El teléfono suena y antes de cogerlo ya sé quién me espera al otro lado de la línea y qué es lo que me va a decir. Así que atiendo a la llamada con el profundo cansancio que la desgana por la batalla que nos espera produce en nuestros corazones, mosqueteros sí, pero envejecidos y forjados por las cicatrices acumuladas. “Isabel – me dice el tranquilo Jorge con la tranquila ira que de vez en cuando le caracteriza- Te opones a ver a las mujeres en víctimas y he aquí que te falta tiempo para victimar a tu género en cuanto empiezas a escribir. Tus disquisiciones sobre el divorcio del artículo de ayer darían materia suficiente para producir toneladas de libros tanto a las feministas como a los feministas. Paula está enfadadísima y con razón. Dice que quieres arruinar el movimiento de emancipación de la mujer que tantos años ha costado. Por favor escribe sobre lo que sea, pero no hagas un canto de amor a las amas de casa sólo porque admiras a Carlota. Te aseguro que nosotros también, pero mantén a tus amigos, que somos nosotros, apartados de tus elucubraciones mentales. Paula y yo tenemos demasiadas cosas importantes de las que ocuparnos.” Y ha colgado sin ni siquiera darme opción a la réplica. Por eso está carta que sé que leerán en cuanto dispongan de un poco de tiempo.
Querida Paula, querido Jorge:
Punto número uno: vosotros pertenecéis a ese grupo de afortunados que puede enfrascarse en sus asuntos de esencial trascendencia para la sociedad justamente porque disponéis de todo lo necesario para poder hacerlo. Paula, mi querido Jorge, no tiene una “ayuda pagada" que suele ser lo habitual en situaciones como la vuestra. No. Paula tiene una “gobernanta” que vive en vuestra casa, aunque no con vosotros porque ella posee sus propias dependencias, lo cual es un modo muy elegante de decir que vosotros conserváis vuestra independencia en vuestras tranquilas y separadas estancias. Vuestros padres -que antes de ser padres fueron hippies -, se convirtieron en cuanto nació el primer nieto en amantísimos abuelos. Son ellos los que han llevado a vuestros hijos al parque, a las clases de piano, al club de fútbol y ellos, también, los que con especial atención se han preocupado y ocupado de que las calificaciones escolares e incluso universitarias respondieran a los criterios que todos vosotros teníais al respecto. Lo que estoy diciendo, Jorge, es que en tu hogar habéis estado siete personas al pie del cañon para el cuidado de vuestros dos preciosos retoños en todas y cada una de sus fases evolutivas. Ahora, querido Jorge, pensemos en otra mujer trabajadora por carácter y asalariada por necesidad: vuestra gobernanta. A pesar de que reconozco que le habéis pagado más de lo acostumbrado, la habéis asegurado como si en vez de trabajar en vuestra casa fuera a escalar el Everest y la habéis tratado con sumo respeto, lo cual, ya es mucho – su situación no se asemeja en nada a la de Paula y la tuya. Los hijos de vuestra gobernanta se han criado y han vivido con una abuela viuda, que se prestó a cuidar de esos nietos – y no de los que sus otros hijos tenían- porque vuestra gobernanta, su hija, le pasaba todos los meses una cantidad suficiente para compensar su escasa pensión, aunque no su mermada educación y mucho menos, su afición a la cultura. Vuestra gobernanta ha visto a sus hijos durante el fin de semana y ha sido en esos pocos momentos cuando ha aprovechado para aleccionarles con lo que, muy probablemente, ha visto en vuestra casa. No obstante lo que en unos hogares es normal, es considerado en otros ambientes un virus llegado de Marte, o algo así. La abuela de aquellos chicos ha llorado por su falta de cultura no porque la cultura le interesara lo más mínimo, sino porque en su cerebro y ante sus ojos la cultura significa vivir bien; a lo grande. No obstante, tu gobernanta ha tenido suerte, lo reconozco. Nada de hijos perezosos y nada de drogas. Eso se ha debido a la suerte, no me cabe la más mínima duda. Si me apurais quizás pudiera incluso achacarse a la compasión que algunos hijos muestran por las madres cansadas. No lo sé. En cualquier caso, tiene suerte de que su hija haya elegido ser maestra, en vez de influencer y de que su hijo sea electricista, en vez de aspirante a estrella del fútbol, o de la canción, o aventurero de la noche.
Punto número dos. Pese a todos los que afirman y se empeñan en afirmar que han sido estos tiempos del “Yo” inclusivo, nominalista y colectivo los que han permitido a la mujer estudiar y disfrutar de la independencia económica, no lo han sido. Los verdaderos hacedores de la emancipación de la mujer fueron los “yo” individual, personal e intransferible como Madame Curie.
Lo que estos tiempos han traído ha sido la obligación socio-moral de que la mujer vaya a trabajar, de tal manera que la que se queda en casa, como Carlota, adquiere con su condición de ama de casa no el apellido de su marido, sino el apellido de “mueble”, “jarrón” y todo lo que le sigue. Ello significa que muchas mujeres que podrían cuidar de sus hijos si renunciaran a trabajar fuera de casa no lo hacen.
No lo critico.
Quedarse en casa es hoy una decisión mucho más radical y extrema que meterse en el convento: allí se ve a más gente.
Simplemente lo presento.
Eso significa que muchos chicos que podrían disponer de la misma atención que los vuestros, no la tienen porquesus madres se han decantado por la independencia económica y la inteligencia social.
Conclusión: la igualdad no es igualdad. La igualdad es: masa, los radicales mártires, como Carlota y los afortunados.
Tercer punto. Pero es que además, aunque la mujer trabaje, la mujer envejece y en un mundo de usar y tirar, llegada a esa edad en la que la pareja ha terminado de criar a sus pollitos y en las que podrían retomar la relación allá donde el deber parental lo impidió, deciden separarse. Los dráculas buscan sangre joven y las draculinas quieren viajar. Pero en vez de expresar honestamente sus razones dicen que quieren lanzarse a la aventura, o de que que hay que atreverse a empezar una nueva fase o, simplemente, que hay que atreverse a saltar. Y suelen caerse con todo el equipo por muchas razones. En primer lugar, porque cambian de mujer, pero no de carácter. Esperan que la mujer joven les consienta aquello que la vieja esposa terminó harta de consentirles. No sólo no lo consigue, sino que además vislumbra que es él el que tiene que adaptarse a ella, para recibir un poco de atención – y cuidados. Al temer que sus amigos más amigos, es decir, los que más razones tienen para poder reírse de él, se desgañiten de la risa al ver el tremendo golpetón que le acaba de dar a su vida existencial, finge felicidad donde no hay más que una jovial desesperación. Si encima la joven mujer que se ha unido a ese hombre por miedo a la soledad, porque ha tocado techo profesional o porque quiere tener lo único que le falta, desea también un hijo, el pobre hombre, aquel necio Drácula, se ve obligado a repetir en el umbral de la ancianidad lo que en su joven juventud ya hizo. Juventud que, como dijo el poeta, se va – se fue- para no volver. Lo que vuelve es un déjà vu. Ese déjà vu del que Nietzsche alertaba a todos aquellos que soñaban con tiempos cíclicos.
En cuanto a ellas, las jóvenes mujeres, ya no tan jóvenes, son mujeres que, por lo general, han vivido mucho tiempo solas, de modo que están acostumbradas a hacer prevalecer su voluntad, que a lo mejor no es santa, pero es suya. Lo admito: la soledad en la que todas esas mujeres han vivido es la soledad más terrible de todas las soledades: la soledad femenina.
La soledad femenina es la soledad del que tiene terror a ser abandonado y que, por ese mismo motivo, paradoja de paradojas, rechaza una y otra vez.
Poco importa que haya estado casada, que trabaje, que no trabaje, que tenga o no tenga hijos. La soledad femenina, inmensa, termina presentándose ante ellas. Esas mujeres quieren creer por última vez en que en algún sitio está la felicidad de la pareja esperándolas a ellas.
Porque han estado solas saben y quieren
mandar. Por solas esperan que el mundo se convierta en una historia sacada de
alguna novelita rosa, de alguna película romántica. Bien porque la soledad les
avisa de que han tocado techo profesional, bien porque se aburren, bien porque
quieren tener lo que todavía no tienen: un hombre, una familia, jugar a las casitas
deciden que ya ha llegado el momento de echar ancla.
La mayoría son estafadas de una manera u otra. Algunas sólo en pecunio, la mayoría en esencia
Cuarto punto: Hay parejas abiertas, parejas cambiantes, hombres y mujeres
que se separan cada cinco o cada siete anos o cada semana. No es a ellos a
quienes me refiero. Tales hombres y mujeres o viven para el amor o viven para
el trabajo. Los hijos que tienen no son hijos en el sentido propio de la
palabra. Son, sencillamente, descendencia.
Quinto punto: ¿Qué tiene que ver esto con el “Yo” inclusivo, nominalista y colectivo? Que todo aquel que tiene una idea distinta, todo aquel que practica algo distinto es situado en otro “Yo” inclusivo nominalista y colectivo y convertido en un "Tú".
La consecuencia es inevitable: La anunciada y declarada unidad entre las mujeres se
convierte en un imposible.
Las mujeres siguen competiendo por aquello por lo que siempre han competido: el reconocimiento social. Para ello continúan utilizando los instrumentos clásicos: belleza, juventud y elegancia. El Poder económico en mujeres que podrían sobrevivir y vivir tranquilamente si aceptaran el sacrificio personal que exige la celda del convento solitario del ama de casa actúa es en realidad un instrumento más para la consecución de dicho reconocimiento social.
Hoy como ayer los
hombres quieren el coche más caro del mercado y las mujeres el reconocimiento
social más elevado.
Los hombres, claro, se equivocan y juzgan a las mujeres como si tuvieran sus mismos ideales. No.
Puede ser que para la mayoría de los hombres sea la
riqueza la que les otorga el Poder. A las mujeres, en cambio, aquello a través
de lo cual acceden al tan ansiado Poder es el reconocimiento social.
De la vanidad de unos y los sueños de las otras viven ingentes sectores de la población: abogados, psicólogos, vendedores de electrodomésticos, bancos, productos financieros...
El “yo” individual, personal e intransferible, se desangra. Se
desangra cada una de esas mujeres que sabe convivir con la soledad, que ha
renunciado incluso al reconocimiento social para construir su familia cuando asiste con impirente desolación a su caída. La comparación de su familia, la acción más radicalmente
existencial, con la caída y la ruina de una empresa económica, termina por matar a ese "yo" individual, personal e intransferible. Como si una
familia pudiera ser tratada como empresa económica, o como clan emocional,
o como ambos. ¡Qué necedad!
Sexto punto. Hay malas amas de casa y excelentes empleadas. Hay buenas amas
de casa y malas empleadas. Ergo: hay buenas amas de casa y excelentes empleadas.
El problema se complica cuando llegamos al ejercicio de ambos trabajos. Conciliación
de los trabajos, partición a medias de las tareas del hogar y de las
responsabilidades parentales, al tiempo que se es productivo en las tareas
laborales es prácticamente un imposible. En suma: sobresalir en la esfera
privada y brillar en la esfera pública es un ideal que pertenece a la esfera de
Ícaro, no a la de Dédalo.
Es posible que suene todo esto a trasnochado, pero lo cierto es que las únicas mujeres que sobreviven a la conciliación entre el ámbito del dentro y el del afuera, son las madres que realizan las funciones a las que tradicionalmente se han dedicado, la enseñanza, por ejemplo, o disponen de mucho dinero para que otras mujeres realicen por ellas aquello a las que ellas no llegan, (la plancha, por ejemplo) por la sencilla razón de que llegar es un imposible.
Igual que alcanzar el sol,
que es a lo que Ícaro aspiraba.
Divorcios por agotamiento, separaciones por extenuación… No me digáis que nunca habéis escuchado hablar de ellos. Y una vez divorciados , se descubren sujetos y sujetas a la rueda del tormento, que ahora se denomina "Karma".
Los divorciados recuerdan a sus primeras parejas. Y las mujeres solas anhelan su agradable, cómoda y acogedora soledad.
El punto de los puntos.
Me asombra, me sorprende, me maravilla que las autoridades en Alemania, en España
e incluso en Corea del Sur se asombren, se sorprendan y se maravillen de que en esta situación los
jóvenes no se animen a tener hijos.
Queridos gobernantes abran los ojos. Ustedes seguramente no son jóvenes y están
en ese momento del atardecer en el que el sol recupera la brillantez del
mediodía antes de caer en la noche y se acuerdan de las noches del amor. Bien
por ustedes. Muchos jóvenes suenan con el amor no sólo por el amor, sino para
repartir la factura del piso sin vivir en un piso compartido. El amor lima la frialdad
de la realidad económica, por así decirlo. En un panorama así, no hace falta
ser bruja para comprender que la descendencia significa para muchos la caída de
Ícaro.
Ese “Yo” inclusivo, nominalista y colectivo, esta empeñado en juntar pasión y bienestar, ignorando el desastre al que conduce la unión de ambos conceptos. Aún no han comprendido que es justamente esta unión la que está debilitando a nuestra sociedad. En bloque.
Nuestra sociedad, ocupada como ha estado peleando en “guerras de los Rose” y en "guerras de tronos" o sea en guerras internas, para descubrir finalmente en las ruinas en las que esos palacios en las nubes se han convertido, carece de la fuerza moral y económica de la que necesitaría para ocuparse de las verdaderas guerras que exigen de su atención: las externas, las provocadas por los invasores, que no sólo son emigrantes. ¡Acabáramos! Pero esto es otro tema.
Por eso la sociedad grita Paz que en realidad significa la petición de una rendición sin derramamiento ni de sangre, ni de estrés, ni de dinero.
La sociedad ha preferido librar la guerra en su casa, en sus paredes. Esa guerra interna ha dejado a sus hijos huérfanos y a la intemperie. Esa guerra llevada dentro de sus paredes para poder conservar en el exterior su respetabilidad ha despojado a sus cansadas y abandonadas buenas esposas del cobijo que mantenian en pue y que era su cárcel tanto como su hogar, y las ha abocado a la desesperacióny al cansancio moral.
En tales lides internas ha perdido esta nuestra sociedad su fuerza. Por eso, en vez de enfrentarse a los
invasores, que no son sólo los emigrantes, la sociedad grita Paz: porque agotadas las pasiones , de la primera unión entre pasión y bienestar, sólo queda el Bienestar.
No quiero hacer un discurso ni moral, ni político, ni religioso.
No quiero hacerlo y lo sabéis.
Pero estas son las conclusiones, mis conclusiones, a las que mis observaciones me conducen una y otra vez, a pesar de que las reviso cada día.
Consciente como soy de que vivimos en un mundo cuántico, donde un observador ve al gato de
Schrodinger muerto, el otro observador lo ve vivo, y un tercero lo ve muerto y
vivo, vosotros -querida Paula y querido Jorge- podéis observar lo que os
plazca.
A mí dejadme tranquilamente tranquila porque bastante tengo con mi naturaleza
de bruja, con el vampiro y unos cuantos dämons más que presiento pasean por mi casa
sin haber sido invitados.
De las dictaduras y su relación con las fake news y con la salud mental
hablaré otro día. De los enemigos de Europa os hablaré otro día.
A decir verdad, tenéis razón. No sé por qué hablo de temas que ni me van ni
me vienen. Quizás porque es la única manera de evitar pensar en lo realmente importante:
Me acecha el terrible presentimiento de que debo emprender un nuevo viaje,
cuando la verdad es que acabo de llegar. Y ha sido un viaje tan duro, tan cansando, tan
agotador…Temo haber dejado todas mis fuerzas en él.
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