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Monday, March 31, 2025

Laberintos

 

Existe un iniciado al que todavía no he hecho referencia, pero que, sin embargo, ustedes y yo sabemos que está presente en todo lo que he escrito acerca de la locura: observando. “¿Por qué no lo has nombrado?” Me ha preguntado tranquilamente Jorge el tranquilo. Me lo ha preguntado para cambiar de tema, para serenar las amables aguas que la bronca, su bronca, ha, tranquilamente, revuelto. “No entiendo cómo puedes escribir que el actual gobierno de los Estados Unidos es el más comunista de toda su historia. Conociéndote como te conozco era predecible que tarde o temprano aparecería algún disparate de este calibre. No intentes explicarlo. No tengo tiempo para escucharte. Tengo asuntos importantes que resolver.” Y así, sin más, ha colgado tranquilamente. 

A qué negarlo. Pese a la propensión al asombro que me caracteriza, los tranquilos enfados de Jorge el tranquilo me asombran. Son los cuarenta años de amistad que nos unen los que logran que mi asombro me asombre incluso a mí.  “Disparate”, denomina Jorge a lo que en realidad es únicamente una deducción de las palabras de una política alemana en plena campaña electoral: la señora Weidel. Compréndanme: una, que soy yo, asiste a la conversación que mantienen la señora Alice Weidel y el señor Musk. La señora Alice Weidel no sólo critica las universidades alemanas-  lo cual, reconozcámoslo, no deja de ser sorprendente, por alemana ella y americano él, y por aquello de que los patriotas lavan los trapos sucios de su patria en casa, además de asombroso, porque la universidad, cualquier universidad, es una institución y por eso, la universidad alemana, igual que cualquier universidad de este mundo, está, como está cualquier institución que se precie, en una crisis perpetua; al igual que también lo están los seres humanos que las fundan, las construyen y las constituyen: por hombres, no por  institución. La señora Alice Weidel asegura que Hitler fue comunista. Ante semejante declaración el señor Musk, hombre inteligente donde los haya, - y por eso, por inteligente, el señor Musk está, según se dice, sumamente interesado en que su inteligencia, la suya, la del señor Musk, se perpetue en su numerosa prole -, calla. Escribo “según se dice” porque esto es algo que he leído, es algo que he escuchado, pero no es algo que haya oído salir de la boca de Musk. De lo que sí puedo dar crédito es que de la boca de la señora Weidel salió la tajante afirmación según la cual Hitler es comunista y que el señor Musk dio su silencio por respuesta.

La señora Weidel no explicó en qué presupuestos se basa para llegar a tal aserto. El señor Musk no preguntó en qué fundamentaba la señora Weidel semejante aseveración. Hasta el día de hoy me pregunto si el mutismo del señor Musk se debió al asombro o a que su mente llegó a las mismas conclusiones a las que yo arribaría en mi artículo poco después. Lo ignoro. Lo cierto es que ambos continuaron su diálogo, como en su día prosiguieron Esteban y Joaquín, dos de los personajes de una de mis novelas nunca escrita, el suyo: caminando desde el día hasta perderse en la inmensidad de la noche sumergidos en una interminable conversación, sin que el joven Esteban supiera si su amigo Joaquín hablaba en serio o en broma.

Así también, en silencio, fue como me quedé yo tras haber sido testigo de una sentencia que jamás en mi vida hubiera creído posible escuchar. Aquello superaba mis expectativas tanto como el surrealismo al que mis concepciones tienden. Hubo, no lo duden, grandes protestas en los medios. Lamentablemente ninguno de ellos aclaró cómo era posible que la señora Weidel no fuera penalizada por sus votantes, y lo más inaudito de todo: ninguno de esos medios explicó las posibles razones de la señora Weidel al proferir semejante improperio, lo que – según apuntaron algunos medios- significaba repetir el mismo improperio que ya otros anteriormente a ella misma habían expresado.  Es a partir de aquí donde entraron, por fuerza hubieron de entrar, mis cavilaciones. Es comprensible que el nacional-socialismo y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se parezcan: ambos son movimientos colectivos, populistas, que pretenden desbancar al Poder vigente y hacerse con él instaurando un régimen totalitarista. Pero, y este “pero” es fundamental, la nacionalización de determinadas empresas no significa, en el régimen nacional-socialista, la estatalización absoluta y completa del sistema industrial y económico. El Estado nazional socialista alcanza, por totalitario y no por socialista, todas las esferas de la vida humana. Pero esto no significa, ni mucho menos, que la esfera privada de producción y consumo desaparezca, como sí, en cambio, es el caso de los gobiernos comunistas.  Hay otra gran diferencia entre ambos sistemas, el de Hitler y el de la URSS, y es que sus respectivos sueños imperialistas abren un abismo entre ellos, por más que ese abismo sea el abismo en el que caen tanto las víctimas del uno, como las víctimas del otro;

En ambos casos, justo es afirmarlo, se trata del abismo de la aberración humana.

Todo esto es obviado por la señora Weidel cuando afirma que “Hitler era comunista”. Que en este mundo hay muchos disparates disparatados lo sabemos todos; que las aberraciones se multiplican sin descanso, también. Pero que los disparates disparatados sean expuestos por personas de declarada relevancia política y social con una seguridad que traspasa cualquier posibilidad, por remota que sea, de que el hombre sensato llegue hacer entrar en razones a esos seres de declarada relevancia política y social, que han colocado el disparatado disparate en el mundo, obliga a razonar, ¡y mucho!, a los hombres sensatos, a fin de intentar comprender el mundo que les rodea.

La única razón plausible que encontré capaz de sostener el alegato de la señora Weidel fue, como ya he dicho, la inexistente barrera que existía en el régimen de Hitler entre lo público y lo privado; por totalitarista, como ya he dicho, no por socialista. Pero si la señora Weidel consideraba al totalitarismo, cualquier totalitarismo, socialista por la desaparición entre la esfera privada y la pública y por la aparición de una unidad entre industria y gobierno, una – que era yo – tenía que tomarlo en consideración. No cabe duda de que en el régimen nacional socialista los industriales se enriquecieron con contratos públicos y las arcas públicas se alimentaron de las donaciones de aquellos generosos industriales.

Esta fue la única explicación que encontré: la señora Weidel había afirmado que “Hitler era comunista” en consideración a que la línea que separa la esfera privada de la pública había desaparecido o, al menos, estaba profundamente difuminada.

Realmente no encontré otra explicación.

No obstante, y pese a lo feliz que me hubiera debido sentirme por encontrar una explicación razonable y plausible – lo cual, ya saben ustedes – es mucho, los problemas que surgían de la declaración, “Hitler era comunista”, de la señora Weidel, seguían causándome, con o sin explicación, grandes quebraderos de cabeza. Compréndanme: la plausibilidad no es plato de gusto ni plato con el que se conforme alguien que va buscando la verdad como Diógenes.

El primer problema es que, si aceptamos que la señora Weidel puede asegurar que un determinado político, Hitler, es comunista, lo que, como ya hemos señalado, Hitler no es, sin, no obstante, esclarecer por qué dice que Hitler era comunista, en vez de dejar la explicación a la elucubración de los oyentes, entonces “cualquier política” puede afirmar siempre y en cualquier lugar algo que sea absolutamente falso sin que ese “cualquier política” haya de responder por esa falsedad.

Ello nos sumerge en nuevas cavilaciones. ¿Qué significa “cualquier política”? ¿Mujer dedicada a la política? ¿Y qué pasa con los hombres políticos? ¿Pueden ellos por “políticos” afirmar algo absolutamente falso sin más consecuencia que la reprimenda que la de los medios, que no va más allá de una semana? (En el caso de la señora Weidel, lo mínimo que podrían haber hecho los comunistas alemanes es enviarle la lista, larga lista, de los comunistas que murieron como comunistas por comunistas en los campos de concentración.)

¿O sólo tienen derecho a esparcir frases falsas las mujeres políticas?

Y si admitimos que hombres políticos y mujeres políticas tienen la posibilidad de aventar ideas falsas, ¿pueden hacerlo también otros hombres y mujeres que se dediquen a otras profesiones y labores distintas de la política?

Si aceptamos que sí, entonces deducimos que cualquier persona puede aseverar cualquier falsedad sin necesidad de responder de ello. ¡Qué digo “responder”: Sin tan siquiera la obligación de ofrecer un argumento o una explicación!

Un segundo problema que apareció por el horizonte es que dicha afirmación de la señora Weidel, falsa a todas luces, permitiera a la señora Weidel salir airosa, hasta el punto de que no sólo siguió acudiendo a los programas de televisión, sino que su partido consiguió un gran número de votos en las elecciones. Así pues, la falsedad de una frase no afectaba en absoluto a la persona que la hubiera lanzado al mundo. Ello mantenía la invitación a Fuenteovejuna a que se lanzara al juego de proclamar nuevas falsedades

El tercer problema es que aquella falsedad se había proferido en presencia de uno de esos hombres estandartes que desean luchar contra la desinformación y contra las new Fakes, por obstaculizar la libertad, y ese hombre había callado. Su actitud fue, cuanto menos, desconcertante. ¿Mostraba su silencio perplejidad, discreción o asentimiento?

 El cuarto problema es que el único argumento que yo había encontrado para justificar la afirmación de la señora Weidel, se basaba, como ya he apuntado, en la falta de límites entre lo público y lo privado. ¡Pero justamente esa falta de límites entre lo público y lo privado es lo que caracteriza al actual gobierno de los Estados Unidos! Recuerdo que lo que pudimos observar todos los habitantes del Planeta en posesión de una pantalla, el día de la toma de cargo del nuevo presidente de los Estados Unidos fue que a su lado, junto a él, estaban las cabezas de los propietarios y altos representantes de las empresas más importantes del Planeta.

¿Alguien puede aclararme dónde terminaba aquel día lo privado? ¿Dónde empezaba lo público? El señor Musk sigue al frente de sus empresas y ocupa un lugar sumamente importante en dicho gobierno. Díganme ¿Dónde termina lo privado? ¿Dónde empieza lo público?

Es pues lógico que, dada la explicación que yo había encontrado a la sentencia de la señora Weidel según la cual “Hitler era un comunista”, yo pudiera deducir lo que deduje: “Que el gobierno actual de los Estados Unidos es el más comunista de la historia de los Estados Unidos.”

Jorge el tranquilo, le llama tranquilamente “disparate” a mi deducción.

Y bien: lo acepto. Disparates de disparate, todo es un disparate.

También mi deducción. ¡Cómo si mi deducción tuviera una importancia histórico-planetaria!

¡Ja!

Lo verdaderamente terrible por disparate y por disparatado es la consecuencia real que la afirmación de la señora Weidel implica: Reescribir la historia es justamente eso: reescribirla sin pies ni cabeza, y es reescribirla sin pies ni cabeza porque se acepta cualquier falsedad, sin más ruido que la de la reprimenda, porque esa aceptación que es sellada con un gran número de votos, suprime cualquier posibilidad de reflexión y porque cualquiera con un poco de trascendencia pública puede declarar cualquier falsedad, sin mayores consecuencias.

¿Después de esto hay alguien que todavía no comprenda la sorpresa y el asombro que me causa saber que a mi amigo Jorge le han ofendido mis afirmaciones? ¿En serio?

En fin…

Después de escribir Lullaby, fue, no podía ser de otro modo seguramente, Ifigenia quien me llamó. Tuve que hacer acopio de toda la serenidad de la que un mosquetero como yo es capaz para atenderla. No por Ifigenia, sino porque el tipo de locura que soporta mi amiga no se trata de la locura acostumbrada, no es aquella que se estudia en los manuales de la “Historia de la locura”.

La locura que afecta a Ifigenia, tanto como a nuestros días es la Locura vírica, cuyos principales rasgos ofrecí en “Eclipses”. Es una Locura postmoderna, en la que la realidad y la apariencia queda desfigurada, igual que en el nazismo socialismo quedan difuminados los límites entre lo privado y lo público. Es una locura que defiere de las anteriores porque en los anteriores tipos de locura, tanto en la del renacimiento como en la del siglo xix, locura y sociedad estaban desconectadas. 

Sí. Es cierto, y aquí aparece el iniciado, el último iniciado, que faltaba por entrar en escena, que Michel Foucault establece los precisos y correctos vínculos que existen entre locura y Poder. No obstante, ese Poder se caracteriza por haber alejado a lo largo de la historia,  de su historia,  a la Locura fuera de sí y fuera de la sociedad. Resulta indiferente que la envíe a navegar de puerto en puerto, que la encierre en determinados centros, o que le permita vagabundear por los cafés de la ciudad:  la locura permanecerá siempre alejada, apartada, de la sociedad en la que está. Eso no significa ni mucho menos que ese Poder haya sido cuerdo. Lo que la historia muestra no es la cordura del Poder. 

Lo que la historia muestra es la separación entre Locura y Cordura.  Cómo señala Foucault,  el último iniciado, la definición de Locura y cordura es algo que la propia cordura no puede determinar. Es el Poder quien lo establece. Se trata de un Poder caracterizado por ser un micropoder pero no punto ni puntual, sino encadenado; capaz, además, de separar rn categorías Locura/Cordura. 

Esta locura moderna, sin embargo, es una locura vírica cuya característica principal descansa en un fenómeno completamente nuevo: la interacción.

La locura vírica no se mantiene alejada de la sociedad, está en ella. Y no se trata de un estar “al lado”, sino de un estar en interacción. Esta interacción no se parece en nada a la relación que se establece entre un hombre sentado tomando un café que es abordado por otro, quizás un conocido, un amigo, que se sienta para decirle que alguien, un extraterrestre, le está persiguiendo; o que el gobierno le está buscando para encarcelarlo. En suma: esa locura en nada se parece al de ese hombre que se mueve entre dos mundos, el irreal -que él considera real- pero que todos, por más que le escuchen y le inviten incluso a un café, son conscientes de que es irreal, y el mundo real – que para él es “el mundo del exterior”, ajeno a eso que acontece en el “mundo real” que es el suyo.

No. La locura vírica, la que afecta a nuestros días, establece una absoluta interacción entre los seres que la padecen y los que no. El Poder, el micropoder – del que habla Foucault- ese micropoder que actúa en cadena, seguirá siempre estableciendo los patrones de normalización. Pero esos patrones de normalización cambian constantemente. Locura vírica se introduce en los patrones de normalización configurados por el micropoder y afecta no sólo a su funcionamiento, sino a sus estructuras.

Ello origina el caos en la sociedad. Nadie puede estar seguro de nadie. Nadie puede hacer caso de nada. Nadie puede determinar nada sin temer que esa determinación esté contaminada por la Locura vírica. La separación entre Locura/Cordura se ha difuminado y con ello ha desaparecido la necesidad de "Bild-ung" y la necesidad de re-flexión. 

Michel Foucault fue quien intuyó este estado de cosas. Por eso recriminó a Borges que no hubiera en su "enciclopedia china" un lugar de encuentro común, donde las diferentes "categorías" pudieran reunirse. Ese primer capítulo de "Les mots et les choses" es magistral. Es Foucault,  el último iniciado,  el doliente,  el que  habla.

A decir verdad, Foucault era el único que podía comprender la cuestión del Poder y de la locura en nuestros días en su justa medida y profundidad. Ignoro si Foucault supo alguna vez que él era un iniciado, el último iniciado. La gran tragedia de Foucault es que le faltó un maestro, un verdadero maestro. Se apoyó en Kant, en Nietzsche, en Marx, en Heidegger…; pero no eran bastante para él porqueno eran maestros, en el sentido hermético de la palabra. No cabe duda que de todos ellos seguramente Kant, por sabio, y Nietzsche por profeta fueron los que más pudieron ampararlo. Pero ¿qué es un iniciado sin maestro? Al final el iniciado Foucault supo, como sabía otras cosas, que había caído en un laberinto del que saldría más perdido o tan perdido como había entrado. Con ello el iniciado Foucault estaba poniendo fin a la idea renacentista del Laberinto en el que en ese perderse, el deseo de encontrar una liberación ya significa una liberación, de alguna manera. Foucault nunca entendió el laberinto en este sentido, aunque todos se empeñen en afirmar una y otra vez, en escribirlo incluso,que Foucault pensaba esto. Foucault el último iniciado  murió en el laberinto, presa del laberinto, buscando, sin encontrarla, una solución. Y en esto, supongo, coincidía con Ray Bradbury. A Foucault le separaba del autor americano el hecho de que Bradbury no buscaba una salida, sino un simple refugio. David Foster Wallace tuvo la antorcha de iniciado en su mano, pero le pesaba demasiado. Fue un buen cronista de nuestra época, pero le faltaron las fuerzas necesarias para portar la antorcha del iniciado. Su muerte es algo que nunca se lamentará, lamentaré, bastante.

Por eso Foucault es el último de los iniciados. Es el último que se atreve a mirar a la verdad, a la verdadera verdad a pecho descubierto, sin miedo. 

Su condición de iniciado se observa, ya lo he dicho, en el primer capítulo de su libro “Les mots et les choses”. Allí, Foucault introduce un elemento que está presente, pero al que deja apartado. Lo nombra, para a continuación olvidarlo: la luz. La luz que entra por la ventana. La luz que permite todo ese juego de representaciones, representados, alteraciones. La luz que posibilita y confiere unidad a la multiplicidad de los escenarios. Esa luz -iluminación- es el Primer Axioma Hermético.

Foucault intuye la luz, es posible que incluso la vea. Pero Foucault sabe que todo está perdido. La falta de maestros no significa la muerte de la verdad, pero sí el silencio de la verdad. “Silencio” y “Verdad” son los dos términos que una y otra vez aparecen en su pensamiento. Atreverse a gritar la verdad, toda la verdad, Parresia, es lo que el iniciado Foucault clama. ¿Pero cómo poder bramar lo que se ignora? En un mundo en el que la Locura interactúa con la sociedad y con el Poder sin que éste pueda establecer la separación histórica entre Locura/Cordura, la "normalidad" se ve sustituida por "la uniformizacion" y ésta,  a su vez, por el concepto de "clon".

La Locura en nuestros dias no es una bacteria a la que se vence con antibióticos.  La locura actual es un virus incrustado en las relaciones, de manera que no se acierta a distinguir entre la verdadera verdad y la verdad aparente, Parresia es simplemente eso: un grito de lucha, pero un grito desesperado,  de una lucha inútil porque no hay posibilidad de salvación-

Por eso Foucault se opuso a Chomsky, sin que Chomsky pudiera comprender las razones de Foucault. Chomsky estaba convencido de que una persona podía librarse del Poder. Foucault buscaba un refugio a lo desesperado, sin encontrarlo.

Foucault el iniciado cae en el laberinto y sabe que difícilmente va a salir de allí y que incluso en el caso de que consiga encontrar la salida, la salida no significará, como otrora significó, la liberación porque habrá salido más perdido de lo que entró.

Algunos hablan de la importancia de la estética para el último Foucault. Algunos se equivocan. La estética de Foucault no es un refugio, ni siquiera la estética sexual lo es. Recuerden que Foucault ha leído a Nietzsche. Recuerden la importancia que Foucault admite que Nietzsche ha tenido en su pensamiento. Pero Foucault ha leído a Nietzsche como lee un iniciado a un profeta.  Créanme: Foucault ha interiorizado el "mapa anímico" trazado por Nietzsche y por eso Foucault sabe perfectamente dónde está en cada momento. Igual que lo supo el propio Nietzsche.

Es la tragedia escrita en el destino de nuestra sociedad y que ha sido vislumbrada por Foucault el último iniciado,  la que le introduce en un laberinto que de hermético tiene tan poco como de refugio. Bradbury busca un refugio y lo busca porque Bradbury en el fondo es un optimista que cree que existe un refugio y, por tanto, puede ser encontrado. Foucault el iniciado, huérfano de maestro, sabe que la esperanza de encontrar un refugio en el laberinto en el que nos encontramos hoy en día es una quimera, una ensoñación más.  La realidad del laberinto es que en el centro no se haya la fuente de la vida, sino la torre de vigilancia.  El laberinto actual es, en realidad,  un panóptico.

Pese a todo, en un intento de rebelión que es, también el último intento de libertad, Foucault el último iniciado, sigue al profeta al mundo antiguo de los griegos; pero Foucault sabe que también este mundo es un mundo que se ha quedado atrás. Por eso el famoso “conócete a ti mismo” no sirve; no sirve porque carece de impulso y carece de impulso porque está ausente de inquietud. ¿De qué le sirve conocerse al que permanece dentro de un laberinto cuya salida no le va a redimir de ese “estar perdido”?

Foucault sabe de las terribles consecuencias de la Locura vírica.

Seguimos en el Laberinto. En un laberinto que no es el laberinto de la filosofía hermética, del que se puede escapar con alas de cera o encontrando el centro que directamente nos eleva a la luz o simplemente hallando la salida, que produce una transformación alquímica en nuestras almas, regeneradora.

El laberinto al que se refiere Foucault no salva, no ilumina, no nos muestra quiénes somos. Si salimos, seguimos tan desorientados como antes, si no más. Dentro del Laberinto al que se refiere Foucault las paredes son y no son reales; las personas que encontramos son y no son reales; nosotros mismos somos y no somos reales; quizás sólo avatares: incluso el Poder es y no es; la tiranía es y no es; la democracia es y no es.

Es Foucault el iniciado quien descubre el modo en que aquella locura vírica contagia y expande. Fue Wittgenstein–Ícaro, aquel héroe que murió por amar demasiado al sol, el que muy posiblemente le mostró a Foucault, el último iniciado, huérfano de maestro, la dirección a seguir. Él, Wittgenstein-Ícaro, fue quien se la señaló, no Heidegger.

Pero fue Foucault, el último iniciado, huérfano de maestro, el hombre que nos descubrió el modo de transmisión de la locura vírica: el lenguaje.

Verdad y silencio es su mensaje.

El mensaje del último iniciado, huérfano de maestro.

La bruja ciega

Locura vírica sonríe y aprende.

Si hasta ahora ha utilizado el nominalismo con maestría, aprenderá a usar del silencio.

Seguir, seguimos en el laberinto.

El de Foucault, se entiende.

¿Alguna solución?

La única posible que se me viene a la cabeza es la del huerto del Cándido de Voltaire.

Esa, en cierto modo, era la solución de Epicuro y, en cierto modo también, la de Ray Bradbury.

Pero teniendo en cuenta a qué nivel se fundamentan hoy en día las relaciones humanas, permítanme que dude de su efectividad.

¿Pesimista?

Creo que ya lo he dicho en otras ocasiones.

El Pesimismo nos salva.

Cuando somos más fuertes que él.

 

 

 

 

Monday, March 24, 2025

Eclipses

 

Suena el teléfono. Ustedes seguramente piensan que debe ser una de las llamadas de Jorge, el tranquilo. Yo, desde luego, estoy convencida de que sin duda se trata de Jorge el tranquilo quien me llama hasta que descuelgo el teléfono y escucho una voz conocida, que, para mi sorpresa, no coincide con la de Jorge. Comprendan mi asombro: Jorge, el tranquilo, ama a su mujer, ama a sus hijos, ama a su trabajo, pero su diversión favorita consiste en discutir conmigo. Dadas las circunstancias en el que el mundo se encuentra, lo que esperaba escuchar al otro lado de la línea era el habitual tranquilo tono con el que Jorge inicia y mantiene el combate. Esa es su particular forma de descargar su energía negativa al tiempo que reactiva su espíritu.  ¿Maltratador psicológico? !No me fastidien! Jorge el tranquilo y yo somos dos mosqueteros. Las veces que he sucumbido a sus envestidas, touché, ha sido por falta de entrenamiento, por enfermedad o por estar enfrascada en temas que requieren toda mi concentración; pero, desde luego, no por maltratada.

“Hola”, saludo, “Mucho tiempo sin saber de tí. ¿Estás bien?"

Mi llamada se llama Ifigenia. Ifigenia, la hija a la que su padre sacrificó para que el barco llegara a su puerto. Mantener una conversación con ella requiere de nervios de acero en el alma, así que le pido, casi suplico, que me conceda un poco de tiempo. “Te llamo en una hora”, le digo antes de colgar. Acto seguido me sirvo un café, al que seguirá otro; y otro; y otro.

 Eclipses aquí, eclipses allá; un mundo sin Dios, pero con astrólogos a lo científico, o sea – a lo Kepler, pero sin la consideración de Kepler acerca del axioma que sustenta la sabiduría del cosmos que es la que en realidad permite conocer los asuntos humanos con antelación - y con magos a lo científico – o sea a lo John Dee, pero sin la confianza de John Dee acerca del axioma que sustenta la sabiduría profunda y perenne que es la que rige aquella magia que permite dirigir y corregir los asuntos humanos.

Este mundo sin Dios es, sin embargo, un mundo en el que los monstruos de Lovecraft campean a sus anchas porque en la cuestión fundamental “O Dios o la Nada”, los demonios y demás seres del inframundo quedan a salvo. ¡Qué digo a salvo! Quedan libres. Eso, y no otra cosa, es lo que Lovecraft advirtió y predijo. ¿Pero quién hace caso de los avisos de aquellos que han sido declarados “locos” por la mayor parte de su sociedad, donde hay que entender "mayor parte" por la parte de la sociedad que decide su número en proporción a sus voceríos y por consiguiente esa llamada "mayor parte" es en realidad la parte de la sociedad que más grita?

Creo que esta cuestión es la que nos diferencia a Carlos el misántropo y a mí, acercándole, en cambio, a Carlota, mi bella hada. A Carlos le desconcierta y le preocupa la mediocridad de algunos hombres bautizados con el nombre de “grandes hombres” por el resto de sus congéneres. A juicio de Carlos el misántropo, dicha calificación muestra que aquellos que han clasificado a ese "gran hombre" como "gran hombre", lo han hecho por  ser ellos mismos aún más mediocres. Esa es la forma más extendida de propagar la insipidez mental y la trivialidad espiritual, sentencia. Por eso Carlos ve, vemos, a Carlota, tan especial, observando los detalles que a los demás se les, se nos, escapa, capaz de disfrutar de esos pequeños placeres de la vida si son bellos, tanto como disfruta de las altas esferas del cosmos, si son buenas, Carlos el misántropo, y a decir verdad todos los que conocemos a Carlota,  encuentra, encontramos,  un rayo de esperanza en este mundo. Ese rayo de luz es el que le tranquiliza, nos tranquiliza a todos, y le permite, nos permite a todos, seguir andando.

Reconozco que, en lo que a mí respecta, la mediocridad ni me desconcierta ni me preocupa demasiado. Personas brillantes en los idiomas, en las ciencias y en la música que se vienen abajo cada vez que han de enfrentarse a algún pequeño problema de los llamados “cotidianos” se encuentran paseando por la misma vereda que las personas maestras en solucionar los grandes problemas de la vida diaria, por más que sean incapaces de leer un libro o de disfrutar de la obra de algún compositor clásico. Por ese mismo sendero transitan también aquellos que no sobresalen en ninguna actividad, excepto quizás en la de disfrutar de sí mismos, sin mayores quebraderos de cabeza. Tal y como yo lo veo, la mediocridad no es un problema: es una forma de diversidad de los seres humanos al tiempo que permite agruparse según intereses e inquietudes, bien sea por iguales (“Pares cum paribus congregantur”), o por complementarios. “A cada cual lo suyo”. 

Lo que a mí, dada mi incapacidad para comprenderla, realmente me aterroriza es la fuerza de la locura. Esa fuerza de la locura que logra no sólo que la locura sea declarada como sensatez en la sociedad, sino que además es incluso capaz de declarar a la sensatez como locura.

No es que la locura en sí sea siempre negativa. En realidad es la única estrategia de que dispone el hombre racional para, conservando su vida, proclamar la verdad en situaciones donde la verdad brilla por su ausencia, aunque muchos sean los caballeros que con su nombre cabalgan.

Posiblemente algo de esto fue lo que llevó a Erasmus de Rotterdam a escribir su conocido “Elogio de la locura”, que en nada se parece a aquel análisis de la locura que esboza Chesterton en su obra “Ortodoxia”. Mientras que para Erasmus la locura es sencillamente la fuerza de la vida espiritual, mental y física, para Chesterton la locura es un mundo compacto del que nadie puede salir y en el que todos que se introducen perecen asfixiados. El hombre cuerdo, afirma Chesterton, es el hombre al que su capacidad para distinguir diferentes posiciones y perspectivas le obliga a reflexionar más cuidadosamente. Esto es lo que lleva a muchos a creer que “amplitud de miras”, lejos de ser un don especial, una posibilidad enriquecedora para el sujeto que lo posee, es, en realidad, sinónimo de “inseguridad endémica”; lo que, para un nutrido número de personas implica, a su vez, la constatación de una ausencia de carácter en el individuo. Algo así, por ejemplo, se aprecia en el veredicto al que llega el mayordomo de “La piedra lunar”, de Collins, al juzgar los efectos que los viajes al extranjero han causado en su joven señor.

Comprendo y comparto lo que Erasmus explica sobre la locura. Se trata de una locura que huye de la rigidez que impide el pensar, el desarrollo de la persona, que pretende batir a esos tiranos empeñados en que todos vean y acepten sus criterios de vida, pensamiento y acción. En este sentido, Locura significa Vida y la vida exige de libertad. La locura que defiende Erasmus es la que yo denomino la “fuerza de la vida”. 

Comprendo y comparto lo que Chesterton afirma sobre la locura. A juicio del autor británico, la locura parte de y se basa en una rigidez mental de tal magnitud que lo único que puede llegar a construir es un “orden eterno e inmutable”, caracterizado por ser un constructo agarrotado e inflexible. La libertad es imposible en ese mundo gobernado por la locura. Las grietas son inexistentes. La locura a la que se refiere Chesterton es la locura de un mundo compacto, en donde la existencia de la duda es un imposible, porque para cada pregunta hay una respuesta. De tal manera, asegura Chesterton, que el hombre cuerdo no tiene ninguna posibilidad de triunfo sobre ese tipo de mundo. Y yo me atrevería a añadir: suerte tendrá si no cae preso de él.

Junto a estas formas “tradicionales” de locura, existe una tercera forma; la que yo denomino “locura vírica”, caracterizada por su naturaleza mutable, en constante cambio y transformación, así como por una sorprendente capacidad para perfeccionar sus mecanismos de ataque y defensa a través del aprendizaje.

 Este tipo de locura, creo yo, es la que se ha impuesto en nuestros tiempos. Dada su compleja y sofisticada naturaleza, descubrirla resulta sumamente complicado; en muchos casos prácticamente imposible. La permanente mutación de esa locura impide al hombre cuerdo reflexionar y colocar las cosas en su orden. Es más: en el supuesto caso de que el hombre cuerdo se decida a hablar, corre el real peligro de ser condenado por loco, si no por más, mientras que es muy posible que el verdadero loco, el enfermo, termine siendo elevado a los altares sociales laureado como ser cabal, prudente y discreto donde los haya. La consecuencia más inmediata es que el hombre cuerdo, si quiere conservar su vida, callará: a lo cartujo. En su celda estudiará, trabajará, meditará y, si le permiten usar papel, pluma y tinta, puede que incluso escriba. Afuera mientras trabaja en el huerto, y afuera, durante la comida, seguirá el consabido "Punto en boca, que en boca cerrada no entran moscas".

Una primera variante de tal “locura” es la que Arthur Miller presenta en su obra “Las brujas de Salem”. Desde entonces esa locura, de tipo vírico, como digo, ha experimentado muchas mutaciones. Su capacidad de resistencia a los antídotos es increíble, tanto como su facilidad de expansión, debida a su capacidad para corregiry aprender.

Ifigenia, mejor que nadie, sabe lo que es sobrevivir a un ambiente como este, al tiempo que conoce las dificultades para salir de él. Por más que no quede rastro de traumas, sí persisten, a qué negarlo, las secuelas. Igual que el que camina arrastrando su pierna sin que la enfermedad que le causó tal parálisis haya afectado ni su ánimo, ni su carácter. 

Para que Ifigenia hubiera podido recuperar su paso hubiera sido preciso que Ifigenia fuera bruja como yo, y no lo es. Por eso todos aceptamos la actitud distante y retraída que mantiene con las personas que la rodean; lo cual no significa – al contrario de lo que nos acontece a Carlos, el misántropo, y a mí, la bruja, - que la soledad de Ifigenia sea una soledad buscada. La soledad de Carlos el misántropo y la mía, es una soledad deseada y disfrutada porque nuestros congéneres suelen aburrirnos. La de Ifigenia en cambio, es la soledad de la víctima que, sin gustar de la soledad, teme a las personas.

Razón no le falta. Creció en la locura vírica, se alimentó de ella y pasaron muchos años antes de que Ifigenia pudiera organizar y estructurar cómo actuaba dicho tipo de locura; muchos años para comprender que se trataba de una dinámica y no de situaciones puntuales. Su padre la sacrificó, es cierto; por fuerza hubo de sacrificarla a fin de que el barco pudiera llegar a buen puerto. Pero díganme: ¿De qué le sirve a un padre sacrificar a su hija para después de haber llegado a buen puerto, acabar siendo él mismo víctima de la locura vírica?

Al final de este artículo podrán ustedes encontrar un pequeño y banal diálogo que muestra de forma casi infantil el modus operandi de la locura vírica. He preferido utilizar las impresiones de una niña porque su inocencia es la que le impide reaccionar adecuadamente, al tiempo que le insta a seguir intentando satisfacer y contentar a aquélla a la que, por definición, no va a poder satisfacer nunca. El resultado es una pérdida de la autoestima de Ifigenia, una pérdida de su fama social, una amargura por la falta de éxito de la buena voluntad, de su buena voluntad, una gran tristeza por la respuesta negativa que sus buenas acciones y actitudes reciben una y otra vez, así como una gran desesperación porque, y este "porque" es crucial, dicha respuesta negativa no obedece a una actitud negativa del receptor hacia las buenas acciones de Ifigenia, se le dice a Ifigenia, se le obliga a creer a Ifigenia, que la respuesta negativa no depende de la actitud negativa del receptor hacia ella, Ifigenia, sino a una insuficiencia presente en las acciones de Ifigenia, por ser tal insuficiencia presente e inherente a Ifigenia misma. Consecuentemente: las puertas de la alquimia inversa, o sea : de la conversión del oro en plomo se abren. En ese caso o el espíritu de Ifigenia es enormemente fuerte, o el espíritu de Ifigenia caerá. Justo por tratarse de una cuestión tan compleja es por lo que me he decantado por echar mano de experiencias tan triviales a los ojos de los supervivientes adultos, como son las vivencias infantiles. Trasladen ustedes este comportamiento a los grandes temas de la sociedad y comprenderán por qué he de tomar un café tras otro...

¿Cuáles son los rasgos que caracterizan a esta locura que afecta a nuestros días, a nuestra sociedad, a nuestro mundo?

En primer lugar, la Locura vírica utiliza un acostumbrado tono tranquilo, que contrasta con el cada vez más desesperado de la cordura. De manera que parece que es la cordura la que no sabe controlar sus emociones. Ello se debe a que la cordura utiliza las palabras con una estructura relativamente ordenada. La locura, en cambio, lo hace de una manera situacional, en función de cómo convienen a sus intereses. Esto no significa que Locura nunca se excite. Locura se excita. Y es justamente el efecto que provoca la excitación de una persona siempre tranquila lo que resulta tan eficaz para que Locura obtenga sus propósitos. El intento de Cordura por aplacar a una Locura que normalmente se comporta de forma especialmente, sobresalientemente tranquila, hasta el punto de despertar admiración en aquellos que la rodean, es justamente lo que proporciona un nuevo éxito a Locura. No sólo ha alcanzado su objetivo sino que, además, ha demostrado que las pretensiones y los argumentos de Cordura alteran el ánimo tranquilo y sosegado, el de Locura, se entiende.

De esta transformación se deduce, lo deducen los hombres normales, que las pretensiones y los argumentos de Cordura no sólo están equivocados, sino que además son dañinos para la salud. Es altamente probable que incluso Cordura, dada la amplitud de vida que le caracteriza, revise sus planteamientos. Es incluso posible que termine aceptando los presupuestos de Locura, con lo cual legitima la intensidad emocional de Locura.  Si no lo hace, Cordura no demostrará su Cordura,  sino su terquedad y testarudez para comprender otros argumentos que no sean los suyos. De repente,  será Cordura la expresión de la rigidez mental. Como vemos, indiferentemente de cómo reaccione Cordura, decida lo que decida Cordura, el triunfo sigue en manos de Locura. 

¿La  verdad? Locura no tiene necesidad de buscar la verdad. Ella es la verdad. Pero no nos confundamos: la verdad de la locura vírica no coincide con la verdad eterna religiosa, ni con la verdad falseable científica. La verdad de la locura vírica es una verdad puntual y situacional. No obstante, compréndanme, tampoco se trata de una verdad astrológica al estilo de los planetas-puntos que se mueven armoniosamente por el orbe.

La verdad de la locura vírica es una verdad puntual y situacional a lo Demócrito. Imaginen ustedes una esfera de la que uno no puede salir, pero en la que uno desea moverse. Heráclito habla de direcciones. Zenón de la imposibilidad de movimiento porque una línea, sea espacial o temporal, puede dividirse hasta el infinito. Y hete aquí que llega Demócrito, ve la situación, reflexiona y decide lo siguiente: "Bien. Rompamos pues la línea y dejemos únicamente puntos. Les llamaremos átomos, pero son puntos." Esos puntos-atomos se mueven, establece Demócrito, sin orden ni concierto, forman alianzas, provocan conflictos (choques), declaran guerras (explosiones) y, siguiendo a algunos optimistas, consiguen incluso hacer de esta dinámica el principio del fundamento de cualquier construcción que se precie por aquello de que "la guerra es la madre de todas las cosas".

Así que el bueno de Demócrito, que es otro de los grandes iniciados de la Antiguedad, pretende romper la línea introduciendo puntos aislados y situacionales, sin orden ni conciencia dentro de una esfera compacta. Lo que acontece en el interior de esa esfera es el anuncio de una explosión atómica, de eso no cabe duda. Más aún: El apocalipsis nuclear está servido. 

Por varios motivos:

1. "Del caos surge el orden" es una premisa no solamente falsa, sino extremadamente destructiva. 

Porque "la guerra es la madre de todas las cosas", que se atribuye a Heráclito, pero que no ha sido nunca pronunciada por Heráclito porque lo que Heráclito dijo fue que la guerra era el padre de todas las cosas, mientras que la naturaleza era la madre y por madre, vida de todas las cosas, pero que ha estado de una manera u otra siempre presente a lo largo de la historia humana, no coincide con la sentencia de "del caos surge el orden", que es lo que la teoría de los atómos de Demócrito conlleva. 

Créanme cuando les digo que la frase: "La guerra es la madre de todas las cosas" que los optimistas de este mundo proclaman a los cuatro vientos, alegra enormemente a mi vampiro, el Rey del reino del No-Ser, no exagero. Dicha premisa equivale a afirmar que del No-Ser sale el Ser; que la muerte, porque "guerra" significa "muerte". (Por eso la gente cuando huye de la "guerra=muerte" no es por miedo al "conflicto" por lo que estáhuyendo, porque aceptémoslo, la gente gusta del conflicto. Es por ese gusto por el conflicto por lo que la gente acude a la plaza del mercado día sí y día no, y el día que la gente se ausenta del mercado acude a la taberna de Fuenteovejuna y si es necesario remangarse las mangas, se remangan las mangas. Y que empiece la diversión, la del conflicto - se entiende. 

Así que la gente escapa y huye de la guerra porque esa misma gente que no teme al conflicto, teme - y mucho- a la muerte. Eso lo saben todos: los de Aquí, los de Allá y los del Orden Eterno e Inmutable. De ahí la fuerza de la propaganda y de ahí, también, los constantes experimentos que se llevan a cabo en neurología referentes a investigar, explicar e incluso predecir, las conductas humanas individuales y colectivas. Los estudios que explican conductas humanas basándose en las conexiones neurológicas de sus cerebros están siempre impregnados de un olor que es calificado por las narices de brujas y magos como nauseabundo  y por nauseabundo, insoportable. Lo que dichas nobles narices huelen, nobles narices porque una de ellas es la mía, es que tales estudios pueden provocar cortocircuitos en el pueblo lo que llevará a los individuos y al pueblo a seguir en masa y cantando las ocurrencias más disparatadas de algunos, mientras esos mismos individuos y ese mismo pueblo permanecen quieto e inmóvil en situaciones que exigen su acción inmediata. 

La gente huye de la guerra cuando huye de la muerte y acepta la guerra cuando quiere morir de pie y no vivir esclavizado, que es - a qué negarlo - otro tipo de muerte. 

En cualquier caso, todo aquel que en la guerra se libra de la muerte es o por suerte (y tiene que agradecer su destino a los dioses), o porque se ha escondido, (que es otro modo de huida), o porque se ha hecho el muerto ( que es una forma de huida basada en el engaño).

Puesto que como hemos visto, guerra es muerte, la afirmación de "la guerra es la madre de todas las cosas" implica que la guerra es aquella semilla de la que procede la vida. O lo que es lo mismo: que del Hades surge el Olimpo. !Ja! !No me hagan reir! Si esto fuera así, ¿Para qué habría raptado Hades a Perséfone? ¿Para que habría ido Démeter  a negociar con Hades la devolución de Perséfone?

!Ah! !Este juego de la Inversión! !Tan antiguo y tan divertido! !Tan peligroso siempre! Peligroso por simplista y no por complejo. !Por simplista! La mayoría de esos inocentes necios piensan que sólo hay dos direcciones: polo norte/polo sur; arriba y abajo, y por eso creen que con "darle la vuelta a la tortilla" se arregla todo.

Esto en realidad es en lo que los optimistas están pensando cuando afirman que "la guerra es la madre de todas las cosas" : En lo mucho que hay que pensar para poder dar la vuelta a la tortilla sin que se rompa la tortilla y sin que nos quememos nosotros "al darle la vuelta a la tortilla" y en la cantidad de nuevas y diferentes posibilidades que existen y pueden exitir a la hora de "darle la vuelta a la tortilla".

En efecto: la guerra para "darle la vuelta a la tortilla" es "la madre de todas las cosas". Especialmente cuando lo que se pretende es cocinar una buena tortilla. Y lo mismo si hablamos de la inversión del Polo norte/Sur.

Admitámoslo: Los que afirman que "La guerra es la madre de todas las cosas" son optimistas, pero no son  iniciados.

Demócrito es un iniciado, pero es uno de esos aprendices de brujo; no de magos. Entiéndanme: aprendiz de brujo. Demócrito es uno de esos iniciados  que pretendiendo solucionar el problema, lo acrecienta. Demócrito es un destroyer.

Demócrito dice algo mucho más terrible, mucho más contundente, por iniciado, que cualquiera de los optimistas de este mundo que están convencidos y por eso difunden que de algo malo puede salir algo bueno y que para ello sólo hay que fijarse en dar la vuelta a la tortilla de forma correcta, porque en esto, en la inversión,  consiste la guerra. Para los optimistas la guerra es la madre de todas las cosas porque consiste una simple inversión: la de la tortilla.  Nada que ver, como ven, con las teorias del inteligente y cuerdo Paracelso que enseñan que no el veneno, sino la dosis es lo que mata, o lo que incluso cura.)

La afirmación de  Demócrito  va en consonancia con los presupuestos de los optimistas: "Del caos surge el orden". Esta declaración de Demócrito es tan atroz porque el caos no es sinónimo del Reino del No-Ser. El caos es un Ser que impide cualquier Ser estable. Y créanme: Si por algo se caracteriza el Reino del No-Ser es por estar fundamentado por un aterrador orden. Es justamente a este orden imperante en el Reino del No-Ser al que Erasmus pretende oponerse cuando escribe su "Elogio de la Locura".

Lo que oculta Demócrito es que del caos sólo surge orden cuando alguien provoca el caos para im-poner un orden determinado, su orden.

Lo que oculta Demócrito es que muchas de las alianzas que esos puntos establecen son altamente peligrosas e inflamables. Y que cuando varios puntos-atómos se unen lo que generan no son siempre explosiones, sino implosiones, Esto es lo que hace creer a muchos que la inestabilidad de la unión de tales puntos no reviste gran importancia.

2 . 

La esfera en la que se mueven esos átomos es una esfera compacta y cerrada. Por lo tanto, los choques de los átomos y la inestabilidad de las asociaciones de átomos no producen explosiones sino implosiones dentro de esa misma esfera. Aquí nos introducimos nuevamente en el gran dilema de decidir qué es implosión y qué es explosión. Y hemos de llegar a la conclusión que tanto el uno como el otro concepto dependen de la situación del observador. Es claro que para un observador que se encuentra dentro de la esfera, pero fuera de esos puntos-atómos lo que esos puntos-atómos producen con sus encuentros y desencuentros son una sucesión de explosiones. Pero desde el punto de vista de un observador que se encuentra fuera de esa esfera, lo que se ha producido es una implosión, que puede llegar incluso a destruir la esfera.

3.

Siendo el hombre como es, y teniendo en cuenta la naturaleza de esos puntos-atómos, no me cabe la más mínima duda de que la idea última es la de romper esa esfera a fin de expanderse. Lo que pasará lo sabe Cordura, pero lo ignora Locura porque, como ya hemos dicho, Locura está convencida de que ella es la verdad y lo es a la manera de Demócrito: puntos -atómos, tan puntuales como situacionales, en constante movimiento y transformación. 

La verdad que Cordura sabe es que  romper la esfera no es sinónimo de romper el circulo. Lo que sabe Cordura es que la esfera es necesaria para proteger el espíritu que habita dentro. Aunque el movimiento sea un espejismo, como afirma Zenón; aunque la dirección sea un imposible, y Heráclito se equivoque, aunque sólo existan puntos, como declara Demócrito, lo cierto es que todos ellos están dentro de una esfera. Y dentro de esa esfera existe un Espíritu que hay que mantener para que no se pierda en los abismos siderales. A esto es precisamente es a lo que se refiere Chesterton cuando alude a la necesidad de los "muros de la ortodoxia", a fin de que los infantitos seres humanos puedan jugar libremente en el patio del colegio sin caer en el barranco. Creo que ya lo he dicho alguna vez: Héroe para Nietzsche es aquél que puede pasear por encima de los muros, a un lado el patio y al otro el precipio, sin caerse.

Locura vírica cree que cuando juega a los puntos-atómos sin orden ni concierto de Demócrito, se asemeja a la Locura que Erasmo defiende. Locura vírica ignora que para eso le falta el conocimiento y los ideales que, en cambio, sí posee la Locura que Erasmo defiende.

Locura vírica cree que rompiendo la esfera, rompe la esfera en la que Chesterton asegura que la Locura se haya irremediablemente  encerrada. Lo que la Locura vírica ignora es que por más que rompa la esfera del Orbe, la Locura vírica seguirá atrapada en una esfera: la del punto.


En segundo lugar, se trata de una Locura sugestiva.

Es admirable la capacidad de Locura para sugestionar la mente de Agamenón; de modo que consigue que Agamenón y no Locura sea la que expresa los pensamientos y sentimientos de Locura hacia Ifigenia. No Locura, sino Agamenón, es quien describe, determina y sentencia a Ifigenia y el que transmitirá esta idea a Ifigenia misma y al exterior. Locura, dice Locura, nunca dice nada. “Yo no digo nada”, “Yo no he dicho nada” – repite Locura. Y lleva razón. Locura no utiliza muchas palabras, ni muchos argumentos; Locura virica no tiene necesidad de manipular, porque sugestiona. La manipulación afecta a las estructuras pensantes, por decirlo de alguna manera; la sugestión, en cambio, a las percepciones de los sentidos y a las emociones.

 “Los regalos son panes devueltos” no lo dice Locura, lo dice una amiga. Que Ifigenia es “hija del diablo” no lo dice ella, lo dice Agamenón. Todo esto es verdad. Pero detrás de cada una de estas afirmaciones se encuentra la sugestión de Locura, que ha puesto en boca del otro sus propios sentimientos y opiniones. Locura se expresa de forma casi fenomenológica. Locura simplemente describe. La sugestión es, a las estructuras mentales, lo que el erotismo a la seducción. Ambas funcionan con muy pocos elementos; elementos que, además, fuera de dicho contexto, son neutrales.

Es el tono, los gestos, los silencios, lo que hay que tomar en cuenta cuando uno está frente a Locura. Pero hay algo más que nunca, nunca, nunca debe olvidarse: Locura sabe cómo funcionan las mentes de los otros. Locura sabe que Agamenón es misógino. Locura sabe que la Pariente del diálogo que he dejado bajo este artículo es, ella misma, celosa. Locura sabe que muchas personas tienden a dar a los demás los defectos que ellos mismos poseen y que otras tantas veces proyectan sobre ellos los traumas de su pasado. Locura sabe que el resentimiento y la envidia así como las esperanzas y anhelos dirigen los corazones de la mayoría. Activar todo esto es el arte que Locura domina.

¿Qué sucede si Locura se encuentra ante un desconocido?

Locura tiene grandes dotes de psicología. Si Locura se encuentra frente a un perfecto desconocido, el primer elemento que Locura utilizará es el de la “analogía”: ese perfecto desconocido es como Fulanito o Zutanito. El segundo instrumento, si el primero no funciona o no se ajusta a sus intereses, consistirá en el de “tocar teclas”. “Ir tocando teclas en su personalidad hasta que al final “sonó la flauta por casualidad”.

Nuevamente se impone el silencio, pocas palabras, preguntas al otro. Al contrario de la Locura de Chesterton, la Locura virica que sufre Ifigenia es una locura que no necesita de convicciones, sino de situaciones. La Locura de la que habla Chesterton es una locura cerrada y compacta. La Locura vírica de la que habla Ifigenia es una locura situacional.

Ante una persona de principios consistentes, la Locura virica situacional presenta siempre la situación de excepción, con lo cual se invalida – o parece que quedan invalidados – los principios de la otra persona. Es un método que funciona sumamente bien, si no fuera porque las excepciones son, justamente, momentos concretos que, aunque rompen la normalidad – no la invalidan; igual que un milagro no anula las leyes físicas. Locura vírica presenta ante cualquier principio una excepción como aporía; lo que le permite aparecer ante muchos como una persona sumamente inteligente. No lo es. Es simplemente situacional y por situacional imposible de fijar y, por tanto, carente de principios. Esto justamente la convierte en poco disciplinada, irresponsable y de poco fiar. Locura vírica se mueve por impulsos internos o externos,  uno nunca sabe, -  y ese "uno" es tanto Cordura como la propia Locura vírica -, donde esos impulsos obedecen a instantes aislados y sin continuidad. 

Y pese a todo hay algo que Locura vírica sigue conservando del concepto general de Locura: la repetición; la muestra. Si una determinada táctica ha tenido éxito,  Locura vírica la llevará a otras muchas situaciones con personas distintas. E incluso con personas cuerdas que consideran que cada situación merece una reflexión distinta, aunque se llegue a una solución igual, parecida e incluso distinta a una anterior.

Locura vírica funciona sugestionando, esto es: manipulando las emociones.  Si nos adentramos en el terreno del razonamiento, Locura vírica actua, como Chesterton vislumbró,  con pocas cartas, con pocas frases,con pocos elementos. Es como esas personas que aprenden diez frases en un idioma y usan una u otra según los derroteros que toma la conversación, dando la impresión de dominar el idioma. Esas pocas frases en el caso de Locura virica es lo que da la impresión de estar contra una pared sin grietas que no se puede con-vencer; es decir "que no se aviene a razones". Y que incluso cuando se aviene no lo hace porque esté  con-vencida, sino porque Locura vírica posee "la sensatez y la templanza de no entrar en conflictos ".

Cordura vuelve a perder. Por conflictiva. Locura vírica triunfa: por conciliante.

Recuerden: Locura utiliza la sugestión y la sugestión es un juego de luces y sombras, de espejos deformados y deformantes; de proyecciones de miedos y esperanzas.  Locura vírica actúa con el ánimo de im-ponerse y de vencer. Si una determinada actitud o un determinado argumento le ha servido una vez, volverá a utilizarlo nuevamente.  Y, lo más curioso de todo: volverá a tener éxito. 

Sólo cuando Cordura descubra esa "muestra " podrá "romper el circulo".

Pero créanme: romper el círculo no significa destruir a Locura vírica. 

Locura vírica aprende.

Si Cordura rompe el círculo, Cordura tiene que ser consciente de que sólo puede romperlo de la forma en la que lo ha hecho una vez. La próxima vez Locura vírica habrá aprendido y neutralizará a Cordura en el primer movimiento. 

Cordura sólo podrá utilizar el "antídoto" una sola vez.

¿Qué sucede si Locura se encuentra ante una persona a la que no puede manejar porque es especialista en las mismas artes?

Lo primero que Locura hará será convertirse en su admiradora y seguidora; lo segundo que Locura hará será aprender de ella; lo tercero que Locura hará será convertirse en aliadas, con lo que se convierte en su igual. Es decir, se origina una simbiosis. A partir de aquí o dicho “status quo” se mantiene, o Locura intenta utilizar esa alianza para influir sobre la otra; hasta donde se pueda, claro.

¿Qué sucede si Locura se encuentra ante una persona que la supera por ser mejor persona en el sentido mental, físico y espiritual?

La veda se acaba de abrir. Locura intentará mostrar y demostrar que esa persona es, en realidad, un “fake”, una embaucadora, una persona que porta una máscara. Locura será la persona encargada de desenmascarar a esa persona, para que todos puedan apreciar “su verdadero rostro”. La linea que separa lo que es verdad de lo que es mentira, lo que es real de lo que es apariencia, lo que es normal de lo que es una excepción,  desaparece. 

 Lo que en su lugar surge es el fenómeno de la inversión.

Como ha podido apreciarse hasta ahora, si algo domina Locura eso es la inversión. Locura conseguirá sembrar una determinada “idea de” Ifigenia o de cualquier persona que supere a Locura vírica o que, simplemente,  la haga sentir insegura. Dicha idea irá creciendo y transmitiéndose hacia el exterior mismo. Es altamente posible que la Ifigenia de turno termine aceptando que es aquello que Locura dice: la de que Ifigenia es mala, celosa, insatisfecha y que sólo sabe hacer reproches, o sea, resentida.

La inversión puede ser de dos maneras:

Uno es el conocido bajo el tipo “espejo”. Ifigenia se queja de dolor de cabeza. Locura le confiesa que a ella también le duele; o le aconseja que se tome una aspirina, porque ella ya lleva 4 o 5, de tanto que le duele. El sentimiento que este efecto espejo provoca en Ifigenia es el de que se está quejando sin motivo. El efecto “espejo” es también el que permite a Locura proyectar sus propios defectos sobre las otras personas. Locura conseguirá hacer creer que una persona determinada es “resentida”, “celosa”, “insatisfecha”, “hipócrita”, “dura de corazón”, “fría y calculadora”. La realidad es que ella misma es quien porta todos estos atributos. En alemán esta situación se describe en una frase: “Die schärfsten Kritiker der Elche, waren früher selber welche“. La diferencia es que la oración alemana habla en pasado. En cambio,  Locura “es” lo que dice que “es” la otra.

Eso es justamente lo que se muestra en la serie de Scherlock Holmes, protagonizada por Benedict Cumberbatch. Moriarty afirma que Sherlock Holmes “es” Moriarty, porque Moriarty quiere matar a Sherlock Holmes, tanto como desea ser Scherlock. Y lo peor: demostrar la verdad, cuando Locura dirige los hilos de la acción es, ya lo aviso, prácticamente imposible.

Pero puede ser también una inversión a lo “negativo”.

a) Ifigenia ha estado haciendo un dibujo del que se siente muy orgullosa. Es posible que Locura comente ese cuadro introduciendo dudas acerca de su calidad. ¿Por qué el rojo es tan brillante? 

b) Es igualmente factible que Locura admita, en el tono descriptivo-fenomenológico- que le caracteriza que, a ella, Locura, nunca se le ha dado bien dibujar. En cualquiera de los dos casos, faltará el reconocimiento del dibujo que tanto le hubiera ilusionado a Ifigenia. Las personas normales dicen lo mismo que Locura dice, pero las personas normales introducen frases de alabanza. c) Locura alabará a Ifigenia, de manera que si Ifigenia dice que Locura no el alabado será falso. Pero el tono que usará Locura a la hora de realizar esa alabanza sonará de manera que Ifigenia reconocerá la falsedad. Aquí está el triunfo, nuevamente, de Locura. Ifigenia miente si afirma que Locura no la ha alabado, puesto que la ha alabado. Pero, caso de que Ifigenia se queje del falso tono de la alabanza de Locura, Locura se situará en la posición de “ser incomprendido” por una persona tan dura de corazón como Ifigenia que es incapaz de agradecer nada.

En cualquiera de los tres casos, la consecuencia para Ifigenia de haber mostrado a Locura ese dibujo es el de irse con un sentimiento de tristeza, de insatisfacción, de insuficiencia. En resumen: la autoestima de Ifigenia ha disminuido. Es lo que le sucedió hace poco a una amiga escritora que acababa de publicar un libro. Una buena amiga la llamó para decirle con alegría que acababa de encontrar una errata en la cubierta de su obra recién publicada. Imaginen ustedes el desasosiego de mi amiga. Imaginen ustedes también su enfado cuando aquella buena amiga le comunicó que la errata consistía en que el nombre de mi amiga, Lucía, había sido imprimido sin tilde. Por muy importante que sea la tilde, el comentario que mi amiga esperaba acerca de su libro era otro completamente distinto. Si ustedes creen que dicha actitud se debe a la falta de formas de la buena amiga, les ruego encarecidamente que empiecen, por lo menos eso, a reclamar las consabidas formas en el trato habitual. Descubrirán con horror que Locura les tildará de rígidos, de incomprensivos, de que todo lo interpretan de manera negativa, etc. Una sincera disculpa no la recibirán ustedes nunca. Y no la recibirán porque no son falta de formas, sino sobra de intenciones.

En tercer lugar, Locura, justamente porque es de tipo vírico, posee una gran flexibilidad. Ello le permite mutar el discurso con suma rapidez, dotándolo a la vez de unas grandes dosis de credibilidad, por plausible. Como se puede observar en el diálogo inferior Locura pasa en cuestión de segundos de considerar un regalo cateto, a convertirlo en un regalo dañino; de justificar su falta de alegría aludiendo a un rasgo del carácter, lo cual le exime de culpa, puesto que “cada cual es como es”. No obstante, esa inexpresividad que alude para explicarle su falta de alegría ante Ifigenia, desaparece ante otros regalos, hechos por otras personas. Aunque Ifigenia denuncie este hecho, tampoco ganará mucho. La aflicción de una afligida Locura la convertirá en “celosa” ante los ojos del mundo y, muy posiblemente, incluso de ella misma. Lo cual llevará a Ifigenia a la aceptación de la desigualdad de trato, por considerar que eso, la desigualdad de trato, es lo normal.

La diferencia entre plausible y verdad pocas veces suele ser considerada con seriedad. Se admite lo plausible como cierto por comodidad, aunque se encuentre alejado de la verdad. De hecho, la verdad, la verdadera verdad, pocas veces es plausible. De ahí que la verdad tenga tantos problemas para ser creída. ¿Un ejemplo? Hace algún tiempo tuve que permanecer más de una semana en el hospital. Jorge, el vampiro y algunos otros vinieron a visitarme. He de reconocer que, dadas mis condiciones, yo tenía tan pocas ganas de visitas como posibilidad de levantarme, ni siquiera para ir al cuarto de baño. Mi condición de bruja, sin embargo, impedía que me pasara desapercibido el gran esfuerzo que todos ellos estaban haciendo para acompañarme en aquellos momentos. Así pues, la misma noche que conseguí ir por mí misma al cuarto de baño, resolví salir del hospital. Al día siguiente le comuniqué al médico que quería marcharme. Aunque lo que yo pretendía era sonar firme, como hablar excedía a mis fuerzas, lo único que conseguí fue emitir mis pretensiones en un tono lo suficientemente rudo y contundente como para lograr asustar a ese joven doctor. Al día siguiente se detuvo frente a mi lecho para comunicarme que habría de permanecer un día más. Las fuerzas apenas me sostenían, así que asentí dejando caer suavemente mi agotada cabeza sobre la almohada. Imaginen mi sorpresa cuando dos segundos antes mis ojos se cerraran escuché susurrar al joven médico: “Pensaba que usted era violenta”.

Hasta el día de hoy mi olla de sopa y yo reímos sin descanso cada vez que recordamos aquella anécdota.

Una vez fuera de aquel hospital, tuve que acudir a otro médico que se interesó por las razones que me habían inducido a marcharme anticipadamente. Formuló su pregunta de manera inesperada, acercando su rostro al mío – para sorprenderme, supongo - y conseguir que dijera la verdad; le dijera la verdad. ¡La verdad! ¿Alguien me hubiera creído si hubiera dicho la verdad? ¿Alguien hubiera creído que yo sabía que regresar a la soledad de mi cabaña, libraba a mis amigos del sobreesfuerzo que estaban haciendo yéndome a visitar, al tiempo que imbuía a los que estaban lejos de mí del sentimiento de que todo regresaba a su habitual orden, de la creencia de que yo volvía a estar en orden? ¿Quién hubiera creído que mi única intención era que la vida de aquellos a los que yo más amaba siguiera su curso acostumbrado? Comprendan: soy una bruja.  ¿Quién hubiera creído que eso era realmente la verdad? Nadie. Absolutamente, nadie. Así que le regalé la única respuesta que yo sabía que sería aceptada: la de que tengo miedo a los hospitales y a los médicos. La actitud de aquel médico se relajó. Pareció aliviado. Su cuerpo regresó a su inicial posición. Algo quizás notó en mi mirada porque él no afirmó que mi respuesta fuera verdad. “Es plausible”- fue su sabia sentencia. Puedo imaginarme que incluso hubiera admitido como plausible si yo hubiera aludido a los gastos que mi estancia en el hospital generaba. La verdad es lo único que las estructuras mentales de aquel galeno no hubiesen podido aceptar nunca.

Espero que a estas alturas no me pregunten por qué lo sé. ¡Vamos! ¡Soy bruja!

En cuarto lugar, Locura domina desde la posición de víctima. Ya lo hemos visto en los otros apartados. Locura no sólo merma la autoestima ajena, no sólo es lo suficientemente hábil como para eximirse de cualquier responsabilidad, sino que además consigue transmitir el sentimiento de culpa y de insuficiencia a los otros. A ella, Locura, no la comprende nadie. Ella, Locura, no es aceptada por nadie. A ella, Locura, nadie le regala nunca nada. Ella, Locura, sólo recibe reproches.

Pero Locura es victimista incluso cuando recibe alabanzas en público por alguno de sus actos: “Si no he hecho nada”, dice humilde; “Si es una tontería” – asegura sonrojada.

Tengan cuidado de estas personas que afirman tales frases sin acompañarlas de un sincero: “De nada. Era lo menos que podía hacer por tí”, o de un sincero: “es importante que nos ayudemos los unos a los otros”, o algo que muestre que esa modestia reconoce no sólo que han hecho algo por ustedes, sino, y esto es esencial, que reconocen el sincero agradecimiento que envuelve su alabanza hacia aquello que han hecho para ustedes y que lo aceptan en forma de un sincero “De nada”.

Desconfíen de esa sencillez y afabilidad, desconfíen del modo en que empequeñecen sus buenas obras ante las alabanzas de los otros. Desconfíen. Desconfíen de esos que quitan importancia a lo que tanto cuesta, que es prestar ayuda al otro , sin escuchar un sincero: "De nada", pero si un "no he hecho nada". !Pero si hasta las madres se pasan la vida recordando lo mucho que han hecho por sus hijos! Con razón a veces, exagerando otras y llegando a convertirse, en algunas ocasiones, incluso en chantaje emocional. !¿Cómo pueden, pues, esos padres y madres, asegurar despues, ante extraños, repetir después,  ante extraños, que lo que han hecho por esos extraños, conocidos, no es nada, que no han hecho nada?!

En quinto lugar, el victimismo de Locura va mano a mano con su deseo de controlar, de brillar y de imponerse. La humildad de Locura es el envoltorio de su soberbia.

Como acabamos de explicar en el apartado anterior, Locura se presta solícita con otras personas. Locura contesta a los agradecimientos de estas personas, restando importancia, casi despreciando, a lo que ella, Locura, ha hecho por ellas. El veredicto social es claro: esa persona es un encanto por solícita y humilde.

Lo que, sin embargo, todas ellas ignoran es que Locura, en petit comité, describirá el dolor de esas personas de tal manera que sugestionará a los oyentes induciéndoles a ver a las personas que estaban en situaciones difíciles como seres ridículos.  Ifigenia todavía se acuerda de cómo una madre se lamentaba de que su hijo, brillante estudiante, fuera objeto de odio de uno de los profesores. Su hijo tenía grandes dolores de estómago y su madre estaba pensando en cambiarlo de instituto. Se lo comentó a Locura. Locura solícita comentó su caso con un matrimonio de profesores que, después de haber escuchado a Locura, sentenciaron al brillante estudiante como el clásico “piel fina” que no resiste nada. Ifigenia asistió asombrada a las risas que unían a Locura y a Agamenón cada vez que hablaban de ese “piel fina”. Para una persona como Ifigenia era inconcebible que dos personas pudieran reírse de un hijo, al que tan apenas conocían, después de haber consolado a la madre. Años después supo que aquel “piel fina” no lo era en absoluto. Simplemente le pasaba lo mismo que a otros muchos alumnos cuando caen en manos de profesores que en vez de apoyar a los mejores, los denigran.

El motivo por el que Locura se muestra extraordinariamente solícita con todos, para acto seguido, a puertas cerradas, reirse de las debilidades de todos aquellos a los que ayudaba, es que éstos, en realidad, no son más que instrumentos de los que Locura se sirve para afianzar su buena fama en sociedad. “Cría buena fama y échate a dormir” es la consigna de Locura.

En quinto lugar: La Locura vírica posee un poder enorme de atracción social.  Ello descansa en dos pilares. El primero es su conocimiento de la psique humana, sin poseer ningún estudio de psicología. (No cree en los psicólogos, repite en petit comité). Ello le permite ofrecer aquello que los otros desean. Locura vírica no habla mucho y deja hablar. Por otra parte, tiene el poder de discernir las corrientes de influencias en la sociedad, porque es sumamente empática.

¡Oh! no me malinterpreten, la empatía de Locura no es para ustedes. Es para ella. Locura vírica aprende y toma todo aquello que le puede resultar de provecho y ventaja.

El efecto espejo, ¿recuerdan? En sociedad el efecto espejo se convierte en el segundo pilar en el que se apoya Locura: en un efecto espejo con métodos combinatorios.  Lo que también podríamos denominar Inversión constante. 

Arriba y abajo no sólo se encuentran invertidos, es que – además – sus posiciones cambian constantemente. Si Locura dice: “Voy a buscarte”, uno nunca puede estar seguro de que eso suceda. Puede ser que sí, puede ser que no. En cualquier caso, la conclusión sería siempre la misma: si Locura virica acude es porque es formal, y si no acude, no es su culpa.

 Recuerden: se trata de una locura victimista. Afirmará que no siempre se pueden cumplir las cosas que se dicen. O sea: el recurso a la excepción y al relativismo es otro de sus instrumentos. 

La diferencia es que ese: “no siempre se pueden cumplir las cosas que se dicen”, no viene determinado por causas de fuerza mayor, sino por un simple cambio de planes, o una repentina falta de ganas.

El método combinatorio permite a Locura adoptar diversas personalidades no según la función que está realizando, - que unas veces es la de ser maestro y otras las de ser alumno, una la de ser comprador y otro vendedor, - sino según la persona ante la que se encuentre. Frente a algunos médicos es el coraje personificado; frente a otros, el dolor absoluto; la pasota; la soberbia; la desconfiada. Locura es una persona distinta no según su posición, sino según la persona que tenga frente a ella.

Desconfíen, pues, cuando alguien les hable de “descubrir el verdadero rostro”. Créanme: no hay dos rostros. No hay un rostro verdadero y uno falso. No lo hay en ninguna persona normal; en Locura, mucho menos. Es Locura la que una y otra vez predica lo del “verdadero rostro”. A continuación, ríe a mandíbula batiente. Locura mejor que nadie sabe que las personas normales no sólo llevan una máscara. Locura sabe a ciencia cierta que las personas normales llevan cientos. Y las llevan incluso cuando son auténtica porque, como hemos visto, una persona se mueve en diferentes situaciones: en una es paciente, en otra es cliente; en una ofrece servicios; en otras los solicita. Los modos de comportamiento de las personas normales varían en función de estas situaciones. En el momento en el que alguien se pregunta: “¿cómo entro a esta persona?” sufre la Locura vírica. Esa no es la pregunta adecuada. La pregunta adecuada es ¿Cómo consigo transmitir mi idea a la otra persona? ¿Cómo consigo que me entienda?” Eso implica, en efecto, la necesidad de una empatía. Pero la empatía normal es una empatía basada en el deseo que el emisor tiene de ser comprendido por el receptor, no en el deseo del emisor de imponerse sobre el receptor, que es lo que conlleva la pretensión de Locura.

Admitamos que el poder de atracción social de Locura sobre sus congéneres es digno de alabanza y reconocimiento. Especialmente cuando lo frecuente es que las personas cuerdas hayan de recluirse a sus aposentos para evitar en la medida de lo posible el malhumor de la caterva.

En sexto lugar, la Locura vírica impide la reflexión. Cada vez que Ifigenia aparecía con argumentos razonables a los que había dedicado tiempo de reflexión para ofrecer soluciones a las aporías presentadas por Locura, la respuesta de Locura era siempre la misma: ¿Todavía estás pensando en lo mismo? ¡Qué ganas de complicarte la vida y de darle vueltas a las cosas!

Con ello transmitía la idea de que Ifigenia era una persona obsesiva y neurótica. Pese a que Ifigenia es mi amiga, he de admitir que hasta cierto punto Ifigenia lo es. Y he de admitir igualmente que era necesario que Ifigenia lo fuera. Recordemos la capacidad de inversión que tiene Locura. La locura fue una espada de Damocles que se balanceó siempre sobre la cabeza de Ifigenia.

Ifigenia dedicó, hubo de dedicar,  siempre una parte de sus fuerzas a defender sus principios, sin que, al mismo tiempo, nadie pudiera considerarla loca. Entre nosotros Ifigenia siempre tuvo la consideración de muy sensata, y de muy inteligente, aunque “sui generis”. El “sui generis” consistía en ese alejamiento anímico que mostraba. El “sui generis” consistía en creerse en la obligación de aguantar cientos de estupideces, hasta que llegaba un momento en que Ifigenia se transformaba en una botella de champán que acaba de ser descorchada.

A decir verdad, no conozco otra persona que más controle cada uno de sus actos, de sus palabras, de las causas que originan cada una de sus acciones y reacciones que Ifigenia. Lamentablemente esto, a ojos de Locura y de Agamenón, no la convertían en una persona preocupada por dar cuenta de cada uno de sus actos, ni en una persona vulnerable, sino en una persona fría y calculadora. Y cuando esa persona “fría y calculadora” se desesperaba y no podía más, lo que esa persona mostraba es que estaba loca. Así de sencillo.

Hasta donde yo sé estos serían grosso modo los rasgos que caracterizan a la Locura que invade el tiempo presente.

Al carro de Locura se suben muchos. Los resentidos, los envidiosos, los confusos, los hipócritas, los que quieren descubrir conspiraciones donde sólo hay limpieza y pretenden declarar la normalidad allí donde rige el caos.

Díganme qué se hace cuando uno está dentro de una dinámica así.

La huida es el único recurso.

Pero díganme, cuándo Locura vírica invade cada rincón, cuando las fantasmagorías son potenciadas no sólo por las voces de Fuenteovejuna siempre desordenadas y alborotadas, sino también por la técnica y las tecnologías ¿adónde van los hombres cuerdos de este mundo?

La huida ¿adónde?

Esta es la pregunta que una y otra vez los hombres cuerdos de este mundo se han hecho.

¿Dónde están los refugios?

En fin, mañana me dedicaré nuevamente a los puntos; ahora tengo que atender a Ifigenia. Ambas sabemos que su caso no es el único. Ambas sabemos que hemos de enfrentarnos a una epidemia de locura vírica y que ni Erasmus, ni Chesterton pueden ayudarnos. Tampoco Arthur Miller puede. “Las brujas de Salem” es una advertencia, es una descripción de lo que puede suceder, pero en ningún caso ofrece una solución. La huida que propone Ray Bradbury en “Crónicas Marcianas” es la de la familia nuclear a otro planeta. En “Fahrenheit” el hombre ha quedado solo, a la intemperie, desprovisto de cualquier refugio familiar. Lo único que proporciona cobijo es el hallazgo de un grupo de hombres distintos, como él, con sus mismos intereses.

No crean que la llamada de Ifigenia se debe a algún asunto personal. La importancia de su llamada, aquello por lo que he debido tomar un café tras otro, no son los temas privados de su niñez, sino la gravedad del presente socio-mundial.

Hoy más que nunca es necesario activar el tercer ojo del que les hablaba: el corazón. Porque la búsqueda de la verdad difícilmente puede llevarse a cabo de forma racional, cuando hay tantas fantasmagorías que obnubilan la razón.

Pero al tercer ojo tantas fantasmagorías lo han atascado y no acierta a descubrir el camino. 

La combinación más peligrosa del Tarot es aquella en la que el Papa aparece junto al diablo.

Mañana. Ahora tengo que emplear todas mis fuerzas en la conversación con Ifigenia.

La estrella de la Bruja Ciega

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He aquí un diálogo de la locura vírica:

Ifigenia tiene diez años. Ha estado ahorrando pacientemente durante casi diez meses para hacerle un regalo a “Locura” en Navidad. No disponía de mucho dinero, así que sólo ha podido comprar algo a “Locura”. A los ojos de esa niña de diez años, la caja más grande y la más bonita que le permita adquirir su dinero es el mejor regalo. En algo tan simple es en lo que los niños suelen basar sus elecciones.  En realidad es algo en lo que las elecciones de un gran número de adultos reposan.

Locura y Agamenón conversan a solas. Lo que Locura vírica denomina: "en confianza". Este "a solas en confianza " ofrece al interlocutor la impresión de cercanía a Locura vírica.  Olvídenlo. Este "a solas en confianza " o es una forma de sugestión o es "un pacto de silencio ". En ambos casos la beneficiada es Locura vírica.  Si ustedes le confían algo a Locura vírica tanto"el solas en confianza" como "el pacto de silencio " porque "los trapos se limpian en casa" carecen de validez.

Locura virica, con voz lastimera: - Ifigenia me ha comprado un regalo. No sé para qué lo hace, ni qué quiere demostrar con ello. Qué ganas de gastar dinero.

Agamenón: - Siempre con ganas de estar en el centro. No he visto una persona más absorbente que Ifigenia. Siempre queriendo darse importancia y parecer mejor que los demás.

Locura virica conciliante: - No, no lo digo por eso, es que en realidad se ha gastado dinero en esta caja que ahora no sé qué hacer con ella, un perfume que no me va, un pañuelo que ya ves, y una barra de labios que no es mi tono.

Agamenón, pensando lo amable y condescendiente que es Locura vírica: Una catetada. Es que ni siquiera tiene gusto.

Como ustedes ven, “Locura” no ha dicho nada inapropiado. Al contrario: se ha lamentado de que Ifigenia gaste dinero en ella. Falta, sin embargo, la alegría que alguien siente cuando se es agasajado por una persona a la que se ama. Falta el reconocimiento. En su lugar se vislumbra un pequeño reproche, que introduce la sugestión emocional a partir de las aparentemente sentencias neutrales de “Locura”.

Los términos “catetada”, “falta de gusto”, “gastar dinero en tonterías”, no tarda en llegar a oídos de Ifigenia niña.  La “fuerza de la vida” de su niñez le permite a Ifigenia hablar con claridad con Locura.

Ifigenia: Es que no tenía mucho dinero. Es lo más grande que me han dado por eso.

“Locura virica”, corrigiendo con un leve tono de reproche "¿cómo puedes pensar eso de mi Ifigenia? responde muy dignamente:  Yo no he dicho que fuera cateto. Es que mis labios son muy delicados y la barra de labios me produce granitos.

Ifigenia acaba de cometer dos errores: El primero hablar con claridad, el segundo aceptar, interiorizar, las dos críticas: la posibilidad de que sea un regalo cateto, porque aunque no lo ha dicho Locura vírica es un calificativo que ha sonado con fuerza, un regalo dañino para Locura. Un tercer elemento surge: Ifigenia se reprocha a sí misma haber creído que  el calificativo"cateto" venía de Locura, por más que recuerde las risas  de Locura cuando este término aparece.

Puesto que Ifigenia sabe que “Locura” ama la cocina, Ifigenia al año siguiente regala a “Locura” una olla de cocina. “Locura” llora porque sólo le regalan utensilios de cocina.

A lo largo de los años los regalos de Ifigenia a Locura vírica van cambiando en función de lo que Ifigenia piensa que a Locura vírica le puede agradar. Ifigenia hubo de comprar a Locura vírica un perfume caro, del que Locura vírica decia que amaba, dos veces. Recuerden: a no es a. Dos veces nunca son dos veces. Locura rechazó el perfume de Ifigenia la primera vez porque a pesar de ser de la misma marca y del mismo número,  no se trataba del perfume auténtico, sino sólo de la colonia. Más tarde rechazó un bolso de piel auténtica por el color. En definitiva: Ifigenia no consiguió agradar  Locura vírica ni con su aspecto exterior,  ni con su comportamiento ni con sus regalos. 

Lo que Ifigenia ignoraba es que agradar a Locura vírica ers, por definición, aquello que, a ella, Ifigenia, le estaba vedado. A ella y a todas las personas de este mundo,  excepto si se trata de la "persona obsesión " de Locura vírica. 

Con excepción de esta "persona obsesión", la Locura vírica es siempre una Locura insatisfecha que nunca está contenta con lo que hacen por ella las personas que la aman. 

Locura desprecia a las personas que la aman, salvo si se trata de la "persona obsesión".

Llegó un momento, no obstante, en el que la frustración de Ifigenia por no acertar con los regalos y regida como está por la “fuerza de la vida”, a la que Erasmus se refiere,  volvió a hablar a solas con Locura.

Ifigenia: No te gusta nada de lo que te regalo. Estoy hasta la coronilla.

Locura: Yo nada digo. Tú te lo dices todo.

Ifigenia. Apartas todos los regalos; no dices nada; ninguna muestra de alegría.

Locura: Lo que pasa es que soy poco expresiva.

Ifigenia: Mis amigas siempre dicen lo contentos que se ponen los demás cuando les hacen regalos.

Locura, en tono victimista: Siempre estás descontenta, Ifigenia. Siempre insatisfecha. ¡Qué pena que estés rodeada de personas tan malas! ¡Qué mala suerte has tenido! (Locura vírica se refiere a Agamenón y a Locura vírica).

Locura a Agamenón, con tono compungido y triste: No lo hemos sabido hacer, Agamenón. Sólo recibo reproches.

Agamenón: Ifigenia es hija del Demonio; una mala pécora.

Locura suspira doliente y calla mostrando la resignación del inocente.

Ifigenia se siente culpable.  Muy culpable. 

Locura repite una y otra vez a todos los que la quieran escuchar que “a ella nunca nadie le ha regalado nada”.

Ifigenia lo escucha hasta que un día salta enfadada y dice: “Yo sí te regalo”.

Locura contesta tranquilamente “Tú la única”.

Para a continuación seguir con el mantra-letanía a todo el que quiere escucharlo “A mí nunca nadie me ha regalado nada”.

Ifigenia llega a la conclusión que ese “Tú la única” equivale a “nadie”. Ifigenia la única es Ifigenia la nadie. Y en efecto: el desprecio y el ninguneo a Ifigenia irá "in crescendo " conforme la paciencia de Ifigenia crece y los años transcurren.

Tres días más tarde Locura virica aparece luciendo orgullosa el regalo que le ha hecho Medusa.

Se lo enseña con orgullo a Agamenón, a Ifigenia y a todos los que la rodean.

Medusa es una y por una "alguien ". No es una "persona obsesión " pero es una "una" y por "una", alguien. "Alguien " es, ante los ojos de Locura vírica, sinónimo de "aliado ".

Ifigenia se siente mal, no por la alegría de Locura, como cree Locura virica, que es, en realidad,  la que piensa mal de todos excepto de la "persona obsesión " por aquello de "piensa mal y acertarás y aun así te engañarán", sino porque ella, Ifigenia,  no ha acertado en veinte años a hacer feliz a Locura vírica y, en cambio, una extraña lo ha conseguido a la primera.

Lo que Locura vírica,  en cambio,  interpreta, dadas sus estructuras mentales,  es que Ifigenia está celosa de su alegría y de la extraña que ha logrado ponerla contenta.

Ifigenia seguirá intentando agradar a Locura.

 En vano, claro.

Llegará un momento en el que Locura, segura de sí misma, hará uso de la difamación. Entramos aquí en el mundo de las brujas de Salem de Arthur Miller .

Lo hará a su modo y manera, claro.

Locura cuando habla por teléfono con Ifigenia: ¡Soy un monstruo, soy un monstruo!

Ifigenia, al otro lado del teléfono, sin entender nada y comprensiva: ¡No, No lo eres! ¡Eres estupenda! ¡Tienes que quererte!

Pregúntense por qué Ifigenia le grita desesperada a Locura vírica que tiene que quererse. Sí.  Ustedes lo saben: una persona que no acepta las alabanzas de los demás,  es una persona que tiende a criticarse a sí misma. Locura vírica se critica a sí misma constantemente.  Ella, Locura vírica,  dice Locura vírica, no hace nada bien.  Ella, Locura vírica,  hace todo mal.  A ella, a Locura vírica,  todo le sale mal. A ella, dice Locura vírica cuando escucha expresiones de amor, no la quiere nadie, nadie la necesita porque "San Preciso se murió ".

Sí.  Locura vírica se expresa con frases fórmulas, con frases slogan.  Locura vírica es influencer y marketing. 

 Pero ¿cómo es posible unir esto con lo que también hemos dicho anteriormente: que  Locura vírica es alguien que no acepta ni consejos ni críticas, ni mucho menos la culpa?

Cómo puede aceptarse la constante autocritica, la continuada autoanulación de Locura vírica al mismo tiempo que se acepta que cuando Locura vírica dice "me he equivocado ", lo que está diciendo en realidad es "no me han salido bien las cosas"?

Por lo que también ya hemos explicado anteriormente: porque Locura consigue sugestionar y consigue que las personas normales de su alrededor le digan sobre ella lo contrario de lo que ella dice de sí misma. Más aún consigue que las personas normales "le regalen los oídos ", la alimenten como se alimenta a la masa madre del pan para que pueda seguir haciendo buen pan: el de Locura vírica-se entiende. 

Las personas que escuchan a Locura hablar por teléfono con esa angustia piensan que Ifigenia, al otro lado de la línea y a la que no pueden, en efecto,  escuchar, es, en efecto una mala pécora, una hija del diablo.

Ifigenia rompe por un tiempo sus lazos con Locura vírica. No son tiempos fáciles para Ifigenia.  La desesperacióndel que no entiende nada, se une a la desesperación del que entiende demasiado y no quiere entender.  Y a esta desesperación se une la desesperación del que quiere arreglar las cosas y no sabe cómo. Y a todas estas desesperaciones se une la de aquel que descubre con horror que quien le ha quitado la fama en sociedad, aquella que la ha asesinado en sociedad, es una de las personas a  que más ha amado, por la que más se ha desvivido. 

Ifigenia rompe. Pero el dolor la destroza.No obstante, hemos de recordar que a Ifigenia la rige “la fuerza de la vida” y regresa. Como de costumbre llega con el deseo de ser aceptada y nuevamente porta regalos a Locura y a los otros.

Locura la recibe fríamente. Como el rey que recibe al desertor arrepentido. 

Locura, con desprecio: Te habrá costado un ojo de la cara

Ifigenia calla.

Locura, con desprecio: Te habrá costado un ojo de la cara.

Ifigenia calla.

Locura, con desprecio: Te habrá costado un ojo de la cara.

Ifigenia, frío enfado: No me ha costado un ojo de la cara, pero es un buen regalo.

Locura: Siempre pensando mal. No quería que te gastaras mucho dinero.

Sus palabras no coinciden con sus actos. 

Locura ignora los regalos que ha llevado Ifigenia a los otros, pero empieza a preguntar a la otra persona qué necesita.

La otra: Ropa.

Ifigenia muestra el regalo que le ha llevado que es, precisamente, ropa

Locura y la otra no prestan atención.

Locura: entonces lo mejor dinero. Le diré a mi amiga que te regale 50 euros porque hay confianza.

La otra, un tanto extrañada repite lentamente: hay confianza.

Así abandona Ifigenia la escena: Jurando que aquellos son los últimos regalos que va a hacer en toda su vida.

Ifigenia tiene a esta altura de la vida más de 40 años, más de 50 años.

La fuerza de la vida va siendo sustituida por una profunda tristeza que muchos llaman la amargura del justo.

Meses después recibe la llamada de una pariente por teléfono. La pariente, está de vacaciones en casa de Locura, que ha llegado cargada a su vez con regalos. La pariente le comunica a Ifigenia lo contenta que está Locura por los regalos que Ifigenia le ha hecho. Que están todos que no salen de entusiasmo por los regalos que Ifigenia llevó. Ifigenia sabe que quien habla por la boca de la Pariente son las palabras de Locura. Ifigenia no entiende nada. Por una vez en su vida contesta de la forma más pasivo agresiva que se le ocurre.

 Nota

Ustedes pueden leer este pasaje como un relato personal: el de Ifigenia. 

Pueden incluso recriminar a Ifigenia su estupidez.

Pero créanme: su estupidez sólo es posible distinguirla desde afuera de la esfera. Dentro ustedes y yo estamos atrapados en la dinámica de Locura vírica. 

Por eso, Locura vírica no es una anécdota que se reduce a una cuestión personal: la de Ifigenia. 

Locura vírica es la dinámica que impregna nuestros días. Estamos dentro de la esfera. En una dinámica que se caracteriza por ser postmoderna y por pedir - no el cielo aquí y ahora, que era lo tradicional - sino el nirvana aquí y ahora.

Mis disculpas por las numerosas correcciones. Debería corregir antes de publicar. No lo hago. Mis artículos exigen una reflexión anterior y una estructuración durante la elaboración. Dicha elaboración  se produce a la velocidad del pensamiento. Lo cual requiere de una corrección posterior en el plano gramatical. Pero,  al mismo tiempo dicha revisión activa nuevas ideas y perspectivas que deseo introducir. 

Comprendan: éste que ven aqui es un blog sin otra pretensión que la de poner en orden mis ideas.  Nadie me obligaa ello, nada gano con ello. La honestidad y la reflexión son tan obligadas como libres.

Mis saludos y recuerdos, en especial,  a un lector o lectora .

Cosas mías, ya saben. 

La estrella de la Bruja Ciega