Seguramente ustedes se preguntarán cómo es posible que, en momentos como
los actuales, una persona se haya anclado en el tema de la postmodernidad.
Pues bien: ese extraño sujeto soy yo.
Confieso mi desinterés por seguir en una piscina en la que llevo nadando
desde al menos hace cuatro décadas. Nadando. No buceando. Ello, lo admito, además
de mantenerme en la superficie, me permite controlar la situación de las
orillas y me libra tanto del esfuerzo de soportar la presión de las
profundidades, como de la necesidad de transportar botellas de oxígeno para
respirar.
Asumida mi desgana debo, pues, aclarar el motivo por el que no me ha
quedado más remedio que lanzarme a un asunto que, conforme avanzan mi vida y mi
experiencia, más repelente me parece. La postmodernidad como juego de verano es
aceptable. Los intelectuales ingleses, como todo buen inglés, se caracterizan,
como el resto de los isleños, por ser amantes a) de los deportes en equipo para
incentivar la virtud de la fraternidad local, b) de los juegos de estrategia y
argucia para que las brillantes mentes rivalicen, y así, de este modo tan
agradable y sencillo, propiciar y asegurar que mientras los Moriarty y los
Sherlock Holmes del mundo británico se entretienen practicando la virtud de la
igualdad en ese “que gane el mejor”, las tranquilas gentes de ese también
británico mundo, igualmente deseosas de practicar su ingenio al tiempo que
ejercer su derecho a la igualdad basado en el siempre sensato lema de “pares
cum paribus congregantur”, puedan entregarse tranquilamente a sus tranquilos
menesteres sin que tan insignes cerebros metan sus largas narices en la masa
arruinándoles el pastel y c) de las apuestas de toda clase y condición;
actividad en la que los ingleses de pro se ejercitan en la virtud de la
libertad. De la libertad del destino, me
refiero. En efecto: el método más efectivo para comprobar la libertad del
destino y de la suerte individual es el de abrir casas de apuestas.
Llegados a este punto una pregunta nos asalta: ¿Es
compatible la virtud de la libertad del destino con la de la fraternidad y la
de la igualdad?
Una y otra vez la experiencia afirma, muestra y demuestra que no. Siglo
tras siglo los hombres se divierten en las casas de apuestas más inverosímiles
para jugar a la libertad del destino, por más que ese destino esté, una y otra
vez, manifiestamente apañado.
En lo que a los continentales respecta, hemos asumido las sanas virtudes
del pueblo británico, aunque nuestra diferente interpretación de las virtudes
determine que sea a nuestro peculiar modo y manera. Así, mientras en Gran Bretaña la formación del
equipo es la que declara el principio de fraternidad, permitiendo que durante
el juego pueda ejercitarse el individualismo sin complejos de “ego”, en el
continente, el acento de la fraternidad se pone en la acción de jugar juntos,
lo que obliga a los jugadores a realizar una mayor cantidad de pases entre
ellos. Mientras en Gran Bretana las intelectuales mentes inglesas siempre
tendentes al aburrimiento desarrollaban el ingenioso juego del diletantismo tendente,
sobre todo, a derribar los muros de las ortodoxias religiosa y formas sociales,
los continentales iniciaron el suyo propio: el de la posmodernidad que, en
realidad, no es más que un diletantismo con ínfulas de religión profana, de manera
que si por un lado derriban todas las paredes del interior de una casa invalidando
la afirmación de Jesús de “muchas moradas tiene la casa de mi Padre”, por el otro,
la rodean no de murallas, porque eso significaría nuevas ortodoxias y la
postmodernidad niega las ortodoxias, pero rodean su edificio de un profundo
agujero negro al que llaman “Nada”. En una religión como la Postmodernidad que ha
terminado convirtiéndose en Iglesia, la “Nada”
se ha convertido en el agujero negro, en el foso, en el que caen todos aquellos
que pretenden salir de allí y sobre el que sólo existe una pasarela segura: la de
entrada. En cuanto a las apuestas… ¿Qué decirles que ustedes todavía no sepan?
A falta de dinero, nosotros preferimos apostar en revoluciones varias.
Comprendí lo que ahora escribo la semana pasada al vislumbrar que únicamente siendo Wittgenstein asiduo de muchos de los diletantes de Oxford y Cambridge podía haber llegado a su teoría de los “juegos del lenguaje”, de su Tractaus. De Wittgenstein alguien ha dicho, no recuerdo quién, (es verdad que no lo recuerdo), que era un místico. En mi opinión más que místico, Wittgenstein era un Parsifal en busca del Santo Grial. No obstante, buscaba un Santo Grial equivocado por eso anduvo errante hasta la desesperación. Creo que sus conversaciones con Foucault, el último iniciado, sin maestro pero iniciado, hubiera resultado altamente interesante, tanto para los contertulios como para el resto de la humanidad.
Lamentablemente
no pudo ser. Me gustaría poder echarle la culpa al destino, pero creo,
sinceramente creo, que hay almas que son demasiado grandes para este Planeta
llamado el Planeta de los Hombres.
En fin, me veo obligada a escribir este artículo para aclarar algunos
aspectos de que escribí la semana pasada. Allí llamé a Derrida no sólo
deconstructivista, que lo es, sino también “Destroyer del lenguaje”, que
también sigo sosteniendo que lo es. Sin embargo, hay un punto en el que debo retractarme:
el de haberlo considerado el “padre” del acoso y derribo que en nuestros días se
ha hecho del lenguaje.
No. No fue Derrida.
Derrida ha sido la cara visible. El hombre que declaró la muerte del
lenguaje. Derrida ha sido el reclamo del que el marketing se ha servido. Con
ello, en las facultades de la filosofía se mantienen apartados de la postmodernidad
del lenguaje a sus verdaderos artífices. Uno de ellos es Austin, más viejo que
Derrida. Americano. El otro es Quine, más viejo, a su vez, que Austin. Igualmente,
americano.
En su obra “Filosofía de la lógica” , Quine se dedica a analizar la
equivalencia entre oraciones y llega a la conclusión de que aunque algunas lo
parecen, en realidad no lo son. Es posible que una oración como “todos los
cordiados (criaturas con corazón) tienen corazón sea equivalente con una
oración como “todos los reniados (criaturas con riñones) tienen riñones”. Pero la
equivalencia entre ambas oraciones no implica que sean intercambiables. Esto se
observa claramente en el momento en el que se introduce un humilde adverbio
como es “necesariamente”. La oración
“Necesariamente todos los cordiados son reniados” es definitivamente falsa. Quine afirma que “el éxito de esa
contraposición depende de los recursos del lenguaje. Si no se hubiera dispuesto
del adverbio “necesariamente” y precisamente en el sentido en el cual no fuera
para “todos los cordiados son reniados” y sí fuera para “todos los cordiados
tienen corazón” tampoco habríamos conseguido esta concreta contraposición entre
sinonimia, por un lado y falta de sinonimia, por el otro.” (Pg.32. “Filosofía de la Lógica.” Quine. Alianza
Editorial. Versión Manuel Sacristán. ISBN: 84-206-7906-2)
Independientemente de lo confuso que pueda resultar este ejemplo de Quine -
porque , aunque él no lo indique, resulta evidente que la equivalencia
sintáctica entre las oraciones es muy distinta de la equivalencia semántica
entre ellas -, lo que me parece interesante es la conclusión a la que el lingüista
americano llega: “Esta dependencia respecto a los recursos del lenguaje es
perjudicial”. Y a continuación añade: “una cosa es la inocencia y otra la
claridad. El término “piensa” (…) es, a pesar de su frecuente uso, heredero de
todas las oscuridades de la sinonimia y de la equivalencia y de otras más”
(Pg.33. “Filosofía de la Lógica”, ya citada)
En mi opinión esta idea es fundamental. Quine establece que lo esencial de las
investigaciones lógicas del lenguaje es constatar que, a través de falsas
sinonimias, a través de falsas equivalencias, puede llevarse, conducirse, (¿manipularse?),
al receptor a que piense erróneamente; entendiendo el concepto “pensar” en el
caso que Quine propone, como el acto de recibir equivocadamente el contenido
del mensaje emitido.
Quine termina concluyendo que “lo que más primariamente se puede considerar
verdadero o falso, no son las oraciones sino los actos de emisión de las
oraciones, las emisiones de las oraciones.” (Pg.38 de la obra citada)
Brevemente: aquello en lo que Quine centra su atención no es tanto en la
pregunta por el método que permita llegar a establecer la verdad o falsedad de
una oración, sino en mostrar y demostrar la dificultad de este proceso. En
efecto; según Quine con independencia del método que se utilice la propia
emisión de la oración, el propio acto de la emisión de las oraciones puede inducir
al receptor a la equivocación, puesto que “el pensar” no es siempre claro.
Ustedes, claro, pueden considerar este pensamiento del autor americano
sumamente racional y pragmático. No me cabe duda de que lo es siempre y cuando
analicemos el lenguaje desde el punto de vista y en el modo en el que lo hacían
los sofistas griegos y que tantos quebraderos de cabeza ocasionó a vetustos filósofos
como Platón.
La realidad real es que unas “pocas páginas” le sirvieron a Quine para
desvincular “Logos” de “lenguaje” de “verdad”.
Para entender a Quine en su justa medida y desvincularlo, por lo menos
hasta cierto punto, de los sofistas griegos, hemos de recordar que el lingüista
americano, como después Austin, son hijos de su tiempo. Y su tiempo es
altamente mercantil. Mercantil, productivo y teosófico. Creo que ya lo he
repetido en numerosas ocasiones: los teósofos no se quedaron mucho tiempo ni en
Alemania, ni en Francia, ni siquiera en el Reino Unido. Su objetivo fueron
siempre los Estados Unidos. Fue en Estados Unidos donde los teósofos
establecieron y pulieron unas teorías holísticas en el que aparecían unidos el
conocimiento esotérico con los nuevos avances científicos de manera que cualquier
conferencia sobre energía astral, por ejemplo, aparecía acompañada de términos
como “corpúsculos, partículas” y “luz” y todo ello a su vez se incorporaba a
las técnicas de mercado -venta, contratos, inversiones- a fin de
revolucionarlas e innovarlas. En un contexto así, la apariencia externa de
seguridad, confianza y optimismo suponía un requisito tan importante como el
del manejo del lenguaje. Esto, y no otra cosa, es lo que a lo largo de la
historia habían hecho todos los pillos y sofistas y esto y no otra cosa lo que
desde Platón los hombres de bien habían criticado. Los teósofos no diferían de
sus predecesores: Les caracterizaba el
empleo una y otra vez de términos como “técnica”, “energía”, “novedoso”,
revestir a sus conferencias del aura, nunca mejor dicho, de modernidad y
pragmatismo y, sobre todo, el dotar y conferir a sus enseñanzas el tradicional
final feliz que cualquier individuo desea como retribución a su dinero: Éxito.
Que entre lo que se decía, lo que se quería decir, lo que se pretendía
transmitir y lo que se deseaba que fuera entendido había grandes fracturas era
un hecho histórico. Lo que había pretendido el estudio de la lógica es como
descubrir si en un discurso el Logos estaba presente o no. Y el Logos era, justamente, la identificación
entre lo que se dice y la realidad.
En un mundo donde lo que parecía no era lo que es, porque los muertos de
las películas revivían acabado el filme y el champán era agua con burbujas,- pero era lo que todos querían ver, mientras
que lo que era no quería ser visto por nadie porque el ser, el verdadero ser,
es siempre aburrido; porque un muerto, el muerto de cada una de las guerras, es
lo que decía Brecht que era: un muerto y olía mal -, era de esperar que las
auténticas estrellas del momento fueran los prestidigitadores de la magia; y el
juego favorito en el que todos quisieran participar, cada cual según su carácter
e interés, el de “las luces y de las sombras”. Luces y sombras eran las
sesiones de espiritismo; luces y sombras, el mundo de la escenificación y de la
fotografía; luces y sombras, también, el mundo de los negocios, en el cual unos
cuantos decidieron adentrarse, entre ellos Fuenteovejuna -que se mete siempre
allí donde se cumple el refrán “dame pan y dime tonto” y el cuarto Poder, que
además de Pan, quiere Poder.
No hace falta ser muy inteligente para comprender
que tarde o temprano se celebraría un matrimonio de un espíritu muy distinto de
aquel celebrado en otra época igualmente mercantilista; nos referimos al alquímico.
En el siglo XX los contrayentes no eran el sulfuro y el mercurio, sino la realidad
y lo virtual.Por eso, en vez de obtener la piedra filosofal- que es un concepto paradójico porque, como ya hemos explicado en ocasiones anteriores, la contradicción de los términos "piedra" y "filosofal" es sólo aparente -, lo que las modernas nupcias iban era un concepto formado por dos términos de
naturaleza absolutamente opuesta: “Realidad virtual” y no simplemente paradójicos:
“Piedra filosofal”.
El error era pues, una amenaza para todos aquellos que “pensaran” que “Piedra
filosofal” y “Realidad virtual” eran oraciones equivalentes.
No lo eran. No lo son.
No obstante, muchos las han adoptado como equivalentes.
He aquí el punto, breve y concisamente expuesto que explica el motivo por el
que a Derrida, años después, no le quedó
más remedio que declarar muerto al Logos, igual que Nietzsche, antes que él,
había sido el Hermes encargado de anunciar la defunción de Dios.
He hablado de Quine, otro día hablaré de Austin. Basta, por el momento,
hacerle justicia a Derrida.
En los momentos en los que nos encontramos, estas reflexiones sobre las
falacias del lenguaje y el intento casi desesperado de encontrar su solución
son las únicas capaces de aclararme el mundo incomprensible que al parecer me
rodea y del que tengo noticias cada día en los diversos medios de comunicación.
Son también, las que han esclarecido las dudas que la lectura de Carl Schmidt
había provocado en mi espíritu, tan dado siempre al asombro.
Lo reconozco: Carl Schmidt me sumió en profundas cavilaciones. Dejando a un
lado el tema concerniente a su biografía de por qué no se acogió a la
Entnazifizierung a la que sí se acogieron otros, por ejemplo su colega Ernst
Forsthoff, la cuestión que constantemente me asaltaba era la del significado
del “totalitarismo” en Schmidt.
Compréndanme: no me estoy refiriendo a la diferencia entre totalitarismo
comunista y totalitarismo fascista. Dicha distinción ya la tracé al principio
de mi artículo. “Ensayo sobre los totalitarismos en general, y el alemán en
particular, a partir del análisis crítico de “Las raíces ocultas del
Nacionalsocialismo” de Nicholas Goodrick-Clarke, aparecido en mi Blog “El libro
de la semana” el jueves, 9 de junio de 2022.
No. A lo que me refiero es al Estado totalitario al que se refiere Carl Schmidt,
como contraposición al Estafo liberal. Ese Estado totalitario que en su obra se define
porque el Estado es, se hace, deviene, total, incluso en las sociedades liberales, a partir del Estado liberal mismo porque el liberalismo está constituido en su germen por una dialéctica autodestructiva.
A muchos les puede parecer que esta pregunta intenta jugar a ese juego del
diletantismo al que antes me refería. Nada más lejos de mis intenciones. Díganme: ¿Qué es de per se
un Estado total, máxime cuando sabemos que el liberalismo tiene en sí mismo,
dialécticamente, el germen de su propia destrucción?
Pues bien, gracias a los juegos del lenguaje, a los juegos del Poder, a los
juegos de posición que en este momento se están produciendo, tengo que decir
que Carl Schmidt escribió una y otra vez el término totalitario como opuesto
al Estado liberal sin precisar la esencia constituyente de ese Estado totalitario que se
oponía al Estado liberal, que nacía del propio liberalismo. Lo único que Carl
Schmidt repite una y otra vez es que el Estado se hace total y que ese total
significa que lo inunda todo. Carl Schmidt da por sentado que un Estado que
inunda todo es un Estado totalitario. A continuación, se echa a dormir.
Y una que soy yo, esa que, sin saber por qué, ha sido señalada desde el
mismo instante de su nacimiento, antes incluso de pasar por la pila bautismal, como
“bruja”, y que, pese a su edad, tiende al asombro no ha dejado de estar pensando
en la cuestión durante todo este tiempo.
Porque a ver ¿Qué pasaría si fuera el liberalismo el que lo inundara todo?
¿Podríamos hablar entonces de un liberalismo totalitario?
Los últimos hechos muestran que sí.
¿Es liberalismo totalitario lo mismo que totalitarismo liberal?
A veces me pregunto que es aquí, justamente aquí,
donde reposa el motivo del conflicto entre Musk y Trump. Hasta donde yo he
entendido la cuestión y, tal y como yo la he entendido, Musk desea supeditar la
política a la economía. Se trataría pues, de un liberalismo totalitario, en
el sentido de que el liberalismo sería total. Trump, en cambio, más tradicional, prefiere
supeditar la economía a la política.
El resultado puede parecer el mismo. No lo es.
Como ya he explicado antes apoyándome en Quine: la equivalencia sintáctica no
garantiza la equivalencia semántica. Igual que tampoco “liquidez” significa “liquidez”. Porque no es lo mismo la
liquidez del que obtiene con las ganancias por las ventas de sus productos que
la liquidez que un sujeto adquiere despues de haber vendido la cubertería de familia que recibió de su abuela, que la liquidez de la que dispone una vez que ha pedido y le ha sido concedido
un gran crédito sobre el que es preferible no saber cómo lo ha obtenido y mucho
menos preguntarse por cómo lo va a devolver.
¿Sería la libertad posible en un liberalismo
totalitario?
Los hechos muestran que la libertad sólo se
practica en los juegos de azar y eso no porque los hombres lo decidan o ellos
mismos lo sean, sino porque el destino y el azar libres son.
¿Podría significar el liberalismo totalitario un
peligro para la democracia?
Sí. Porque cualquier liberalismo totalitario en
tanto que totalitario no soporta las voces críticas y mucho menos las voces
que se oponen a ella.
Y ya puestos: ¿podría existir un Estado tecnológico
totalitario, esto es: un Estado donde la tecnología alcanza e inunda cada rincón del Estado?
Sin duda: Allí donde la tecnología es uno y todo.
En cualquier caso, lo esencialmente relevante es el hecho de que un Estado
totalitario al corte tradicional puede coexistir tranquilamente con un
Liberalismo caracterizado por portar su propia destrucción desde su nacimiento.
¿Cómo se podría llamar a esto? No es una "Piedra Filosofal", no es "una realidad virtual" puesto que estamos ante una realidad que es total, mientras que una "realidad virtual" es, simplemente, un acotamiento a la realidad real.
¿Cómo se denomina
pues a la realidad total que incluye tanto la realidad real como la realidad
virtual como el ámbito de la Piedra filosofal?
Unos le
llaman “Panorama holístico”, otros “el uno en el todo y el todo en el uno” y
algunos incluso “universalidad”. Los más atrevidos van incluso a términos como “globalismo”
y es probable que algunos se aventuren a calificarlo incluso como “globalismo
cuántico”.
Este es el motivo por el que, de repente, totalitarismos fascistas,
comunistas, liberalistas, tecnológicos, ideológicos, mercantilistas,
religiosos… están luchando los unos contra los otros, estableciendo alianzas,
uniones efímeras, jugando a luces y a sombras, a hologramas…
Democracia, Estados de Derecho, Organizaciones internacionales, Derechos
humanos… ¿qué son en una situación donde la palabra clave es “totalitario”,
sea del tipo que sea ese Estado totalitario, porque la realidad real es que todo quiere ser “total”?
Por lo que se observa, las sociedades y sus instituciones se están convirtiendo
en circos romanos en los que los gladiadores se baten a muerte contra las
fieras no por el honor, sino por la vida misma; arenas de cascadas de palabras,
de interminables discursos que piden la paz, que hablan de reconciliación.
La parte más complicada es cuando se escucha a
unos y a otros, o sea: a todos, exigir la paz y la moderación (exigirla al
otro, se entiende, porque ellos son pacíficos y moderados, se entiende) cuando
ellos (todos ellos) entran “al trapo” con réplicas y contrarréplicas. “Vosotros
habéis dicho”, “No. Lo habéis dicho vosotros”; “Vosotros lo habéis hecho”, “No.
Lo habéis hecho vosotros.”
En una situación holística el término “todos”
equivale al término “ninguno”.
Y lo mismo sucede en el caso de aquellos que piden y exigen la paz a combatientes
que se encuentran inmersos en guerras, luchas y batallas que se dirimen a miles
de kilómetros de distancia del lugar de residencia en el que viven esos
pacifistas que combaten por la paz. Estos pacifistas combaten, en efecto, por
la paz, pero no en las ciudades ni en las zonas donde los combatientes se están
matando, sino en las tranquilas calles de sus pequeñas ciudades, en esas pequeñas
ciudades de provincia de las que ellos mismos suelen asegurar que “nunca pasa
nada”. Esos pacifistas luchan por la paz en sus lugares de trabajo, en la
taberna, en los encuentros de amigos, por la paz. O sea, allí donde no hay
combatiente alguno.
Cuando en una sociedad todas y cada una de las relaciones, incluso la de la
paz, se entiende en términos de lucha y de conflicto, nos encontramos ante un Estado en el que el elemento totalitario es el conflicto. Estados del Conflicto Totalitario.
Las sociedades totalitarias regidas por el Conflicto son sociedades en las
que se acusan los unos a los otros de ejercer la violencia, de provocarla
incluso, sin que exista la posibilidad de establecer quién lo es en sociedades
así el término “violento” ha abandonado su significado tradicional y se ha
ampliado a todo individuo o grupo que defiende una idea distinta. para “a” el
violento es “b” porque “b” afirma “alfa” y para “b” lo es “a” porque “a” afirma
“omega” y cualquier defensa de “alfa” u “omega” es más que una simple
provocación: es una declaración de guerra.
En las sociedades regidas por el Conflicto totalitario esos pacifistas
que combaten por la paz y contra la violencia obligan al resto de sus congéneres,
ninguno de los cuales es un combatiente de guerra, a que tome parte en una discusión
dogmática: la suya propia. En sociedades así ni siquiera es posible acudir al
dictamen de la Justicia. Puesto que en el régimen del Conflicto totalitario el conflicto es total, este termina envolviendo e involucrando incluso a
jueces, fiscales y abogados. Es decir: a todos los ciudadanos.
Igualmente, en el Conflicto totalitario “esgrimir razones”, “dialogar”, “mediar
entre las diferentes partes”, resulta un imposible, tanto como un sentido.
Este tipo de totalitarismo es tan total que obliga a todos los ciudadanos de
una sociedad a pronunciarse, a dar su opinión. Lo que se denomina: “dar la cara”.
(Expresión que nuevamente nos lleva a la cuestión de si “dar la cara” significa
lo mismo que la expresión del evangelio “poner la otra mejilla”. Muchas veces me
digo a mí misma que pobre de aquél que cuando “de la cara” no la dé mostrando el
lado que más les gusta a esos que le exigen “dar la cara”)
Cuando lo que rige es el sistema del Conflicto totalitario, el silencio se incluye también dentro de esa totalidad. El silencio es declarado como posicionamiento. En uno u otro sentido, claro.
Imaginen ustedes: en sociedades así, la consternación de aquellos
que o bien no se quieren pronunciar acerca de un tema del que no tienen ni idea,
o no quieren pensar en un tema del que realmente no tienen ni idea mientras que,
nunca mejor dicho, deben enfrentarse y hacer a un montón de temas del que sí
tienen idea y de los que además han de preocuparse.
En estos momentos los conflictos superan al hombre medio: conflictos en las
calles, en la empresa, en los colegios, conflictos en la política y en las
altas esferas religiosas. El ser humano no llega a tanto. No puede estar
ocupado y preocupado por todos y cada uno de los conflictos de este mundo.
Hambre, dolor, sufrimiento, hay en muchos puntos de este mundo. Caciques,
feudos hay en muchos países.
¿Qué es lo que hacen todos esos combatientes de la paz en las sociedades regidas
por el Conflicto Totalitario?
Gritar
¿Para qué?
Para que sean otros, “los otros”, los que arreglen la situación que
denuncian, claro.
El problema es que es imposible que “los otros” puedan arreglar la
situación de conflicto. Al ser una sociedad sumida en el conflicto total, la
única forma de arreglar el estado de conflicto es que una parte se subsuma, se
incluye, se avenga, como ustedes prefieran, a aceptar los criterios de la otra
parte.
¿Quieren Paz? Pues den ejemplo: Sean pacíficos
allí donde vayan y allí donde estén.
Y acepten que “el silencio” y la “cooperación” con
los opresores de este mundo existen grandes diferencias.
El silencio, incluso ése que se denomina “mirar a
otra parte”, puede deberse a muchas razones. Pretender creer y hacer creer que aquello
de “el silencio otorga” rige en toda situación y circunstancia me parece un
juicio tan precipitado como irrazonable.
Acepten que el silencio forma parte de la
meditación, de la mucha sabiduría o de la mucha ignorancia y, en más de una
ocasión, de la propia impotencia.
Acepten que a una misma acción le corresponden
muchos motivos y que estos motivos son personales, propios e intransferible. Y
que, por tanto, por individual, personal, propios e intransferibles, imposibles
de ser incluidos en el conflicto.
Sean del tipo que sean, lo cierto es que nos encontramos en sociedades holísticas
en las que el individuo se encuentra incapaz de ejercer su individualidad.
El individuo que escapó de la gran familia, que se refugió en la familia nuclear,
primero, y en el grupo de los distintos, en las asociaciones, después, se ha
visto sorprendido y atrapado por la totalidad del todo. Aquel que quiere
permanecer siendo él mismo ha de ser lo suficientemente fuerte para, después de
todo la inundación publicitaria que se ha hecho acerca de los peligros que la
soledad acarrea, soportar la tiranía de ser cancelado allí donde sus ideas
desentonen de las ideas predominantes allí donde se encuentra.
Y por eso la lucha de todos contra todos está
asegurada. Y dónde la lucha de todos contra todos está asegurada, está también
asegurada la lucha de todos contra todos por el liderazgo. Porque ninguno
quiere ser un prisionero en la cárcel- Panóptico de Foucault, porque todos,
estando dentro del mismo cuadro, desean salir del lienzo para pintarlos como a
ellos se les antoje.
En las sociedades holísticas actuales la discusión
sobre si son configuradas por el comunismo totalitarista, por el fascismo
totalitarista, por el liberalismo totalitario, por el totalitarismo liberal,
por la tecnología totalitaria y por el totalitarismo tecnológico, están
dejando paso a una única forma: La del conflicto totalitario.
¿Cómo se sale de allí?
Ni idea.
En una sociedad gobernada por un sistema “Conflicto
Totalitario” no se libra nada ni nadie.
Ni la puerta
donde aparece escrita la palabra “exit”, permanece ajena al conflicto.
Hasta la
salida está involucrada en el conflicto total.
La bruja ciega.
Notas para aquellos lectores que me lean por vez
primera: a) Escribo muy rápido. b) Por costumbre, corrijo las entradas una vez
publicadas. No es algo que de lo que me sienta especialmente orgullosa, pero me
tranquiliza más introducir el artículo en internet que mantenerlo en el archivo
privado. c) Lamento decepcionar a aquellos que pretendan vislumbrar en mis
escritos una determinada ideología política. Siguiendo a Aristóteles que decía
que el hombre solo o es un Dios o una bestia y puesto que, definitivamente, no
soy ni Dios ni un dios, no me queda más remedio que aceptar que mi naturaleza se
asemeja más a la de bestia, condición que, todo hay que decirlo, intento sobrellevar
de la manera más digna posible. Son mis observaciones lo que escribo. Nada más
lejos de mi intención que convencer a alguien, mucho menos en esta nuestra era
cuántica, en la que, según se dice, la observación no depende de la realidad
real de lo observado, sino de la percepción del observador. Y así, haciendo un
uso tan elegante del lenguaje, se acaba con la posibilidad de atisbar, al menos
eso, la verdad; con la posibilidad de vislumbra, al menos eso, la mentira, e
incluso con la posibilidad de existencia del método científico.
No comments:
Post a Comment