Yo moriré como he vivido: con la boca abierta a causa de la sorpresa. No me siento orgullosa de ello, a qué negarlo: a mi edad una, que soy yo, tendría que haber aprendido en qué consiste el mundo. Después de haber recorrido tantos caminos, de haber vivido y sobrevivido a tantas aventuras tendría por fuerza que saber en qué consiste eso que llamamos “vida cotidiana”. Al menos eso. Pues bien, lo confieso: sigo asombrándome. Y con el asombro, el silencio. Y con el silencio, la reflexión. Y con la reflexión, la escritura. Hoy se aconseja escribir como terapia. Reconozcámoslo: no deja de tener su gracia. Imaginen: uno va al psicólogo en busca de ayuda y éste tras unas cuantas sesiones le recomienda que escriba… como terapia. Y además le cobra por el consejo. Cuando lo escuché por vez primera no pude articular una sola palabra. Me pasa siempre: el asombro me impide hablar. Es lo que supongo conlleva eso que Carlos califica de “overthinking”: la cantidad de pensamientos que se agolpan en nuestra mente nos impiden proferir ni siquiera un sonido. De niña, mi madre solía instarme a que no pusiera cara de tonta. En mis oídos esa frase: “no pongas cara de tonta” era sinónimo de “todos sabemos que eres tonta, pero no hace falta que lo muestres.” Al día de hoy sigo sin conseguirlo: abro los ojos, abro la boca y la expresión de mi rostro refleja justamente eso que mi madre denominaba “poner cara de tonta”. Ironía de ironías sólo he conseguido la deseada “cara de póker” cuando se trata de mis cuitas emocionales. ¿Debo considerar estas líneas como “escritura de terapia”? Siento defraudarles. La escritura como terapia no llega a ningún sitio. Cualquiera que de pequeña ha escrito un diario es consciente de ello. Un buen día se descubre que esa actividad impide disfrutar de otras que interesan más. Uno no puede dedicarse a escribir sobre sus traumas cuando vive la vida. Cuando está dentro el foso del castillo, mucho menos: si escribe hasta el agotamiento sobre sí mismo, pierde el interés por sus traumas y por sí mismo tanto como ha perdido las fuerzas para salir. Están condenados a seguir allí: aburridos de sí mismos y de sus historias sin poder salir. Para divertirse tendrán o bien que convertir sus traumas en tragedias o manipular desde el fondo de su pozo a todos aquellos que se acerquen a él para conseguir que caigan en el pozo y de este modo conseguir compañía. Lo más posible es que todos terminen bailando un vals al son del rey del Reino del No-Ser; o sea, al ritmo que les dicte el vampiro. Mi consejo: no utilicen la escritura como terapia. Si de verdad eso fuera cierto no habría tantos escritores, geniales, brillantes escritores, que se han suicidado. Uno de ellos es Stefan Zweig. Su compatriota, el también escritor Thomas Bernhard, aseguró que la causa que motivó que se quitara la vida fue empezar a escribir sus memorias. No recuerdo en cuál de sus obras lo escribió, pero no cabe duda de que parte de razón lleva.
De un foso no se escapa escribiendo. Se escapa en gerundio: escapando. Y
eso sólo es posible haciendo lo que Jesús le dijo a Lázaro: “Levántate Y anda”.
Dos simples pasos. Mucho más no hay. Si se sientan a escribir como terapia a
sus problemas y traumas terminarán ustedes llorando lágrimas amargas. Y llorar
no siempre limpia. Algunos, como las brujas, aprendemos a nadar en nuestras lágrimas
y es así, nadando, como llegamos a la orilla, en la que nos secamos y felices
nos levantamos y andamos. Volvemos a ponernos en pie y a volver a andar, se
entiende. Algunos nadamos, otros se ahogan. Ese es el riesgo que entraña la
escritura como terapia. Y se ahogan por una sencilla razón: porque, aunque no paran
de moverse su movimiento no les conduce a ningún sitio y no les conduce a ningún
sitio porque sólo están concentrados en sí mismos, en vez de concentrarse en lo
que está fuera de ellos. Un ombligo que sólo se mira a sí mismo, es un ombligo
en peligro, poco importa que escriba, pinte, o limpie ventanas.
El acto de escribir sólo tiene sentido cuando consiste en un salir de sí
mismo para investigar y ordenar el mundo desconocido y loco en el que hemos
caído. Algunos no tienen tiempo para
escribir y otros han de escribir para sobrevivir a la sorpresa, al
desconcierto, poniendo las ideas, sus ideas, claras. Da igual que sea en forma
de novela, de ensayo, de artículo, o de mensaje lanzado al mar en una botella-blog.
Y eso sólo es posible cuando uno deja de mirar su ombligo para observar el
ombligo ajeno.
Lo que quiero decir con toda esta retahíla de palabras es que de un pozo
solo se sale saliendo. Levántate y anda, que siempre repito. Lo cual sólo es
posible cuando uno ve brillar la luz en una dirección y se encamina allí.
Es justamente por esto por lo que el vampiro, mi vampiro, tenía razón
cuando afirmó que en el mundo de Zenón el verdadero y absoluto reino es el
suyo: el Reino del No-Ser. Al no existir la existencia de una dirección es
imposible salir de cualquier pozo que se quiera. Ése es también el triunfo que
se vuelve a repetir en los dominios del Reino de la Nada y de los nihilistas.
No escriban como terapia. Escriban para ordenar sus ideas. Aquéllas que aporrean
sus cerebros y sus corazones en cuanto salen de casa y se tropiezan con sus
congéneres de camino a o de vuelta a la Plaza del Mercado.
La única terapia que existe para salir del pozo es escalar a la luz, cueste
lo que cueste porque lo más difícil ya está conseguido: han visto la luz, han distinguido
la dirección y se han puesto en marcha. O lo que es lo mismo: Lázaro, levántate
y anda. Y ya puestos, permítanme un último consejo: concéntrense en la subida,
no en sus ombligos.
No sé por qué les digo todo esto. En realidad, era de otras cuestiones de
las que yo quería hablarles y que, a decir, verdad no guardan más relación
entre ellas que las de mostrarles que a veces es imposible, realmente
imposible, caer en pozo alguno. Es la cólera de la escoba la que lo impide
cuando se pone a barrer furiosa y frenética las insensateces a las que hay que
atender en la Plaza del Mercado.
La primera es esa nueva expresión que acaban de inventarse los medios de
comunicación. Quizás la han encontrado en algún lugar escondido. Ellos sabrán.
La frase en cuestión es “ejercer de abuela”.
Permitan que me destornille de risa. Permitan que vuele de la risa.
Permitan que caiga en el suelo agotada de la risa.
“Pepita quiere ejercer de abuela” – dice Juanita compungida- “Pero sus
malvados hijos, nueras, yernos y demás especímenes, da igual cuál de ellos, no
lo permite.”
Grandes lágrimas en el público.
“Pepita ya puede ejercer de abuela” – dice Juanita contenta- “Por fin
puede.”
Grandes aplausos en la sala.
Y una, que soy yo, se queda impávida, fría, paralizada por la sorpresa y la
ignorancia de no saber en qué consiste ese “ejercer de…abuela”.
“Ejercer”- musito - “ejercer” es cómo las maestras definían antiguamente a
su profesión. “Estoy ejerciendo en X”, explicaba la maestra cuando se encontraba
con algún conocido. “Ejercer” era una profesión y sigue oliendo a profesión.
Primera cuestión:
“¿Quieren trabajar de abuelas?” – me pregunto consternada. – “¿Con o sin
salario?” – sigo preguntándome. “Si no son asalariadas, ¿se considerarán esclavas
de sus hijos?” – pregunto nuevamente. “Si son asalariadas, ¿se considerarán
sirvientas con derecho a horas extras y vacaciones?”
Segunda cuestión:
¿Qué entienden las personas que así hablan por el concepto “abuela”? ¿Darles
caramelos? ¿Llevarlos al parque? ¿Remendar sus calcetines? ¿Prepararles la
comida para cuando lleguen del colegio? ¿Llevarlos a las actividades extraescolares?
¿Limpiarles el culito? ¿Plancharles la ropa? ¿Enseñarles libros? ¿Leerles
libros? ¿Escucharles leer? ¿Escucharles tocar los instrumentos de música día
tras día? ¿O más bien significa ejercer
de abuela obligar a los tiernos
nietecitos y nietecitas a escuchar sus batallitas más soñadas que realizadas,
obligar a los tiernos nietecitos y nietecitas a que los respeten, obedezcan y
los idolatren y caso de que esto no se cumpla echar a sus respectivos padres a
los leones por no saber educar adecuadamente a sus hijos y, ya puestos, en obligar
a esos nietecitos y nietecitas a conseguir que los padres cumplan al pie de la
letra, esto es, a rajatabla lo que la abuela que ejerce de abuela decide? Especifiquen
por favor en qué consiste ejercer de abuela, porque lo que se vislumbra detrás
de tanto sentimentalismo almibarado y edulcorado con el que se pretende
rellenar una frase tan fría y carente de cualquier atisbo de amor como es la de
“ejercer de abuela” es sobre todo el deseo de “ejercer”, sí, pero ejercer el Poder
que se va perdiendo conforme los años transcurren y las fuerzas fallan.
Mi sorpresa no queda aquí. Mi sorpresa va in crescendo. O sea: se les está
inculcando a las madres que ejerzan de lo que quieran excepto de madre; se les
está inculcando lo terrible y asfixiante que es el ejercer de madre; que está
bien ver a los hijos un rato al día, pero eso de estar todo el día con ellos conlleva
perniciosos efectos secundarios. Incluso gastan dinero en rodar películas en las
que se muestra qué desgraciada es la madre con el hijo, un hijo deseado por
supuesto, al ver cómo desperdicia su existencia y lo valiente que es al empezar
a pintar, creo que es pintar a lo que se dedica, y el éxito que su exposición
alcanza. Quizás, puede ser, no me acuerdo, que en algún momento de la película
la madre decida divorciarse o separarse o algo así. En fin, que la madre quiere
ejercer de pintora al tiempo que de madre y esto lo consigue trabajando por la
noche.
Mi pregunta: ¿saben esas personas que escriben esos guiones lo que es tener hijos? Con cuadros o sin cuadros lo de trabajar por la noche está garantizado. Hay que preparar cosas para el día siguiente, hay que controlar que el material escolar y la ropa estén listos para no perder tiempo por la mañana. Si todavía les queda energía y quieren pintar, coser margaritas o escribir novelas de misterio antes de las tres de la madrugada no van a la cama. Su marido ronca y ni siquiera la nota llegar. Usted cae exhausta. Y al día siguiente, a eso de las seis y media, escucha caer el agua que ducha a su marido, el despertador que brama, canta y silba varias veces y vuelta a empezar.
Es ahí cuando empieza la
cuestión por la conciliación. Y empieza la cuestión por la conciliación porque
en otro caso lo que atisba por el horizonte es el problema del burn out, que no
hay terapia de escritura que lo solucione, porque a un burn-out sólo lo sana un
descanso de un par de años. Insisto: un par de años, porque con uno sólo
no se resuelve mucho. Con un año sabático todavía menos. Lo que un burn-out
requiere es la paz y la tranquilidad de un convento cisterciense; quizás un
convento cartujo fuera incluso mejor. Eso
es lo que requeriría una mujer que trabaja día tras día hasta las tres de la
madrugada porque ha estado hasta las doce de la noche atendiendo a sus hijos,
no dispone de servicio doméstico, ha pasado sus embarazos sin ser cuidada, ha
hecho una mudanza tras otra debido al trabajo de su marido al cual pocas veces
ve y menos en lo que cualquier persona normal calificaría como “presentable”
porque está pintando las paredes al tiempo que cocina un pastel y escucha como la
más pequeña ensaya una partitura de Bach aunque esa no es su partitura sino la
de su hermano mayor, pero la pequeña se ha empeñado y ello merece prestarle
atención; una madre que se ha ocupado de ensenar a leer y a escribir a sus
hijos, hace música con ellos, los lleva al parque, juega con ellos, y además insiste
en seguir estudiando. Esa ha sido Carlota. Ella fue también la que cayó en un
burn-out y justo cuando había salido tuvo que enfrentarse ella sola, a pecho
descubierto, a una caterva de ociosos y por ociosos envidiosos varios. En
cuanto a la pequeña que amaba a Bach sólo podía ser, ya lo saben ustedes, mi
querida Verónica.
Admitámoslo: la reivindicación por la conciliación no es más que “cariño el
niño es tanto tuyo como mío, así que te toca a ti.” O sea, es justamente el deseo
de no ejercer de madre lo que lleva a exigir la conciliación. Y esa exigencia no
se ciñe únicamente al horario laboral. No. Se extiende al gimnasio, a la vida social
y a las compras aquí y allá, sin olvidar visitas de cortesía a no sé quién,
pero entre las que, con toda seguridad, se encuentra, la mejor amiga de toda
mujer que se precie: la peluquera.
En esas está la situación. Caso de que exista un divorcio, la guerra está asegurada.
La primera discusión no es la económica. La primera es siempre por quién de los
dos ha trabajado más. Mi conclusión es siempre la misma: los dos han trabajado
como bestias, hasta la extenuación y ambos creen que lo que van a obtener con
el divorcio es el descanso. Al menos una semana: la semana que el hijo está con
el ex.
Mi conclusión es que entre unas cosas y otras el divorciado/a vuelve a caer
justo en aquello de lo que quiso salir. Nueva pareja, nuevos retoños de los que
ocuparse, y más necesidades económicas porque finalmente han comprendido que la
conciliación se logra con mucho dinero. Es en este punto donde entra la
cuestión económica a debate. Pero eso es ya otra historia.
Díganme: si las abuelas ejercieran de aquello de lo que proclaman estar
deseando ejercer, esto es: de abuelas ¿creen ustedes, sinceramente que habría
tantas discusiones por la conciliación?
No. No existirían.
Una buena abuela no es aquella que grita que quiere ejercer de abuela.
Una buena abuela es aquella que como buen soldado se pone al servicio de
sus hijos y les dice: aquí estoy, para lo que me necesitéis si me necesitáis,
cuando me necesitéis.
Y es aquí donde se descubre si esa abuela que quiere ser abuela se ha ganado la confianza de sus hijos mientras ha sido madre y si esos hijos están dispuestos a que se gane la confianza de sus nietos.
Esas abuelas que están defendiendo su derecho a ejercer de abuela deberían primero ganarse el amor y el respeto de sus hijos, antes que pretender saltar sobre ellos y abalanzarse sobre los nietos protegidos por una caballería de abogados.
Reflexionen sobre los requisitos para ejercer el Poder y los límites que el ejercicido de ese Poder ha de respetar.
El tema de ese "ejercer de abuela" está íntimamente unida a la cuestión por "el ejercicio del Poder", lo cual nos lleva irremediablemente a la cuestión por la Democracia.
En fin, mañana me ocuparé de la Democracia.
¿Han leído ustedes esos divertidos artículos cuyos rótulos lanzan una y
otra vez las mismas cuestiones: la de si es posible la democracia, si la
democracia está en peligro, adónde la democracia, para qué la democracia,
democracia: qué democracia y similares?
Mañana. Hoy tengo que ir a la Plaza del Mercado.
Eso sí que requiere valentía.
La bruja ciega.
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