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Tuesday, January 31, 2017

Un pañuelo de papel y un trozo de pan seco.

Alguien me pregunta que para qué sirve la filosofía hoy en día. Me lo pregunta a mí para contestar él mismo. “Para nada”, es su conclusión. “Entonces” me digo a mí misma “a cuento de qué perder tanto tiempo y tanta palabra en el asunto”. 
Curiosamente a nadie parece importarle mucho la utilidad que se puede dar a un pañuelo de papel usado, que es lo que muchos piensan qué es en este momento la filosofía. Uno lo tira sin más a la papelera, casi sin ser consciente del movimiento que hace. A lo sumo lo guarda en el bolsillo del pantalón por si le sirve una otra vez pero sin preguntarse por qué lo guarda en vez de deshacerse de él. La respuesta es clara: todavía lo puede aprovechar. Puede suceder que uno no encuentre una papelera y en ese caso la indecisión, la inseguridad del no saber qué hacer se une a la del asco ante ese pañuelo que más que pañuelo es un gurruño húmedo y gastado. Lo que en estos casos es habitual hacer lo sabemos todos: uno finge que algo se le cae de la mano pero que lleva tanta prisa que no merece la pena detenerse a recogerlo o que ni siquiera ha notado que lo perdía; así no es tildado de ciudadano inconsciente; pero hasta el día de hoy no conozco a nadie que se haya agachado a recoger esa mancha blanca para llamar al propietario e indicarle que la ha perdido. Y eso porque todos, todos sabemos por experiencia, el sentimiento de liberación que se experimenta al desprenderse de un pañuelo de papel sucio: la de alivio.

Sin embargo con la filosofía no sucede eso. Los que preguntan para qué sirve y responden sin atender a ninguna otra contestación que para nada, consideran a la filosofía un pañuelo de papel usado e inservible al tiempo en que insisten en la cuestión: como ése individuo que ha gastado el último pañuelo que tenía y necesitaría otro pero sabe que no tiene otro y mira con desesperación al que acaba de apurar con la esperanza de aprovecharlo una vez más  aunque la evidencia le demuestra todo lo contrario.

Esto y no otra cosa, es la filosofía para los que preguntan por su utilidad.

El problema es que estos que meten en un mismo paquete la pregunta y la respuesta, como si hubieran empleado grandes dosis de reflexión en el asunto, empiezan a preguntar tarde: cuando el pañuelo de papel por el que se interesan ya ha sido empleado y consumido. Mientras el pañuelo ha estado allí, silencioso y limpio, escondido en el bolsillo de su pantalón, ni siquiera se han preguntado por su uso, por la cuestión de su existencia; puede que incluso les haya molestado llevarlo con ellos por el lugar que ocupa, por el volumen que muestra hacia el exterior, por la imperfección que como bulto causa en la apariencia estética.

Los que preguntan por la utilidad de la filosofía para acto seguido responder que no sirve para nada, no se han preguntado por la necesidad de la filosofía antes de que ésta fuera gastada, consumida y utilizada.

La pregunta de para qué sirve la filosofía hay que formularla del mismo modo en que uno pregunta para qué sirve un pañuelo de papel: cuando todavía está limpia e impoluta en el bolsillo, a la espera de que alguien la coja. Entonces es cuando hay que hacer la pregunta.

Y la respuesta, lo mismo que en el caso del pañuelo de papel es variada: lo mismo sirve para limpiar la nariz que las gafas; lo mismo sirve para envolver y guardar un pequeño objeto, que se convierte en un socorrido sucedáneo de servilletas o de papel higiénico, cuando éstos faltan.

La filosofía en su estado más puro es primeramente el motor que sirve a la reflexión humana para escaparse del mito como explicación. No es que el mito no contenga su importancia, pero de algún modo la diferencia entre la explicación mítica y la reflexión humana es la misma que existe entre el slogan y la argumentación. El mito, igual que el slogan, entiende de símbolos y apela a la conciencia psíquica-emocional en cambio la reflexión, la argumentación, exige de razonamientos, de exposiciones, de pruebas. Quizás todo ese proceso esté equivocado, pero mostrarlo y demostrarlo exige de la fuerza psíquica intelectual más que de la emocional. Y sí, es cierto: ambas esferas son inseparables. No obstante, en esta última las emociones han de estar subordinadas a los hechos o, al menos, a las conexiones lógicas. Y en este sentido, es posible denunciar la falacia del razonamiento; lo que, como ustedes pueden imaginarse, resultaría absurdo en el caso del mito. Allí justamente se trata de lo contrario: de demostrar qué punto puede quizás existir de verídico. Lo cual nos vuelve a sumir en complejos vericuetos de los que no nos vamos a ocupar aquí.

Pero en principio para eso sirve la filosofía: para no dormir a la curiosidad con bellas historias; para sacarla de la cueva y dejarla en el bosque del razonamiento, de la reflexión y del estudio.

En segundo lugar, sirve como unión de los distintos caminos. Puede ser que en el bosque crezcan muchos árboles: el de la medicina, el de la astronomía, el de la química, el de la historia... Pero si esos árboles quieren conformar un bosque, y no ser simplemente un árbol individual, desvinculado de los otros árboles, sin ninguna conexión con ellos– aunque se trate de los árboles de su propia especie - y cuya existencia por tanto se caracteriza por ser incoherente con la existencia de los otros árboles,- de ahí su imposibilidad para participar de la constitución de un bosque,  ha de poseer algún nexo de unión con los otros áboles y moradores del bosque. Este nexo de unión que confiere la entidad de bosque al bosque es, justamente la filosofía. Estudien medicina y terminarán tarde o temprano confrontados al tema de la vida, del sentido de la existencia y de la no-existencia, del ser hombre. Estudien Física, Económicas, Jurisprudencia... En el momento en que se separen de la casuística, de la simple constatación de los hechos, ustedes mismos observarán cómo las preguntas últimas les salen al encuentro aunque sea en forma de figuras espectrales.

En tercer lugar, sirve como posibilidad de mejoramiento de la personalidad humana. Esa fue la principal tarea de la Filosofía en la época del Renacimiento. No se trataba de conocer a los pensadores y a los filósofos del pasado para poseer más conocimientos sino para poder vivir mejor y este “vivir mejor” hacía referencia al cuerpo tanto como a la mente y al alma. En este sentido cuando algunos aseguran que los filósofos apoyan los regímenes absolutos y toman la República de Platón como ejemplo, deberían tener en cuenta que ese regímen absoluto obedece a una necesidad: a la del desarrollo del individuo. Corresponde a los mejores ser responsables de los peores y llevarlos por el camino de la virtud, más difícil y complicado de encontrar y seguir que el de la perdición, pero antes de eso es el propio individuo el que se ha tenido que disciplinar, educar, y domarse a sí mismo. Antes de que los mejores gobiernen a los peores, esos mejores han tenido que ser absolutistas rigiendo sus propias pasiones. El absolutismo que muchos filósofos predican se refiere sobre todo a la necesidad de un Estado virtuoso. Otra cosa, por supuesto, es decidir qué es un Estado virtuoso y cuándo un individuo lo es. Pero vuelvo a repetir, tanto si estamos en favor o en contra de esta idea, lo cierto es que los filósofos han pensado siempre que el hombre era un ser que podía salvarse o caer en el abismo. Lo salvaban Dios, su razonamiento y su virtud. Lo condenaban las fuerzas demoníacas de la ignorancia, sus pasiones desatadas y su corrupción.

Lamentablemente en una época en que Dios había muerto y la sangre derramada manchaba medio mundo, la filosofía tuvo que ser utilizada tanto como explicación del mal inmediato y no metafísico, para intentar limpiar sus efectos, y para servir de ayuda espiritual a los supervivientes. Es decir,como sucedáneo de la religión y de la psicología.

Esta tarea que, como digo, no era propia de la filosofia, ha sido realizada tantas veces a lo largo de la historia que se ha terminado confundiendo como propia. La filosofía existencial no tiene nada que ver con el existencialismo psicológico ni con la autoayuda. La filosofía existencial era y es la reflexión acerca de un problema desconocido hasta entonces para el individuo pensante: el nihilismo.

Por supuesto existía el ateismo y el materialismo; pero sin llegar al grado de intensidad al que después llegó. Por otro lado el ateismo y el materialismo nunca habían sido nihilistas; más bien todo lo contrario: se habían perfilado como respuesta al poder eclesiástico y a la espiritualidad encorsetada y almibarada que impedía a las personas pensantes moverse y evolucionar, tanto en el plano intelectual como en el personal y en el social. Fue la Fe en las posibilidades del hombre, en su capacidad para mejorarse, para potenciar sus potencias, para llevar a cabo sus planes hasta el final, la columna en la que se apoyaron el ateismo como el materialismo. Nada por tanto que ver con ese nihilismo que sentenciaba al hombre a la falta de fe, al sinsentido de su existencia y a la incomunicación con sus semejantes, excepto en lo referente a lo económico.

Es aquí, en el nihilismo, donde la Filosofía se agota. Y se agota, igual que se agota el pañuelo que ha de dedicarse a su función principal, a decir: la de limpiar los mocos. Porque igual que el pañuelo recoge las secreciones nasales pero no cura el resfriado, la filosofía recoge las perniciosas consecuencias del nihilismo pero no puede sanar al hombre del nihilismo. Y así, el individuo recluido en la falta de sentido de su vida, no siente placer ni por el estudio ni por su mejoramiento personal. El individuo coge la Filosofía, suena su mente en ella y la tira; coge la espiritualidad –atea, deista o panteista- suena su alma en ella y la tira;  Y lo mismo hace con la Psicología, con los libros de autoayuda y con cualquier material o conocimiento dirigido a sanar el alma en su consideración más profunda, ya sea en su vertiente intelectual o sentimental.

La Filosofía ¿para qué? – interroga el nihilista. Y eleva la misma pregunta cuando se refiere a la religión, a la psicología y a la autoayuda. Le queda, tal vez, el confiar en las estrellas y en el Tarot; o sea: la vuelta a la superstición. Superstición, que es anterior y más vulgar que el mito porque la superstición, por así decirlo, es la frase-slogan del mito igual que el mito es la frase-logan del razonamiento.

La Filosofía no sirve para nada porque los sujetos que lo preguntan están convencidos de que su propia vida no sirve para nada; porque en otro caso no lo preguntarían. Ignorarían sin más consideraciones a la Filosofía, igual que se ignora la ornitología y se la reduce al campo de los expertos. La filosofía no sirve para nada igual que no sirve para nada ni la religión, ni la psicología ni los libros de autoayuda: porque resulta imposible ayudar a que alguien recupere la consciencia del sentido último del ser si alguien siente y piensa que ese sentido último del ser no existe. Lo más que puede hacer es vivir y comportarse “como si” existiera, pero en tanto que él mismo sabe que se trata de una artimaña, de un truco, no tardará mucho en volver a preguntar: la Filosofía ¿para qué?, que es, a fin de cuentas, lo mismo que preguntar: La vida ¿para qué?

El teléfono suena y yo interrumpo mi artículo para descolgarlo. Es Jorge. Su llamada no me sorprende. - “¿Ahora escribes artículos para justificar a Trump?”, pregunta enfadado. - “Para justificar, no” le contesto “Para tratar de comprender el origen de sus ideas, sí”  - “¿Y Schmitt es la clave?”, Insiste. – “Esa es mi impresión”, le digo, “al menos en lo que se refiere a la distinción entre amigo/enemigo”. Trump está determinando la figura del enemigo y de ahí establecerá quién o quiénes son sus amigos. De momento ha lanzado un desafío a siete Estados: "o arregláis vuestros problemas con el islamismo o vuestros ciudadanos no entran en Estados Unidos." Con ello, de repente, les devuelve la pelota a esos Estados soberanos y les obliga a actuar activa y eficazmente contra los soldados fantasmas que su sociedad produce y a declarar al islamismo como el enemigo interno. De lo que se trata es de que si esos ciudadanos de esos países quieren volver a entrar en Estados Unidos, primero deberán vencer al ejército fantasma que bajo el nombre de terrorismo islamista está atacando sin contrapartida ni regulación jurídica. Que esto sea aceptable o no, que sea aceptado o no, no es la cuestión que me preocupaba contestar. Lo que me interesaba era saber por qué toma las decisiones que toma.”

“Y Schmitt es la respuesta”, repite Jorge.

 – “En la consideración amigo/enemigo sí. En la consideración de que es necesario tomarse en serio a sí mismo para poder tomar en serio al mundo y ello pasa por clarificar quién es amigo y quién enemigo porque es imposible ser amigo de todos,  y ello por la simple y sencilla razón de que se diga lo que se diga no “to er mundo es güeno”.

“Y a tí te gusta Schmitt”, sentencia  Jorge.

“A mí Schmitt me resulta bastante familiar”, le anticipo riendo. “Yo crecí oyendo repetir todos los días lo mal que iba el mundo, lo mala que era la sociedad, lo perversos que eran los individuos, lo corruptos que eran los políticos... y puesto que yo era individuo y formaba parte de la sociedad no me libraba tampoco de la sospecha de maldad metafísica...” 

– “El punto”, interrumpe Jorge.

 – “El punto:”, repito risueña, “Cuando creces en un mundo así, primero contemplas al mundo desde la ventana, luego te contemplas a tí en el espejo y finalmente sales con el imperturbable convencimiento de que la relación entre tú y el mundo no funcionará de ninguna manera.”

 – “¿Y?” pregunta Jorge. 

– “No funciona, claro” – le digo riéndome.”Lo que se encuentra en el mundo del exterior son en efecto hombres perversos, políticos corruptos y egoistas convulsivos. ¿Qué esperabas? ¿Un “happy end?” 

–“ No”. Contesta Jorge “Esperaba el truco. En tus respuestas siempre hay un truco. Cuál es esta vez?”

-“El truco es el sentido común. El mundo en el que yo crecí, el mismo mundo en el que también habita Schmitt, es especialista en encontrar los defectos. Es el mundo guardián, por así decirlo. Es el mundo que primero descubre que se ha acabado el pan fresco y que sólo queda pan seco. Es el primer mundo en denunciarlo, el primero en gritartl: “¡Sólo queda pan seco! ¡Sólo queda pan seco!”.  Y lo peor es que es verdad; en efecto: sólo queda pan seco."

-“¿Y?” pregunta Jorge cada vez más irritado.

“¡Jorge, por Dios, piensa!”, exclamo, casi grito, ¡Es verdad que sólo queda pan seco, pero lo que las personas como yo vemos, y de ahí que yo fuera para mi mundo, el mundo en el que crecí, una bruja desde el principio de los tiempos, es que con el pan seco se puede cocinar una fabulosa sopa de migas!!!! ¿Comprendes ahora por qué soy una bruja y por qué es para mi tan importante la sopa del caldero? ! Y eso es lo que ni el mundo en el que yo creci ni Schmitt son capaces de ver, ni tan siquiera de intuir. O lo que es lo mismo, Jorge, lo que ni el mundo en que crecí ni Schmitt aciertan a comprender es que el pesimismo te salva... cuando eres más fuerte que él! ”

Y esta vez Jorge cuelga sin decir palabra. Creo que no le queda ninguna.


La bruja ciega.

Sunday, January 29, 2017

Demasiadas palabras para tan pocas reflexiones

Yo esperaba, de verdad lo esperaba, que alguien comprendiera los planteamientos que mueven en este momento a Trump sin necesidad de tantas elucubraciones y palabrerías que no aclaran nada porque en vez de intentar encontrar motivos, explicaciones, son sentencias inculpatorias sin más. Con ello los que escriben, y no paran de escribir improperios contra las actuaciones de Trump, se sienten sumamente satisfechos consigo mismos, con su espíritu democrático, tolerante y conciliador. Palabrería de palabrerías, llegan, sentencian, y se van a comer tan satisfechos, al tiempo que yo esperaba que alguno de ellos, siquiera alguno, intentara explicar al espectador, los planteamientos que mueven a Trump. Y mientras aguardaba me he dedicado a escribir acerca de un libro clave para entender todos estos nuevos movimientos en mi Blog “El libro de la semana”. No creo que consiga finalizarlo antes de que acabe la próxima semana. Lo que era un libro de menos de doscientas páginas con críticas archiconocidas hacia el liberalismo, - no por liberalismo sino justo por haber dejado de serlo sin ni siquiera darse cuenta de que ya no es lo que quiso ser y que se ha traicionado a sí mismo por ingenuidad más que por estupidez- ha resultado ser más complejo de lo que a primera vista parece. El libro en cuestión se titula “El concepto de lo político” y el autor un controvertido jurista llamado Carl Schmitt; controvertido porque no sólo se unió al partido nazi sino que además terminada la guerra se negó a retractarse de dicha participación.
Carl Schmitt es considerado por muchos como la bestia maldita de la filosofía política alemana y esto –en mi opinión - no tanto por lo que dice en sus escritos principales, publicados antes de la subida de Hitler al poder: “El concepto de lo político” y “Legalidad y legitimidad”, sino por su biografía, a la que en el mejor de los casos se la puede denominar “trágica” y que no hay forma, ni con toda la buena voluntad de este mundo y el siguiente, de entender. Trágica en varios aspectos: primero, porque lo que a él le preocupaba y le dolió realmente fue la caida de la República de Weimar; segundo porque las SS nazis sospecharon de la veracidad de su fidelidad al régimen y le fueron apartando de cargos relevantes; y tercero, porque su negativa a retractarse  le cerró definitivamente las puertas a ser considerado un brillante teórico de la jurisdicción, puertas que, en cambio, no cerraron intelectuales de su tiempo mucho más comprometidos que él con el nazismo al perjurar de dicho movimiento. Tragedia de Schmitt de la que el lector tampoco se libra puesto que cualquier lector que se precie es consciente de que en el mismo instante en que se decide a introducirse en una obra, conecta ya de algún modo con el alma del autor que la ha escrito. El lector se enfrenta a sus escrúpulos ¿Ha de leer la obra de un autor nazi? ¿Cómo ha de leerla? ¿Qué sucede en el caso de que sus ideas le parezcan razonables? ¿Le convierte eso en un nazi? ¿Negar  las ideas del autor con independencia de esas ideas, únicamente porque el autor es nazi, le convierte en un demócrata? ¿Puede desvincularse el pensamiento de la ideología, cuando ese pensamiento ha sido escrito antes de la ideología demoníaca a la que se ha adscrito, sólo Dios y él saben por qué, o debe considerarse que esa ideología yacía desde siempre en el autor antes incluso de hacer su aparición e incluso antes de la adhesión del autor y que por tanto cualquier línea carece de valor?
Esa es la tragedia a la que un lector debe enfrentarse salvo en el caso de que pertenezca al conservadurismo más radical y a la extrema derecha o a todo lo contrario: al comunismo bolchevique. En el primer caso le habrá dado la razón a Schmitt sin haber leido el libro y en la segunda se la quitará antes incluso de haberlo abierto. La decisión trágica pues, le queda al lector que se decide a introducirse en la obra con la mera y simple curiosidad de saber lo que ese hombre ha escrito.

La palabra que al Schmitt ensayista más le precupa es esa de “neutralidad” o, mejor dicho, la carencia de neutralidad. La técnica no es neutral; los derechos universales no son neutrales; ni siquiera la ley lo es. La neutralidad es un imposible porque nada de lo político es neutral y no lo es porque la categoría básica de lo político se apoya en la dicotomía “amigo/enemigo”; igual que la belleza se apoya en la distinción básica “bello/feo” y la moral se rige por los conceptos últimos “bueno/malo”.

“Amigo/Enemigo” son las categorías últimas de lo político porque a lo político corresponde la lucha. La lucha como posibilidad, dice Schmitt. Y se apresura a afirmar que ello no significa ni mucho menos que él esté a favor de la guerra, ni a favor de la contienda, sino que es imprescindible comprender que la lucha forma parte inherente e inevitable de lo político y que por tanto se hace necesario y preciso establecer clara y nítidamente la distinción entre amigo y enemigo. Hasta el punto, dice Schmitt, que es justamente esta distinción la que determina la unidad constituyente de un Estado. Un Estado se forma cuando un grupo de individuos deciden soberana y decisivamente agruparse según la idea de amigo/enemigo. Pero Schmitt no considera al enemigo como inimicus sino como hostis. Amigo y enemigo son pueblos, no individuos. ¿Qué pasaría si un Estado Mundial y Único gobernara el planeta? En ese caso, responde Schmitt, ya no podría hablarse de lo político puesto que la posibilidad de lucha habría desaparecido; al menos hacia el exterior. Cabría claro, considerar la posiblidad del enemigo interior y la consiguiente guerra civil.

Así pues, a decir de Schmitt, determinar nítidamente quién es el amigo y quién es el enemigo es de vital importancia para mantener la supervivencia de un Estado. Un pueblo que se niegue a batallar, o que crea que siendo amigos de todos, el enemigo le perdonará la vida es un pueblo condenado a desaparecer y lo mismo le sucede a aquél pueblo que se niega a luchar y en su lugar pide protección a otro Estado: es posible que se libre del enemigo inmediato, pero a continuación pasará a depender del protector y habrá perdido su libertad.

En realidad la descripción de este panorama no es original de Schmitt. Ya en su tiempo lo había descrito Maquiavelo. Schmitt recurre a los filósofos teóricos llamados “realistas” para apoyar sus teorías: la de que no hay nada neutral, ni atemporal, ni universal en lo político. Nada salvo la posibilidad de lucha y que negar esto constituye un grave error para el Estado económico liberal de su época, que es la de Weimar; error que será utilizado por los enemigos de tal Estado: partisanos y revolucionarios.
En efecto, afirma Schmitt en la introducción de la reedición del año 1963, los partisanos y los revolucionarios profesionales como Mao y Lenin utilizarán los presupuestos de la doctrina positivista no para hacer de las leyes instrumentos imparciales del ejercicio de la autoridad, sino para convertirlas en las legitimadoras de su poder al tiempo que lucharán sin necesidad de declarar la guerra, lo cual –considera Schmitt- es un grave retroceso en la esfera de la lucha porque la guerra justamente por su carácter de excepción, determinado entre otras cosas por el hecho de que los hombres se maten entre ellos sin ser considerado criminales, es un evento jurídicamente reglado. En cambio, las acciones violentas de los partisanos y revolucionarios que se producen sin declaración de guerra no están sujetas a esa reglamentación jurídica y por tanto tampoco tienen el deber de contrapartida o reciprocidad. ¿Quién es el perjudicado?  Está claro, dice Schmitt, que ni el partisano ni el revolucionario sino el Estado económico liberal empeñado en ser amigo de todos y enemigo de nadie, que ha transformado la tradicional figura del enemigo en oponente verbal y en competidor económico. Y en cuanto a los derechos universales, asegura Schmitt, no son más que propiedad del que los considere suyos, con lo cual cualquiera puede declararse su defensor y lanzarlos contra la espalda del adversario provocando las guerras más cruentas en nombre de la Humanidad, de la Libertad y de la Paz con el argumento de que esa guerra va a ser “la última guerra”

Bien. Eso dice Schmitt. Esas son las bases intelectuales en las que una gran parte de los conservadores del mundo se están apoyando en estos momentos. La otra gran parte se apoya, probablemente, en un coetáneo y colega de Schmitt: Leo Strauss, que lógicamente es bastante crítico con las ideas de Schmitt, entre otras cosas porque Strauss no puede soportar a Maquiavelo, al que llega a denominar ángel caido en la obra que sobre él escribió. Strauss es un firme creyente en Dios. Es curioso que los conservadores se apoyen en Schmitt y en Strauss porque lo cierto es que sus tesis son bastante diferentes. Realista, el uno; firme defensor de la restauración de la tradición perdida, el otro.

Y bien, el diálogo entre los dos hombres pasa desapercibido a todos los que no comprenden e ignoran que ningún intelectual trabaja aislado y que independientemente de su trayectoria individual, todos ellos se influyen mutualmente. Pero el caso es que en Lo Político, Schmitt contesta a Strauss y a todos los que piensan como Strauss sin nombrar a Strauss y  a los que piensan como él y sin ni siquiera decir que les está contestando. Lo que Schmitt indica es: primero, que a todos los hombres que viven en una época de paz les molestan los autores realistas por considerarlos pájaros de mal agüero y segundo, que considerar el materialismo nihilista como inerte y sin vida es un gran error. El materialismo es una metafísica activa  y por tanto hay que enfrentarse a ella activamente, y lo único que puede vencerla es un saber íntegro.
Eso asegura Schmitt, y con ello está afirmando que no basta con querer volver a restablecer una tradición religiosa perdida porque esa tradición religiosa perdida ha sido (o está siendo derrotada) por un materialismo activo y bien activo que lucha con la fuerza del espíritu vivo por más que ese espíritu, sigue afirmando, pueda ser considerado demoníaco.
Schmitt y Strauss se configuran así como los intelectuales de los nuevos conservadores. Si algunas publicaciones alemanas aseguraron en su momento que los discípulos de Strauss estaban influyendo en la política de Busch, Schmitt, en mi opinión, lo está haciendo en estos instantes en la política de Trump.

Trump quiere acabar – de modo nada diplomático, todo hay que decirlo- con la letanía hamletiana de ser o no ser en la que está inmersa Europa. Trump está desafiando al status quo al que Europa se está aferrando. Trump quiere poner “las cosas en su sitio” determinando quién es amigo y quién es enemigo con total nitidez y claridad, tanto en el ámbito de lo económico dentro de las fronteras, como en el ámbito internacional. Trump reta a Europa a que salga de su “ser o no ser” y decida qué ser y con quién va. Trump declara la guerra económica a todos los competidores de Estados Unidos y entre ellos se cuenta, no cabe duda, Alemania. Ello significa que Alemania y Europa van a tener que mover ficha y buscar sus aliados económicos que, posiblemente, también van a ser sus aliados estratégicos. Porque no entiendo cómo se va a poder ser aliado económico de un país y amigo estratégico del enemigo económico de ese país. Trump está estableciendo la dicotomía amigo /enemigo a nivel internacional, primero y luego no le quedará más remedio, a la vista de cómo están yendo las cosas, de que tenga que hacerlo respecto a su interior. Si algo están demostrando los últimos hechos es que la escisión interna americana es mayor y más profunda de lo que se creia y parecía; lo único que uno se pregunta es si esa escisión es auténtica o provocada y si es provocada, quién la ha provocado. Porque hay algo que nadie parece querer entender: que del mismo modo que el movimiento populista de derechas es internacional, también lo es el movimiento populista de izquierdas, y de lo que no cabe duda es que las manifestaciones de protestas son siempre populistas, porque el populismo no es algo exclusivo de la derecha ni de la izquierda. Y en este sentido es importante tomar conciencia de ello porque los términos son siempre polémicos, y esto es algo que también dice Schmitt en su libro. Tan polémico y tan insultante puede ser el término “político” como el término “apolítico”; todo depende de con que intención se pronuncie.

A nivel económico, Trump ha sacado a la luz lo que desde hace años susurraban algunos en los videos de Youtube: que entre Estados Unidos y Europa reinaba una silenciosa guerra económica. Así que el proteccionismo se impone y no sólo respecto a Europa. El proteccionismo que lleva siendo defendido e incluso silenciosamente impuesto por cada Estado que puede hacerlo, especialmente cuando las arcas están vacías y la crisis económica se encuentra dentro de un círculo vicioso del que no puede salir porque la deuda le asfixia. El mismo proteccionismo del que tuvo que echar mano Luis XIV para hacer de la Francia en bancarrota una Francia próspera.

Desde el punto de vista internacional, Trump ha decidido igualmente que los partisanos, los revolucionarios, los soldados fantasmas, salgan a la luz. Trump exige una regulación jurídica a nivel internacional del problema. Las viejas leyes que regulaban internacionalmente la guerra se han revelado obsoletas contra un terrorismo que emplea soldados fantasmas y que no tiene obligación de ninguna contrapartida ni económica ni jurídica frente a las víctimas. Un ejército puede ser acusado de torturar, de cometer crímenes contra la humanidad y ha de responder ante los tribunales igual que su Estado tiene que responder ante la comunidad internacional. ¿Pero qué sucede con los crímenes contra la Humanidad de los ejércitos y Estados fantasmas? La policía no sabe cómo actuar porque ello supera sus competencias e incluso sus recursos ¿Ha de considerar a los terroristas como asesinos en serie o como soldados? Si los militares actúan ¿está la sociedad ante la ley marcial o qué sucede? El vacío legal se hace cada vez más visible. Los Estados tienen que cooperar pero ¿cómo? ¿Con la Interpol o con la OTAN?

No sé cuáles son los objetivos últimos de Trump, a qué negarlo. De momento lo único de lo que podemos estar seguros es de que lo que no quiere son ni más emigrantes ni más refugiados. Pero si hemos de ser sinceros en este instante, ningún país de Europa desea ni más emigrantes ni más refugiados porque todos ellos sienten miedo de los soldados fantasma, miedo de los grandes esfuerzos que la integración exige, miedo de que su propia población no acepte a los recién llegados y ello provoque revueltas sociales... No estoy segura de si las cosas pueden aclararse dando un puñetazo en la mesa, francamente, y tampoco sé si la situación es realmente tan dramática como los medios de comunicación la describen o se trata únicamente de una estrategia para vender más titulares de una parte y de provocar más manifestaciones, de otra.

Lo ignoro; sinceramente lo ignoro. Tampoco creo que Trump vaya a conseguir gran cosa, la verdad. Las empresas más poderosas son supraestatales y no sé hasta qué punto van a consentir en juegos nacionalistas; las relaciones internacionales no están divididas en Oriente y Occidente y de hecho Oriente está tan fragmentado como pueda estarlo Occidente. Por otra parte si Trump quiere jugar al juego de amigo/enemigo va a tener que dilucidar claramente cuáles son sus amigos y cuáles son sus enemigos. Hasta el momento parece estar más ocupado en concretar los enemigos que en unir a los amigos, lo que no deja de entrañar un cierto riesgo: el de que los potenciales amigos se asusten al percibir tantos enemigos y o bien callen o bien elijan otros amigos.

La estrategia de Trump no es fácil. Tampoco la de Putin lo es. Putin siguió la consigna de “no hay mejor defensa que un buen ataque” y  todavía no podemos determinar adónde le ha conducido ese ataque. Al día de hoy resulta difícil establecer si ha mejorado realmente su situación en el ámbito internacional e ignoramos si su posición de fuerza en el interior del país ha contribuido a mejorar las circunstancias socio-económicas del mismo. Tampoco de Erdogán podemos afirmar gran cosa.
Lo único en lo que todos, excepto sus partidarios, parecen estar de acuerdo es que Putin, Erdogán y Trump se vislumbran como los nuevos monarcas a los que la democracia ha de hacer frente.

No obstante los demócratas del planeta deberían ser conscientes de que en estos instantes el principal problema al que se enfrentan es a su absoluta confusión de valores y de objetivos.

Los férreos y firmes defensores de la democracia deberían pensar que la identidad democrática atraviesa la misma crisis que la identidad femenina. No puede ser que por un lado la mujer critique a las viejas feministas por masculinas y frígidas, reivindique su derecho al sexo y explote su sexualidad para hacerse rica pero por otro lado se oponga a ser considerada un objeto sexual por los consumidores que  financian la libre explotación de su sexualidad. No puede ser que por un lado las féminas se revelen contra la imagen de la mujer como devoradora de hombres y por otro ellas mismas magnifiquen las partes más sexuales de su cuerpo a golpe de cirujía aduciendo la consabida excusa de que es “para sentirse a gusto consigo misma”, cuando todos sabemos que ese “sentirse a gusto consigo misma” depende de las modas y del grado de atracción masculina que genere. Del mismo modo resulta una contradicción en sus términos que esos demócratas que se oponen a Trump, a Putin y a Erdogán, se opongan a ellos por considerarlos la puerta de entrada al totalitarismo y por otro, exijan a sus respectivos Estados que regulen cada uno de los aspectos de la vida privada, desde la cuna hasta la muerte.

Democracia ¿qué democracia?

Schmitt ofrece una respuesta: La única posibilidad de hacer frente al materialismo nihilista de su época, del que Schmitt, al contrario que muchos de sus colegas, tiene la certeza de que se trata de una metafísica activa y no simplemente de una metafísica de la muerte, es blandiendo un saber íntegro.

La pregunta:

¿Quién se atreve a ello?

La bruja ciega.




Sunday, January 22, 2017

¿Alguien puede decirme qué mano le da la piedra a la mano que tira la piedra?

Eso es lo que a mí me gustaría que alguien me susurrara al oído en estos instantes, cuando veo cómo cientos y miles de mujeres se unen para declarar la guerra contra Trump, no sólo ya en los Estados Unidos sino ¡en el mundo entero! No me lo dirán. Sé que no me lo dirán; no por mala fe o por deseos de ocultar la realidad, sino simple y llanamente porque la mayoría de las mujeres que en estos momentos están ocupadas convocando manifestaciones contra Trump, lánzandose a la calle para que todos, por si alguien aún no lo sabía, como si no hubiera sido ya repetido suficientemente hasta la saciedad, hasta convertirse en letanía, se enteren de una vez por todas de que es un machista y muchas cosas más,  están convencidas de que lo están haciendo libre, voluntaria y conscientemente.
Bien. Bien por ellas que lo creen. Yo, vieja bruja ciega, he de preguntarme sin embargo quién diantres es el que consigue que el espectador se levante de su sillón, dialogue con otros espectadores, él, que ni siquiera saluda a su vecino en el ascensor, y acceda a ir a la calle con otros cientos y miles de espectadores que también se han levantado de su sillón. Esto mismo es lo que me pregunto desde ayer, cuando me enteré de la fascinante, desbordante y mundial manifestación de las mujeres contra Trump. Soy consciente de que conociendo mi natural propensión al asombro, ustedes no se sorprenderán gran cosa cuando les anuncie la estupefacción que me produjo ver ayer a tantas mujeres elevando sus voces y remangándose contra Trump. Y sin embargo lo reconozco: no salgo de mi asombro.

Y es que la iniciativa propia a la hora de lanzarse a la calle difícilmente puede ser creíble, sobre todo cuando de repente empiezan a subir al estrado rostros conocidos con ganas de que su nombre y su imagen vuelvan a estar activamente presentes en el mundo revolucionario, signifique esto lo que signifique -generalmente y digan lo que digan: Marketing. Hace veinte años esas mismas luchaban por la liberalización sexual de la mujer y para conseguirlo no les bastaba con reivindicaciones comprensibles como la píldora, el condón, la posibilidad de tener más de un novio y de ser madre soltera sin sufrir el ostracismo social y la facultad de decidir su propia vida y su propio trabajo, sino que además dedicaron todas sus fuerzas a lograr convertir a la mujer en una devoradora sexual y al hombre en su objeto. Exponían a la mujer medio desnuda vestida con maquillaje, la presentaban como una persona sin unas metas fijas, sin unos criterios firmes, salvo el de pasárselo bien y el de hacer en cada momento lo que se le ocurriese. Esa fue la idea que vendieron y que han estado vendiendo durante décadas y no cabe duda de que la vendieron bien; extraordinariamente bien. No sé dónde acabaron las mujeres que siguieron sus consejos; en todo caso ellas, recubiertas de oro. Supongo que una cosa es convertir a la mujer en devoradora de hombres y otra en ser devorada; mi problema, y es un problema personal, es que yo estoy por estoy más por la derogación y reforma de valores que por su inversión. Yo, que estoy convencida de la absoluta igualdad entre hombre y mujer no puedo imaginarme que esa igualdad consista o haya de consistir en que las mujeres se transformen en lo que lo que los hombres, negativamente son. Si alguien como Virginia Woolf se oponía a la masculinización de los comportamientos exteriores de las mujeres y esa era otra de las razones que la llevaba a oponerse a esas frias y oscuras puritanas incapaces de permitirse ni una sola emoción, no entiendo por qué yo voy a tener que estar de acuerdo en que las mujeres adopten la frivolidad de los hombres, su tendencia a las riñas de bar, a las peleas de fin de semana, a las borracheras y al sexo sin amor que distingue entre “mi santa mujer” y “mi puta amante”. 
Como vemos, no basta con gritar “¡Igualdad!”. Hace falta saber cuáles son los contenidos de esa igualdad que tanto se exige, se predica, se vocifera.
Compréndanme. No hay día en el que no encuentre alguna amiga o conocida que ha decidido hacerse “un retoque” aquí y otro allá; la competición femenina por la belleza exterior no tiene parangón respecto de la competición femenina por el estudio. Pocas mujeres compiten por el número de libros que leen, menos aún por el título del libro que leen. ¿Piensan que exagero? No lo piensen. Vayan a las librerías. Busquen los estantes de libros escritos y publicados especialmente para recrear a las mujeres en el amor. Románticos-eróticos para adultos, creo que los llaman. Comprobarán que han dejado de ser las novelitas baratas de kiosko que eran hace treinta años para transformarse en carrocerías de lujo. “No creas”, me dice una vieja conocida, “los hombres no nos van a la zaga. No sabes lo que ha aumentado la cosmética masculina en los últimos tiempos y cuántos no pasan por el quirófano para estar más guapos. Y en cuanto a leer se refiere... puedes darte por contenta si alguno de ellos abre un periódico sin ir directamente a los artículos small talk”. Y se aleja mientras yo me quedo contemplando y admirando su elegancia y sus palabras y preguntándome si de verdad es en eso en lo que consiste la igualdad entre hombres y mujeres: en preocuparse todos ellos por el cultivo de la belleza exterior y por la siembra de la incultura interior.

Es cierto que a veces se encuentra en los periódicos algún que otro artículo animando a las mujeres a dedicarse a la técnica; curiosamente ninguno animándolas a dedicarse a la filosofía, a la música y a la historia, porque tales ocupaciones además de que no dan de comer, dicen los periódicos, son consideradas típicamente femeninas, y por típicamente femeninas han de ser abandonadas; lo cual, no me dirán, es una contradicción en toda regla porque si son típicamente femeninas no veo porqué han de ser abandonadas por las féminas y si son femeninas porque ello se debe únicamente, según se nos explica incansablemente, a que históricamente así ha sido, no entiendo ese constante animar a las mujeres a que se ocupen por las ciencias; ellas solitas se encargarán de decidirlo igual que han resuelto ser médicos, jueces y empresarias. Vamos, digo yo. Pero en cualquier caso, y volviendo al tema que nos ocupa, exceptuando esos cuantos párrafos animando a las mujeres a interesarse por las ciencias, lo único que se encuentra en referencia a ellas no es cómo ser llegar a ser más cultas y más inteligentes aunque simplemente sea para algo tan trivial como es el sentirse bien consigo mismas, sino en cómo estar más guapas y más jóvenes para lograr justamente eso mismo: sentirse bien consigo mismas. Y a esto, justamente a esto, es a lo que llaman “ser femenina”. ¿Comprenden ustedes mis problemas? Por un lado nos dicen que nos dediquemos a las ciencias porque el estudio de la filosofía, de la historia, del arte, son típicamente femeninos. Y a continuación nos dan consejos acerca de cómo estar más bellas porque ser bella es atreverse a ser mujer.

No termina ahí lo que más que de contradicción habría que calificar de esquizofrenia.

Por un lado, cientos y miles de mujeres se lanzan mundialmente a la calle para manifestarse en contra del presidente de un país por machista y sexista y por otro, esas mismas mujeres no dudan en prometer felaciones, ¡felaciones!, a aquéllos que voten “no” al candidato que ellas digan que tienen que votar “no”. “¿Y esto no es una forma como otra cualquiera de comprar el voto?”, me pregunto aturdida. Pero cuando encima observo cómo acto seguido esas mismas, que han prometido la felación a quien vote “no” al que ellas dicen que hay que votar “no”, se lanzan a la calle para protestar contra ese presidente para el que ellas han querido y quieren el “no” por considerarlo machista y sexista, la cabeza me empieza a dar vueltas y yo ya no entiendo nada. Debe ser que mi capacidad de entendimiento es limitado. Sí, debe ser eso, cuando nadie, excepto yo, encuentra nada anormal en esto.

Y justamente por esta limitación que últimamente padezco, además de mi ya consabida ceguera, es por lo que tampoco entiendo tantas emociones femeninas desbordadas, casi histéricas, contra el machismo y sexismo de un hombre-presidente mientras en cambio no se convoca ni una sola manifestación, (salvo quizás las organizadas por unas cuantas viejas feministas, pero desde luego no con esa fuerza ni repercusión mundial), para que las mujeres dispongan de los mismos derechos que los hombres en los países de religión musulmana, para que las mujeres se liberen de la  obligación de llevar el velo y el burka. Porque a esto le denominan “libertad de creencia” y en función de esta “libertad de creencia” permanecen encadenadas. Un argumento bastante razonable a todas luces, no lo dudo, pero que sin embargo no me permite entender cómo es posible que las mujeres se mantengan tan insensibles con respecto a todas las mujeres que en estos instantes han de renunciar a aprender a leer porque sus censores aducen que eso sólo trae malos pensamientos y malas ideas y no sientan ninguna empatía por esas hijas que en sus familias, incluso en familias de occidente, quedan subyugadas al padre, al hermano y al marido aunque ganen dinero y sean consideradas por la sociedad como independientes y libres, porque a fin de cuentas, dicen los opresores, las hijas, y esto es algo que las madres suelen mandar con especial intensidad a las primogénitas, han de estar dispuestas a sacrificarse por la familia y a apoyarla y si no lo hacen son despreciadas y consideradas malas y soberbias en el sentido más metafísico de ambos términos. Empiecen a observar cuántas hermanas apoyan a sus hermanos vagos y silencian sus faltas permitiendo incluso que las insulten y las acusen de buenecitas e hipócritas simplemente porque ellas cumplen con su deber, miren cuántas hijas han de atender a su propia familia y a sus padres, mientras sus hermanos varones ni lo agradecen porque lo consideran algo normal; escuchen cuántas madres en estos momentos se arrepienten de haber dado estudios a sus hijas porque debido a ello éstas viven en otra localidad, en otro país, y de otra forma, con un “pequeño trabajito” se hubieran quedado a su lado.

¿Por qué no hay grandes, enormes, multitudinarias manifestaciones contra la opresión social que todavía sufre la mujer en Occidente?

¿Por qué no se convocan multitudinarias manifestaciones contra la inhabilitación total que sufre la mujer en el Oriente y de la que sólo se libran unas pocas afortunadas? Sí; es cierto: se publican artículos y libros, se organizan conferencias y se introducen planes de ayuda y cooperación. Pero no es a eso a lo que me refiero. A lo que me refiero es a la falta de convocatoria mulitudinaria y mundial para salir a la calle, para protestar en la calle, para lograr que cien famosos y cien famosas colaboren con tales manifestaciones populares y que cuando al fin han sido convocadas han sido miradas con desconfianza, como si atentaran contra la libertad de religión y la libertad cultural, como si detrás de ellas estuvieran las feministas, a las que muchos llaman feminazis y los grupos de extrema derecha y yo qué sé qué más; entre otras cosas porque muchas mujeres que pertenecen a la cultura musulmana se levantan para protestar en contra de tales manifestaciones a favor de la libertad de la mujer musulmana afirmando y reafirmando una y otra vez que ellas no se sienten en absoluta oprimidas y que por tanto ni necesitan pedir socorro ni mucho menos que nadie vaya a salvarlas. 

¿Por qué gritan las mujeres contra los hombres machistas y sexistas si ellas mismas no son capaces de liberarse de su sexismo aunque sí de su feminismo y si me apuran incluso de su feminidad, y por eso, seguramente, no estudian ni filosofía, ni historia, ni arte, pero sí sueltan palabrotas a diestro y siniestro, beben como cosacos, y se comportan como bárbaras?

¿Por qué después de todo eso no se les ocurre otra cosa que acudir a una manifestación convocada por mujeres y organizada por no sé quién contra el machismo y el sexismo de un presidente que todavía no ha empezado ni a gobernar pero no contra el machismo y el sexismo de un presidente al que se dice que hicieron una felación en la mísmisima Casa Blanca?

¿Y tiene que ver esta compra del voto a base de hacer felaciones (tan de moda que incluso una actriz italiana la ofreció a todos aquéllos que votaran "no" a Renzi)  con aquella felación que según se dice se practicó a otro presidente americano hace unos años en la Casa Blanca?

Y sí ya sé que muchas me dirán que esto es libertad de elección, pero la pregunta que sigue en pie es: ¿cómo se pueden realizar actos valientes y negarse a ser considerado un valiente? ¿Cómo estar estudiando todo el día y oponerse a ser visto como un ratón o una rata de biblioteca? ¿Cómo comportarse de forma sexista y no querer ser tratada de forma sexista? ¿Cómo acceder a prácticas sexuales que excitan a los machos y no querer ser tratadas de manera machista?

Me asombro. Realmente me asombro.

No me sirve de gran cosa.

No hay nadie dispuesto a sacarme de él.

Mi miedo: que la mujer occidental pierda su auténtica libertad y todo por simplemente ignorar, por ni siquiera preguntárselo, qué manos les dan las piedras que ellas con tanta alegria lanzan al objetivo previsto y que son las que van a conducirlas, tarde o temprano, al manicomio o al harem.

A mí, por favor, apárquenme antes en la biblioteca del convento; creo que es allí donde se dan cita las viejas brujas y las feministas obsoletas, retrógradas y caducas. Son a las únicas a las que todavía logro comprender. 


La bruja ciega.

Thursday, January 5, 2017

Reflexiones sin importancia

Escribí el otro día que estaba leyendo un libro de F. Yates. De momento, sin embargo, lo he dejado aparcado no por que carezca de interés sino justo por todo lo contrario: porque su interés exige atención absoluta y en este momento tenía unos cuantos libros esperando desde hace meses a que me introdujera en su lectura. Así que he preferido tranquilizar mi mala conciencia dedicándome a ellos y a partir de Febrero me introduciré en la obra de Yates.

Varios de los libros que reclaman mi atención han sido escritos por René Guenon. A raíz de mi artículo acerca de “Oriente y Occidente”, en mi Blog “EL Libro de la Semana” recibí un par de comentarios animándome a profundizar en el conocimiento de este autor. Hasta ahora me había sido imposible cumplir mi promesa pero ha llegado el momento de hacerlo. Mi interés por la obra de René Guenon no va a ser, lo anuncio de antemano, exhaustivo y ello por varias causas; la principal, que para conseguirlo tendría que embarcarme en los mismos estudios a los que el autor francés dedicó buena parte de su vida, entre ellos el aprendizaje del sáncrito. Únicamente así podría llegar a determinar si las afirmaciones de Guenon son ciertas o confusas. Hay, eso sí, ideas de las que  “intuitivamente” puedo atreverme a considerar su validez o su exageración, pero como ya digo se trata más de una “intuición” que de un auténtico conocimiento. Pero del mismo modo que no niego las limitaciones de mi intuición tampoco la desprecio. De otro modo tendría que dar por firme e incuestionable todo lo que Guenon afirma y eso tampoco sería sensato.

Así pues, confieso que carezco de los conocimientos que poseía Guenon a la hora de escribir sus obras pero admito que una cierta intuición a la hora de apreciar los errores, - ésa que nos avisa de que “algo” falla, aunque no sepamos a ciencia cierta en qué consiste ese “algo” y que viene determinada quizás por el sentido común, que se manifiesta incluso en el terreno de lo “oculto” y de lo “desconocido”, porque incluso en estos ocultos y desconocidos lares y aunque sea de modo inconsciente para el individuo, es capaz el sentido común de iluminar el sendero.

Una cosa es segura: aceptar la obra de Guenon “a pie juntillas” sería, en mi opinión, la traición más terrible al espíritu de un autor cuyo pensamiento y vida se caracterizaron siempre por la búsqueda y es claro que uno que no pregunta, que no cuestiona lo dado, no necesita seguir buscando. Es cierto que hubo un momento en que Guenon encontró la respuesta a sus inquietudes espirituales, pero el camino que él anduvo sólo él lo anduvo y la respuesta que encontró es una respuesta apta para su personalidad pero no para todos. Y puesto que el camino que él anduvo es el de un místico y por tanto personal e intransferible, lo mismo que la conclusión a la que llegó, dudo mucho que aunque yo me introdujera en los mismos estudios que él, llegáramos al mismo desenlace. De otro modo no se explica cómo es posible que entre los orientalistas existan tantas discrepancias incluso en cuestiones filológicas.

Demasiadas explicaciones, como siempre. ¿Cuál es el punto?, oigo preguntar. Cada vez menos, tengo que admitirlo. Alguien, no recuerdo quién, me ha dicho hace poco que las mentiras tienen las piernas cortas pero que la verdad necesita de frases largas. A qué negarlo: es un comienzo. Y las explicaciones, si son, como es en este caso, sinceras –en tanto a que pretenden acercarse hasta la medida de lo posible a la realidad- aclaran más que molestan. Al menos eso espero.

Bien. El primer libro de René Guenon que he leido ha sido: “El teosofismo, historia de una pseudo religión” y se trata, como el propio título muestra, de un alegato en contra de las ideas teosóficas.

Mi primera sorpresa es que la obra apareció en 1921. Sin embargo en el Pdf que he manejado aparecen citados libros aparecidos mucho más tarde. Incluso en 1942. Teniendo en cuenta que Guenon murió en 1951, es seguro que la fue corrigiendo y aumentando. Y de hecho así lo dice una nota de mi pdf.

“LE THÉOSOPHISME, HISTOIRE D'UNE PSEUDO-RELIGION, Nouvelle Librairie Nationale, París, 1921. Ed. Traditionnelles, París, 1925 (aumentada), 1928,1930,1965 (aumentada con reseñas de René Guénon más o menos concernientes al tema), 1969, 1973, 1975, 1978, 1982, 1986, 1996.”

Pero desde luego, llama la atención de que fuera aumentada con reseñas del propio Guenon a partir de 1965 y mucho más aún la afirmación de ese “más o menos concernientes al tema”. Sería interesante  conocer quiénes, cómo y por qué aumentaron una obra que el propio René Guenon pudo corregir a lo largo de treinta años desde su publicación.  ¿Fueron sus herederos, sus amigos, su editor? ¿Con notas sueltas e inéditas, con fragmentos de otros escritos?

Otro dato curioso es que mientras las traducciones española e italiana aparecieron en 1954 (En Buenos Aires) y en 1986, respectivamente, la traducción catalana apareció en 1928.

Por lo que a la obra en sí respecta, es –no cabe duda- sumamente interesante y ello por varios motivos.
Guenon arremete contra la Teosofía explicando cómo fueron sus inicios y cómo desde el principio los pilares en los que se asentó fueron el desconocimiento de las materias que decía dominar, la sugestión y la manipulación para captar adeptos, y las contradicciones de su doctrina empeñada en no ser doctrina, pero con una doctrina al fin y al cabo y que habiendo surgido con un espíritu anti-cristiano dedicado a destruir el cristianismo, luego elaboró una teoría del cristianismo esotérico.  En fin, Guenon denuncia a la Teosofía y a sus jefes por ignorante, falsa y estafadora. No duda de la buena voluntad de los adeptos y justamente por eso pretende sacarles de su error y mostrarles la verdad en toda su absoluta radicalidad.

Dicho intento es a todas luces no sólo loable sino necesario. Se habla de la Teosofía como si fuera “la Filosofía” cuando lo cierto es que mezcla conocimientos e ideas convirtiéndolas en lo que hoy se ha dado en llamar “posverdades” y así compone en un cócktel posmoderno que gusta a muchos justo porque se han añadido conservantes, colorantes e incentivadores del sabor.

Sin embargo, el alcance de la obra de Guenon va más a allá de su objetivo principal. Y así, deja constancia del relevante papel que desempeñaron las sociedades secretas a finales del s.XIX y principios del s.XX, no sólo las políticas (anarquistas, revolucionarias) como muchas veces se quiere hacer creer sino también las “trascendentales” , por llamarlas de algún modo. De hecho, hay una parte del libro en el que Guenon expone la sospecha de que Mme. Blavatsky pudiera incluso ser un agente secreto al servicio de la Corona británica. Esta sospecha –cierta o no- podría servir de inicio a un interesante estudio acerca de las conexiones entre las diversas sociedades secretas sobre todo teniendo en cuenta que como Guenon, también afirma en esta obra, no era raro que una misma persona perteneciese a varias sociedades secretas.

En segundo lugar, Guenon advierte del peligro del ocultismo, del espiritismo y demás prácticas, tan de moda en la época. Sean o no engaños son ejercicios sumamente contraproductivos para el individuo y para la sociedad. Guenon no deja de advertir contra tales experimentos y encuentros.

En tercer lugar, avisa de la mentira y el cinismo que muchas veces inundan las sociedades secretas porque dándose en llamar “fraternales”, llevan a cabo luchas interminables de todos contra todos por el puro y simple poder. Las denuncias, las traiciones, los falsos amigos, los enemigos convertidos en mejores amigos de la noche a la mañana están a la orden del día.

En cuarto lugar señala el peligro que corren los bienintencionados ignorantes que buscan un mejoramiento personal confiados en el saber que esas sociedades secretas poseen sin disponer ellos mismos criterios de juicio con los que poder determinar si aquello que escuchan se corresponde o no con la realidad y que terminan siendo víctima de los estafadores.

En quinto lugar y llegando ya a las páginas finales, Guenon explica el modo inaudito en que se ha expandido la Teosofía y el apoyo que ha encontrado en los sectores más impensables. Un caso, por ejemplo, es el de María Montessori y el de su filosofía educativa. Y en efecto: María Montessori viajó a la India en 1939 con una invitación de la Sociedad Teosófica y no regresó totalmente hasta 1949  A pesar de que hay determinadas corrientes, la Teosofía ha ido aspirando y absorbiendo al resto de las sociedades de ese tipo, sencillamente porque se ha convertido en una filosofía que recoge las ideas más dispares y contradictorias. Así, siendo su espíritu decididamente anti-cristiano, no sólo ha creado una corriente dedicada a la construcción del cristianismo esotérico sino que además, afirma Guenon en repetidas ocasiones, ha obtenido el apoyo de parte de la iglesia protestante porque, dice Guenon, la teosofía repite parte de las ideas moralistas de la iglesia protestante.

A partir de aquí es donde yo, lamentándolo mucho, he de distanciarme de Guenon – o quizás de lo que otros han añadido (ya he dicho que ignoro la cantidad y la manera) posteriormente a las primeras ediciones de la obra – porque lo cierto es que llega un instante en que el libro deja de ser histórico, aportando fechas, datos y citas que muestran las contradicciones de la Teosofía y de las rivalidades por el Poder de los promotores de dicha corriente amén de su absoluta ignorancia acerca de los temas,  para convertirse –al menos esa es la apariencia que da- en un alegato contra la teología protestante, el mundo anglosajón y contra prácticas bastante más que razonables como son el anti-alcoholismo y vegetarianismo.

Es cierto que Guenon justifica su postura antivegetariana aduciendo que cada clima precisa de una determinada alimentación, pero desde ese punto de vista también podría sostenerse, como algunos de hecho defienden, que la prohibición de consumir carne de cerdo, por ejemplo, debería limitarse a un determinado espacio geográfico. En cuanto al anti-alcoholismo que según Guenon la Teosofía pregona y contra la que él se manifiesta en desacuerdo por considerarla una influencia de la moral protestante anglosajón, me pregunto primero, si conocía los estragos que en la población causaba y causa el alcohol y segundo, cómo pudo combinar el anti-alcoholismo, que el achacaba a la moral protestante, con la prohibición de tomar alcohol que rige la religión a la que él se convirtió.

En cualquier caso, es entonces cuando, como digo, el pensamiento de Guenon –o de quien lo haya añadido- se vuelve sombrio porque ve la mano de la Teosofía por toda y en todas partes, igual que otros ven la mano oscura de los jesuitas y otros de los bolcheviques, y  otros de los extraterrestres; cada cual según su gusto.

Más aún: es que incluso contradice el primer motivo de enfado de Guenon; esto es: que la teosofía sea un movimiento anti-cristiano dirigido única y exclusivamente a acabar con el cristianismo. “Cristianismo” es el término que aparece y no “catoliscismo” y tampoco hay signos a lo largo del resto del libro de que Guenon pretenda ir no sólo contra la teosofía sino contra la cultura anglosajona. Es verdad que apunta que Mme. Blavatsky, al contrario de lo que muchos pensaban, no era una espía rusa sino, en todo caso, una agente al servicio de Inglaterra y por ese mismo motivo su sociedad disfrutó de una gran protección en la India.

El hostigamiento pues, que dedica en las últimas páginas a la moral protestante y a la cultura anglosajona, están –de algún modo- fuera de contexto y Guenon pierde la exaltación intelectual que le caracteriza en sus escritos para sufrir una exaltación sentimental, casi histérica. Esa, al menos, es la impresión que he tenido mientras leía unos párrafos que no tenía más conexión con el resto que mostrar que el mundo occidental entero en cualquier de sus acepciones ha sido captado por el pensamiento teosófico, lo cual –es claro- que no es así.

El libro que ahora tengo en mis manos, también de René Guenon, se titula “El hombre y su devenir según el Vedanta”. Desde el punto de vista histórico, social y filológico constituye una obra magistral para todos aquellos que quieran adentrarse en el pensamiento hindú. Yo –ustedes ya lo saben- lo intenté hace unos años y acabé con un terrible dolor de cabeza. Aquella pequeña excursión me sirve ahora, sin embargo, para dar fe de la objetividad y conocimiento que Guenon tiene acerca del tema. Por lo demás repito lo que ya dije: mucho me temo que mi cerebro es demasiado occidental para que alguna vez pueda “comprender” en el sentido de “racionalización+intuición” del tema dado. El hinduismo, hoy como ayer, queda inalcanzable. Eso sí: la aceptancia de que es inalcanzable para mi mente me evita los grandes dolores de cabeza y terrible pesadillas que padecí hace años: cuando estaba convencida de que en un mes y después de un par de buenas lecturas lograría desentrañar el sentido de todo. Justamente porque soy consciente de la “lejanía” del hinduismo con respecto a la educación occidental, no puedo dejar de advertir lo que el propio Guenon advirtió respecto de la Teosofía: tengan cuidado con los vendedores de palabras y de filosofías. Busquen, pero busquen en los clásicos, en el estudio privado y antes de pagar un sólo euro para algún tipo de asociación investiguen por sí mismos y aparten con sus propias manos las malezas que les impiden encontrar el camino que les lleva a su deseado destino.

La bruja ciega.

No pienso hablar de los temas que en este momento inundan los rotativos porque en mi humilde opinion son apariencias de apariencias. Y ello no porque los periodistas sean ignorantes o tengan mala fe. Es que, sencillamente, que lo que está actualmente sucediendo no tiene ni pies ni cabeza porque no está regido por la razón ni por la sensatez, ni siquiera por las ideologías. ¿Han leído el artículo que escribí “Contrapunto VI” en “El libro de la Semana”? Pues eso: los demonios de las emociones han vuelto a salir de los avernos y esta vez en desbandada. Es imposible, literalmente imposible, trazar –ni siquiera intentarlo- un análisis de lo que está pasando o de lo que podría pasar . El último que Sí pudo hacerse con un mínimo de racionalidad y un mínimo de visión fue el de la victoria de Donald Trump. En alguno de mis artículos dije lo que cualquier persona sensata sabía: que iba a ser una victoria reñida ganara quien ganara y mostraba mis reticencias a que Hilary Clinton se alzara con la victoria, sencillamente porque las mujeres –que hubieran sido las que tenían que haberla votado en masa- no lo harían. Han sido unas elecciones reñidas y los resultados, curiosamente, han cogido por sorpresa a los periodistas más sesudos. Lo cual, permítanme decirlo, resulta inaudito porque tengo que preguntarme por qué intuí yo, que no veo más que lo que me presentan, lo que ellos no pudieron ni siquiera sospechar. Asombro de asombros, todo es asombro.

Analizar es sencillamente imposible porque la razón nos ha abandonado, o nosotros la hemos abandonado. No sé. Hace poco las personas con las que yo he roto mis relaciones me informaron de los motivos por los que yo había roto con ellos. Ante mi asombro me informaron sin mover una pestaña y sin que les temblara el ánimo lo más mínimo de los motivos que me habían llevado a romper con ellos. Lo más inexplicable de todo era que lo sabían sin que, sin embargo, nadie antes me hubiera preguntara por mis razones. Peor aún: haciendo caso omiso de lo que yo había intentado explicar una y otra vez . Ellos eran los que, sin preguntarme, simplemente por ciencia infusa, me explicaban y adoctrinaban a mí de los motivos de mi ruptura; motivos que por otra parte en nada coincidían con mis motivos reales.  Les cuento esta pequeña anécdota para mostrar que hoy en día el Microcosmos y el Macrocosmos se han unido de tal manera que analizar el Macrocosmos resulta tan complicado e imposible, tan laberíntico, como analizar el Microcosmos. No hay dos: Microcosmos y Macrocosmos, como tampoco hay unos imbéciles infantiles que encontramos en el colegio y que dejamos atrás cuando nos incorporamos a la edad adulta. Lamentablemente los mismos imbéciles que nos molestan en el colegio son los imbéciles con los que tenemos que trabajar llegada la gran edad adulta. Si el Microcosmos se compone de relaciones y actitudes inexplicables y sin sentido, no podemos esperar que el Macrocosmos sea mucho mejor. Por eso ha sido tradicionalmente tan importante el cultivo de la educación y de la virtud: cuanto más diáfano lograra ser el Microcosmos, tanto mejor para que el Macrocosmos pudiera mostrarse con toda su brillantez y esplendor.

El problema actual es que se exige al Macrocosmos que sea claro y luminoso al tiempo que el Microcosmos no sólo está enfangado y enlodado sino que encima dice que ese estado le divierte y le libera. El problema no es cuántos escolares dominan el inglés o alguna otra lengua extranjera; la cuestión es cuántos de esos escolares leen un libro que no sea un cómic, ven un cuadro que no sea un póster, y quieren utilizar sus manos para algo más que para jugar con la video consola. El problema no es si saben un idioma extranjero o no, sino si dominan el suyo propio. Aprender idiomas es una herramienta, pero no un conocimiento. Y tener una herramienta resulta útil siempre que se vaya a utilizar; en otro caso se oxida y termina en un rincón. F. Yates aprendió catalán cuando se interesó por la obra de Ramon Llull. No antes. Y no creo que aprendiera a hablarlo sino simplemente a leerlo. Lo que ha de preocupar cuando se habla no es la pronunciación sino el contenido. Y lo que falta hoy en la educación es justamente eso: la curiosidad y el deseo por poseer el contenido. ¿Para qué? Preguntan muchos extrañados, si todo está en Internet. Basta con pretar un botón y aparece toda la información. La diferencia es la misma que entre el esoterismo y el exoterismo: que no es lo mismo dentro que fuera.

El idioma está fuera; el lenguaje, dentro.

Cuando la palabra, que es lo más sagrado desde el inicio de lo sagrado, no significa nada, es entonces cuando el silencio se convierte en imprescindible.

Pese a todo yo tengo que escribir 365 artículos...