Mientras sigan existiendo sabios que afirman eso de que los niños tienen
derecho al castigo y que hay que dejarlos encerrados en su habitación aunque
pataleen, con las mismas palabras y con el mismo tono que seguramente
emplearían para defender que los delincuentes tienen derecho a ser castigados,
a ser encerrados en cárceles y a no dejarlos salir de allí aunque protesten,
será necesario, imprescindible diría yo, que existan Oscar Wilde que escriban
el “De Profundis” y Brujas ciegas que denuncien que tales prácticas, lejos de
educar a niños, forma rebeldes, cria fascistas, manipula y deforma los buenos
sentimientos en sentimientos de autoculpabilidad y reproche, debilita el juicio
crítico y la reflexión. En definitiva: tales prácticas imponen el orden que
dictan los fuertes. Se impone el acatarlo.
Cualquier tipo de rebelión será castigada. Cuanto mayor sea la desobediencia
más duro será el castigo.
Genial teoría.
Y lo peor. Esta ideología, porque a esto hay que denominarlo “ideología”,
vende. Es más fácil ser un tirano que un maestro. Dominar al débil, modelarlo a
nuestro gusto, sentirnos dioses aunque al salir por la puerta regresemos a
nuestros puestos de pigmeos, con perdón de los pigmeos.
Esta ideología psico-pedagógica es falsa.
Falsa y mezquina.
Si la siguen, los malos seguirán siendo malos porque aprenderán que el
mundo se divide en dominadores y dominados pero adoptarán la máscara de la
hipocresía, del engaño, de las apariencias, de la realidad virtual, de la
palabrería. Los buenos sufrirán de terribles traumas de culpabilidad, cualquier
cosa en ellos les parecerá indigna y o bien se convertirán en masoquistas, o en
indolentes o en fanáticos del Orden
Eterno e Inmutable. Los sabios abandonarán la sabiduría y el conocimiento
porque la sabiduría y el conocimiento siempre pone en tela de juicio lo
establecido y cuestiona el poder organizado. Los normales sobrevivirán en una
normalidad mediocre, asfixiante, donde cuenta únicamente el pasado, lo
tradicional, la costumbre, lo dado que es lo que se transmite. La normalidad será
una normalidad no pensante, no racional. La normalidad será una normalidad
tarada en lo que han dicho los abuelos y los bisabuelos, no en lo que muestra el
sentido común o simplemente el progreso. ¡Progreso! ¡Qué terrible palabra para
algunos! ¡Como si el progreso fuera sinónimo de guerra nuclear! Y sí, es
cierto. El progreso hace posible la guerra nuclear. Pero no sólo eso. No sólo
eso.
La falta de cultura lleva aparejada inevitablemente la falta de humanidad.
Poco importa el cargo y la función que se ostente. Lo sabemos todos al menos
desde los tiempos de Lutero: el honor social no es algo del que gocen los
sabios y los hombres de pro. Cuántos hombres honestos no han tenido que huir!. Ya
lo dijo Aristóteles en su día al reconocer que había huido para que no se
cometiera una segunda injusticia contra los hombres de mérito. El primero en
caer había sido Sócrates. Una suerte que Aristóteles se tomara a sí mismo en serio con
independencia de cómo lo tomaran los demás.
La falta de cultura. Lo digo y lo repito. Vivimos en la cultura de la
anticultura. Y todo ello porque la cultura no es una ideología, ni una
religión, no es un puesto laboral. La cultura es mucho más. La cultura es
aquello por lo que un hombre puede ser llamado hombre y no asno y no obstante,
fíjense: ni siquiera los asnos pueden ser llevados siempre por donde se quiere.
A veces se resisten pese a los golpes.
¿Para qué la cultura? Para despertar el espíritu; para canalizar la
energía. Pero ni el espíritu ni la energía se levantan a base de castigos. Los
castigos duermen al espíritu y provocan cortocircuitos en la energía. Poco
importa que esos castigos consistan en propinar golpes físicos, en enclaustar
al culpable o en maltratarlo psicológicamente. La falta de cultura ha
desterrado incluso a Dios para en su lugar colocar a unos pobres jueces a los
que la sociedad obliga a dirimir cientos de casos a cuál más baladí, a cuál más
surrealista y que en principio podría resolver cualquier persona que gozara de un
poco de sentido común; sentido común que no es sino el modo en el que la
cultura reflexiona.
Intenten correr con sus hijos, a su lado, cuando noten que lo que necesitan
es aire libre. Déjenlos a solas con un libro o con un cuaderno si es esto lo
que prefieren. Intenten comprender qué es lo que quieren, qué es lo que
necesitan. Cada niño es un mundo. Algunos precisan de veredas y caminos que
descubrir y otros, en cambio, anhelan edificios que construir. Algunos aman
Lego y otros Play Mobil. Hay quienes no salen de la piscina y otros que no
entran en ella.
Y sí, es cierto. Del mismo modo que uno no se puede atiborrar de dulces,
tampoco es posible atiborrarse de ordenadores, videoconsolas y demás. Pero
díganme ¿quién le compra los pasteles? ¿quién los ordenadores? ¿quién repite
hasta la saciedad lo listos que son los niños de hoy en día porque saben
utilizar las redes sociales y servirse de la técnica mejor que sus ancestros? ¿quién
sirve en bandeja la imagen de padres tontos sumidos todavía en la adolescencia?
Y la esquizofrenia:
O los padres tienen que educar y si no saben, han de acudir a los experimentados abuelos a pedir
consejo –igual que se acudía al patriarca en tiempos no tan lejanos, (Ya he
leido algunas voces de lectores que se quejan de la muerte del
patriarcado-matriarcado), aunque los tiempos hayan cambiado, aunque las necesidades sean otras, aunque el tiempo del patriarcado haya quedado obsoleto por insuficiente.
O los padres tienen que educar y los abuelos tienen que maleducar y consentirlos.
Mi consejo: No hagan caso ni de lo uno ni de lo otro.
Con ello se está olvidando y obviando que la educación es un todo. No se
puede jugar a policia bueno y policia malo. No se puede jugar a aquí los dulces
son malos y allí buenos. Los abuelos –aceptémoslo- son adultos camino de la
infancia. Si los crios no saben cuándo han de dejar de comer pasteles, los
abuelos tampoco. Quizás hoy se viva más, quizás hoy se viva mejor, pero los
achaques son los achaques. En otro caso estarían los hospitales y las
residencias de ancianos vacias y no lo están. Los abuelos compran pasteles a
los niños porque ellos mismos adoran los dulces. Si no, créanme, se los prohibirían.
Y puestos en educar, intenten educar a los abuelos como los abuelos dicen que
los padres tienen que educar a los hijos. Será divertido observar cómo los
sacrosantos imperators se rebelan. ¿Cómo pueden aprender los niños la empatía si
no se es empático con ellos, si se ha de obedecer a la primera? ¿cómo pueden
ser los niños empáticos con los abuelos dementes a los que se les cae la baba
si sus padres les gritan cuando son ellos los que se ensucian o tiran algo sin
darse cuenta? Pero sobre todo ¿cómo pueden obedecer los niños a los padres si
ven cómo los padres les piden a sus abuelos que no les den muchas “chuches” el
fin de semana que los dejan con ellos y los abuelos les dan una bolsa llena de
caramelos en cuanto notan que el coche se ha puesto en marcha? ¿cómo pueden los
padres ejercer su autoridad si esta autoridad les es negada por los abuelos
porque estos, a su vez, están empeñados en conservar la suya propia? ¿de qué abuelos hablamos: de los dementes a los que se les cae la baba, o de los hedonistas que no querían saber nada de nietos porque ellos ya habían criado a sus hijos y ahora les tocaba a ellos criar a los suyos?
En fin, para qué seguir hablando, si algunos no se
van a enterar de nada, porque es más cómodo idealizar el pasado. Ustedes
recuerdan: ¡Tradición!
Curiosamente en esta ideología la tradición no significa dominación sino
“cualquier tiempo pasado fue mejor”.
Acabáramos.
Y sí, es cierto: el mundo se desarrrolla en medio de violaciones,
asesinatos, malos tratos, perversiones varias. Y yo que tengo la sangre
mosquetera sería la primera en coger la escoba para atizar al primero que se
atreviera a hacerle daño a alguno de mis amigos – independientemente de que
ello conllevara la aplicación de mi “derecho a ser castigada”. Y sí, es cierto,
el mundo no es el Paraiso, pero desde
luego la violencia del castigo, del llamado “derecho al castigo del criminal” (¡qué
perversión del Logos!) no soluciona las cosas.
Hablen con sus hijos, jueguen con ellos, sean comprensivos, corríjanles
únicamente cuando sea imprescindible, dejen que experimenten con sus emociones
igual que experimentan con el agua mojada. El agua mojada y la tierra pueden
ser barro que mancha pero también puede ser el material con el que se hacen los
castillos más hermosos. Si lloran e
incluso si exigen no hagan uso de esa pedagogía negra según la cual los hijos
son malos y la letra con sangre entra. No digan eso de “están limpios y comidos
y no necesitan nada. El llanto es puro capricho”. A lo mejor les necesitan a
ustedes, a sus brazos, a su calor. A su amor. Permitan que sean ellos los que elijan las actividades extraescolares. El deportista optará por el deporte y el sensible por la música; e incluso habrá algún solitario que preferirá la soledad de su habitación rodeado de libros de aventuras. Eviten la televisión y los ordenadores. Y no me refiero a sus hijos sino a ustedes. Es imposible prohibirles el consumo de medios si ustedes se pasan la vida dentro de ellos. El "cuando seas padre comerás huevos" ha dejado de tener sentido -suponiendo que alguna vez lo tuviera. Si quieren una frase slogan para afirmar su autoridad que sea mejor la de "Nobleza obliga". Sirvan a sus hijos. Conviértanlos
en príncipes y a ustedes en sabios preceptores que consiguen con el ejemplo de
su conducta y la sinceridad de sus actos lo que la vara no lograría nunca. No teman. Si alguna vez las necesidades de sus hijos se tornan en capricho y ustedes les muestran lo erróneo de su conducta, sabrán aceptarlo. El hombre que ha comido bien sabe cuándo el comer se convierte en gula. Igual que el hombre que ha sido bien servido sabe valorar cuándo ha de permitir el descanso a su vasallo. Ahí si no, tenemos la prueba con "la sinfonía del adiós"de Haydn.
Y en lo que a la tradición se refiere, tomen de ella lo útil y arrojen a la basura lo inservible. Acepten de los abuelos la sabiduría, pero no tengan en cuenta la necedad que toda alma -incluso la de los abuelos- alberga. Como decía García Pavón en su libro "las hermanas coloradas": la vejez se hunde en los recuerdos pasados y se cierra a lo externo. La rigidez y la petrificación anímica que el paso del tiempo conlleva "nos deja totalmente como una cosa". Y esto -queridos lectores- quiere decir que la esclerosis no sólo afecta a las arterias sino también al alma. Por eso y no por otra razón me muestro tan escéptica a ese culto que observo se está haciendo cada vez más a los abuelos. Se derroca a Dios y se busca por aquí y por allá sustitutos: jueces, abuelos, psicólogos. Hombres con nuestras mismas miserias y nuestras mismas debilidades. Una de dos: o vuelven a situar a Dios en su sitio, o ustedes mismos se animan a seguir el consejo kantiano de "Sapere Aude", pero no busquen- es un consejo- sucedáneos.
En definitiva: olviden eso de que “quien bien te quiere te hará sufrir” porque es mentira
y a lo más que sus hijos pueden llegar es a preguntarles lo mismo que Jesús en
la Cruz preguntó al suyo: “Padre, padre, ¿por qué me has abandonado?
La bruja ciega.
Lo dijo Brecht, “no es la maldad lo que me enseñas: es su pobreza”.
Lo digo yo: “no es la maldad lo que me enseñas: son los valores que ha
recibido lo que me muestras”.