Eso es lo que a mí me gustaría que alguien me susurrara al oído en estos
instantes, cuando veo cómo cientos y miles de mujeres se unen para declarar la
guerra contra Trump, no sólo ya en los Estados Unidos sino ¡en el mundo entero!
No me lo dirán. Sé que no me lo dirán; no por mala fe o por deseos de ocultar
la realidad, sino simple y llanamente porque la mayoría de las mujeres que en
estos momentos están ocupadas convocando manifestaciones contra Trump,
lánzandose a la calle para que todos, por si alguien aún no lo sabía, como si
no hubiera sido ya repetido suficientemente hasta la saciedad, hasta
convertirse en letanía, se enteren de una vez por todas de que es un machista y
muchas cosas más, están convencidas de
que lo están haciendo libre, voluntaria y conscientemente.
Bien. Bien por ellas que lo creen. Yo, vieja bruja ciega, he de preguntarme
sin embargo quién diantres es el que consigue que el espectador se levante de
su sillón, dialogue con otros espectadores, él, que ni siquiera saluda a su
vecino en el ascensor, y acceda a ir a la calle con otros cientos y miles de
espectadores que también se han levantado de su sillón. Esto mismo es lo que me
pregunto desde ayer, cuando me enteré de la fascinante, desbordante y mundial
manifestación de las mujeres contra Trump. Soy consciente de que conociendo mi
natural propensión al asombro, ustedes no se sorprenderán gran cosa cuando les
anuncie la estupefacción que me produjo ver ayer a tantas mujeres elevando sus
voces y remangándose contra Trump. Y sin embargo lo reconozco: no salgo de mi
asombro.
Y es que la iniciativa propia a la hora de lanzarse a la calle difícilmente
puede ser creíble, sobre todo cuando de repente empiezan a subir al estrado
rostros conocidos con ganas de que su nombre y su imagen vuelvan a estar
activamente presentes en el mundo revolucionario, signifique esto lo que
signifique -generalmente y digan lo que digan: Marketing. Hace veinte años esas
mismas luchaban por la liberalización sexual de la mujer y para conseguirlo no
les bastaba con reivindicaciones comprensibles como la píldora, el condón, la posibilidad
de tener más de un novio y de ser madre soltera sin sufrir el ostracismo
social y la facultad de decidir su propia vida y su propio trabajo, sino que además dedicaron todas sus fuerzas a lograr convertir a la mujer en una devoradora
sexual y al hombre en su objeto. Exponían a la mujer medio desnuda vestida con
maquillaje, la presentaban como una persona sin unas metas fijas, sin unos
criterios firmes, salvo el de pasárselo bien y el de hacer en cada momento lo
que se le ocurriese. Esa fue la idea que vendieron y que han estado vendiendo
durante décadas y no cabe duda de que la vendieron bien; extraordinariamente
bien. No sé dónde acabaron las mujeres que siguieron sus consejos; en todo caso
ellas, recubiertas de oro. Supongo que una cosa es convertir a la mujer en
devoradora de hombres y otra en ser devorada; mi problema, y es un problema
personal, es que yo estoy por estoy más por la derogación y reforma de valores
que por su inversión. Yo, que estoy convencida de la absoluta igualdad entre
hombre y mujer no puedo imaginarme que esa igualdad consista o haya de
consistir en que las mujeres se transformen en lo que lo que los hombres,
negativamente son. Si alguien como Virginia Woolf se oponía a la
masculinización de los comportamientos exteriores de las mujeres y esa era otra
de las razones que la llevaba a oponerse a esas frias y oscuras puritanas incapaces
de permitirse ni una sola emoción, no entiendo por qué yo voy a tener que estar
de acuerdo en que las mujeres adopten la frivolidad de los hombres, su
tendencia a las riñas de bar, a las peleas de fin de semana, a las borracheras
y al sexo sin amor que distingue entre “mi santa mujer” y “mi puta amante”.
Como vemos, no basta con gritar “¡Igualdad!”. Hace falta saber cuáles son los contenidos de esa igualdad que tanto se exige, se predica, se vocifera.
Como vemos, no basta con gritar “¡Igualdad!”. Hace falta saber cuáles son los contenidos de esa igualdad que tanto se exige, se predica, se vocifera.
Compréndanme. No hay día en el que no encuentre alguna amiga o conocida que
ha decidido hacerse “un retoque” aquí y otro allá; la competición femenina por
la belleza exterior no tiene parangón respecto de la competición femenina por
el estudio. Pocas mujeres compiten por el número de libros que leen, menos aún
por el título del libro que leen. ¿Piensan que exagero? No lo piensen. Vayan a
las librerías. Busquen los estantes de libros escritos y publicados
especialmente para recrear a las mujeres en el amor. Románticos-eróticos para
adultos, creo que los llaman. Comprobarán que han dejado de ser las novelitas
baratas de kiosko que eran hace treinta años para transformarse en carrocerías
de lujo. “No creas”, me dice una vieja conocida, “los hombres no nos van a la
zaga. No sabes lo que ha aumentado la cosmética masculina en los últimos
tiempos y cuántos no pasan por el quirófano para estar más guapos. Y en cuanto
a leer se refiere... puedes darte por contenta si alguno de ellos abre un
periódico sin ir directamente a los artículos small talk”. Y se aleja mientras yo me quedo contemplando y
admirando su elegancia y sus palabras y preguntándome si de verdad es en eso en
lo que consiste la igualdad entre hombres y mujeres: en preocuparse todos ellos
por el cultivo de la belleza exterior y por la siembra de la incultura
interior.
Es cierto que a veces se encuentra en los periódicos algún que otro
artículo animando a las mujeres a dedicarse a la técnica; curiosamente ninguno
animándolas a dedicarse a la filosofía, a la música y a la historia, porque
tales ocupaciones además de que no dan de comer, dicen los periódicos, son
consideradas típicamente femeninas, y por típicamente femeninas han de ser
abandonadas; lo cual, no me dirán, es una contradicción en toda regla porque si
son típicamente femeninas no veo porqué han de ser abandonadas por las féminas
y si son femeninas porque ello se debe únicamente, según se nos explica
incansablemente, a que históricamente así ha sido, no entiendo ese constante
animar a las mujeres a que se ocupen por las ciencias; ellas solitas se
encargarán de decidirlo igual que han resuelto ser médicos, jueces y
empresarias. Vamos, digo yo. Pero en cualquier caso, y volviendo al tema que
nos ocupa, exceptuando esos cuantos párrafos animando a las mujeres a
interesarse por las ciencias, lo único que se encuentra en referencia a ellas
no es cómo ser llegar a ser más cultas y más inteligentes aunque simplemente
sea para algo tan trivial como es el sentirse bien consigo mismas, sino en cómo
estar más guapas y más jóvenes para lograr justamente eso mismo: sentirse bien
consigo mismas. Y a esto, justamente a esto, es a lo que llaman “ser femenina”.
¿Comprenden ustedes mis problemas? Por un lado nos dicen que nos dediquemos a
las ciencias porque el estudio de la filosofía, de la historia, del arte, son
típicamente femeninos. Y a continuación nos dan consejos acerca de cómo estar
más bellas porque ser bella es atreverse a ser mujer.
No termina ahí lo que más que de contradicción habría que calificar de
esquizofrenia.
Por un lado, cientos y miles de mujeres se lanzan mundialmente a la calle
para manifestarse en contra del presidente de un país por machista y sexista y
por otro, esas mismas mujeres no dudan en prometer felaciones, ¡felaciones!, a
aquéllos que voten “no” al candidato que ellas digan que tienen que votar “no”.
“¿Y esto no es una forma como otra cualquiera de comprar el voto?”, me pregunto
aturdida. Pero cuando encima observo cómo acto seguido esas mismas, que han
prometido la felación a quien vote “no” al que ellas dicen que hay que votar
“no”, se lanzan a la calle para protestar contra ese presidente para el que
ellas han querido y quieren el “no” por considerarlo machista y sexista, la
cabeza me empieza a dar vueltas y yo ya no entiendo nada. Debe ser que mi
capacidad de entendimiento es limitado. Sí, debe ser eso, cuando nadie, excepto
yo, encuentra nada anormal en esto.
Y justamente por esta limitación que últimamente padezco, además de mi ya consabida ceguera, es por lo que tampoco entiendo tantas emociones femeninas
desbordadas, casi histéricas, contra el machismo y sexismo de un
hombre-presidente mientras en cambio no se convoca ni una sola manifestación, (salvo
quizás las organizadas por unas cuantas viejas feministas, pero desde luego no
con esa fuerza ni repercusión mundial), para que las mujeres dispongan de los
mismos derechos que los hombres en los países de religión musulmana, para que
las mujeres se liberen de la obligación
de llevar el velo y el burka. Porque a esto le denominan “libertad de creencia”
y en función de esta “libertad de creencia” permanecen encadenadas. Un
argumento bastante razonable a todas luces, no lo dudo, pero que sin embargo no
me permite entender cómo es posible que las mujeres se mantengan tan
insensibles con respecto a todas las mujeres que en estos instantes han de
renunciar a aprender a leer porque sus censores aducen que eso sólo trae malos
pensamientos y malas ideas y no sientan ninguna empatía por esas hijas que en sus familias, incluso en
familias de occidente, quedan subyugadas al padre, al hermano y al marido
aunque ganen dinero y sean consideradas por la sociedad como independientes y
libres, porque a fin de cuentas, dicen los opresores, las hijas, y esto es algo
que las madres suelen mandar con especial intensidad a las primogénitas, han de
estar dispuestas a sacrificarse por la familia y a apoyarla y si no lo hacen son
despreciadas y consideradas malas y soberbias en el sentido más metafísico
de ambos términos. Empiecen a observar cuántas hermanas apoyan a sus hermanos
vagos y silencian sus faltas permitiendo incluso que las insulten y las acusen
de buenecitas e hipócritas simplemente porque ellas cumplen con su deber, miren
cuántas hijas han de atender a su propia familia y a sus padres, mientras sus
hermanos varones ni lo agradecen porque lo consideran algo normal; escuchen
cuántas madres en estos momentos se arrepienten de haber dado estudios a sus
hijas porque debido a ello éstas viven en otra localidad, en otro país, y de
otra forma, con un “pequeño trabajito” se hubieran quedado a su lado.
¿Por qué no hay grandes, enormes, multitudinarias manifestaciones contra la
opresión social que todavía sufre la mujer en Occidente?
¿Por qué no se convocan multitudinarias manifestaciones contra la
inhabilitación total que sufre la mujer en el Oriente y de la que sólo se
libran unas pocas afortunadas? Sí; es cierto: se publican artículos y libros,
se organizan conferencias y se introducen planes de ayuda y cooperación. Pero
no es a eso a lo que me refiero. A lo que me refiero es a la falta de
convocatoria mulitudinaria y mundial para salir a la calle, para protestar en
la calle, para lograr que cien famosos y cien famosas colaboren con tales
manifestaciones populares y que cuando al fin han sido convocadas han sido
miradas con desconfianza, como si atentaran contra la libertad de religión y la
libertad cultural, como si detrás de ellas estuvieran las feministas, a las que
muchos llaman feminazis y los grupos
de extrema derecha y yo qué sé qué más; entre otras cosas porque muchas mujeres
que pertenecen a la cultura musulmana se levantan para protestar en contra de
tales manifestaciones a favor de la libertad de la mujer musulmana afirmando y
reafirmando una y otra vez que ellas no se sienten en absoluta oprimidas y que
por tanto ni necesitan pedir socorro ni mucho menos que nadie vaya a salvarlas.
¿Por qué gritan las mujeres contra los hombres machistas y sexistas si
ellas mismas no son capaces de liberarse de su sexismo aunque sí de su
feminismo y si me apuran incluso de su feminidad, y por eso, seguramente, no
estudian ni filosofía, ni historia, ni arte, pero sí sueltan palabrotas a
diestro y siniestro, beben como cosacos, y se comportan como bárbaras?
¿Por qué después de todo eso no se
les ocurre otra cosa que acudir a una manifestación convocada por mujeres y
organizada por no sé quién contra el machismo y el sexismo de un presidente que
todavía no ha empezado ni a gobernar pero no contra el machismo y el sexismo de
un presidente al que se dice que hicieron una felación en la mísmisima Casa
Blanca?
¿Y tiene que ver esta compra del voto a base de hacer felaciones (tan de
moda que incluso una actriz italiana la ofreció a todos aquéllos que votaran "no" a Renzi) con aquella felación que según se dice se
practicó a otro presidente americano hace unos años en la Casa Blanca?
Y sí ya sé que muchas me dirán que esto es libertad de elección, pero la
pregunta que sigue en pie es: ¿cómo se pueden realizar actos valientes y negarse
a ser considerado un valiente? ¿Cómo estar estudiando todo el día y oponerse a ser visto como un ratón o una rata de biblioteca? ¿Cómo comportarse de forma
sexista y no querer ser tratada de forma sexista? ¿Cómo acceder a prácticas
sexuales que excitan a los machos y no querer ser tratadas de manera machista?
Me asombro. Realmente me asombro.
No me sirve de gran cosa.
No hay nadie dispuesto a sacarme de él.
Mi miedo: que la mujer occidental pierda su auténtica libertad y todo por simplemente ignorar, por ni siquiera preguntárselo, qué manos les dan las piedras que ellas con tanta alegria lanzan al objetivo previsto y que son las que van a conducirlas, tarde o temprano, al manicomio o al harem.
A mí, por favor, apárquenme antes en la biblioteca del convento; creo que es allí donde se dan cita las viejas brujas y las feministas obsoletas, retrógradas y caducas. Son a las únicas a las que todavía logro comprender.
La bruja ciega.
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