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Friday, August 8, 2025

Excursiones por el lenguaje. Sociedades holísticas

 

Seguramente ustedes se preguntarán cómo es posible que, en momentos como los actuales, una persona se haya anclado en el tema de la postmodernidad.

Pues bien: ese extraño sujeto soy yo.

Confieso mi desinterés por seguir en una piscina en la que llevo nadando desde al menos hace cuatro décadas. Nadando. No buceando. Ello, lo admito, además de mantenerme en la superficie, me permite controlar la situación de las orillas y me libra tanto del esfuerzo de soportar la presión de las profundidades, como de la necesidad de transportar botellas de oxígeno para respirar.

Asumida mi desgana debo, pues, aclarar el motivo por el que no me ha quedado más remedio que lanzarme a un asunto que, conforme avanzan mi vida y mi experiencia, más repelente me parece. La postmodernidad como juego de verano es aceptable. Los intelectuales ingleses, como todo buen inglés, se caracterizan, como el resto de los isleños, por ser amantes a) de los deportes en equipo para incentivar la virtud de la fraternidad local, b) de los juegos de estrategia y argucia para que las brillantes mentes rivalicen, y así, de este modo tan agradable y sencillo, propiciar y asegurar que mientras los Moriarty y los Sherlock Holmes del mundo británico se entretienen practicando la virtud de la igualdad en ese “que gane el mejor”, las tranquilas gentes de ese también británico mundo, igualmente deseosas de practicar su ingenio al tiempo que ejercer su derecho a la igualdad basado en el siempre sensato lema de “pares cum paribus congregantur”, puedan entregarse tranquilamente a sus tranquilos menesteres sin que tan insignes cerebros metan sus largas narices en la masa arruinándoles el pastel y c) de las apuestas de toda clase y condición; actividad en la que los ingleses de pro se ejercitan en la virtud de la libertad. De la libertad del destino, me refiero. En efecto: el método más efectivo para comprobar la libertad del destino y de la suerte individual es el de abrir casas de apuestas.

Llegados a este punto una pregunta nos asalta: ¿Es compatible la virtud de la libertad del destino con la de la fraternidad y la de la igualdad?

Una y otra vez la experiencia afirma, muestra y demuestra que no. Siglo tras siglo los hombres se divierten en las casas de apuestas más inverosímiles para jugar a la libertad del destino, por más que ese destino esté, una y otra vez, manifiestamente apañado.  

En lo que a los continentales respecta, hemos asumido las sanas virtudes del pueblo británico, aunque nuestra diferente interpretación de las virtudes determine que sea a nuestro peculiar modo y manera.  Así,  mientras en Gran Bretaña la formación del equipo es la que declara el principio de fraternidad, permitiendo que durante el juego pueda ejercitarse el individualismo sin complejos de “ego”, en el continente, el acento de la fraternidad se pone en la acción de jugar juntos, lo que obliga a los jugadores a realizar una mayor cantidad de pases entre ellos. Mientras en Gran Bretana las intelectuales mentes inglesas siempre tendentes al aburrimiento desarrollaban el ingenioso juego del diletantismo tendente, sobre todo, a derribar los muros de las ortodoxias religiosa y formas sociales, los continentales iniciaron el suyo propio: el de la posmodernidad que, en realidad, no es más que un diletantismo con ínfulas de religión profana, de manera que si por un lado derriban todas las paredes del interior de una casa invalidando la afirmación de Jesús de “muchas moradas tiene la casa de mi Padre”, por el otro, la rodean no de murallas, porque eso significaría nuevas ortodoxias y la postmodernidad niega las ortodoxias, pero rodean su edificio de un profundo agujero negro al que llaman “Nada”. En una religión como la Postmodernidad que ha terminado convirtiéndose en Iglesia,  la “Nada” se ha convertido en el agujero negro, en el foso, en el que caen todos aquellos que pretenden salir de allí y sobre el que sólo existe una pasarela segura: la de entrada. En cuanto a las apuestas… ¿Qué decirles que ustedes todavía no sepan? A falta de dinero, nosotros preferimos apostar en revoluciones varias.

Comprendí lo que ahora escribo la semana pasada al vislumbrar que únicamente siendo Wittgenstein asiduo de muchos de los diletantes de Oxford y Cambridge podía haber llegado a su teoría de los “juegos del lenguaje”, de su Tractaus. De Wittgenstein alguien ha dicho, no recuerdo quién, (es verdad que no lo recuerdo), que era un místico. En mi opinión más que místico, Wittgenstein era un Parsifal en busca del Santo Grial. No obstante, buscaba un Santo Grial equivocado por eso anduvo errante hasta la desesperación. Creo que sus conversaciones con Foucault, el último iniciado, sin maestro pero iniciado, hubiera resultado altamente interesante, tanto para los contertulios como para el resto de la humanidad. 

Lamentablemente no pudo ser. Me gustaría poder echarle la culpa al destino, pero creo, sinceramente creo, que hay almas que son demasiado grandes para este Planeta llamado el Planeta de los Hombres.

En fin, me veo obligada a escribir este artículo para aclarar algunos aspectos de que escribí la semana pasada. Allí llamé a Derrida no sólo deconstructivista, que lo es, sino también “Destroyer del lenguaje”, que también sigo sosteniendo que lo es. Sin embargo, hay un punto en el que debo retractarme: el de haberlo considerado el “padre” del acoso y derribo que en nuestros días se ha hecho del lenguaje.

No. No fue Derrida.

Derrida ha sido la cara visible. El hombre que declaró la muerte del lenguaje. Derrida ha sido el reclamo del que el marketing se ha servido. Con ello, en las facultades de la filosofía se mantienen apartados de la postmodernidad del lenguaje a sus verdaderos artífices. Uno de ellos es Austin, más viejo que Derrida. Americano. El otro es Quine, más viejo, a su vez, que Austin. Igualmente, americano.  

En su obra “Filosofía de la lógica” , Quine se dedica a analizar la equivalencia entre oraciones y llega a la conclusión de que aunque algunas lo parecen, en realidad no lo son. Es posible que una oración como “todos los cordiados (criaturas con corazón) tienen corazón sea equivalente con una oración como “todos los reniados (criaturas con riñones) tienen riñones”. Pero la equivalencia entre ambas oraciones no implica que sean intercambiables. Esto se observa claramente en el momento en el que se introduce un humilde adverbio como es “necesariamente”.  La oración “Necesariamente todos los cordiados son reniados” es definitivamente falsa.  Quine afirma que “el éxito de esa contraposición depende de los recursos del lenguaje. Si no se hubiera dispuesto del adverbio “necesariamente” y precisamente en el sentido en el cual no fuera para “todos los cordiados son reniados” y sí fuera para “todos los cordiados tienen corazón” tampoco habríamos conseguido esta concreta contraposición entre sinonimia, por un lado y falta de sinonimia, por el otro.” (Pg.32.  “Filosofía de la Lógica.” Quine. Alianza Editorial. Versión Manuel Sacristán. ISBN: 84-206-7906-2)

Independientemente de lo confuso que pueda resultar este ejemplo de Quine - porque , aunque él no lo indique, resulta evidente que la equivalencia sintáctica entre las oraciones es muy distinta de la equivalencia semántica entre ellas -, lo que me parece interesante es la conclusión a la que el lingüista americano llega: “Esta dependencia respecto a los recursos del lenguaje es perjudicial”. Y a continuación añade: “una cosa es la inocencia y otra la claridad. El término “piensa” (…) es, a pesar de su frecuente uso, heredero de todas las oscuridades de la sinonimia y de la equivalencia y de otras más” (Pg.33. “Filosofía de la Lógica”, ya citada)

En mi opinión esta idea es fundamental. Quine establece que lo esencial de las investigaciones lógicas del lenguaje es constatar que, a través de falsas sinonimias, a través de falsas equivalencias, puede llevarse, conducirse, (¿manipularse?), al receptor a que piense erróneamente; entendiendo el concepto “pensar” en el caso que Quine propone, como el acto de recibir equivocadamente el contenido del mensaje emitido. 

Quine termina concluyendo que “lo que más primariamente se puede considerar verdadero o falso, no son las oraciones sino los actos de emisión de las oraciones, las emisiones de las oraciones.” (Pg.38 de la obra citada)

Brevemente: aquello en lo que Quine centra su atención no es tanto en la pregunta por el método que permita llegar a establecer la verdad o falsedad de una oración, sino en mostrar y demostrar la dificultad de este proceso. En efecto; según Quine con independencia del método que se utilice la propia emisión de la oración, el propio acto de la emisión de las oraciones puede inducir al receptor a la equivocación, puesto que “el pensar” no es siempre claro.

Ustedes, claro, pueden considerar este pensamiento del autor americano sumamente racional y pragmático. No me cabe duda de que lo es siempre y cuando analicemos el lenguaje desde el punto de vista y en el modo en el que lo hacían los sofistas griegos y que tantos quebraderos de cabeza ocasionó a vetustos filósofos como Platón.

La realidad real es que unas “pocas páginas” le sirvieron a Quine para desvincular “Logos” de “lenguaje” de “verdad”.

Para entender a Quine en su justa medida y desvincularlo, por lo menos hasta cierto punto, de los sofistas griegos, hemos de recordar que el lingüista americano, como después Austin, son hijos de su tiempo. Y su tiempo es altamente mercantil. Mercantil, productivo y teosófico. Creo que ya lo he repetido en numerosas ocasiones: los teósofos no se quedaron mucho tiempo ni en Alemania, ni en Francia, ni siquiera en el Reino Unido. Su objetivo fueron siempre los Estados Unidos. Fue en Estados Unidos donde los teósofos establecieron y pulieron unas teorías holísticas en el que aparecían unidos el conocimiento esotérico con los nuevos avances científicos de manera que cualquier conferencia sobre energía astral, por ejemplo, aparecía acompañada de términos como “corpúsculos, partículas” y “luz” y todo ello a su vez se incorporaba a las técnicas de mercado -venta, contratos, inversiones- a fin de revolucionarlas e innovarlas. En un contexto así, la apariencia externa de seguridad, confianza y optimismo suponía un requisito tan importante como el del manejo del lenguaje. Esto, y no otra cosa, es lo que a lo largo de la historia habían hecho todos los pillos y sofistas y esto y no otra cosa lo que desde Platón los hombres de bien habían criticado. Los teósofos no diferían de sus predecesores:  Les caracterizaba el empleo una y otra vez de términos como “técnica”, “energía”, “novedoso”, revestir a sus conferencias del aura, nunca mejor dicho, de modernidad y pragmatismo y, sobre todo, el dotar y conferir a sus enseñanzas el tradicional final feliz que cualquier individuo desea como retribución a su dinero: Éxito.

Que entre lo que se decía, lo que se quería decir, lo que se pretendía transmitir y lo que se deseaba que fuera entendido había grandes fracturas era un hecho histórico. Lo que había pretendido el estudio de la lógica es como descubrir si en un discurso el Logos estaba presente o no.  Y el Logos era, justamente, la identificación entre lo que se dice y la realidad.

En un mundo donde lo que parecía no era lo que es, porque los muertos de las películas revivían acabado el filme y el champán era agua con burbujas,-  pero era lo que todos querían ver, mientras que lo que era no quería ser visto por nadie porque el ser, el verdadero ser, es siempre aburrido; porque un muerto, el muerto de cada una de las guerras, es lo que decía Brecht que era: un muerto y olía mal -, era de esperar que las auténticas estrellas del momento fueran los prestidigitadores de la magia; y el juego favorito en el que todos quisieran participar, cada cual según su carácter e interés, el de “las luces y de las sombras”. Luces y sombras eran las sesiones de espiritismo; luces y sombras, el mundo de la escenificación y de la fotografía; luces y sombras, también, el mundo de los negocios, en el cual unos cuantos decidieron adentrarse, entre ellos Fuenteovejuna -que se mete siempre allí donde se cumple el refrán “dame pan y dime tonto” y el cuarto Poder, que además de Pan, quiere Poder. 

No hace falta ser muy inteligente para comprender que tarde o temprano se celebraría un matrimonio de un espíritu muy distinto de aquel celebrado en otra época igualmente mercantilista; nos referimos al alquímico.

En el siglo XX los contrayentes no eran el sulfuro y el mercurio, sino la realidad y lo virtual.Por eso, en vez de obtener la piedra filosofal- que es un concepto paradójico porque,  como ya hemos explicado en ocasiones anteriores,  la contradicción de los términos "piedra" y "filosofal" es sólo aparente -,  lo que las modernas nupcias iban era un concepto formado por dos términos de naturaleza absolutamente opuesta: “Realidad virtual” y no simplemente paradójicos: “Piedra filosofal”.

El error era pues, una amenaza para todos aquellos que “pensaran” que “Piedra filosofal” y “Realidad virtual” eran oraciones equivalentes.

No lo eran. No lo son.

No obstante, muchos las han adoptado como equivalentes.

He aquí el punto, breve y concisamente expuesto que explica el motivo por el que a Derrida,  años después, no le quedó más remedio que declarar muerto al Logos, igual que Nietzsche, antes que él, había sido el Hermes encargado de anunciar la defunción de Dios.

He hablado de Quine, otro día hablaré de Austin. Basta, por el momento, hacerle justicia a Derrida.

En los momentos en los que nos encontramos, estas reflexiones sobre las falacias del lenguaje y el intento casi desesperado de encontrar su solución son las únicas capaces de aclararme el mundo incomprensible que al parecer me rodea y del que tengo noticias cada día en los diversos medios de comunicación. Son también, las que han esclarecido las dudas que la lectura de Carl Schmidt había provocado en mi espíritu, tan dado siempre al asombro.

Lo reconozco: Carl Schmidt me sumió en profundas cavilaciones. Dejando a un lado el tema concerniente a su biografía de por qué no se acogió a la Entnazifizierung a la que sí se acogieron otros, por ejemplo su colega Ernst Forsthoff, la cuestión que constantemente me asaltaba era la del significado del “totalitarismo” en Schmidt.

Compréndanme: no me estoy refiriendo a la diferencia entre totalitarismo comunista y totalitarismo fascista. Dicha distinción ya la tracé al principio de mi artículo. “Ensayo sobre los totalitarismos en general, y el alemán en particular, a partir del análisis crítico de “Las raíces ocultas del Nacionalsocialismo” de Nicholas Goodrick-Clarke, aparecido en mi Blog “El libro de la semana” el jueves, 9 de junio de 2022.

No. A lo que me refiero es al Estado totalitario al que se refiere Carl Schmidt, como contraposición al Estafo liberal. Ese Estado totalitario que en su obra se define porque el Estado es, se hace, deviene,  total, incluso en las sociedades liberales, a partir del Estado liberal mismo porque el liberalismo está constituido en su germen por una dialéctica autodestructiva.

A muchos les puede parecer que esta pregunta intenta jugar a ese juego del diletantismo al que antes me refería. Nada más lejos de mis intenciones. Díganme: ¿Qué es de per se un Estado total, máxime cuando sabemos que el liberalismo tiene en sí mismo, dialécticamente, el germen de su propia destrucción?

Pues bien, gracias a los juegos del lenguaje, a los juegos del Poder, a los juegos de posición que en este momento se están produciendo, tengo que decir que Carl Schmidt escribió una y otra vez el término totalitario como opuesto al Estado liberal sin precisar la esencia constituyente de ese Estado totalitario que se oponía al Estado liberal, que nacía del propio liberalismo. Lo único que Carl Schmidt repite una y otra vez es que el Estado se hace total y que ese total significa que lo inunda todo. Carl Schmidt da por sentado que un Estado que inunda todo es un Estado totalitario. A continuación, se echa a dormir.

Y una que soy yo, esa que, sin saber por qué, ha sido señalada desde el mismo instante de su nacimiento, antes incluso de pasar por la pila bautismal, como “bruja”, y que, pese a su edad, tiende al asombro no ha dejado de estar pensando en la cuestión durante todo este tiempo.

Porque a ver ¿Qué pasaría si fuera el liberalismo el que lo inundara todo? ¿Podríamos hablar entonces de un liberalismo totalitario?

Los últimos hechos muestran que sí.

¿Es liberalismo totalitario lo mismo que totalitarismo liberal?

A veces me pregunto que es aquí, justamente aquí, donde reposa el motivo del conflicto entre Musk y Trump. Hasta donde yo he entendido la cuestión y, tal y como yo la he entendido, Musk desea supeditar la política a la economía. Se trataría pues, de un liberalismo totalitario, en el sentido de que el liberalismo sería total. Trump, en cambio, más tradicional, prefiere supeditar la economía a la política.

El resultado puede parecer el mismo. No lo es. Como ya he explicado antes apoyándome en Quine: la equivalencia sintáctica no garantiza la equivalencia semántica. Igual que tampoco “liquidez” significa “liquidez”. Porque no es lo mismo la liquidez del que obtiene con las ganancias por las ventas de sus productos que la liquidez que un sujeto adquiere despues de haber vendido la cubertería de familia que recibió de su abuela,  que la liquidez de la que dispone una vez que ha pedido y le ha sido concedido un gran crédito sobre el que es preferible no saber cómo lo ha obtenido y mucho menos preguntarse por cómo lo va a devolver.

¿Sería la libertad posible en un liberalismo totalitario?

Los hechos muestran que la libertad sólo se practica en los juegos de azar y eso no porque los hombres lo decidan o ellos mismos lo sean, sino porque el destino y el azar libres son.

¿Podría significar el liberalismo totalitario un peligro para la democracia?

Sí. Porque cualquier liberalismo totalitario en tanto que totalitario no soporta las voces críticas y mucho menos las voces que se oponen a ella.

Y ya puestos: ¿podría existir un Estado tecnológico totalitario, esto es: un Estado  donde la tecnología alcanza e inunda cada rincón del Estado?

Sin duda: Allí donde la tecnología es uno y todo.

En cualquier caso, lo esencialmente relevante es el hecho de que un Estado totalitario al corte tradicional puede coexistir tranquilamente con un Liberalismo caracterizado por portar su propia destrucción desde su nacimiento. ¿Cómo se podría llamar a esto?  No es una "Piedra Filosofal", no es "una realidad virtual" puesto que estamos ante una realidad que es total, mientras que una "realidad virtual" es, simplemente, un acotamiento a la realidad real.

 ¿Cómo se denomina pues a la realidad total que incluye tanto la realidad real como la realidad virtual como el ámbito de la Piedra filosofal?

 Unos le llaman “Panorama holístico”, otros “el uno en el todo y el todo en el uno” y algunos incluso “universalidad”. Los más atrevidos van incluso a términos como “globalismo” y es probable que algunos se aventuren a calificarlo incluso como “globalismo cuántico”.

Este es el motivo por el que, de repente, totalitarismos fascistas, comunistas, liberalistas, tecnológicos, ideológicos, mercantilistas, religiosos… están luchando los unos contra los otros, estableciendo alianzas, uniones efímeras, jugando a luces y a sombras, a hologramas…

Democracia, Estados de Derecho, Organizaciones internacionales, Derechos humanos… ¿qué son en una situación donde la palabra clave es “totalitario”, sea del tipo que sea ese Estado totalitario, porque la realidad real es que todo quiere ser “total”?

Por lo que se observa, las sociedades y sus instituciones se están convirtiendo en circos romanos en los que los gladiadores se baten a muerte contra las fieras no por el honor, sino por la vida misma; arenas de cascadas de palabras, de interminables discursos que piden la paz, que hablan de reconciliación.

La parte más complicada es cuando se escucha a unos y a otros, o sea: a todos, exigir la paz y la moderación (exigirla al otro, se entiende, porque ellos son pacíficos y moderados, se entiende) cuando ellos (todos ellos) entran “al trapo” con réplicas y contrarréplicas. “Vosotros habéis dicho”, “No. Lo habéis dicho vosotros”; “Vosotros lo habéis hecho”, “No. Lo habéis hecho vosotros.”

 Como por definición la totalidad es total y por total, holística y por holística, el todo en el uno y el uno en el todo y por este motivo lo único cierto es que resulta imposible desvincular unos enunciados de otros, unos hechos de otros. Ni siquiera puede discernirse quienes son los interlocutores pacíficos y quiénes no. Y ello es así porque en una situación holística todos ellos son pacíficos o, lo que dado el tipo de discurso en el que nos encontramos, ninguno de ellos es pacífico.

En una situación holística el término “todos” equivale al término “ninguno”.

Y lo mismo sucede en el caso de aquellos que piden y exigen la paz a combatientes que se encuentran inmersos en guerras, luchas y batallas que se dirimen a miles de kilómetros de distancia del lugar de residencia en el que viven esos pacifistas que combaten por la paz. Estos pacifistas combaten, en efecto, por la paz, pero no en las ciudades ni en las zonas donde los combatientes se están matando, sino en las tranquilas calles de sus pequeñas ciudades, en esas pequeñas ciudades de provincia de las que ellos mismos suelen asegurar que “nunca pasa nada”. Esos pacifistas luchan por la paz en sus lugares de trabajo, en la taberna, en los encuentros de amigos, por la paz. O sea, allí donde no hay combatiente alguno.

Cuando en una sociedad todas y cada una de las relaciones, incluso la de la paz, se entiende en términos de lucha y de conflicto, nos encontramos ante un Estado en el que el elemento totalitario es el conflicto. Estados del Conflicto Totalitario.

Las sociedades totalitarias regidas por el Conflicto son sociedades en las que se acusan los unos a los otros de ejercer la violencia, de provocarla incluso, sin que exista la posibilidad de establecer quién lo es en sociedades así el término “violento” ha abandonado su significado tradicional y se ha ampliado a todo individuo o grupo que defiende una idea distinta. para “a” el violento es “b” porque “b” afirma “alfa” y para “b” lo es “a” porque “a” afirma “omega” y cualquier defensa de “alfa” u “omega” es más que una simple provocación: es una declaración de guerra.

En las sociedades regidas por el Conflicto totalitario esos pacifistas que combaten por la paz y contra la violencia obligan al resto de sus congéneres, ninguno de los cuales es un combatiente de guerra, a que tome parte en una discusión dogmática: la suya propia. En sociedades así ni siquiera es posible acudir al dictamen de la Justicia. Puesto que en el régimen del Conflicto totalitario el conflicto es total, este termina envolviendo e involucrando incluso a jueces, fiscales y abogados. Es decir: a todos los ciudadanos.  

Igualmente, en el Conflicto totalitario “esgrimir razones”, “dialogar”, “mediar entre las diferentes partes”, resulta un imposible, tanto como un sentido.

Este tipo de totalitarismo es tan total que obliga a todos los ciudadanos de una sociedad a pronunciarse, a dar su opinión. Lo que se denomina: “dar la cara”. (Expresión que nuevamente nos lleva a la cuestión de si “dar la cara” significa lo mismo que la expresión del evangelio “poner la otra mejilla”. Muchas veces me digo a mí misma que pobre de aquél que cuando “de la cara” no la dé mostrando el lado que más les gusta a esos que le exigen “dar la cara”)

Cuando lo que rige es el sistema del Conflicto totalitario, el silencio se incluye también dentro de esa totalidad. El silencio es declarado como posicionamiento. En uno u otro sentido, claro.

Imaginen ustedes:  en sociedades así, la consternación de aquellos que o bien no se quieren pronunciar acerca de un tema del que no tienen ni idea, o no quieren pensar en un tema del que realmente no tienen ni idea mientras que, nunca mejor dicho, deben enfrentarse y hacer a un montón de temas del que sí tienen idea y de los que además han de preocuparse.

En estos momentos los conflictos superan al hombre medio: conflictos en las calles, en la empresa, en los colegios, conflictos en la política y en las altas esferas religiosas. El ser humano no llega a tanto. No puede estar ocupado y preocupado por todos y cada uno de los conflictos de este mundo. Hambre, dolor, sufrimiento, hay en muchos puntos de este mundo. Caciques, feudos hay en muchos países.

¿Qué es lo que hacen todos esos combatientes de la paz en las sociedades regidas por el Conflicto Totalitario?

Gritar

¿Para qué?

Para que sean otros, “los otros”, los que arreglen la situación que denuncian, claro.

El problema es que es imposible que “los otros” puedan arreglar la situación de conflicto. Al ser una sociedad sumida en el conflicto total, la única forma de arreglar el estado de conflicto es que una parte se subsuma, se incluye, se avenga, como ustedes prefieran, a aceptar los criterios de la otra parte.

¿Quieren Paz? Pues den ejemplo: Sean pacíficos allí donde vayan y allí donde estén.

Y acepten que “el silencio” y la “cooperación” con los opresores de este mundo existen grandes diferencias.

El silencio, incluso ése que se denomina “mirar a otra parte”, puede deberse a muchas razones. Pretender creer y hacer creer que aquello de “el silencio otorga” rige en toda situación y circunstancia me parece un juicio tan precipitado como irrazonable.

Acepten que el silencio forma parte de la meditación, de la mucha sabiduría o de la mucha ignorancia y, en más de una ocasión, de la propia impotencia.

Acepten que a una misma acción le corresponden muchos motivos y que estos motivos son personales, propios e intransferible. Y que, por tanto, por individual, personal, propios e intransferibles, imposibles de ser incluidos en el conflicto.

Sean del tipo que sean, lo cierto es que nos encontramos en sociedades holísticas en las que el individuo se encuentra incapaz de ejercer su individualidad.

El individuo que escapó de la gran familia, que se refugió en la familia nuclear, primero, y en el grupo de los distintos, en las asociaciones, después, se ha visto sorprendido y atrapado por la totalidad del todo. Aquel que quiere permanecer siendo él mismo ha de ser lo suficientemente fuerte para, después de todo la inundación publicitaria que se ha hecho acerca de los peligros que la soledad acarrea, soportar la tiranía de ser cancelado allí donde sus ideas desentonen de las ideas predominantes allí donde se encuentra.

Y por eso la lucha de todos contra todos está asegurada. Y dónde la lucha de todos contra todos está asegurada, está también asegurada la lucha de todos contra todos por el liderazgo. Porque ninguno quiere ser un prisionero en la cárcel- Panóptico de Foucault, porque todos, estando dentro del mismo cuadro, desean salir del lienzo para pintarlos como a ellos se les antoje.

En las sociedades holísticas actuales la discusión sobre si son configuradas por el comunismo totalitarista, por el fascismo totalitarista, por el liberalismo totalitario, por el totalitarismo liberal, por la tecnología totalitaria  y por el totalitarismo tecnológico, están dejando paso a una única forma: La del conflicto totalitario.

¿Cómo se sale de allí?

Ni idea.

En una sociedad gobernada por un sistema “Conflicto Totalitario” no se libra nada ni nadie.

 Ni la puerta donde aparece escrita la palabra “exit”, permanece ajena al conflicto.

 Hasta la salida está involucrada en el conflicto total.

La bruja ciega.

Notas para aquellos lectores que me lean por vez primera: a) Escribo muy rápido. b) Por costumbre, corrijo las entradas una vez publicadas. No es algo que de lo que me sienta especialmente orgullosa, pero me tranquiliza más introducir el artículo en internet que mantenerlo en el archivo privado. c) Lamento decepcionar a aquellos que pretendan vislumbrar en mis escritos una determinada ideología política. Siguiendo a Aristóteles que decía que el hombre solo o es un Dios o una bestia y puesto que, definitivamente, no soy ni Dios ni un dios, no me queda más remedio que aceptar que mi naturaleza se asemeja más a la de bestia, condición que, todo hay que decirlo, intento sobrellevar de la manera más digna posible. Son mis observaciones lo que escribo. Nada más lejos de mi intención que convencer a alguien, mucho menos en esta nuestra era cuántica, en la que, según se dice, la observación no depende de la realidad real de lo observado, sino de la percepción del observador. Y así, haciendo un uso tan elegante del lenguaje, se acaba con la posibilidad de atisbar, al menos eso, la verdad; con la posibilidad de vislumbra, al menos eso, la mentira, e incluso con la posibilidad de existencia del método científico.

 

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