El blog que acaban de encontrar bajo el nombre de "La estrella de la Bruja Ciega" forma parte de una serie de blogs. El primero se llama “Idas y
venidas”. El segundo, que es el que ustedes en este momento leen, se
denomina “La estrella de la bruja ciega”. Cada uno de ellos ocupó un estadio de
mi existencia y de mi visión del mundo. Al principio yo creía firmemente en la posibilidad
de un mundo armónico, aunque la línea por la que transcurriera no siempre
fuera recta, ni tan siquiera en una misma dirección. De ahí el nombre “Idas y
Venidas”. Era el empeño en creer lo mismo y en la misma medida en que las hadas
de este mundo creían.
No obstante, conforme seguía escribiendo comprendí que negar la realidad no
significa cambiar la realidad. Y muy a mi pesar hube de aceptar que las
noticias de los periódicos, que eran las que me servían de apoyatura a los
comentarios, aparecían cada vez más confusas, más caóticas. Tuve que aceptar
que los sueños no son siempre factibles; al menos no en el modo y en la forma en
el que nosotros nos los imaginábamos y que si los sueños de la razón producen
monstruos, los sueños de los sueños producen pesadillas aún más insoportables.
Creo que fue Oscar Wilde el que escribió: Pide un deseo y ruega a Dios que no
te lo conceda. O algo parecido.
Así que comencé el segundo bloque de blogs. “La estrella de la Bruja Ciega”
Ustedes ya saben mi condición de bruja. Es posiblemente necesario precisar
que las brujas no tienen nada que ver con magas y hechiceras, esos inquietantes
seres tendentes a la agrupación y a prestar servicios a la sociedad a cambio de
la obtención de beneficios, respetadas en sociedad, mientras en casa maquinan sin
pudor con las fuerzas oscuras. Las hadas, tampoco son sus afines, a pesar del constante
peligro en el que se hallan porque su ingenuidad, tanto como su curiosidad les impele
más de una vez a caer en manos de aquellos extraños colectivos…Pero eso es otra
historia.
Es nuestra naturaleza de antena receptora la que nos capacita para absorber
las energías negativas y convertirlas en positivas, sin morir en el intento, al
tiempo que nos imposibilitan para beneficiarnos de nuestra función. Curiosamente
nuestros correlatos masculinos no son los brujos. Son los magos, esos faros que
enclavados en lo alto de los acantilados cuidan de que los barcos que por allí
navegan no se estampen contra las rocas. Para todos nosotros es el deber que
hemos de acometer el que nos obliga a vivir en soledad. Esta es la razón que
aclara el por qué a iguales naturalezas diferentes nombres: para evitar malentendidos.
Por eso, igualmente, no me cansaré tampoco de repetir una y otra vez que un
cónclave de brujas, un aquelarre, un círculo, una convención de brujas o como
ustedes mejor prefieran calificarlo es un desvarío. ¿Serían capaces ustedes de
imaginar una reunión de faros?
Pues eso.
Una vez realizada nuestra misión, son las hadas las que se ocupan de la
expansión de la energía positiva. Las hadas, esos seres etéreos en perpetuo
conflicto interno entre la soledad a la que tienden por ser hijas de brujas y
el interés que sienten por el mundanal ruido. No es extraño que su humor se
muestre siempre variable e inestable y no obstante: se hace imprescindible
mantenerlo sonriente y brillante, porque ellas, las hadas, son las únicas que
mantienen el espíritu del mundo encendido.
Las brujas somos las hijas y las madres de las hadas. Responsables de ellas hasta donde nuestra fuerza alcanza y esto depende de la influencia que sobre ellas ejerzan las magas y las hechiceras. Si esto sucede en el mundo de la fantasía, ¿puede aclararme alguien cómo es posible que pueda creerse en el lema del Feminismo como un colectivo que apoya a todas las mujeres, absolutamente a todas, con independencia de su naturaleza, condición, estatus y demás variados y plurales conceptos? ¡No me hagan reír! “Feministas del mundo, uníos” tiene tanto sentido como “Proletarios del mundo, uníos”. Aclarar el concepto “Proletario” en tiempos regidos por una inflación de nominalismo que provoca vértigos y sus consecuencias es una temeridad. Supongo que por eso al final termina hablándose de “inclusión”, donde todo aquel que no está incluido es excluido y retóricas similares que provocan enormes dolores de cabeza y de estómago del tipo: “Dolores del cabeza y de estómago del mundo, uníos”, cuando todos sabemos que el dolor se carácter por ser individual, personal e intransferible.
En fin...
Sin duda escribir algo así me convertirá a los ojos de muchos en machista. Mujer
machista. Lo dicho: aquel que no está incluido aparece excluido. Les anticipo que es alto imposible que yo pueda ser una mujer machista porque las mujeres machistas son
magas. Mujeres que utilizan a los hombres para dominar en sociedad. Por el contrario, una bruja es un ser natural y esencialmente solitario. Únicamente así le es posible
realizar la función que le corresponde - absorber las energías negativas y
transformarlas en positivas - sin sucumbir.
Y no obstante: la causa de su éxito es también aquello que las convierte
en las víctimas propiciatorias de los más extraños congéneres: bien de aquellos que una y otra vez matan al ganso de los huevos de oro pensando que de
esta forma se harán ricos “de un plumazo”, sin tener que esperar al día
siguiente, bien de aquellos que esperando ver a Dios y creyendo en la existencia
de la bondad, encuentran, misterio de misterios, al diablo por todas y cada una de las
esquinas de las calles y en todos y cada uno de los rincones de la casa, hasta que un buen dia terminan viendo al diablo convertido en gato, perro o caballo e incluso en el prójimo. “Y claro”,
- preguntan desesperados, - ¿cómo se puede amar al prójimo, cuando en él habita
el mismísimo diablo?”.
Reconozcámoslo: un argumento como éste resulta irrebatible a la hora de olvidar el mandato de amor al prójimo por muy cristiano que se sea. Luego, si el prójimo más prójimo se harta de ellos y les retira el saludo, primero, la palabra después, y la consideración finalmente, basta con decir que tales muestras del prójimo más prójimo sólo corroboran sus sospechas. ¡Acabáramos! O sea: que lo que previamente han publicado en todos los corrillos por pasiva y por activa acerca del prójimo más prójimo, eso de que en el alma del prójimo más prójimo, habita el mismísimo diablo, sólo eran sospechas. Sospechas expresadas de tal manera que los demás han tomado como certezas. “Pero eso se debe”, dicen esos hombres de bien, “a un malentendido”. “Eran sospechas hasta que la actitud hostil y sin motivo del prójimo más prójimo hacia ellos, hombres de bien,” - dicen los hombres de bien- “las ha revelado como ciertas.”
Es curioso que todos estos colectivos: feministas, proletarios, fanáticos
de la fe, creyendo – como dicen creer – con absoluta y total convicción en el
triunfo del feminismo, del proletariado y de la Fe, se topen únicamente, vayan por
donde quieran que vayan, con enemigos y traidores a diestro y siniestro en lugar de la
Tierra Prometida. La inclusión se convierte al final en una reclusión. Cosas
del nominalismo. Compréndanme: yo amo los senderos y estoy profundamente
convencida en la necesidad de caminar caminos para pensar, para sentir, para
vivir. Justamente por esta razón disfruto de cada paso que mis pies dan, sin que
me importe tener que recurrir al poeta que canta: “al andar se hace camino”,
cuando en la ciudad se han decidido a levantar todas las aceras, para no sé qué
reparaciones. En cambio siguen asombrándose
esos que salen a la calle con la intención de pasear, después de haber aconsejado
a todos a sus amistades y vecinos el seguir su ejemplo, tras haberles regalado los
oídos con sermones y prédicas acerca de lo sano y juicioso que es pasear, para poco
más tarde, - en el momento en el que pisan la calle – enumerar y quejarse de
cada uno de los obstáculos que han de subsanar, en vez de considerarlos como un
“entrenamiento” para cuando lleguen a las montañas, que es con lo que yo, personalmente,
sueño.
Pero volvamos a lo que nos ocupa. Al tema de las víctimas propiciatorias.
Admitámoslo: es lamentable que el civilizado mundo griego desapareciera sin dar
cuenta explícita de los motivos que conducían a una sociedad a practicar el
rito de la inmolación a monstruos varios de víctimas propiciatorias, cuanto más
inocentes, mejor.
¿Por qué hubieran debido hacerlo además? Para ellos era algo tan natural,
como los misterios Eleusinos. Aceptémoslo: El Minotauro había garantizado el
mantenimiento de la armonía social y de la paz colectiva. Aquellos catorce
jóvenes inocentes que anualmente morían, era el pago por todos los demás
jóvenes a los que se les permitía vivir. La muerte del Minotauro, inserto en la era
astrológica de Taurus, anunció el fin de
la edad del bronce y auguró el inicio de la época de guerras entre hombres y dioses:
la era astrológica de Aries, mucho más cruel y sangrienta que la anterior. La Ilíada
es un buen ejemplo de lo que digo. Sí. Ya sé lo que van a decir: que, aunque la
Ilíada fue escrita en el s.VIII a.d.C, edad del Hierro, canta hechos acaecidos
en el s.XII a.d.C, edad del Bronce, que además resultaron verificarse como
ciertos. Llegados a este punto les pido un poco de sensatez. Reflexionemos un segundo:
¿qué escritor perteneciente a la edad del Hierro es capaz de trasladarse en cuerpo
y alma a una edad que no es la suya? Ninguno. Incluso aunque los sucesos sean ciertos
y vista a los protagonistas con ropajes de la edad del Bronce, sus actitudes y
perspectivas se corresponden con las que el poeta Homero vive en su sociedad de
Hierro y esto por una sencilla y banal razón: cada hombre es hijo de su tiempo.
Pero la mayoría de los eruditos prefirieron decantarse por otro tipo de
interpretaciones. Fue así como los mitos griegos fueron explicados desde la consideración
de narraciones paganas que, a diferencia de la filosofía, daban cuenta de la
naturaleza y sus manifestaciones desde un punto de vista irreflexivo; su estudio
se transformó en expediciones arqueológicas y explicados como prácticas paganas.
Prácticas paganas. Interesante acepción para comportamientos humanos que se
mantienen a lo largo de la historia del Homo sapiens. Durante un tiempo Pagano fue el calificativo que se otorgó a todo lo que no era cristiano, olvidando con ello que también existió una época en la que los paganos fueron los cristianos. Los que de acuerdan defienden que para la fortaleza de la Fe y para la conservación de las prácticas cristianas tal vez hubiera sido mejor
conservar el calificativo de “paganos”, en vez de convertirse en “religión del Imperio”,
que además de implicar un sinsentido significaba una traición a las palabras de Jesús en
los Evangelios. Nietzsche, en toda su intensidad, fue uno de los los mayores críticos del cristianismo imperante. Su
consideración de “Héroe” y su consideración de la relación entre “Olvido e
Historia” son inigualables.
¡Vamos, no me digan que a estas alturas todavía desconocen el hecho constatado y constable de que la sociedad, cada sociedad, necesita de víctimas propiciatorias que sacrificar a ese mundo de que hablaba Lovecraft y que atiende al nombre de Cthulhu! Los cretenses, mucho más civilizados que los puritanos cristianos, elegían siete jóvenes y siete doncellas. Ya lo hemos explicado anteriormente: éste era el pago que el reino de los avernos exigía para mantener la vida de los otros. Los enviados a la muerte eran conscientes de que habían sido elegidos porque la inocencia, y no el pecado, era el requisito sine qua non para garantizar la estabilidad de su sociedad.
En el mundo de la religión del Libro, Abraham fue el último que mantuvo la tradición del Mundo Antiguo y hubiera sacrificado a su hijo, el inocente Isaac, para obedecer a Dios. Dios Absoluto fue el que detuvo la mano de Abraham y le ordenó que sacrificara a un ternero, en vez de a su hijo. Dios, y no un héroe, es el que declara esa práctica por derogada.
¿Por qué entonces se mantuvo en el mundo cristiano la práctica de entregar a las víctimas propiciatorias a los avernos? La quema de brujas es un buen ejemplo de lo que digo.
Porque el mundo de la religión del Libro lejos de erradicar las creencias
del Mundo Antiguo, las modificó a sus intereses. No los inocentes, por su
inocencia, eran los que iban a ser entregados a los monstruos del averno. No
los inocentes, por su inocencia, eran los que iban a ser ofrendados a los dioses.
No.
A partir de entonces los inmolados, sacrificados, lapidados y sentenciados
a muerte serían los culpables, los pecadores, los poseídos, los endemoniados, los
soberbios y rebeldes. ¿Alguien puede creer realmente que a los avernos les
gusta recibir como regalo lo que ellos, de todas formas, recibirán de forma
gratuita?
No. No hay forma sensata de creerlo.
Tuvo que ser Jesús, nuevamente Jesús, el que mostrara la realidad real del mundo.
La realidad real del mundo apelando, eso sí, a la absoluta absolutez del
Absoluto. Pero lo que Jesús mostró y por eso le estoy profundamente agradecida
fue la realidad real. Nada que ver con realidad virtual, hologramas o cosas por
el estilo.
Y así Jesús toma a toda aquella caterva de congéneres - que son sus
congéneres pero que, como muy posiblemente afirmaría Maquiavelo son los
congéneres de cada uno de nosotros porque las pasiones humanas, dice Maquiavelo
(y las necedades, añado yo) permanecen invariables en cada generación – y les
muestra la verdadera situación: Él, Jesús, llamado “el cordero de Dios” y por
tanto, máximo inocente, es considerado por todos como un rebelde, como un
pecador, como un soberbio, como aquel que merece la muerte para expiar sus
pecados y faltas. Jesús muestra la atrocidad de la inversión: el inocente ha de
ser hecho culpable para que sus congéneres lo inmolen sin sentir el más mínimo
remordimiento.
No aprendimos nada. El sacrificio de víctimas propiciatorias subsiste hasta
nuestros días. Nada que ver ni con héroes ni con mártires. Son aquellos que en
el colegio son apedreados y golpeados sin motivo alguno, son aquellos que son
acusados y apartados de la sociedad por las difamaciones de todos aquellos
ciudadanos respetables, a veces incluso de sus propios padres.
Lo mismo les pasa a las brujas. Y por eso, las brujas, inocentes víctimas
propiciatorias, llevan el gorro que llevan y el bastón que llevan, a semejanza
de aquellos magos faros: porque cada una de ellas porta la luz.
Fue por ese motivo por lo que denominé a mi segundo blog: “La estrella de
la Bruja ciega”. Esa soy yo.
Pero a medida que me adentraba en los laberintos del populismo, de la
realidad real que cada vez era más confusa, más caótica, con aquiescencia y
contento de todos aquellos que afirmaban que la confusión y el caos traen
nuevas expectativas y oportunidades, comprendí que el espíritu no sólo estaba
dormido: había desaparecido del mundo.
Mis energías estaban sufriendo de cortocircuitos. Yo no llegaba a todo, no
podía comprender lo que pretendían los periódicos, los comunicadores. ¿Cómo se
puede entender lo que no se conoce? Y sin embargo, sabía que había que iniciar
un viaje. Lo supe y lo inicié aun antes de saber que el nuevo Blog vendría acompañado
de nuevas y terribles situaciones a las que enfrentarme. Ustedes no saben de
qué estoy hablando, y yo no lo voy a explicar. Lean los últimos artículos de mi
blog “El libro de la semana”. No conocerán los hechos en profundidad, pero al
menos sí las reflexiones reflexionadas.
En cualquier caso, inicié un tercer blog al que por fuerza hube que titular
“La energía errante”.
La Energía errante era yo. El Mundo Intermedio fue mi último artículo. Lo publiqué
el 11 de febrero del 2019. Vuelvo a caminar, porque puedo caminar; porque he
salido de los avernos y estoy aquí. Escribo nuevamente porque es mi forma de
ordenar el mundo, porque es el único modo que conozco en lo que puede ser
reflexionado lo que es. Y escribo aquí porque es importante que ustedes sepan
que la Energía errante aun siendo errante ya no tiene cortocircuitos y que el
espíritu dormido ha despertado finalmente.
Pero además sigo escribiendo porque Jorge, el tranquilo Jorge, me lo ha pedido,
casi suplicado y porque el vampiro, tanto tiempo desaparecido de mi existencia,
ha regresado. Todos nosotros vamos envejeciendo. A mí me resulta asombroso lo mal
que llevan algunos lo del envejecer, cuando desde jóvenes han tenido un alma vieja.
No es un problema para los que hemos logrado salir de los avernos.
Isabel Viñado Gascón.
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