técnica (lo que incluye también las técnicas de
manipulación neural), la superstición y las finanzas patrocinadas por los
numerosos velos del mundo maya. Helena Blavatsky le quita el velo a Isis para
ponérselo al mundo al tiempo que canta eso de “la chispa de la vida”, que es la
chispa electromagnética para unos y lobotomías, para otros.
No obstante, la
ciencia sigue adelante; las finanzas siguen adelante, pese a sus repetidas
caídas en picado, Valencia sigue inundándose y California se quema. ¿Cómo es
esto posible? Seguramente alguien ha engañados al gobierno valenciano y le ha
hecho creer que hay que ahorrar en cuestiones de catástrofe climática, porque
eso o bien no existe o es tema del pasado. Seguramente en California los
habitantes que construyen casas de diez, veinte, treinta y millones de millones
de dólares creen que no necesitan pagar impuestos para que el papá Estado y los
gabinetes de abogados de alto standing les solucionen las cuestiones de
infraestructura, sin pagar impuestos. Interesante.
“Desperté de ser
niño, nunca despiertes” – dice el poeta. Bien, que lo diga el poeta. Pero los
hombres adultos despiertan, ven, reflexionan. Es posible que no escriban ni una
sola línea. Lo más seguro es que pasen a engrosar las filas del grupo de los
silenciosos. Pero los hombres adultos
despiertan, ven, reflexionan y después del silencio necesario puede ser incluso
que se decidan a emprender alguna nueva aventura. ¡Quién lo sabe!
Mientras tanto se
prefiere insultar y parodiar a la luz de luces, al Logo, al hombre de hombres,
al místico de místicos, al hermético de herméticos: a Jesús.
El silencio es
una gran cosa: evita proferir improperios.
Y por eso, el
grupo de “los cartujos” callan y siguen en activo. Porque algunos, vayan
ustedes a saber los motivos, identifican silencio con inactividad. ¡Qué cosas!
Para leer los
Evangelios y a San Pablo y ver las diferencias no había que emprender grandes
acciones, mucho menos desde la introducción de las lenguas vernáculas en la
Iglesia. El silencio ha durado, dura y durará siglos. Cada vez que las voces de “volvamos al espíritu de los
Evangelios” resuenan con fuerza, la Iglesia transforma esas voces en reclamos
de justicia social, al tipo de abajo los ricos y adentro los pobres, que
-francamente- tampoco se atiene a lo que dice Jesús. Leamos con la precisión
que los “lectores inteligentes” leen: Jesús no alienta a emprender una lucha ni
contra los ricos ni contra las riquezas. Lo único que Jesús dice es que a un
camello le resulta más fácil pasar por el ojo de una aguja, que a un rico y del
mismo modo, siendo rico es más difícil llegar al Reino de los cielos por la
sencilla razón de que las riquezas les impiden ver lo trascendente. A decir
verdad, tampoco hace falta ser muy listo para entender lo que Jesús quiere
decir: cuando una persona vive en una ciudad iluminada con luz artificial por
todas partes es francamente complicado, por no decir imposible, distinguir la
luz de las estrellas; pero de ahí a que Jesús inste a provocar un black out,
va un trecho. Como Husserl reconoció: entre Kant, sus interpretadores y los
neokantianos existen grandes diferencias. Lo mismo le pasa a Jesús.
Como vemos, las
gentes han asistido a lo largo de la historia a trifulcas de todo tipo:
religioso, metafísico, político, económico. La gente se ha matado por Dios y
por Baal, sabiendo que de todas formas Dios y Baal les sobrevivirían. Se han
estirado de los pelos, y soy testigo de ello, por determinar si una frase como “me
duele el zapato” era la correcta para describir la rozadura que un zapato había
provocado en un pie o debía ser sustituida por la de “me duele el pie”, a pesar
de saber que lo realmente importante era lavar la herida y aplicarle un antiséptico.
Del mismo modo las
gentes han sido engañadas, se han engañado a sí mismas, se han dejado engañar,
han sido avisadas y advertidas de que estaban siendo engañadas y pocas veces
han emprendido algo contra la mentira o contra los engaños.
La gente se ha
dejado engañar bien porque de este modo conseguía grandes beneficios personales
o bien porque así escapaba a grandes tormentos personales; muchas veces no se
ha preguntado siquiera por el engaño porque tenía otros asuntos personales de
los que ocuparse. Al fin y al cabo, se decía la gente, se dice la gente, si no
le engañan unos le engañaran los otros; lo importante, pues, es impedir que sea
el prójimo, que en alemán se denomina Nächsteliebe, le engañe. Con eso, piensa
la gente común, ya es mucho, porque, a fin de cuentas, cavila la gente común,
los grandes hombres son siempre los mismos perros con distintas cadenas. Y después
de esta profunda reflexión, la gente común se retira a dormir.
Y ahora vienen
los Unos, los Otros, los de Allá y los de Más Allá con los estandartes de la
Verdad absoluta, en tiempos de relativismo, nihilismo, escepticismo, posverdad,
postmodernidad y todos esos movimientos extraños con los que nos llevan
atosigando y volviendo locos los autodeclarados “grandes intelectuales del
mundo”, para decirnos: 1) que la Verdad son ellos. Cada uno de ellos dice de sí
mismo que la Verdad es él y a continuación afirma que todos los demás mienten.
Y 2) Cada uno de ellos, después de afirmarse como Verdad, se anuncia como
Salvador único salvador del mundo. En realidad, la situación no es tanto la de
Verdad contra Verdad como Mentira contra Mentira.
¿Nos engañan o
nos interesa jugar a las víctimas engañadas para seguir con los trapicheos
diarios? Ni lo sé. Yo estoy ocupada dando vueltas a mi sopa y escribiendo mis
mensajes escritos lo más largo posible, a fin de que el mundo recupere, no la
cordura, pero sí el plácido sueño.
A ver, ¿alguien
de verdad se cree aquello de que Trump quiere comprar Groenlandia y
Panamá a los daneses y a los panameños? En algún sitio de mi librería
Kindl tengo un libro escrito por unos periodistas en el que se afirma la
invasión económica que los chinos ejercen sobre Groenlandia, con aquiescencia
de los groenlandeses. ¿Y ahora se indignan por las palabras de Trump? ¡Pero si
Trump lo único que está haciendo es lo mismo que hacen todos! A su manera – eso
sí – o sea, a la manera de Trump, que para mí personalmente es una fuerza de
inspiración absoluta porque caso de decidirme a escribir una novela sobre el
espacio yo le adjudicaría a su protagonista, un modero astronauta neovaquero,
los mismos modales y las mismas maneras. ¿Y creen ustedes de verdad que un partido como
el Afd alemán es el único que puede salvar a Alemania? Cualquier persona
racional que haya escuchado como Alice Weidel critica a las
universidades alemanas y que nociones tan equivocadas tiene acerca de la
Historia le negaría su voto por los siglos de los siglos, amén. ¿Pero cómo se
atreve a criticar a las universidades alemanas que igualan -si no superan en
creces a cualquier Harvard de este mundo y el siguiente? Hasta el
momento no he visto a ningún heidelbergarniano escribiendo
en una revista de boulevard acerca de los secretos de la felicidad. En cambio,
he visto como la revista Lecturas publica regularmente las
conclusiones de no sé qué profesor de Harvard especializado en la felicidad
humana. He leído un poco de sus ideas. Algunas entran dentro de lo que se llama
el sentido común y de otras, mejor no hacer caso. En cualquier caso, un gran
aburrimiento. Igual de aburrido que Der Spiegel cuando se pregunta sobre
las vidas paralelas de hombres y mujeres casados para llegar a la conclusión de
que no se divorcian porque el marido gana bien. ¡Venga ya! Si la mujer gana
menos que el hombre resulta que no se separa por el dinero del marido; si la
mujer gana más que el dinero, entonces es porque la mujer se compra al marido;
si la novia no deja al novio es porque está desesperada por tener un novio.
¿Por favor, pueden hablar de esas mujeres y de esos hombres que se meten en los
matrimonios ajenos, a ver qué quieren y por qué lo hacen? ¿Por desesperación,
por dinero? No. Los ladrones y ladronas lo hacen por auténtico amor. No me cabe
duda: amor a su propio interés. Las esposas y esposos que luchan por mantener
el barco a flote lo hacen por el flote y no por el barco. ¡Qué cosas hace falta
escuchar!
Del mismo modo
han estado durante años proclamando a los cuatro vientos la insensatez de los
“padres helicópteros” mientras que las industrias pedían la ayuda de mamá
Merkel en cualquier situación complicada (Nueva posible novela: “Las aventuras y
desventuras de una empresa alemana de coches en China”). Pueden culpar a
Merkel. Al fin y al cabo, vivimos en la
cultura heredada de Lutero y de todos los demás: la cultura del “tú has sido,
yo no”. La cultura de la protesta a la que sigue la cultura de la inquisición.
Pero seamos serios: quienes lo han hecho mal, rematadamente mal, han sido esas
empresas.
Los tan, a lo
largo de décadas, criticados como “padres helicópteros” por los medios de
comunicación tuvieron que existir porque el mal hacer de los maestritos de
turno superaban las críticas que ya en su día les hizo Brecht. Y verdaderamente
cuando esos maestritos tienen hijos a su vez, hay que esperar como poco
nepotismo y rezar para que no pretendan hundir a todos aquellos que son mejores
que sus propios hijos. Lo mismo puedo decir de algunos de las grandes
eminencias que entre los médicos pululan. Si ustedes son buenos alumnos, buenas
personas, con buenas virtudes y el médico que tienen enfrente les empieza a
hablar de sus hijos corran en sentido contrario. Experiencia propia.
Igual que cuando
se concede a las herencias la tremenda importancia que en nuestros días se le
concede. Como si no supiéramos todos aquello de que “no es el dinero el que
hace al hombre, sino el hombre el que hace al dinero”. Sé de hijos e hijas de
conserjes que han llegado a ser grandes profesionales porque se esforzaron en
sus estudios sin contar con ninguna ayuda, pero sabiéndosela procurar allí
donde vislumbraran una mínima posibilidad. El hijo de un portero de un edificio
de bien estudió Derecho. Era de orígenes humildes, no era alto ni guapo ni
elegante. Pero se esforzaba como un auténtico jabato. Se presentó a
representante de clase, en una clase en la que había 500 alumnos, por lo menos.
Estudiaba día y noche. No sé lo brillante que sería, pero a esforzado no le
ganaba nadie. Y conocí al hijo de un célebre jurista que aprobó con más ayuda
externa que mérito propio. Ignoro lo que uno y otro hacen hoy en día, pero les
aseguro que, si tuviera que acudir a uno de los dos, mi elección estaría tomada
desde el momento primero.
Así que no me
vengan con historias para no dormir. Las herencias sirven de mucho, no sólo si
se saben conservar sino si se saben desarrollar. Conozco a grandes herederos de
tierras e inmuebles. No han cultivado las tierras, que perecen yermas, y no han
cuidado los inmuebles que se han convertido a lo largo de los años en ruinas
fantasmales y que suponen un grave obstáculo para las infraestructuras del
pueblo o de la ciudad. Herederos que han vivido de rentas toda su vida y al
final de ella, han debido echar cuentas de cuánto más les quedaba de vida para calibrar
sus posibilidades. ¿Herencias? La herencia, hoy como ayer, sirve como “dote”, esto
es: para el hombre esforzado que quiere empezar a labrar su propia tierra y ser
dueño de su vida con el trabajo de su sudor. Para más no. Y da igual si la dote
sirve a la agricultura o a la industria. Un mal agricultor pierde la tierra que
sus padres le dieron; un mal industrial, también. En tiempo de crisis, de sequía
o de inundaciones: que Dios nos ayude y nos coja confesados. Más no hay.
¿Algunos de
verdad cree que cuando Musk aboga por una mayor reproducción de los
inteligentes lo dice en serio? Definan “inteligencia”. Capacidad para
solucionar problemas de tipo mental o/y emocional. ¿Creen ustedes que eso se
hereda? No. Eso se ejercita. Sobre todo, se ejercita. No podemos afirmar por un
lado que las personas con capacidades limitadas pueden desarrollarlas con su
esfuerzo, no podemos enviar a las personas a una inflación de terapias y luego
afirmar que la inteligencia es cuestión de herencia.
La inteligencia
se desarrolla y se ejercita. Un Goya no tiene ni padre ni hijos genios
de la pintura, o de cualquier otra materia. Y así con todos los genios de este
mundo, se llamen Shakespeare, Newton o Kant. Por poner un
ejemplo. Ejercitar la inteligencia mental les impide casarse, ejercitar la
inteligencia emocional les impide casarse y socializar más allá de lo
estipulado. El escritor acude a la taberna a hacerse conocido y a que le
inviten a comer a base de ser gracioso y simpático. Si además consigue que
vayan a ver sus obras de teatro o le compren las obras, mejor que mejor. Lo
dijo Oscar Wilde: lo que le había dado el triunfo había sido su
disciplina; disciplina que la pérdida de la inteligencia emocional a causa del
incremento de un “crea mundos con tu mente” socavó. La disciplina es la madre
del ejercicio de nuestra inteligencia, tanto mental como emocional. Moriarty
la emplea de una manera brillante pero destructiva. Sherlock Holmes la
emplea de una manera brillante pero constructiva. El camino arriba y abajo es
el mismo, las direcciones, no. Pero hete aquí que Musk hace un
llamamiento a la natalidad de los inteligentes para incrementar la población
inteligente. Con ello obvia no sólo la importancia de la pedagogía, sino la
trascendencia del ejercicio individual y de la disciplina individual. ¿Significa
esto el chiste que se Musk se concede a sí mismo hacer o es la explicación
graciosa al gran número de prole que tiene y cuyas razones cualquier persona proclive
a la elucubración metafísica sobre el ser y el seguir siendo puede imaginar con
más o menos acierto porque, al fin y al cabo, quién está dentro del corazón y
del cerebro de Musk para poder asegurarlo con rotundidad?
Es preciso
reconocer que “Hagan sus apuestas” tiene el mismo valor que gritar “Hagan sus
elucubraciones”: La banca siempre gana.
Pero una cosa es
apostar sabiendo que se está apostando y elucubrar consciente de que se está
elucubrando y otra, muy distinta, afirmar con la contundencia del que se cree
en posesión de la verdad, que es el modo en el que la mayoría ha de expresarse
hoy en día si pretende, por lo menos eso, que se le atienda un par de segundos.
¿Cuántas más
absurdidades habremos de escuchar? ¿“Abajo los impuestos”? ¿Y qué pasa con las
infraestructuras? ¿Qué pasa con las cuestiones comunes? Puede ser que Strauss
tuviera razón al considerar a Maquiavelo como un Dämon. Dämon no sólo
por “El Príncipe”, porque todos sabemos que “El Príncipe” es un panfleto
que Maquiavelo hubo de escribir para recibir el perdón de los Medici por su
pasado republicano junto a Savonarola – sino especialmente por su idea
del “bien común” que Maquiavelo con tanto ardor defiende en los Discursi,
su verdadero Legado. No pienso contradecir a Strauss. El concepto de “bien
común” representa un gran problema. Los totalitarismos del s.XX dan prueba de
ello puesto que todos se asientan en él. No obstante, a Strauss habría que recordarle
que el bien común igual que las virtudes, igual que el grupo de la familia,
igual que el imperio romano y el imperio helénico, han sido convertidos por
esos totalitarismos en puras máscaras. Son esos totalitarismos los que han
vaciado a dichos conceptos: “Dios”, “familia”, “virtud”, “bien común” de su
verdadero significado. El propio Maquiavelo no es ajeno a esta posibilidad, por
eso en sus Discursi advierte al pueblo y le pide que no se deje sugestionar ni
manipular por las demagogias de los grupos de poder tradicional, que únicamente
buscan seguir manteniéndose en el Poder. Y pone como ejemplos los casos
históricos en los que el Pueblo, creyendo que el grupo de los nobles se había
aliado con él, apoyó sus propuestas, para darse poco después que el Pueblo
confiado había caído en una trampa destinada a alejarle del gobierno.
¿Cuántos leen los
“Discursi”? Pocos. Muy pocos. La mayoría cita y se refiere al Príncipe: obra
más breve y por panfletaria, más amena.
Es mejor repetir
como si de una letanía o de un mantra se tratara que nos están engañando. Lo
cantan una y otra vez los unos, los otros, los de aquí, los de allá y los de
más allá. Lo cierto es que todos engañan a todos, los que dicen la verdad se
retiran del mundanal ruido e intentan pasar desapercibidos, para que no les
lluevan a ellos los follones. No lo consiguen, claro. Incluso los silenciosos
tienen que acudir a la plaza del mercado a procurarse víveres para un par de
semanas. Allí se encuentran con los inactivos que no tienen otra ocupación que
provocar a los tranquilos, ocupados en sus propios asuntos. Creo que conozco a
la mayoría de los provocadores: a los que se han declarado justos y van
buscando pecadores, a los que acuden con malos gestos y buenas palabras, a los
que acuden como si fueran los reyes ante los vasallos y los maestros ante los
alumnos; los hay que juegan a los pobres de misericordia y otros que juegan a
los indignados por lo injustamente tratados que han sido. A esos “justicieros”
los enerva una simple persona antes que ellos a la hora de pagar en la caja, o
que la persona delante de ellos pague lento, o descargue su cesta con lentitud.
Hay otros, por su parte, que utilizan la lentitud como una moda para fastidiar
al que viene detrás. En fin: ir a la plaza del mercado representa una gran
aventura y exige templar los ánimos antes de adentrarse en un lugar en el que
los depredadores se dan cita habitualmente.
Se hace preciso
recordar un “dato”: los depredadores nunca son activos. Se mantienen impávidos,
quietos, inamovibles, en estado de una paz como la que muchos estoicos ansían.
Llegado el momento de la caza el arma que atrapa a sus presas es la sorpresa. La
víctima que creía que el status quo del reposo iba a perpetuarse ad
perpetuum nota, generalmente demasiado tarde, la equivocación de su “dar
por sentado”. Su confianza radica en un deseo, no en una realidad. Aceptémoslo: “Ich will es so”, no es lo mismo
que el fenomenológico: “es ist so”. Sólo cuando la víctima acepta la
existencia de ese “es ist so” y se pregunta por qué con la honestidad del que
quiere entender ese “es ist so” puede llegar a la verdadera realidad y
enfrentarse a ella salvándose. Como aquel grillo que contemplé a través de los
cristales de un terrario. El lagarto estaba impasible, como si la presencia del
grillo no provocara en él ninguna emoción, ningún instinto. El grillo estaba
detrás de él. Quieto. Intentando pasar desapercibido. Procurando que el lagarto
se olvidara de él. ¡Dos seres inactivos, pero cuántas emociones!
¿Qué es más
humanos el “Go” chino o el ajedrez occidental? Según Kissinger, el “Go” chino
era más “humano” porque no implicaba la muerte. ¿Dónde está la diferencia entre
ambos?, pregunto yo. ¿Dónde está la humanidad del “Go” chino que no la veo por
ningún lado?
Compréndame: mi
primer amor fue Aristóteles. Antes incluso que Newton, lo confieso. La
cuestión del movimiento es algo que, a mí, personalmente, siempre me ha fascinado.
Eso sí: a lo aristotélico, no a lo eleático. El “Go” deja al perdedor con vida,
pero le impide cualquier movimiento. Díganme ¿de qué le sirve que se deje con
vida a una persona que no puede moverse? Se puede aludir, como hace San
Agustín, al movimiento interior y ejercitar la meditación, no cabe duda, pero
incluso ese movimiento tiene sus riesgos porque incluso el hombre que medita ha
de comer; por su naturaleza de animal-hombre, se entiende. ¿Y cómo puede comer
si no se puede mover? El burro de Buridán, que no se mueve, muere. Una
persona que únicamente puede mover su interior termina o moviéndose en círculos
o convirtiéndose en tifón. En ambos casos, se produce una implosión, cuyas
consecuencias -no lo pongo en duda- pueden ser catastróficas para los que se
encuentren en la cercanía. Aristóteles, sabio en su sabiduría, consideró que el
hombre, además de mover el interior, ha de mover el exterior y por eso además
de pensar ha de caminar: A lo peripatético. “Mens sana in corpore sano”,
que dirían años más tarde los romanos y todos sus descendientes.
En fin, aquí
estamos: en la Plaza del Mercado. Todos clamando que el resto les engaña a
ellos: reyes, justicieros, victimistas, depredadores, maestritos, justos por
declaración propia, listillos, revoltosos, camorristas… y silenciosos que
intentan ir y regresar a sus casas lo más rápido posible. No por miedo; no
puede ser víctima quien no puede ser devorado. Los silenciosos tienen la piel
demasiado dura para cualquier carnívoro, pero su deseo de paz y de
tranquilidad, eso que en alemán se denomina “Gemütlichkeit”, les aparta
de los combates del mundanal ruido.
Así que cuando
regresan a su casa con las suficientes viandas como para sobrevivir un buen
tiempo sin ver a sus congéneres, cierran la puerta tras sí con voces de zombis
que repiten al unísono “nos han engañado” sin especificar muy bien en qué, cómo
y de qué manera. Especialmente cuando la verdad es algo que, como decían los
alquimistas, no exige grandes esfuerzos. Sólo “ver”. En fin, algo así
había dicho Jesús; algo así repitió Husserl. ¡Qué se le va a hacer! Hay
demasiados ciegos y sordos. Donde no tengas una idea pon una palabra, le digo
el diablo a Fausto. Por eso hoy en día hay tantos sonidos, tantos ruidos y en
vez de ideas hay fantasmagorías creadas por la mente.
La puerta se
cierra y el silencioso recupera la voz mientras coloca la compra en los
estantes adecuados.
“Nos están
engañando”, musita. “¿Quién nos engaña?” se pregunta sin comprender del todo. “¿Elon
Musk? ¿Trump? Esos no engañan más a los que se quieren dejar engañar.”
El padre de Elon Musk afirmó en una
entrevista que su hijo no podría dedicarse a la política y al mundo empresarial
al mismo tiempo. Su padre tenía razón. Pero seguramente antes que su padre, el
propio Musk ya había visto el problema y previsto la solución. “No se trata de
casar política y empresa”, piensa el silencioso; “no se trata de casar política
con medios de comunicación”, afirma el silencioso; “fin del politeísmo”, advierte
el silencioso; “fin del maniqueísmo”, susurra el silencioso; “fin de las
relaciones tóxicas”, concluye el silencioso. “¿Qué viene después?”, interroga
el silencioso al silencio. “La unidad del Leviatán, primero”, le avisa la
estrella de la bruja ciega, “la unidad del Nirvana, después” –le sonríe.
La unidad del Leviatán
que concentra en un solo señor todos los poderes. No la política domina a la
empresa, a las plataformas de comunicación y de venta. El Leviatán no va a ser
el político, ni el religioso, ni el científico. El Leviatán va a ser el
Leviatán empresario en el que se concentrarán los poderes políticos, de
comunicación y de la tecnología. El Leviatán que dice “compro” al otro Leviatán
que también quiere comprar y dice “compro” con sonrisa de dentífrico armada
hasta los dientes. “Se vende al mejor postor.”, le apunta la estrella de la
bruja ciega. “¿Al mejor postor?”, reflexiona
el silencioso. “Sí. Al mejor postor, igual que se hace en el mundo de las
acciones”, le contesta la estrella de la bruja ciega. “A eso, y no a otra cosa,
está jugando el mundo desde que ha decidido construir mundos con su mente”, ríe
la estrella de la bruja ciega. “Pero en eso no ve engaño alguno”, suspira.
La bruja ciega.