Somos lo que somos pero ¿qué
somos en realidad? Justo cuando creemos haber llegado a alguna conclusión al
respecto ya hemos sido impelidos hacia nuevos lugares. Resulta pues imposible
determinar en el presente aquello que somos cuando somos. Lo más que podemos
precisar es dónde estamos, lo cual, no crean, ya es mucho. A mí me asombran
todos esos psicólogos, psiquiatras y similares que publican en los periódicos
más insustanciales, que son también los periódicos más leídos, avisando del
riesgo y proliferación de las personalidades múltiples. Hombre, no sé yo hasta
qué punto puede considerarse esto un problema si hasta en los cuentos uno
aparece por la mañana siendo un sapo y por la noche se acuesta convertido en un
apuesto príncipe...
A lo que me refiero es que
las personalidades múltiples, - salvo en casos muy extremos: cuando uno, por
ejemplo, se cree por la mañana supermán y quiere echar a volar y por la noche
está convencido de que es el rey león-
son sumamente normales –más normales desde luego que tener una sola
personalidad que se cree Napoleón, por poner un ejemplo. Esta personalidad es
una personalidad distorsionada en un doble sentido: por creerse Napoleón y por
inamovible.
Ah, sí. ¿Qué pensaban? Lo
radical del loco es tan radical como lo radical del hombre cabal. La única
diferencia es que el hombre radical sabe por qué es radical aun cuando no pueda
expresarlo correctamente. “Aquí estoy. Y no puedo de otro modo”, dice el
cuerdo. El loco, en cambio, no sabe por qué es radical y aunque lo sepa tampoco
sabe por qué no puede hacerlo de otro modo.
Pero no es sólo que las personalidades múltiples sean normales: es que además resultan imprescindibles. Uno es
empleado de ocho a seis de la tarde; actor de teatro lunes, miércoles y viernes
de siete a nueve de la tarde; enamorado ardiente un par de días a la semana y
un consumado deportista el resto del tiempo. Uno es hijo delante de su madre,
padre delante de su hijo, rival entre sus compañeros, enfermo en la consulta
del médico y cliente cuando compra. Uno es pecador en el confesionario y santo
en la Iglesia. Uno es alumno en el seminario de música medieval y profesor de
historia antigua en la Universidad. Uno es camarero del bar de la esquina y
consumidor habitual del restaurante de la otra. ¡Naturalmente se hace preciso
disponer de muchas máscaras, de muchos rostros, de muchos complementos, de
mucha ropa! Hay días en los que uno no sabe qué ponerse y días en los que no se
ha puesto lo adecuado. Esos días son terribles. ¿Cómo es que esos psicólogos y
psiquiatrás populistas, populizadores y populizantes no lo saben? Y si saben –como
lo sé yo- que esas múltiples personalidades sólo pueden considerarse
personalidades enfermas en unos pocos casos ¿por qué publican los riesgos con
grandes titulares? ¿Por qué no se dedican a hablar de los problemas que acarrea
hoy en día la realidad virtual no sólo para el sujeto sino para la sociedad
entera, de los problemas que introducen ese “pensar en positivo” que fuerza al
individuo a sobreseer sus errores y a ocultar los obstáculos? “Pensar en
positivo” es falso simple y sencillamente porque “Negar la realidad no
significa cambiarla”. Algunos se obcecan en pensar en positivo y puede que se
eleven un par de centímetros por encima del suelo y crean que con eso ya han
volado. Falso. Simplemente se han elevado un par de centímetros por encima del
suelo. Para algunos y en algunos momentos no digo que eso no sea un consuelo,
pero un consuelo nunca es un remedio. Pensar en positivo no tiene nada que ver
con confíar. El que confía sabe que se está apoyando en que sus espectativas y
el destino, por llamarlo de algún modo, coincidan. El que piensa en positivo
está convencido de que sus espectativas pueden modificar el destino y todo lo
que haga falta. Error. Grave error. Lo mismo que esa nueva moda de la
bipolaridad. Hoy, de repente, no se escucha más que ese asombroso “es bipolar”.
Y claro, me voy a ver qué cosa es esa de la bipolaridad. Las definiciones
pseudopopulares que he encontrado por ahí son asombrosas, igual que las
definiciones de ciclotímico y similares. Hombres que trabajan y desarrollan una
actividad incesante durante un periodo de tiempo y durante otro periodo de
tiempo ni una grúa los mueve. Eso, que cualquier persona calificaría de descanso,
es considerado como algo patológico que requiere de sesudos comentarios. En
fin... Pronto va a llegar alguien que va a organizar un plan de comportamiento
para los buenos ciudadanos para que no cambien nunca de personalidad y sepan
cuánto y cómo han de trabajar y cuánto y cómo han de descansar. Es el problema
de esta teoría del Todo en el Uno y el Uno en el Todo, que permite el “piensa
en positivo” lo que conduce a “la realidad virtual” lo que conduce al Todo en
el Uno y en Uno en el Todo porque esa teoría es circular y bien circular y en
la que “a” es igual a “a” y por eso los sujetos sólo pueden tener una
personalidad, un comportamiento, una vida, unos horarios determinados de
actividad y unos horarios determinados de pasividad. Con tantas exigencias no
me extraña que una amiga mía se haya decidido a estudiar Psicología. “Ahora me
siento mucho más segura ”, me confesó. “No hace falta que lo jures”, pensé, “el
campo de los poderosos: igual que los médicos y los abogados”. Pensé en Carlos
y Jorge. Algo así dicen cada vez que se matriculan en algún curso de psicología
de la empresa. Carlota también se inscribió en uno de ellos pero lo abandonó a
los dos días de haber empezado. Le creaban una terrible confusión, dijo. No me
extraña: la psicología no es cosa de hadas. Ellas, que juegan con las nubes y
el viento, que transforman las tardes grises del otoño en mañanas esplendorosas
de primavera; ellas, que hablan el lenguaje de los animales y comprenden el
sonido de los árboles; ellas, las hadas, no necesitan de teorías mundanas. Y
pienso en Carlota, en mi amiga del
alma...Un rayo de luz ilumina la estancia y yo sé que Carlota me mira y me sonríe
aunque nunca lea nada de lo que escribo, porque las hadas no necesitan de
palabras ni de reflexiones porque eso, dicen las hadas, es cosa de brujas...
Pero no era de los pseudo
científicos de la mente, que creen también serlo del alma, de quienes yo quería
hablar. En realidad lo único que quería decir es que no sabemos qué somos
cuando somos. Lo sabremos cuando ya no estemos en el Presente, quizás ni
siquiera entonces. Tal vez otros lo averigüen de nosotros cuando ya no estemos
aquí y ya nada tenga importancia porque al No-Ser el Ser siempre le ha
resultado indiferente y es el Ser el que teme enfrentarse a esa Nada que se
alza frente a él, a veces como amenaza a veces como esperanza a veces como un
simple desafío. Lo que los hombres llaman Satán no es más que destrucción,
puede ser incluso destrucción absoluta, pero no es la Nada. De todos sus
enunciados, eso es lo único que la teoría del Todo en el Uno y el Uno en el
Todo enseña correctamente. Dios o Demonio, el hombre elige entre Ser y Ser pero
no elige entre Ser y Nada. La Nada en esa teoría es el anhelo del Ser que
quiere dejar de ser sin conseguirlo. Esta Nada no tiene nada que ver con el
nihilismo occidental. Ni esa Nada ni esa constante repetición circular.
Repetición circular incesante y baldía. Repetición circular que es una condena
igual que la sufre el burro que mueve la Noria...
El nihilismo occidental no es la Nada oriental. El nihilismo occidental es
la ausencia de Dios porque Dios se ha alejado voluntariamente del hombre. Dios deja
solo al hombre porque sabe que está preparado para lanzarse al viaje que le
espera y confía en sus fuerzas de hombre para superar los obstáculos de hombre
que le aguardan. Dios no quiere ser un padre helicóptero. Dios deja solo a su
hijo y le dice: “Adelante. Confía. Atrévete a Ser”. El nihilismo occidental no
tiene nada que ver con la Nada oriental. La Nada oriental es la Nada. El vacío
que ni siquiera puede ser vacío porque entonces ya sería “algo”. La Nada oriental
es un silencio que ni siquiera puede ser silencio. Una disolución que ni
siquiera puede denominarse disolución. La Nada oriental es una aspiración.
El nihilismo occidental, en cambio, es un desafío para iniciar un camino
sin Dios que Dios mismo ha confeccionado de antemano. Hijo, he hecho la vida.
Ahora vive. Te he enseñado todo lo que te tenía que enseñar. Ahora te toca a tí
poner en práctica y desarrollar lo aprendido. Los peligros son graves y
numerosos. Muchos son los obstáculos que encontrarás y los enemigos no serán
pocos. Demuestra qué es lo que puedes, demuestra qué es lo que sabes. Todo eso
dice Dios sin decirlo. Porque Dios se aleja del hombre sin ni siquiera
despedirse.
Demuestra tu Fuerza: Energía por Espíritu, dice Dios al hombre sin hablar.
El nihilismo occidental es
el comienzo de una aventura. Y no, no fue Nietzsche su precursor. No fue
ninguna filosofía. Nietzsche se equivoca cuando dice “Dios ha muerto”. La
primera vez que leí “Así hablaba Zaratustra”, yo tenía quince años y aunque nadie,
ni siquiera mis profesores de filosofía, creen mis palabras, lo cierto es que
no pude evitar llorar amargamente. Al día de hoy no sé si alguien puede
entender lo que se siente cuando uno lee una frase como esa. Uno ha ido
perdiendo paulatinamente al ratoncito Pérez, a Papá Noel, a los Reyes Magos, a
la estrella de Oriente y ahora toca perder a Dios. ¿No es terrible?
Pero Nietzsche se equivocó. Dios no estaba muerto. Tal vez Nietzsche sabía
que Dios no estaba muerto pero no pudo soportar la verdad: que Dios mismo,
Dios, era el que había decidido separarse de su creación para obligarla a
caminar sobre las dos piernas que le había dado y forzarla a utilizar y
desarrollar el cerebro con que la había dotado. Quizás Nietzsche, que había
perdido a su padre y a su hermano, que seguramente había sentido estas muertes
con el mismo dolor con el que escribió “Dios ha muerto”, no fue capaz de
enfrentarse a la realidad que ante él se presentaba: que Dios no había muerto,
simplemente nos había abandonado. Realidad
terrible que sí , en cambio, se atrevió a encarar Jesús: “Dios mío, Dios mío ¿Por
qué me has abandonado?” gritó con las últimas fuerzas humanas que le quedaban. Porque
Jesús sabía, lo sabía, que Dios está vivo y bien vivo aunque esté ausente.
Nietzsche, mi buen Nietzsche, prefería pensar que Dios, igual que su padre, igual
que su hermano, estaba muerto, antes que afrontar que Dios lo había abandonado,
que Dios se había separado de él porque a Dios le había dado la divina gana.
El nihilismo occidental es por un lado desgarrado, desgarrado porque Dios ha
dejado al hombre en el bosque y se ha ido y el hombre no sabe muy bien qué ha de
hacer y por el otro es un empuje a la acción libre. Para algunos, el nihilismo
occidental, la separación voluntaria y querida de Dios del hombre, significa un
nuevo castigo, comparable a la expulsión del Paraíso o a las destrucciones
apocalípticas. A otros, el nihilismo les
permite lleva a cabo todas las prohibiciones que existen cuando los
progenitores están en casa. A unos cuantos, concentrados en sus propias tareas,
la presencia o no de Dios les resulta indiferente, lo que no soportan es el
ruido de la casa de al lado y llaman a la policía para que acabe con aquella
terrible orgía que les impide trabajar a ellos y dormir a su familia y hay
quién se lanza a la búsqueda de Dios, a ver si lo encuentra, porque
sencillamente Dios es más soportable que esa terrible policía controladora que
ha puesto escuchas y cámaras por todos los rincones de la ciudad.
El hombre está solo y solo tiene que solucionar los problemas humanos y
bien humanos que se le presentan. Los alemanes buscan su identidad, igual que
otros se lanzan a la búsqueda de Dios porque ya no pueden soportar el control
policial. Los alemanes creen que encontrando su identidad remediarán sus
problemas. Lamentablemente aquellos que buscan a Dios como panacea para sus
males todavía no saben que encontrar a Dios no les despojará de su naturaleza
humana y por tanto seguirán sin librarse de las contradicciones que significa
el ser humano y es muy posible que entonces, en vez de agradecer a Dios el
aliento de libertad que les ha dado le recriminen por abandonarlos en el Ser. Todos
ellos dicen buscar a Dios pero en realidad buscan la Nada. Encontrar a Dios no
les libra de sus pesares. Les encadena todavía más a ellos.
Algo parecido pasa con la identidad alemana: hallarla, saber en qué
consiste, tampoco aliviará el grave estado de la sociedad alemana. Al revés:
les anclará más profundamente en su desdicha. Y esto por varios motivos.
Uno de ellos es que la identidad es de algún modo lo que el Napoleón a la personalidad: inamovible. Dios
también lo es, me dirá alguno. Sí pero hay una pequeña gran diferencia: Dios
está fuera de nosotros. La identidad, en cambio, es inherente a nosotros. Dios
es un objetivo y como objetivo fuente de fuerza para el que le busca por Dios
mismo y no para librarse de los problemas que ocasiona el hecho de ser “humano”.
La identidad está ahí. Conocer nuestra identidad significa saber lo que somos cuando
somos lo cual es imposible por la sencilla razón de que el individuo es un “haciéndose”
incluso cuando duerme por las noches y en pesadillas vomita los empachos de las
vivencias diurnas. El hombre que conoce su identidad a la perfección es el
loco: el hombre que sabe que él es Napoleón. Poco importa cómo se llame este
Napoleón. Seguramente y cómo decía Chesterton el loco Napoleón, el loco que
conoce su identidad, sabrá perfectamente razonarla y defenderla y es muy
posible que en un debate contra el loco Napoleón sea el cuerdo el que pierda. Ése
que dice casi excusándose: “Aquí estoy. No me es dable hacerlo de otro modo”. Aquél
al que ese “no poder hacerlo de otro modo” le desgarra. Le desgarra porque
desearía hacerlo de otro modo, desearía volver igual que dicen que volvió el
hijo pródigo pero no puede. No puede. Y ese “no poder” le consume por más que
sabe que “no puede”. Ése es el cuerdo. El loco Napoleón en cambio sabe,
sostiene, defiende, arguye y demuestra que él es Napoleón. Y ese ser radical es
distinto que el otro ser radical porque “a” no es siempre “a” porque el loco
Napoleón es Nada y el radical Lutero es la voz de la demanda y la voz de la
reforma y la voz que quiere cambiar la política económica religiosa porque no
puede ser que la política económica religiosa sea la que forme y conforme la
teología, la espiritualidad. Lutero busca a Dios no porque no soporte su
naturaleza humana sino porque justamente la naturaleza humana es la que le
permite decir a otras naturalezas humanas que no va a seguir el camino en el
que están porque ese camino no conduce al objetivo que él busca. Y sí, a
Lutero, le duele, le duele, pero sus convicciones de hombre le impiden hacerlo
de otro modo. El cuerdo Lutero está desgarrado; el loco Napoleón, no.
Por eso y por mucho que a los alemanes les duela, la pregunta por su
identidad es una pregunta insoluble. Porque no podemos saber nunca lo que somos
mientras somos y porque contestarla lejos de solucionar el problema les
convertiría en locos Napoleones. Esto es: impediría su desarrollo, les
introduciría en la inmovilidad de la Nada que ni siquiera puede ser inmovilidad
porque entonces ya sería algo. La pregunta por la identidad sólo puede hacerse
cuando uno mira al pasado sabiendo que está en el tiempo presente y que se
dirige hacia el futuro, cuando uno es consciente de que ningún tiempo pasado
fue mejor y que aunque lo hubiera sido nadie puede bañarse dos veces en el
mismo río. La pregunta por la identidad que tanto ocupa y preocupa a los
alemanes no puede ni debe ser contestada. Uno es un haciéndose que hace. Eso,
de todo, es lo único que en estos tiempos de Napoleones y de aprendices a
Napoleón ha de merecer nuestra atención.
La bruja ciega.
No comments:
Post a Comment