Alguien me pregunta que para qué sirve la filosofía hoy en día. Me lo
pregunta a mí para contestar él mismo. “Para nada”, es su conclusión. “Entonces”
me digo a mí misma “a cuento de qué perder tanto tiempo y tanta palabra en el
asunto”.
Curiosamente a nadie parece importarle mucho la utilidad que se puede dar a un pañuelo de papel usado, que es lo que muchos piensan qué es en este momento la filosofía. Uno lo tira sin más a la papelera, casi sin ser consciente del movimiento que hace. A lo sumo lo guarda en el bolsillo del pantalón por si le sirve una otra vez pero sin preguntarse por qué lo guarda en vez de deshacerse de él. La respuesta es clara: todavía lo puede aprovechar. Puede suceder que uno no encuentre una papelera y en ese caso la indecisión, la inseguridad del no saber qué hacer se une a la del asco ante ese pañuelo que más que pañuelo es un gurruño húmedo y gastado. Lo que en estos casos es habitual hacer lo sabemos todos: uno finge que algo se le cae de la mano pero que lleva tanta prisa que no merece la pena detenerse a recogerlo o que ni siquiera ha notado que lo perdía; así no es tildado de ciudadano inconsciente; pero hasta el día de hoy no conozco a nadie que se haya agachado a recoger esa mancha blanca para llamar al propietario e indicarle que la ha perdido. Y eso porque todos, todos sabemos por experiencia, el sentimiento de liberación que se experimenta al desprenderse de un pañuelo de papel sucio: la de alivio.
Curiosamente a nadie parece importarle mucho la utilidad que se puede dar a un pañuelo de papel usado, que es lo que muchos piensan qué es en este momento la filosofía. Uno lo tira sin más a la papelera, casi sin ser consciente del movimiento que hace. A lo sumo lo guarda en el bolsillo del pantalón por si le sirve una otra vez pero sin preguntarse por qué lo guarda en vez de deshacerse de él. La respuesta es clara: todavía lo puede aprovechar. Puede suceder que uno no encuentre una papelera y en ese caso la indecisión, la inseguridad del no saber qué hacer se une a la del asco ante ese pañuelo que más que pañuelo es un gurruño húmedo y gastado. Lo que en estos casos es habitual hacer lo sabemos todos: uno finge que algo se le cae de la mano pero que lleva tanta prisa que no merece la pena detenerse a recogerlo o que ni siquiera ha notado que lo perdía; así no es tildado de ciudadano inconsciente; pero hasta el día de hoy no conozco a nadie que se haya agachado a recoger esa mancha blanca para llamar al propietario e indicarle que la ha perdido. Y eso porque todos, todos sabemos por experiencia, el sentimiento de liberación que se experimenta al desprenderse de un pañuelo de papel sucio: la de alivio.
Sin embargo con la filosofía no sucede eso. Los que preguntan para qué
sirve y responden sin atender a ninguna otra contestación que para nada,
consideran a la filosofía un pañuelo de papel usado e inservible al tiempo en
que insisten en la cuestión: como ése individuo que ha gastado el último pañuelo
que tenía y necesitaría otro pero sabe que no tiene otro y mira con
desesperación al que acaba de apurar con la esperanza de aprovecharlo una vez
más aunque la evidencia le
demuestra todo lo contrario.
Esto y no otra cosa, es la filosofía para los que preguntan por su
utilidad.
El problema es que estos que meten en un mismo paquete la pregunta y la
respuesta, como si hubieran empleado grandes dosis de reflexión en el asunto,
empiezan a preguntar tarde: cuando el pañuelo de papel por el que se interesan
ya ha sido empleado y consumido. Mientras el pañuelo ha estado allí, silencioso
y limpio, escondido en el bolsillo de su pantalón, ni siquiera se han
preguntado por su uso, por la cuestión de su existencia; puede que incluso les
haya molestado llevarlo con ellos por el lugar que ocupa, por el volumen que
muestra hacia el exterior, por la imperfección que como bulto causa en la apariencia
estética.
Los que preguntan por la utilidad de la filosofía para acto seguido
responder que no sirve para nada, no se han preguntado por la necesidad de la
filosofía antes de que ésta fuera gastada, consumida y utilizada.
La pregunta de para qué sirve la filosofía hay que formularla del mismo modo en que uno
pregunta para qué sirve un pañuelo de papel: cuando todavía está limpia e
impoluta en el bolsillo, a la espera de que alguien la coja. Entonces es cuando
hay que hacer la pregunta.
Y la respuesta, lo mismo que en el caso del pañuelo de papel es variada: lo
mismo sirve para limpiar la nariz que las gafas; lo mismo sirve para envolver y
guardar un pequeño objeto, que se convierte en un socorrido sucedáneo de
servilletas o de papel higiénico, cuando éstos faltan.
La filosofía en su estado más puro es primeramente el motor que sirve a
la reflexión humana para escaparse del mito como explicación. No es que el mito
no contenga su importancia, pero de algún modo la diferencia entre la
explicación mítica y la reflexión humana es la misma que existe entre el slogan
y la argumentación. El mito, igual que el slogan, entiende de símbolos y apela
a la conciencia psíquica-emocional en cambio la reflexión, la argumentación,
exige de razonamientos, de exposiciones, de pruebas. Quizás todo ese proceso
esté equivocado, pero mostrarlo y demostrarlo exige de la fuerza psíquica
intelectual más que de la emocional. Y sí, es cierto: ambas esferas son
inseparables. No obstante, en esta última las emociones han de estar
subordinadas a los hechos o, al menos, a las conexiones lógicas. Y en este
sentido, es posible denunciar la falacia del razonamiento; lo que, como ustedes
pueden imaginarse, resultaría absurdo en el caso del mito. Allí justamente se
trata de lo contrario: de demostrar qué punto puede quizás existir de verídico.
Lo cual nos vuelve a sumir en complejos vericuetos de los que no nos vamos a
ocupar aquí.
Pero en principio para eso sirve la filosofía: para no dormir a la
curiosidad con bellas historias; para sacarla de la cueva y dejarla en el
bosque del razonamiento, de la reflexión y del estudio.
En segundo lugar, sirve como unión de los distintos caminos. Puede ser que
en el bosque crezcan muchos árboles: el de la medicina, el de la astronomía, el
de la química, el de la historia... Pero si esos árboles quieren conformar un
bosque, y no ser simplemente un árbol individual, desvinculado de los otros árboles,
sin ninguna conexión con ellos– aunque se trate de los árboles de su propia
especie - y cuya existencia por tanto se caracteriza por ser incoherente con la existencia de los otros árboles,- de ahí su imposibilidad para participar de la
constitución de un bosque, ha de poseer
algún nexo de unión con los otros áboles y moradores del bosque. Este nexo de
unión que confiere la entidad de bosque al bosque es, justamente
la filosofía. Estudien medicina y terminarán tarde o temprano confrontados al
tema de la vida, del sentido de la existencia y de la no-existencia, del ser
hombre. Estudien Física, Económicas, Jurisprudencia... En el momento en que se
separen de la casuística, de la simple constatación de los hechos, ustedes
mismos observarán cómo las preguntas últimas les salen al encuentro aunque sea en
forma de figuras espectrales.
En tercer lugar, sirve como posibilidad de mejoramiento de la personalidad
humana. Esa fue la principal tarea de la Filosofía en la época del
Renacimiento. No se trataba de conocer a los pensadores y a los filósofos del
pasado para poseer más conocimientos sino para poder vivir mejor y este “vivir
mejor” hacía referencia al cuerpo tanto como a la mente y al alma. En este
sentido cuando algunos aseguran que los filósofos apoyan los regímenes
absolutos y toman la República de Platón como ejemplo, deberían tener en cuenta
que ese regímen absoluto obedece a una necesidad: a la del desarrollo del
individuo. Corresponde a los mejores ser responsables de los peores y llevarlos
por el camino de la virtud, más difícil y complicado de encontrar y seguir que
el de la perdición, pero antes de eso es el propio individuo el que se ha tenido que disciplinar, educar, y domarse a sí mismo. Antes de que los mejores gobiernen a los peores, esos mejores han tenido que ser absolutistas rigiendo sus propias pasiones. El absolutismo que muchos filósofos predican se refiere
sobre todo a la necesidad de un Estado virtuoso. Otra cosa, por supuesto, es
decidir qué es un Estado virtuoso y cuándo un individuo lo es. Pero vuelvo a
repetir, tanto si estamos en favor o en contra de esta idea, lo cierto es que
los filósofos han pensado siempre que el hombre era un ser que podía
salvarse o caer en el abismo. Lo salvaban Dios, su razonamiento y su virtud. Lo
condenaban las fuerzas demoníacas de la ignorancia, sus pasiones desatadas y su corrupción.
Lamentablemente en una época en que Dios había muerto y la sangre derramada
manchaba medio mundo, la filosofía tuvo que ser utilizada tanto como
explicación del mal inmediato y no metafísico, para intentar limpiar sus
efectos, y para servir de ayuda espiritual a los supervivientes. Es decir,como
sucedáneo de la religión y de la psicología.
Esta tarea que, como digo, no era propia de la filosofia, ha sido realizada
tantas veces a lo largo de la historia que se ha terminado confundiendo como
propia. La filosofía existencial no tiene nada que ver con el existencialismo
psicológico ni con la autoayuda. La filosofía existencial era y es la reflexión
acerca de un problema desconocido hasta entonces para el individuo pensante: el
nihilismo.
Por supuesto existía el ateismo y el materialismo; pero sin llegar al grado
de intensidad al que después llegó. Por otro lado el ateismo y el materialismo
nunca habían sido nihilistas; más bien todo lo contrario: se habían perfilado
como respuesta al poder eclesiástico y a la espiritualidad encorsetada y
almibarada que impedía a las personas pensantes moverse y evolucionar, tanto en
el plano intelectual como en el personal y en el social. Fue la Fe en las
posibilidades del hombre, en su capacidad para mejorarse, para potenciar sus
potencias, para llevar a cabo sus planes hasta el final, la columna en la que
se apoyaron el ateismo como el materialismo. Nada por tanto que ver con ese
nihilismo que sentenciaba al hombre a la falta de fe, al sinsentido de su
existencia y a la incomunicación con sus semejantes, excepto en lo referente a lo
económico.
Es aquí, en el nihilismo, donde la Filosofía se agota. Y se agota, igual
que se agota el pañuelo que ha de dedicarse a su función principal, a decir: la
de limpiar los mocos. Porque igual que el pañuelo recoge las secreciones nasales
pero no cura el resfriado, la filosofía recoge las perniciosas consecuencias
del nihilismo pero no puede sanar al hombre del nihilismo. Y así, el individuo
recluido en la falta de sentido de su vida, no siente placer ni por el estudio
ni por su mejoramiento personal. El individuo coge la Filosofía, suena su mente
en ella y la tira; coge la espiritualidad –atea, deista o panteista- suena su
alma en ella y la tira; Y lo mismo hace
con la Psicología, con los libros de autoayuda y con cualquier material o
conocimiento dirigido a sanar el alma en su consideración más profunda, ya sea
en su vertiente intelectual o sentimental.
La Filosofía ¿para qué? – interroga el nihilista. Y eleva la misma pregunta
cuando se refiere a la religión, a la psicología y a la autoayuda. Le queda, tal vez, el
confiar en las estrellas y en el Tarot; o sea: la vuelta a la superstición.
Superstición, que es anterior y más vulgar que el mito porque la superstición,
por así decirlo, es la frase-slogan del mito igual que el mito es la
frase-logan del razonamiento.
La Filosofía no sirve para nada porque los sujetos que lo preguntan están
convencidos de que su propia vida no sirve para nada; porque en otro caso no lo
preguntarían. Ignorarían sin más consideraciones a la Filosofía, igual que se
ignora la ornitología y se la reduce al campo de los expertos. La filosofía no
sirve para nada igual que no sirve para nada ni la religión, ni la psicología
ni los libros de autoayuda: porque resulta imposible ayudar a que alguien
recupere la consciencia del sentido último del ser si alguien siente y piensa que ese sentido último del ser no existe. Lo más que puede hacer es vivir y
comportarse “como si” existiera, pero en tanto que él mismo sabe que se trata
de una artimaña, de un truco, no tardará mucho en volver a preguntar: la
Filosofía ¿para qué?, que es, a fin de cuentas, lo mismo que preguntar: La vida
¿para qué?
El teléfono suena y yo interrumpo mi artículo para descolgarlo. Es Jorge.
Su llamada no me sorprende. - “¿Ahora escribes artículos para justificar a
Trump?”, pregunta enfadado. - “Para justificar, no” le contesto “Para tratar de
comprender el origen de sus ideas, sí” -
“¿Y Schmitt es la clave?”, Insiste. – “Esa es mi impresión”, le digo, “al menos
en lo que se refiere a la distinción entre amigo/enemigo”. Trump está
determinando la figura del enemigo y de ahí establecerá quién o quiénes son sus
amigos. De momento ha lanzado un desafío a siete Estados: "o arregláis vuestros
problemas con el islamismo o vuestros ciudadanos no entran en Estados Unidos." Con ello, de repente, les devuelve la pelota a esos Estados soberanos y les
obliga a actuar activa y eficazmente contra los soldados fantasmas que su
sociedad produce y a declarar al islamismo como el enemigo interno. De lo que
se trata es de que si esos ciudadanos de esos países quieren volver a entrar en
Estados Unidos, primero deberán vencer al ejército fantasma que bajo el nombre
de terrorismo islamista está atacando sin contrapartida ni regulación jurídica.
Que esto sea aceptable o no, que sea aceptado o no, no es la cuestión que me
preocupaba contestar. Lo que me interesaba era saber por qué toma las
decisiones que toma.”
“Y Schmitt es la respuesta”, repite Jorge.
– “En la consideración amigo/enemigo sí. En la consideración de que es necesario tomarse en serio a sí mismo para poder tomar en serio al mundo y ello pasa por clarificar quién es amigo y quién enemigo porque es imposible ser amigo de todos, y ello por la simple y sencilla razón de que se diga lo que se diga no “to er mundo es güeno”.
– “En la consideración amigo/enemigo sí. En la consideración de que es necesario tomarse en serio a sí mismo para poder tomar en serio al mundo y ello pasa por clarificar quién es amigo y quién enemigo porque es imposible ser amigo de todos, y ello por la simple y sencilla razón de que se diga lo que se diga no “to er mundo es güeno”.
“Y a tí te gusta Schmitt”, sentencia Jorge.
“A mí Schmitt me resulta bastante familiar”, le anticipo riendo. “Yo crecí
oyendo repetir todos los días lo mal que iba el mundo, lo mala que era la
sociedad, lo perversos que eran los individuos, lo corruptos que eran los
políticos... y puesto que yo era individuo y formaba parte de la sociedad no me
libraba tampoco de la sospecha de maldad metafísica...”
– “El punto”, interrumpe Jorge.
– “El punto:”, repito risueña, “Cuando creces en un mundo así, primero contemplas al mundo desde la ventana, luego te contemplas a tí en el espejo y finalmente sales con el imperturbable convencimiento de que la relación entre tú y el mundo no funcionará de ninguna manera.”
– “El punto”, interrumpe Jorge.
– “El punto:”, repito risueña, “Cuando creces en un mundo así, primero contemplas al mundo desde la ventana, luego te contemplas a tí en el espejo y finalmente sales con el imperturbable convencimiento de que la relación entre tú y el mundo no funcionará de ninguna manera.”
– “¿Y?” pregunta Jorge.
– “No funciona, claro”
– le digo riéndome.”Lo que se encuentra en el mundo del exterior son en efecto hombres perversos, políticos corruptos y egoistas convulsivos. ¿Qué esperabas? ¿Un “happy end?”
–“ No”. Contesta Jorge “Esperaba
el truco. En tus respuestas siempre hay un truco. Cuál es esta vez?”
-“El truco es el sentido común. El mundo en el que yo crecí, el mismo
mundo en el que también habita Schmitt, es especialista en encontrar los defectos. Es el mundo guardián, por así decirlo. Es el mundo que primero descubre que se ha acabado el pan fresco y que sólo queda pan seco. Es el primer mundo en denunciarlo, el primero en gritartl: “¡Sólo queda pan seco! ¡Sólo queda pan seco!”. Y lo peor es que es verdad; en efecto: sólo queda pan seco."
-“¿Y?” pregunta Jorge cada vez más irritado.
“¡Jorge, por Dios, piensa!”, exclamo, casi grito, ¡Es verdad que sólo queda
pan seco, pero lo que las personas como yo vemos, y de ahí que yo fuera para mi mundo, el mundo en
el que crecí, una bruja desde el principio de los tiempos, es que con
el pan seco se puede cocinar una fabulosa sopa de migas!!!! ¿Comprendes ahora
por qué soy una bruja y por qué es para mi tan importante la sopa del caldero? ! Y eso es lo que ni el mundo en el que yo creci ni Schmitt son capaces de ver, ni tan siquiera de intuir. O lo que es lo mismo, Jorge, lo que ni el mundo en que crecí ni Schmitt aciertan a comprender es que el pesimismo te salva... cuando eres más fuerte que él! ”
Y esta vez Jorge cuelga sin decir palabra. Creo que no le queda ninguna.
La bruja ciega.
La bruja ciega.