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Wednesday, March 22, 2017

Elijan: o el silencio o la socarronería.

A la vista de cómo andan las cosas quizás practicar - y exigir - el silencio fuera lo mejor; desde luego lo más sensato, seguro. Uno ya no sabe cuándo una broma es una broma o un insulto encubierto. La moda en Europa la introdujeron las series americanas; no es que antes no existiera dicha práctica, pero uno podía optar por el enfado y por la indignación. Las series americanas, sin embargo, convertieron al  burlón en el más inteligente y al insultado en el más tonto. El insultado venía a ser de alguna manera un nuevo tipo de cornudo: el cornudo social, por llamarlo de alguna forma. En las series el cornudo aguanta como puede que el graciosillo de turno le arrebate su puesto en la sociedad y lo use a su antojo, hasta que decida devolvérselo junto con unas palmadas en el hombro al modo de “aquí no ha pasado nada”, en donde en ese “aquí no ha pasado nada” han colaborado todo el círculo de amigos y conocidos. Y el cornudo finge lo que todos los cornudos suelen fingir: que no se ha enterado de nada. Vano intento.  Los graciosillos no cesan en su empeño hasta que comprueban que el cornudo es consciente de que es un cornudo, así que además de cornear suelen apalear al cornudo con cien latigazos de “perdón”, “perdón”.

Algo así le pasó al tranquilo Jorge hace un par de días. Fue a un restaurante y hete aquí que por algún motivo el camarero de turno sintió una especial animadversión por mi tranquilo amigo. A pesar de los pocos clientes que llenaban el local, no consiguió que le sirvieran la segunda botella de agua que había pedido. El camarero, de repente, había desaparecido. De hecho, todo el personal se había esfumado.El tranquilo Jorge dejó transcurrir tranquilamente el tiempo y ni siquiera pensó en levantarse de la silla en la que siguió tranquilamente sentado hasta que a los veinte minutos, cuando la cena ya practicamente se había terminado, apareció un segundo camarero al que Jorge, tranquilamente, volvió a solicitar una botella de agua que le fue inmediatamente servida acompañada de una letanía de “perdones” por el compañero que había olvidado la petición. El tranquilo Jorge aceptó tranquilamente las disculpas. No sólo eso: dio una propina más generosa que la de costumbre e incluso se despidió cortesmente del servicio, incluyendo al camarero desaparecido que también se despidió entonando un “perdón” dentrás de otro.

Cuando el tranquilo Jorge tranquilamente me contó lo sucedido, yo, de carácter mosquetero, -ya lo saben ustedes- no daba crédito a mis oidos. “¿Cómo pudiste ser tan amable en una situación así?”, le pregunté asombrada. “Y desde luego lo de la generosa propina no lo entiendo en absoluto”.

“Oh”, contestó tranquilamente,“la propina era para la limpieza del mantel. No sabes cuánta vela derretida puede saltar al mantel e incluso a las sillas cuando la soplas fuertemente, sin darte cuenta, por supuesto. Jamás hubiera pensado que mis pulmones podían arrojar tanto aire, - ni tanta cera-  ¿y tú? Pero bueno, te dejo. Tengo asuntos importantes que resolver. En realidad sólo llamaba para pedirte que por favor escribas algo. No sé ni cuántos días hace que no publicas nada. Para la depresión primaveral es un poco pronto y para la falta de ideas un poco tarde. Deberías haberlo pensado antes de haberle prometido a Carlota la tonta promesa de los 365 artículos. ¡Con todo lo que se cuece por el mundo y tú sin decir ni una sola palabra! ¡Qué aburrimiento! ¡Escribe! Lo que sea, cualquier cosa. ¡Pero escribe algo!

Y colgó. Sí. El tranquilo Jorge es un hombre que tranquilamente le devuelve el pantalón al hombre que se ha acostado con su puesto social, que le ayuda a ponérselo, que le da un apretón de manos al salir y que observa tranquilamente cómo el rival se aleja mostrando el trasero al mundo: allí donde el tranquilo Jorge ha tranquilamente cortado la tela sin que el otro se percatara de ello.

No me cabe la menor duda de que la actitud de Jorge será apreciada, valorada y loada por muchos. En realidad por casi todos. Excepto por mí. La venganza requiere que el vengador sepa, realmente sepa, que ha habido un deseo de dolo por parte del otro o de los otros.  Pero ¿qué sucede en el caso en que aquéllo que uno considera una cornada no es en realidad tal sino un simple accidente, una simple torpeza?

Los vengativos que yo conozco consideran cada pequeña palabra, cada pequeño gesto que les incordia como una ofensa imperdonable y carecen de miramiento alguno a la hora de vengarse; sin embargo, y curiosamente, llaman “torpeza” a cada acto malintencionado, a cada acción vengativa que han cometido y que ha sido, por unas razones u otras, descubierta. Entonces no hay lágrimas y disculpas más exageradas que las suyas, hasta el punto de que el agredido siente lástima de esos seres que han cometido tamaños atropellos únicamente "por torpeza" y si uno se descuida incluso "por su bien".

El problema de la venganza no es simplemente que sea un plato frio es que, además, es un plato que carece de consistencia, que genera enfrentamiento y desconfianza en la sociedad; da igual que sea en la gran sociedad como en la pequeña.

Nada de esto es algo que el tranquilo Jorge entienda. Debe ser deformación profesional. La mayoría de los pleitos que últimamente le llegan tienen que ver más con una intención de venganza que con una conciencia clara de lo que la jurisprudencia representa en una sociedad. Muchos clientes le llegan con la frase de “busque la manera de que pierda el juicio la parte contraria, busque algún argumento para que le endilguen –eso dicen “endilguen”- una buena sanción, una buena multa, una buena indemnización al oponente”. Y empiezan a contarle su vida, sus milagros y obras hasta que el tranquilo Jorge termina pensando que es un cura o un psicoanalista o incluso un psiquiatra. Todo menos un jurista. Es entonces cuando me llama para que le recuerde qué y quién es y le saque de la matrix en la que los otros, sus clientes, pretenden introducirle.

El problema mayor al que ha de enfrentarse: la pérdida de clientes; de muchos clientes. De todos aquellos que no quieren la reparación de un derecho lastimado sino la venganza servida en el plato de la justicia.

Tiempo de silencio.

Tiempo de silencio para los jueces, a los que se les está no sólo otorgando la potestad sino exigiendo el deber de solucionar problemas sociales que nada o casi nada tienen que ver con la jurisprudencia sino con las buenas costumbres y virtudes que han de fomentar los ciudadanos.

Pero puesto que los ciudadanos no fomentan ni las unas ni las otras, porque eso automáticamente –creen ellos- les convierte en “los tontos de turno” y hoy de lo que se trata es de ser “el listo de mi lugar”, resulta más fácil llevar los asuntos a los tribunales. Poner demandas está de moda. Ha dejado de ser una acción última para convertirse en una actividad habitual. Como ya dije en algún artículo: se ha sustituido a Dios por la Justicia terrena. Estamos llegando a los juicios medievales “de Dios”: “Confío en la justicia”, dicen ahora los mismos que hace siglos decían “confío en Dios”, después de haber sobornado – o por lo menos haberlo intentado- al carcelero de turno. Porque se confía en la Justicia al tiempo que se buscan los mejores – o sea... los más feroces, por llamarlos de algún modo- abogados. Ya saben ustedes: “a Dios rogando y con el mazo dando”.

Ustedes, claro, ya saben todo esto. Pero compréndanlo: una bruja solitaria y ciega vislumbra el mundo de una forma distinta a la de los mortales comunes: desde la lejanía. Desde esta lejanía acierta a “ver” lo que a muchos envueltos en la actividad frenética se les oculta. Lo cercano, en cambio, se le antoja incomprensible, difuso, sin claras líneas definidas. Lo cercano para una bruja ciega es siempre una exclamación de sorpresa. En este sentido sí, es cierto: una bruja ciega es siempre una cornuda social. ¡Qué le vamos a hacer! Lo único pues que le resta es la socarronería que no es más que un eufemismo para denominar lo que es el humor mosquetero... Un humor espadachín.

El humor socarrón que hace falta, por ejemplo, para comprender por qué una librería gay amenaza con cerrar. Los propietarios afirman que si fracasa el negocio eso significaría que la Iglesia les ha ganado. Y ante ello, una, que soy yo, no puede más que reir a carcajada limpia. ¿La Iglesia enfrentada a una librería gay? Será por librería; no por gay. Incluso el Papa Francisco respondió a la cuestión de la homosexualidad con otra pregunta: “ ¿quién soy yo para juzgar?”. Así que queridos libreros, acepten la triste realidad: es la lectura la que está en crisis porque es la cultura la que está en declive. Y ello afecta a todas las capas sociales. Que Pablo Iglesias se exprese en el Congreso de los Diputados como se expresa. únicamente refleja la situación socio-cultural. Al fin y al cabo resulta innegable admitir que él es un político y  que como tal intenta que la mayoría de los ciudadanos comprendan lo que dice. De otra manera, su discurso resultaría ininteligible.

El mismo humor socarrón que utiliza Marine LePen cuando afirma que Podemos existe porque no existe un FN. Lo que viene a significar que de lo que se trata no es de que exista o deje de existir un FN o un Podemos, sino de que Franco murió en la cama después de haber gobernado tranquilamente cuarenta años; que la oposición, si la hubo, estuvo a la sombra durante todo ese tiempo –hibernando, elucubrando o maquinando yo no me meto, pero desde luego fue incapaz de organizar un movimiento real- y sólo salió a la luz después de muerto Franco. Fue entonces cuando la oposición empezó a llegar desde el exilio –voluntario- involuntario- y se organizó activamente. Pero antes que política la libertad fue sexual. Lo que se llenaron fueron las salas X. Aceptémoslo: lo que con tal comparación viene a afirmar LePen es que el dogmatismo político es un substrato que permanece en la sociedad, aunque no se le llame ni dogmatismo, ni político, ni “derechas”, ni “izquierdas”. Y hasta cierto punto lleva razón: entre detener a un autobús que asegura  que las niñas tiernen pene o atacar a un autobús que afirma todo lo contrario, no hay grandes diferencias.

El mismo humor socarrón, seguramente. del que deberían echar mano los paises del sur cuando Dijsselbloem afirma - visto el contexto- que los países del sur se gastan el dinero en alcohol y mujeres y después acuden a pedir más. Humor socarrón, como digo, al que deberían recurrir los países del Sur y al que, sin embargo, no recurren. En vez de eso la indignación: el demostrar que en otros países se consumen más alcohol y más mujeres.

Ese, admitámoslo, no es el tema al que se refiere el holandés.

El tema al que alude Djssebloem es el de la corrupción, pero no el de cualquier corrupción: el tema que le preocpa es de la corrupción inútil. ¿Dónde están los miles de millones de Euros desaparecidos en Andalucía? Repartidos como si se tratara de la lotería de Navidad. No hay forma humana de encontrarlos por la sencilla razón de que “el premio ha estado muy repartido”. Y es verdad que lo ha estado. A unos, claro, les ha caído más que a otros, pero lo cierto es que nadie se puede quejar. Y justo porque nadie se puede quejar es tan difícil que alguien reclame seriamente. ¿De que ha servido el dinero perdido? De nada. Absolutamente de nada. Muchas autopistas con exceso de arena, falta de hospitales y exceso de parados. El problema no es la corrupción, que esa es humana. El problema es que la corrupción no ha creado más empresas privadas competitivas, ni mejores universidades, ni ha contribuido a una mayor cultura o afición a la música. El problema es que la corrupción puede resumirse en una sola palabra: “Mariscadas”; donde “mariscadas” hace referencia a la corrupción que se emplea en el consumo privado. Ése es el problema.

En Cataluña la cuestión de la corrupción ha sido un poco diferente. Allí no se ha celebrado ninguna Lotería, ningún sorteo. Lo que allí ha habido ha sido, sencilla y llanamente una subasta. El 3%, puede considerarse un “impuesto de entrega” o algo así, pero desde el instante en que algunas empresas ofrecen cantidades superiores al 3%  por obtener las adjudicaciones - y parece que alguna empresa lo ha ofrecido- eso puede denominarse, en efecto, subasta: quién da más.

En principio, y si queremos ser flexibles, eso no es más que una forma de concesión. Se denomina sin embargo “Corrupción” porque tal práctica no ha originado un aumento de los activos  en Cataluña sino en las cuentas de los bancos andorranos. Y eso, nuevamente, es una corrupción inútil.

Sí. Se necesita un humor mosquetero para valorar en su justa medidas los ataques que se reciben.   Djjsselbloem es un hombre, no me cabe la menor duda, tan divertido como sensato. Por sensato es consciente de que la corrupción es connatural al ser humano; muchas veces porque éste ni siquiera la percibe como tal. Pero justamente por ser sensato es igualmente consciente de que la corrupción ha de repercutir en el beneficio colectivo de la sociedad y no simplemente en el privado de los ciudadanos; que ha de ser una corrupción empresarialmente eficaz, capaz de proporcionar a la sociedad nuevos horizontes y perspectivas y no simplemente dedicarlo al consumo individual. A eso, y no a otra cosa, es a lo que con toda seguridad se refiere el señor Djssembloem cuando nombra al “alcohol” y a las “mujeres” y no hace mención, en cambio, de “fábricas de cerveza” y de “ cadenas de prostíbulos”.

La pregunta del millón: ¿Pertenece o no pertenece Francia a los países del Sur?

El mismo humor socarrón se necesita para leer en la prensa alemana artículo valiente tras artículo valiente contra Trump mientras únicamente se encuentran tímidos articulitos contra Erdogan con, en el mejor de los casos, más ruido que nueces. Ninguna manifestación multitudinaria a favor de la liberación del periodista apresado en ningún lugar del mundo; sí, en cambio, en contra del trato que da Trump a las mujeres. ¡He de sacar toda mi artillería humorística para comprenderlo!

Es que Trump es más importante para el mundo que Erdogán, me dicen algunos al escuchar mi risa de bruja. “Para el mundo quizás, pero para Alemania....”

“¡Qué diantres!,  me digo, “justo por lo importante que es para Alemania resulta imprescindible no hablar del tema. Al día de hoy se trata de hablar y discutir a mandíbula batiente de lo que no importa para que nadie preste atención a lo que realmente sí es importante.”

“Alemania le debe dinero a Estados Unidos”, es la reclamación de Trump, según los titulares. Y los europeos a una se apresuran a negar la validez de tal pretensión.

Y con razón, porque aquí lo que se pide no es la devolución del montante sino la inversión en armamento.

Y para eso, justamente, no hay humor socarrón que valga.

Lo dije en su día:

En ese caso es el humor negro el que se impone.

La bruja ciega.

Lo confieso. Me he refugiado en los libros de Andrzej Sapkowski... Supongo que él los escribió en su día por los mismos motivos por los que hoy me veo obligada a acudir a ellos: por aburrimiento. Ultimamente en las noticias no aparecen más que variaciones sobre el mismo tema. En cuanto a las obras clásicas, o me voy a la hermética –con la cual, no crea, guardo profundas desavenencias-, o a los realistas –a lo Maquiavelo y Hobbes- , o a los bienintencionados – ya sean utilitaristas, responsables o conciliadores, - o a los conquistadores del “vamos a por todas”, ya sean de tendencia conservadora o progresista. Hasta que encuentre algo mejor, ando deambulando por los lugares más imprevisibles.





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