Suena el teléfono. Ustedes seguramente piensan que debe ser una de las
llamadas de Jorge, el tranquilo. Yo, desde luego, estoy convencida de que sin duda se trata de Jorge el tranquilo quien me llama hasta que descuelgo el teléfono y escucho una voz conocida, que, para mi sorpresa, no coincide con la de Jorge. Comprendan mi
asombro: Jorge, el tranquilo, ama a su mujer, ama a sus hijos, ama a su
trabajo, pero su diversión favorita consiste en discutir conmigo. Dadas las
circunstancias en el que el mundo se encuentra, lo que esperaba escuchar al otro lado de la línea era el habitual tranquilo tono con el que Jorge inicia y
mantiene el combate. Esa es su particular forma de descargar su energía negativa al
tiempo que reactiva su espíritu. ¿Maltratador psicológico? !No me fastidien! Jorge
el tranquilo y yo somos dos mosqueteros. Las veces que he sucumbido a sus
envestidas, touché, ha sido por falta de entrenamiento, por enfermedad o
por estar enfrascada en temas que requieren toda mi concentración; pero, desde
luego, no por maltratada.
“Hola”, saludo, “Mucho tiempo sin saber de tí. ¿Estás
bien?"
Mi llamada se llama Ifigenia. Ifigenia, la hija a la que su padre sacrificó para que el barco llegara a su puerto. Mantener una conversación con ella
requiere de nervios de acero en el alma, así que le pido, casi suplico, que me
conceda un poco de tiempo. “Te llamo en una hora”, le digo antes de colgar.
Acto seguido me sirvo un café, al que seguirá otro; y otro; y otro.
Eclipses aquí, eclipses allá; un mundo
sin Dios, pero con astrólogos a lo científico, o sea – a lo Kepler, pero sin la consideración de Kepler acerca del axioma que sustenta la sabiduría del cosmos que es la
que en realidad permite conocer los asuntos humanos con antelación - y con
magos a lo científico – o sea a lo John Dee, pero sin la confianza de John Dee acerca
del axioma que sustenta la sabiduría profunda y perenne que es la que rige aquella
magia que permite dirigir y corregir los asuntos humanos.
Este mundo sin Dios es, sin embargo, un mundo en el que los monstruos de
Lovecraft campean a sus anchas porque en la cuestión fundamental “O Dios o la
Nada”, los demonios y demás seres del inframundo quedan a salvo. ¡Qué digo a
salvo! Quedan libres. Eso, y no otra cosa, es lo que Lovecraft advirtió y
predijo. ¿Pero quién hace caso de los avisos de aquellos que han sido declarados
“locos” por la mayor parte de su sociedad, donde hay que entender "mayor parte" por la parte de la sociedad que decide su número en proporción a sus voceríos y por consiguiente esa llamada "mayor parte" es en realidad la parte de la sociedad que más grita?
Creo que esta cuestión es la que nos diferencia a Carlos el misántropo y a
mí, acercándole, en cambio, a Carlota, mi bella hada. A Carlos le
desconcierta y le preocupa la mediocridad de algunos hombres bautizados con el
nombre de “grandes hombres” por el resto de sus congéneres. A juicio de
Carlos el misántropo, dicha calificación muestra que aquellos que han
clasificado a ese "gran hombre" como "gran hombre", lo han hecho por ser ellos mismos aún más mediocres. Esa es la forma más extendida de
propagar la insipidez mental y la trivialidad espiritual, sentencia. Por eso Carlos ve, vemos, a Carlota, tan especial, observando los detalles que a los
demás se les, se nos, escapa, capaz de disfrutar de esos pequeños placeres de la vida si
son bellos, tanto como disfruta de las altas esferas del cosmos, si son buenas, Carlos
el misántropo, y a decir verdad todos los que conocemos a Carlota, encuentra, encontramos, un rayo de esperanza en este mundo. Ese rayo de luz es
el que le tranquiliza, nos tranquiliza a todos, y le permite, nos permite a
todos, seguir andando.
Reconozco que, en lo que a mí respecta, la mediocridad ni me
desconcierta ni me preocupa demasiado. Personas brillantes en los idiomas, en
las ciencias y en la música que se vienen abajo cada vez que han de enfrentarse
a algún pequeño problema de los llamados “cotidianos” se encuentran paseando
por la misma vereda que las personas maestras en solucionar los
grandes problemas de la vida diaria, por más que sean incapaces de leer un
libro o de disfrutar de la obra de algún compositor clásico. Por ese mismo
sendero transitan también aquellos que no sobresalen en ninguna actividad,
excepto quizás en la de disfrutar de sí mismos, sin mayores quebraderos de cabeza. Tal
y como yo lo veo, la mediocridad no es un problema: es una forma de diversidad
de los seres humanos al tiempo que permite agruparse según intereses e
inquietudes, bien sea por iguales (“Pares cum paribus congregantur”), o por
complementarios. “A cada cual lo suyo”.
Lo que a mí, dada mi incapacidad para comprenderla, realmente me aterroriza es la fuerza de la locura. Esa fuerza de la locura que logra no sólo que la locura sea declarada como sensatez
en la sociedad, sino que además es incluso capaz de declarar a la
sensatez como locura.
No es que la locura en sí sea siempre negativa. En realidad es la única
estrategia de que dispone el hombre racional para, conservando su vida, proclamar
la verdad en situaciones donde la verdad brilla por su ausencia, aunque muchos
sean los caballeros que con su nombre cabalgan.
Posiblemente algo de esto fue lo que llevó a Erasmus de Rotterdam a escribir su conocido “Elogio de la locura”, que en nada se parece a aquel
análisis de la locura que esboza Chesterton en su obra “Ortodoxia”. Mientras
que para Erasmus la locura es sencillamente la fuerza de la vida espiritual,
mental y física, para Chesterton la locura es un mundo compacto del que nadie
puede salir y en el que todos que se introducen perecen asfixiados. El hombre
cuerdo, afirma Chesterton, es el hombre al que su capacidad para distinguir
diferentes posiciones y perspectivas le obliga a reflexionar más cuidadosamente.
Esto es lo que lleva a muchos a creer que “amplitud de miras”, lejos de ser un don especial, una posibilidad enriquecedora para el sujeto que lo posee, es, en realidad, sinónimo de
“inseguridad endémica”; lo que, para un nutrido número de personas implica, a su vez, la constatación de una ausencia de
carácter en el individuo. Algo así, por ejemplo, se aprecia en el veredicto al que llega el mayordomo de “La
piedra lunar”, de Collins, al juzgar los efectos que los viajes al extranjero
han causado en su joven señor.
Comprendo y comparto lo que Erasmus explica sobre la locura. Se trata de una
locura que huye de la rigidez que impide el pensar, el desarrollo de la persona,
que pretende batir a esos tiranos empeñados en que todos vean y acepten sus
criterios de vida, pensamiento y acción. En este sentido, Locura significa Vida
y la vida exige de libertad.
Comprendo y comparto lo que Chesterton afirma sobre la locura. A juicio del autor británico, la locura parte de y se basa en una rigidez mental de tal magnitud que lo único que puede llegar a construir es un “orden eterno e inmutable”, caracterizado por ser un
constructo agarrotado e inflexible. La libertad es imposible en ese mundo
gobernado por la locura. Las grietas son inexistentes. La locura a la que se refiere Chesterton
es la locura de un mundo compacto, en donde la existencia de la duda es un
imposible, porque para cada pregunta hay una respuesta. De tal manera, asegura
Chesterton, que el hombre cuerdo no tiene ninguna posibilidad de triunfo sobre ese
tipo de mundo. Y yo me atrevería a añadir: suerte tendrá si no cae
preso de él.
Junto a estas formas “tradicionales” de locura, existe una tercera forma; la que yo denomino “locura vírica”, caracterizada por su naturaleza mutable, en constante cambio y transformación, así como por una sorprendente capacidad para perfeccionar sus mecanismos de ataque y defensa a través del aprendizaje.
Este tipo de locura, creo yo, es la que se ha impuesto en nuestros tiempos. Dada su compleja y sofisticada naturaleza, descubrirla resulta sumamente complicado; en muchos casos prácticamente imposible. La permanente mutación de esa locura impide al hombre cuerdo reflexionar y colocar las cosas en su orden. Es más: en el supuesto caso de que el hombre cuerdo se decida a hablar, corre el real peligro de ser condenado por loco, si no por más, mientras que es muy posible que el verdadero loco, el enfermo, termine siendo elevado a los altares sociales laureado como ser cabal, prudente y discreto donde los haya. La consecuencia más inmediata es que el hombre cuerdo, si quiere conservar su vida, callará: a lo cartujo. En su celda estudiará, trabajará, meditará y, si le permiten usar papel, pluma y tinta, puede que incluso escriba. Afuera mientras trabaja en el huerto, y afuera, durante la comida, seguirá el consabido "Punto en boca, que en boca cerrada no entran moscas".
Una primera variante de tal “locura” es la que Arthur Miller presenta en su
obra “Las brujas de Salem”. Desde entonces esa locura, de tipo vírico, como digo, ha
experimentado muchas mutaciones. Su capacidad de resistencia a los antídotos es
increíble, tanto como su facilidad de expansión, debida a su capacidad para corregiry aprender.
Ifigenia, mejor que nadie, sabe lo que es sobrevivir a un ambiente como este, al tiempo que conoce las dificultades para salir de él. Por más que no quede rastro de traumas, sí persisten, a qué negarlo, las secuelas. Igual que el que camina arrastrando su pierna sin que la enfermedad que le causó tal parálisis haya afectado ni su ánimo, ni su carácter.
Para que Ifigenia hubiera
podido recuperar su paso hubiera sido preciso que Ifigenia fuera bruja como yo, y no lo
es. Por eso todos aceptamos la actitud distante y retraída que mantiene con las
personas que la rodean; lo cual no significa – al contrario de lo que nos acontece a Carlos, el misántropo, y a mí, la bruja, - que la soledad de Ifigenia sea una
soledad buscada. La soledad de Carlos el misántropo y la mía, es una soledad deseada
y disfrutada porque nuestros congéneres suelen aburrirnos. La de Ifigenia en
cambio, es la soledad de la víctima que, sin gustar de la soledad, teme a las
personas.
Razón no le falta. Creció en la locura vírica, se alimentó de ella y
pasaron muchos años antes de que Ifigenia pudiera organizar y
estructurar cómo actuaba dicho tipo de locura; muchos años para comprender que
se trataba de una dinámica y no de situaciones puntuales. Su padre
la sacrificó, es cierto; por fuerza hubo de sacrificarla a fin de que el barco pudiera
llegar a buen puerto. Pero díganme: ¿De qué le sirve a un padre sacrificar a su
hija para después de haber llegado a buen puerto, acabar siendo él mismo
víctima de la locura vírica?
Al final de este artículo podrán ustedes encontrar un pequeño y banal diálogo que muestra de forma casi infantil el modus
operandi de la locura vírica. He preferido utilizar las impresiones de una niña porque su inocencia es la que le impide reaccionar adecuadamente, al tiempo que le insta a seguir intentando satisfacer y contentar a aquélla a la que, por definición, no va a poder satisfacer nunca. El resultado es una pérdida de la autoestima de Ifigenia, una pérdida de su fama social, una amargura por la falta de éxito de la buena voluntad, de su buena voluntad, una gran tristeza por la respuesta negativa que sus buenas acciones y actitudes reciben una y otra vez, así como una gran desesperación porque, y este "porque" es crucial, dicha respuesta negativa no obedece a una actitud negativa del receptor hacia las buenas acciones de Ifigenia, se le dice a Ifigenia, se le obliga a creer a Ifigenia, que la respuesta negativa no depende de la actitud negativa del receptor hacia ella, Ifigenia, sino a una insuficiencia presente en las acciones de Ifigenia, por ser tal insuficiencia presente e inherente a Ifigenia misma. Consecuentemente: las puertas de la alquimia inversa, o sea : de la conversión del oro en plomo se abren. En ese caso o el espíritu de Ifigenia es enormemente fuerte, o el espíritu de Ifigenia caerá. Justo por tratarse de una cuestión tan compleja es por lo que me he decantado por echar mano de experiencias tan triviales a los ojos de los supervivientes adultos, como son las vivencias infantiles. Trasladen ustedes este comportamiento a los grandes temas de la sociedad y comprenderán por qué he de tomar un café tras otro...
¿Cuáles son los rasgos que caracterizan a esta locura que afecta a nuestros
días, a nuestra sociedad, a nuestro mundo?
En primer lugar, la Locura vírica utiliza un acostumbrado tono tranquilo, que contrasta con el cada vez más desesperado de la cordura. De manera que parece que es la cordura la que no sabe controlar sus emociones. Ello se debe a que la cordura utiliza las palabras con una estructura relativamente ordenada. La locura, en cambio, lo hace de una manera situacional, en función de cómo convienen a sus intereses. Esto no significa que Locura nunca se excite. Locura se excita. Y es justamente el efecto que provoca la excitación de una persona siempre tranquila lo que resulta tan eficaz para que Locura obtenga sus propósitos. El intento de Cordura por aplacar a una Locura que normalmente se comporta de forma especialmente, sobresalientemente tranquila, hasta el punto de despertar admiración en aquellos que la rodean, es justamente lo que proporciona un nuevo éxito a Locura. No sólo ha alcanzado su objetivo sino que, además, ha demostrado que las pretensiones y los argumentos de Cordura alteran el ánimo tranquilo y sosegado, el de Locura, se entiende.
De esta transformación se deduce, lo deducen los hombres normales, que las pretensiones y los argumentos de Cordura no sólo están equivocados, sino que además son dañinos para la salud. Es altamente probable que incluso Cordura, dada la amplitud de vida que le caracteriza, revise sus planteamientos. Es incluso posible que termine aceptando los presupuestos de Locura, con lo cual legitima la intensidad emocional de Locura. Si no lo hace, Cordura no demostrará su Cordura, sino su terquedad y testarudez para comprender otros argumentos que no sean los suyos. De repente, será Cordura la expresión de la rigidez mental. Como vemos, indiferentemente de cómo reaccione Cordura, decida lo que decida Cordura, el triunfo sigue en manos de Locura.
¿La verdad? Locura no tiene necesidad de buscar la verdad. Ella es la verdad. Pero no nos confundamos: la verdad de la locura vírica no coincide con la verdad eterna religiosa, ni con la verdad falseable científica. La verdad de la locura vírica es una verdad puntual y situacional. No obstante, compréndanme, tampoco se trata de una verdad astrológica al estilo de los planetas-puntos que se mueven armoniosamente por el orbe.
La verdad de la locura vírica es una verdad puntual y situacional a lo Demócrito. Imaginen ustedes una esfera de la que uno no puede salir, pero en la que uno desea moverse. Heráclito habla de direcciones. Zenón de la imposibilidad de movimiento porque una línea, sea espacial o temporal, puede dividirse hasta el infinito. Y hete aquí que llega Demócrito, ve la situación, reflexiona y decide lo siguiente: "Bien. Rompamos pues la línea y dejemos únicamente puntos. Les llamaremos átomos, pero son puntos." Esos puntos-atomos se mueven, establece Demócrito, sin orden ni concierto, forman alianzas, provocan conflictos (choques), declaran guerras (explosiones) y, siguiendo a algunos optimistas, consiguen incluso hacer de esta dinámica el principio del fundamento de cualquier construcción que se precie por aquello de que "la guerra es la madre de todas las cosas".
Así que el bueno de Demócrito, que es otro de los grandes iniciados de la Antiguedad, pretende romper la línea introduciendo puntos aislados y situacionales, sin orden ni conciencia dentro de una esfera compacta. Lo que acontece en el interior de esa esfera es el anuncio de una explosión atómica, de eso no cabe duda. Más aún: El apocalipsis nuclear está servido.
Por varios motivos:
1. "Del caos surge el orden" es una premisa no solamente falsa, sino extremadamente destructiva.
Porque "la guerra es la madre de todas las cosas", que se atribuye a Heráclito, pero que no ha sido nunca pronunciada por Heráclito porque lo que Heráclito dijo fue que la guerra era el padre de todas las cosas, mientras que la naturaleza era la madre y por madre, vida de todas las cosas, pero que ha estado de una manera u otra siempre presente a lo largo de la historia humana, no coincide con la sentencia de "del caos surge el orden", que es lo que la teoría de los atómos de Demócrito conlleva.
Créanme cuando les digo que la frase: "La guerra es la madre de todas las cosas" que los optimistas de este mundo proclaman a los cuatro vientos, alegra enormemente a mi vampiro, el Rey del reino del No-Ser, no exagero. Dicha premisa equivale a afirmar que del No-Ser sale el Ser; que la muerte, porque "guerra" significa "muerte". (Por eso la gente cuando huye de la "guerra=muerte" no es por miedo al "conflicto" por lo que estáhuyendo, porque aceptémoslo, la gente gusta del conflicto. Es por ese gusto por el conflicto por lo que la gente acude a la plaza del mercado día sí y día no, y el día que la gente se ausenta del mercado acude a la taberna de Fuenteovejuna y si es necesario remangarse las mangas, se remangan las mangas. Y que empiece la diversión, la del conflicto - se entiende.
Así que la gente escapa y huye de la guerra porque esa misma gente que no teme al conflicto, teme - y mucho- a la muerte. Eso lo saben todos: los de Aquí, los de Allá y los del Orden Eterno e Inmutable. De ahí la fuerza de la propaganda y de ahí, también, los constantes experimentos que se llevan a cabo en neurología referentes a investigar, explicar e incluso predecir, las conductas humanas individuales y colectivas. Los estudios que explican conductas humanas basándose en las conexiones neurológicas de sus cerebros están siempre impregnados de un olor que es calificado por las narices de brujas y magos como nauseabundo y por nauseabundo, insoportable. Lo que dichas nobles narices huelen, nobles narices porque una de ellas es la mía, es que tales estudios pueden provocar cortocircuitos en el pueblo lo que llevará a los individuos y al pueblo a seguir en masa y cantando las ocurrencias más disparatadas de algunos, mientras esos mismos individuos y ese mismo pueblo permanecen quieto e inmóvil en situaciones que exigen su acción inmediata.
La gente huye de la guerra cuando huye de la muerte y acepta la guerra cuando quiere morir de pie y no vivir esclavizado, que es - a qué negarlo - otro tipo de muerte.
En cualquier caso, todo aquel que en la guerra se libra de la muerte es o por suerte (y tiene que agradecer su destino a los dioses), o porque se ha escondido, (que es otro modo de huida), o porque se ha hecho el muerto ( que es una forma de huida basada en el engaño).
Puesto que como hemos visto, guerra es muerte, la afirmación de "la guerra es la madre de todas las cosas" implica que la guerra es aquella semilla de la que procede la vida. O lo que es lo mismo: que del Hades surge el Olimpo. !Ja! !No me hagan reir! Si esto fuera así, ¿Para qué habría raptado Hades a Perséfone? ¿Para que habría ido Démeter a negociar con Hades la devolución de Perséfone?
!Ah! !Este juego de la Inversión! !Tan antiguo y tan divertido! !Tan peligroso siempre! Peligroso por simplista y no por complejo. !Por simplista! La mayoría de esos inocentes necios piensan que sólo hay dos direcciones: polo norte/polo sur; arriba y abajo, y por eso creen que con "darle la vuelta a la tortilla" se arregla todo.
Esto en realidad es en lo que los optimistas están pensando cuando afirman que "la guerra es la madre de todas las cosas" : En lo mucho que hay que pensar para poder dar la vuelta a la tortilla sin que se rompa la tortilla y sin que nos quememos nosotros "al darle la vuelta a la tortilla" y en la cantidad de nuevas y diferentes posibilidades que existen y pueden exitir a la hora de "darle la vuelta a la tortilla".
En efecto: la guerra para "darle la vuelta a la tortilla" es "la madre de todas las cosas". Especialmente cuando lo que se pretende es cocinar una buena tortilla. Y lo mismo si hablamos de la inversión del Polo norte/Sur.
Admitámoslo: Los que afirman que "La guerra es la madre de todas las cosas" son optimistas, pero no son iniciados.
Demócrito es un iniciado, pero es uno de esos aprendices de brujo; no de magos. Entiéndanme: aprendiz de brujo. Demócrito es uno de esos iniciados que pretendiendo solucionar el problema, lo acrecienta. Demócrito es un destroyer.
Demócrito dice algo mucho más terrible, mucho más contundente, por iniciado, que cualquiera de los optimistas de este mundo que están convencidos y por eso difunden que de algo malo puede salir algo bueno y que para ello sólo hay que fijarse en dar la vuelta a la tortilla de forma correcta, porque en esto, en la inversión, consiste la guerra. Para los optimistas la guerra es la madre de todas las cosas porque consiste una simple inversión: la de la tortilla. Nada que ver, como ven, con las teorias del inteligente y cuerdo Paracelso que enseñan que no el veneno, sino la dosis es lo que mata, o lo que incluso cura.)
La afirmación de Demócrito va en consonancia con los presupuestos de los optimistas: "Del caos surge el orden". Esta declaración de Demócrito es tan atroz porque el caos no es sinónimo del Reino del No-Ser. El caos es un Ser que impide cualquier Ser estable. Y créanme: Si por algo se caracteriza el Reino del No-Ser es por estar fundamentado por un aterrador orden. Es justamente a este orden imperante en el Reino del No-Ser al que Erasmus pretende oponerse cuando escribe su "Elogio de la Locura".
Lo que oculta Demócrito es que del caos sólo surge orden cuando alguien provoca el caos para im-poner un orden determinado, su orden.
Lo que oculta Demócrito es que muchas de las alianzas que esos puntos establecen son altamente peligrosas e inflamables. Y que cuando varios puntos-atómos se unen lo que generan no son siempre explosiones, sino implosiones, Esto es lo que hace creer a muchos que la inestabilidad de la unión de tales puntos no reviste gran importancia.
2 .
La esfera en la que se mueven esos átomos es una esfera compacta y cerrada. Por lo tanto, los choques de los átomos y la inestabilidad de las asociaciones de átomos no producen explosiones sino implosiones dentro de esa misma esfera. Aquí nos introducimos nuevamente en el gran dilema de decidir qué es implosión y qué es explosión. Y hemos de llegar a la conclusión que tanto el uno como el otro concepto dependen de la situación del observador. Es claro que para un observador que se encuentra dentro de la esfera, pero fuera de esos puntos-atómos lo que esos puntos-atómos producen con sus encuentros y desencuentros son una sucesión de explosiones. Pero desde el punto de vista de un observador que se encuentra fuera de esa esfera, lo que se ha producido es una implosión, que puede llegar incluso a destruir la esfera.
3.
Siendo el hombre como es, y teniendo en cuenta la naturaleza de esos puntos-atómos, no me cabe la más mínima duda de que la idea última es la de romper esa esfera a fin de expanderse. Lo que pasará lo sabe Cordura, pero lo ignora Locura porque, como ya hemos dicho, Locura está convencida de que ella es la verdad y lo es a la manera de Demócrito: puntos -atómos, tan puntuales como situacionales, en constante movimiento y transformación.
La verdad que Cordura sabe es que romper la esfera no es sinónimo de romper el circulo. Lo que sabe Cordura es que la esfera es necesaria para proteger el espíritu que habita dentro. Aunque el movimiento sea un espejismo, como afirma Zenón; aunque la dirección sea un imposible, y Heráclito se equivoque, aunque sólo existan puntos, como declara Demócrito, lo cierto es que todos ellos están dentro de una esfera. Y dentro de esa esfera existe un Espíritu que hay que mantener para que no se pierda en los abismos siderales. A esto es precisamente es a lo que se refiere Chesterton cuando alude a la necesidad de los "muros de la ortodoxia", a fin de que los infantitos seres humanos puedan jugar libremente en el patio del colegio sin caer en el barranco. Creo que ya lo he dicho alguna vez: Héroe para Nietzsche es aquél que puede pasear por encima de los muros, a un lado el patio y al otro el precipio, sin caerse.
Locura vírica cree que cuando juega a los puntos-atómos sin orden ni concierto de Demócrito, se asemeja a la Locura que Erasmo defiende. Locura vírica ignora que para eso le falta el conocimiento y los ideales que, en cambio, sí posee la Locura que Erasmo defiende.
Locura vírica cree que rompiendo la esfera, rompe la esfera en la que Chesterton asegura que la Locura se haya irremediablemente encerrada. Lo que la Locura vírica ignora es que por más que rompa la esfera del Orbe, la Locura vírica seguirá atrapada en una esfera: la del punto.
En segundo lugar, se trata de una Locura sugestiva.
Es admirable la capacidad de Locura para sugestionar la mente de Agamenón;
de modo que consigue que Agamenón y no Locura sea la que expresa los
pensamientos y sentimientos de Locura hacia Ifigenia. No Locura, sino Agamenón,
es quien describe, determina y sentencia a Ifigenia y el que transmitirá esta
idea a Ifigenia misma y al exterior. Locura, dice Locura, nunca dice nada. “Yo
no digo nada”, “Yo no he dicho nada” – repite Locura. Y lleva razón. Locura no
utiliza muchas palabras, ni muchos argumentos; Locura virica no tiene necesidad de
manipular, porque sugestiona. La manipulación afecta a las estructuras
pensantes, por decirlo de alguna manera; la sugestión, en cambio, a las
percepciones de los sentidos y a las emociones.
“Los regalos son panes devueltos” no
lo dice Locura, lo dice una amiga. Que Ifigenia es “hija del diablo” no lo dice
ella, lo dice Agamenón. Todo esto es verdad. Pero detrás de cada una de estas
afirmaciones se encuentra la sugestión de Locura, que ha puesto en boca del
otro sus propios sentimientos y opiniones. Locura se expresa de forma casi
fenomenológica. Locura simplemente describe. La sugestión es, a las
estructuras mentales, lo que el erotismo a la seducción. Ambas funcionan con
muy pocos elementos; elementos que, además, fuera de dicho contexto, son neutrales.
Es el tono, los gestos, los silencios, lo que hay que tomar en cuenta
cuando uno está frente a Locura. Pero hay algo más que nunca, nunca, nunca debe
olvidarse: Locura sabe cómo funcionan las mentes de los otros. Locura sabe que
Agamenón es misógino. Locura sabe que la Pariente del diálogo que he dejado
bajo este artículo es, ella misma, celosa. Locura sabe que muchas personas
tienden a dar a los demás los defectos que ellos mismos poseen y que otras
tantas veces proyectan sobre ellos los traumas de su pasado. Locura sabe que el
resentimiento y la envidia así como las esperanzas y anhelos dirigen los corazones de la mayoría. Activar todo esto
es el arte que Locura domina.
¿Qué sucede si Locura se encuentra ante un desconocido?
Locura tiene grandes dotes de psicología. Si Locura se encuentra frente a
un perfecto desconocido, el primer elemento que Locura utilizará es el de la
“analogía”: ese perfecto desconocido es como Fulanito o Zutanito. El
segundo instrumento, si el primero no funciona o no se ajusta a sus intereses,
consistirá en el de “tocar teclas”. “Ir tocando teclas en su personalidad hasta
que al final “sonó la flauta por casualidad”.
Nuevamente se impone el silencio, pocas palabras, preguntas al otro. Al
contrario de la Locura de Chesterton, la Locura virica que sufre Ifigenia es una locura que
no necesita de convicciones, sino de situaciones. La Locura de la que habla
Chesterton es una locura cerrada y compacta. La Locura vírica de la que habla Ifigenia
es una locura situacional.
Ante una persona de principios consistentes, la Locura virica situacional presenta siempre la situación de excepción, con lo cual se invalida – o parece que quedan invalidados – los principios de la otra persona. Es un método que funciona sumamente bien, si no fuera porque las excepciones son, justamente, momentos concretos que, aunque rompen la normalidad – no la invalidan; igual que un milagro no anula las leyes físicas. Locura vírica presenta ante cualquier principio una excepción como aporía; lo que le permite aparecer ante muchos como una persona sumamente inteligente. No lo es. Es simplemente situacional y por situacional imposible de fijar y, por tanto, carente de principios. Esto justamente la convierte en poco disciplinada, irresponsable y de poco fiar. Locura vírica se mueve por impulsos internos o externos, uno nunca sabe, - y ese "uno" es tanto Cordura como la propia Locura vírica -, donde esos impulsos obedecen a instantes aislados y sin continuidad.
Y pese a todo hay algo que Locura vírica sigue conservando del concepto general de Locura: la repetición; la muestra. Si una determinada táctica ha tenido éxito, Locura vírica la llevará a otras muchas situaciones con personas distintas. E incluso con personas cuerdas que consideran que cada situación merece una reflexión distinta, aunque se llegue a una solución igual, parecida e incluso distinta a una anterior.
Locura vírica funciona sugestionando, esto es: manipulando las emociones. Si nos adentramos en el terreno del razonamiento, Locura vírica actua, como Chesterton vislumbró, con pocas cartas, con pocas frases,con pocos elementos. Es como esas personas que aprenden diez frases en un idioma y usan una u otra según los derroteros que toma la conversación, dando la impresión de dominar el idioma. Esas pocas frases en el caso de Locura virica es lo que da la impresión de estar contra una pared sin grietas que no se puede con-vencer; es decir "que no se aviene a razones". Y que incluso cuando se aviene no lo hace porque esté con-vencida, sino porque Locura vírica posee "la sensatez y la templanza de no entrar en conflictos ".
Cordura vuelve a perder. Por conflictiva. Locura vírica triunfa: por conciliante.
Recuerden: Locura utiliza la sugestión y la sugestión es un juego de luces y sombras, de espejos deformados y deformantes; de proyecciones de miedos y esperanzas. Locura vírica actúa con el ánimo de im-ponerse y de vencer. Si una determinada actitud o un determinado argumento le ha servido una vez, volverá a utilizarlo nuevamente. Y, lo más curioso de todo: volverá a tener éxito.
Sólo cuando Cordura descubra esa "muestra " podrá "romper el circulo".
Pero créanme: romper el círculo no significa destruir a Locura vírica.
Locura vírica aprende.
Si Cordura rompe el círculo, Cordura tiene que ser consciente de que sólo puede romperlo de la forma en la que lo ha hecho una vez. La próxima vez Locura vírica habrá aprendido y neutralizará a Cordura en el primer movimiento.
Cordura sólo podrá utilizar el "antídoto" una sola vez.
¿Qué sucede si Locura se encuentra ante una
persona a la que no puede manejar porque es especialista en las mismas artes?
Lo primero que Locura hará será convertirse en su admiradora y seguidora;
lo segundo que Locura hará será aprender de ella; lo tercero que Locura hará
será convertirse en aliadas, con lo que se convierte en su igual. Es decir, se
origina una simbiosis. A partir de aquí o dicho “status quo” se mantiene, o
Locura intenta utilizar esa alianza para influir sobre la otra; hasta donde se
pueda, claro.
¿Qué sucede si Locura se encuentra ante una
persona que la supera por ser mejor persona en el sentido mental, físico y
espiritual?
La veda se acaba de abrir. Locura intentará mostrar y demostrar que esa persona es, en realidad, un “fake”, una embaucadora, una persona que porta una máscara. Locura será la persona encargada de desenmascarar a esa persona, para que todos puedan apreciar “su verdadero rostro”. La linea que separa lo que es verdad de lo que es mentira, lo que es real de lo que es apariencia, lo que es normal de lo que es una excepción, desaparece.
Como ha podido apreciarse hasta ahora, si algo domina Locura eso es la inversión. Locura conseguirá sembrar una determinada
“idea de” Ifigenia o de cualquier persona que supere a Locura vírica o que, simplemente, la haga sentir insegura. Dicha idea irá creciendo y transmitiéndose hacia el
exterior mismo. Es altamente posible que la Ifigenia de turno termine aceptando
que es aquello que Locura dice: la de que Ifigenia es mala, celosa,
insatisfecha y que sólo sabe hacer reproches, o sea, resentida.
La inversión puede ser de dos maneras:
Uno es el conocido bajo el tipo “espejo”. Ifigenia se queja de dolor de cabeza.
Locura le confiesa que a ella también le duele; o le aconseja que se tome una
aspirina, porque ella ya lleva 4 o 5, de tanto que le duele. El sentimiento que
este efecto espejo provoca en Ifigenia es el de que se está quejando sin
motivo. El efecto “espejo” es también el que
permite a Locura proyectar sus propios defectos sobre las otras personas.
Locura conseguirá hacer creer que una persona determinada es “resentida”,
“celosa”, “insatisfecha”, “hipócrita”, “dura de corazón”, “fría y calculadora”.
La realidad es que ella misma es quien porta todos estos atributos. En alemán
esta situación se describe en una frase: “Die schärfsten Kritiker der Elche,
waren früher selber welche“. La
diferencia es que la oración alemana habla en pasado. En cambio, Locura “es” lo que dice
que “es” la otra.
Eso es justamente lo que se muestra en la serie de Scherlock Holmes,
protagonizada por Benedict Cumberbatch. Moriarty afirma que Sherlock Holmes
“es” Moriarty, porque Moriarty quiere matar a Sherlock Holmes, tanto como desea
ser Scherlock. Y lo peor: demostrar la verdad, cuando Locura dirige los hilos
de la acción es, ya lo aviso, prácticamente imposible.
Pero puede ser también una inversión a lo “negativo”.
a) Ifigenia ha estado haciendo un dibujo del que se siente muy orgullosa. Es posible que Locura comente ese cuadro introduciendo dudas acerca de su calidad. ¿Por qué el rojo es tan brillante?
b) Es igualmente factible que Locura admita, en el tono
descriptivo-fenomenológico- que le caracteriza que, a ella, Locura, nunca se le
ha dado bien dibujar. En cualquiera de los dos casos, faltará el reconocimiento
del dibujo que tanto le hubiera ilusionado a Ifigenia. Las personas normales
dicen lo mismo que Locura dice, pero las personas normales introducen frases de
alabanza. c) Locura alabará a Ifigenia, de manera que si Ifigenia dice que
Locura no el alabado será falso. Pero el tono que usará Locura a la hora de
realizar esa alabanza sonará de manera que Ifigenia reconocerá la falsedad.
Aquí está el triunfo, nuevamente, de Locura. Ifigenia miente si afirma que
Locura no la ha alabado, puesto que la ha alabado. Pero, caso de que Ifigenia
se queje del falso tono de la alabanza de Locura, Locura se situará en la
posición de “ser incomprendido” por una persona tan dura de corazón como
Ifigenia que es incapaz de agradecer nada.
En cualquiera de los tres casos, la consecuencia para Ifigenia de haber
mostrado a Locura ese dibujo es el de irse con un sentimiento de tristeza, de
insatisfacción, de insuficiencia. En resumen: la autoestima de Ifigenia ha
disminuido. Es lo que le sucedió hace poco a una amiga escritora que acababa de
publicar un libro. Una buena amiga la llamó para decirle con alegría que
acababa de encontrar una errata en la cubierta de su obra recién publicada.
Imaginen ustedes el desasosiego de mi amiga. Imaginen ustedes también su enfado
cuando aquella buena amiga le comunicó que la errata consistía en que el nombre
de mi amiga, Lucía, había sido imprimido sin tilde. Por muy importante que sea
la tilde, el comentario que mi amiga esperaba acerca de su libro era otro completamente distinto. Si ustedes creen que dicha actitud se debe a la falta de
formas de la buena amiga, les ruego encarecidamente que empiecen, por lo menos eso, a reclamar
las consabidas formas en el trato habitual. Descubrirán con horror que Locura les
tildará de rígidos, de incomprensivos, de que todo lo interpretan de manera
negativa, etc. Una sincera disculpa no la recibirán ustedes nunca. Y no la
recibirán porque no son falta de formas, sino sobra de intenciones.
En tercer lugar, Locura, justamente porque es de
tipo vírico, posee una gran flexibilidad. Ello le permite mutar el discurso con
suma rapidez, dotándolo a la vez de unas grandes dosis de credibilidad, por
plausible. Como se puede
observar en el diálogo inferior Locura pasa en cuestión de segundos de
considerar un regalo cateto, a convertirlo en un regalo dañino; de justificar
su falta de alegría aludiendo a un rasgo del carácter, lo cual le exime de
culpa, puesto que “cada cual es como es”. No obstante, esa inexpresividad que alude
para explicarle su falta de alegría ante Ifigenia, desaparece ante otros
regalos, hechos por otras personas. Aunque Ifigenia denuncie este hecho,
tampoco ganará mucho. La aflicción de una afligida Locura la convertirá en
“celosa” ante los ojos del mundo y, muy posiblemente, incluso de ella misma. Lo
cual llevará a Ifigenia a la aceptación de la desigualdad de trato, por
considerar que eso, la desigualdad de trato, es lo normal.
La diferencia entre plausible y verdad pocas veces suele ser considerada
con seriedad. Se admite lo plausible como cierto por comodidad, aunque se
encuentre alejado de la verdad. De hecho, la verdad, la verdadera verdad, pocas
veces es plausible. De ahí que la verdad tenga tantos problemas para ser
creída. ¿Un ejemplo? Hace algún tiempo tuve que permanecer más de una semana en
el hospital. Jorge, el vampiro y algunos otros vinieron a visitarme. He de
reconocer que, dadas mis condiciones, yo tenía tan pocas ganas de visitas como
posibilidad de levantarme, ni siquiera para ir al cuarto de baño. Mi condición
de bruja, sin embargo, impedía que me pasara desapercibido el gran esfuerzo que
todos ellos estaban haciendo para acompañarme en aquellos momentos. Así pues, la
misma noche que conseguí ir por mí misma al cuarto de baño, resolví salir del
hospital. Al día siguiente le comuniqué al médico que quería marcharme. Aunque
lo que yo pretendía era sonar firme, como hablar excedía a mis fuerzas, lo
único que conseguí fue emitir mis pretensiones en un tono lo suficientemente
rudo y contundente como para lograr asustar a ese joven doctor. Al día
siguiente se detuvo frente a mi lecho para comunicarme que habría de permanecer
un día más. Las fuerzas apenas me sostenían, así que asentí dejando caer
suavemente mi agotada cabeza sobre la almohada. Imaginen mi sorpresa cuando dos
segundos antes mis ojos se cerraran escuché susurrar al joven médico: “Pensaba
que usted era violenta”.
Hasta el día de hoy mi olla de sopa y yo reímos sin descanso cada vez que
recordamos aquella anécdota.
Una vez fuera de aquel hospital, tuve que acudir a otro médico que se
interesó por las razones que me habían inducido a marcharme anticipadamente. Formuló
su pregunta de manera inesperada, acercando su rostro al mío – para
sorprenderme, supongo - y conseguir que dijera la verdad; le dijera la verdad. ¡La verdad! ¿Alguien
me hubiera creído si hubiera dicho la verdad? ¿Alguien hubiera creído que yo
sabía que regresar a la soledad de mi cabaña, libraba a mis amigos del
sobreesfuerzo que estaban haciendo yéndome a visitar, al tiempo que imbuía a
los que estaban lejos de mí del sentimiento de que todo regresaba a su habitual
orden, de la creencia de que yo volvía a estar en orden? ¿Quién hubiera creído
que mi única intención era que la vida de aquellos a los que yo más amaba siguiera
su curso acostumbrado? Comprendan: soy una bruja. ¿Quién hubiera creído que eso era realmente la
verdad? Nadie. Absolutamente, nadie. Así que le regalé la única respuesta que
yo sabía que sería aceptada: la de que tengo miedo a los hospitales y a los
médicos. La actitud de aquel médico se relajó. Pareció aliviado. Su cuerpo
regresó a su inicial posición. Algo quizás notó en mi mirada porque él no
afirmó que mi respuesta fuera verdad. “Es plausible”- fue su sabia sentencia. Puedo
imaginarme que incluso hubiera admitido como plausible si yo hubiera aludido a
los gastos que mi estancia en el hospital generaba. La verdad es lo único que las
estructuras mentales de aquel galeno no hubiesen podido aceptar nunca.
Espero que a estas alturas no me pregunten por qué lo sé. ¡Vamos! ¡Soy
bruja!
En cuarto lugar, Locura domina desde la posición de víctima.
Ya lo hemos visto en los otros apartados. Locura no sólo merma la autoestima
ajena, no sólo es lo suficientemente hábil como para eximirse de cualquier
responsabilidad, sino que además consigue transmitir el sentimiento de culpa y
de insuficiencia a los otros. A ella, Locura, no la comprende nadie. Ella,
Locura, no es aceptada por nadie. A ella, Locura, nadie le regala nunca nada.
Ella, Locura, sólo recibe reproches.
Pero Locura es victimista incluso cuando recibe alabanzas en público por
alguno de sus actos: “Si no he hecho nada”, dice humilde; “Si es una tontería”
– asegura sonrojada.
Tengan cuidado de estas personas que afirman tales frases sin acompañarlas
de un sincero: “De nada. Era lo menos que podía hacer por tí”, o de un sincero:
“es importante que nos ayudemos los unos a los otros”, o algo que muestre que
esa modestia reconoce no sólo que han hecho algo por ustedes, sino, y esto es
esencial, que reconocen el sincero agradecimiento que envuelve su alabanza
hacia aquello que han hecho para ustedes y que lo aceptan en forma de un
sincero “De nada”.
Desconfíen de esa sencillez y afabilidad, desconfíen del modo en que empequeñecen sus buenas obras ante las alabanzas de los otros. Desconfíen. Desconfíen de esos que quitan importancia a lo que tanto cuesta, que es prestar ayuda al otro , sin escuchar un sincero: "De nada", pero si un "no he hecho nada". !Pero si hasta las madres se pasan la vida recordando lo mucho que han hecho por sus hijos! Con razón a veces, exagerando otras y llegando a convertirse, en algunas ocasiones, incluso en chantaje emocional. !¿Cómo pueden, pues, esos padres y madres, asegurar despues, ante extraños, repetir después, ante extraños, que lo que han hecho por esos extraños, conocidos, no es nada, que no han hecho nada?!
En quinto lugar, el victimismo de Locura va mano a
mano con su deseo de controlar, de brillar y de imponerse. La humildad de
Locura es el envoltorio de su soberbia.
Como acabamos de explicar en el apartado anterior, Locura se presta
solícita con otras personas. Locura contesta a los agradecimientos de estas
personas, restando importancia, casi despreciando, a lo que ella, Locura, ha
hecho por ellas. El veredicto social es claro: esa persona es un encanto por
solícita y humilde.
Lo que, sin embargo, todas ellas ignoran es que Locura, en petit comité, describirá
el dolor de esas personas de tal manera que sugestionará a los oyentes
induciéndoles a ver a las personas que estaban en situaciones difíciles como
seres ridículos. Ifigenia todavía se
acuerda de cómo una madre se lamentaba de que su hijo, brillante estudiante,
fuera objeto de odio de uno de los profesores. Su hijo tenía grandes dolores de
estómago y su madre estaba pensando en cambiarlo de instituto. Se lo comentó a
Locura. Locura solícita comentó su caso con un matrimonio de profesores que, después
de haber escuchado a Locura, sentenciaron al brillante estudiante como el
clásico “piel fina” que no resiste nada. Ifigenia asistió asombrada a las risas
que unían a Locura y a Agamenón cada vez que hablaban de ese “piel fina”. Para
una persona como Ifigenia era inconcebible que dos personas pudieran reírse de
un hijo, al que tan apenas conocían, después de haber consolado a la madre. Años
después supo que aquel “piel fina” no lo era en absoluto. Simplemente le pasaba
lo mismo que a otros muchos alumnos cuando caen en manos de profesores que en
vez de apoyar a los mejores, los denigran.
El motivo por el que Locura se muestra extraordinariamente solícita con
todos, para acto seguido, a puertas cerradas, reirse de las debilidades de
todos aquellos a los que ayudaba, es que éstos, en realidad, no son más que
instrumentos de los que Locura se sirve para afianzar su buena fama en
sociedad. “Cría buena fama y échate a dormir” es la consigna de Locura.
En quinto lugar: La Locura vírica posee un poder
enorme de atracción social. Ello descansa en dos pilares. El
primero es su conocimiento de la psique humana, sin poseer ningún estudio
de psicología. (No cree en los psicólogos, repite en petit comité). Ello le
permite ofrecer aquello que los otros desean. Locura vírica no habla mucho y deja
hablar. Por otra parte, tiene el poder de discernir las corrientes de
influencias en la sociedad, porque es sumamente empática.
¡Oh! no me malinterpreten, la empatía de Locura no es para ustedes. Es para ella. Locura vírica aprende y toma todo aquello que le puede resultar de provecho y ventaja.
El efecto espejo, ¿recuerdan? En sociedad el efecto espejo se convierte en el segundo pilar en el que se apoya Locura: en un efecto espejo con métodos combinatorios. Lo que también podríamos denominar Inversión constante.
Arriba y abajo no sólo se encuentran invertidos, es que – además – sus posiciones cambian constantemente. Si Locura dice: “Voy a buscarte”, uno nunca puede estar seguro de que eso suceda. Puede ser que sí, puede ser que no. En cualquier caso, la conclusión sería siempre la misma: si Locura virica acude es porque es formal, y si no acude, no es su culpa.
Recuerden: se trata de una locura victimista. Afirmará que no siempre se pueden cumplir las cosas que se dicen. O sea: el recurso a la excepción y al relativismo es otro de sus instrumentos.
La diferencia es que ese: “no siempre se pueden cumplir las cosas que
se dicen”, no viene determinado por causas de fuerza mayor, sino por un simple
cambio de planes, o una repentina falta de ganas.
El método combinatorio permite a Locura adoptar diversas personalidades no según
la función que está realizando, - que unas veces es la de ser maestro y otras
las de ser alumno, una la de ser comprador y otro vendedor, - sino según
la persona ante la que se encuentre. Frente a algunos médicos es el coraje
personificado; frente a otros, el dolor absoluto; la pasota; la soberbia; la
desconfiada. Locura es una persona distinta no según su posición, sino según la
persona que tenga frente a ella.
Desconfíen, pues, cuando alguien les hable de “descubrir el verdadero
rostro”. Créanme: no hay dos rostros. No hay un rostro verdadero y uno falso.
No lo hay en ninguna persona normal; en Locura, mucho menos. Es Locura la que
una y otra vez predica lo del “verdadero rostro”. A continuación, ríe a
mandíbula batiente. Locura mejor que nadie sabe que las personas normales no
sólo llevan una máscara. Locura sabe a ciencia cierta que las personas normales
llevan cientos. Y las llevan incluso cuando son auténtica porque, como hemos
visto, una persona se mueve en diferentes situaciones: en una es paciente, en
otra es cliente; en una ofrece servicios; en otras los solicita. Los modos de
comportamiento de las personas normales varían en función de estas situaciones.
En el momento en el que alguien se pregunta: “¿cómo entro a esta persona?” sufre
la Locura vírica. Esa no es la pregunta adecuada. La pregunta adecuada es ¿Cómo
consigo transmitir mi idea a la otra persona? ¿Cómo consigo que me entienda?”
Eso implica, en efecto, la necesidad de una empatía. Pero la empatía normal es
una empatía basada en el deseo que el emisor tiene de ser comprendido por el
receptor, no en el deseo del emisor de imponerse sobre el receptor, que es lo
que conlleva la pretensión de Locura.
Admitamos que el poder de atracción social de Locura sobre sus congéneres es digno de alabanza y reconocimiento. Especialmente cuando lo frecuente es que las personas cuerdas hayan de recluirse a sus aposentos para evitar en la medida de lo posible el malhumor de la caterva.
En sexto lugar, la Locura vírica impide la
reflexión. Cada vez que
Ifigenia aparecía con argumentos razonables a los que había dedicado tiempo de
reflexión para ofrecer soluciones a las aporías presentadas por Locura, la
respuesta de Locura era siempre la misma: ¿Todavía estás pensando en lo mismo?
¡Qué ganas de complicarte la vida y de darle vueltas a las cosas!
Con ello transmitía la idea de que Ifigenia era una persona obsesiva y
neurótica. Pese a que Ifigenia es mi amiga, he de admitir que hasta cierto punto
Ifigenia lo es. Y he de admitir igualmente que era necesario que Ifigenia lo
fuera. Recordemos la capacidad de inversión que tiene Locura. La locura fue una
espada de Damocles que se balanceó siempre sobre la cabeza de Ifigenia.
Ifigenia dedicó, hubo de dedicar, siempre una parte de sus fuerzas a defender sus principios,
sin que, al mismo tiempo, nadie pudiera considerarla loca. Entre nosotros
Ifigenia siempre tuvo la consideración de muy sensata, y de muy inteligente,
aunque “sui generis”. El “sui generis” consistía en ese alejamiento anímico que
mostraba. El “sui generis” consistía en creerse en la obligación de aguantar
cientos de estupideces, hasta que llegaba un momento en que Ifigenia se
transformaba en una botella de champán que acaba de ser descorchada.
A decir verdad, no conozco otra persona que más controle cada uno de sus
actos, de sus palabras, de las causas que originan cada una de sus acciones y
reacciones que Ifigenia. Lamentablemente esto, a ojos de Locura y de Agamenón,
no la convertían en una persona preocupada por dar cuenta de cada uno de sus
actos, ni en una persona vulnerable, sino en una persona fría y calculadora. Y
cuando esa persona “fría y calculadora” se desesperaba y no podía más, lo que
esa persona mostraba es que estaba loca. Así de sencillo.
Hasta donde yo sé estos serían grosso modo los rasgos que caracterizan a la
Locura que invade el tiempo presente.
Al carro de Locura se suben muchos. Los resentidos, los envidiosos, los
confusos, los hipócritas, los que quieren descubrir conspiraciones donde sólo
hay limpieza y pretenden declarar la normalidad allí donde rige el caos.
Díganme qué se hace cuando uno está dentro de una dinámica así.
La huida es el único recurso.
Pero díganme, cuándo Locura vírica invade cada rincón, cuando las fantasmagorías
son potenciadas no sólo por las voces de Fuenteovejuna siempre desordenadas y
alborotadas, sino también por la técnica y las tecnologías ¿adónde van los
hombres cuerdos de este mundo?
La huida ¿adónde?
Esta es la pregunta que una y otra vez los hombres cuerdos de este mundo se
han hecho.
¿Dónde están los refugios?
En fin, mañana me dedicaré nuevamente a los puntos; ahora tengo que atender
a Ifigenia. Ambas sabemos que su caso no es el único. Ambas sabemos que hemos
de enfrentarnos a una epidemia de locura vírica y que ni Erasmus, ni Chesterton
pueden ayudarnos. Tampoco Arthur Miller puede. “Las brujas de Salem” es una
advertencia, es una descripción de lo que puede suceder, pero en ningún caso
ofrece una solución. La huida que propone Ray Bradbury en “Crónicas Marcianas”
es la de la familia nuclear a otro planeta. En “Fahrenheit” el hombre ha
quedado solo, a la intemperie, desprovisto de cualquier refugio familiar. Lo
único que proporciona cobijo es el hallazgo de un grupo de hombres distintos,
como él, con sus mismos intereses.
No crean que la llamada de Ifigenia se debe a algún asunto personal. La
importancia de su llamada, aquello por lo que he debido tomar un café tras
otro, no son los temas privados de su niñez, sino la gravedad del presente
socio-mundial.
Hoy más que nunca es necesario activar el tercer ojo del que les hablaba:
el corazón. Porque la búsqueda de la verdad difícilmente puede llevarse a cabo
de forma racional, cuando hay tantas fantasmagorías que obnubilan la razón.
Pero al tercer ojo tantas fantasmagorías lo han atascado y no acierta a descubrir el camino.
La combinación más peligrosa del Tarot es aquella en la
que el Papa aparece junto al diablo.
Mañana. Ahora tengo que emplear todas mis fuerzas en la conversación con
Ifigenia.
La estrella de la
Bruja Ciega
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He aquí un diálogo de la locura vírica:
Ifigenia tiene diez años. Ha estado ahorrando pacientemente durante casi diez meses para hacerle un regalo a “Locura” en Navidad. No disponía de mucho dinero, así que sólo ha podido comprar algo a “Locura”. A los ojos de esa niña de diez años, la caja más grande y la más bonita que le permita adquirir su dinero es el mejor regalo. En algo tan simple es en lo que los niños suelen basar sus elecciones. En realidad es algo en lo que las elecciones de un gran número de adultos reposan.
Locura y Agamenón conversan a solas. Lo que Locura vírica denomina: "en confianza". Este "a solas en confianza " ofrece al interlocutor la impresión de cercanía a Locura vírica. Olvídenlo. Este "a solas en confianza " o es una forma de sugestión o es "un pacto de silencio ". En ambos casos la beneficiada es Locura vírica. Si ustedes le confían algo a Locura vírica tanto"el solas en confianza" como "el pacto de silencio " porque "los trapos se limpian en casa" carecen de validez.
Locura virica, con voz lastimera: - Ifigenia me ha comprado un regalo. No sé para qué lo hace, ni qué
quiere demostrar con ello. Qué ganas de gastar dinero.
Agamenón: - Siempre con ganas de estar en el centro. No he visto una
persona más absorbente que Ifigenia. Siempre queriendo darse importancia y
parecer mejor que los demás.
Locura virica conciliante: - No, no lo digo por eso, es que en realidad se ha gastado dinero
en esta caja que ahora no sé qué hacer con ella, un perfume que no me va, un
pañuelo que ya ves, y una barra de labios que no es mi tono.
Agamenón, pensando lo amable y condescendiente que es Locura vírica: Una catetada. Es que ni siquiera tiene gusto.
Como ustedes ven, “Locura” no ha dicho nada inapropiado. Al contrario: se
ha lamentado de que Ifigenia gaste dinero en ella. Falta, sin embargo, la
alegría que alguien siente cuando se es agasajado por una persona a la que se
ama. Falta el reconocimiento. En su lugar se vislumbra un pequeño reproche, que
introduce la sugestión emocional a partir de las aparentemente sentencias
neutrales de “Locura”.
Los términos “catetada”, “falta de gusto”, “gastar dinero en tonterías”, no
tarda en llegar a oídos de Ifigenia niña.
La “fuerza de la vida” de su niñez le permite a Ifigenia hablar con
claridad con Locura.
Ifigenia: Es que no tenía mucho dinero. Es lo más grande que me han dado
por eso.
“Locura virica”, corrigiendo con un leve tono de reproche "¿cómo puedes pensar eso de mi Ifigenia? responde muy dignamente: Yo no he dicho que fuera cateto. Es que mis labios son muy
delicados y la barra de labios me produce granitos.
Ifigenia acaba de cometer dos errores: El primero hablar con claridad, el segundo aceptar, interiorizar, las dos críticas: la posibilidad de que sea un regalo cateto, porque aunque no lo ha dicho Locura vírica es un calificativo que ha sonado con fuerza, un regalo dañino para Locura. Un tercer elemento surge: Ifigenia se reprocha a sí misma haber creído que el calificativo"cateto" venía de Locura, por más que recuerde las risas de Locura cuando este término aparece.
Puesto que Ifigenia sabe que “Locura” ama la cocina, Ifigenia al año siguiente regala a
“Locura” una olla de cocina. “Locura” llora porque sólo le regalan utensilios
de cocina.
A lo largo de los años los regalos de Ifigenia a Locura vírica van cambiando en función de lo que Ifigenia piensa que a Locura vírica le puede agradar. Ifigenia hubo de comprar a Locura vírica un perfume caro, del que Locura vírica decia que amaba, dos veces. Recuerden: a no es a. Dos veces nunca son dos veces. Locura rechazó el perfume de Ifigenia la primera vez porque a pesar de ser de la misma marca y del mismo número, no se trataba del perfume auténtico, sino sólo de la colonia. Más tarde rechazó un bolso de piel auténtica por el color. En definitiva: Ifigenia no consiguió agradar Locura vírica ni con su aspecto exterior, ni con su comportamiento ni con sus regalos.
Lo que Ifigenia ignoraba es que agradar a Locura vírica ers, por definición, aquello que, a ella, Ifigenia, le estaba vedado. A ella y a todas las personas de este mundo, excepto si se trata de la "persona obsesión " de Locura vírica.
Con excepción de esta "persona obsesión", la Locura vírica es siempre una Locura insatisfecha que nunca está contenta con lo que hacen por ella las personas que la aman.
Locura desprecia a las personas que la aman, salvo si se trata de la "persona obsesión".
Llegó un momento, no obstante, en el que la
frustración de Ifigenia por no acertar con los regalos y regida como está por
la “fuerza de la vida”, a la que Erasmus se refiere, volvió a hablar a solas con Locura.
Ifigenia: No te
gusta nada de lo que te regalo. Estoy hasta la coronilla.
Locura: Yo nada
digo. Tú te lo dices todo.
Ifigenia. Apartas
todos los regalos; no dices nada; ninguna muestra de alegría.
Locura: Lo que
pasa es que soy poco expresiva.
Ifigenia: Mis
amigas siempre dicen lo contentos que se ponen los demás cuando les hacen
regalos.
Locura, en tono victimista: Siempre estás descontenta, Ifigenia. Siempre insatisfecha. ¡Qué pena que estés rodeada de personas tan malas! ¡Qué mala suerte has tenido! (Locura vírica se refiere a Agamenón y a Locura vírica).
Locura a
Agamenón, con tono compungido y triste: No lo hemos sabido hacer, Agamenón. Sólo recibo reproches.
Agamenón:
Ifigenia es hija del Demonio; una mala pécora.
Locura suspira
doliente y calla mostrando la resignación del inocente.
Ifigenia se siente culpable. Muy culpable.
Locura repite una
y otra vez a todos los que la quieran escuchar que “a ella nunca nadie le ha
regalado nada”.
Ifigenia lo
escucha hasta que un día salta enfadada y dice: “Yo sí te regalo”.
Locura contesta
tranquilamente “Tú la única”.
Para a
continuación seguir con el mantra-letanía a todo el que quiere escucharlo “A mí
nunca nadie me ha regalado nada”.
Ifigenia llega a la conclusión que ese “Tú la única” equivale a “nadie”. Ifigenia la única es Ifigenia la nadie. Y en efecto: el desprecio y el ninguneo a Ifigenia irá "in crescendo " conforme la paciencia de Ifigenia crece y los años transcurren.
Tres días más
tarde Locura virica aparece luciendo orgullosa el regalo que le ha hecho Medusa.
Se lo enseña con
orgullo a Agamenón, a Ifigenia y a todos los que la rodean.
Medusa es una y por una "alguien ". No es una "persona obsesión " pero es una "una" y por "una", alguien. "Alguien " es, ante los ojos de Locura vírica, sinónimo de "aliado ".
Ifigenia se
siente mal, no por la alegría de Locura, como cree Locura virica, que es, en realidad, la que piensa mal de todos excepto de la "persona obsesión " por aquello de "piensa mal y acertarás y aun así te engañarán", sino porque ella, Ifigenia, no ha acertado en
veinte años a hacer feliz a Locura vírica y, en cambio, una extraña lo ha conseguido a la primera.
Lo que Locura vírica, en cambio, interpreta, dadas sus estructuras mentales, es que Ifigenia está celosa de su alegría y de la extraña que ha
logrado ponerla contenta.
Ifigenia seguirá
intentando agradar a Locura.
Llegará un momento en el que Locura, segura de sí misma, hará uso de la difamación. Entramos aquí en el mundo de las brujas de Salem de Arthur Miller .
Lo hará a su modo y manera, claro.
Locura cuando
habla por teléfono con Ifigenia: ¡Soy un monstruo, soy un monstruo!
Ifigenia, al otro lado del teléfono, sin entender nada y comprensiva: ¡No, No lo eres! ¡Eres estupenda! ¡Tienes que quererte!
Pregúntense por qué Ifigenia le grita desesperada a Locura vírica que tiene que quererse. Sí. Ustedes lo saben: una persona que no acepta las alabanzas de los demás, es una persona que tiende a criticarse a sí misma. Locura vírica se critica a sí misma constantemente. Ella, Locura vírica, dice Locura vírica, no hace nada bien. Ella, Locura vírica, hace todo mal. A ella, a Locura vírica, todo le sale mal. A ella, dice Locura vírica cuando escucha expresiones de amor, no la quiere nadie, nadie la necesita porque "San Preciso se murió ".
Sí. Locura vírica se expresa con frases fórmulas, con frases slogan. Locura vírica es influencer y marketing.
Pero ¿cómo es posible unir esto con lo que también hemos dicho anteriormente: que Locura vírica es alguien que no acepta ni consejos ni críticas, ni mucho menos la culpa?
Cómo puede aceptarse la constante autocritica, la continuada autoanulación de Locura vírica al mismo tiempo que se acepta que cuando Locura vírica dice "me he equivocado ", lo que está diciendo en realidad es "no me han salido bien las cosas"?
Por lo que también ya hemos explicado anteriormente: porque Locura consigue sugestionar y consigue que las personas normales de su alrededor le digan sobre ella lo contrario de lo que ella dice de sí misma. Más aún consigue que las personas normales "le regalen los oídos ", la alimenten como se alimenta a la masa madre del pan para que pueda seguir haciendo buen pan: el de Locura vírica-se entiende.
Las personas que escuchan a Locura hablar por teléfono con esa angustia piensan que Ifigenia, al otro lado de la línea y a la que no pueden, en efecto, escuchar, es, en efecto una mala pécora, una hija del diablo.
Ifigenia rompe por un tiempo sus lazos con Locura vírica. No son tiempos fáciles para Ifigenia. La desesperacióndel que no entiende nada, se une a la desesperación del que entiende demasiado y no quiere entender. Y a esta desesperación se une la desesperación del que quiere arreglar las cosas y no sabe cómo. Y a todas estas desesperaciones se une la de aquel que descubre con horror que quien le ha quitado la fama en sociedad, aquella que la ha asesinado en sociedad, es una de las personas a que más ha amado, por la que más se ha desvivido.
Ifigenia rompe. Pero el dolor la destroza.No obstante, hemos de recordar que a Ifigenia la rige “la fuerza de la vida” y regresa. Como de costumbre llega con el deseo de ser aceptada y nuevamente porta regalos a Locura y a los otros.
Locura la recibe fríamente. Como el rey que recibe al desertor arrepentido.
Locura, con
desprecio: Te habrá costado un ojo de la cara
Ifigenia calla.
Locura, con
desprecio: Te habrá costado un ojo de la cara.
Ifigenia calla.
Locura, con
desprecio: Te habrá costado un ojo de la cara.
Ifigenia, frío
enfado: No me ha costado un ojo de la cara, pero es un buen regalo.
Locura: Siempre
pensando mal. No quería que te gastaras mucho dinero.
Sus palabras no coinciden con sus actos.
Locura ignora los
regalos que ha llevado Ifigenia a los otros, pero empieza a preguntar a la otra
persona qué necesita.
La otra: Ropa.
Ifigenia muestra
el regalo que le ha llevado que es, precisamente, ropa
Locura y la otra
no prestan atención.
Locura: entonces
lo mejor dinero. Le diré a mi amiga que te regale 50 euros porque hay
confianza.
La otra, un tanto
extrañada repite lentamente: hay confianza.
Así abandona
Ifigenia la escena: Jurando que aquellos son los últimos regalos que va a hacer
en toda su vida.
Ifigenia tiene a esta altura de la vida más de 40 años, más de 50 años.
La fuerza de la
vida va siendo sustituida por una profunda tristeza que muchos llaman la
amargura del justo.
Meses después recibe la llamada de una pariente por teléfono. La pariente, está de vacaciones en casa de Locura, que ha llegado cargada a su vez con regalos. La pariente le comunica a Ifigenia lo contenta que está Locura por los regalos que Ifigenia le ha
hecho. Que están todos que no salen de entusiasmo por los regalos que Ifigenia llevó.
Ifigenia sabe que quien habla por la boca de la Pariente son las palabras de Locura. Ifigenia no entiende nada. Por una vez
en su vida contesta de la forma más pasivo agresiva que se le ocurre.
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