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Thursday, December 31, 2015

Feliz Nochevieja...

El espectador se asoma a la ventana a contemplar la oscuridad de la calle que es iluminada de sopetón y ruidosamente por los cohetes que ya están lanzando algunos. El mundo, piensa el espectador, descansa de tantas batallas libradas y se prepara a las nuevas que el próximo año deparará. En estos días ha hecho lo que siempre hace: leer. Es lo más entretenido. Estas navidades ha elegido “Montecristo”, de Martin Suter y “Número Cero” de Umberto Eco. Los dos vienen a decir lo que ya Bertold Brecht había afirmado en la “Vida de Galileo”: saber la verdad no cambia el mundo. Vivir en el mundo exige, pues, aprender a convivir con la verdad al tiempo que con la mentira. Tiempo, tiempo, tiempo. La verdad no cambia nada, excepto dejar un par de cadáveres por el suelo. Vivir: bailar con la mentira y esconder a toda prisa la verdad en el armario no sea que alguien nos cargue el muerto. Nada que el espectador no supiera ya. Pero en cualquier caso más interesantes que su habitual amiga televisión que en este tiempo –tiempo, tiempo, tiempo- únicamente ofrece repeticiones de programas que él ya conoce. De la radio tampoco hay que preocuparse: está ocupada en  retransmitir música insoportable e insulsas entrevistas a personajes de segunda y tercera categoría. La Navidad no le interesa al espectador. El tan traído y llevado espíritu navideño no le ha interesado jamás y ahora mucho menos. Le asombra que algunos estén dispuestos a reunirse voluntariamente con determinados individuos a los que no soportan para dedicarse a representar interminables escenas de dramas emocionales idénticas a las del año anterior y a las del próximo año. Sí señor: eso es lo que se llama tradición. La misma tradición que tuvo que celebrar este año. El espectador hubiera preferido que por una vez en la vida las partes enfrentadas se hubieran decidido a comportarse con los mismos modales que utilizan ante los extraños y hubieran entablado los mismos temas de conversación que siguen con los desconocidos: anécdotas, tiempo y deportes. El espectador odia los excesos de confianza y los excesos de emocionalidad. Tampoco comprende por qué el sonreír los unos a los otros, que es al fin y al cabo de lo que se trata, pueda suponer tantos disgustos a los unos y a los otros. Por qué una determinada marca de vino y no otra, la ausencia de whisky o la falta de mahonesa en la colección de salsas pueden originar tantas discusiones acaloradas en una reunión en la que uno debería pensar cómo piensan los novios en la boda: da igual lo que suceda, lo importante es que nos casamos.

Pero no. La mayoría de los mortales no discuten con el jefe, no discuten con los compañeros de trabajo, ni siquiera discuten con los amigos y así deciden reunirse con la familia para organizar una cena inolvidable y distinta: la del follón. Follón porque unos cenan y se van con los amigos; follón porque unos llegan borrachos a la cena y follón porque otros se levantan borrachos de ella; follón porque a alguien se le ocurre contar una anécdota un tanto comprometedora para alguno de los comensales; follón porque alguno de los presentes se siente inferior al resto y follón porque otros se sienten superiores a los demás... El espectador hace tiempo –tiempo, tiempo, tiempo- que comprendió que el follón, justamente el follón, es eso que sus familiares entienden por “tradición y una cena inolvidable.”

El espectador vuelve a mirar por la ventana. Un ramalazo de luces de colores se muestra justo detrás de los cristales. El espectador suspira plácidamente. No. El espectador no gusta ni de las tradiciones ni de las cenas familiares. Tampoco es un aficionado a  las cenas que obligan a reunirse en compañía de amigos y conocidos con los cuales resulta improcedente hablar en esos momentos de temas serios y a los que únicamente se puede sonreir, tender la mano, tender una copa, sonreir, coger un aperitivo, sonreir, un leve “hola, qué tal”, sonreir, ¿bailamos?, no gracias, tal vez después, sonreir, ir solo a la pista para pasar el tiempo, sonreir, encontrar a otro solitario, ¿una copa?, ¿por qué no?, sonreir, copa, sonreir, copa, sonreir, una leve insinuación, sonreir, copa, sonreir, los músculos acusan cansancio, sonreir, uno siente que la sonrisa ya no sonríe, uno teme que la sonrisa se convierta en mueca, uno teme que los otros lo noten, uno tiembla al pensar que los otros puedan pensar que no se está divirtiendo, que es el cenizo de la noche, coge una copa, copa, copa, copa, después de diez copas resulta imposible distinguir de dónde nace la deformada expresión que el rostro expone a los que se cruzan con él, sobre todo porque también sus semblantes portan los mismos atributos: ojos pequeños y miradas brillantes, labios húmedos, palabras sin conexión con los movimientos de los labios, como surgidas de un mal estudio de doblaje o de un video defectuoso. Hay que arreglar el problema: una copa, otra copa, sonreir da igual cómo, se tropieza con otra boca, con otro cuerpo, con una silla, todos guapos, todos felices, todos bailando en una pista que gira y gira dentro de un mundo que no se está quieto y con una música que suena y suena. Algunos desaparecen y vuelven. ¿Cuánto tiempo? ¿A quién le importa el tiempo en una noche en la que todo se mueve sin parar? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo? Tiempo, tiempo, tiempo, copa, copa, copa, sonrisa, tiempo. Desaparecer por veinte minutos y volver con el pantalón a medio abrochar. Desaparecer por diez minutos y volver con la camisa desabrochada y sin corbata. O con la corbata manchada de un leve color anaranjado impregnado de un insufrible aroma a pesar de que se ha mojado aprisa y corriendo y aprisa y corriendo se ha secado con el secador de manos. Desaparecer para emprender excitantes viajes interestelares. Desaparecer para jugar a los aspiradores. Desaparecer para estar sin estar, para participar en la obligada vida social, para decir “yo también estuve allí”, para tener historias y batallitas que contar, para sentirse joven y pensar que eso es la vida. El espectador mira a través de la ventana. Tiempo, tiempo, tiempo ¿cuánto tiempo? ¿cuánto tiempo? El espectador no lo sabe. Esta vez no lo sabe. Tiempo, tiempo. ¿Cuánto tiempo? Desaparecer ¿para volver? ¿Qué pasa con los años que desaparecen? ¿Dónde se quedan? El espectador piensa en esa terrible obsesión de fotografiarlo todo, de fotografiarse siempre, de apuntarlo todo, de grabarlo todo, de intentar apresar el recuerdo, el recuerdo de un mundo que no deja de moverse, que no deja de girar... El espectador no echa de menos las reuniones en las que decenas de personas se encuentran porque deben de encontrarse porque así lo dictan las normas sociales. Las normas sociales hechas por la sociedad para fastidiar a la sociedad. ¿No resulta absurdo? Es lo mismo que sucede con las corbatas. Todos los hombres las odian pero todos las llevan, incluso fuera del horario laboral, porque así lo dictan las normas de etiqueta. El espectador mira a través de la ventana. Luego se dirige al espejo. El smoking le sienta igual que siempre. Finge tener un cigarrillo en la boca y fumar. La bocina de un taxi, su taxi, se confunde con un nuevo estallido de pólvora. El espectador mira con nostalgia a su habitación. Quisiera permanecer dentro. Quisiera no irse. El claxon vuelve a sonar. El espectador cierra la puerta con suavidad no sin antes enviarme un “Feliz Nocheviaja, tú: afortunada bruja solitaria.”
Salgo al balcón. Los geranios dormitan envueltos bajo un blanco caparazón que pretendía protegerlos de un invierno que sueña con ser primavera, que quiere ser primavera. Le veo dirigirse al taxi que impacientemente le espera en la acera de enfrente. Esperar a un cliente significa perder a otro. Tiempo, tiempo, tiempo. Antes de subir el espectador lanza una mirada hacia donde me encuentro. “¡Feliz año!” grita antes de desaparecer.
“¡Feliz año!”, respondo entre explosión y explosión.
Adentro no es más silencioso. La música suena y resuena. Para el espectador las normas sociales, para mí queda el derecho social a una noche escandalosa. La música suena y la bruja ciega se divierte haciendo lo que más divierte a las brujas, lo único que en realidad divierte a las brujas. La bruja ciega baila, baila, baila. ¿Cuánto tiempo? Tiempo, tiempo, tiempo. La bruja ciega bailará, bailará, bailará. El mundo gira, la calle gira, el piso gira, la mesa gira, la bruja ciega gira...
Feliz Noche a Jorge, a Paula, a Carlota, a su marido, a sus hijos, a Carlos y a Rocío. Todos ellos lejos de mí y todos ellos sin embargo, tan cercanos...
Feliz Noche al espectador que se va a sufrir voluntariamente lo para él insufrible sólo para demostrar y demostrarse que puede lo que los otros pueden.
Feliz Noche a todos aquellos que dedican su tiempo a leerme. Tiempo, tiempo, tiempo.

La bruja ciega.



Thursday, December 17, 2015

Reflexiones acerca de la Identidad

Somos lo que somos pero ¿qué somos en realidad? Justo cuando creemos haber llegado a alguna conclusión al respecto ya hemos sido impelidos hacia nuevos lugares. Resulta pues imposible determinar en el presente aquello que somos cuando somos. Lo más que podemos precisar es dónde estamos, lo cual, no crean, ya es mucho. A mí me asombran todos esos psicólogos, psiquiatras y similares que publican en los periódicos más insustanciales, que son también los periódicos más leídos, avisando del riesgo y proliferación de las personalidades múltiples. Hombre, no sé yo hasta qué punto puede considerarse esto un problema si hasta en los cuentos uno aparece por la mañana siendo un sapo y por la noche se acuesta convertido en un apuesto príncipe...
A lo que me refiero es que las personalidades múltiples, - salvo en casos muy extremos: cuando uno, por ejemplo, se cree por la mañana supermán y quiere echar a volar y por la noche está convencido de que es el rey león-  son sumamente normales –más normales desde luego que tener una sola personalidad que se cree Napoleón, por poner un ejemplo. Esta personalidad es una personalidad distorsionada en un doble sentido: por creerse Napoleón y por inamovible.
Ah, sí. ¿Qué pensaban? Lo radical del loco es tan radical como lo radical del hombre cabal. La única diferencia es que el hombre radical sabe por qué es radical aun cuando no pueda expresarlo correctamente. “Aquí estoy. Y no puedo de otro modo”, dice el cuerdo. El loco, en cambio, no sabe por qué es radical y aunque lo sepa tampoco sabe por qué no puede hacerlo de otro modo.
Pero no es sólo que las personalidades múltiples sean normales: es que  además resultan imprescindibles. Uno es empleado de ocho a seis de la tarde; actor de teatro lunes, miércoles y viernes de siete a nueve de la tarde; enamorado ardiente un par de días a la semana y un consumado deportista el resto del tiempo. Uno es hijo delante de su madre, padre delante de su hijo, rival entre sus compañeros, enfermo en la consulta del médico y cliente cuando compra. Uno es pecador en el confesionario y santo en la Iglesia. Uno es alumno en el seminario de música medieval y profesor de historia antigua en la Universidad. Uno es camarero del bar de la esquina y consumidor habitual del restaurante de la otra. ¡Naturalmente se hace preciso disponer de muchas máscaras, de muchos rostros, de muchos complementos, de mucha ropa! Hay días en los que uno no sabe qué ponerse y días en los que no se ha puesto lo adecuado. Esos días son terribles. ¿Cómo es que esos psicólogos y psiquiatrás populistas, populizadores y populizantes no lo saben? Y si saben –como lo sé yo- que esas múltiples personalidades sólo pueden considerarse personalidades enfermas en unos pocos casos ¿por qué publican los riesgos con grandes titulares? ¿Por qué no se dedican a hablar de los problemas que acarrea hoy en día la realidad virtual no sólo para el sujeto sino para la sociedad entera, de los problemas que introducen ese “pensar en positivo” que fuerza al individuo a sobreseer sus errores y a ocultar los obstáculos? “Pensar en positivo” es falso simple y sencillamente porque “Negar la realidad no significa cambiarla”. Algunos se obcecan en pensar en positivo y puede que se eleven un par de centímetros por encima del suelo y crean que con eso ya han volado. Falso. Simplemente se han elevado un par de centímetros por encima del suelo. Para algunos y en algunos momentos no digo que eso no sea un consuelo, pero un consuelo nunca es un remedio. Pensar en positivo no tiene nada que ver con confíar. El que confía sabe que se está apoyando en que sus espectativas y el destino, por llamarlo de algún modo, coincidan. El que piensa en positivo está convencido de que sus espectativas pueden modificar el destino y todo lo que haga falta. Error. Grave error. Lo mismo que esa nueva moda de la bipolaridad. Hoy, de repente, no se escucha más que ese asombroso “es bipolar”. Y claro, me voy a ver qué cosa es esa de la bipolaridad. Las definiciones pseudopopulares que he encontrado por ahí son asombrosas, igual que las definiciones de ciclotímico y similares. Hombres que trabajan y desarrollan una actividad incesante durante un periodo de tiempo y durante otro periodo de tiempo ni una grúa los mueve. Eso, que cualquier persona calificaría de descanso, es considerado como algo patológico que requiere de sesudos comentarios. En fin... Pronto va a llegar alguien que va a organizar un plan de comportamiento para los buenos ciudadanos para que no cambien nunca de personalidad y sepan cuánto y cómo han de trabajar y cuánto y cómo han de descansar. Es el problema de esta teoría del Todo en el Uno y el Uno en el Todo, que permite el “piensa en positivo” lo que conduce a “la realidad virtual” lo que conduce al Todo en el Uno y en Uno en el Todo porque esa teoría es circular y bien circular y en la que “a” es igual a “a” y por eso los sujetos sólo pueden tener una personalidad, un comportamiento, una vida, unos horarios determinados de actividad y unos horarios determinados de pasividad. Con tantas exigencias no me extraña que una amiga mía se haya decidido a estudiar Psicología. “Ahora me siento mucho más segura ”, me confesó. “No hace falta que lo jures”, pensé, “el campo de los poderosos: igual que los médicos y los abogados”. Pensé en Carlos y Jorge. Algo así dicen cada vez que se matriculan en algún curso de psicología de la empresa. Carlota también se inscribió en uno de ellos pero lo abandonó a los dos días de haber empezado. Le creaban una terrible confusión, dijo. No me extraña: la psicología no es cosa de hadas. Ellas, que juegan con las nubes y el viento, que transforman las tardes grises del otoño en mañanas esplendorosas de primavera; ellas, que hablan el lenguaje de los animales y comprenden el sonido de los árboles; ellas, las hadas, no necesitan de teorías mundanas. Y pienso en  Carlota, en mi amiga del alma...Un rayo de luz ilumina la estancia y yo sé que Carlota me mira y me sonríe aunque nunca lea nada de lo que escribo, porque las hadas no necesitan de palabras ni de reflexiones porque eso, dicen las hadas, es cosa de brujas...

Pero no era de los pseudo científicos de la mente, que creen también serlo del alma, de quienes yo quería hablar. En realidad lo único que quería decir es que no sabemos qué somos cuando somos. Lo sabremos cuando ya no estemos en el Presente, quizás ni siquiera entonces. Tal vez otros lo averigüen de nosotros cuando ya no estemos aquí y ya nada tenga importancia porque al No-Ser el Ser siempre le ha resultado indiferente y es el Ser el que teme enfrentarse a esa Nada que se alza frente a él, a veces como amenaza a veces como esperanza a veces como un simple desafío. Lo que los hombres llaman Satán no es más que destrucción, puede ser incluso destrucción absoluta, pero no es la Nada. De todos sus enunciados, eso es lo único que la teoría del Todo en el Uno y el Uno en el Todo enseña correctamente. Dios o Demonio, el hombre elige entre Ser y Ser pero no elige entre Ser y Nada. La Nada en esa teoría es el anhelo del Ser que quiere dejar de ser sin conseguirlo. Esta Nada no tiene nada que ver con el nihilismo occidental. Ni esa Nada ni esa constante repetición circular. Repetición circular incesante y baldía. Repetición circular que es una condena igual que la sufre el burro que mueve la Noria...

El nihilismo occidental no es la Nada oriental. El nihilismo occidental es la ausencia de Dios porque Dios se ha alejado voluntariamente del hombre. Dios deja solo al hombre porque sabe que está preparado para lanzarse al viaje que le espera y confía en sus fuerzas de hombre para superar los obstáculos de hombre que le aguardan. Dios no quiere ser un padre helicóptero. Dios deja solo a su hijo y le dice: “Adelante. Confía. Atrévete a Ser”. El nihilismo occidental no tiene nada que ver con la Nada oriental. La Nada oriental es la Nada. El vacío que ni siquiera puede ser vacío porque entonces ya sería “algo”. La Nada oriental es un silencio que ni siquiera puede ser silencio. Una disolución que ni siquiera puede denominarse disolución. La Nada oriental es una aspiración.
El nihilismo occidental, en cambio, es un desafío para iniciar un camino sin Dios que Dios mismo ha confeccionado de antemano. Hijo, he hecho la vida. Ahora vive. Te he enseñado todo lo que te tenía que enseñar. Ahora te toca a tí poner en práctica y desarrollar lo aprendido. Los peligros son graves y numerosos. Muchos son los obstáculos que encontrarás y los enemigos no serán pocos. Demuestra qué es lo que puedes, demuestra qué es lo que sabes. Todo eso dice Dios sin decirlo. Porque Dios se aleja del hombre sin ni siquiera despedirse.

Demuestra tu Fuerza: Energía por Espíritu, dice Dios al hombre sin hablar.

El nihilismo occidental es el comienzo de una aventura. Y no, no fue Nietzsche su precursor. No fue ninguna filosofía. Nietzsche se equivoca cuando dice “Dios ha muerto”. La primera vez que leí “Así hablaba Zaratustra”, yo tenía quince años y aunque nadie, ni siquiera mis profesores de filosofía, creen mis palabras, lo cierto es que no pude evitar llorar amargamente. Al día de hoy no sé si alguien puede entender lo que se siente cuando uno lee una frase como esa. Uno ha ido perdiendo paulatinamente al ratoncito Pérez, a Papá Noel, a los Reyes Magos, a la estrella de Oriente y ahora toca perder a Dios. ¿No es terrible?

Pero Nietzsche se equivocó. Dios no estaba muerto. Tal vez Nietzsche sabía que Dios no estaba muerto pero no pudo soportar la verdad: que Dios mismo, Dios, era el que había decidido separarse de su creación para obligarla a caminar sobre las dos piernas que le había dado y forzarla a utilizar y desarrollar el cerebro con que la había dotado. Quizás Nietzsche, que había perdido a su padre y a su hermano, que seguramente había sentido estas muertes con el mismo dolor con el que escribió “Dios ha muerto”, no fue capaz de enfrentarse a la realidad que ante él se presentaba: que Dios no había muerto, simplemente nos había abandonado.  Realidad terrible que sí , en cambio, se atrevió a encarar Jesús: “Dios mío, Dios mío ¿Por qué me has abandonado?” gritó con las últimas fuerzas humanas que le quedaban. Porque Jesús sabía, lo sabía, que Dios está vivo y bien vivo aunque esté ausente. Nietzsche, mi buen Nietzsche, prefería pensar que Dios, igual que su padre, igual que su hermano, estaba muerto, antes que afrontar que Dios lo había abandonado, que Dios se había separado de él porque a Dios le había dado la divina gana.

El nihilismo occidental es por un lado desgarrado, desgarrado porque Dios ha dejado al hombre en el bosque y se ha ido y el hombre no sabe muy bien qué ha de hacer y por el otro es un empuje a la acción libre. Para algunos, el nihilismo occidental, la separación voluntaria y querida de Dios del hombre, significa un nuevo castigo, comparable a la expulsión del Paraíso o a las destrucciones apocalípticas. A  otros, el nihilismo les permite lleva a cabo todas las prohibiciones que existen cuando los progenitores están en casa. A unos cuantos, concentrados en sus propias tareas, la presencia o no de Dios les resulta indiferente, lo que no soportan es el ruido de la casa de al lado y llaman a la policía para que acabe con aquella terrible orgía que les impide trabajar a ellos y dormir a su familia y hay quién se lanza a la búsqueda de Dios, a ver si lo encuentra, porque sencillamente Dios es más soportable que esa terrible policía controladora que ha puesto escuchas y cámaras por todos los rincones de la ciudad.
El hombre está solo y solo tiene que solucionar los problemas humanos y bien humanos que se le presentan. Los alemanes buscan su identidad, igual que otros se lanzan a la búsqueda de Dios porque ya no pueden soportar el control policial. Los alemanes creen que encontrando su identidad remediarán sus problemas. Lamentablemente aquellos que buscan a Dios como panacea para sus males todavía no saben que encontrar a Dios no les despojará de su naturaleza humana y por tanto seguirán sin librarse de las contradicciones que significa el ser humano y es muy posible que entonces, en vez de agradecer a Dios el aliento de libertad que les ha dado le recriminen por abandonarlos en el Ser. Todos ellos dicen buscar a Dios pero en realidad buscan la Nada. Encontrar a Dios no les libra de sus pesares. Les encadena todavía más a ellos.

Algo parecido pasa con la identidad alemana: hallarla, saber en qué consiste, tampoco aliviará el grave estado de la sociedad alemana. Al revés: les anclará más profundamente en su desdicha. Y esto por varios motivos.
Uno de ellos es que la identidad es de algún modo lo que el Napoleón a la personalidad: inamovible. Dios también lo es, me dirá alguno. Sí pero hay una pequeña gran diferencia: Dios está fuera de nosotros. La identidad, en cambio, es inherente a nosotros. Dios es un objetivo y como objetivo fuente de fuerza para el que le busca por Dios mismo y no para librarse de los problemas que ocasiona el hecho de ser “humano”. La identidad está ahí. Conocer nuestra identidad significa saber lo que somos cuando somos lo cual es imposible por la sencilla razón de que el individuo es un “haciéndose” incluso cuando duerme por las noches y en pesadillas vomita los empachos de las vivencias diurnas. El hombre que conoce su identidad a la perfección es el loco: el hombre que sabe que él es Napoleón. Poco importa cómo se llame este Napoleón. Seguramente y cómo decía Chesterton el loco Napoleón, el loco que conoce su identidad, sabrá perfectamente razonarla y defenderla y es muy posible que en un debate contra el loco Napoleón sea el cuerdo el que pierda. Ése que dice casi excusándose: “Aquí estoy. No me es dable hacerlo de otro modo”. Aquél al que ese “no poder hacerlo de otro modo” le desgarra. Le desgarra porque desearía hacerlo de otro modo, desearía volver igual que dicen que volvió el hijo pródigo pero no puede. No puede. Y ese “no poder” le consume por más que sabe que “no puede”. Ése es el cuerdo. El loco Napoleón en cambio sabe, sostiene, defiende, arguye y demuestra que él es Napoleón. Y ese ser radical es distinto que el otro ser radical porque “a” no es siempre “a” porque el loco Napoleón es Nada y el radical Lutero es la voz de la demanda y la voz de la reforma y la voz que quiere cambiar la política económica religiosa porque no puede ser que la política económica religiosa sea la que forme y conforme la teología, la espiritualidad. Lutero busca a Dios no porque no soporte su naturaleza humana sino porque justamente la naturaleza humana es la que le permite decir a otras naturalezas humanas que no va a seguir el camino en el que están porque ese camino no conduce al objetivo que él busca. Y sí, a Lutero, le duele, le duele, pero sus convicciones de hombre le impiden hacerlo de otro modo. El cuerdo Lutero está desgarrado; el loco Napoleón, no.
Por eso y por mucho que a los alemanes les duela, la pregunta por su identidad es una pregunta insoluble. Porque no podemos saber nunca lo que somos mientras somos y porque contestarla lejos de solucionar el problema les convertiría en locos Napoleones. Esto es: impediría su desarrollo, les introduciría en la inmovilidad de la Nada que ni siquiera puede ser inmovilidad porque entonces ya sería algo. La pregunta por la identidad sólo puede hacerse cuando uno mira al pasado sabiendo que está en el tiempo presente y que se dirige hacia el futuro, cuando uno es consciente de que ningún tiempo pasado fue mejor y que aunque lo hubiera sido nadie puede bañarse dos veces en el mismo río. La pregunta por la identidad que tanto ocupa y preocupa a los alemanes no puede ni debe ser contestada. Uno es un haciéndose que hace. Eso, de todo, es lo único que en estos tiempos de Napoleones y de aprendices a Napoleón ha de merecer nuestra atención.

La bruja ciega.




Wednesday, December 16, 2015

Elucubraciones

Durante mi adolescencia uno de los dilemas morales que se nos solía proponer era qué hubiéramos hecho nosotros de ser viajeros en el tiempo y habernos encontrado ante la cuna del bebé Hitler: “¿Lo hubiéramos asesinado?”  Todos aquéllos que contestábamos con un “No” éramos contemplados con una mirada no se sabía si de asombro o de escepticismo pero en cualquier caso de incomprensión. “¿Por qué no?”,insistían. “Con ello hubieran podido salvarse miles, millares de vidas”.
En aquél tiempo yo todavía no sabía a ciencia cierta a que obedecía mi rotundo y terco “No”.  Tal vez porque yo, al igual que Chesterton, siempre he creído en los milagros y ni siquiera como viajera del tiempo me podía imaginar que todo estuviera atado y bien atado. Tal vez porque matar a un bebé, fuera el bebé que fuera, me recordaba a Herodes y a todos aquéllos que han creído los augurios que profetizaban que un recién nacido destruiría su reino y queriendo evitar el peligro han cavado ellos mismos su propia ruina.
Al día de hoy sin embargo sé que aquel obstinado “No” descansaba en una tercera razón: Ningún asesino de hombres, ningún tirano, ningún monstruo se hace con el Poder sin la ayuda de los que le apoyan, le alzan y le sostienen. Ningún dictador conserva su Fuerza si los fuertes le abandonan y los débiles no se unen para sostenerle. Hitler, Stalin y Torquemada fueron bestias humanas convertidas en bestias humanas con la aquiescencia de sus congéneres.
El dilema moral que se nos planteaba partía de la afirmación de la culpa del uno pero no contemplaba la culpa de los otros. El dilema moral era en realidad un falso dilema moral. No obstante nos obcecamos en permanecer anclados en esa tradición. En la tradición que únicamente cuestiona la culpa y responsabilidad del lider sin entender, sin desearlo siquiera, que el lider es siempre elegido, aclamado o defendido por otros. ¡Cuántos inocentes no han muerto asesinados y vilipendiados por falta de una voz que se haya alzado en su favor! ¡Cuántos locos no han reinado porque los bufones del reino convertían a los cuerdos en locos y a los sensatos en traidores del Estado!

Jorge, el tranquilo Jorge me llama. “No entiendo por qué hace tantos días que no publicas”, me dice. “Te veo muy ocupada con tus reflexiones sobre el nihilismo, lo radical y la radicalidad. No es fácil entenderte”, lamenta tranquilamente. “A veces cuesta un cierto esfuerzo comprender que aunque estás a favor de la entrada de refugiados estás convencida de que esto no va a ser posible porque la sociedad se va a oponer tanto por exceso de recién llegados como por falta de medios y desconfianza generalizada; que no te gusta, por cínico, que se recorte el número de refugiados que llegan a las fronteras de Europa a cambio de firmar  unos acuerdos económicos con Turquía que aligerarán la concesión de visas y la entrada de recién llegados turcos, cosa que, al parecer, no puede permitirse la sociedad europea en el caso de los refugiados pero sí en el caso de los ciudadanos turcos; que no tienes nada en contra de que los musulmanes practiquen su religión con tal de que no pretendan introducir las normas religiosas ni en la política ni en las leyes y que estás en contra de la guerra, primero, por lo que de barbarismo conlleva y segundo, por la inestabilidad de las alianzas y la confusión de los objetivos; que tienes miedo de que la radicalización de la sociedad europea la dirija hacia conductas radicalizadas, y por tanto no individuales sino masificadas, que arramblen con todo lo que encuentren a su paso. Deberías corregir tus escritos antes de publicarlos tan rápidamente: me ahorrarías tener que leer el texto tres veces para distinguir entre tus serias afirmaciones y tu seria ironía. No sabes la cantidad de trabajo que Paula y yo tenemos en estos instantes.” Y Jorge, el tranquilo Jorge, me detalla tranquilamente su agenda mientras tranquilamente toma un café al tiempo que tranquilamente ojea pasados comentarios míos. Sí, no hay nada como la sosegada tranquilidad para que una persona pueda ejecutar su trabajo con toda la eficacia necesaria que éste requiere. Paula, su esposa, es muy parecida a él pero las cuestiones políticas no sólo no le interesan sino que además le aburren sobremanera. En su opinión Política y Metafísica significan lo mismo: pura palabrería. Los verdaderos problemas terrenos que urge solucionar sólo pueden ser remediados por el sentido común, la justicia humana y estatal o el mero devenir de los acontecimientos. No es que Jorge opine de forma distinta pero a veces el tranquilo Jorge precisa de tranquilos lances dialécticos y tranquilamente me llama para tranquilamente desprenderse de su carga de estrés a base de discutir conmigo porque está convencido de que a las brujas, más aún tratándose de viejas brujas, nada les conmueve. “¿No se te ha ocurrido pensar que las Navidades se acercan y una, que soy yo, tiene que dedicar su tiempo a los preparativos que las fechas exigen?” pregunto un tanto enfadada “Ah. Vamos”, bromea tranquilo, “las viejas brujas como tú lo consiguen todo en cuestión de segundos”. “¡Qué más quisiéramos nosotras!, le contesto riendo. “A nosotras nos toca encender el fuego y remover sin parar la sopa del caldero. Te recuerdo que son las hadas las que tienen una varita mágica. Nosotras sólo tenemos una escoba ¡y encima pasada de moda!” “Escribe algo”, me pide con un tranquilo suspiro y bajando la voz añade: “Me aburro.”

De todos, ése es el mejor halago que Jorge podría haberme hecho. Conociéndole como le conozco, supongo que debo tomarlo como un regalo de Navidad.

En realidad las personas como yo difícilmente estamos a favor de algo que no sea nuestra propia paz y tranquilidad. Suena egoísta y no dudo que lo sea, pero he de añadir que caracteres así exigen tanto de una cierta modestia material como de una gran facilidad para soportar la soledad. Ni lo uno ni lo otro son rasgos que abunden por más que haya tantos que los prediquen. La modestia material obliga a no prestar gran atención a las apariencias exteriores y convivir con la soledad únicamente es posible si se es capaz de dialogar con el silencio de los libros. En cualquier caso, tanto lo uno como lo otro generan un distanciamiento social insoportable para la mayoría de los seres humanos, justo porque su condición de seres humanos los convierte - al decir de Aristóteles- en seres sociales. Además de insociables somos seres socio-políticamente pasivos lo cual permite a más de uno acusarnos primero de que nuestra pasividad mantiene al tirano y sentenciar después que nuestra no-culpa, como diría Broch, de ningún modo nos convierte en inocentes.
A modo de disculpa basta recordar las explicación que le dió el amigo vampiro del espectador a éste en la pesadilla surrealista que tuvo: “Los inocentes son siempre los primeros en morir y generalmente mueren por cualquier cosa. O lo que es lo mismo: por nada que pueda denominarse “heroico.”
Hasta cierto punto tenía razón. Ni siquiera las revoluciones son hechas por inocentes. Las revoluciones menos que nadie. Tal vez lo que el vampiro de la pesadilla dijo sea cierto y lo que suceda generalmente es que un ejército de bestias se enfrente a otro ejército de bestias mientras los que defendemos nuestra paz y tranquilidad nos ocultamos para permitir que los bestias puedan matarse con toda la tranquilidad del mundo y que únicamente seamos capaces de convertirnos en inocentes, esto es: morir, caso de que aquéllos bestias se decidan a desposeernos de lo único que realmente nos preocupa: nuestra paz y nuestra tranquilidad. Mis escritos son publicados para mantenerlos con un cierto orden pero si alguien me prohibiera su divulgación obedecería la orden sin rechistar y seguiría escribiendo en mi casa. Si me prohibieran escribir, dejaría de escribir pero seguramente no dejaría de pensar. Lo más probable es que llegara un momento en que el pensamiento no cupiese más dentro de mí y saliera por la boca, lo cual supondría mi fin. Sabiendo esto como sé, lo más probable es que fuera en el segundo estadio: en el de la prohibición de la escritura, el estadio en el que empezara mi resistencia: puestos a morir, por lo menos por un motivo real y no sólo por la propagación ondulatoria de unos sonidos que terminan siendo arrastrados por el viento y que yo, por mi carácter más que por la consideración de que mis ideas sean importantes, sería incapaz de acallar y saldrían, lo sé por experiencia, en el momento y del modo más inoportuno.  ¿Me consideran pequeño burguesa? Créanme: desconfíen ustedes de “la paz y tranquilidad” que asegura anhelar el pequeño burgués. Esa paz y tranquilidad ni está desprovista de modestia material ni de soledad, más bien todo lo contrario. El pequeño burgués se siente tranquilo cuando conoce todos los dires y diretes de su pueblo y disfruta de su paz cuando sabe que ha derrotado a su enemigo y que es envidiado por su vecino. El pequeño burgués ni publica, ni escribe ni piensa. El pequeño burgués nunca corre peligro salvo por accidente.

Lo dicho: “Paz y tranquilidad” no es igual que “Paz y tranquilidad”.

¿Por qué entonces escribo estos comentarios?, me preguntarán ustedes. ¿Por qué no?, respondo. Lean ustedes los comentarios que aparecen en los distintos periódicos escritos por sesudos periodistas y comentaristas: o nacen de una determinada ideología o nacen de una determinada observación. Pocos son el resultado del conocimiento acerca de la materia. Incluso esos llamados “expertos” disponen, tal vez, de más información pero no de más conocimientos. El verdadero conocimiento de las circunstancias decrece a medida que aumenta el poder de los sistemas de seguridad y de los servicios secretos de los distintos países. Ninguno de nosotros está libre de la propaganda que más o menos encubiertamente se nos entrega sellada con un lacre en el que se puede leer “información objetiva y veraz”. Lo más que podemos hacer es expresar nuestro asombro ante determinadas noticias. Con o sin internet, el verdadero transcurrir político-militar sigue siendo un auténtico enigma. Escribo, sí. Escribo porque ni siquiera mi amor a mi paz y mi tranquilidad me libran de la curiosidad que siento por asomarme a ver qué acontece tras los cristales de mi ventana y ni siquiera el amor a mi paz y mi tranquilidad me libran de emitir una exclamación de asombro al ver lo que allí sucede. Y es a partir de esa exclamación de asombro cuando surge la imperiosa necesidad de escribir. Ni pretendo cambiar el mundo ni denunciarlo. Mi exclamación de asombro, sin embargo, en tanto que sincera y puede que hasta ingenua, me pertenece y es a a ella a la que dedico mis elucubraciones. No creo que el Mundo pueda cambiarse; tampoco creo que el Hombre lo pueda hacer. Lo que sí creo, sin embargo, es que, excepto en aquellos casos en los que la necesidad de sobrevivir prima sobre la posibilidad de vivir, uno sí puede influir con sus actos y con sus palabras en su pequeño gran mundo y formarse y conformarse como un determinado individuo y no como otro. Lo que sí creo es que el hombre al final de sus días es sobre todo, aquello que ha hecho y aquello que ha dejado de hacer.
Feliz del hombre que pueda contemplarse el día de su muerte sin temblar ante el espejo que refleja su rostro.

Hoy leo los comentarios de Trump para justificar su negativa a que entren musulmanes en los Estados Unidos y me asombro. Me asombro a medias, claro. Lo que dice él lo dicen otros muchos sobre temas parecidos. Ya escribí algo parecido en algún blog: “no soy racista”, aseguran tales individuos, “tengo muchos amigos de esa raza  y de esa religión.”
Mi pregunta: el que uno afirme que no es racista porque se relaciona con otras razas ¿le libra de la condición de racista? Y a mi mente acude el hecho de que los que más trato tenían con los esclavos africanos eran los dueños de esclavos africanos. El que uno tenga muchas relaciones con esclavos ¿le libra de estar a favor de la esclavitud?  Y me digo que los que más contacto tenían con los esclavos eran los propios tratantes de esclavos. El que uno afirme que no es clasista porque tiene muchos amigos pobres ¿le libra de la condición de clasista? Y al recuerdo me vienen grandes hombres adinerados que, en efecto, se relacionaban con otros que no lo eran tanto pero sólo por el placer de  humillarlos sabiendo como sabían que los otros, al día siguiente, publicarían a los cuatro vientos con quién habían comido y silenciarían los desplantes sufridos, mientras que  ellos alardearían de codearse con todas las clases sociales omitiendo las ofensas que habían cometido por el simple placer de divertirse o cambiar de aires.
Algún periódico se asombra de la actitud de Trump y recuerda que en los Estados Unidos sólo un uno por ciento de la población es musulmana. "Claro", me digo."Por eso mismo. Las palabras de Trump sólo le quitan a Trump un uno por ciento de electores y le aseguran otros muchos votos."

Leo las noticias sobre una alianza árabe de treinta y cuatro países en contra del IS y me asombro de que la noticia pase de puntillas por los grandes noticieros, sin ni siquiera ser digna de presidir la portada a pesar de que entre esos treinta y cuatro países se encuentran Arabia Saudí, Egipto y Pakistán, que dispone de la bomba atómica. Y no puedo por menos que preguntarme los motivos de esa información a lo “no sabe no contesta”, justo en unos momentos en los que  a mí me interesaría enormememente conocer la opinión de los israelíes al respecto. He de confesar que yo, justamente por el miedo que la radicalización me causa, porque la radicalización – y no la actitud radicalmente sincera y radicamente individual - es uno de los requisitos que la guerra exige, siempre temí algo así. He de reconocer, sin embargo, que nunca –ni en mis más terribles pesadillas- hubiera imaginado que dicha alianza estuviera acaudillada por Arabia Saudí. Siempre supuse que sería Turquía, más occidentalizada, la que lo encabezara. Esto que para mí constituia de algún modo una ligera esperanza seguramente entrañaba para la liga árabe un gran peligro por la inseguridad que suponía Turquía. En cualquier caso la liga árabe se ha constituido, dice, para luchar contra el IS y todos los terroristas. Teniendo en cuenta que dicha liga árabe está únicamente integrada por países sunitas, se hace preciso saber cuál va a ser su actitud en relación a los ejércitos chiítas que también se enfrentan al IS, sobre todo considerando que  Irán es chiíta y aliado de Rusia y que ésta a su vez protege a Siria-Assad. El lío amenaza con enredarse más de lo que ya lo está. Pero por el momento parece más sensato mantenerse en silencio y fingir que el hecho de que treinta y cuatro países árabes formen una alianza es tan normal que resulta extraño que alguien pueda asombrarse por ello. La ministra de defensa alemana afirma con total indiferencia que tal alianza no le parece mal si respeta la convención de Viena (creo que es esa la convención que ha nombrado).

 Mientras tanto Rusia-Putin decide, quizás para desafiar la ingenuidad de la ministra alemana, que no se va a atener a las reglas europeas que se refieren a los derechos del hombre pero especialmente a los derechos de las empresas en Rusia a excepción de aquellas que Rusia considere conveniente seguir. Sin embargo, ante mi asombro, nuevamente el mundo sigue su curso sin grandes emociones ni aspavientos y hoy, por un lado vemos a los americanos estrechar la mano al ministro de defensa ruso mientras por otro anuncian las subidas de intereses que sin duda benefician al comercio americano pero desfavorecen al europeo, digan lo que digan algunos, sin que ello genere el malestar periodístico ni se impriman inquietantes titulares. En la prensa se leen noticias asombrosas que pasan sin pena ni gloria por el espacio y por el pensamiento y que tan apenas se comentan. A lo mejor no son tan importantes o a lo mejor se está a la espera de que los límites se perfilen con cada vez mejor nitidez.

 En España, en Estados Unidos y en Alemania están más interesados por los encuentros de sus políticos nacionales. Los españoles se escandalizan de los insultos que se han proferido los dos candidatos de los partidos más importantes hasta el momento. Se escandalizan fingidamente, claro. Todos sabemos que los políticos, como los programas del tipo “Sálvame”, parten de la sociedad española. Un presidente de gobierno es como el delegado de una clase de colegio: se elige de entre el grupo de alumnos que constituyen la clase. Esto, a primera vista, no se ve porque el aula nacional es mas grande que la escolar, pero la idea es la misma. No entiendo por qué los ciudadanos se quejan de los políticos como si fueran algo distinto y peor de lo que ellos mismos son, a no ser que esto les determine a lanzarse a la rueda de la cosa pública. Los otros dos candidatos intentan zafarse de la recriminación y defienden que ellos sí debatieron, olvidando que tanto el uno como el otro, aunque más el uno que el otro, han utilizado igualmente las formas "salvamerianas" para estoquear al contrario. En Alemania el linke Lafontaine es amonestado por su propio partido por osar decir que los refugiados que llegan son demasiados para el país germano. Merkel ha de constatar que la unidad europea quiebra y se resquebraja a pasos agigantados: ora Grecia, ora refugiados. Los países miembros, - al contrario que la canción-, a nada dicen que sí y a todo dicen que no, salvo claro, a la hora de reclamar dinero, reclamación que cada vez se parece más a la frase grouchana de “¡más madera!” por absurda e inútil. En Francia, los franceses respiran: Marie LePen no ha ganado. Un nuevo susto pasado. Marie Le Pen sonríe: la última palabra aún no ha sido dicha. El tiempo juega a su favor, máxime si se desgasta la derecha y consigue que la izquierda no se recupere a pesar de que la izquierda espera del mismo modo que LePen que la derecha se debilite para que esto le permita conquistar en las próximas elecciones en el Poder. Una buena estrategia, no cabe duda, suponiendo, claro, que funcione y que no sean la derecha en las regiones y la izquierda en la nación las que acaben agotadas y marchitas y dejen paso a un descansado Frente Nacional.

De momento, de todo, lo que más asombro me produce es que los anuncios más "emo" de Navidad sean, hoy como ayer, los anuncios que muestran a  ancianitos solos y abandonados por hijos duros de corazón.  Pocos ancianitos de ese tipo conozco yo aunque “haberlos haylos”. En mi opinión tales spots lacrimógenos olvidan que esos ancianitos que muestran hoy fue la primera generación de hijos que llevó ayer a sus padres a las residencias de ancianos y que en la actualidad poseen el patrimonio más alto de todos los tiempos amén de la fuerza que les confiere la calidad de vida y una generación de hijos anclados en la adolescencia eterna. Mejor sería empezar a rodar anuncios en los que aparezcan niños dejados en casa al cargo de la niñera de turno, ya sea en forma de persona o de ordenador, mientras los papás pasan la Navidad con sus amigos (y los abuelitos con los suyos) y rogar que caso de que esos inocentes tengan la suerte de ser admitidos en alguno de esos dos círculos por una noche, - la de los regalos -,  no se les machaque con el consabido “niño no molestes y vete a dormir que ya es hora”. 
Que no se le ocurra a ninguna agencia de publicitar rodar tales anuncios publicitarios no es síntoma de que los niños reciban hoy más atención que ayer, sino del envejecimiento y esterilidad de Europa que va a forjar una gerontocracia de viejitos juguetones, traviesos y malvados, más interesados por la forma que por el contenido. Aviso, por cierto, que no yo sino Broch al que acabo de leer es el que me ha dicho las malas costumbres de las personas cuando llegan a una determinada edad y de las cuales yo no tenía ni idea, porque creía que la vejez es siempre "a lo Cicerón". Confieso que Broch me ha dejado sumida en la reflexión pero no por lo que acabo de escribir respecto a la senectud sino por una terrible pregunta que aparece en su obra: "Los inocentes"

 Internacionalidad, sí. ¿Pero quién dirige la internacionalidad?

Él, claro, critica a la Alemania de su tiempo por empeñarse en erigirse en el país dominante de la internacionalidad. Pero para ser justos, si no hubiera sido el país germano lo habrían intentado los bolcheviques rusos. El llamamiento internacional a la unión del proletariado, justo es reconocerlo, se trataba en realidad de una internacionalidad hermanada bajo una bandera: la bolchevique rusa. 
Cuando dos se pelean un tercero gana: finalmente fueron los americanos quienes se alzaron con la victoria. 
Al parecer, sin embargo, la pregunta no ha sido rotundamente contestada y mi temor es que en los próximos tiempos unos cuantos se dediquen a contestarla dando un golpe en la mesa global.

De momento, y según los periódicos, los ciudadanos no tienen dinero, las empresas no tienen dinero, los bancos no tienen dinero, las comunas y las regiones no tienen dinero, las naciones no tienen dinero, los europeos no tienen dinero y el mundo no tiene dinero, a pesar de que nunca como hoy circuló por el planeta Tierra tanto pecunio como circula hoy mientras la deuda crece a unos niveles que nadie, en su sano juicio, ni siquiera los economistas, puede tomar como un elemento que incida, decida, influya, en el devenir económico-político salvo, si acaso, para que afloren tímidamente a la superficie algunas corrupciones que, como no me canso de repetir, suponen un medio de recaudación para las vacías arcas estatales más que una lucha contra la corrupción.

¿Alguien puede entender todo esto sin sentir vértigo?

Seguramente cuando uno no es un viejo juguetón, travieso y malvado "a lo Broch" es un viejo miedica "a lo Kafka"

Tal vez sea preferible irme a continuar removiendo la sopa que cuece en el caldero...

La bruja ciega.



Wednesday, December 2, 2015

¿La malvada Rusia-Putin?

Y una, que soy yo, lee a primeras horas de la mañana en el Frankfurter Allgemeine Zeitung (FAZ) un artículo firmado por Nikolai Klimeniouk en el que se explica, finalmente se explica, por qué Rusia resulta tan peligrosa para Occidente.

Rusia, dice Klimeniouk, quiere la guerra y cuando un Estado quiere la guerra es que ya hay guerra. Eso de por sí ya es, no cabe duda, un argumento convincente. Pero no queda ahí la cosa. El objetivo de Rusia, afirma, es la gran expansión y ello incluye la conquista y reconquista de Estambul-Constantinopla. Algunos diputados de la Duma, asegura el articulista, piden la devolución de Hagia Sophia a la iglesia ortodoxa rusa. (Valga aquí un inciso: ¿No les decía yo hace unos días que el problema era el puente Berlín-Estambul y no el puente Berlín-Ankara? Me aburro. Realmente me aburro. A veces comprendo por qué el espectador ronca en su sillón...) Siguiendo con las consideraciones del periodista, el IS es un fenómeno regional de limitados recursos.  Para Occidente se trata más un factor de miedo que de un serio peligro. (“Der IS ist eine regionale Erscheinung mit sehr begrenzten Ressourcen. Sein Terror im Westen ist mehr Angstfaktor als ernsthafter Gefahr“). A su juicio, Occidente debería recordar los crímenes de guerra que la Federación Rusa ha cometido en lugares como Chechenia para darse cuenta que la armada rusa en Siria va a perpetrar miles de crímenes contra la población además de generar cientos de miles de refugiados. El peligro real que ha de preocupar a Occidente es pues, concluye Klimeniouk, Rusia. La Federación Rusa quiere la guerra, la busca y gracias a la propaganda que introduce en las redes sociales, la tendrá.

Hasta aquí, más o menos, el contenido del artículo.

Me ha gustado. Sobre todo porque alguien, al fin,  se digna a explicar los motivos del miedo de Occidente a Rusia, miedo que lleva a los Estados Unidos a ayudar a Turquía a armarse aún más de lo que ya lo está, a pesar de que, como el propio Klimeniouk reconoce, se trata de uno de los Estados más poderosos de la NATO. Sí. Ciertamente. Es un alivio saber que el potencial armamentístico de Turquia-Erdogán, socio de la OTAN y asociado de la UE no constituye ningún peligro para Occidente. Rusia-Putin busca la guerra. Turquía-Erdogán no busca la guerra. Turquía-Erdogán coarta las libertades y los derechos civiles, censura y ataca a la prensa, prohibe manifestaciones y golpea a los manifestantes pero todo ello no forma, en absoluto, parte de ningún proceso de islamización en el que algunos ciudadanos turcos, justamente los que en estos momentos están siendo perseguidos, no desean tomar parte. Turquía-Erdogán mantiene un enfrentamiento armado contra la única infantería eficiente en la zona en la guerra contra el IS: los Kurdos, pero esto tampoco significa, ni mucho menos, que Turquía-Erdogán colabore –aunque sea indirectamente - con el IS. Nada de eso. Se trata únicamente de la legítima defensa que el país ejerce contra los enemigos que intentan desestabilizar a Turquía-Erdogán. En cuanto a los tres mil millones que la Unión Europea le ha puesto de momento sobre la mesa junto a la promesa de agilizar la concesión de visados, lejos de representar un chantaje de Turquía-Erdogán a la Unión Europea, en el tema de la crisis de refugiados, significan, simplemente, asegura la Unión Europea, el final de una serie de negociaciones y acuerdos que ya estaban en marcha desde hacía tiempo.

Creer esto es de por sí difícil.

Pero aún hay más contradicciones que no pueden ser aclaradas por el sentido común, por muy anti-ruso que ese sentido común sea.

Démosle la razón al articulista del FAZ, dice el cabal lector. Aceptemos que Rusia-Putin quiere la guerra, que quiere el dominio del mundo, que a falta de iniciativa en el Interior busca la expansión hacia el exterior. Admitamos que Rusia-Putin es malvada, cínica, autoritaria, que apoya sus instintos conquistadores en la Iglesia Ortodoxa y que su intervención en Siria únicamente generará muertos inocentes y centenares de miles de refugiados.

Admitámoslo.

Pero en ese caso, se pregunta el lector racional, ¿quién ha provocado hasta ahora los centenares de miles de refugiados que se dirigen a Alemania y de los que ningun periódico español habla y cuando habla lo hace a la ligera, deteniéndose más en las respuestas negativas de los ciudadanos germanos que en la positivas? ¿Assad? ¿Los rebeldes que luchan contra Assad? Una guerra es siempre dolor y muerte. Una guerra civil desgarra el alma de una nación. El pueblo sirio está destrozado, con o sin Rusia-Putin. Por otra parte, si el IS es simplemente un fenómeno limitado a una región y no representa un peligro real para Occidente ¿Puede alguien explicar al lector confuso (confuso por racional) el motivo que ha impulsado a los Estados Unidos a colaborar con Rusia y ha obligado, prácticamente ha obligado, al ejército alemán a tomar parte en una contienda en la que no tiene ningunas ganas de tomar parte (por racional e inteligente, porque es consciente de que no dispone de suficientes recursos materiales pero sobre todo porque sabe que el enemigo no está claramente definido y esto es siempre un problema para la tropa que ha de dedicarse a matar a diestro y siniestro sin saber por qué lo hace y a quién. Para un general, el cuidado de la integridad moral de sus soldados es tan importante como su integridad física. No se trata de matar sin ton ni son. Un soldado no es un asesino psicópata. Se trata de matar por un motivo: protección o conquista. Aquí ni lo uno ni lo otro aparecen como objetivos claramente definidos. Hay algo más: los militares han de enfrentarse a guerreros-fantasma con el problema que ello conlleva ante los medios de comunicación europeos que siguen pensando en términos de paz, de fútbol, de boxeo e incluso en términos de kamikazes pero no en términos de guerra, de guerrilla y de guerreros-fantasmas)

No terminan aquí los problemas de lógica al que el lector racional ha de hacer frente.

¿Alguien puede explicar por qué Francia acepta, casi sin pensar, la ayuda que Moscú-Putin le brinda, con aquiescencia del resto de los países de Europa?

El problema no es creer o no creer. El problema es la imposibilidad de que los individuos, incluso los más racionales, incluso los mejor informados, puedan analizar con coherencia una realidad que cada vez se muestra más virtual y  cínica y por eso, menos convincente. “Best Friends” es la consigna. Todos somos amigos de todos porque nadie tiene unas creencias firmes y verdaderas a las que llamar suyas. Porque “un hombre, una palabra” ha quedado desfasado por anticuado e inservible. Eso de morir por las ideas de uno pertenece al pasado, a los tiempos de Job. El que hoy en día mantiene sus convicciones hasta el final es un resentido, un aguafiestas, un dogmático o un perdedor. En cualquier caso nadie que la respetable sociedad deba admitir en sus nobles círculos. El mundo es un “Sálvame” ¿Y todavía se atreven a criticar al único programa real, auténticamente real, al único capaz de mostrar a la sociedad tal como esa sociedad es?

El problema no es Rusia-Putin, ni siquiera Turquía-Erdogán, por mi, si ustedes lo desean, ni siquiera el IS, ni la deuda mundial, ni la crisis económica, ni siquiera los refugiados. No. El problema, el verdadero problema es que la política internacional persiste en seguir bailando el vals en el salón principal del Titanic, mientras en la sala de máquinas el agua entra por doquier y faltan los mecánicos. Por más que como ya dije se han presentado dos que dicen ser expertos: Rusia-Putin y Turquía-Erdogán, ninguno de ellos logrará salvar al barco por la sencilla y simple razón de que cada uno de ellos está ya preparando su propio bote salvavidas aprovisionándolo, pueden imaginarse, de la manera que cada uno de ellos considera más adecuada.
Europa-Hamlet baila y los Estados Unidos juegan a ser el maestro de ceremonias, que es lo que en realidad les gusta. ¿Qué hacemos con Arabia Saudi? Se pregunta Europa-Hamlet cuando ve rodar las cabezas de los ajusticiados y escucha resonar los látigos en las espaldas de los disidentes. “Asuntos Internos”, contestan contundentes los de Arabia Saudí con un tono que no deja lugar a réplica al tiempo que firman los contratos que las empresas americanas y europeas les tienden sobre la mesa y cuyos beneficios les permitirán sanear, o intentar sanear, sus balances. Balances que nadie, ni ellas mismas, terminan de comprender del todo. En algunos países los “asuntos internos” siguen siendo internos. En otros, esos mismos “asuntos internos” son motivo de discusión e incluso de confrontación internacional.

¿Cómo entenderlo?

Pero la locura no termina ahí. Al lector la cabeza le da vueltas. Lo sé porque yo soy ese lector del que no paro de hablar y, francamente, a duras penas consigo mantener la línea del horizonte en medio de tanto vaivén motivado por peregrinos sucesos.

En el periódico online “Libertad Digital” de hoy se lee que una empresa anglo-iraquí va a construir en Irak el rascacielos más alto del mundo. Los 1552 metros de altura albergarán oficinas, viviendas, hoteles, hospitales y escuelas. El rascacielos de la Postmodernidad, podría llamarse.

En un país sumido en el desastre interno y constantemente amenazado por los enemigos externos se va a construir un edificio en el que convivirán turistas, enfermos, escolares y oficinas ¿de qué? ¿también del servicio secreto? Como si la convivencia en común de gentes tan dispares no supusiera ya de por sí un problema, se la reúne en un edificio de 1552 metros que además de los riesgos a considerar en caso de incendio fortuito, se convertirá en el objetivo preferido de más de un torpedo salido de no se sabe dónde. Torres babélicas rodeadas de cadáveres y hombres hambrientos.

¿Es, verdaderamente lo es, Rusia-Putin el único peligro al que Occidente ha de hacer frente?

¿No comprenden ustedes que Rusia-Putin no tiene siquiera que esforzarse en introducir propaganda en las redes sociales porque la realidad real no la entiende ni siquiera el lector menos simpatizante de Rusia-Putin a poco que se deje llevar por el sentido común? ¿No comprenden ustedes que no se trata de una cuestión de propaganda sino de sensatez y que esta sensatez es la que no entiende la lógica de los hechos, de los sucesos, de las aclaraciones, de las ideas, de los objetivos, de las empresas que se llevan a cabo? ¿No comprenden que es la falta de raciocinio que impera en las acciones unida a la superabundancia de justificaciones, que no de razones, las que están llevando a que Rusia-Putin goce entre la población de una simpatía que tal vez no se merezca pero que está ganando por simple descarte de todos los demás competidores, sin que ni siquiera deba mover un dedo para conseguirlo?

El mundo está loco. Loco porque no tiene convicciones ni un hilo conductor en sus acciones y justamente porque no tiene ni lo uno ni lo otro, hoy es amigo de todos sin ser amigo de nadie y mañana es enemigo de todos sin tener grandes diferencias que le separen de ellos.

Lo dije y lo repito. Este mundo de locos no es ni será de los rusos, ni de los turcos, ni siquiera del IS, ni siquiera de las élites. Este mundo de locos, sin convicciones, sin ideas, este mundo virtual, deforme y deformante en el cual todo depende de lo que uno quiera ser para que lo sea, este mundo donde “a” es “a” al tiempo que “b” porque Todo está en el Uno y el Uno está en el Todo, este mundo, digo,  va a ser de los dobles agentes. Y como sabemos, los dobles agentes son siempre maltusianos.

O lo que es lo mismo: todos, a excepción de ellos, sobran.

La bruja ciega.




Tuesday, December 1, 2015

Reflexiones personales religiosas

Y una que soy yo deja la política y prefiere ir a dedicarse a pensar en la Biblia. Lo prefiere porque de vez en cuando no está nada mal centrarse en las relaciones entre Dios y los hombres, en vez de centrarse únicamente en las relaciones entre los hombres, que tantos quebraderos de cabeza causan. Y piensa en la Biblia porque una que soy yo está inserta en la cultura helénica y en la tradición judeo-cristiana y ésa es la plataforma desde la cual, a pesar de tomar distintas perspectivas, según la posición en la que en ese instante me encuentre dentro de la plataforna, considero los hechos y las ideas que me rodean. Tener una plataforma es importante pero aún lo es más saber con certeza cuál es la plataforma en la que uno  habita no sólo para poder desarrollarse como individuo sino también para saludar a las otras existencias, se encuentren éstas en otros lugares de la plataforma o incluso en otras plataformas.

A mí me gusta la Biblia. Más que un libro religioso al uso, lo considero el libro de la historia de la caída y el levantamiento del hombre; de su "ya no puedo más” y de su esfuerzo pese a ese “ya no puedo más” por seguir intentándolo. Ese intento que se revela como insuficiente e inútil cuando se realiza solo, ese intento cuyo éxito final, aunque se lleve a cabo en grupo, sólo es posible alcanzarlo con la ayuda y compañía de Dios. La Biblia es así, por un lado, un libro plagado de crímenes inenarrables, de pecados inconfesables, de castigos apocalípticos pero es igualmente el libro de la Esperanza. Cien veces han tropezado los hombres con la misma piedra. Cien veces han dicho “esta vez será la última” y entonces han tropezado la ciento y una y se han vuelto a levantar. Es cierto: las caídas a veces se han debido a su excesivo orgullo, otras a su ceguera y necedad, alguna vez a la traición de los más próximos y no han faltado ocasiones en las que los tropiezos han sido el producto de las bromas pesadas del maligno y de la ingenuidad del adán o los adanes de turno. 
En cualquier caso, el castigo divino no se ha hecho esperar. Y nuevamente el hombre se ha visto obligado a aceptar su error, su pecado, su necedad o, simplemente, su falta de visión y ha debido proseguir el camino iniciado.

Dios, el hombre y Satán. Un ménage à trois que como todo ménage à trois que se precie lleva aparejado el dolor, la rivalidad y los celos; eso sin contar las funestas consecuencias que acarrea. En ese ménage à trois el que lleva la peor parte por tratarse de la parte más débil es, no cabe duda, el hombre. Su falta de fuerzas le impide cumplir los exigentes preceptos divinos y le precipita en un primer momento a la tentación; a la tentación le sigue la desesperación y a ésta el pesimismo. El derrotismo le inclina a aceptar cualquier doping que se le proponga, da igual quién se lo proponga. Como todos sabemos quién es ese “quién”, podemos deducir fácilmente que tales relaciones terminan por abocarle a la perdición de la que muy probablemente le salve “in extremis” el mismísimo Dios, siempre y cuando el hombre reconozca su error y le suplique la redención. 
La obtención o no del perdón queda en última instancia reservada al designio divino.

Este designio divino queda un tanto diluído con la aparición de la figura de Jesús y su teoría del Amor, que tantas malinterpretaciones y abusos ha generado. El Amor de Jesús es un Amor basado en la ayuda al prójimo, no en la aceptación universal de cualquier acto. Y esa ayuda tiene tres aspectos: el material (samaritana), el espiritual (el sermón, predicar) y el perdón (a los arrepentidos: “ve y no peques más”). Dios acoge al hijo pródigo que vuelve. Lo acoge una vez. No sé yo si el Dios bíblico lo hubiera acogido “cada vez” hasta el punto de arruinar a su familia y a su pueblo.

Pero en cualquier caso esa ayuda al prójimo está pensada para que ese prójimo actúe, no para darle un colchón en el que dormir; está pensada para que ese prójimo plante su huerto, no para servirle la comida, salvo, claro, que esté enfermo o sea demasiado niño o demasiado anciano.
El “levántate y anda” de Jesús a Lázaro es una de mis frases preferidas, corresponda o no corresponda a esa historia. Cuando se escucha ese “levántate” seguido de ese “anda”, la pregunta que surge casi inmediatamente es la de si no hubiera bastado con un simple “levántate”. Parece ser que no. Tras ese “levántate” resuena un contundente “y anda”. Hay que levantarse, sí; pero no basta con levantarse. Hay, además, que echar a andar. La vida en movimiento, la vida como hacer, la vida como camino, la vida como descubrimiento y sendero. La vida en gerundio.

Y sin embargo ese “anda” parece estar en contradicción con la amonestación que Jesús hace a Marta la activa por quejarse del comportamiento pasivo de su hermana María.

 A mí, las interpretaciones que hacen algunos teólogos de la Biblia me hacen sonreir cuando no reir abiertamente y todo porque atienden a sus prejuicios más que al Espíritu, más a lo que piensan que han de decir para ser estimados, que a la realidad del texto. La historia de Esaú, ya lo escribí, es una de ellas. La historia de Marta y María, es otra. Marta no cesa de trabajar y de organizar la casa. María, por el contrario, se dedica a escuchar la palabra de Jesús. Cuando Marta se queja, Jesús le contesta que María se ha llevado la mejor parte. Ese era el momento en el que al oírlo en la iglesia, mi abuela solía decirme en voz baja “¡Y tanto que se ha llevado la mejor parte. No hace nada...!” Mi abuela jamás entendió las explicaciones de los distintos sacerdotes que conoció a lo largo de su vida y que consistían más o menos en afirmar que no hay que afanarse demasiado por la vida material, que las obras son importantes pero la oración lo es más. Entonces mi abuela con aquélla socarronería que la caracterizaba exclamaba: “¡Bueno padre, pues ya nos dedicaremos todos a la oración y a ver quién le sirve a usted la comida y le da de comer y beber a los animales!” Y sólo de pensar cómo sería entonces el mundo le daba la risa y luego, cuando la visita se había marchado preguntaba satisfecha de sí misma: “¿Habéis visto que he puesto al señor cura al lado de los animales?” Y volvía a darle la risa. 
Esa era mi abuela.

No obstante el tiempo me ha obligado a aprender la verdad que encerraba esta intepretación eclesiática que tanto molestaba a mi abuela, hasta el punto de no aceptarla. Es cierto y ella tenía razón: sin la actividad no es posible organizar una familia y mucho menos una familia dedicada a las actividades agrícolas, pero cuando todo se centra en lo material, lo material, como sostenía la interpretación de los teólogos, hunde. Mi abuela nunca fue capaz de entenderlo porque su actividad material no excluía lo espiritual, porque esa actividad material era producto del amor que sentía por mi abuelo, por su familia, por el mundo. Su actividad iba cargada de emociones y sueños. Por eso no lo entendió jamás. 

Yo, sí. 

La actividad por la actividad misma, la actividad para potenciar la autoestima, la actividad para despertar la admiración y el respeto, la actividad sin sentido, sin causa, la actividad consistente en correr tras una zanahoria cada vez más difusa... Sí. Aquéllo que mi abuela nunca pudo entender, lo descubrí yo. Y el final de esa actividad sin sentido, sin espíritu es, no podía ser de otro modo, un burn out. El burn out que ninguno de nuestros abuelos padeció pese a que la cantidad de trabajo al que habían de hacer frente era mayor que el que nosotros hemos de sacar adelante y las diversiones menores. Pero esa constante actividad estaba movida por el espíritu, por el espíritu sincero y no por el espíritu social, que tarde o temprano termina agotando y que tantos sinsabores y frustraciones conlleva.

Otras veces, cuando el señor cura obviaba el tema de la actividad, para no meterse en líos, e insistía en la importancia de la oración mi abuela sacaba nuevamente la espada de la socarronería y decía “Sí, sí, Padre, pero yo quiero a mis hijas casadas y bien casadas y no en ningún convento de clausura, que con la historia del rezo se han llevado ustedes a vestir santos a unas cuantas mozas del pueblo que buena falta hubieran hecho aquí”. Y volvía a reirse. Y el señor cura o bien contestaba con tono resignado: “Ni que las secuestráramos” o bien al ver la cara de desconfianza de mi abuela prefería dejar las discusiones para otro momento y pasar a concentrarse en el delicioso chocolate con churros que humeaba delante de sus narices, mientras mi abuela le observaba sin intentar siquiera disimular su satisfacción porque estaba convencida de que su chocolate con churros era el mejor del condado.

Todos los párrocos que uno tras otro llegaron al pueblo saborearon aquellos churros y aquel chocolate pero ninguno de ellos consiguió que a mi abuela le gustara la historia de Marta y María, del mismo modo que a mí nunca me gustó la historia de Esaú y Jacob, que viene a ser – de algún modo- la versión masculina del mismo tema.

Sin embargo hay algo en la historia de Marta y María que mi abuela y los ministros de la Iglesia pasaron siempre por alto: el hecho de que María dejaba la puerta abierta a las mujeres para que éstas pudieran dedicarse al trabajo intelectual. Este trabajo intelectual incluye el conocimiento de la Palabra de Dios, sí; pero también el conocimiento acerca de las obras de Dios, o sea, del mundo, y la meditación acerca de estas obras. Ello significa que la mujer puede dedicarse a la oración, a la física, a la medicina, a las matemáticas y a cualquier área de estudio que le interese.

Esto, que hubiera debido ser una nueva revolución introducida por las enseñanzas de Jesús, prefirió limitarse en la interpretación eclesiástica a la contraposición entre actividad femenina y contemplación femenina; en donde la actividad se refería a los menesteres de la casa y  la contemplación únicamente a la oración, y en la que la oración quedaba situada, en función de las palabras de Jesús “María se lleva la mejor parte” en un plano superior al de los menesteres del hogar.

Esta contraposición le venía bien a la la Iglesia para poder interpretar la actitud contemplativa de María centrándose en una sóla faceta: la de la oración, desatendiendo a las otras facetas, como son la de la observación de las obras divinas, la naturaleza por ejemplo, y la de la meditación sobre los hechos. Así pues, la mujer sólo tenía dos posibilidades: o cuidar la casa o rezar.
Lo que la Iglesia no entiende es que tal vez sea posible realizar buenas obras y alcanzar la santidad sin necesidad de saber leer y escribir, que quizás sea posible recibir el mensaje de Dios sin ser un docto profesor, pero que es imposible, sencillamente lo es, dedicarse a la contemplación de Dios sin dedicarse a contemplar, a analizar y a estudiar sus Obras, y ello porque la contemplación de Dios en tanto en cuanto Dios es inefable sólo es posible a través de sus obras.

No sé por qué he escrito todo esto.

En realidad yo hoy quería escribir del ménage à trois al que me he referido al principio. A decir verdad, jamás me había planteado el asunto demasiado profundamente. Dios es el Bien, Satán es el Mal y la comunicación entre ellos es prácticamente imposible. Entre esos dos polos extremos está el hombre.

Pero hace un par de días escuché por casualidad la lectura de un pasaje de la Biblia que me estremeció. Un pasaje que yo misma había leído y oído cientos de veces y que ahora, de repente, golpeó mi alma y mi mente. ¿Cuántas veces es necesario leer dos, tres líneas, para que estas consigan presentarse ante nuestros ojos con total nitidez? ¿Cuántas veces las pasamos por alto inconscientemente para evitar el desasosiego que nos causaría su descubrimiento?

El pasaje que escuché es el de Job. Uno de los libros más bellos, más humanos, mas cabales de toda la Biblia. Las líneas que tanto me turbaron se encuentran al principio.

“Un día, cuando los Hijos de Dios venían a presentarse ante Yahvéh, se presentó también entre ellos Satán. Y Yahvéh dijo a Satán: “¿De dónde vienes?”. Satán respondió a Yavéh: “De recorrer la tierra y pasearme por ella.” Y Yavéh dijo a Satán:  “¿No te has fijado en mi siervo Job? ¡No hay nadie como él en la tierra; es un hombre cabal y recto, que teme a Dios y se aparta del mal!” Respondió Satán a Yavéh: “¿Es que Job teme a Dios de balde? ¿No has levantado tú una valla en torno a él, a su casa y a todas sus posesiones? Has bendecido la obra de sus manos y su rebaños hormiguean por el país. Pero extiende tu mano y toca todos sus bienes; ¡verás si no te maldice a la cara!” Dijo Yavéh a Satán: “Ahí tienes todos sus bienes en tus manos. Cuida sólo de no poner tu mano en él.” Y Satán salió de la presencia de Yavéh.”

Y bien, probablemente a ustedes el contenido no les importune. A mí me sumió en la confusión y en el caos, pero he de admitir  que más que de una confusión y de un caos emocional, se trataban de una confusión y de un caos racional.

En primer lugar: Dios y Satán, los seres antagónicos por excelencia, se reúnen y dialogan.

En segundo lugar: Dios alardea de su siervo Job ante Satán, como si Satán fuera su igual.

En tercer lugar: Satán, no podía ser menos, duda de la lealtad de ese siervo y propone someterlo a prueba.

En cuarto lugar: Dios, el mismísimo Dios, se deja sugestionar ¿o debería decir mejor “tentar” por la duda que Satán ha expresado y decide poner a Job a prueba

¿Pueden ustedes imaginar el terrible dolor de cabeza que he venido sufriendo desde entonces?

Que Dios y Satán dialoguen como si se encontraran todos los días ya es turbador: -“¡Hola!, ¿qué tal?, ¿de dónde vienes?” - Pues nada, de dar una vueltecilla por el mundo...; que Dios, el mismísimo Dios quiera presumir de siervo ante alguien como Satán, sume aún más en el sobresaltado asombro; pero que encima Dios, el mismísimo Dios, se avenga a realizar la propuesta de Satán, que decida participar en lo que al día de hoy podría ser calificado por muchos como “apuesta”, termina de anodadar al más templado.

De repente no tuve más remedio que enfrentarme al dichoso problema del mal. Según lo leído ¿Es el problema del mal una apuesta entre Dios y Satán, igual que la apuesta que hacen dos ancianos en una película de Hollywood titulada “Trading Places”? ¿Es el mal el producto de una apuesta entre Dios y Satán? ¿Es el hombre un simple juguete?, ¿un mero experimento? ¿Dios envía el mal, a sugerencia de Satán, para demostrarle a Satán, que todavía hay un hombre honesto que se resistirá a caer en las redes del mal? ¿Significa que la monstruosidad de Satán consiste precisamente en su poder seductor del cual ni el mismísimo Dios parece poder librarse?

¿Alguien puede entender mi desconcierto?

Trasladen este desconcierto a la vida real en cualquiera de sus facetas.

Trasládenlo a la situación socio-económico-política del momento.

¿Comprenden por qué la cabeza me daba vueltas?

Sin embargo, algo debo haber heredado de aquella socarronería de mi abuela, que tanta fe y tanto amor sentía por su trabajo, por su chocolate y por sus churros, hasta el punto de no permitir que nadie- “ni el señor cura con sus sermones”- se la arrebatase, porque de repente me dió por reirme a mandíbula batiente y es que al fin, al fin había comprendido el auténtico sentido de este ménage à trois: 
Fuerte o débil, caído o levantado, es el hombre el que tiene la última palabra. Dios no le tiene atado. Satán, tampoco. No la debilidad de Dios, no la debilidad del hombre, sino la debilidad del mal -que no cree en la libertad del hombre, que no cree que la libertad pueda aparejar la virtud- esla que desde el principio se ha puesto de manifiesto. 

El diálogo entre Dios y Satán es el diálogo nihilista: Si Dios no existe, todo está permitido.

Ese "todo está permitido" conducirá al hombre, dice Satán, a la perdición.

Sin embargo, Dios en su absoluta confianza en el hombre, ese hombre débil que Él ha creado del que  Dios tan orgulloso se siente, a pesar de saberle débil, sabe (Dios lo sabe) que ese "todo está permitido" es justamente el inicio de la libertad y de la libertad para el bien humano, auténticamente humano, para la virtud responsable y consecuente.
Dios se aviene a alejarse y a permitir ese "Si Dios no existe, todo está permitido", no porque se deje tentar por Satán sino porque Él mismo, Dios, quiere mostrar al hombre la fuerza oculta y desconocida que posee en su interior sin que el hombre mismo sea consciente de ella. Dios deja al hombre solo y le dice: "Levántate y anda." porque sabe, Dios sabe, igual que lo sabe la madre de su hijo, que el hombre puede levantarse y puede andar, sin necesidad de sujección.

Dios deja al hombre a solas con su libertad.

Satán cree que la libertad condenará al hombre.

Dios sabe, que la libertad dignificará al hombre.

Dios se aleja y deja al hombre a solas con Satán para que el hombre comprenda que la libertad, lejos de debilitarle, le llena de energía.

Pensé en mi abuela y en lo satisfecha que se sentía de sus churros y de su chocolate. Sí, me dije. Es necesario que el hombre pueda estar orgulloso de lo que hace y de lo que es para que pueda enfrentarse a todos los males de este mundo y del siguiente. El problema de Marta no fue que trabajara, el problema de Marta es que, estando agotada de trabajar, no queriendo ya trabajar, seguía en activo y "no consentía en sentarse". Ese “agotamiento" unido al “no consentir en sentarse” le impedía por un lado enorgullecerse de sus actos y por otro, la apremiaba a ir contra su hermana.
La estrategia de Job consiste justamente en “no moverse”, en seguir siendo como siempre ha sido, ni más ni menos. 
En primer lugar, porque lo que ha sido lo ha sido sinceramente y no podría haber sido de otro modo. En segundo, porque se siente profundamente satisfecho de su forma de ser y de actuar. Job no está harto ni de ser como es, ni de hacer lo que hace. Al contrario: Job es un hombre contento de ser lo que es y de hacer lo que hace.

Job “no se mueve” por la misma razón que mi abuela no se movía de sus ideas: porque ambos estaban profundamente seguros y satisfechos de ellos mismos. Y esta profunda e inamovible convicción provenía de la sinceridad de sus actos, de sus palabras y de sus ideas. 
Job no pretendía satisfacer ni impresionar a nada ni a nadie. Las buenas obras de Job no son para la sociedad sino para su Dios, para su Dios, para el Dios que él, Job, ha elegido como su Dios, sin palabrería y sin vanagloria.
Las buenas obras de Job no nacen de un objetivo: el alcanzar el cielo o la admiración de los hombres, por ejemplo, sino de una decisión que nace de una convicción personal e individual y en tanto que personal e individual esa decisión y esa convicción son inamovibles.
Job es el hombre que se da importancia a sí mismo y, por tanto, concede importancia no sólo a todo lo que él, Job, determina sino también a las consecuencias que de esa resolución se derivan. Job se considera la columna que sostiene a su familia y la columna que se asienta en las generaciones pasadas. Es necesario, pues, que se considere seriamente a sí mismo.  Un hombre así, no puede tomar a la ligera a sus creencias. Job permanece leal a Dios porque permanece leal a sí mismo. Job no es un tornillo, ni está dentro de ningún proceso del que no se puede salir. 

Job se sabe libre y otorga a esa libertad un valor que Satán desconoce. Lejos de ser su perdición y la causa que lo precipitará en los abismos, como Satán cree, la libertad constituye el anclaje de Job (y del hombre)  porque esa libertad es la que permite el nacimiento de unas convicciones que son suyas y nada más que suyas y de unas resoluciones que sólo él mismo se ha dictado y que sólo él se ve obligado a cumplir. Este hombre, Job, es el hombre que se toma en serio, el hombre que resiste al cinismo; el hombre que no es ni el primer ni el último hombre y que, justamente por ese motivo, sabe lo importante que sus convicciones y sus resoluciones son y de ahí: un hombre, una palabra.

Ante mis ojos aparece el probablemente último socarrón de este mundo: Benedicto XVI.

Malos tiempos para detenerse en la actividad y la contemplación, susurran algunos. Malos tiempos para las convicciones, suspiran. Malos tiempos para la inmovilidad, concluyen.

“¿Malos tiempos?”, pregunta Benedicto XVI con socarronería; mira de soslayo a Lutero, el otro inconmovible, que está a sus espaldas, y vuelve a su estudio.

La bruja ciega.