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Wednesday, January 15, 2025

¿Nos engañan o nos dejamos engañar por comodidad?

 

Hay momentos en la vida en los que uno ha de enfrentarse a eso que en ambientes esotéricos se da en llamar “el despertar de la conciencia”. Por mucho que dicho concepto aparezca hoy en día por doquier, incluso en los reclamos publicitarios, habremos de convenir que la mayoría no tiene ni idea de en qué consiste tal proceso; de ahí, seguramente, que lo describan como ese momento en el que la persona ve al Absoluto, alcanza la paz y plenitud absolutas y puede, al fin, fundirse con ese Absoluto de modo que pueda ejercer su voluntad y su poder en este mundo, aunque su alma permanezca atrapada dentro de un cuerpo mortal. No puedo evitar sonreír ante las ocurrencias de todos esos aprendices, no de magos - ¡de dioses! -, mientras revuelvo la sopa que cuece al calor de la lumbre. - “¡Crea mundos con tu mente!” grita con voz juvenil la tapa de mi olla cada vez que consigue dar un salto para volver a caer estrepitosamente.

Si el niño cuando viene a este mundo lo primero que hace es llorar, imaginen ustedes qué tipo de instante será ese “despertar de la conciencia”. Es el proceso más doloroso, más terrible e infernal de todos cuantos un ser humano pueda imaginar y sufrir - en caso de que decida, finalmente, lanzarse al abismo que se le presenta para iniciar el viaje más arriesgado de su vida.

No todos se atreven. No todos lo consiguen. La mente nada puede hacer sin el espíritu y el espíritu es el de un ser que es cuerpo y alma al unísono. El arrianismo fue una teoría excepcionalmente lógica, pero obligaba a la Iglesia a adentrarse en complejos problemas metafísicos y místicos para los cuales pocos estaban preparados y mucho menos aún dispuestos. Imaginen: Jesús, hijo del Alma Padre coexiste con el Alma Padre sin ser el Alma Padre. Con ello el arrianismo negaba la unidad de Dios con Jesús. Es decir: los pilares de la Santísima Trinidad.

¿Qué significaba que Jesús era “Hijo de Dios”? Para los arrianos estaba claro: “Hijo de Dios” era la constatación de que Jesús era posterior a Dios, aunque anterior al tiempo. Véase lo que dice la Wikipedia sobre el arrianismo. “(el arrianismo) Sostiene que Jesucristo es el Hijo de Dios, procedente del Padre, pero no eterno, sino engendrado por el Padre antes que Dios creara el tiempo. De esta manera, Jesús no sería coeterno con Dios Padre, si bien habría empezado a existir fuera del tiempo, en tanto que el tiempo se aplica solamente a las creaciones de Dios.” 

Esta idea defiende que tiempo y movimiento (y la creación es un movimiento) están unidos; el Logos, en cambio, no necesita ni tiempo ni movimiento para ser. Jesús no es una creación de Dios, pero en tanto que Hijo de Dios, ha sido engendrado por Dios. Juan afirmaba “al principio era el Logos”, esto es: anterior al tiempo y en Juan se afirma también que “el Padre es mayor que yo”. (Juan, 14)

Para la Iglesia recién constituida tesis así suponían demasiados quebraderos de cabeza. Así que prefirió prohibir el arrianismo, quemar la mayoría de sus obras y declarar que Jesús era Dios. En realidad, el “misterio” de la Trinidad visto desde afuera se asemeja a esos escaparates de los que inevitablemente siempre nos separa un enorme y gran cristal y en el que todos los elementos allí expuestos mantienen una agradable y sugerente armonía que es la que impulsa al cliente a penetrar en la tienda y adquirir lo que acaba de ver. Sólo cuando llega a casa, abre su paquete y examina su contenido cuidadosamente avisa los defectos que contiene. Pero hasta que ese momento llega,  la Iglesia podía afirmar que fin de un problema. Fin de uno y aparición de otro.

Jesús era Dios, pero en estado diferente de Dios. A esto se le denomina hipóstasis. Un ser y tres estados. Así considerada la Trinidad viene a ser algo parecido a los tres estados del agua: gaseoso, líquido y sólido. Gaseoso es el espíritu Santo, líquido es Dios y sólido es Jesús. La diferencia es que la hipostasis, al menos desde Kant, se refiere a entidades que no se pueden conocer en el mundo real.

No obstante, el hecho de que Jesús fuera Dios hecho hombre complicaba enormemente el asunto. En un momento dado el agua pueda ser completamente líquida, o puede ser que una parte pueda ser líquida y otra parte gaseosa, e incluso es posible que una parte sea sólida y una parte líquida. Lo que no puede ser el agua es al mismo tiempo enteramente líquida y enteramente sólida.

¿Cuál pues era la naturaleza de Jesús?

Una posibilidad era adoptar la tradicional consideración griega: cuando dos elementos distintos se unen, el resultado es un tercer elemento. Así pues, dos naturalezas unidas implicaban la aparición de una tercera. Los griegos clásicos hubieran afirmado sin dilación que Jesús era una persona que tenía una única naturaleza conocida en la antigüedad bajo el nombre de “heroica” y que en nuestros días muy probablemente se la calificaría como “híbrida”.

Los monofisitas resolvieron de forma distinta el asunto. Jesús era hombre y era Dios, pero la naturaleza humana quedaba sometida a la naturaleza divina.

Nestorio, por su parte, afirmó que Jesús tenía dos naturalezas: una era completamente divina y otra completamente humana. Ambas naturalezas estaban completamente separadas: como el aceite junto al agua, se podría decir. Ello convertía a Jesús en una especie de “Mr. Hyde y Dr.Jekyll”.   Que el nestorianismo no fuera del agrado de la Iglesia era más que comprensible.

Por su parte, Cirilo de Alejandría y sus partidarios defendieron la idea de que Jesús, en efecto, tenía dos naturalezas, pero ninguna estaba separada. Utilizando nuevamente el ejemplo del agua: Jesús tenía una naturaleza sólida y una naturaleza líquida. Ello le asemejaba bastante a un bombón relleno con algún tipo de licor, o algo así. 

El concilio de Calcedonia en 451 declara hereje a Nestorio y a unos cuantos más y determinará que la naturaleza de Jesús es “inconfusa, inmutabiliter, indivisa e inseparabiliter.” Es decir, que, en una sola persona, Jesús, habitan dos naturalezas, la humana y la divina, que son inseparables, perfectamente ensambladas, conservando cada una sus peculiaridades y atributos, sin constituir una tercera naturaleza. La Iglesia oficial era maestra de maestras a la hora de elaborar complejos y complicados malabarismos.

Del mismo modo que a la Iglesia le había resultado más fácil negar las tesis arrianas sosteniendo que Jesús es la segunda persona de la Sagrada Trinidad y punto en boca, le resultaba igualmente más cómodo aceptar que en una misma persona se reúnen dos naturalezas con cuatro adjetivos que determinan que esas dos naturalezas son inseparables.

Curiosamente, nominalismo de nominalismos todo es nominalismo, la conclusión de la Iglesia oficial según la cual Jesús tenía dos naturalezas inseparables, indivisas, inmutables, que no se pueden confundir, acababa coincidiendo, sin desearlo ni pretenderlo, con las tesis del arrianismo. A ver: si Jesús posee una doble naturaleza inseparable, indivisa, inmutable, que no se puede confundir, ¿cómo puede seguir siendo considerado Dios trinitario? A la Iglesia, versada en malabarismos, no le queda más remedio que considerar a Jesús engendrado, no creado, por Dios. Justo lo que decían los arrianos. Pero como sigue empeñada en no aceptar la lógica, confecciona una oración para el creyente en la que éste da testimonio de su Fe. Y allí hace lo que la Iglesia siempre hace: “a” y “no a”.

¿Quieren verlo? Helo aquí.

“Creo en un solo Dios Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra, de todo lo visible y lo invisible.” Se refiere, en efecto, a Dios Padre.

 “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho” Aquí es donde aparecen combinados “a” y “no a”.  “a” es el arrianismo: “nacido del Padre antes de todos los siglos”. Insisto en “nacido de” y “antes de”, “engendrado, no creado”. Insisto: “engendrado”. Justo esto afirmaba el arrianismo. Esto y no otra cosa. Jesús ha sido engendrado por Dios. Por tanto, Jesús siendo Hijo de Dios no es Dios mismo. Es decir: por lógica tiene que tener otra esencia. No obstante, el Credo obvia este pasaje arriano se mire como se mire y no le tiembla el pulso al combinarlo con un “no a”: “Dios de Dios”, que chirría a todo aquél que sepa algo de las tesis arrianas, porque identifica a Jesús con Dios.

Y el mismo problema entraña la consideración de dos naturalezas plenas que son indisolubles, indivisas, inmutables y no se pueden confundir. O roza el panteísmo o roza la tradición griega que hubiera hecho de Jesús un héroe sin más. La diferencia con la tradición griega es que esta afirma que una naturaleza unida a otra naturaleza es igual a una nueva naturaleza que contiene a las dos por igual, mientras que la Iglesia sostiene que Jesús es una persona que tiene una plena naturaleza unida a otra plena naturaleza y esto de forma indisoluble, inmutable, indivisa y sin poder confundirse y a partir de ahí la Iglesia deja en suspenso la solución, porque ello avocaría a la Iglesia a interminables diatribas.

La unión de dos naturalezas plenas, la divina con la humana, convertía a Jesús en el símbolo de la unidad de las dos naturalezas en el hombre. A pesar de que, ciertamente, el hombre no poseía una naturaleza divina, fuerza es reconocer que la consideración de las dos naturalezas de Jesús admitida por la Iglesia servía para defender un aspecto de transcendental importancia: la inquebrantable unión en el hombre del cuerpo y del alma.

El reconocimiento de la Iglesia oficial de la completa unión de las dos plenas naturalezas en Jesús, (la divina y la humana), que es creo yo la que también se respira en el espíritude los Evangelios, -a los que esto les importa más que la cuestión por la esencia- todo hay que decirlo- hubiera debido abrir al hombre las puertas a la posibilidad de unir su naturaleza corpórea con su naturaleza anímica de modo idéntico a como sucedía en Jesús: de manera indivisible, inmutable, indisoluble y sin poder confundirse. Eso, muy posiblemente hubiera acercado a la Iglesia a la tradición clásica griega para la cual el hombre era cuerpo y alma y por consiguiente debía cuidado tanto al uno como a la otra. La belleza corporal vista como reflejo de la belleza del alma. La belleza del alma considerada como expresión de la belleza de la naturaleza corpórea del mundo y de la belleza y bondad dd su creador. 

En vez de eso, tanto materialistas como espiritualistas se han empeñado  en arrastrar una y otra vez al hombre al abrupto terreno en el que cada uno de ellos habita. Ambos grupos, incluso aceptando la existencia de la naturaleza del “cuerpo” y de la naturaleza “alma” exigen al hombre que se deshaga de una de las dos naturalezas que posee. Es la presión ejercida por los materialistas y por los espiritualistas la que, generación tras generación, compele al individuo a desechar a una de sus dos naturalezas humanas: o a la naturaleza corpórea o a la naturaleza anímica. Pero puesto que la naturaleza corpórea y la naturaleza anímica están en el ser humano unidas de manera indisoluble, indivisa, que no pueden confundirse, inamovibles, lo único que el individuo logra al despreciar al cuerpo o al desprenderse del alma, según la corriente a la que decida seguir, es convertirse en un ser escindido, desgarrado y roto.

He aquí, en realidad, el verdadero problema: al ser humano le cuesta aceptar que en su persona existen y coexisten dos naturalezas plenamente distintas, pero plenamente unidas.

A ustedes quizás estos temas les parezcan cuestiones baladís sin importancia. Ofrezcamos y guardemos, no obstante, el respeto que merecen todos aquellos que vivieron, lucharon, sufrieron persecuciones, destierro, condenas e incluso muerte por dichas discusiones, porque por temas menores se pelean hoy los necios.

Necedad de necedades, todo es necedad.

 Curiosamente la unidad de la naturaleza corpórea y de la naturaleza anímica en el hombre, es lo que Jesús reivindica a través del concepto de la resurrección, que sustituye al de la transmigración de las almas que la reencarnación sostiene. Eso es lo que yo llamaría la auténtica salvación del ser humano: el permitirle disfrutar y cuidar de sus dos elementos esenciales y distintos, que forman parte de él indivisa, indisoluble, inmutable,  sin poder confundirse. ¿Le convierte su alma en Dios? No. Pero su alma forma parte de Él y puede fundirse con Él. Por eso es importante que el hombre cuide su alma y cuide el alma del mundo. ¿Le convierte su cuerpo en un gusano? No. Pero su cuerpo forma parte de la Naturaleza y puede fundirse con ella. Por eso es importante que cuide su cuerpo y lo proteja tanto como lo es cuidar a la Naturaleza y protegerla. Nunca entenderé el miedo a llamar a las cosas por su nombre, habiendo tan poco temor como hay a insultar al prójimo, a declarar hereje a todo aquel que “no comulgue” con las teorías dominantes y a censurar cualquier libro que se oponga al Poder establecido.

La filosofía perenne es algo que todas las culturas primeras de la humanidad conocen, cristianismo incluido. Es Jesucristo el que introduce a sus congéneres en conocimientos ocultos. Tenía que decir sin hablar, y mostrar sin enseñar; por eso los Evangelios, - los haya escrito quien los haya escrito y los haya escrito cuando los haya escrito, son los únicos que dan cuenta del mensaje de Jesús. Es interesante constatar que los Evangelios aceptan innumerables interpretaciones diferentes y que la doctrina esotérica que allí se transmite aparece realmente desordenada. La razón de esto se encuentra muy probablemente en aquello de lo que siglos más tarde avisaría Leo Strauss:  el escritor que tiene algo que decir, tiene también muchos peligros que sortear; por eso cuando escribe, escribe entre líneas para el lector inteligente.

La expresión “lector inteligente” tal y como Strauss la utiliza es interesante por al menos tres motivos. En primer lugar, porque la característica primordial del lector inteligente es la de trascender la actitud pasiva que implica leer – recibir el mensaje tal y como se le presenta – para convertirse en una actitud activa primaria: la de “saber penetrar” aquello que se le ofrece en un cofre cerrado. Ello apela a la “atención” del que lee, eso que ahora se conoce bajo el nombre de “concentración intencional” (nominalismo, ya saben) tanto como a superar el nivel de lo superficial. Esto es: el lector inteligente únicamente puede penetrar en lo desconocido abandonando el estadio de las apariencias. Segundo, porque la impresión que se tiene es que la expresión “lector inteligente” encierra una mera redundancia, puesto que cualquiera que lee un libro de un determinado nivel intelectual, ha de ser por fuerza, inteligente o dejará la obra antes de haber terminado el prólogo. Strauss hubiera podido muy bien decir que los únicos que entienden al escritor inteligente son los hombres inteligentes- así, sin más. En vez de eso escribió: “lector inteligente”. Y he aquí que el bueno de Leo ya está enviando una señal que sólo unos cuantos pueden entender: no el hombre que lee un libro para coleccionar libros leídos es el que comprende al escritor que lo ha escrito, no el hombre que lee sin más “Los Evangelios”, o “el libro de los muertos” egipcio, o el Leviatán, de Hobbes, por poner distintos ejemplos, entenderá al autor. El “lector inteligente” es aquel que cuando lee un libro lo lee entre líneas. Pero no nos engañemos: el “lector inteligente” no es ese que únicamente lee un libro entre líneas. “Lector” es aquél que lee muchos libros entre líneas. Para eso se necesita soledad en comunicación, soledad dinámica, soledad en movimiento. Esto es: soledad que pone en contacto la información que se ha obtenido de esa lectura “entre líneas”.  

Aceptémoslo: Strauss venía del mundo del que venía: de aquél en el que los hombres como él habitaban juntos en su torre de marfil; allí donde también habitaban Kelsen y Carl Schmitt. Sus disputas eran salvajes porque su saber sobrepasaba sus fuerzas humanas y no tenían forma de digerirlo adecuadamente – procesarlo, se diría hoy en día. Los límites humanos de ingerir saber le imponen la necesidad de descansar durante el tiempo de la digestión: eso y no otra cosa es la reflexión. Pero aquellos hombres prefirieron convertir la reflexión – que se caracteriza por ser individual y privada-  antes de transformarse en diálogo con otros hombres que, a su vez, también reflexionado en la soledad de su estancia, en un constante torneo exclusivo de los caballeros de la mesa redonda del saber, que era, sin duda alguna, más divertido. Lo que hubiera debido de ser un entrenamiento de los caballeros del saber para luchar contra los bárbaros de la necedad se transformó así en un juego retórico a base de paradojas e ironías y en el que el diletantismo y las ocurrencias ocupaban un lugar privilegiado. En un juego de tales características nadie se tomaba muy en serio a sí mismo. Llegó un momento en que la ironía y el no tomarse en serio se tornó en cinismo. Nietzsche el profeta fue el primero en avisar del peligro, pero, como suele acontecer a la mayoría de los profetas, pocos le escucharon y menos aún le comprendieron.

Con la expresión “lector inteligente”, Strauss - seguía llevando en su corazón al mundo del que procedía: a ése que se concentraba en los torneos de los caballeros de la mesa redonda. Torneos que aquellos caballeros habían creado a fin de tener una justificación irrebatible que los excusara de la pesa carga de recluirse en sus aposentos a meditar – igual que los monjes se habían convertido en soldados para salir de sus celdas y de este modo obviar la oración en soledad – que es otra forma de introspección, pensamiento y ponderación. Aquellos caballeros estaban procrastinando la tarea a la que hubieran debido dedicarse y que consistía en la necesaria reflexión individual que ese alud de conocimiento que poseían reclamaba. Cuando la torre de marfil empezó a tambalearse el concertado torneo se convirtió en desconcertada sorpresa.

Dudo que Strauss fuera consciente de la falta en la que él y los de su generación de la torre de marfil habían caído, por más que Albert Schweitzer intentara explicárselo a través de su obra y de su correspondencia a todos ellos, Husserl incluido. Husserl vislumbró algo y buscó como Diógenes con su lámpara en pleno día una solución visible a partir de su fenomenología. Strauss, en cambio, decidió proponer un acertijo a las futuras generaciones de Odiseos: el de averiguar qué es un “lector inteligente” y una tarea: la de serlo. Y al igual que en el acertijo de la Esfinge, la respuesta se encuentra en el acertijo mismo. Oculta. En lo que a la labor respecta, eso es algo que muchos, de entrada, se niegan a afrontar, lo cual significa que hoy como ayer es cosa de pocos.

Pero Strauss era consciente de que tenía un legado que dejar. Leo Strauss sabía lo que sabía y no estaba en absoluto dispuesto a dar pan blando a aquellos que habían de prepararse para un viaje iniciático. Por eso hizo creer que la expresión “lector” aludía al hombre que leía una obra, cuando en realidad apelaba a aquella persona que lee mucho; al lector constante. Constante, no compulsivo. ¡Qué vulgaridad algo así!

 Por otra parte, parecía que Strauss limitaba el concepto “inteligente” a la facultad de comprensión plena de la obra, cuando lo que en realidad pretendía era ocultar el verdadero significado que entraña el término “inteligente” y que consiste en la capacidad de unir, de conectar, diferentes narrativas de distintos autores, distintos testimonios de diferentes obras. Encontrar la unidad en ideas plurales, al tiempo que separar y desgranar “piñas” cognitivas o, lo que es lo mismo, las divergencia de caminos en teorías que se agrupan bajo una misma escuela, o una misma dirección.

Bien. Han pasado unas cuantas generaciones desde que Strauss escribiera lo que escribió. Posiblemente a todos ellos les daría un infarto si supieran en qué han sido convertidos él y todos los demás por sus intérpretes. En realidad, no serían los primeros a quienes les sucediera algo así. Como aparece en “The Oxford Handbook of The History of Phenomenology.” Edited by Dan Zahavi. ISBN 978-0-19-875534-0, eISBN 978-0-19-107181-2, en el Capítulo 3 escrito por Sebastian Luft, titulado: Kant, Neo-Kantianism, and Phenomenology

“The influential Kant interpretation beginning in the 1870s would, by the beginning of the twentieth century, become “canonical”. These readings that seem to be part of Kant´s “DNA” were in fact the result of some eighty years of Kant scholarship reaching back to the debates in the nineteenth century waged by Trendelenburg, Fischer, and Cohen. As a result, the brand “neo-Kantianism” took on its own character, divorced from some of Kant´s claims. This makes it even harder to assess the relationship between Kant, neo-Kantianism, and phenomenology, hardly a homogenous category itself. As a result of this historical situation in which phenomenology evolved, many phenomenological interpretations of Kant were attempts to go back to the “true” Kant that the neo-Kantian “scholastics” had obfuscated.  While some phenomenologists were attempting to establish an openly anti-Kantian philosophy in the name of phenomenology, others wanted to turn to the allegedly “real” Kant and were anti-neo-Kantians, over issues that Kant would have found incomprehensible. All of these considerations make it clear that an assessment of the Kantian and neo-Kantian influence on phenomenology is tricky.”  

De todos ellos, fue posiblemente Albert Schweitzer uno de los primeros en comprender que la Filosofía y con ella las ciencias, estaban rotas y fragmentadas. El bueno de Husserl deseó con todas sus fuerzas unir los pedazos, reconstruirlos. El optimismo de Husserl era distinto del de Schweitzer. Schweitzer pretendía un optimismo ético, pero de su lectura puede deducirse que es un planteamiento individual, personal e intransferible encaminado en primera instancia a la supervivencia del individuo, especialmente cuando se atiende a su idea de que únicamente el hombre que posee un trozo de tierra al que puede llamar suyo, es un hombre libre; es decir: un hombre es libre cuando su supervivencia no depende de otros, sino exclusivamente de él y de la naturaleza. Los planteamientos de Husserl son otros muy distintos. Es el del hombre que quiere seguir creyendo que hay una solución para la sociedad en medio de las cenizas.

En the Kaizo, 1923 escribe: “Diesen Glauben, der uns und unsere Väter hob und der sich auf die Nationen übertrug, die wie die japanische sich erst in neuester Zeit der europäischen Kulturarbeit anschlossen, haben wir, haben weiteste Volkskreise verloren. War er schon vor dem Kriege schwankend geworden, so ist jetzt völlig zusammengebrochen. Als freie Menschen stehen wir vor dieser Tatsache; sie muß uns praktisch bestimmen. (…) Sollen wir warten, ob diese Kultur nicht von selbst in ihrem Zufallspiel wertzeugender und wertzerstörender Kräfte gesunde? Sollen wir den „Untergang des Abendlandes“ als ein Fatum über uns ergehen lassen? Dieses Fatum ist nur, wenn wir passiv zusehen -passiv zusehen könnten. Aber das können auch die nicht, die uns das Fatum verkünden. (…) steht Vernünftigkeit nicht in unserer Macht? Das sind chimärische Ziele, werden freilich die Pessimisten und „Realpolitiker“ einwenden.

(…) Ebendasselbe werden wir, ohne uns durch einen schwächlichen Pessimismus und ideallosen „Realismus“ beirren zu lassen, auch für den „Menschen im Großen“, für die weiteren und weitesten Gemeinschaften nicht unbesehen für unmöglich erachten dürfen, und die gleiche Kampfesgesinnung in Richtung auf eine bessere Menschheit und eine echt humane Kultur werden wir als eine absolute ethische Forderung anerkennen müssen. (…) Reich des Geistes bzw. der Humanität, aber sie sind durchaus empirische und „bloß“ empirische Wissenschaften. (…) Hier fehlt eben die parallele apriorische Wissenschaft, sozusagen die mathesis des Geistes und de Humanität; es fehlt das wissenschaftlich entfaltete System der rein rationalen, der im „Wesen“ des Menschen wurzelnden „apriorischen“ Wahrheiten, die als der reine Logos der Methode in die geisteswissenschaftliche Empirie in einem ähnlichen Sinne theoretische Rationalität hineinbrächten und in einem ähnlichen Sinne rationale Erklärung empirische Naturwissenschaft als mathematisch theoretisierende und somit rational erklärende möglich gemacht hat.

El propósito de Husserl es recuperar la creencia perdida, recordar la olvidada “Humanidad”, apelar a la necesidad de una ética social que nazca de una moral individual y conseguir aquello que su amigo Dilthey y algunos otros intentaron: dotar a las ciencias humanas de una consistencia estable, racional, “matemática”, por así decirlo; y ello incluso, si para ello había que reducir su campo de alcance, como inútilmente trató Wittgenstein.  ¿Pero cuando la Fe se ha perdido, cuando el sentido de Humanidad se ha perdido, cuando – las religiones del materialismo, del nihilismo y del nihilismo materialista se han apropiado de cada rincón y el hombre aparece simplemente como el animal depredador más inteligente y despiadado de la Naturaleza ¿sirve de algo la matemática, la lógica y la razón excepto para matar con más precisión? ¿Es la crisis de la Humanidad una crisis de las ciencias?

Esa más o menos viene a ser la pregunta que se hace en “The Crisis of European Sciences and Transcendental Phenomenology”, (translated, with an Introduction, by David Carr, Nortwestern University Press Evanston 1970 ISBN 0-8101-0458-X,) Husserl empieza el primer capítulo con la pregunta: “Is there, in view of their constant successes, really a crisis of the sciencies?” Y el título del segundo explica el sentido de la pregunta anterior: “The positivistic reduction of the idea of science to mere factual science. The “crisis” of science as the loss of its meaning for life.” La pregunta última que se formula allí es : “But can the world, and human existence in it, truthfully have a meaning if the sciences recognize as true only what is objectively established in this fashion, and if history has nothing more to teach us than that all the shapes of the spiritual world, all the conditions of life, ideals, norms upon which man relies, form and dissolve themselves like fleeting waves, that it always was and ever will be so, that again and again reason must turn into nonsense, and  well-being into misery? Can we console ourselves with that? Can we live in this world, where historical occurrence is nothing but an unending concatenation of illusory progress and bitter disappointment?” En el tercer capítulo de su obra Husserl expone dónde se encuentra la solución al problema: “The founding of the autonomy of European humanity through the new formulation of the idea of philosophy in the Renaissance.” La idea que aquí se plasma es clara: “In the Renaissance, as is well known, European humanity brings about a revolutionary change. It turns against its previous way of existing -the medieval- and disowns it, seeking to shape itself anew in freedom. Its admired model is ancient humanity. This mode of existence is what it wishes to reproduce in itself. What does it hold to be essential to ancient man? After some hesitation, nothing less than the “philosophical” form of existence: freely giving oneself, one´s whole live, its rule through pure reason or through philosophy. Theoretical philosophy is primary. A superior survey of the world must be launched, unfettered by myth and the whole tradition: universal knowledge, absolutely free from prejudice, of the world and man, ultimately recognizing in the world its inherent reason and teleology and its highest principle, God. Philosophy as theory frees not only the theorist but any philosophically educated person. And theoretical autonomy is followed by practical autonomy. According to the guiding ideal of the Renaissance, ancient man forms himself with insight through free reason. For this renewed “Platonism” this means not only that man should be changed ethically (but that) the whole human surrounding world, the political and social existence of mankind, must be fashioned anew through free reason, through the insights of a universal philosophy. In accordance with this ancient model, recognized at first only by individuals and small groups, a theoretical philosophy should again be developed which was not to be taken over blindly from the tradition but must grow out of independent inquiry and criticism. It must be emphasized here that the idea of philosophy handed down from the ancients is not the concept of present-day schoolbooks, merely comprising a group of disciplines; (…) Sciences in the plural, all those sciences ever to be established or already under construction, are but dependent branches of the One Philosophy. (…) Positivism, in a manner of speaking, decapites philosophy.”

Según Husserl el problema de la unidad de la filosofía, el proceso de su disolución interior, comienza con el problema de la posibilidad de la metafísica. En el capítulo titulado “The ideal of universal philosophy and the process of its inner dissolution” Husserl escribe lo siguiente: “Philosophy became a problem for itself, at first, understandably, in the form of the (problem of the) possibility of a metaphysics; and, following what we said earlier, this concerned implicitly the meaning and possibility of the whole problematics of reason. As for the positive sciences, at first, they were untouchable. Yet the problem of a possible methaphysics also encompassed eo ipso that of the possibility of the factual sciences, since these had their relational meaning -that of truths merely for areas of what is- in the indivisible unity of philosophy. (…) Thus the crisis of philosophy implies the crisis of all modern sciences as members of the philosophical universe: at first a latent, then a more and more prominent crisis of European humanity itself in respect to the total meaningfulness of its cultural life, its total “Existenz.” Skepticism about the possibility of metaphysics, the collapse of the belief in a universal philosophy as the guide for the new man, actually represents a collapse of the belief in “reason,” understood as the ancients opposed epistēmē to doxa. It is reason which ultimately gives meaning to everything that is thought to be, all things, values, and ends – their meaning understood as their normative relatedness to what since the beginnings of philosophy, is meant by the word “truth” -truth in itself- and correlatively the term “what is” – ντως  ὂν. Along with this falls the faith in “absolute” reason, through which the world has its meaning, the faith in the meaning of historiy, of humanity, the faith in man´s freedom, that is, his capacity to secure rational meaning for his individual and common human existence.

If man loses his faith, it means nothing less than the loss of faith “in himself”, in his own true being. This true being is not something he always already has, with the self-evidence of the “I am,” but something he only has and can have in the form of the struggle for his truth, the struggle to make himself true. True being is everywhere an ideal goal, a task of epistēmē or “reason”, as opposed to being which through doxa is merely thought to be, unquestioned and “obvious.” Basically every person is acquainted with this difference -one related to his true and genuine humanity -just as truth as a goal or task is not unknown to him even in everyday life -though here it is merely isolated and relative.

La disolución de la Filosofía es algo que Albert Schweitzer y otros señalan en sus obras. En realidad, la Filosofía, como dice McIntyre en su “After Virtue” quedó rota en el Renacimiento, cuando Lutero rompió la teología medieval. Pero, en mi opinión, no por las razones que McIntyre esgrime. No el cisma (reforma) dentro de la Iglesia, ni el individualismo luterano fueron los que provocaron la ruptura. Si atendemos a los diferentes Concilios lo que allí se ve son una sucesión de cismas de más o menos importancia. Cuando se produce el Cisma protestante la Iglesia había superado incluso la coexistencia de dos Papas enfrentados entre sí.

Seamos claros: lo que provocó la absoluta ruptura fue la traición de Lutero a todos aquellos que le habían elegido para que llevar a cabo una tarea que, a decir de muchos, llevaba gestándose desde al menos los tiempos de los cátaros, si no antes: la renovación del espíritu cristiano que había sido mancillado prácticamente desde sus inicios por los llamados “Padres de la Iglesia”. Padres de la Iglesia y destructores del cristianismo.

La traición de Lutero tiene dos fases: La primera es que él, que pertenece a la orden de San Agustín, toma para su reforma-cisma a San Pablo como gran figura de su acto, sin olvidar a San Agustín. La segunda es que deja fuera de su “nueva Iglesia” a la tradicional mística cristiana y con ello al antiguo saber en el que ésta hundía sus raíces. Con ello queda a la intemperie no sólo el espíritu genuino cristiano, sino el conocimiento más profundo de la filosofía perenne.

A partir de ahí, lo queramos o no, la amenaza de la destrucción de la Humanidad se convirtió en algo más que en una simple profecía. Era un riesgo real y constante.

Pero esto es algo que hay que explicar detalladamente.

Primera Fase: Introducción de San Agustín y de San Pablo como figuras centrales en el movimiento de la Reforma Luterana. (Igual que había hecho en su día la Iglesia Católica)

En primer lugar, ambos, San Pablo y San Agustín, se convierten desde posiciones antagónicas al cristianismo. San Agustín había sido maniqueo. Lo esencial al maniqueísmo no es simplemente que separe en Bien y en Mal, división a la que -aceptémoslo- cualquier posición religiosa e ideológica tiende a hacer; de ahí la constante apelación al diálogo y al entendimiento. No. Lo que constituye la esencia del maniqueísmo es la consideración de que el cuerpo es de la oscuridad y el alma es del reino de la luz y por tanto hay que despreciar el cuerpo y practicar el ascetismo. Contra esto San Agustín nunca tuvo nada en contra, ni siquiera una vez después de su conversión. Lo que con toda probabilidad molestaba a San Agustín era que, puesto que el mal dominaba en la vida, los males que se habían cometido no eran producto del uso de la libre voluntad; por tanto, no se les podía pedir responsabilidad por los males cometidos. Cuando uno se convierte, se convierte desde sus propias posiciones. Por eso no de extrañar que el San Agustín convertido escribiera acerca de las dos ciudades: la de Dios y la ciudad terrena, que es una separación que había interiorizado como maniqueo. Esta idea de San Agustín no coincide en absoluto con la idea de Jesucristo para el cual Cosmos y Tierra, Padre e Hijo, aparecen unidos indisolublemente, porque esencia identica o distinta, Jesús ha sido engendrado por Dios. La de Jesús no es una concepción panteísta. Él, como Logo, es anterior a la creación. 

Pero, y esto es lo que San Agustín obvia, es que  el Hijo Jesús es una persona única, resultado de la unión inseparable de sus dos naturalezas. San Agustín, en cambio, acepta del maniqueísmo la separación del cuerpo y del alma y al cuerpo le sigue considerando perteneciente al mundo de las sombras y al alma perteneciente al mundo de la luz.  San Agustín sigue manteniéndose fiel a la tesis maniqueísta, que desgarra a la naturaleza del Hombre. Lo despedaza. A partir de ahí, el hombre es un ser escindido en sí mismo. El inicio de una tragedia que dura hasta nuestros días.

La verdadera realidad real que Jesús predica en Los Evangelios es que uno no está separado entre ciudad terrenal y ciudad de Dios. Uno está aquí sabiendo que va hacia allá, desde aquí. Jesús toma bastante en serio los asuntos terrenales como el comer, el beber e incluso los pequeños placeres de la vida como es el uso de perfumes. Incluso es capaz de mostrarse comprensivo ante la lascivia, no sólo de los hombres sino incluso de las mujeres. ¿Por qué? Porque lo que más preocupa a Jesús no son los pecados terrenales sino la conciencia de la existencia de Dios, y justamente, la conciencia de que estamos dentro de un cosmos en el que todo está unido con todo porque todos somos hijos de Dios y porque todos formamos parte de lo creado.  Los pecados terrenos considerados en colectivo no es algo que interese a Jesús, aceptémoslo. “Pobres tendréis siempre”, llega a decir Jesús. Donde está claro que “Pobres” es un colectivo sin rostro. Nada que ver con el necesitado individual y concreto que se le acerca a pedirle ayuda y al que Jesús se la concede. Lo mismo pasa con los pecados. Los pecados en colectivo son insignificantes, sencillamente porque es el “vete y no peque más” al pecador determinado y presente que se le acerca lo que a Jesús le importa. Jesús desprecia a los colectivos tanto como ama a los individuales. Los colectivos no tienen ni cuerpo ni alma. Cuando se cree que son cuerpo, son autómatas y cuando se cree que son almas, son fantasmagorías. No “Pueblo de Dios” sino “hombre de Dios”, es lo que predica Jesús cuando predica al pueblo.

No obstante, aunque Jesús habla única y exclusivamente al individuo, la toma de conciencia del individuo de la existencia de otro individuo individual “aquí y ahora” como él, (que no tiene nada que ver con el abstracto “ser humano”), es lo que Jesús llama prójimo. Al tomar en serio a ese “tú” que tiene ante él, el individuo queda situado ante Dios Padre Universal que es considerado por algunos teólogos como el Tú más radical.

De ahí que Jesús establezca abismos entre el prójimo conocido y aceptado y el hombre desconocido del que se ignora lo que guarda en su corazón. Dios es el prójimo, lo conocido, aquello en lo que podemos confiar. En cambio, el hombre desconocido es el mal que espera su ocasión, el desconocido es el hombre sin rostro cuyas intenciones se desconocen y puede pretender escandalizar a nuestros pequeños. El hombre malo en los Evangelios guarda una extraña similitud con el colectivo: ni el uno ni el otro tienen rostro. Del hombre malo con rostro Jesús hace lo que siempre se ha hecho: alejarse de él.  Jesús predica la vigilancia para evitar que el mal, aquello que no conocemos, pero que sabemos que existe y que acecha, se introduzca en su mansión. Jesús es un protector de lo suyo, pero – tengámoslo presente: Jesús no es un comunitarista. Jesús es un individualista.

La cohesión interna del individuo consigo mismo, la relevancia del prójimo y la vigilancia contra el mal son tres de las razones por las que el concepto de las dos ciudades no hubiera terminado de convencer a Jesús nunca. Cuando Jesús afirma al “César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios “, está negando justamente la escisión del individuo en dos: la terrena y la espiritual. Es el hombre entero,  el hombre internamente unido, el que dirige su interés a un tema o a otro tema.  Son los temas los que están separados,  no la persona.  Como puede observarse, la postmodernidad, no tiene cabida en el mensaje de Jesús.  La unidad del individuo consigo mismo,  sin embargo,  es uno de los axiomas fundamentales de su doctrina. Por esto mismo, las tesis de San Agustín que afirman la división entre creencia y razón, entre creyente y ciudadano le resultarían a Jesús sofismas. El individuo desgarrado es el individuo que se comporta como el burro de Buridán: no sabe si dirigirse a la izquierda o a la derecha y termina muerto de hambre.

Lejos de hacer del individuo un hombre desgarrado, la doctrina de Jesús afirma que el individuo es un uno firme y cohesionado en sí mismo por el amor recíproco entre él y Dios y que busca cohesionarse con el Absoluto Padre en cuerpo y alma, porque es en cuerpo y alma como resucitará.

En tanto que el individuo es un uno firme y cohesionado tampoco existe en él separación entre razón y fe, puesto que ambas coinciden en un único concepto: el tercer ojo, al que Jesús llama “corazón” y que es el órgano que le capacita para “ver” y “oír” la Verdad del Absoluto. El “corazón” mantiene cohesionado al individuo en su ser en cualquier vicisitud, incluso allí donde es abandonado hasta por su mismísimo Padre. Es el tercer ojo, el ojo que todo lo ve, el ojo que mantiene al individuo en su unidad compacta. Lo que Jesús denomina “corazón” es ese tercer ojo del que todos hablan como si fuera un órgano misterioso situado en no sé qué glándula entre los dos ojos orgánicos, únicamente porque la cultura india lo sitúa allí en sus pinturas. El tercer ojo es puesto allí como símbolo, no como realidad. Lo que Jesús denomina “corazón” es ese tercer ojo que ve incluso cuando sangra, pero que cuando es cegado por el odio o por el tormento o por la tristeza destroza al individuo por completo. Por eso Fe y Razón no son dos ojos que haya que armonizar, porque el principio armonizador, unificador y cohesionador del individuo se encuentra en el tercer ojo, al que Jesús llama “corazón”: el "órgano" que capacita al individuo a encontrar su principio personal junto con el principio que lo une con el Absoluto. Es el templo es donde se encuentran el cuerpo y el alma. El templo es la representación en piedra de lo que Jesús denomina “corazón”. Allí no hay cabida para comerciantes ni asuntos mundanos.

Lo importante en el mensaje de Jesús es que el individuo en su unicidad tome conciencia de que es un ser aquí y ahora que trasciende al Absoluto. Tan importante es que considere este “aquí y ahora” en serio, como que se preocupe consciente y honestamente de su trascendencia al Absoluto. Por eso tampoco le preocupa el tema de las dos ciudades. Le resulta indiferente si Roma o cualquier otro Estado es eterno y divino, o no, que es, en cambio, lo que sí preocupa al San Agustín que asiste impotente al desplome de su ciudad terrena: Roma.

Todo esto es obviado por San Agustín, que hace del individuo un ser desgarrado entre Dios y el César, y convierte al César en una especie de aristo de aristos llamado a dotar a la nación de un valor espiritual, eterno y trascendente. San Agustín se revela como un político que hunde sus creencias en la filosofía platónica. La filosofía platónica se caracteriza por varios elementos: en cuestiones políticas es tiránica y colectivista desde sus cimientos. En cuanto el dejar el gobierno a los mejores, esto es: en manos de la meritocracia, recordemos que el sucesor de Platón en su Academia fue, ironía de ironías, su sobrino Espeusipo y no Aristóteles. En cuestiones metafísicas separa entre mundo de las ideas y mundo terreno, o lo que es lo mismo: entre alma y cuerpo. Hay un segundo Padre de la Iglesia empeñado en esa separación: San Pablo. (Reina Valera 1960. 2Corintios 5, 8: “pero confiamos, y más quisiéramos estar ausentes del cuerpo, y presentes al Señor.”)

En cambio, nada de eso hay en Jesús que, por vez primera en la historia de las religiones, sustituye el concepto de reencarnación por el de resurrección. Con ello, además, señala, como hemos visto, la unidad entre cuerpo y alma.

Pero hete aquí que Lutero era de la orden de los agustinos. Así que su forma de pensar y de “ver” el mundo está impregnada de esa idea agustiniana de la ciudad terrenal como la ciudad en la que hay más pecado que otra cosa, así como de la cuestión política de que el Estado ha de ser religioso. Unan ustedes ambas tesis: la separación del sujeto por un lado y la necesidad de un Estado teocrático por otro. Y así es como se entiende esa historia del “príncipe del mundo” de Lutero en su obra “De servo arbitrio”.

Por mucho que Lutero apele una y otra vez a la Fe, y reclame al individuo para oponerlo al dominio centralista de la Iglesia Católica, al final le resulta imposible conciliar al individuo (y a su libertad) con la presencia del “príncipe del mundo” y la predestinación. La libertad del individuo termina, pues, transformándose en un tipo de libertad: la política. En honor a San Agustín, claro. (“Así, la palabra de Dios y las tradiciones luchan entre sí con implacable discordia, de igual manera como Dios mismo y Satanás combaten el uno al otro, y uno destruye e invalida las obras del otro como cuando dos reyes asolan uno el país del otro”. (De servo arbitrio, pg 22. Lutero Pdf.) Pero hete aquí que esta lucha no sólo tiene lugar en el exterior, sino también en el interior del individuo. No sólo en el mundo sino también dentro del individuo es donde Dios mismo y Satanás combaten el uno contra el otro. Como cuando dos reyes asolan uno el país del otro, escribe Lutero.  

¿De dónde ha sacado Lutero esta dramática lucha que además posee un doble carácter: interior y exterior?  Ambos tipos de combate proceden de las teorías de San Agustín, no del Evangelio. San Agustín sostenía que el movimiento no sólo es espacial: también transcurre en el interior. Pero hete aquí que donde hay movimiento uno se encuentra con obstáculos. La lucha interior entre las sombras y la luz acontece también en el interior. Esa es la relación entre las dos ciudades.

En el Evangelio de Jesús no hay ni desgarramiento ni lucha.  En Jesús la batalla se acaba pronto: Basta con decir “no”. Y decir “no” en el Evangelio resulta cosa fácil. ¿Han leído ustedes la parte de Jesús en el desierto enfrentándose al demonio? Encuentro breve y sin grandes dramatismos.  ¿Por qué? Porque allí no hay lucha que valga; la confrontación entre dos reyes en el interior del corazón es inexistente porque el individuo es uno, cohesionado y compacto. Jesús no tiene que combatir a Satanás. ¡Qué cosas! Basta con decir “no” a las tentaciones, que es lo que él hace.

La cuestión de la predestinación, tan importante en Lutero es, en Jesús impensable.  Fuerza es decir, además, que la predestinación, cuando se habla al mismo tiempo de la lucha entre Dios y Satán resulta de difícil explicación. Se trata de decir “no” a las tentaciones que sabemos que vienen del mal. ¿Debilidad? ¿Qué debilidad? La debilidad de la inseguridad sólo es posible con la seguridad del que sabe perfectamente que el camino arriba y abajo es el mismo, pero que las direcciones arriba y abajo son diferentes. Y que él toma la dirección ascendente y trascendente. El camino da igual; el transporte, seguramente también. El lugar de llegada al Trascendente ascendente, sin duda. “La casa de mi Padre tiene muchas moradas”, ¿recuerdan? Lo importante es llegar. Y para eso hay que decir por aquí sí; por aquí, no. Y si uno se equivoca, pues rectifica y no pasa nada. A veces, a uno en las montañas le pasa lo que a mí suele acaecerme: que elijo siempre los caminos más difíciles sin saber ni cómo. Entonces una de tres: o Jorge se hace cargo de mí y viene a buscarme para decirme por dónde tengo que ir, o intento subir a lo desesperado o, después de haber agotado mis fuerzas en intentos inútiles, no me queda más remedio que bajar y buscar nuevas posibilidades. ¿Dudar? No me fastidien. Dudar no dudo. Sé a dónde voy y se adónde he de llegar, sé que mis amigos están por algún lado de este mundo, pero también sé que no voy por el lugar más adecuado y he de buscar soluciones. Soluciones; no luchas internas. ¡Pues sólo faltaría que en medio del problema uno empezara con el to be or not to be o qué he hecho yo para merecer esto o mundo porca miseria! Y lo sé porque el ángel de la muerte vino a buscarme, a lanzarme un reto y yo lo acepté. Lo acepté pese a las advertencias de mi ángel de la guarda; lo acepté porque era de fundamental importancia aceptarlo. Porque no había otro remedio. Lo mismo, supongo, le pasó a Jesús – sin pretender igualarme con él, no me sean sacaquicios. Hay momentos en los que uno debe aceptar el reto del ángel de la muerte, avenirse a bajar a los infiernos y en cuanto uno se da cuenta de que por esos milagros del universo vive subir y seguir andando. Mucho más no hay. Sin embargo, qué bien tener en aquellos momentos, cuando acababa de bajar a los infiernos, el roce del ángel de la vida recordándome que tenía que subir y seguir; qué bien tener fe en la Vida con mayúscula, que bien haber mantenido e incluso fortalecido la fe en la trascendencia recordándome que hay que subir nuevamente, y que bien, a qué negarlo, tener en aquellos momentos, recién acabada de subir al terrenal mundo, la presencia de unos pocos amigos.

En fin, que San Agustín deforma los Evangelios, los intelectualiza y los politiza. Y Lutero toma a San Agustín de base por más que vea que “algo” falla a la hora de explicar la cuestión del mal. Como escribí en mi entrada del Blog de la semana, “Lutero ofrece dos explicaciones a lo largo de su obra. La primera es que el hombre es un caballo y a sus espaldas cabalgan Dios o Satán. De ahí que la salvación no dependa del individuo mismo. Hay una parte en la que parece asegurar que Dios y Satán se disputan el caballo, lo cual tal vez sea un primer intento para disculpar a Dios de la existencia del mal. (Cfrse. “De servo Arbitrio”,  pg 28. Lutero, pdf.)”

Realmente Lutero tenía un gran problema con su trasfondo agustiniano. Demasiada política exterior y demasiado desgarro en el interior a causa de pretender la separación de lo que es inseparable: el cuerpo y el alma. Lo más que hizo Lutero al respecto fue permitir el matrimonio a los sacerdotes y disfrutar del buen comer y el buen beber. ¡Acabáramos! ¿Cómo es esto posible? Dentro y afuera se encuentran Dios y Satán peleando como si de dos ejércitos enemigos se tratara, cada cual cabalgando en su caballo-hombre. Que el protestantismo había de acentuar su rigidez hasta convertirse en un puritanismo irrespirable era cosa previsible. A esto había que añadir el hecho de que el caballo, claro, no sabe qué jinete cabalga a sus espaldas, como afirma Lutero en “De servo Arbitrio”. Pero, en cambio, sí pueden verlo los espectadores. La caza de brujas era cuestión de tiempo.

Cosa cierta y segura es que Lutero terminaría acudiendo a San Pablo. San Pablo es incluso más pretencioso que San Agustín. A San Agustín la formación platónica y la educación maniquea le libran de ser demasiado duro con sus congéneres. En lugar de eso apela a que el movimiento ha de ser sobre todo de carácter interno, más que espacial. Pablo, poco afín al helenismo, no está interesado por las teorías platónicas, sino por el Poder, en concreto por el Poder sobre el exterior. Esto es algo que ni su adiestrada retórica puede ocultar. Pablo es el obsesionado por los pecados de la carne en vez de por los del espíritu. Pablo es el que llama al espionaje de unos a otros, no a la vigilancia de uno mismo y de su mansión. Pablo es el que vuelve a convocar al sanedrín para que expulse al que no se comporte “como Dios manda” que termina siendo sinónimo, como Jesús demostró, de “lo que yo, hombre justo, porque lo digo yo, mando”. (Reina Valera 1960 1Corintios 5:1-4: “De cierto se oye que hay entre vosotros fornicación, y tal fornicación cual ni aun se nombra entre los gentiles; tanto que alguno tiene la mujer de su padre.  Y vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?)

Pero Pablo no se queda ahí y prosigue alegre y confiado su discurso:

 “Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho.  En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.”

¿Cómo?  ¿Se atreve Pablo a decir que él está ausente en cuerpo, pero presente en espíritu? ¡Dios mío que cosas hay que leer! ¿Es San Pablo un fantasma? ¿Tiene la capacidad de la transmigración? ¿Cómo hay que entender lo que ni siquiera en la Eucaristía acontece? En efecto: en la Eucaristía no sólo está presente Jesús el Espíritu de Jesús sino el cuerpo y la sangre de Jesús simbolizadas, con todo lo que ello significa.

La arrogancia de Pablo no conoce límites: (Reina Valera 1960. 1Corintios 11: 31-34 : “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos juzgados;  mas siendo juzgados, somos castigados por el Señor, para que no seamos condenados con el mundo. Así que, hermanos míos, cuando os reunís a comer, esperaos unos a otros. Si alguno tuviere hambre, coma en su casa, para que no os reunáis para juicio. Las demás cosas las pondré en orden cuando yo fuere.”)

Pablo en espíritu, pero no en cuerpo; Pablo poniendo en orden las cosas cuando él vaya. Pablo el imprescindible, para que las cosas funcionen. Los hombres juzgados y condenados por el Señor, para no ser condenados con el mundo. ¿Alguien entiende esto? Y todo, como de costumbre, dirigido no al espíritu sino al cuerpo. El follón es que algunos que se encuentran en las comunidades empiezan a comer antes de tiempo, otros se embriagan. Y Pablo aconseja que el que tenga hambre que coma en casa antes. Y para esta pequeñez alude y amenaza con el juicio y el castigo de Dios.

(Reina Valera 1960. 1Corintios 11: 3-6  Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo. Todo varón que ora o profetiza con la cabeza cubierta, afrenta su cabeza. Pero toda mujer que ora o profetiza con la cabeza descubierta, afrenta su cabeza; porque lo mismo es que si se hubiese rapado. Porque si la mujer no se cubre, que se corte también el cabello; y si le es vergonzoso a la mujer cortarse el cabello o raparse, que se cubra.”)

Esto son los temas que Pablo considera tan esenciales que incluso ha de escribir sobre ellos; si se ha de orar con la cabeza cubierta o sin cubrir… Nuevamente pequeñeces que en nada hubieran importado a Jesús, que en absoluto le interesaban. Es el Espíritu el que ilumina al tercer ojo corazón, es el tercer ojo corazón el que alumbra el camino a Dios. Y el camino es uno para cada uno porque “muchas moradas tienen la casa de mi Padre” y además, como se ve en los Evangelios, cada cual tiene su propio número de talentos de los que habrá de dar cuenta. Cada uno de los suyos. Pero hete aquí que Pablo se adjudica, se atribuye una autoridad que recuerda enormemente a la de aquellos fariseos a los que Jesús se enfrentó una y otra vez.

San Pablo… ¡Ay querido San Pablo! Fariseo de la comunidad de los judíos, a la vez que ciudadano romano y además exiliado en Éfeso. ¿Para qué profundizar en la característica que comparten todos esos exiliados que consiste en idealizar a la patria perdida? Lo primero que aprendemos los exiliados es que “fariseo” no es sinónimo de “judío”, lo mismo que “opus Dei” o “jesuita”, o “franciscano” no es sinónimo de “católico español”. Esto es importante recalcarlo y recordarlo. No obstante, habremos de admitir que la comprensión de la condición de judío sometido a los romanos al tiempo que poseer la ciudadanía romana, que es la que domina, resulta absolutamente compleja.

Consideremos primero la cuestión de “fariseo”.

Según Wikipedia, los fariseos definían que su movimiento nació en el periodo de la cautividad babilónica (587-536 a. C.) Algunos sitúan su origen durante la dominación persa y los consideraban sucesores de los asideos y precursores del judaísmo rabínico. Conflictos entre fariseos y saduceos tuvieron lugar en el contexto de conflictos sociales y religiosos más amplios y longevos entre judíos, que se vieron empeorados por la conquista romana. Uno de tales conflictos era cultural, entre aquellos que estaban a favor de la helenización (los saduceos) y aquellos que se le oponían (los fariseos). Otro conflicto era jurídico-religioso, entre quienes enfatizaban la importancia del Templo de Jerusalén con sus ritos y cultos, y quienes enfatizaban la importancia de las otras leyes mosaicas. Un punto de conflicto específicamente religioso tenía que ver con interpretaciones de la torá y cómo debía aplicarse a la vida judía contemporánea, en donde los saduceos reconocían exclusivamente a la torá escrita y rechazaban a los Profetas, los libros sapienciales, y doctrinas tales como la Torá oral o la resurrección de los muertos.

Encontramos, pues, que los saduceos son pro helénicos, mientras que los fariseos, cuyo movimiento, según ellos, había nacido en el periodo de la cautividad babilónica, se oponían a la helenización. (Por eso, seguramente, Pablo no sentía ningún interés ni por Platón ni por Aristóteles) Independientemente de que su cautividad se debiera al dominio de los romanos o al de los babilónicos, lo cierto es que el dato de nacer en cautividad me parece un dato de suma importancia. ¿Por qué? Porque cualquier movimiento que nace en cautividad ha de autoafirmarse para luchar contra la dominación y, por tanto, ha de considerarse, por fuerza, mejor a lo aquello que está establecido, manteniendo, con celo, las tradiciones que les pertenecen, aquéllas de donde proceden, y que están siendo subyugadas por un Poder extraño a ellos. Esa es la razón que obligaba a los fariseos a ser conservadores, tradicionalistas y sujetos a las normas: era el pasado el que legitimaba su movimiento. De ahí que cuanto más inamovible fuera la tradición mayor la influencia que mantendrían sobre las nuevas generaciones. Ellos eran los que conservaban encendida la mecha de lo que ellos consideraban la “verdadera” tradición.

Lo que Jesús les reprocha es que la lumbre de esa mecha no es la de la tradición verdadera sino lo que ellos han determinado que sea respetado y acatado como “tradición”. Esto es: sus propias normas. Lo que Jesús repite una y otra vez es que su acción no se dirige a la tradición de los profetas. Jesús dice la verdad. Por eso la acción rebelde de Jesús se dirige a incumplir el Sabbath, a no respetarlo. Así pues, el Sabbath en los Evangelios aparece como símbolo de las normas que han sido impuestas por los hombres para que otros hombres les sirvan en tanto que obedecen a las normas que ellos han impuesto.

Pero antes de continuar, sigamos cuestionando por los orígenes de los fariseos. Como hemos visto, se caracterizaban por mostrarse contrarios a la helenización. Las corrientes anti helenistas eran conocidas en el judaísmo desde hacía tiempo. De hecho, en los tiempos de los macabeos encontramos otro grupo: el de los asideos, que se opone a la helenización. Descubramos quiénes eran los asideos. En Wikipedia se dice: “Los asideos o hasideos (del hebreo jasidim y del griego Asidaioi, “santos” o “piadosos”) fueron un partido religioso judío, quienes decían de sí mismos ser los mantenedores de la Legislación de Moisés contra la invasión de las costumbres griegas, en tiempos de los Macabeos.

No todos los seguidores de los Macabeos eran asideos; según el libro deuterocanónico, los escribas y los asideos buscaban hacer la paz con los sirios, mientras que los demás seguidores de los Macabeos sospechaban traición. Sospecha fundada en el hecho de que Alcimo, sumo sacerdote, asesinó a sesenta asideos en un día. Según 2 Mac. 14,3, el mismo Alcimo “se había contaminado voluntariamente”, y luego testificó ante el rey Demetrio I. “los judíos llamados asideos, encabezados por Judas Macabeo, fomentan guerras y rebeliones, para no dejar que el reino viva en paz.” Hacia el año 150 a. C., según Flavio Josefo, los asideos se dividirán en dos grupos bien diferenciados entre sí, los fariseos y los esenios.

Así que de una madre: los asideos, nacen dos hijos, los fariseos y los esenios, enfrentados desde el mismo tiempo de su concepción en el vientre de su madre. ¡Acabáramos! No voy a decir en quiénes estoy pensando. Ustedes también piensan en ellos.

Y hete aquí que, por su parte, la conexión espiritual entre Juan el Bautista y Jesús es desde el mismo tiempo del anuncio de su concepción, aunque procedan de distintas madres. ¿Por qué? Porque Juan Bautista es esenio, Jesús es esenio y, consiguientemente, los enemigos a los que Jesús se enfrenta son los fariseos.

Y ahora, díganme ustedes, ¿hemos de creer que San Pablo, del grupo de los fariseos, de nacionalidad romana, exiliado judío en tiempos de la dominación romana en Efeso, que al parecer según algunas versiones se estaba preparando para ser rabí, ¿iba a convertirse sin más al cristianismo y renunciar de un sopetón a toda su formación anterior, a aquella que está tan interiorizada, tan arraigada en nosotros, que es, justamente. la que constituye nuestra personalidad y nos define? ¡Pues claro que no! ¡Claro que no! San Pablo, consciente o inconscientemente, utiliza el pecado, el reproche a los otros desde la posición del que se cree justo, para imponer su visión.

Su carta a los Corintos no tiene nada que ver con el mensaje de Cristo. Su doctrina nada que ver con la doctrina de Cristo. El mensaje de Jesús es la unión de cuerpo y espíritu y la transformación de ambos por la visión clara y distinta (que dirá siglos más tarde Descartes) y esta visión se debe a la acción del Espíritu de Dios. La Fe no es creer en aquello que no se ve. La Fe es justamente creer en aquello que se ve con la claridad con la que únicamente el tercer ojo puede ver. La Fe no es la decisión del que apuesta por blanco o negro, como dice Pascal; la Fe es sencillamente Ver. Ni más ni menos. En cambio, en Pablo la Fe es actitud correcta ante los otros, y actitud correcta tiene aquel, según San Pablo, que sigue las pautas de San Pablo.

 En el mensaje de Jesús se encuentran reminiscencias helénicas, de la necesidad de cuidar el alma de los pequeñuelos y pobre de aquél que los descarríe,

(Reina Valera 1960. Mateo 18, 6: “Y cualquiera que haga tropezar a alguno de estos pequeños que creen en mí, mejor le fuera que se le colgase al cuello una piedra de molino de asno, y que se le hundiese en lo profundo del mar.”)

En cambio, a San Pablo sólo le preocupan los pecados de la carne: los del comer, los del beber, los del fornicar. Especialmente los del fornicar. El libro 1 de los Corintios es una obsesión casi enfermiza por la fornicación. Más por la fornicación que por la avaricia y más que por la glotonería. Más por la fornicación que por la vagancia y la inactividad. Más por la fornicación que por la ira y la incontinencia de carácter. Uno abre 1 Corintios y lo único que ve es una sociedad en constante fornicación, en fornicación constante.

(Reina Valera 1960- 1 Corintios 6: 9-11: “¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios? No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros, ni los afeminados, ni los que se echan con varones, 10 ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios. 11 Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios.”)

Interesante es lo que San Pablo dice al final de este párrafo: Y esto erais algunos; mas ya habéis sido lavados, ya habéis sido santificados, ya habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesús, y por el Espíritu de nuestro Dios. Wie, bitte? ¿Cómo es eso? ¿Han sido justificados en el nombre del Señor Jesús? ¿Por quién? ¿Por el Espíritu de nuestro Dios? ¿Justificados por el Espíritu? ¿Desde cuándo es eso posible? ¿Quién lo dice? ¿Dónde lo pone? El Espíritu según los Evangelios no justifica: ilumina, que es distinto. El Espíritu es el que ilumina el tercer ojo ciego. Es el Espíritu el que concede la visión del tercer ojo, cuando este ha dejado de ver.

Aquello que Jesús contemplaba como simples faltas que tenían fácil solución en cuanto el tercer ojo corazón “viera” a Dios, San Pablo lo ve como verdaderos pecados contra los que hay que luchar. Especialmente el referido a la fornicación. Autoflagelación habemus. Latigazos habemus.

Lo más divertido es cuando escribe en 1 Corintios 6: 12 “Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen; todas las cosas me son lícitas, mas yo no me dejaré dominar de ninguna.” Nuevamente mis ojos se abren grandes y enormes mientras mi voz se considera incapaz de proferir ni un solo sonido: tan profunda es la sorpresa. Todas las cosas me son lícitas, mas no todas convienen. Es la cuestión de ser bueno o malo una cuestión de conveniencia o inconveniencia. ¿Se trata de ser bueno para ir al cielo? ¿Desde cuándo? Uno no es bueno para ir al cielo, sino por amor al Padre. Eso es lo que se lee en los Evangelios. Por más que después a Pablo no le quede más remedio que acudir al amor, frases como están revelan sus verdaderas convicciones. Pablo es el fundador del catolicismo materialista. De ese que reza a las ánimas del purgatorio a cambio de la concesión de favores. De ese catolicismo mercantilista que lleva a los mercaderes al templo, igual que en tiempos del fariseísmo-romano.

San Pablo fue un socavador, un underminer, un Destroyer del verdadero cristianismo. San Agustín fue un político. Un magnífico político, todo hay que decirlo. Pero un político, al fin y al cabo, con sus propios intereses y objetivos acerca de lo común y de lo santo.

Y hete aquí que es a estos dos: a Agustín y a Pablo, que son los auténticos constructores de las estructuras de la Iglesia católica (más que cristiana, aunque la llamen cristiana) es a los que Lutero elige para fundar la Iglesia que se oponga a los desquiciamientos y descalabros de la Iglesia católica. Hace falta tener valor, vaya.

En un aspecto fue Lutero sincero, todo hay que reconocerlo: Lutero no fue, en efecto, un cismático de la Iglesia católica. Fue lo que él dijo que era: un reformador. Su acusación de cismático, sin embargo, no es del todo infundada. Su movimiento cismático se dirigió a otros ámbitos, como después veremos.

Segunda Fase: Lutero deja fuera a la mística cristiana tradicional y con ello al antiguo saber en el que ésta hundía sus raíces.

En efecto, a partir de Lutero no sólo el espíritu genuino cristiano, sino el conocimiento más profundo de la filosofía perenne, quedan a la intemperie.

Desde la constitución de la Iglesia como Iglesia habían intentado fieles y grupos de fieles rectificar el camino y dirigirse hacia el verdadero espíritu cristiano: a aquél que Jesús había predicado y que se encuentra recogido en algo tan sencillo como los cuatro Evangelios. Lo intentaron cuando la Iglesia introdujo un extraño platonismo y cuando la Iglesia apeló a Aristóteles; lo hizo antes, durante y después de la Inquisición y del vaticanismo territorial. Uno de esos grupos, los cátaros habían apelado una y otra vez al regreso a los Evangelios. Los templarios no les atacaron, porque la misión templaria era la defensa del cristianismo, primero, y, segundo, porque la defensa del cristianismo era antes que acatar las órdenes ya vinieran del mismísimo rey o del Vaticano. Sea como fuera, de la corrupción del Poder eclesiástico, tanto como del Poder terrenal, estaban enterados los Templarios. Por eso no es de extrañar que fuera cierto el rumor según el cual algunos templarios se convirtieron en cátaros y, muy posiblemente, viceversa. Cuando ambos Poderes se lanzaron sobre ellos y les atacaron, los intelectuales huyeron en dirección a la lejana Escocia, mientras la soldadesca se dirigía a España a proseguir la lucha contra el infiel. El 18 de marzo de 1314 era quemado en la hoguera el Gran Maestre Jacques de Molay, frente a la catedral de Notre Dame, en Paris, no sin antes maldecir a sus asesinos. Llegados aquí y puestos a elucubrar, resulta interesante que la catedral de Notre Dame se quemara justo en 2019. Es posible que fuera una casualidad, pero si jugamos a las conspiraciones (cosa que no es nuestra intención, pero que – a qué negarlo – de vez en cuando es incluso divertido) hay que recordar que justo en 1319 el rey Dionisio de Portugal fundó la orden de la caballería de Jesucristo. (La orden de Cristo), y a dicha orden fueron traspasados los bienes de los Templarios. Interesante es que la fundación de la nueva orden fue cuidadosamente preparada durante años, lo cual permitió que fuera aceptada por el Papa Juan XXII sin objeción alguna. La Orden sirvió de refugio a muchos de los Templarios huidos de Felipe IV. ¿Significa la quema de Notre Dame, el inicio de la venganza templaria, esto es: la desaparición del Vaticano y de la Monarquía? ¡Ah! Reconozcámoslo: las teorías de la conspiración proporcionan el material adecuado para escribir largas novelas de aventuras.

En fin, en 1328 nacía John Wycliffe, el que se considera precursor del protestantismo y que ejerció una gran influencia sobre el checo Jan Hus (1369-1415). Teniendo en cuenta la importancia de la corte checa en la guerra de los treinta años, no hay que subestimar la importancia de Hus. Ni la de Wycliffe. Tampoco la de los cátaros. A ellos también se les puede considerar, según Wikipedia inglesia, parte de la pre-reforma protestante. The Cathars could be seen as prefiguring Protestantism in that they denied transubstantiation, purgatory, prayers for the dead and prayers to saints. They also believed that the scriptures should be read in the vernacular.”

En fin, que la reforma-cisma de Lutero llevaba gestándose desde hacía mucho tiempo por aquellas órdenes que habían entendido en su justa profundidad los Evangelios y advertido las grandes deformaciones que habían introducido los llamados “Padres de la Iglesia”. Seguramente pensaron que si un agustino abandonaba la orden batallaría contra San Agustín. Craso error, desde luego. Dejar la Iglesia Católica nunca entró en sus primeros planes. Su idea era reformar las cuestiones económicas. Pero a medida que el contrario endurecía sus posiciones a Lutero no le quedó más remedio que decidir entre aceptar la rendición o darse a la lucha. “Heme aquí. No me es dable de hacerlo de otro modo”, Lutero eligió la batalla. ¿No le era dable hacerlo de otro modo? ¿Por qué? ¿Por qué ese empeño en la predestinación? Quizás porque había sido elegido, había aceptado la elección y esa aceptación era vinculante, aunque él hubiera pensado en un primer momento que la cuestión sería más burocrática que otra cosa. El “diálogo” entre Erasmus de Rotterdam y Lutero lo muestra prudentemente, con precaución. Un hombre que cree en la predestinación no dice “Heme aquí. No me es dable hacerlo de otro modo ¡Qué Dios me ayude! ¡Amén!” Un hombre que cree a pie juntillas en la predestinación sabe que haga lo que haga tiene a Dios de su parte, o en su contra, y no se plantea mayores.

En tanto que Lutero era un gran batallador, los que habían elegido a Lutero como adalid habían elegido bien, de eso no cabe la menor duda. Lutero era un gran batallador. Hasta el final. Y hasta el final peleó – y ganó… a medias - “Victoria pírrica” se llama a eso – pero ganó. ¿Qué consiguió? La fundación de una nueva Iglesia. Al menos hasta cierto punto, porque Lutero sólo hacía las cosas hasta cierto punto. Pasó de súbdito de la Iglesia Católica universal a súbdito del Príncipe local, que estaba más cerca. Pero justo porque estaba más cerca y porque había separado las obras sociales del “hombre religioso”, o sea, la ciudad terrenal de la ciudad de Dios, y viendo que el Príncipe local no se andaba con chiquitas se negó a defender las revueltas de los agricultores. Ganó una mujer y unos hijos, ganó la posibilidad de traducir la Biblia haciendo creer que era el reformador, el inventor incluso, del alemán moderno. Y consiguió que sus congéneres y los sucesores de sus congéneres le creyeran. No sé cómo ni por qué. Otro, anterior a él, había sido el artífice del idioma germano: Meister Eckhart.

Pero Meister Eckhart al igual que el resto de los estudiosos de la Filosofía hermética, aquellos que portaban el estandarte de la filosofía perenne, fueron alejados de la Iglesia protestante. La intención de Lutero era construir una Iglesia espejo de la católica. Ése fue su modo de entender su lealtad y su fidelidad a los representantes de la Filosofía hermética, de la filosofía perenne, a los que había jurado sus servicios.

A partir de ahí, lo queramos o no, la amenaza de la destrucción de la Humanidad se convirtió en algo más que en una simple profecía. Era un riesgo real y constante.

Imaginen ustedes la situación. Por un lado, los verdaderos portadores de la estrella de luz tuvieron que silenciar sus voces y poco más tarde debieron incluso que esconderse en los sótanos de los palacios, a fin de no ser descubiertos, porque a la tradicional acusación de herejía, típica de la Iglesia católica, se unía ahora la acusación de brujería, de la nueva Iglesia protestante. Era comprensible. Una Iglesia apoyada en los pilares de las enseñanzas de San Pablo y de San Agustín no podía comportarse de otra manera. Seguir las doctrinas de San Pablo les convertía al mismo tiempo en justos y en jueces, esto es: en justos jueces, capaces de juzgar a todos los otros. Seguir a San Agustín significaba admitir que había un mundo de la luz y un mundo de las sombras. Lutero determinó que el hombre era un caballo ignorante del jinete que cabalgaba a sus espaldas: si Dios o el Diablo. El caballo, en efecto, no podía ver a quién llevaba él, pero sí, en cambio, podía ver quién era el jinete que montaba a los lomos del caballo de al lado. Y siguiendo los consejos de San Pablo había que deshacerse del caballo para, de ese modo, librarse del jinete.

Las enseñanzas de Jesús acerca de “denunciar la paja en el ojo ajeno y obviar el grano en el tuyo” quedaron reservadas para los momentos de tensión en que aquellos jueces justos recibían críticas ajenas: la de los inocentes.

Las consecuencias fueron desoladoras. A la guerra de los treinta años hubo que sumar el hecho de que todos veían y denunciaban herejes y brujas por todas partes. “Señalar”, “denunciar”, se convirtieron en las palabras salvadoras, porque el que señalaba entraba a formar parte del grupo de los jueces justos evitando, de este modo, ser señalado – excepto por el juez que le superaba en jerarquía, todo hay que decirlo. En cualquier caso, le concedía un respiro.

Los místicos y los herméticos quedaron como quedan Gretel y Hänschen, como quedan los niños hijos de un divorcio: como dos inocentes abandonados en el bosque a la espera de encontrar un lugar en el que refugiarse y esconderse.

Se toparon, claro, con los teósofos de Helena Blavatsky que pretendían destruir la Iglesia cristiana (católica y protestante) a base de la unión de las religiones, primero; de la unión de la religión, magia y ciencia, después; y finalmente a base de la unión de religión, magia, ciencia y dinero, finalmente.

La filosofía perenne se desmembró. Con ella cayeron la metafísica, la religión, la ciencia, la mística y triunfaron la técnica (lo que incluye también las técnicas de manipulación neural), la superstición y las finanzas patrocinadas por los numerosos velos del mundo maya. Helena Blavatsky le quita el velo a Isis para ponérselo al mundo al tiempo que canta eso de “la chispa de la vida”, que es la chispa electromagnética para unos y lobotomías, para otros.

No obstante, la ciencia sigue adelante; las finanzas siguen adelante, pese a sus repetidas caídas en picado, Valencia sigue inundándose y California se quema. ¿Cómo es esto posible? Seguramente alguien ha engañados al gobierno valenciano y le ha hecho creer que hay que ahorrar en cuestiones de catástrofe climática, porque eso o bien no existe o es tema del pasado. Seguramente en California los habitantes que construyen casas de diez, veinte, treinta y millones de millones de dólares creen que no necesitan pagar impuestos para que el papá Estado y los gabinetes de abogados de alto standing les solucionen las cuestiones de infraestructura, sin pagar impuestos. Interesante.

“Desperté de ser niño, nunca despiertes” – dice el poeta. Bien, que lo diga el poeta. Pero los hombres adultos despiertan, ven, reflexionan. Es posible que no escriban ni una sola línea. Lo más seguro es que pasen a engrosar las filas del grupo de los silenciosos.  Pero los hombres adultos despiertan, ven, reflexionan y después del silencio necesario puede ser incluso que se decidan a emprender alguna nueva aventura. ¡Quién lo sabe!

Mientras tanto se prefiere insultar y parodiar a la luz de luces, al Logo, al hombre de hombres, al místico de místicos, al hermético de herméticos: a Jesús.

El silencio es una gran cosa: evita proferir improperios.

Y por eso, el grupo de “los cartujos” callan y siguen en activo. Porque algunos, vayan ustedes a saber los motivos, identifican silencio con inactividad. ¡Qué cosas!

Para leer los Evangelios y a San Pablo y ver las diferencias no había que emprender grandes acciones, mucho menos desde la introducción de las lenguas vernáculas en la Iglesia. El silencio ha durado, dura y durará siglos. Cada vez que  las voces de “volvamos al espíritu de los Evangelios” resuenan con fuerza, la Iglesia transforma esas voces en reclamos de justicia social, al tipo de abajo los ricos y adentro los pobres, que -francamente- tampoco se atiene a lo que dice Jesús. Leamos con la precisión que los “lectores inteligentes” leen: Jesús no alienta a emprender una lucha ni contra los ricos ni contra las riquezas. Lo único que Jesús dice es que a un camello le resulta más fácil pasar por el ojo de una aguja, que a un rico y del mismo modo, siendo rico es más difícil llegar al Reino de los cielos por la sencilla razón de que las riquezas les impiden ver lo trascendente. A decir verdad, tampoco hace falta ser muy listo para entender lo que Jesús quiere decir: cuando una persona vive en una ciudad iluminada con luz artificial por todas partes es francamente complicado, por no decir imposible, distinguir la luz de las estrellas; pero de ahí a que Jesús inste a provocar un black out, va un trecho. Como Husserl reconoció: entre Kant, sus interpretadores y los neokantianos existen grandes diferencias. Lo mismo le pasa a Jesús.

Como vemos, las gentes han asistido a lo largo de la historia a trifulcas de todo tipo: religioso, metafísico, político, económico. La gente se ha matado por Dios y por Baal, sabiendo que de todas formas Dios y Baal les sobrevivirían. Se han estirado de los pelos, y soy testigo de ello, por determinar si una frase como “me duele el zapato” era la correcta para describir la rozadura que un zapato había provocado en un pie o debía ser sustituida por la de “me duele el pie”, a pesar de saber que lo realmente importante era lavar la herida y aplicarle un antiséptico.

Del mismo modo las gentes han sido engañadas, se han engañado a sí mismas, se han dejado engañar, han sido avisadas y advertidas de que estaban siendo engañadas y pocas veces han emprendido algo contra la mentira o contra los engaños.

La gente se ha dejado engañar bien porque de este modo conseguía grandes beneficios personales o bien porque así escapaba a grandes tormentos personales; muchas veces no se ha preguntado siquiera por el engaño porque tenía otros asuntos personales de los que ocuparse. Al fin y al cabo, se decía la gente, se dice la gente, si no le engañan unos le engañaran los otros; lo importante, pues, es impedir que sea el prójimo, que en alemán se denomina Nächsteliebe, le engañe. Con eso, piensa la gente común, ya es mucho, porque, a fin de cuentas, cavila la gente común, los grandes hombres son siempre los mismos perros con distintas cadenas. Y después de esta profunda reflexión, la gente común se retira a dormir.

Y ahora vienen los Unos, los Otros, los de Allá y los de Más Allá con los estandartes de la Verdad absoluta, en tiempos de relativismo, nihilismo, escepticismo, posverdad, postmodernidad y todos esos movimientos extraños con los que nos llevan atosigando y volviendo locos los autodeclarados “grandes intelectuales del mundo”, para decirnos: 1) que la Verdad son ellos. Cada uno de ellos dice de sí mismo que la Verdad es él y a continuación afirma que todos los demás mienten. Y 2) Cada uno de ellos, después de afirmarse como Verdad, se anuncia como Salvador único salvador del mundo. En realidad, la situación no es tanto la de Verdad contra Verdad como Mentira contra Mentira.

¿Nos engañan o nos interesa jugar a las víctimas engañadas para seguir con los trapicheos diarios? Ni lo sé. Yo estoy ocupada dando vueltas a mi sopa y escribiendo mis mensajes escritos lo más largo posible, a fin de que el mundo recupere, no la cordura, pero sí el plácido sueño.

A ver, ¿alguien de verdad se cree aquello de que Trump quiere comprar Groenlandia y Panamá a los daneses y a los panameños? En algún sitio de mi librería Kindl tengo un libro escrito por unos periodistas en el que se afirma la invasión económica que los chinos ejercen sobre Groenlandia, con aquiescencia de los groenlandeses. ¿Y ahora se indignan por las palabras de Trump? ¡Pero si Trump lo único que está haciendo es lo mismo que hacen todos! A su manera – eso sí – o sea, a la manera de Trump, que para mí personalmente es una fuerza de inspiración absoluta porque caso de decidirme a escribir una novela sobre el espacio yo le adjudicaría a su protagonista, un modero astronauta neovaquero, los mismos modales y las mismas maneras.  ¿Y creen ustedes de verdad que un partido como el Afd alemán es el único que puede salvar a Alemania? Cualquier persona racional que haya escuchado como Alice Weidel critica a las universidades alemanas y que nociones tan equivocadas tiene acerca de la Historia le negaría su voto por los siglos de los siglos, amén. ¿Pero cómo se atreve a criticar a las universidades alemanas que igualan -si no superan en creces a cualquier Harvard de este mundo y el siguiente? Hasta el momento no he visto a ningún heidelbergarniano escribiendo en una revista de boulevard acerca de los secretos de la felicidad. En cambio, he visto como la revista Lecturas publica regularmente las conclusiones de no sé qué profesor de Harvard especializado en la felicidad humana. He leído un poco de sus ideas. Algunas entran dentro de lo que se llama el sentido común y de otras, mejor no hacer caso. En cualquier caso, un gran aburrimiento. Igual de aburrido que Der Spiegel cuando se pregunta sobre las vidas paralelas de hombres y mujeres casados para llegar a la conclusión de que no se divorcian porque el marido gana bien. ¡Venga ya! Si la mujer gana menos que el hombre resulta que no se separa por el dinero del marido; si la mujer gana más que el dinero, entonces es porque la mujer se compra al marido; si la novia no deja al novio es porque está desesperada por tener un novio. ¿Por favor, pueden hablar de esas mujeres y de esos hombres que se meten en los matrimonios ajenos, a ver qué quieren y por qué lo hacen? ¿Por desesperación, por dinero? No. Los ladrones y ladronas lo hacen por auténtico amor. No me cabe duda: amor a su propio interés. Las esposas y esposos que luchan por mantener el barco a flote lo hacen por el flote y no por el barco. ¡Qué cosas hace falta escuchar!

Del mismo modo han estado durante años proclamando a los cuatro vientos la insensatez de los “padres helicópteros” mientras que las industrias pedían la ayuda de mamá Merkel en cualquier situación complicada (Nueva posible novela: “Las aventuras y desventuras de una empresa alemana de coches en China”). Pueden culpar a Merkel.  Al fin y al cabo, vivimos en la cultura heredada de Lutero y de todos los demás: la cultura del “tú has sido, yo no”. La cultura de la protesta a la que sigue la cultura de la inquisición. Pero seamos serios: quienes lo han hecho mal, rematadamente mal, han sido esas empresas.

Los tan, a lo largo de décadas, criticados como “padres helicópteros” por los medios de comunicación tuvieron que existir porque el mal hacer de los maestritos de turno superaban las críticas que ya en su día les hizo Brecht. Y verdaderamente cuando esos maestritos tienen hijos a su vez, hay que esperar como poco nepotismo y rezar para que no pretendan hundir a todos aquellos que son mejores que sus propios hijos. Lo mismo puedo decir de algunos de las grandes eminencias que entre los médicos pululan. Si ustedes son buenos alumnos, buenas personas, con buenas virtudes y el médico que tienen enfrente les empieza a hablar de sus hijos corran en sentido contrario. Experiencia propia.

Igual que cuando se concede a las herencias la tremenda importancia que en nuestros días se le concede. Como si no supiéramos todos aquello de que “no es el dinero el que hace al hombre, sino el hombre el que hace al dinero”. Sé de hijos e hijas de conserjes que han llegado a ser grandes profesionales porque se esforzaron en sus estudios sin contar con ninguna ayuda, pero sabiéndosela procurar allí donde vislumbraran una mínima posibilidad. El hijo de un portero de un edificio de bien estudió Derecho. Era de orígenes humildes, no era alto ni guapo ni elegante. Pero se esforzaba como un auténtico jabato. Se presentó a representante de clase, en una clase en la que había 500 alumnos, por lo menos. Estudiaba día y noche. No sé lo brillante que sería, pero a esforzado no le ganaba nadie. Y conocí al hijo de un célebre jurista que aprobó con más ayuda externa que mérito propio. Ignoro lo que uno y otro hacen hoy en día, pero les aseguro que, si tuviera que acudir a uno de los dos, mi elección estaría tomada desde el momento primero.

Así que no me vengan con historias para no dormir. Las herencias sirven de mucho, no sólo si se saben conservar sino si se saben desarrollar. Conozco a grandes herederos de tierras e inmuebles. No han cultivado las tierras, que perecen yermas, y no han cuidado los inmuebles que se han convertido a lo largo de los años en ruinas fantasmales y que suponen un grave obstáculo para las infraestructuras del pueblo o de la ciudad. Herederos que han vivido de rentas toda su vida y al final de ella, han debido echar cuentas de cuánto más les quedaba de vida para calibrar sus posibilidades. ¿Herencias? La herencia, hoy como ayer, sirve como “dote”, esto es: para el hombre esforzado que quiere empezar a labrar su propia tierra y ser dueño de su vida con el trabajo de su sudor. Para más no. Y da igual si la dote sirve a la agricultura o a la industria. Un mal agricultor pierde la tierra que sus padres le dieron; un mal industrial, también. En tiempo de crisis, de sequía o de inundaciones: que Dios nos ayude y nos coja confesados. Más no hay.

¿Algunos de verdad cree que cuando Musk aboga por una mayor reproducción de los inteligentes lo dice en serio? Definan “inteligencia”. Capacidad para solucionar problemas de tipo mental o/y emocional. ¿Creen ustedes que eso se hereda? No. Eso se ejercita. Sobre todo, se ejercita. No podemos afirmar por un lado que las personas con capacidades limitadas pueden desarrollarlas con su esfuerzo, no podemos enviar a las personas a una inflación de terapias y luego afirmar que la inteligencia es cuestión de herencia.

La inteligencia se desarrolla y se ejercita. Un Goya no tiene ni padre ni hijos genios de la pintura, o de cualquier otra materia. Y así con todos los genios de este mundo, se llamen Shakespeare, Newton o Kant. Por poner un ejemplo. Ejercitar la inteligencia mental les impide casarse, ejercitar la inteligencia emocional les impide casarse y socializar más allá de lo estipulado. El escritor acude a la taberna a hacerse conocido y a que le inviten a comer a base de ser gracioso y simpático. Si además consigue que vayan a ver sus obras de teatro o le compren las obras, mejor que mejor. Lo dijo Oscar Wilde: lo que le había dado el triunfo había sido su disciplina; disciplina que la pérdida de la inteligencia emocional a causa del incremento de un “crea mundos con tu mente” socavó. La disciplina es la madre del ejercicio de nuestra inteligencia, tanto mental como emocional. Moriarty la emplea de una manera brillante pero destructiva. Sherlock Holmes la emplea de una manera brillante pero constructiva. El camino arriba y abajo es el mismo, las direcciones, no. Pero hete aquí que Musk hace un llamamiento a la natalidad de los inteligentes para incrementar la población inteligente. Con ello obvia no sólo la importancia de la pedagogía, sino la trascendencia del ejercicio individual y de la disciplina individual. ¿Significa esto el chiste que se Musk se concede a sí mismo hacer o es la explicación graciosa al gran número de prole que tiene y cuyas razones cualquier persona proclive a la elucubración metafísica sobre el ser y el seguir siendo puede imaginar con más o menos acierto porque, al fin y al cabo, quién está dentro del corazón y del cerebro de Musk para poder asegurarlo con rotundidad?

Es preciso reconocer que “Hagan sus apuestas” tiene el mismo valor que gritar “Hagan sus elucubraciones”: La banca siempre gana.

Pero una cosa es apostar sabiendo que se está apostando y elucubrar consciente de que se está elucubrando y otra, muy distinta, afirmar con la contundencia del que se cree en posesión de la verdad, que es el modo en el que la mayoría ha de expresarse hoy en día si pretende, por lo menos eso, que se le atienda un par de segundos.

¿Cuántas más absurdidades habremos de escuchar? ¿“Abajo los impuestos”? ¿Y qué pasa con las infraestructuras? ¿Qué pasa con las cuestiones comunes? Puede ser que Strauss tuviera razón al considerar a Maquiavelo como un Dämon. Dämon no sólo por “El Príncipe”, porque todos sabemos que “El Príncipe” es un panfleto que Maquiavelo hubo de escribir para recibir el perdón de los Medici por su pasado republicano junto a Savonarola – sino especialmente por su idea del “bien común” que Maquiavelo con tanto ardor defiende en los Discursi, su verdadero Legado. No pienso contradecir a Strauss. El concepto de “bien común” representa un gran problema. Los totalitarismos del s.XX dan prueba de ello puesto que todos se asientan en él. No obstante, a Strauss habría que recordarle que el bien común igual que las virtudes, igual que el grupo de la familia, igual que el imperio romano y el imperio helénico, han sido convertidos por esos totalitarismos en puras máscaras. Son esos totalitarismos los que han vaciado a dichos conceptos: “Dios”, “familia”, “virtud”, “bien común” de su verdadero significado. El propio Maquiavelo no es ajeno a esta posibilidad, por eso en sus Discursi advierte al pueblo y le pide que no se deje sugestionar ni manipular por las demagogias de los grupos de poder tradicional, que únicamente buscan seguir manteniéndose en el Poder. Y pone como ejemplos los casos históricos en los que el Pueblo, creyendo que el grupo de los nobles se había aliado con él, apoyó sus propuestas, para darse poco después que el Pueblo confiado había caído en una trampa destinada a alejarle del gobierno.  

¿Cuántos leen los “Discursi”? Pocos. Muy pocos. La mayoría cita y se refiere al Príncipe: obra más breve y por panfletaria, más amena.

Es mejor repetir como si de una letanía o de un mantra se tratara que nos están engañando. Lo cantan una y otra vez los unos, los otros, los de aquí, los de allá y los de más allá. Lo cierto es que todos engañan a todos, los que dicen la verdad se retiran del mundanal ruido e intentan pasar desapercibidos, para que no les lluevan a ellos los follones. No lo consiguen, claro. Incluso los silenciosos tienen que acudir a la plaza del mercado a procurarse víveres para un par de semanas. Allí se encuentran con los inactivos que no tienen otra ocupación que provocar a los tranquilos, ocupados en sus propios asuntos. Creo que conozco a la mayoría de los provocadores: a los que se han declarado justos y van buscando pecadores, a los que acuden con malos gestos y buenas palabras, a los que acuden como si fueran los reyes ante los vasallos y los maestros ante los alumnos; los hay que juegan a los pobres de misericordia y otros que juegan a los indignados por lo injustamente tratados que han sido. A esos “justicieros” los enerva una simple persona antes que ellos a la hora de pagar en la caja, o que la persona delante de ellos pague lento, o descargue su cesta con lentitud. Hay otros, por su parte, que utilizan la lentitud como una moda para fastidiar al que viene detrás. En fin: ir a la plaza del mercado representa una gran aventura y exige templar los ánimos antes de adentrarse en un lugar en el que los depredadores se dan cita habitualmente.

Se hace preciso recordar un “dato”: los depredadores nunca son activos. Se mantienen impávidos, quietos, inamovibles, en estado de una paz como la que muchos estoicos ansían. Llegado el momento de la caza el arma que atrapa a sus presas es la sorpresa. La víctima que creía que el status quo del reposo iba a perpetuarse ad perpetuum nota, generalmente demasiado tarde, la equivocación de su “dar por sentado”. Su confianza radica en un deseo, no en una realidad.  Aceptémoslo: “Ich will es so”, no es lo mismo que el fenomenológico: “es ist so”. Sólo cuando la víctima acepta la existencia de ese “es ist so” y se pregunta por qué con la honestidad del que quiere entender ese “es ist so” puede llegar a la verdadera realidad y enfrentarse a ella salvándose. Como aquel grillo que contemplé a través de los cristales de un terrario. El lagarto estaba impasible, como si la presencia del grillo no provocara en él ninguna emoción, ningún instinto. El grillo estaba detrás de él. Quieto. Intentando pasar desapercibido. Procurando que el lagarto se olvidara de él. ¡Dos seres inactivos, pero cuántas emociones!

¿Qué es más humanos el “Go” chino o el ajedrez occidental? Según Kissinger, el “Go” chino era más “humano” porque no implicaba la muerte. ¿Dónde está la diferencia entre ambos?, pregunto yo. ¿Dónde está la humanidad del “Go” chino que no la veo por ningún lado?

Compréndame: mi primer amor fue Aristóteles. Antes incluso que Newton, lo confieso. La cuestión del movimiento es algo que, a mí, personalmente, siempre me ha fascinado. Eso sí: a lo aristotélico, no a lo eleático. El “Go” deja al perdedor con vida, pero le impide cualquier movimiento. Díganme ¿de qué le sirve que se deje con vida a una persona que no puede moverse? Se puede aludir, como hace San Agustín, al movimiento interior y ejercitar la meditación, no cabe duda, pero incluso ese movimiento tiene sus riesgos porque incluso el hombre que medita ha de comer; por su naturaleza de animal-hombre, se entiende. ¿Y cómo puede comer si no se puede mover? El burro de Buridán, que no se mueve, muere. Una persona que únicamente puede mover su interior termina o moviéndose en círculos o convirtiéndose en tifón. En ambos casos, se produce una implosión, cuyas consecuencias -no lo pongo en duda- pueden ser catastróficas para los que se encuentren en la cercanía. Aristóteles, sabio en su sabiduría, consideró que el hombre, además de mover el interior, ha de mover el exterior y por eso además de pensar ha de caminar: A lo peripatético. “Mens sana in corpore sano”, que dirían años más tarde los romanos y todos sus descendientes.

En fin, aquí estamos: en la Plaza del Mercado. Todos clamando que el resto les engaña a ellos: reyes, justicieros, victimistas, depredadores, maestritos, justos por declaración propia, listillos, revoltosos, camorristas… y silenciosos que intentan ir y regresar a sus casas lo más rápido posible. No por miedo; no puede ser víctima quien no puede ser devorado. Los silenciosos tienen la piel demasiado dura para cualquier carnívoro, pero su deseo de paz y de tranquilidad, eso que en alemán se denomina “Gemütlichkeit”, les aparta de los combates del mundanal ruido.

Así que cuando regresan a su casa con las suficientes viandas como para sobrevivir un buen tiempo sin ver a sus congéneres, cierran la puerta tras sí con voces de zombis que repiten al unísono “nos han engañado” sin especificar muy bien en qué, cómo y de qué manera. Especialmente cuando la verdad es algo que, como decían los alquimistas, no exige grandes esfuerzos. Sólo “ver”. En fin, algo así había dicho Jesús; algo así repitió Husserl. ¡Qué se le va a hacer! Hay demasiados ciegos y sordos. Donde no tengas una idea pon una palabra, le digo el diablo a Fausto. Por eso hoy en día hay tantos sonidos, tantos ruidos y en vez de ideas hay fantasmagorías creadas por la mente.

La puerta se cierra y el silencioso recupera la voz mientras coloca la compra en los estantes adecuados.

“Nos están engañando”, musita. “¿Quién nos engaña?” se pregunta sin comprender del todo. “¿Elon Musk? ¿Trump? Esos no engañan más a los que se quieren dejar engañar.”

El padre de Elon Musk afirmó en una entrevista que su hijo no podría dedicarse a la política y al mundo empresarial al mismo tiempo. Su padre tenía razón. Pero seguramente antes que su padre, el propio Musk ya había visto el problema y previsto la solución. “No se trata de casar política y empresa”, piensa el silencioso; “no se trata de casar política con medios de comunicación”, afirma el silencioso; “fin del politeísmo”, advierte el silencioso; “fin del maniqueísmo”, susurra el silencioso; “fin de las relaciones tóxicas”, concluye el silencioso. “¿Qué viene después?”, interroga el silencioso al silencio. “La unidad del Leviatán, primero”, le avisa la estrella de la bruja ciega, “la unidad del Nirvana, después” –le sonríe.

La unidad del Leviatán que concentra en un solo señor todos los poderes. No la política domina a la empresa, a las plataformas de comunicación y de venta. El Leviatán no va a ser el político, ni el religioso, ni el científico. El Leviatán va a ser el Leviatán empresario en el que se concentrarán los poderes políticos, de comunicación y de la tecnología. El Leviatán que dice “compro” al otro Leviatán que también quiere comprar y dice “compro” con sonrisa de dentífrico armada hasta los dientes. “Se vende al mejor postor.”, le apunta la estrella de la bruja ciega.  “¿Al mejor postor?”, reflexiona el silencioso. “Sí. Al mejor postor, igual que se hace en el mundo de las acciones”, le contesta la estrella de la bruja ciega. “A eso, y no a otra cosa, está jugando el mundo desde que ha decidido construir mundos con su mente”, ríe la estrella de la bruja ciega. “Pero en eso no ve engaño alguno”, suspira.

La bruja ciega.

 

 

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