Una, que soy yo, decide
dar un paseo por YouTube. Otrora solíamos acudir allí con el mismo objetivo de
los que deambulan por los rastrillos: para intentar extraer alguna interesante
observación de entre las muchas intranscendentes que se ofrecían. Las teorías
de la conspiración de todo tipo causaron, por nuevas, una enorme sensación.
Ello produjo grandes beneficios a sus diseñadores y productores, además de
suponer un gran entretenimiento a una población: la del bienestar que, por
haber respirado durante casi setenta años de una inusual paz a algunos les
empezaba a resultar ya mortecina. Los periodistas, sesudos y perspicaces
observadores donde los haya, descubrieron un filón de oro a explotar. Aunque
debían oponerse a las teorías de la conspiración porque ellos, decían los
periodistas- eran profesionales serios, descubrieron el elemento que confería
el éxito a dichas teorías: las emociones. Así que la primera cuestión que
lanzaron a sus lectores fue la preocupación por el poco interés que la joven
generación sentía por la política. La paz, decían esos periodistas, había conseguido
que la política se abandonara. Tal tema ocupó largos y profundos debates en la arena
pública de los rotativos y programas de televisión. El triunfo del empeño por
devolver su pasado esplendor se reflejó en partidos juveniles como el de “los
Piratas” y movimientos callejeros como el de “Friday for Future”. A mí particularmente
me resultó sumamente interesante el hecho de que los mismos jóvenes que habían
sido declarados en su infancia hiperactivos por no quedarse quietos y que
incluso habían sido objeto de estudio de médicos y farmacéuticos fueran ahora,
en su incipiente juventud, lanzados a la calle justo para hacer lo mismo que
unos años atrás les había convertido en enfermos: moverse sin descanso y gritar
hasta desgañitarse.
Mientras los
jóvenes se veían impelidos a las movilizaciones colectivas, los adultos
recibían de la prensa la invitación a dejar todo aquello que habían conseguido
construir en veinte, treinta e incluso cuarenta años de profesión, para irse a
vivir a las montañas siguiendo la llamada del mundo salvaje, o para abandonar a
sus esposas e hijos para fundar un nuevo matrimonio basado en la pasión del
“amor de la vida eterno”, o para iniciar la práctica de un deporte de extrema
peligrosidad.
Lo que, a mí,
personalmente, más me asombraba – ya saben mi propensión al asombro- que en esa
vorágine de pasiones fuera la figura del “autista” y no la de Lord Byron, la
que se convirtiera en protagonista. El autismo aparecía como tema de muchas
películas, series y debates. El autista era siempre descrito como un hombre
genial, desde el punto de vista cognitivo, pero incapaz para comprender
emociones, desde el punto de vista sensible. Eso era, en resumen, y a decir de
los guionistas, el problema de los autistas.
La cuestión no era
tan simple, pueden ustedes imaginarse. El mensaje, sin embargo, era bien claro:
había que ser empático. Aquel que, sin ser empático tampoco era autista había
de ser por fuerza: narcisista, sociópata y psicópata. La consecuencia a
semejante disparate fue la aparición del síndrome del impostor y una buena colección
de libros de autoayuda que se caracterizaban por un mensaje común: Tú,
individual, personal e intransferible, tenías que cambiar. No los otros, sino
Tú eres el problema y, por tanto, el que tenía que cambiar.
Mi indignación ante
lo que yo califiqué de necedades, provocó el enfado de Carlota. No fue una
época brillante para nuestra amistad, lo reconozco. A mí me parecía, y me sigue
pareciendo, una gran insensatez acudir a la consulta de un tipo que no te
conoce, al que no conoces y al que tienes que dar bastante dinero para escuchar
o que tienes que cambiar tú o que el culpable de todos tus males son las madres
narcisistas y los padres helicópteros. Conozco tanto a unas como a otras. Del
tema de las madres narcisistas sólo diré que es tan complejo, como minoritario;
de los padres helicópteros sólo me cabe afirmar que – a pesar del acoso
mediático que sufrieron – eran y son sumamente necesarios.
En cualquier caso,
imaginen ustedes: un mundo de emociones, de pasiones en los que se decía al
mismo tiempo déjate llevar, haz lo que tu corazón te pida, deja todo, pero se
empático con las víctimas. Si no eres empático eres una persona autista, o un
narcisista.
Ante semejante
situación lo mejor era ser una víctima. Las víctimas, por víctimas, eran
exoneradas de semejantes deberes cuyos límites nunca estaban claramente establecidos.
¿Cómo podían estarlo? No estábamos hablando de deberes jurídicos sino de
deberes socio-cívicos dados por grupos inclusivos, nominalistas, colectivos de
ideología cambiante y encontrada.
En una situación
así lo mejor era convertirse en víctima. El problema es el de siempre: donde
está Dios, está el diablo. Donde está la víctima auténtica y real está el
victimista, que se hace pasar por víctima para obtener provecho. Y lo normal:
la víctima real no quiere que nadie le vea llorar; la víctima real se pone, si
es necesario, el traje de fría imperturbable y llora en la ducha, pero no
delante de todos. La víctima real no se mete en la cama, no escribe diarios
lacrimógenos porque no quiere, porque no; porque la víctima real no se quiere
quedar en la situación de víctima, porque la víctima real sabe que las
verdaderas víctimas están siempre solas y no quiere, más bien teme, convertirse
en víctima propiciatoria. No. La víctima
real dice aquello de “Lázaro, levántate y anda” y es lo que hace: levantarse y
andar. Y si llora pasa lo que pasa: que no sabe llorar. En cambio, los
victimistas que se hacen pasar por víctimas saben expresar correctamente su
dolor, dándoles los silencios adecuados allí donde los silencios son
necesarios; saben presentar sus emociones de manera que apelen a la compasión
de un público aleccionado para ser empático.
Mientras tanto otros
deciden convertir sus emociones y su llamada a exteriorizar las pasiones, quieren convertir en realidad sus sueños porque tu mente, tus pensamientos – dicen –
crean mundos, donde "mente" es un término que se pronuncia como mente, se lee como
mente, pero significa pasión, voluntad. Cuando ustedes lean frases del tipo
“sus mentes crean mundos” tienen que leer en realidad: “sus voluntades crean
mundos”. Es la única manera de comprenderlo adecuadamente.
Y para que esa
voluntad cree mundos con la máxima libertad y sin grandes obstáculos lo primero
que hay que hacer es terminar de romper los últimos tabúes que quedaban por
romper. El sexo fue uno de esos tabúes. La liberación sexual de la mujer se había
convertido en bandera desde hacía décadas. Ahora llegaba al cénit. Era la mujer
la que buscaba a un hombre para pasar la noche, sin ataduras. Lo que hasta
entonces se había denominaba “buscona” pasó a considerarse “mujer liberada”
para terminar siendo “mujer libre”, “mujer independiente”, “mujer de su
tiempo”. La mujer, se explicaba en periódicos, revistas, libros, debates,
quería sexo, mucho sexo; tanto que los hombres no siempre conseguían proporcionarle
el placer que ésta le reclamaba. La mujer necesitaba estar satisfecha
sexualmente, aunque dicha satisfacción fuera de satisfacción mecánica. La
industria se la proporcionó a raudales consiguiendo con ello pingües
beneficios.
Lamentablemente
dicha retórica produjo varios efectos secundarios de terribles consecuencias.
Uno de los efectos
secundarios fue que si la mujer se negaba a aceptar aquella descripción de su
sexualidad y tenía sus propias consideraciones acerca de la sexualidad era o
frígida o moralina o todo a la vez; en cualquier caso, sufría de un problema
mental, cuyo origen había que buscar. La profesión de Sexólogo llegó a ser
bastante rentable en aquel tiempo.
La disociación en
la mujer entre amor y sexo cuya unión había sido tradicionalmente una constante para
ella, fue otro de los nocivos efectos secundarios. Puesto que ambos términos
eran diferentes, el sexo podía ser considerado como una moneda de cambio.
Además de placer físico, el sexo unía a las personas en una relación íntima que
daba origen a una amistad que podía resultar provechosa a la hora de encontrar
un trabajo, o ascender o ganar más dinero o ser invitada a determinadas fiestas
donde podría conocer a determinadas personas… La amistad del intelecto era
pasé, sencillamente porque el intelecto era pasé excepto cuando proporcionaba
sustanciales ganancias. El sexo se convirtió en sinónimo de amigo. Un amigo era
aquél con quien uno mantenía relaciones íntimas; lo del amor era otra cosa.
La sexualización de
la sociedad fue el tercer efecto secundario que originó aquel extraño deseo
de introducir tantas emociones, qué digo emociones ¡pasiones!, en lo que hasta
ese momento había sido una sociedad tranquila y pacífica.
El
empeño por la trasparencia fue el efecto adyacente que, aunque hubiera podido ser positivo, provocó grandes cataclismos. Compréndame: a mí me gustan los
grandes ventanales, tan de moda en aquel tiempo, y que simbolizaban la
sinceridad, el que una mujer pudiera ser madre soltera sin temor a ser señalada
y tener varios novios sin ser desterrada de la sociedad significaba permitir a
la mujer hacer uso de su libertad y considerarla, finalmente, ser independiente
y autónomo y para personas como yo, el hecho de que alguien pudiera expresar
abiertamente lo que pensaba suponía un sueño hecho realidad.
No
obstante, el cóctel de la sexualización de la sociedad unida al deseo de
transparencia determinó que en los periódicos se publicaran reportajes que,
francamente, dudo que produjeran algo que no fuera asco o morbo, o ambos.
De
repente, en los periódicos-revistas de tirada nacional asomaban casos de
hermanos que se amaban, de padre e hija que se amaban, de una madre que amaba a
su hijo varón y de madres que amaban a los amigos de sus hijos. Díganme: ¿era
necesario que toda una población leyera articulos sobre casos anecdóticos como los que se
mostraban allí para hacerlos parecer o por lo menos para que se pudiera pensar
que “eran más habitual de lo que pensábamos”?
La prostitución fue
otro tabú que se rompió. Hasta cierto punto fue positivo: recibieron status de
trabajadoras, lo que les proporcionó seguridad social y poder ser atendidas
correctamente en caso de violencia y de enfermedades de transmisión sexual.
¿Quién puede oponerse a lo que de todas formas es una realidad? Pero casi de la
mañana a la noche en el grupo de las prostitutas no se encontraban únicamente
las mujeres víctimas de redes de tráfico, y las mujeres de mala vida, mala por
su adicción a las drogas y al alcohol. No. En ese grupo las prostitutas
pertenecían a los altos niveles de la sociedad: universitarias que practicaban la prostitución
para pagarse los estudios incluso en sitios como Alemania, donde se conceden
ayudas económicas a todo aquél que lo necesite y donde hay – o había – trabajos
que los estudiantes realizaban tradicionalmente. ¿Para qué la prostitución?
“Por gusto”, decían unas; “Para tener bolsos de lujo”, decían otras. De todas
éstas últimas eran las más sinceras, las más “trasparentes”. El mundo se había
convertido en un gran mercado donde todo, absolutamente todo, estaba en venta.
Incluso el sentido común, que se falsificó como se falsifican las firmas,
dejando de llamar a las cosas por su nombre, para otorgarle otro distinto con
el mismo significado. O el mismo nombre con distintos significados. Nominalismo. ¿Se acuerdan?
El sexo fue un tabú que había de romperse. Se rompió entonando el canto de “Trasparencia”, mientras la corrupción política y económica se escondía en exquisitos restaurantes, paraísos fiscales y negocios de gran envergadura a nivel internacional que pasó a llamarse “globalismo”. Los tabúes sexuales eran trasparentes. La corrupción económica-política, en cambio, viajaba en coches con ventanas de cristal oscuro; tintados, les llaman en España. Con eso está dicho mucho.
Por eso el
movimiento colectivo del Metoo que para nosotras las mujeres representó la
recuperación de la sensatez y la valoración de la dignidad de nuestro cuerpo,
después de haber descubierto que había sido utilizada y abusada y que su
libertad había quedado reducida a objeto de consumo y a elemento de marketing, trajo
a mi vida, lo confieso, un grave problema personal que ninguno de mis amigos,
ni siquiera Carlota, comprendió. Mi problema era el de siempre: aquel Metoo era
un movimiento inclusivo, nominal y colectivo y yo no podía imaginar que todas
las víctimas tuvieran ni las mismas vivencias ni los mismos objetivos. En
efecto: Al Metoo le siguió el tema de la consideración del feminismo según
razas y culturas. Las mujeres de raza no blanca afirmaban en las redes que las
mujeres blancas no las podían comprender. Eran doble víctimas: por mujer y por no
blancas. Las brujas como yo las entendíamos: eran víctimas por mujer y por
distintas. Carlota y Verónica hicieron alarde de las dotes dialécticas que las
caracteriza para oponerse a mi punto de vista; así que no seguí. ¿Para qué? Uno
no lucha cuando sabe que va a perder sus energías en un intento inútil.
En cualquier caso,
a la aparición del Metoo le siguió el surgimiento del concepto de la “Culture
apropiation” que llegó a extremos tan absurdos como a censurar que alguien se
vistiera con el traje típico de una nación, o que se dejara hacer determinados
tipos de trenzas en la peluquería. Lo reconozco: yo tenía otras luchas más
importantes de las que ocuparme.
De poco sirvió. A
la lucha generacional, la prevalencia de las pasiones sobre la reflexión, la
lucha de géneros, la liberación sexual, la trasparencia convertida en exponer
el verdadero rostro… del otro, se entiende, la cuestión de la apropiación
cultural, el deber de corrección política que llegó a expandirse incluso a la
escritura y al modo de hablar: os/as. En unos tiempos en los que estar más de
dos minutos hablando es valorado como aburrido discurso por sus oyentes,
introducir términos ajenos al contenido esencial del mensaje roba un tiempo precioso
al que tiene que decir algo.
A esto hubo que añadirles el tema de la homosexualidad en el deporte, en el ejército militar, en la Iglesia, así como la maternidad a partir de los cuarenta, cincuenta e incluso sesenta años.
En resumen: Temas que hubieran podido ser aceptados de forma natural por una sociedad abierta y plural, fueron expuestos con tal virulencia mediática a todos los niveles que únicamente generaron conflicto y polarización. Las ideas y posiciones que la mayoría de los europeos consideraban normales fueron llevados a sus últimas consecuencias generando conflictos que rayaban el surrealismo y dando visibilidad colectiva, no a problemas generales, sino a problemas de personas individuales, personales e intransferibles.
Aquello no sólo era una Reductio ad absurdum. Era una Reductio ad (collective) alienationem, Reductio ad (collective) insaniam. Ello implicaba que todos los moderados, conciliantes y congruentes, al estilo de aquellos hombres razonables del Renacimiento que intentaron salvar la Potestad de Dios con la libre voluntad del Hombre, fueron marcados con el signo de "extrema derecha". Con todo lo que esto significa.
Entiéndanme: A un hombre de extrema derecha no le importa que le califiquen de extrema derecha. Para alguien como él, representante del Orden Eterno que él dicta y defiende, es un honor.
El problema se le presenta al hombre moderado que , marcado con este nombre, empieza a cuestionar su vida en términos de "to be or not to be".
Fue Carlos el que me avisó de este peligro. Fue mi alma de bruja, la que me salvó. Cuando una, desde el momento de su nacimiento ha sido tildada de "mala" por los dolores del parto que su madre ha sufrido y por los insoportables llantos que el resto de los pacientes han debido sufrir, una está hecha a todo tipo de improperios. No. No soy moderada. Soy individual, personal e intransferible.
Posiblemente
ustedes ya sabían todo esto. Posiblemente intenten encajonarme en una u otra
dirección ideológica. No lo hagan. Realmente: se equivocarán. Yo soy una de
esas personas individuales, personales e intransferibles. Me gusta mi paz y mi
tranquilidad. Me gustan mis paseos solitarios y mis conversaciones con mis
amigos. Lo que los demás digan, hagan, piensen es su elección, con tal de que a
mi me dejen decir, hacer y pensar cosas totalmente distintas. Si he hecho este
repaso de lo que los últimos treinta anos han sido es para intentar comprender
el momento en el que hoy nos encontramos. Porque a todo esto hay que sumarle la
llegada de miles de refugiados que, unido a la llegada de miles de emigrantes,
venía a complicar el ya de por sí complejo panorama.
Y unido a todo
esto, con todo esto junto: la globalización llevada a cabo por los herederos
del Rey Midas: todo lo que tocaban se transformaba en oro y justamente por ese
motivo no podían comer. Aquí ha sucedido lo mismo: mucho dinero que ha servido
para todo menos para alimentar a las empresas, de modo que estas han terminado
su independencia inicial para convertirse en vasallos de otras empresas en
otros países, mientras Europa sigue dando latigazos, no a los colonialistas,
sino a los herederos de los colonialistas que no saben ni de qué les están
hablando porque no tienen idea ni de colonialismo, ni de historia, ni de
matemáticas y el que sabe, anda encerrado, no en su habitación, sino en la
biblioteca para que lo vean con gente y no lo confundan con algún terrorista,
de los que una y otra vez se dice y se repite que son desequilibrados mentales
que no se relacionan con nadie. No sé
quién puede creerse algo así. La soledad se ha demonizado porque sólo en
soledad puede el hombre pensar y porque el hombre solo es el hombre que no consume
y, por tanto, no gasta dinero.
En cualquier caso,
he de admitir que el YouTube que hace diez o doce años tanta diversión me
proporcionó ha desaparecido.
De un tiempo a esta
parte lo único que allí descubre una – que soy yo – es a la masa divida en dos
bloques ideológicos bien definidos y esparcidas en miles de células a las que
se les denomina “videos”, pero que en realidad son simples transmisores de
propaganda. A veces tengo la impresión – es sólo una impresión – que Moriarty
nos planteó todo su plan vía Youtube para fundirse en la masa y pasar
desapercibido.
Pero de repente una,
que soy yo, encuentra, por casualidad, un video de un astrólogo llamado José
Millán que se titula “Transformaciones violentas. La astrología de la Luna
Nueva del 1 de noviembre en Escorpio.”
“¡Dios
mío, me siento que voy en caída libre!!!Cuándo va a terminar???” – pregunta a
continuación una lectora en el apartado de comentarios.
Y yo, tan propensa
al asombro, me asombro de la pregunta. La cuestión está mal formulada me digo
mientras paso a otro asunto. El asunto a dirimir no es cuándo va a terminar el
descenso porque – seamos sensatos: mientras se está en caída libre, uno está
vivo. La caída libre en sí no es lo peligroso. Lo terrorífico es el aterrizaje.
Por consiguiente, el tema que se hace preciso solucionar es el de cómo
salvarse, no el de cuándo va a terminar el viaje. Humildemente yo sólo veo tres
posibilidades: o le alcanzan un paracaídas, o le “cazan al vuelo”, o le tienen
preparado un colchón para cuando llegue abajo. Existen, quizás, unas cuantas
más: la de que por la chispa divina que nos convierte a todos en dioses, según
aseguran algunos, le crezcan las alas, levite o su alma se desprenda de su
cuerpo y perviva en los reinos astrales. No obstante, habremos de reconocer que
estos remedios dejan mucho que desear debido, sobre todo, a la dificultad de
ponerlos en práctica.
La anécdota, sin
embargo, muestra el modo y manera en las que las emociones mal reflectadas son
expresadas. Curiosamente, la señora busca en la astrología no una solución sino
una explicación, anhelando, tal vez, que con lo uno aparezca lo otro. Hasta cierto
punto es lógico. Así funciona la medicina: si encontramos la explicación para
una enfermedad podemos hallar el modo de paliarla.
Lamentablemente las
emociones no funcionan así. Por eso el psicoanálisis tiene tan poco éxito a la
hora de remediar auténticos dramas existenciales y cobra, sin embargo, tanta
importancia en los regímenes autoritarios y dictatoriales. Pero esto es otra
historia. Lo cierto es que la mayoría de las personas piensan tanto en sí
mismas y en sus traumas que conocen perfectamente el origen de todos ellos. La
explicación, sin embargo, no les ayuda en absoluto por una sencilla razón: los
traumas están en el pasado, los miedos se refieren al futuro y el presente es
lo que ella solitas han de gestionar. La respuesta al cuándo caí y cuándo
volveré a caer, aun siendo una explicación, no es una solución. Los únicos,
que, en mi opinión, lo han entendido son los grupos de Alcohólicos Anónimos y
semejantes que hacen de cada punto un punto que se une a otro punto hasta
conseguir que aparezca una línea. Siento defraudarles: no conozco cómo
funcionan este tipo de organizaciones y no conozco a nadie que haya estado en
una de ellas; me han pasado informaciones de su funcionamiento y de ellas he
inferido que además del trazado de una línea punto a punto, existe otro pilar
en el que se apoyan: el de la autonomía y responsabilidad individual. Cada
persona es responsable de sí misma. Tienen mentores, pero estos son simples
animadores. El verdadero y auténtico compromiso es el de la persona consigo
mismo. Les dejan hablar con otros en su misma situación, les dejan ser
acompañados, pero el camino lo caminan ellos mismos. Las explicaciones del
pasado y los miedos del futuro cuentan muy poco cuando uno está inmerso en el
punto del presente que inicia un camino, porque él ha decidido iniciarlo.
Díganme ¿Cómo se
denomina un problema que surge de repente y sin ser esperado? Schock
En mi humilde
opinión existen dos tipos de schock.
Al primero yo lo llamaría Shock súbito.
Es un problema que aparece repentinamente y que hay que solucionar incluso
cuando se ignoran las causas que lo motivaron. Un schock súbito, por ejemplo,
es un terremoto. Lo esencial en ese caso es calibrar las consecuencias y
organizar inmediatamente unidades de ayuda a la población afectada. La pregunta
por la causa del terremoto es secundaria en el instante que sigue al terremoto.
De lo que se trata en primer lugar es de actuar rápida, eficaz y eficientemente
a fin de ayudar a los afectados y reestablecer la seguridad y la tranquilidad.
Ciertamente en un
terreno proclive lo más probable es que las autoridades hayan pensado medidas
que faciliten poner en práctica las soluciones adecuadas en caso de terremoto. Hayan
hecho lo que hayan hecho, el terremoto siempre se presenta de imprevisto.
Schock predecible
es el segundo tipo de schock. Se trata de un schock del que se tiene una gran
certeza de que se va a producir. En ese caso no sólo se piensan determinadas
medidas, sino que además se llevan a cabo. Un ejemplo es el parte meteorológico
que anuncia que un huracán va a arrasar una determinada zona. El huracán
todavía no ha llegado, pero se sabe que es una cuestión de horas, quizás días
para que llegue. Así que se pide que los habitantes abandonen sus hogares, se
activan controles de carretera, son alertados helicópteros y unidades de atención
sanitaria, bomberos…
La diferencia es
que a unos les coge de improviso y a otros no. Unos pensaban que nunca vivirían
un terremoto y han de enfrentarse a esa situación inesperada y otros saben lo
que les espera y pueden prever su reacción con más tiempo y exactitud.
Lo que ambos tipos
de schock tienen en común es la caída libre en la que precipitan al individuo.
Por eso cuando uno está cayendo en picado, en caída libre o cómo sea, la cuestión no es cuando terminará sino cómo se aterrizará de la forma menos dolorosa posible.
Algo así
debió pensar Isaac Asimov al escribir su “Fundación” y su “Robot”: de lo que se trata es de solucionar problemas, incluso en aquellos casos en los que se ignora el proceso,
el desarrollo y los resultados. Intentarlo hay que intentarlo.
Creo que esta es la primera máxima que cabría extraer de Fundación. Ese “intentarlo” trasciende a varias generaciones y a varios escenarios. Controlar la inevitable catástrofe es el objetivo al que hay que atender. Que la hecatombe sea inevitable no significa que ésta haya de alcanzar sus últimas consecuencias.
La segunda máxima de
Fundación es justamente la de protección, donde “protección” no significa, como
digo, “evitar” sino mitigar el golpe y sobrevivir.
Así pues lo que señala
Asimov en nada se asemeja con aquello a lo que se dedican los grupos que se
declaran fans incondicionales de Fundación que consiste en trazar un paralelismo
entre lo que sucede en el libro y lo que acontece en nuestra sociedad actual. La
mayoría de estos grupos juegan a ser justicieros en vez de constructores. Esto
es lo que les separa del espíritu que Fundación contiene. Pueden usar las
palabras, gestos y expresiones que aparecen en esa obra si lo desean; a decir
verdad, han hecho lo mismo con los Evangelios. El método de Asimov nunca va a funcionar
en la realidad. No en la nuestra.
En dos puntos, sin embargo, tengo que darles la razón a estos grupos:
Que el declive se acerca, es
el primero. Y se acerca, todo hay que decirlo, porque los mismos que han
propiciado las pasiones del bienestar y el bienestar de las pasiones son los
que han premeditado su caída. Tengo que reconocer que uno de los primeros que
lo vislumbró fue mi padre. ¡Pero cómo hacer caso a un hombre que allí donde
veía una nube, veía lluvia”! Cuando se tiene a un Nostradamus como padre las
únicas veces en las que se le hace caso es cuando anuncia bonanza y cielo
despejado, por las pocas veces en lo que esto sucede, claro. Lo general es que mi padre Nostradamus viera señales que presagiaban malos tiempos, señales que yo – pese a mi juventud – también
contemplaba, lo confieso. Pero creo que ya lo he dicho alguna vez: las brujas
somos hijas de hadas y las hadas necesitan un mundo rosa. Mi madre fue un hada
que cayó al barro por acercarse demasiado a magas, hechiceras y nigromantes.
Pero hasta que cayó fue un hada, y por eso le consentíamos su infantilismo
narcisista. ¿Qué otra cosa se puede hacer con las hadas? Seres mágicos a los
que hay que sostener para que ellas, a su vez, sostengan la luz, la risa y el
color del mundo que las rodea. Mi padre veía desastres, pero era un Nostradamus
y podía vivir tranquilamente con ellos. Yo comprendía lo que mi padre decía
porque veía lo que él veía, pero soy una bruja y puedo sobrevivir a ellos. Mi
madre, en cambio, era un hada y los desastres la hundían. Cuando un hada cae se
transforma en un ser maligno para sus hijas. Aunque el mundo exterior siga viéndola
con su traje de hada, en el interior quiere destrozar a su hija, porque es a
ella a quien culpa de todos sus males. Corramos un tupido velo sobre este asunto y sigamos
con el tema que nos ocupa.
El segundo punto en
el que asiento con estos grupos colectivos que siguen las pautas de la
Fundación de Asimov sin entenderlas es que ellos, paradojas de paradojas, han
sido los únicos que actúan siguiendo el mensaje de Jesús desde una interpretación
correcta. Sólo por este motivo han podido llevar a cabo la inversión del espíritu
allí contenido. Mi sospecha es que saben utilizar los instrumentos que les han
dado sin ni siquiera comprender que los están utilizando para fines
contrarios para los que esos instrumentos fueron creados. En mi opinión, desconocen lo
que en los Evangelios se guarda oculto a la vista de todos desde hace siglos y
que únicamente unos pocos conocían. Son iniciados sin saberlo. Pero dejémoslo
aquí. Ni ellos mismos entenderían lo que les digo. Baste decir que han sido iniciados,
aleccionados, para llevar a cabo una tarea que los precipitará – a ellos – a los
avernos, tal vez incluso antes de que el mundo lo haya hecho. Pero esa es otra
historia.
Anne Applebaum ha escrito un libro: “The dictators who want to rule the world.”
No lo he leído. He escuchado lo que decía en YouTube. Los puntos principales de
su obra es que las autocracias de este mundo: Irán, China y Rusia se han unido
para conquistar Europa. Applebaum tiene razón. Si a estas alturas alguien duda
de la validez de su afirmación es que ha permanecido ajeno a los
acontecimientos de este nuestro mundo en las últimas décadas. La segunda
aseveración es la que se refiere a las alianzas entre estas dictaduras. Applebaum
sostiene que las alianzas entre estos países son oportunistas.
Es aquí donde una que
soy yo ve aparecer a un conejo, Bugs Bunny, portando una zanahoria y preguntando
con cara de guasa aquello de “¿Qué hay de nuevo, viejo?”
No es para menos,
francamente.
A estas alturas de
la historia ya deberíamos saber que las alianzas, todas las alianzas de este
mundo, han sido oportunistas y por oportunistas variables. Para conseguir garantizar
su estabilidad y con ello su perduración en el tiempo es por lo que los reyes
unían a sus vástagos entre sí. No sirvió de mucho, la verdad. En Bizancio encontramos
a madres reinas despiadadas con el hijo heredero, y en España tenemos el caso
del hijo Carlos I y V de Alemania que mantuvo encerrada a su madre por décadas.
Imaginen ustedes cómo fue el asunto entre matrimonios. Por eso el Cid campeador
campeó a sus anchas sirviendo ora a reyes cristianos, ora al sultán o emir
musulmán.
Las alianzas han
sido siempre oportunistas e interesadas y, consiguientemente siempre en
equilibrio inestable especialmente en lo que a su perdurabilidad concierne. Es
por este motivo por el que no entiendo muy el por qué la señora Applebaum le
concede tanta importancia a la cuestión del oportunismo. Si se refiere a la
posibilidad del “Divide et Impera” se trata, fuerza es admitirlo, de una vana
esperanza. Lo que une a los tres países es un enemigo común, del cual Europa es
sólo una pequeña parte, importante únicamente porque la victoria sobre ella les
facilita la conquista del centro del Occidente que es Estados Unidos.
La pregunta que, a
mí, en cambio, me parece de vital importancia y que no sé – realmente no sé –
si ha contestado Applebaum es por qué tres dictaduras consiguen ponerse de
acuerdo y establecer una alianza que tiene un objetivo común: la conquista de Europa.
Imaginen ustedes la
situación: tres niños deciden unirse para quitarle a Pepito su camión. Lo más
seguro es, aunque Pepito se niegue y se defienda, los tres niños consigan sus
propósitos. Si además han sobornado o convencido al amigo de Pepito que lo mejor
y más provechoso para Pepito es que les entregue el camión sin resistencia
porque así nadie resulta lastimado, la transacción será aún más veloz.
El verdadero
conflicto aparece una vez que esos tres niños han obtenido el camión. Porque tras
apropiarse del camión aparece la cuestión de quién es el primero que juega con
él, quién es el que decide por dónde va y la carga que ha de transportar. En
fin, lo más probable es que mientras Pepito está siendo consolado por su mamá y
su papá de su pérdida con la compra de uno nuevo o similar, los otros tres gamberros
estén peleándose por el botín.
Sin embargo, hemos de acordar que ni Irán, ni China, ni Rusia son niños por mucho que fijan y se esmeren en fingir una inocencia que raya en lo absurdo y hablen con el mismo candor con el que hablan los niños que van a hacer la Primera Comunión. Irán, China y Rusia son autocracias. Más aún: son autocracias históricas, eternas. Europa fue golpeada por el fascismo en el s.XX. Esos países desconocen lo que es una democracia por más que conozcan el término. Por eso le dan al término “democracia” acepciones a cuál más rocambolesca. El mismo que le daría yo a “Marte” si me pidieran hablar sobre un planeta de cuya existencia sé, cuyas fotografías he visto, pero en el que no he estado jamás y aún en el supuesto caso en que lo hiciera, sería protegido por una escafandra y un traje espacial. En resumen: yo jamás respiraría la atmósfera marciana, ni aún en el improbable caso de llegar a Marte.
Analicemos pues la
cuestión un poco más detenidamente.
En primer lugar, es
importante subrayar que si esas tres autocracias pueden firmar alianzas es
porque se entienden y si se entienden eso significa sencillamente, que las tres
hablan el mismo lenguaje. Este lenguaje es el nominalista. Eso significa que
cada palabra, cada coma, cada punto tiene un sentido a descifrar y aclarar.
Largas disquisiciones, sí; pero sumamente productivas. Nada de “vamos al punto”,
nada de “rápido, termina ya”, nada de “multitasking”, nada de trabajar a la
velocidad de la luz. Las autocracias nominalistas necesitan de horas, días y
semanas para llegar a acuerdos claros para todos. Eso de “para buen entendedor,
con pocas palabras basta”, es el mayor error que un país democrático puede
cometer, y comete, cuando se entrevista con alguna de estas autocracias en las que
se es nominalista incluso para construir sintácticamente una oración. En fin, se
necesitarían unos cuantos más filósofos del lenguaje para hacer frente a todos
y cada uno de los discursos que allí se escriben.
Una vez hecho este inciso,
se hace necesario preguntar qué permite a tres autocracias establecer una
alianza para conquistar un mismo objetivo por el que no van a existir
altercados una vez alcanzado.
La respuesta es
clara: porque tienen un mismo objetivo para distintos fines.
Esa es la razón que
sostiene la validez y la estabilidad de sus alianzas.
Una vez aclarado
esto pasemos a analizar los objetivos individuales de cada autocracia. Los
objetivos in
Rusia pretende conquistar territorialmente Europa. Ya lo dijo Putin hace una década: Europa está más cerca de Rusia que de Estados Unidos, del que la separa un Océano. Rusia aspira a convertirse en una Eurasia en la que no se ponga el sol. El Poder al que Rusia aspira es el Poder Político y éste se mide por la extensión territorial.
China no siente ningún interés ni por los metros cuadrados de Europa ni por sus regímenes políticos. Lo que China persigue es convertir a Europa en un vasallo económico más de los muchos que ya tienen repartidos por el mundo. Un vasallaje económico le reporta a la autocracia asiática grandes beneficios pecuniarios, lo cual le permite imponer sus directrices. China, al igual que el resto de los países del lejano Oriente, está segura de que el Poder más relevante es el Poder económico. A Rusia, ferviente defensora del Poder Político, un éxito económico basado en el vasallaje no le convence. No le convence porque ella misma es vasalla económica de China y tal eventualidad no le despoja de su soberanía a la hora de tomar decisiones. Eso, sin olvidar el asunto de las sanciones económicas ...
En cuanto a Irán,
no siente interés ni por el territorio de Europa, ni por la economía de Europa. Siendo una autocracia teocrática como es, a Irán no le interesa luchar para conquistar ni el Poder Político, ni el Poder Económico. Su objetivo es de carácter religioso. Irán persigue el detentar el Poder Religioso en Europa. Es decir: Irán pretende conseguir lo mismo que el cristianismo obtuvo del
Emperador Constantino en su tiempo: que la religión musulmana sea declarada la
religión del continente.
Estos son los
objetivos de cada una de estas autocracias. Porque tener distintas metas y
hablar el mismo lenguaje pueden establecer alianzas que, como todas las
alianzas de este mundo y el siguiente, son siempre oportunistas.
¿Qué hará Europa?
En fin, parece que
la era de las pasiones va llegando a su fin y la de la salud mental va haciendo
su aparición. Esto, créanme, no significa nada bueno. Fue lo que Carlos me
avisó poco antes de trasladarse al Reino Unido, donde ha fijado su residencia. La edad nos va pesando a todos y Carlos, lo
quiera o no, está acercándose peligrosamente a los sesenta, por mucho que no los
aparente. Verle cruzar el Canal de la Mancha produjo una
inmensa tristeza en mi alma, lo confieso.
La respuesta que Carlos me
dio cuando le pregunté los motivos que le impelían a tomar semejante decisión
fue la de que un país que es capaz de distinguir entre locos y excéntricos es
un país que garantiza la libertad con mucha más intensidad que un país en el que
se tilda de loco, pirao, volao, y un sinfín de calificativos similares a todo
aquel que hace su individual voluntad – santa o no. La salud mental es una trampa
como las otras trampas anteriores de las que les he hablado anteriormente. Los
psicólogos son profesionales, sí; pero también son humanos, y como todos los
humanos sometidos a psicosis colectivas, a modas del comportamiento y al
establecimiento de determinados códigos lingüísticos que determinen si un
hombre padece de alguna “desviación de la conducta” o no. Cuando es el
individuo el que considera que su salud mental ha pillado una gripe, el riesgo
de encontrarse con un mal psicólogo es el mismo que corre el enfermo de
apendicitis. El verdadero problema es cuando la sociedad Fuenteovejuna y la
diosa Opinión Pública deciden quién está mentalmente sano y quién no. Un
misántropo como Carlos es un hombre que ha reducido el término “individuo” a un
solo espécimen: él mismo. Es verdad que sus amigos ocupamos un importante lugar
en su corazón y en su mente. Pero eso no significa ni mucho menos que podamos
concedernos la libertad de ocupar su casa o su tiempo.
Sí, quizás Carlos
tenga razón después de todo y el Reino Unido que tantas categorías establece –
estrafalario, maniático, raro, excéntrico, antes de llegar a la de loco sea un
buen país para él que, de todas formas, va a evitar a toda costa cualquier tipo
de relación con sus congéneres.
La población que permanezca
en el continente, o sea, la mayoría, tendrá que aprender a comportarse como sus
congéneres y los habitantes de esas autocracias: Los buenos hombres se
flagelarán, los malos pasearán sus adiestradas virtudes en el exterior mientras
llenan los sótanos de monstruosidades atroces. Los rebeldes serán internados y
a las brujas nos dejarán tranquilas porque de todas formas vivimos solas y
porque además cuando se necesite de alguna víctima propiciatoria allí estamos.
Son las hadas las que me preocupan. Por eso, las únicas ocasiones en que todos
estamos de acuerdo con el marido de Carlota, son aquéllas en las que ésta le
propone volver a Europa y él se niega. Por más que nuestras razones sean
distintas, la conclusión es la misma: debe permanecer en los Estados Unidos.
Ese extraño Estados
Unidos. La noticia de hoy ha sido que Elon Musk mantiene conversaciones con
Putin. ¿Pero a quién le asombra esto? ¿Y por qué le asombra? Lo pregunto yo, tan dada al asombro. Musk
tiene fábricas en China, fábricas de coches con Software en China. Da igual dónde
venda sus coches, el caso es que Musk tiene allí sus coches. Musk habla con
Putin, habla con Xi y habla con todos aquellos con los que mantiene relaciones comerciales
que le generan ingresos. También habla con la Nasa. Eso es un hombre de
negocios: sin ningún tipo de prejuicios y tolerante con cualquiera que le
reporte beneficios.
Lo que a mí me
asombra, y mucho, es por qué Musk se alía con Trump, que grita a los cuatro
vientos: “America First”. ¿”America First”? ¿Musk? ¡No me hagan reir! ¡No me hagan
reir! ¿Dónde ven que un hombre de negocios diga eso? Mi duda: ¿Sigue Musk las
consignas de Ayn Rand? No lo sé. Me gustaría saberlo.
Ayn Rand. Dios.
Hace falta paciencia, realmente. Ayn Rand huyó del comunismo soviético a los
Estados Unidos y una vez allí escribió una serie de obras que la catapultaron a
la fama. Las obras no son buenas, reconozcámoslo. A decir verdad, son un
tostón. Yo, que me considero una disciplinada lectora, no fui capaz de terminar
ninguna de las dos que empecé. La trama me resultaba indiferente y el espíritu
que subyacía en ellas se encontraba después de haber leído las dos primeras
páginas; tres, si me apuran. Según Ayn Rand existen dos tipos de personas: los
que trabajan y consiguen algo y los parásitos que viven de los que trabajan. Simplificadamente
esta es la tesis a partir de la cual construye su edifico. Simple y brutal. El
hombre que mueve montanas con su esfuerzo y los hombres que desean arrebatarle
aquello que con tanto tesón y sudor ha conseguido.
¿Ustedes pueden
creer semejante teoría? Ustedes posiblemente, no. Yo tampoco. No obstante, es
interesante porque hoy he escuchado a un periodista del Der Spiegel llamar a
Musk “Macher”; literalmente: el hacedor; pero también: el que construye cosas,
el que mueve el mundo.
No. Musk no es el
que mueve el mundo. Lo mueve su dinero, que compra el material necesario para
construir lo que construye, tantas veces como sea necesario y aunque se le
caigan todos los cohetes que se le caigan, y que paga a las suficientes
personas con el suficiente cerebro para llevar a cabo lo que él se propone.
Musk no es un visionario, pero lo que le diferencia de los otros es que o bien
no cuentan con tanto dinero para pagar a tantas personas, o no tienen tan
buenas conexiones para que les llegue el material que necesitan para construir
lo que construyen. Ni idea. Pero desde luego, él solito no lo conseguiría
jamás. No. Musk es un hombre de negocios que siente debilidad por la técnica y
la tecnología.
Reconozcámoslo: el
resto de la población Fuenteovejuna que adora a la diosa Opinión Pública no
tiene las ambiciones de Musk, pero trabajar, trabaja. Musk paga el sueldo a sus
trabajadores, del mismo modo que los compradores le pagan a Musk el dinero
suficiente como para que amplíe sus empresas.
Lo que quiero decir
con esto es que Musk es un mantenido como el resto de los seres del planeta. Sus
trabajadores viven de lo que él les paga, pero él vive de lo que sus clientes
le compran. Aunque los robots se hagan cargo de la producción, o se mantiene el
poder adquisitivo de los clientes o Musk no tardará en presentar una
declaración de insolvencia. Keynes.
Ni más.
Ni menos.
Las teorías de Ayn
Rand son el núcleo del libertarianismo en el que se apoya un sector de los
republicanos. Para aumentar dicho sector introducen a Hayek en el saco. Hayek
es liberal, en efecto. Pero no es Ayn Rand. Por favor, seamos sensatos y seamos
honestos. Hayek pertenece a la escuela austriaca y su teoría declara que la
economía se refiere a la acción humana. Ello implica la consideración de otras disciplinas,
como la psicología y la necesidad de la libertad. Pero la libertad a la que
Hayek se refiere es una libertad reflexiva, moderada y cabal. Nada de
estridencias. Nada de divisiones maniqueas, que es lo que Ayn Rand establece. Los
libertarianos ponen en cuestión cualquier cosa que les impida ganar dinero a lo
Ayn, o sea: a lo bestia.
Lo cual me obliga a
preguntar a los republicanos, a Trump, y a Musk qué significa exactamente “America
First”. Porque con tanto nominalismo uno ya no sabe nada.
La segunda cuestión
va dirigida a la Nasa. ¿Cómo es posible que un centro de investigación espacial
encargue determinados trabajos a la empresa de Musk, que mantiene tratos con
Putin, Xi y cualquier posible cliente, lo cual pertenece al ámbito de su
derecho empresarial, pero lo retira – o debería retirarlo – de los temas de
seguridad nacional?
En fin, el patio
está revuelto. En Alemania en el mismo periódico, el mismo día, pueden leerse dos
noticias completamente opuestas. No es algo que me asombre. Estamos ya acostumbrados.
De un tiempo a una parte es siempre lo mismo: llueve/no llueve. No sé si es una
forma de introducir confusión o para no equivocarse.
Gita Gopinath. IWF-Vizechefin warnt vor „Massenentlassungen“ durch KI:
Gita Gopinath. IWF-Vizechefin
advierte de „despidos masivos” por la KI.
Transformation:
Fachkräftemangel hemmt Anpassung an die vier Megatrends:
Transformación: La
falta de personal cualificado inhibe la adaptación a las cuatro megatendencias.
Lo cierto es que los
despidos masivos ya han empezado y no han sido por la KI, como Gopinath declara.
Hace dos semanas los motivos para explicar la enorme cantidad de desaparición
de puestos de trabajo era la “reestructuración de las empresas”. Y en lo que se
refiere a la falta de personal cualificado, cabe decir que es tan aguda, que el
canciller Scholz fue hace unos meses a Kenia para intentar traer mano de obra
cualificada de allí. Al menos fue uno de los temas de los que se hablaron.
Interesante. No sé muy bien a qué tipo de obra cualificada se refiere. Hace unas
semanas lo que se necesitaban eran guarderías. Mejor dicho: personal para las
guarderías. Concretando: personal que trabajara diez horas, que es el tiempo
que las madres trabajan hoy en día, al mismo salario que ha cobrado siempre.
Unas semanas más tarde se descubrió que en realidad no era tan necesario, puesto
que la natalidad ha descendido. Hace unas semanas el problema es que los jóvenes
no quieren trabajar. Esta semana el problema es que los trabajadores enferman
demasiado. Hace un año pedían quedarse en
casa a los trabajadores enfermos, para no contagiar al resto. Resulta agotador.
¿Para qué tantas excusas si todos intuimos la realidad? La intuimos no porque
tengamos el don de la clarividencia, sino porque en España ya lo han dejado
caer: hay que trabajar 10 horas al día, 6 días a la semana como mínimo para conservar
en una primera fase el puesto de trabajo. Para conservarlo en una segunda fase,
habrá que ser útil a la empresa.
En una situación
así sólo caben dos posibilidades: o Keynes o guerra.
Isabel Vinado
Gascón
Estoy realmente
cansada. Llevo toda la noche despierta escribiendo. Intento llegar a la actualidad
actual lo antes posible. Pero los acontecimientos se suceden con inusual celeridad.
Nos gustaría estar
donde una vez estuvimos. No estamos. Nos gustaría volver al lugar en el que una
vez sentimos la plenitud de la vida y con ella la del universo. Necio deseo
cuando sabemos que el camino se va borrando conforme lo andamos y únicamente el
futuro se abre ante nuestros ojos.
¡Vayamos pues!
Grita mi alma de Bruja. ¡Caminemos sin miedo el resto del tramo que nos queda
por recorrer! Y sí, recuerdo mi pacto con el ángel de la muerte. Lo recuerdo. Y
por eso yo, bruja, por nombramiento de los respetables de este mundo el nuestro, me preparo para el siguiente viaje, que tal vez sea el último ¿quién lo sabe?
Mi pacto es con el ángel de la muerte. Con él y sólo con él. Un reto de un
segundo, una decisión, la mía, de una décima de segundo en el que el universo
se rasga y se inmoviliza y da igual cuántas farolas haya encendidas, cuántas
estrellas en el orbe. Allí está la presencia inconmensurable esperándome. No
ante mí. A mi lado. No frente a mí. Junto a mí. Seguramente porque ése era el
único modo en el que él y yo podíamos acordar un lance sin que su presencia
acabara con la vida de una pobre mortal como yo. ¡Y yo acepté el desafío del
mismísimo ángel de la muerte! Terrible su negritud. Infinito su espacio. Pero
¡qué le vamos a hacer! Una bruja con alma de mosquetero justiciero es siempre una
bruja con alma de mosquetero. Y por más que la estrella me avisara de quien me
aguardaba y me rogara, suplicara incluso, detener mi paso, por más que incluso
el vampiro me mostrara sus fauces para prevenirme, yo – mortal donde los haya –
recogí el guante que el ángel más poderoso del universo, ése al que llaman “el
veneno de Dios” me estaba tirando. Era la única posibilidad, la única, de encontrar al
espíritu que tanto tiempo llevábamos buscando. Sí. Aceptar su desafío significaba promover la inversión. La
inversión para que todo volviera al puesto que le correspondía en el universo.
Arriba, arriba. Abajo, abajo.
Ustedes no me
entienden y yo no quiero que me entiendan. Sólo trato de explicarles por qué mi
lenguaje ha cambiado, por qué es distinto el modo en que expreso mis
pensamientos; por qué sueno más reposada y más serena; por qué mi humor ya no
es el que era.
El camino me espera. Hacia delante. ¿Hay algo que se haya mantenido? – me preguntó Carlos mientras organizaba su traslado al Reino Unido.
- “Sí”, le contesté resoluta: “mi propensión al asombro”.
– “Habla” – me pidió sin dejar de atender a sus
preparativos.
Y yo hablé.
Conmigo
misma, claro. ¿Qué otra cosa si no se puede esperar de gente como Carlos?