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Thursday, December 31, 2015

Feliz Nochevieja...

El espectador se asoma a la ventana a contemplar la oscuridad de la calle que es iluminada de sopetón y ruidosamente por los cohetes que ya están lanzando algunos. El mundo, piensa el espectador, descansa de tantas batallas libradas y se prepara a las nuevas que el próximo año deparará. En estos días ha hecho lo que siempre hace: leer. Es lo más entretenido. Estas navidades ha elegido “Montecristo”, de Martin Suter y “Número Cero” de Umberto Eco. Los dos vienen a decir lo que ya Bertold Brecht había afirmado en la “Vida de Galileo”: saber la verdad no cambia el mundo. Vivir en el mundo exige, pues, aprender a convivir con la verdad al tiempo que con la mentira. Tiempo, tiempo, tiempo. La verdad no cambia nada, excepto dejar un par de cadáveres por el suelo. Vivir: bailar con la mentira y esconder a toda prisa la verdad en el armario no sea que alguien nos cargue el muerto. Nada que el espectador no supiera ya. Pero en cualquier caso más interesantes que su habitual amiga televisión que en este tiempo –tiempo, tiempo, tiempo- únicamente ofrece repeticiones de programas que él ya conoce. De la radio tampoco hay que preocuparse: está ocupada en  retransmitir música insoportable e insulsas entrevistas a personajes de segunda y tercera categoría. La Navidad no le interesa al espectador. El tan traído y llevado espíritu navideño no le ha interesado jamás y ahora mucho menos. Le asombra que algunos estén dispuestos a reunirse voluntariamente con determinados individuos a los que no soportan para dedicarse a representar interminables escenas de dramas emocionales idénticas a las del año anterior y a las del próximo año. Sí señor: eso es lo que se llama tradición. La misma tradición que tuvo que celebrar este año. El espectador hubiera preferido que por una vez en la vida las partes enfrentadas se hubieran decidido a comportarse con los mismos modales que utilizan ante los extraños y hubieran entablado los mismos temas de conversación que siguen con los desconocidos: anécdotas, tiempo y deportes. El espectador odia los excesos de confianza y los excesos de emocionalidad. Tampoco comprende por qué el sonreír los unos a los otros, que es al fin y al cabo de lo que se trata, pueda suponer tantos disgustos a los unos y a los otros. Por qué una determinada marca de vino y no otra, la ausencia de whisky o la falta de mahonesa en la colección de salsas pueden originar tantas discusiones acaloradas en una reunión en la que uno debería pensar cómo piensan los novios en la boda: da igual lo que suceda, lo importante es que nos casamos.

Pero no. La mayoría de los mortales no discuten con el jefe, no discuten con los compañeros de trabajo, ni siquiera discuten con los amigos y así deciden reunirse con la familia para organizar una cena inolvidable y distinta: la del follón. Follón porque unos cenan y se van con los amigos; follón porque unos llegan borrachos a la cena y follón porque otros se levantan borrachos de ella; follón porque a alguien se le ocurre contar una anécdota un tanto comprometedora para alguno de los comensales; follón porque alguno de los presentes se siente inferior al resto y follón porque otros se sienten superiores a los demás... El espectador hace tiempo –tiempo, tiempo, tiempo- que comprendió que el follón, justamente el follón, es eso que sus familiares entienden por “tradición y una cena inolvidable.”

El espectador vuelve a mirar por la ventana. Un ramalazo de luces de colores se muestra justo detrás de los cristales. El espectador suspira plácidamente. No. El espectador no gusta ni de las tradiciones ni de las cenas familiares. Tampoco es un aficionado a  las cenas que obligan a reunirse en compañía de amigos y conocidos con los cuales resulta improcedente hablar en esos momentos de temas serios y a los que únicamente se puede sonreir, tender la mano, tender una copa, sonreir, coger un aperitivo, sonreir, un leve “hola, qué tal”, sonreir, ¿bailamos?, no gracias, tal vez después, sonreir, ir solo a la pista para pasar el tiempo, sonreir, encontrar a otro solitario, ¿una copa?, ¿por qué no?, sonreir, copa, sonreir, copa, sonreir, una leve insinuación, sonreir, copa, sonreir, los músculos acusan cansancio, sonreir, uno siente que la sonrisa ya no sonríe, uno teme que la sonrisa se convierta en mueca, uno teme que los otros lo noten, uno tiembla al pensar que los otros puedan pensar que no se está divirtiendo, que es el cenizo de la noche, coge una copa, copa, copa, copa, después de diez copas resulta imposible distinguir de dónde nace la deformada expresión que el rostro expone a los que se cruzan con él, sobre todo porque también sus semblantes portan los mismos atributos: ojos pequeños y miradas brillantes, labios húmedos, palabras sin conexión con los movimientos de los labios, como surgidas de un mal estudio de doblaje o de un video defectuoso. Hay que arreglar el problema: una copa, otra copa, sonreir da igual cómo, se tropieza con otra boca, con otro cuerpo, con una silla, todos guapos, todos felices, todos bailando en una pista que gira y gira dentro de un mundo que no se está quieto y con una música que suena y suena. Algunos desaparecen y vuelven. ¿Cuánto tiempo? ¿A quién le importa el tiempo en una noche en la que todo se mueve sin parar? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo? Tiempo, tiempo, tiempo, copa, copa, copa, sonrisa, tiempo. Desaparecer por veinte minutos y volver con el pantalón a medio abrochar. Desaparecer por diez minutos y volver con la camisa desabrochada y sin corbata. O con la corbata manchada de un leve color anaranjado impregnado de un insufrible aroma a pesar de que se ha mojado aprisa y corriendo y aprisa y corriendo se ha secado con el secador de manos. Desaparecer para emprender excitantes viajes interestelares. Desaparecer para jugar a los aspiradores. Desaparecer para estar sin estar, para participar en la obligada vida social, para decir “yo también estuve allí”, para tener historias y batallitas que contar, para sentirse joven y pensar que eso es la vida. El espectador mira a través de la ventana. Tiempo, tiempo, tiempo ¿cuánto tiempo? ¿cuánto tiempo? El espectador no lo sabe. Esta vez no lo sabe. Tiempo, tiempo. ¿Cuánto tiempo? Desaparecer ¿para volver? ¿Qué pasa con los años que desaparecen? ¿Dónde se quedan? El espectador piensa en esa terrible obsesión de fotografiarlo todo, de fotografiarse siempre, de apuntarlo todo, de grabarlo todo, de intentar apresar el recuerdo, el recuerdo de un mundo que no deja de moverse, que no deja de girar... El espectador no echa de menos las reuniones en las que decenas de personas se encuentran porque deben de encontrarse porque así lo dictan las normas sociales. Las normas sociales hechas por la sociedad para fastidiar a la sociedad. ¿No resulta absurdo? Es lo mismo que sucede con las corbatas. Todos los hombres las odian pero todos las llevan, incluso fuera del horario laboral, porque así lo dictan las normas de etiqueta. El espectador mira a través de la ventana. Luego se dirige al espejo. El smoking le sienta igual que siempre. Finge tener un cigarrillo en la boca y fumar. La bocina de un taxi, su taxi, se confunde con un nuevo estallido de pólvora. El espectador mira con nostalgia a su habitación. Quisiera permanecer dentro. Quisiera no irse. El claxon vuelve a sonar. El espectador cierra la puerta con suavidad no sin antes enviarme un “Feliz Nocheviaja, tú: afortunada bruja solitaria.”
Salgo al balcón. Los geranios dormitan envueltos bajo un blanco caparazón que pretendía protegerlos de un invierno que sueña con ser primavera, que quiere ser primavera. Le veo dirigirse al taxi que impacientemente le espera en la acera de enfrente. Esperar a un cliente significa perder a otro. Tiempo, tiempo, tiempo. Antes de subir el espectador lanza una mirada hacia donde me encuentro. “¡Feliz año!” grita antes de desaparecer.
“¡Feliz año!”, respondo entre explosión y explosión.
Adentro no es más silencioso. La música suena y resuena. Para el espectador las normas sociales, para mí queda el derecho social a una noche escandalosa. La música suena y la bruja ciega se divierte haciendo lo que más divierte a las brujas, lo único que en realidad divierte a las brujas. La bruja ciega baila, baila, baila. ¿Cuánto tiempo? Tiempo, tiempo, tiempo. La bruja ciega bailará, bailará, bailará. El mundo gira, la calle gira, el piso gira, la mesa gira, la bruja ciega gira...
Feliz Noche a Jorge, a Paula, a Carlota, a su marido, a sus hijos, a Carlos y a Rocío. Todos ellos lejos de mí y todos ellos sin embargo, tan cercanos...
Feliz Noche al espectador que se va a sufrir voluntariamente lo para él insufrible sólo para demostrar y demostrarse que puede lo que los otros pueden.
Feliz Noche a todos aquellos que dedican su tiempo a leerme. Tiempo, tiempo, tiempo.

La bruja ciega.



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