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Tuesday, August 12, 2025

Oro

 

Discutir con el tranquilo Jorge es una de esas actividades que requieren que el contrincante disponga de grandes cantidades de energía, así como de entusiasmo por el tema a tratar. “Muchos son los llamados y pocos los elegidos”, es la frase bíblica que sin duda mejor describe el estado de hechos. Como al tranquilo Jorge tranquilamente le precede su fama de genial espadachín con la lengua, rara es la ocasión en la que el tranquilo Jorge puede tomar tranquilamente un café sin ser molestado por gentes que creyéndose maestros en el arte de la esgrima resultan ser aprendices. Una de las pocas personas que le permiten al tranquilo Jorge saborear tranquilamente los pequeños placeres cotidianos, por no decir la única, es su mujer Paula. Ya lo he dicho muchas veces: Para la disciplinada y organizada Paula, el tranquilo Jorge no pertenece a la especie de los mortales. A sus ojos, el tranquilo Jorge es Dios, y a Dios hay que dejarle tranquilo, para que tranquilamente pueda ocuparse de sus innumerables e importantes asuntos. Si Paula es de las que respeta la tranquilidad de Dios, yo soy una de esas personas a las que la visión de un Dios durmiente le resulta insufrible y sólo puede entenderla si ese Dios durmiente combina el sueño con los sueños lúcidos y activos. Todo, con tal de que ese Dios no se aleje demasiado de este su mundo, nuestro mundo, que acabará cómo y cuándo Él decida y, posiblemente, en un Nirvana. Vale. Pero hasta que ese día llegue es necesario que Dios, los dioses, y los hombres sigamos aquí presentes. Por mí, puede quedarse incluso el diablo, con tal de que no dé demasiado la lata.

En definitiva: incluso en el supuesto, aunque improbable caso, de que el tranquilo Jorge fuera un tranquilo Dios, yo trataría por todos los medios de evitar que se convirtiera en uno de esos dioses que “se duerme en los laureles" y se evadiera de la cotidiana realidad,  siempre problemática; actitud que, por otra parte, resultaría sumamente irresponsable, justo es aceptarlo, puesto que somos el producto de su mente. Dios, el verdadero Dios, no el tranquilo Jorge, porque ese ha sido elevado a la categoría de Dios por el inmenso amor de su disciplinada mujer, piensa que puede "echar una cabezadita"  puesto que ha concedido a cada una de sus nunca perfectas, pero siempre amadas, el carácter que necesitan, no sé si lo precisan para sobrevivir, pero desde luego sí para divertirse. Lo admito: yo me divierto bastante con el carácter que Dios me ha otorgado. No tanto, en cambio,  con el carácter que ese mismo Dios ha regalado a los congéneres que me rodean. (¡Ah! ¡Este sentido mío del humor!) Y créanme: si alguna misión me ha encargado el verdadero Dios para esta llamada la mía vida, ésa ha sido la de lograr que la tranquila mente del tranquilo Jorge tranquilamente reflexione evitando de este modo que su tranquila mente tranquilamente pueda oxidarse… Tal noble objetivo sólo se alcanza después de habernos batido hasta nuestras últimas fuerzas en una de esas conversaciones de las que todos los contertulios, excepto los contendientes, desaparecen. 

La última ha sido la referente al oro.

Permítanme unas cuantas aclaraciones: Como ustedes ya saben, soy una bruja y por ende una bruja ciega. Por si esto no fuera suficiente, debo añadir que el mero hecho de ir al mercado y tener que mezclarme con el mundanal ruido al que llaman "gente" me produce grandes quebraderos de cabeza. Por estas mismas razones, y en la medida de lo posible, me mantengo alejada de los grandes  bullicios, y conglomeraciones humanas, traten éstas de lo que quieran tratar.  Existe una tercera peculiaridad en mi forma de ser y es que, en mi humilde, -pero decidida opinión -, peor, mucho peor, que la enfermedad de la soledad es la enfermedad de la estupidez. La de los otros, se entiende.

Espero que la exposición de mi carácter les permita a ustedes entender mi rechazo a los análisis financieros referidos a la compulsiva adquisición del oro a) por las naciones más poderosas de este Planeta llamado el Planeta de los Hombres;  b) por los países no tan poderosos, pero con deseos de acercarse a los otros lo máximo posible, lo que les conduce a padecer el “efecto contagio” y finalmente, c) por las pudientes y bien informadas gentes de Fuenteovejuna, debido a una mala interpretación de aquella ley cósmica según la cual “arriba como abajo y abajo como arriba”.

Lo más seguro es que ustedes, igual que Jorge, defiendan que esos poderosos representantes de nuestra especie se están protegiendo contra una catástrofe financiera de dimensiones cósmicas. Lo más probable es que ustedes, igual que Jorge, estén convencidos de que las naciones pretenden, a lo desesperado, regresar al patrón oro para, de este modo, y en la medida de lo posible, ralentizar y aminorar el inevitable desastre. Es altamente plausible que ustedes me crean o una ignorante, una diletante, una conspiradora o todo a la vez.

Lo único que ustedes no estarán – lo sé aun antes de haberme decidido a escribir este artículo- es de acuerdo conmigo.

Y créanme, después de haber estado batiéndome en un feroz duelo con Jorge, duelo que se ha prolongado a lo largo de todo un fin de semana, he tenido que armarme de todas mis fuerzas para sentarme a escribir lo que a continuación voy a escribir.

Bien. Empecemos.

Las grandes naciones de este planeta llamado “El Planeta de los Hombres” están comprando grandes cantidades de oro para, según dicen y aseguran los sesudos economistas y analistas la mayoría de los cuales, justo es recordarlo, también incrementan su capital privado gracias a la venta a Fuenteovejuna de libros con fórmulas mágicas y productos financieros con la promesa de que de esta forma Fuenteovejuna incrementará sus riquezas o, al menos, no perderá las que ya posee.

Adivina adivinanza, dime quién es el verdadero ganador.

Las grandes naciones, repiten una y otra vez todos estos sesudos conocedores de la verdadera realidad real de la siempre virtual realidad financiera, están atesorando la mayor cantidad de oro posible a fin, aseguran, de regresar al patrón oro del que Estados Unidos (y con él, el resto del planeta) allá en la década de los setenta.

Y puesto que los grandes lo hacen, han de hacerlo todos los demás – aconsejan.

Lo aconsejan al tiempo que hablan de una estafa piramidal en el reino siempre real y siempre virtual de las finanzas.

Díganme ¿cómo debo de entenderlo?

Muy sencillo: de esa estafa piramidal sólo salva la adquisición del oro y – añaden- del Bitcoin.

Y yo me pregunto: ¿cómo puede salvar a alguien que se encuentran inmerso en una estafa piramidal el oro? Quiero decir: imaginen que yo compro un montante de productos de ropa barata para venderla a un vendedor que a su vez la va a vender a otro vendedor y así sucesivamente. Es posible que los tres primeros vendedores consigan, gracias a sus innatas dotes, traspasar su mercancía al siguiente vendedor; no obstante, cada operación generará menos margen de ganancias hasta que el último eslabón de la cadena ha realizado una transacción tan costosa como inútil porque no obtendrá ningún cliente. ¿Ninguno? Hombre, alguno hay. Por ejemplo, aquél que pretenda “lavar su dinero” de cualquier manera. De repente a esa ropa se le da un apellido para hacerla más atractiva “vintage”, “pop”, “subversiva” y se convierte, por obra y gracia de los prestidigitadores de marketing, en una mercancía altamente rentable. Para el que la vende porque consigue deshacerse de una carga y para el comprador porque no sólo logra “lavar su dinero” sino que además consigue, gracias al efecto contagio, que esa ropa adquiera incluso más valor. Si además personas importantes, influyentes, del momento, la llevan o la han llevado, mucho más.

Esto es una salvación tan ingeniosa como “in extremis” de aquél que se ha visto “arrollado” por una estafa piramidal. ¿De qué serviría en un caso como éste el oro?, me pregunto.

No cabe duda que para pagar las deudas y seguir manteniendo su coste de vida.

Pero seamos honestos: esto se mantiene de igual manera si ese hombre tiene en su bolsillo lo que en su sociedad es considerado como “moneda de cambio”, ya sea ésta dólares, euros, libras, yuanes, rublos o guisantes.

¿Por qué el oro? ¿Por escaso?

A estas alturas de la situación ya deberíamos intuir que la próxima moneda de cambio más segura no va a ser el oro, sino el agua.

Nuevamente pues ¿Por qué el oro?

Y me centro en el oro y no en el Bitcoin porque la historia del Bitcoin es todavía más sibilina.

Imaginen lo que dicen del Bitcoin: que es seguro porque el Estado no lo puede confiscar. ¿Y? ¿Es que acaso éste es el único peligro al que una moneda, mi moneda, en el bolsillo, en mi bolsillo, ha de hacer frente? ¿Es que el Bitcoin permanece ajeno a la necedad de las personas que derrochan sus fortunas? ¿Libre de caer en estafas piramidales cuyas estructuras son cada vez más refinadas y enmarañadas, como si de intrincados laberintos se tratara?

¡Acabáramos!

Regresemos pues, al tema del oro.

El Bitcoin, dicen los sesudos analistas, no puede ser confiscado por los Estados.

¿Y el oro?

El oro, desde luego.

El oro puede ser confiscado por los Estados, robado por los ladrones de bancos, si los lingotes se guardan en los bancos, y por los cacos de siempre, si se ocultan en casa o en el jardín.

Proteger el oro exige que aquellos que lo poseen dispongan al menos de dos elementos esenciales: a) Poder y b) Enormes cantidades de dinero para sufragar los costosos dispositivos de seguridad que su custodia requiere. Con ello no terminan los quebraderos de cabeza, claro. Habría que contar igualmente con formas rápidas de, en caso de peligro, para trasladar el oro almacenado a otro lugar; lo cual -admitámoslo- exige nuevos desembolsos de pecunio, de nuestro pecunio.

Las grandes Naciones están en condiciones de guardar y proteger su oro, los hombres privados no pueden.

Pero detengámonos un instante y preguntémonos cómo se abonan los gastos que generan la salvaguarda del oro.

Puesto que los sesudos economistas y analistas financieros han proclamado la defunción de las monedas nacionales, igual que otros antes que ellos declararon la muerte de Dios y del Logos, se hace necesario considerar seriamente el tema.

¿Ha supuesto la comunicación del fallecimiento de Dios la desaparición de Dios?

No. Dios está hoy en día más presente que nunca. Quizás no resucitado. Quizás sólo reencarnado. Reencarnado en ropajes materialistas, de superstición y nigromancia… ¡qué se yo! Pero de lo que no cabe duda es de que Dios, se crea en Él o se le utilice como figura de inspiración – con independencia de la dirección de esa inspiración -, sigue presente y muy presente en nuestra sociedad.

¿Ha supuesto el anuncio de la muerte de Logos, la desaparición del Logos?

No. Lo cierto es que el incremento de manera incontrolada e incontrolable de la relatividad del discurso, de la confusión del discurso, y de la inflación de narrativas ha promovido la búsqueda del Logos. Se trata de un movimiento débil y tímido, es verdad, pero de una fuerza inusitada, que se ha iniciado con la actitud de la sobriedad.  

La misma sobriedad que se observa en las reuniones sociales en las que priman la cerveza sin alcohol e incluso el vino sin alcohol, es la que se está apreciando en la reflexión de las conversaciones y del diálogo.

Visto esto, habremos pues de preguntarnos si la declaración de la muerte de las monedas nacionales, que se está realizando antes de que éstas hayan fallecido; que se está haciendo de la misma manera en la que se anuncia la muerte de actores y hombres importantes en las redes sociales a pesar de gozar de una salud de hierro; que es está haciendo cuando quizás las monedas nacionales no gozan de esa salud de hierro de la que sí, en cambio, los actores y hombres importantes cuya muerte se llora en las redes y por las redes. Como ustedes seguramente imaginan es que lo que esos hombres y mujeres con salud de hierro comparten con las monedas en curso, no es, en efecto, la salud de hierro, puesto que las monedas no la tienen. El punto en común, sin embargo, es algo tan importante como la salud misma: la vida.

Un moribundo cuando lucha no lucha por su salud, que de esa ya no está seguro. Lucha por algo radicalmente esencial: la vida.

Consiguientemente: ¿cómo pueden dar por muertos, a esos tan obsesionados por la muerte, (de los otros, se entiende), a hombres, mujeres y monedas importantes?

No pueden. Por eso su declaración no posee la fuerza que sí, en cambio, tenían las de Nietzsche y las de Derrida. Por eso su declaración, a la que intentan revestir de la calidad de “profecía”, no es más que una apuesta. Y al igual que aquellos que apuestan intentan hacer convertir en hecho su apuesta a base de combinar el miedo con la esperanza, estos intentan convencer que las monedas nacionales son zombis, muertos en vida, moribundos sin remedio sujetos a máquinas que les mantienen con vida de forma artificial, fantasmas.

Y sitúan su apuesta, el oro, en cabeza.

Avalados además por los hechos que acaecen en la realidad real, esto es: la desmesurada cantidad de oro que las grandes naciones están adquiriendo.

Antes de confiarles mis consideraciones al respecto, asumamos tres grandes verdades que la realidad real del oro conlleva.

a)      El amor del hombre por el oro es histórico. Algunos consideran que este amor se basa en las propiedades intrínsecas del oro; por su parte, los alquimistas de todas las épocas y edades le han conferido al oro propiedades que traspasaban las meramente geológicas. Hay algunos incluso que aseguran que los extraterrestres nos han visitado en busca de oro; afirmación que, en mi opinión, y con independencia de la existencia o no de los extraterrestres, habría de ser tomada en consideración.

b)      En la historia de la humanidad se han cometido grandes crímenes a causa del oro. Esto, con todos mis respetos, no es significativo en absoluto. Esa misma historia muestra y demuestra por cuantas estupideces es capaz un hombre o un grupo de hombres de asesinar a otros. Lo realmente esencial es que el oro ha sido un bien escaso, y que dicha escasez se ha mantenido estable pese a que la cantidad de oro ha aumentado de forma rotundamente aplastante. Los descubrimientos de minas repletas de oro no han servido para satisfacer las necesidades económicas. No sirvieron ni en los tiempos romanos, donde junto con las monedas de oro se hizo necesario introducir las de plata, bronce y latón. Ha sido ha sido siempre.

En los tiempos recientes, los países hubieron de aceptar que la cantidad de transacciones comerciales, la complejidad de los negocios, así como la amplitud geográfica de los mercados, obligaban a renunciar al patrón oro en beneficio del dólar.

Durante la década de los ochenta e incluso de los noventa, el precio del oro cayó a mínimos históricos: los diseños de joyas podían ser copiados y traspasados a modelos de una bisutería tan bella y elegante como las piezas valiosas, y aparte de esa, no parecía que el oro pudiera seguir cumpliendo otra función.

Ciertamente se habla de cantidades exorbitantes de oro que durante las guerras mundiales han sido trasladadas de aquí para allá, pero lo mismo ha sucedido con obras de arte, castillos e incluso con cuberterías de plata y no únicamente durante las guerras mundiales.

c)      Como ya el mito del Rey Midas mostró y demostró, antes que el oro, más importante que el oro, es la comida y la bebida. Lo que quiero decir con ello es que llegado el momento del hambre no habrá oro que valga. La medida que se impondrá será la de siempre. O sea: la fuerza bruta. Y si va acompañada de armas de alto alcance, tanto mejor. Esto, evidentemente, cuesta dinero. Pero ese dinero, en tiempos en los que no hay dinero, cualquier cosa puede transformarse por convención, aunque sea convención local, aunque sea por acuerdo personal, en “moneda de cambio”: desde obras de arte, el propio cuerpo, chocolate, cigarrillos…. En fin: lo que haya a mano. En determinados momentos, como un buque que se hunde, no sé -francamente- qué gana aquel pasajero que, a cambio de inmensas cantidades de oro, renuncia a ocupar su puesto en el bote salvavidas y accede a mantenerse a bordo del buque que se está yendo a pique.

¿Cómo pues explicar la repentina “fiebre del oro”?

En mi opinión hay dos respuestas plausibles; de ellas una se acerca más a la verdad que la otra.

1)      La primera respuesta posible es que está habiendo una guerra de monedas: dólar, yuan, euro… todas ellas compiten entre sí. Las monedas más débiles están apoyando a determinadas monedas a fin de que el dólar deje de ocupar el relevante puesto que detenta actualmente por considerarlo que ello le sitúa en una posición de Poder que es injusta para el resto de los comerciantes.

El gran obstáculo que separa a esta teoría plausible de la verdad es que de hecho ya hay países que operan entre ellos sin utilizar el dólar.

2)      La segunda respuesta que es, además mi teoría, es que las grandes naciones desarrolladas necesitan imperiosamente oro en un sector del que nadie o muy pocos se acuerdan: el tecnológico.

 

Los sesudos economistas y analistas financieros están tan ocupados y preocupados por las ventas de sus libros, ideas y productos financieros que no son capaces, o no quieren ver, el por qué países como Estados Unidos y China se lanzan a un nuevo tipo de guerra: la del oro.

Analicemos las propiedades del oro:

Para empezar, el oro es un excelente conductor de electricidad, al tiempo que es extremadamente resistente a la oxidación y a la corrosión.  Además de en joyería y en medicina, su uso se ha incrementado imparablemente en la industria tecnológica, especialmente en la fabricación de móviles y ordenadores.

En efecto, contrasten ustedes la cantidad de oro que se necesita en los móviles, en los coches. “Insignificante” les dirá la “todolosabe” Inteligencia Artificial. Pero después sigan investigando. Piensen aquello de “un grano no hace granero, pero ayuda al compañero”. Piensen en todos los móviles y coches que han circulando por el mundo. En algunos artículos he leído que un 7% del oro mundial se encuentra en móviles y ordenadores.

En la industria del automóvil el consumo de oro es incluso mayor. A los dispositivos electrónicos del software en los automóviles eléctricos hay que añadir los revestimientos de oro que se aplican en los coches de Fórmula 1 como aislante térmico para proteger a la mecánica.

Más aún. Copio de Inteligencia Artificial de mi móvil. “La resistencia del oro a la corrosión y al desgaste lo hace adecuado para proteger componentes metálicos en ambientes hostiles como los utilizados en la industria química o marina

Pero ahí no acaba el asunto. Pueden imaginarse ustedes que esto que les acabo de contar, a pesar de su innegable importancia y repercusión en el consumo de oro, no representan más que simple anécdotas.

A las cualidades del oro que hemos nombrado anteriormente hemos de añadir una nueva: la de su propiedad como lubricante.

Copio lo que dice la Inteligencia Artificial de mi móvil:

“El oro, debido a sus propiedades únicas, se utiliza como lubricante en aplicaciones industriales específicas, especialmente en ambientes extremos como el espacio. Su resistencia a la corrosión y su capacidad para evitar la soldadura en frío - un fenómeno que puede ocurrir entre piezas metálicas en contacto bajo presión y vacío en el espacio - lo hacen valioso en la industria aeroespacial y en la fabricación de componentes electrónicos.

En la industria aeroespacial, el oro se utiliza como lubricante en componentes móviles de naves espaciales, satélites y equipos de propulsión, donde las temperaturas y la radiación pueden afectar al rendimiento de los lubricantes convencionales.”

Sigo copiando: “El interior de las naves espaciales puede estar recubierto con una capa de oro para proteger la nave de la radiación infrarroja y las temperaturas extremas”

Y continúa: “En la industria automotriz, el oro se utiliza en contactos y sensores para asegurar una alta conductividad y resistencia a la corrosión.”

Pueden ustedes imaginarse que cuando AI escribe “industria automotriz”, se está refiriendo con toda seguridad a toda la industria que utilice un motor, ya sea la automovilística, la aeronáutica, la marina y, por supuesto, la espacial.

A esto hemos de añadir otra propiedad del oro: la de reflejar la radiación infrarroja del sol. Ello permite mantener las temperaturas más bajas en los paneles que revisten la nave.

Sumen a la necesidad de oro en televisiones, móviles, ordenadores, coches, industria química, medicina, es decir la necesidad de oro en todo lo que contenga y se refiera a redes de conducción de la electricidad, y añadan la necesidad del oro en industria química y medicina y descubrirán cuántas toneladas de oro se requieren. Ello sin contar que también para restaurar obras de arte es necesario. Así por ejemplo, AI recuerda que el Kintsugi es una técnica japonesa que consiste en reparar piezas de cerámica rotas utilizando oro para unir las piezas, resaltando la belleza de las imperfecciones.

 A esto hemos de añadir la “guerra de satélites” que es mucho más que una simple “guerra de satélites” y que precisan cada vez más de materiales de alta calidad para resistir las radiaciones del espacio, las naves espaciales – cuyos fabricantes desean convertirlas en los nuevos transportes comerciales y lúdicos de seres humanos que, sin embargo, se niegan a subir a un avión por cuestiones medioambientales. Y a todo esto, por si fuera poco, le unen ustedes la gran y poderosa industria armamentística, cada vez más sofisticada en lo que a electrónica se refiere y siempre necesitada de tierras raras, de metales raros, de todo lo que sea raro para llevar algo que, en absoluto es raro: el que los hombres se maten los unos a los otros, da igual por qué.

Díganme: ¿Creen ustedes, realmente lo creen, honestamente lo creen, que necesitando el mundo actual del oro tanto como lo necesita para las utilizaciones para las que las necesita, está pensando alguien en convertirlo en patrón moneda?

Díganme: ¿Creen ustedes, realmente lo creen, que hay en el mundo oro suficiente para además de emplearlo en satélites, en barcos y submarinos de guerra y de contrabando, en naves espaciales, en móviles, gafas inteligentes, joyería, medicina, arte y qué sé yo cuántas cosas más, va a quedar todavía suficiente para convertirlo en moneda patrón?

¡Ja!

No.

Suerte tendrán aquellos que tan afanadamente coleccionan oro en sus casas, en sus jardines o en sus bancos de alta seguridad que no llegue alguien a la puerta confiscándoselo en nombre del progreso.

Que sean hombres o sean extraterrestres es lo de menos en este asunto, creo yo.

Si ustedes son ateos, dejen de confiar en falsos gurús y en falsos profetas.

Basta con que ustedes crean en sí mismo.

Si ustedes son creyentes, crean que Dios les ha dado la inteligencia suficiente para que nadie les aclare el mundo. 

Mucho menos alguien como yo que piensa lo que piensa, pese a todo lo que todos los demás juran y perjuran sin descanso.

Isabel Viñado Gascón

 

 

 

 

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