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Monday, March 31, 2025

Laberintos

 

Existe un iniciado al que todavía no he hecho referencia, pero que, sin embargo, ustedes y yo sabemos que está presente en todo lo que he escrito acerca de la locura: observando. “¿Por qué no lo has nombrado?” Me ha preguntado tranquilamente Jorge el tranquilo. Me lo ha preguntado para cambiar de tema, para serenar las amables aguas que la bronca, su bronca, ha, tranquilamente, revuelto. “No entiendo cómo puedes escribir que el actual gobierno de los Estados Unidos es el más comunista de toda su historia. Conociéndote como te conozco era predecible que tarde o temprano aparecería algún disparate de este calibre. No intentes explicarlo. No tengo tiempo para escucharte. Tengo asuntos importantes que resolver.” Y así, sin más, ha colgado tranquilamente. 

A qué negarlo. Pese a la propensión al asombro que me caracteriza, los tranquilos enfados de Jorge el tranquilo me asombran. Son los cuarenta años de amistad que nos unen los que logran que mi asombro me asombre incluso a mí.  “Disparate”, denomina Jorge a lo que en realidad es únicamente una deducción de las palabras de una política alemana en plena campaña electoral: la señora Weidel. Compréndanme: una, que soy yo, asiste a la conversación que mantienen la señora Alice Weidel y el señor Musk. La señora Alice Weidel no sólo critica las universidades alemanas-  lo cual, reconozcámoslo, no deja de ser sorprendente, por alemana ella y americano él, y por aquello de que los patriotas lavan los trapos sucios de su patria en casa, además de asombroso, porque la universidad, cualquier universidad, es una institución y por eso, la universidad alemana, igual que cualquier universidad de este mundo, está, como está cualquier institución que se precie, en una crisis perpetua; al igual que también lo están los seres humanos que las fundan, las construyen y las constituyen: por hombres, no por  institución. La señora Alice Weidel asegura que Hitler fue comunista. Ante semejante declaración el señor Musk, hombre inteligente donde los haya, - y por eso, por inteligente, el señor Musk está, según se dice, sumamente interesado en que su inteligencia, la suya, la del señor Musk, se perpetue en su numerosa prole -, calla. Escribo “según se dice” porque esto es algo que he leído, es algo que he escuchado, pero no es algo que haya oído salir de la boca de Musk. De lo que sí puedo dar crédito es que de la boca de la señora Weidel salió la tajante afirmación según la cual Hitler es comunista y que el señor Musk dio su silencio por respuesta.

La señora Weidel no explicó en qué presupuestos se basa para llegar a tal aserto. El señor Musk no preguntó en qué fundamentaba la señora Weidel semejante aseveración. Hasta el día de hoy me pregunto si el mutismo del señor Musk se debió al asombro o a que su mente llegó a las mismas conclusiones a las que yo arribaría en mi artículo poco después. Lo ignoro. Lo cierto es que ambos continuaron su diálogo, como en su día prosiguieron Esteban y Joaquín, dos de los personajes de una de mis novelas nunca escrita, el suyo: caminando desde el día hasta perderse en la inmensidad de la noche sumergidos en una interminable conversación, sin que el joven Esteban supiera si su amigo Joaquín hablaba en serio o en broma.

Así también, en silencio, fue como me quedé yo tras haber sido testigo de una sentencia que jamás en mi vida hubiera creído posible escuchar. Aquello superaba mis expectativas tanto como el surrealismo al que mis concepciones tienden. Hubo, no lo duden, grandes protestas en los medios. Lamentablemente ninguno de ellos aclaró cómo era posible que la señora Weidel no fuera penalizada por sus votantes, y lo más inaudito de todo: ninguno de esos medios explicó las posibles razones de la señora Weidel al proferir semejante improperio, lo que – según apuntaron algunos medios- significaba repetir el mismo improperio que ya otros anteriormente a ella misma habían expresado.  Es a partir de aquí donde entraron, por fuerza hubieron de entrar, mis cavilaciones. Es comprensible que el nacional-socialismo y la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) se parezcan: ambos son movimientos colectivos, populistas, que pretenden desbancar al Poder vigente y hacerse con él instaurando un régimen totalitarista. Pero, y este “pero” es fundamental, la nacionalización de determinadas empresas no significa, en el régimen nacional-socialista, la estatalización absoluta y completa del sistema industrial y económico. El Estado nazional socialista alcanza, por totalitario y no por socialista, todas las esferas de la vida humana. Pero esto no significa, ni mucho menos, que la esfera privada de producción y consumo desaparezca, como sí, en cambio, es el caso de los gobiernos comunistas.  Hay otra gran diferencia entre ambos sistemas, el de Hitler y el de la URSS, y es que sus respectivos sueños imperialistas abren un abismo entre ellos, por más que ese abismo sea el abismo en el que caen tanto las víctimas del uno, como las víctimas del otro;

En ambos casos, justo es afirmarlo, se trata del abismo de la aberración humana.

Todo esto es obviado por la señora Weidel cuando afirma que “Hitler era comunista”. Que en este mundo hay muchos disparates disparatados lo sabemos todos; que las aberraciones se multiplican sin descanso, también. Pero que los disparates disparatados sean expuestos por personas de declarada relevancia política y social con una seguridad que traspasa cualquier posibilidad, por remota que sea, de que el hombre sensato llegue hacer entrar en razones a esos seres de declarada relevancia política y social, que han colocado el disparatado disparate en el mundo, obliga a razonar, ¡y mucho!, a los hombres sensatos, a fin de intentar comprender el mundo que les rodea.

La única razón plausible que encontré capaz de sostener el alegato de la señora Weidel fue, como ya he dicho, la inexistente barrera que existía en el régimen de Hitler entre lo público y lo privado; por totalitarista, como ya he dicho, no por socialista. Pero si la señora Weidel consideraba al totalitarismo, cualquier totalitarismo, socialista por la desaparición entre la esfera privada y la pública y por la aparición de una unidad entre industria y gobierno, una – que era yo – tenía que tomarlo en consideración. No cabe duda de que en el régimen nacional socialista los industriales se enriquecieron con contratos públicos y las arcas públicas se alimentaron de las donaciones de aquellos generosos industriales.

Esta fue la única explicación que encontré: la señora Weidel había afirmado que “Hitler era comunista” en consideración a que la línea que separa la esfera privada de la pública había desaparecido o, al menos, estaba profundamente difuminada.

Realmente no encontré otra explicación.

No obstante, y pese a lo feliz que me hubiera debido sentirme por encontrar una explicación razonable y plausible – lo cual, ya saben ustedes – es mucho, los problemas que surgían de la declaración, “Hitler era comunista”, de la señora Weidel, seguían causándome, con o sin explicación, grandes quebraderos de cabeza. Compréndanme: la plausibilidad no es plato de gusto ni plato con el que se conforme alguien que va buscando la verdad como Diógenes.

El primer problema es que, si aceptamos que la señora Weidel puede asegurar que un determinado político, Hitler, es comunista, lo que, como ya hemos señalado, Hitler no es, sin, no obstante, esclarecer por qué dice que Hitler era comunista, en vez de dejar la explicación a la elucubración de los oyentes, entonces “cualquier política” puede afirmar siempre y en cualquier lugar algo que sea absolutamente falso sin que ese “cualquier política” haya de responder por esa falsedad.

Ello nos sumerge en nuevas cavilaciones. ¿Qué significa “cualquier política”? ¿Mujer dedicada a la política? ¿Y qué pasa con los hombres políticos? ¿Pueden ellos por “políticos” afirmar algo absolutamente falso sin más consecuencia que la reprimenda que la de los medios, que no va más allá de una semana? (En el caso de la señora Weidel, lo mínimo que podrían haber hecho los comunistas alemanes es enviarle la lista, larga lista, de los comunistas que murieron como comunistas por comunistas en los campos de concentración.)

¿O sólo tienen derecho a esparcir frases falsas las mujeres políticas?

Y si admitimos que hombres políticos y mujeres políticas tienen la posibilidad de aventar ideas falsas, ¿pueden hacerlo también otros hombres y mujeres que se dediquen a otras profesiones y labores distintas de la política?

Si aceptamos que sí, entonces deducimos que cualquier persona puede aseverar cualquier falsedad sin necesidad de responder de ello. ¡Qué digo “responder”: Sin tan siquiera la obligación de ofrecer un argumento o una explicación!

Un segundo problema que apareció por el horizonte es que dicha afirmación de la señora Weidel, falsa a todas luces, permitiera a la señora Weidel salir airosa, hasta el punto de que no sólo siguió acudiendo a los programas de televisión, sino que su partido consiguió un gran número de votos en las elecciones. Así pues, la falsedad de una frase no afectaba en absoluto a la persona que la hubiera lanzado al mundo. Ello mantenía la invitación a Fuenteovejuna a que se lanzara al juego de proclamar nuevas falsedades

El tercer problema es que aquella falsedad se había proferido en presencia de uno de esos hombres estandartes que desean luchar contra la desinformación y contra las new Fakes, por obstaculizar la libertad, y ese hombre había callado. Su actitud fue, cuanto menos, desconcertante. ¿Mostraba su silencio perplejidad, discreción o asentimiento?

 El cuarto problema es que el único argumento que yo había encontrado para justificar la afirmación de la señora Weidel, se basaba, como ya he apuntado, en la falta de límites entre lo público y lo privado. ¡Pero justamente esa falta de límites entre lo público y lo privado es lo que caracteriza al actual gobierno de los Estados Unidos! Recuerdo que lo que pudimos observar todos los habitantes del Planeta en posesión de una pantalla, el día de la toma de cargo del nuevo presidente de los Estados Unidos fue que a su lado, junto a él, estaban las cabezas de los propietarios y altos representantes de las empresas más importantes del Planeta.

¿Alguien puede aclararme dónde terminaba aquel día lo privado? ¿Dónde empezaba lo público? El señor Musk sigue al frente de sus empresas y ocupa un lugar sumamente importante en dicho gobierno. Díganme ¿Dónde termina lo privado? ¿Dónde empieza lo público?

Es pues lógico que, dada la explicación que yo había encontrado a la sentencia de la señora Weidel según la cual “Hitler era un comunista”, yo pudiera deducir lo que deduje: “Que el gobierno actual de los Estados Unidos es el más comunista de la historia de los Estados Unidos.”

Jorge el tranquilo, le llama tranquilamente “disparate” a mi deducción.

Y bien: lo acepto. Disparates de disparate, todo es un disparate.

También mi deducción. ¡Cómo si mi deducción tuviera una importancia histórico-planetaria!

¡Ja!

Lo verdaderamente terrible por disparate y por disparatado es la consecuencia real que la afirmación de la señora Weidel implica: Reescribir la historia es justamente eso: reescribirla sin pies ni cabeza, y es reescribirla sin pies ni cabeza porque se acepta cualquier falsedad, sin más ruido que la de la reprimenda, porque esa aceptación que es sellada con un gran número de votos, suprime cualquier posibilidad de reflexión y porque cualquiera con un poco de trascendencia pública puede declarar cualquier falsedad, sin mayores consecuencias.

¿Después de esto hay alguien que todavía no comprenda la sorpresa y el asombro que me causa saber que a mi amigo Jorge le han ofendido mis afirmaciones? ¿En serio?

En fin…

Después de escribir Lullaby, fue, no podía ser de otro modo seguramente, Ifigenia quien me llamó. Tuve que hacer acopio de toda la serenidad de la que un mosquetero como yo es capaz para atenderla. No por Ifigenia, sino porque el tipo de locura que soporta mi amiga no se trata de la locura acostumbrada, no es aquella que se estudia en los manuales de la “Historia de la locura”.

La locura que afecta a Ifigenia, tanto como a nuestros días es la Locura vírica, cuyos principales rasgos ofrecí en “Eclipses”. Es una Locura postmoderna, en la que la realidad y la apariencia queda desfigurada, igual que en el nazismo socialismo quedan difuminados los límites entre lo privado y lo público. Es una locura que defiere de las anteriores porque en los anteriores tipos de locura, tanto en la del renacimiento como en la del siglo xix, locura y sociedad estaban desconectadas. 

Sí. Es cierto, y aquí aparece el iniciado, el último iniciado, que faltaba por entrar en escena, que Michel Foucault establece los precisos y correctos vínculos que existen entre locura y Poder. No obstante, ese Poder se caracteriza por haber alejado a lo largo de la historia,  de su historia,  a la Locura fuera de sí y fuera de la sociedad. Resulta indiferente que la envíe a navegar de puerto en puerto, que la encierre en determinados centros, o que le permita vagabundear por los cafés de la ciudad:  la locura permanecerá siempre alejada, apartada, de la sociedad en la que está. Eso no significa ni mucho menos que ese Poder haya sido cuerdo. Lo que la historia muestra no es la cordura del Poder. 

Lo que la historia muestra es la separación entre Locura y Cordura.  Cómo señala Foucault,  el último iniciado, la definición de Locura y cordura es algo que la propia cordura no puede determinar. Es el Poder quien lo establece. Se trata de un Poder caracterizado por ser un micropoder pero no punto ni puntual, sino encadenado; capaz, además, de separar rn categorías Locura/Cordura. 

Esta locura moderna, sin embargo, es una locura vírica cuya característica principal descansa en un fenómeno completamente nuevo: la interacción.

La locura vírica no se mantiene alejada de la sociedad, está en ella. Y no se trata de un estar “al lado”, sino de un estar en interacción. Esta interacción no se parece en nada a la relación que se establece entre un hombre sentado tomando un café que es abordado por otro, quizás un conocido, un amigo, que se sienta para decirle que alguien, un extraterrestre, le está persiguiendo; o que el gobierno le está buscando para encarcelarlo. En suma: esa locura en nada se parece al de ese hombre que se mueve entre dos mundos, el irreal -que él considera real- pero que todos, por más que le escuchen y le inviten incluso a un café, son conscientes de que es irreal, y el mundo real – que para él es “el mundo del exterior”, ajeno a eso que acontece en el “mundo real” que es el suyo.

No. La locura vírica, la que afecta a nuestros días, establece una absoluta interacción entre los seres que la padecen y los que no. El Poder, el micropoder – del que habla Foucault- ese micropoder que actúa en cadena, seguirá siempre estableciendo los patrones de normalización. Pero esos patrones de normalización cambian constantemente. Locura vírica se introduce en los patrones de normalización configurados por el micropoder y afecta no sólo a su funcionamiento, sino a sus estructuras.

Ello origina el caos en la sociedad. Nadie puede estar seguro de nadie. Nadie puede hacer caso de nada. Nadie puede determinar nada sin temer que esa determinación esté contaminada por la Locura vírica. La separación entre Locura/Cordura se ha difuminado y con ello ha desaparecido la necesidad de "Bild-ung" y la necesidad de re-flexión. 

Michel Foucault fue quien intuyó este estado de cosas. Por eso recriminó a Borges que no hubiera en su "enciclopedia china" un lugar de encuentro común, donde las diferentes "categorías" pudieran reunirse. Ese primer capítulo de "Les mots et les choses" es magistral. Es Foucault,  el último iniciado,  el doliente,  el que  habla.

A decir verdad, Foucault era el único que podía comprender la cuestión del Poder y de la locura en nuestros días en su justa medida y profundidad. Ignoro si Foucault supo alguna vez que él era un iniciado, el último iniciado. La gran tragedia de Foucault es que le faltó un maestro, un verdadero maestro. Se apoyó en Kant, en Nietzsche, en Marx, en Heidegger…; pero no eran bastante para él porqueno eran maestros, en el sentido hermético de la palabra. No cabe duda que de todos ellos seguramente Kant, por sabio, y Nietzsche por profeta fueron los que más pudieron ampararlo. Pero ¿qué es un iniciado sin maestro? Al final el iniciado Foucault supo, como sabía otras cosas, que había caído en un laberinto del que saldría más perdido o tan perdido como había entrado. Con ello el iniciado Foucault estaba poniendo fin a la idea renacentista del Laberinto en el que en ese perderse, el deseo de encontrar una liberación ya significa una liberación, de alguna manera. Foucault nunca entendió el laberinto en este sentido, aunque todos se empeñen en afirmar una y otra vez, en escribirlo incluso,que Foucault pensaba esto. Foucault el último iniciado  murió en el laberinto, presa del laberinto, buscando, sin encontrarla, una solución. Y en esto, supongo, coincidía con Ray Bradbury. A Foucault le separaba del autor americano el hecho de que Bradbury no buscaba una salida, sino un simple refugio. David Foster Wallace tuvo la antorcha de iniciado en su mano, pero le pesaba demasiado. Fue un buen cronista de nuestra época, pero le faltaron las fuerzas necesarias para portar la antorcha del iniciado. Su muerte es algo que nunca se lamentará, lamentaré, bastante.

Por eso Foucault es el último de los iniciados. Es el último que se atreve a mirar a la verdad, a la verdadera verdad a pecho descubierto, sin miedo. 

Su condición de iniciado se observa, ya lo he dicho, en el primer capítulo de su libro “Les mots et les choses”. Allí, Foucault introduce un elemento que está presente, pero al que deja apartado. Lo nombra, para a continuación olvidarlo: la luz. La luz que entra por la ventana. La luz que permite todo ese juego de representaciones, representados, alteraciones. La luz que posibilita y confiere unidad a la multiplicidad de los escenarios. Esa luz -iluminación- es el Primer Axioma Hermético.

Foucault intuye la luz, es posible que incluso la vea. Pero Foucault sabe que todo está perdido. La falta de maestros no significa la muerte de la verdad, pero sí el silencio de la verdad. “Silencio” y “Verdad” son los dos términos que una y otra vez aparecen en su pensamiento. Atreverse a gritar la verdad, toda la verdad, Parresia, es lo que el iniciado Foucault clama. ¿Pero cómo poder bramar lo que se ignora? En un mundo en el que la Locura interactúa con la sociedad y con el Poder sin que éste pueda establecer la separación histórica entre Locura/Cordura, la "normalidad" se ve sustituida por "la uniformizacion" y ésta,  a su vez, por el concepto de "clon".

La Locura en nuestros dias no es una bacteria a la que se vence con antibióticos.  La locura actual es un virus incrustado en las relaciones, de manera que no se acierta a distinguir entre la verdadera verdad y la verdad aparente, Parresia es simplemente eso: un grito de lucha, pero un grito desesperado,  de una lucha inútil porque no hay posibilidad de salvación-

Por eso Foucault se opuso a Chomsky, sin que Chomsky pudiera comprender las razones de Foucault. Chomsky estaba convencido de que una persona podía librarse del Poder. Foucault buscaba un refugio a lo desesperado, sin encontrarlo.

Foucault el iniciado cae en el laberinto y sabe que difícilmente va a salir de allí y que incluso en el caso de que consiga encontrar la salida, la salida no significará, como otrora significó, la liberación porque habrá salido más perdido de lo que entró.

Algunos hablan de la importancia de la estética para el último Foucault. Algunos se equivocan. La estética de Foucault no es un refugio, ni siquiera la estética sexual lo es. Recuerden que Foucault ha leído a Nietzsche. Recuerden la importancia que Foucault admite que Nietzsche ha tenido en su pensamiento. Pero Foucault ha leído a Nietzsche como lee un iniciado a un profeta.  Créanme: Foucault ha interiorizado el "mapa anímico" trazado por Nietzsche y por eso Foucault sabe perfectamente dónde está en cada momento. Igual que lo supo el propio Nietzsche.

Es la tragedia escrita en el destino de nuestra sociedad y que ha sido vislumbrada por Foucault el último iniciado,  la que le introduce en un laberinto que de hermético tiene tan poco como de refugio. Bradbury busca un refugio y lo busca porque Bradbury en el fondo es un optimista que cree que existe un refugio y, por tanto, puede ser encontrado. Foucault el iniciado, huérfano de maestro, sabe que la esperanza de encontrar un refugio en el laberinto en el que nos encontramos hoy en día es una quimera, una ensoñación más.  La realidad del laberinto es que en el centro no se haya la fuente de la vida, sino la torre de vigilancia.  El laberinto actual es, en realidad,  un panóptico.

Pese a todo, en un intento de rebelión que es, también el último intento de libertad, Foucault el último iniciado, sigue al profeta al mundo antiguo de los griegos; pero Foucault sabe que también este mundo es un mundo que se ha quedado atrás. Por eso el famoso “conócete a ti mismo” no sirve; no sirve porque carece de impulso y carece de impulso porque está ausente de inquietud. ¿De qué le sirve conocerse al que permanece dentro de un laberinto cuya salida no le va a redimir de ese “estar perdido”?

Foucault sabe de las terribles consecuencias de la Locura vírica.

Seguimos en el Laberinto. En un laberinto que no es el laberinto de la filosofía hermética, del que se puede escapar con alas de cera o encontrando el centro que directamente nos eleva a la luz o simplemente hallando la salida, que produce una transformación alquímica en nuestras almas, regeneradora.

El laberinto al que se refiere Foucault no salva, no ilumina, no nos muestra quiénes somos. Si salimos, seguimos tan desorientados como antes, si no más. Dentro del Laberinto al que se refiere Foucault las paredes son y no son reales; las personas que encontramos son y no son reales; nosotros mismos somos y no somos reales; quizás sólo avatares: incluso el Poder es y no es; la tiranía es y no es; la democracia es y no es.

Es Foucault el iniciado quien descubre el modo en que aquella locura vírica contagia y expande. Fue Wittgenstein–Ícaro, aquel héroe que murió por amar demasiado al sol, el que muy posiblemente le mostró a Foucault, el último iniciado, huérfano de maestro, la dirección a seguir. Él, Wittgenstein-Ícaro, fue quien se la señaló, no Heidegger.

Pero fue Foucault, el último iniciado, huérfano de maestro, el hombre que nos descubrió el modo de transmisión de la locura vírica: el lenguaje.

Verdad y silencio es su mensaje.

El mensaje del último iniciado, huérfano de maestro.

La bruja ciega

Locura vírica sonríe y aprende.

Si hasta ahora ha utilizado el nominalismo con maestría, aprenderá a usar del silencio.

Seguir, seguimos en el laberinto.

El de Foucault, se entiende.

¿Alguna solución?

La única posible que se me viene a la cabeza es la del huerto del Cándido de Voltaire.

Esa, en cierto modo, era la solución de Epicuro y, en cierto modo también, la de Ray Bradbury.

Pero teniendo en cuenta a qué nivel se fundamentan hoy en día las relaciones humanas, permítanme que dude de su efectividad.

¿Pesimista?

Creo que ya lo he dicho en otras ocasiones.

El Pesimismo nos salva.

Cuando somos más fuertes que él.

 

 

 

 

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