La preocupación por China aumenta. Bueno, por China y por el resto de los
países del Planeta Tierra: Rusia y Siria a un lado; al otro, Brasil, Argentina,
Méjico y Venezuela, cada cual por sus propios motivos. China está a punto de
caer, aseguran algunos; su situación es peor de lo que muchos quieren creer,
gimen otros. Déjenme dudar de estos análisis, al menos en lo que se refiere al
significado de “caer”, “ir peor de lo que se piensa”, que hacen referencia
única y exclusivamente a los beneficios económicos que los negocios chinos
reportan y que, sin embargo, han obviado, olvidado o ignorado las condiciones
miserables en las que han tenido que vivir los trabajadores y sus familias
durante todo este tiempo de modernización e industrialización. Eso, sin contar
con los terribles daños que la ecología ha sufrido. China va a replegarse sobre
sí misma y quién sabe: tal vez la crisis económica le lleve a concentrarse en
sus propias necesidades y en sus propios deseos y recupere el sentido de la
armonía a la que tradicionalmente ha aspirado como valor primero. En cualquier
caso, lo cierto es que al paso que vamos, quien parece que va a caer sin
remedio es el mundo al completo: donde no hay guerras, hay virus; donde no hay
ni guerras ni virus, hay paro y pobreza; donde no hay ni paro ni pobreza, hay
decadencia. Mientras tanto, la corrupción en el deporte sale sin que se tenga
tiempo de prestarle la atención adecuada porque los ciudadanos andan absortos
contemplando la corrupción en la política que en España, curiosamente, parece
estar en manos de un solo partido que al paso que va no tardará en denominarse
el “lobby de la corrupción”, o algo por el estilo. De los asuntos de los otros
o bien no se tiene noticia o no provocan el interés suficiente o quizás, tal
vez, no hayan alcanzado las dimensiones del “lobby”.
El ciudadano de a pie se ve
desbordado por las crisis globales que él se ve tan incapaz de solucionar como
su propia crisis individual. El Papa grita “caridad” y el arzobispo Marx, en la
cuestión de los refugiados, admite que no sólo se trata de caridad sino también
de sensatez (Vernunft) aunque la caridad, añade, ha de ser ilimitada. La lógica
sufre mareos. Yo también.
¿Son caridad y sensatez términos opuestos, complementarios, sinónimos?
Depende, hermano. Depende. “Donde no tengas una idea pon una palabra”, le
aconsejaba el diablo a Fausto. El consejo sigue siendo válido hoy en día. La
palabra a poner no es ni solidaridad ni caridad. La palabra esencial hoy en día
es “flexibilidad”. Job y todos los que son como él mueren acribillados por este
dardo que se lanza a diestro y siniestro. ¿Qué es la flexibilidad? Lo contrario
de la Fe. La Fe radical en sí mismo y en sus propios principios. ¡Dogmatismo!
Sí. La Fe es siempre dogmática porque el hombre que cree, cree. El hombre que cree
en lo que cree, cree incluso cuando la Fe ya no cree en Axioma Primero “Dios”
sino en el Axioma Primero “Hombre”. El problema al que nos enfrentamos en
nuestros días es que la Fe actual no cree ni en Dios ni en el Hombre. La Fe del
s.XXI prefiere dirigirse a la inteligencia artificial. La inteligencia
artificial como sustituta del hombre, la inteligencia artificial como
superadora del hombre. Los nuevos creyentes son también los nuevos profetas,
los nuevos sacerdotes de una nueva religión que proclama el derrocamiento del
Hombre como Axioma Primero, del mismo modo que el Hombre derrocó a Dios como
Primer Axioma.
“Dios”, “Hombre”, “Robot”. Ya escribí algo al respecto y no tengo ganas de
volver a ocuparme de un asunto que me desagrada profundamente y que hiere mi
sensibilidad.
Pero hete aquí que esta cuestión, la de la Fe, es sobreseída en los últimos
tiempos por una Iglesia que habla de Justicia social, de caridad y de historias
semejantes pero no de Fe. Con la “caridad” sucede lo que con el perdón: se la
exige el amo al esclavo, el verdugo a la víctima, el fuerte al débil. La
hipocresía está servida. Lo sabemos todos; todos excepto los buenos de corazón
que terminan siendo siempre el cordero, la ofrenda inocente, de una sociedad
maldita y a los que únicamente se les reconoce su nobleza de corazón una vez
muertos y a veces ni eso.
Pero llega un momento en que esa víctima propiciatoria, delante ya del
altar del sacrificio, se pregunta por algo tan simple como la libertad. ¿Es o
no es libre? Si no es libre ¿quién lo ha colocado en esa situación y por qué está ahí? Si es libre ¿quién lo
detiene para marcharse? Ahí empiezan los problemas. Lutero comprendió que el
Hombre libraba con Dios una batalla por erigirse en el Axioma Primero y mal que
les pese a muchos hizo lo más medievalista que podía hacer: apoyarse única y
directamente en ese Axioma Primero Dios, (a punto ya de desmoronarse, de ser
destronado por un nuevo Axioma Primero: el Hombre), para de esta forma poder
liberarse de la tiranía de aquellos que, palabra de Dios en la mano, le
suplantaban una y otra vez. La misión de Lutero es justo la contraria de
Prometeo. El objetivo final no consiste en robarle el fuego a los dioses sino en devolvérselo para impedir que los hombres sigan quemando pueblos y bosques.
Al contrario de lo que muchos opinan, Lutero trata de restituirle a Dios lo que
es de Dios para permitir que el individuo pueda desarrollarse como tal sin caer
víctima de los delirios de Poder de sus congéneres.
A este dilema hubo que enfrentarse Lutero en la vida real y no sólo en la
teórica: ¿Era libre o no para enfrentarse a la Iglesia católica?
El grave problema que
conllevaba responder afirmativamente a esta pregunta es que hacer uso de la
libertad individual para enfrentarse a la Iglesia Católica no expresaba, ni
expresa, a los ojos de la Iglesia Católica, a los ojos de ninguna Iglesia, a
los ojos de ninguna corporación, institución o semejante, el comportamiento responsable de un hombre
que se decide a mostrar sus ideas y opiniones. Expresaba, y así sigue siendo
salvo en la restringida área en la que se permite la existencia de la opinión
personal sin considerarla herejía, ni más ni menos que la soberbia, - en el
caso de la religión -, y la revolución,- en el caso de las organizaciones
civiles. En cualquier caso: soberbia, rebeldía, escándalo... son
términos que desacreditan hasta sus más profundas raíces el ejercicio de esa
libertad que todos, sobre el papel, defienden a capa y espada y que una y otra
vez se ven obligados a delimitar haciendo uso de las excusas más variadas. La
moral que, como diariamente comprobamos, está sujeta a modas y la ley que, como
también diariamente observamos, está sujeta a los cambios sociales y a los
vaivenes de la llamada “política real”.
¿Es el hombre libre o no? Es la pregunta esencial, fundamental.
El más radical de todos a la hora de plantearla hasta sus límites más
extremos: Nietzsche.
Nietzsche; el nunca bien interpretado Nietzsche porque a la mayoría de sus
lectores les faltaba la cultura protestante en la que había sido educado el
autor. Nietzsche, ese al que muy pocos comprenden cuando afirma “Dios ha
muerto” y algunos creen incluso que ha sido él quien lo ha asesinado, como esos
malos policías que cuando descubren a un hombre arrodillado ante el cadáver con
el cuchillo de sangre en la mano le declaran culpable de inmediato. No, Nietzsche
no mató a Dios. Ni siquiera “inventó” el nihilismo. Lo único que hizo fue
llevar la cuestión de la libertad del hombre a sus conclusiones más radicales.
Nieztsche era tan radical como lo había sido Lutero. Nietzsche no creía
realmente en la libertad. Nietzsche creía en Dios. Pero Nietzsche había visto
morir a Dios o creía haberle visto morir y Nietzsche no quería quedar al acecho
de la tiranía de los otros hombres.
Nietzsche se arrodilla: ve a Dios muerto y la espada de la suprema libertad
yaciendo junto a él. Nietzsche recoge la espada. ¿La queréis?, pregunta
Nietzsche a sus coétaneos con lágrimas en los ojos. ¿de verdad queréis y
anheláis la Libertad Absoluta?, sigue preguntando.
“Sí”, grita el Hombre, nuevo Axioma Primero de los nuevos tiempos. “Sí”
vuelve a gritar. Y este grito es más una exigencia que un deseo. El nuevo
Axioma Primero reclama sus Poderes. Y es entonces cuando Nietzsche,
transformado en profeta, le presenta al nuevo Axioma Primero la realidad en su más clara nitidez: el Hombre se ha erigido
como Axioma Primero porque Dios ha muerto. El Hombre, como Axioma Primero, está
solo. Tan solo como lo estuvo Dios antes que él. Y el Hombre, en efecto, puede
hacer uso de la Libertad Absoluta pero para ello es necesario que se atreva a
ser aquello que con tanta fuerza exige: el Axioma Primero. Esto es: un
superhombre, porque está claro que el hombre, el hombre como tal, no es, no puede ser, un
Axioma Primero. El hombre como tal es contingente y finito y está sujeto a lo
que Dios disponga por él. La noción del superhombre no es un concepto político,
ni tan siquiera social. La noción del superhombre es un concepto religioso con
el que Nietzsche pretende hacer comprender a sus semejantes la responsabilidad
que conlleva ser un Axioma Primero. La libertad absoluta es la espada de su
Poder, sí. La Libertad Absoluta le confiere la Omnipotencia pero ello exige a
su vez que el Hombre sea lo suficientemente poderoso como para portar semejante
espada. La espada de la Libertad Absoluta requiere un Axioma Primero; esto es:
un superhombre.
Para Lutero, en cambio, es
impensable que el Axioma Primero muera y mucho menos que pueda ser sustituido por
el Axioma Hombre. Lutero no ve a Dios muerto sino ignorado. “De servo Arbitrio”
(Pdf) (Pg.12) “Más si desconozco las
obras y el poder de Dios, desconozco a Dios mismo, y si desconozco a Dios, poco
puedo rendirle culto ni deberlo ni darle gracias ni servirle puesto que no sé
cuánto debo atribuirme a mí mismo, y cuánto a Dios. Es necesario, por tanto,
poder distinguir con absoluta certeza entre el poder de Dios y el nuestro,
entre su obra y nuestra obra, si queremos vivir piadosamente. Así que también
esto es ante todo necesario para un cristiano y de provecho para su salvación;
el saber que la presencia de Dios no es tal que deje juego libre a la
contingencia, sino que él prevé y se propone y hace todas las consas con
voluntad inmutable, eterna e infalible. Mediante este rayo fulminante es echado
por tierra y totalmente aniquilado el libre albedrío; por lo tanto, los que
quieran sostener el libre albedrío, tendrán que negar esta razón, o hacer caso
omiso de él, o desviarlo de alguna otra manera.”
Para Lutero la libertad no
representa ni la salvación ni el poder. Es curioso que muchos vean en él un
ilustrado, un rompedor de tradiciones, cuando en realidad lo único que hace es
salvar la individualidad del individuo
apoyándose en el Axioma Primero más tradicional de todos los tiempos: Dios.
Dios es en Lutero el único Axioma y el único, por tanto, que puede salvar
al hombre como individuo. Lutero no pretende afirmar al individuo frente a
Dios, sino al individuo frente a los otros individuos. El dique de contención
del individuo es Dios y el campo que se extiende entre el individuo y Dios es
la Fe del hombre en Dios y la Gracia de Dios para el individuo. La Fe del
individuo en que Dios se ha apoyado en él, la Fe de que es Dios y no el Demonio
quien cabalga sobre las espaldas de su voluntad. “De Servo Arbitrio” (pdf) (Pg.28)
“Así, la voluntad humana es puesta en
medio cual bestia de carga: si se sienta encima Dios, quiere lo que Dios quiere
y va en la dirección que Dios le indica (...); si se sienta encima Satanás,
quiere lo que Satanás quiere y va en la dirección que Satanás le indica. Y no
está en la libre elección correr hacia un jinete u otro y buscarlo, sino que
los jinetes mismo se disputan su adquisición y posesión.” En Lutero, el
hombre sigue estando entre Dios y Satán. Lo moderno, lo único moderno de su
pensamiento, es que suficiente problema es no tener como jinete a Dios, como
para tener como jinete además de a Satanás al poder terrenal de los otros
hombres. Y lo único individual que encontramos en la teología luterana es que Dios
no conversa con los hombres. Dios dialoga con el hombre. Al día de hoy sigo sin
comprender cómo puede uno ser un auténtico Luterano y aceptar convertirse en
miembro de una secta por muy cristiana que esta secta sea y aceptar las directrices
que los otros le fijan porque por mucho que sea Satan el que cabalga sobre las
espaldas del individuo es a Dios a quien corresponder juzgar su alma y a la ley
su condición de ciudadano, pero los otros hombres no se conforman en ser jueces
de ciudadanos y es por esto por lo que se nombran jueces absolutos del alma y
deciden quién es el metafísicamente malo y el metafísicamente bueno y empiezan a
quemar en la hoguera por endemoniados a todos aquellos que no concuerdan con
sus ideas.
Para el ferviente católico Chesterton, en cambio, los muros de contención
del hombre son la ortodoxia eclesiástica. Esa ortodoxia es la que impide que el
individuo se precipite en el vacío. Y por tanto, todo el que se oponga a esa
ortodoxia es considerado hereje y ha de sufrir las mismas consecuencias que los
declarados endemoniados: la excomunión, la hoguera; destierro o muerte.
Y sin embargo, y pese a estas coincidencias en la actuación de los que se
nombran a sí mismos “justos”, hoy como ayer la brecha entre Lutero y la Iglesia
Católica sigue abierta. Y sigue abierta porque Lutero no admite más Axioma
Primero ni más muros de contención que Dios y la Fe y no la ortodoxia
eclesiática sometida siempre a luchas de poder y a opiniones humanas flexibles
y equivocadas. El gran conflicto al que debió enfrentarse Lutero es que en la
Iglesia Católica el individuo que se atreve a criticarla es presentado
automáticamente como soberbio. Si soberbio, hermano del Príncipe de las
Tinieblas. Eso, supongo, fue lo que el inteligente Lutero hubo de cuestionarse
antes de afirmar su tajante, radical “Aquí estoy, no puedo de otro modo”. Donde
ese “no puedo” expresa que su acto de rebeldía no proviene de su soberbia sino
de una necesidad que le constriñe a él desde fuera de sí mismo. De una
Necesidad superior y anterior a él que está además por encima de él. El
problema de los muros ortodoxos, de los que habla Chesterton, es que están tan
convencidos de su indestructibilidad que no atienden ni siquiera a las grietas
profundas que cada vez resultan más visibles y preocupantes. Es por eso por lo
que la Iglesia Católica ha tardado tanto en atender a los problemas de pederastia y corrupción y
aun entonces ha intentado individualizarlos a unos pocos casos en vez de enfrentarse
a la cuestión que ha originado su silencio tantos años y ha extendido sus
raíces pecaminosas a lo largo de todo el Planeta: la del Perdón Universal y
gratuito basado en el Amor Universal por aquello del Todo en el Uno y el Uno en
el Todo. Y ahora sigue hablando de caridad y de justicia social, en donde la caridad
es blandida, no por la víctima, que tendida en el suelo no tiene fuerzas ni
para gritar, sino por el verdugo a la víctima porque en otro caso la víctima demuestra
resentimiento y rencor que eso sí son pecados muy graves porque fastidian la
fiesta, y por su parte la justicia social hace referencia a la cuestión económica. Pero ¿y la
Fe? ¿Y la Justicia? ¿Y la justa ira? “De Servo arbitrio” (pdf) ( Pg.21) “El mundo y su dios no pueden ni quieren
tolerar la palabra del Dios verdadero y el Dios verdadero no quiere ni puede
callar. Y si estos dos Dioses están en guerra el uno con el otro ¿qué otra cosa
puede producirse en el mundo entero sino tumulto?” Al día de hoy comprendo
por qué más de un revolucionario extremista alemán ha provenido de casas de
pastores luteranos.
Lutero se declara no libre de actuar como actúa. Lutero señala al mísmisimo
Dios como causa última de su actuación. Lutero no invoca a su libertad como ser
humano, no apela a la responsabilidad individual de cambiar el mundo y la
Iglesia. Lutero no se afirma en su propia intuición ni en sus propias ideas u
opiniones, que es lo que tanto prolifera hoy en día. Lutero dice: “aquí estoy y
no puedo de otro modo”. Y ese “no puedo” refleja su imposibilidad de agir, de
actuar, en forma distinta a la que lo hace. Pero hete aquí que esa Necesidad,
que es más fuerte que su libertad porque es además anterior a ella, es la misma
que lo desencadena de la opresión de los otros; la que lo hace libre frente a
los otros; esa Necesidad le urge a actuar de acuerdo con Ella y no según los
dictámenes de los otros.
No. Dice Lutero. No soy libre. Y este “no”, paradójicamente, le hace libre.
Libre para aceptar su Fe. Libre para aceptar sus más profundas y radicales
convicciones. Libre para aceptar sus actos. La Necesidad, por más que esta
palabra no le guste por inexacta, determina su voluntad y esta determinación le
deja libre para ser Lutero individuo igual que la Necesidad dejó libre a Job
para ser Job individuo.
“No”, repite Lutero. No somos libres.
Y esta falta de libertad le otorga a Lutero su individualidad. No me extraña que cuando Heine se decidió abandonar el judaísmo por cuestiones puramente pragmáticas y convertirse al cristianismo, eligiera el protestantismo y no el catolicismo. El luteranismo era sin duda más acorde con una personalidad independiente como la suya. El Axioma Primero se impone sobre sus derivados, lo eterno sobre lo perecedero, lo necesario sobre lo contingente. Y el hombre, derivado, perecedero y contingente, sólo puede decir: “Hágase Tu voluntad”, donde esa voluntad es la Voluntad de Dios y no la voluntad de los hombres; la Voluntad del Axioma Primero y no la voluntad de los derivados, perecederos y contingentes.
Y esta falta de libertad le otorga a Lutero su individualidad. No me extraña que cuando Heine se decidió abandonar el judaísmo por cuestiones puramente pragmáticas y convertirse al cristianismo, eligiera el protestantismo y no el catolicismo. El luteranismo era sin duda más acorde con una personalidad independiente como la suya. El Axioma Primero se impone sobre sus derivados, lo eterno sobre lo perecedero, lo necesario sobre lo contingente. Y el hombre, derivado, perecedero y contingente, sólo puede decir: “Hágase Tu voluntad”, donde esa voluntad es la Voluntad de Dios y no la voluntad de los hombres; la Voluntad del Axioma Primero y no la voluntad de los derivados, perecederos y contingentes.
¿Es el hombre libre o no?
Y la pregunta que muchos han dejado de plantearse hoy en día por considerarla
innecesaria, innecesaria por superflua, porque está claro que el hombre es
libre, recobra la importancia y el
sentido que el hombre moderno, empeñado en la afirmación absoluta de su
absoluta libertad, ha olvidado.
Pero un buen día, uno que ya ha olvidado estas cuestiones, que más que olvidar
es que las ha dejado abandonadas en el desván porque las creía obsoletas, y por
obsoletas inservibles, uno, en su diario paseo por el parque del pensamiento,
se encuentra con Hobbes. Un Hobbes poco y mal traducido. Uno tropieza con
Hobbes y tiene que enfrentarse si quiere detenerse a dialogar con él en un inglés antiguo, usando
unas expresiones en desuso y unas argumentaciones que ya casi nadie recuerda. Y
no, no me refiero únicamente al Leviatán: esa obra de la que la mayoría de los
traductores sólo se centran en los dos primeros libros y dejan abandonados los
últimos por considerarlos, dice alguno, demasiado teólogicos. ¡Demasiado teológicos! ¡Demasiado teológicos porque están llenos de citas de la Biblia!
¡Demasiado teológicos en un momento en que Dios es el Axioma Primero en el
cual se apoyan las ciencias, las humanidades, la política y hasta la guerra! ¡Demasiado
teológicos porque deben pensar que a los lectores lo único que les interesa es
la famosa frase del “hombre es un lobo para el hombre”, frase que, francamente,
es – de todas las que ha dicho- la menos interesante por ser verdad cierta y
comprobada.
¿Es el hombre libre o no?, le pregunto a Hobbbes.
El hombre es libre de sus decisiones pero no libre de la voluntad divina.
El hombre es libre, explicará Hobbes en “The Questions concerning Liberty,
Necessity and Chance”, de decidir entre comer o no comer si tiene hambre pero
no del hambre que padece y lo mismo sucede con los preceptos de Dios: el hombre
es libre o no de seguir los preceptos de Dios pero no está libre de la
existencia de esos preceptos. El hombre es libre de sus actos pero no de la
causa que origina esa decisión. El hombre es libre de resistir o saciar el
hambre, el hombre es libre de desobedecer o acatar los preceptos, pero el
hombre no puede crear ni el hambre ni los preceptos divinos y por tanto, tampoco puede
decidir las cuestiones a las que ha de enfrentarse. Las cuestiones están ahí. Y
de repente el “yo soy yo y mis circunstancias” de Ortega y Gasset resuena con
fuerza. El hombre no puede librarse de su estado, pero puede decidir sobre él a
fin de mejorarlo o empeorarlo. Hobbes deja al hombre, ese ser perecedero y
contingente, en el relativismo y mantiene a Dios, Axioma Primero, en el Absoluto. Por mucho que más de uno se apresurara a
acusar a Hobbes de ateo, tales recriminaciones resultan falsas. Hobbes no es en
absoluto ateo. Hobbes es un hombre que cree profundamente en Dios pero no en
sus representantes religiosos. Hobbes no lucha contra Dios. Hobbes reflexiona sobre
Dios y en esa reflexión llega a consideraciones que están en contra de lo que
las ideas dominantes de la época sostienen.
Quedamos en encontrarnos otro día y sigo mi camino.
En cualquier caso, me digo, la cuestión entre la libertad y necesidad no es
baladí.
Por un lado, afecta a la cuestión de la responsabilidad individual del
hombre ante sus actos.
Por otro, alude al tema de la grandiosidad de Dios.
En general, cuando se enfoca la cuestión de la libertad se hace desde la
única y exclusiva perspectiva de la responsabilidad del hombre tanto a la hora
de determinar su camino como a la hora de responder de sus acciones. En este
sentido, parece insensato despojar al ser humano de la libertad de decisión.
Hacerlo significaría que su responsabilidad es inexistente y,
consiguientemente, que el castigo resulta innecesario. No sólo el castigo terrenal
deja de tener sentido, aún mucho más absurdo lo es la pena eterna. En efecto,
si un hombre no tiene poder de decisión, tampoco puede inculpársele por el
resultado de sus acciones puesto que no podía comportarse de otro modo. Del
mismo modo, si no somos libres tampoco podemos ser condenados al castigo
eterno.
Hasta aquí el discurso es comprensible y tiene sentido. Pero en los últimos
tiempos circula por algunos lares de la Iglesia Católica una teoría según la
cual somos libres, sin embargo y pese a esta libertad absoluta y radical del
hombre, que produce consiguientemente su absoluta responsabilidad por sus actos, la grandeza de Dios nos librará a nosotros e incluso hasta a Lucifer del castigo
eterno. Y yo, cuando escucho semejantes discursos, no puedo por menos de
preguntarme en qué lamentable estado se encuentra la Iglesia Católica para no
disponer de buenos teólogos y buenos lógicos que pongan las cuestiones
teóricas, al menos esas, en su sitio. Es que a poco que pensemos, semejantes
ideas, que ya digo pululan por más de un círculo católico, provocan tales
dolores de cabeza que uno ha de recuperarse antes de replicar por escrito
porque resulta imposible enfrentarse oralmente a tantas locuras.
En primer lugar, si somos libres somos responsables y por tanto, hemos de
responder a Dios de nuestras culpas. Esta teoría responde al mérito y al
esfuerzo.
En segundo lugar, la grandeza de Dios nos librará si a Dios le da la divina gana,
nos creamos o no nos creamos nosotros meritorios, porque para eso es la
grandeza de Dios. Esta teoría responde a la idea Luterana de la gracia de Dios
y de su empeño en dejar las obras en manos de la moral humana y no en manos de
la religión porque a la moral humana pertenecen las obras humanas pero a la
religión ha de pertenecer la Fe y no la búsqueda del reconocimiento de la
sociedad por las acciones llevadas a cabo. Sobre todo porque como muestra la
historia, cuando la sociedad se convierte en Tribunal, los seres mejores son muchas veces falsamente inculpados
como herejes y brujas por los envidiosos, mientras que los hipócritas y
santurrones se erigen en guardianes de la virtud.
Pero hete aquí que estos buenos católicos unen peras y manzanas y consiguen
un híbrido mutante. Somos libres y responsables pero nuestro esfuerzo no
nos dignifica porque al final seremos todos iguales por la grandeza de Dios que
quiere que seamos todos iguales y santos, liberados de cualquier pena. Será al
final de los tiempos, claro, cuando la grandeza de Dios quiera este perdón
total y absoluto. Pero la grandeza de Dios, de eso no cabe duda, aseguran, lo querrá. Lo querrá, dicen, porque para eso
Dios es Grande y la grandeza de Dios no conoce límites, y su caridad tampoco.
Amén. Y así afirmando la grandeza de Dios, despojan a Dios de ella; y afirmando
la Caridad divina, la vician.
¿Dónde han ido a parar los buenos teólogos de la Iglesia Católica? Lo mismo
que me pregunto yo, se lo preguntaba Hobbes en su época.
Y de repente me acuerdo de Benedicto XVI y no puedo por menos que suspirar,
comprender y callar.
¿Es el hombre libre o no?
¿Es Dios Omnipotente o no?
Afirmar la libertad del hombre desposee a Dios de su Absoluto Poder.
Afirmar la Omnipotencia divina desemboca en el siempre espinoso problema del
Mal. ¿Es Dios, Libre Absoluto, Voluntad Absoluta, Omniconsciente Absoluto,
responsable del Mal?
Es por esto por lo que muchos teólogos consideraron que se hacía preciso
afirmar la libertad del hombre. Con ello, el hombre se convertía en responsable
de sus actos puesto que podía elegir entre el Bien y el Mal y se liberaba a
Dios del problema de la causalidad del Mal.
Pero hete aquí que el Hombre se proclama a sí mismo Axioma Primero y en
consecuencia quiere reclama y exige la Libertad Absoluta pero no quiere las
consecuencias que de ello se derivan: las consecuencias del Mal.
Así que primero coge la espada y luego empieza a justificar los muertos que
va dejando a su lado: las circunstancias medio-ambientales, la disposición
genética, los traumas sufridos en la infancia sin recuerdo e incluso del stress
sufrido en el feto materno, el poder dictatorial y tiránico de los sistemas
políticos...
Todos estos factores, concebidos para liberarle de las consecuencias de su
libertad absoluta terminan, sin embargo, por generar en el hombre una debilidad
aun más angustiosa y frágil que la que padecía cuando estaba en manos de Dios.
Una Libertad Absoluta que está limitada por su
genética, por su situación medio-ambiental, por sus circunstancias, es una
Libertad Absoluta No-Absoluta. O sea, la
contradicción. A esta contradicción el hombre le llama enajenación,
desgarramiento interno, o como quiera. De repente el hombre tiene conciencia de
su Absoluta-No-Absolutez y de su No-Absolutez-Absoluta. Este es el círculo en
el que está preso. Esa es la consecuencia real de la teoría del Todo en el Uno
y el Uno en el Todo. Y a partir de ahí el hombre ha de construirse una realidad
virtual, una teoría del pensar positivo, una teoría de la irrealidad para poder
soportar el estado lamentable en el que se encuentra, para poder sobrevivir en
una prisión que cada vez más se estrecha en torno a él.
El hombre se desencadena de Dios para a continuación encadenarse en sí
mismo o dejar que sean otros los que lo encadenen en nombre de Dios y de otros
nuevos axiomas como la Libertad, el Amor Universal, el Perdón Universal, la
Justicia Social e incluso la Inteligencia Articial. El hombre se desencadena de Dios para dedicarse mezclar Axiomas Primeros con objetivos políticos humanos y bien
humanos. Y hace de los Axiomas Primeros objetivos políticos y de los objetivos
políticos Axiomas Primeros porque el hombre actual no sabe ni lo que es un Axioma Primero ni lo
que es un objetivo político. Encerrado en su cárcel el hombre conversa con los
otros presos pero es una conversación desde la celda, a trompicones, entre
gritos e interrupciones, entre palabras que se utilizan sin saber el
significado y de las que además tampoco
interesa conocerlo porque en realidad lo único que importa es que suenan bien.
El hombre debería dejarse de tantas conversaciones de salón y empezar a dialogar
directamente con Dios. Para eso no estaría de más que en vez de acudir en masa
y en olor de multitud a ver al Papa se recogiera en su aposento a conocer las
obras y el poder de Dios, a conocer a Dios mismo para poder rendirle culto,
darle las gracias y servirle. Y es hora de que lo haga pronto, antes de que
otros hombres decidan quién y qué es Dios.
Pero claro, el hombre no tiene muchas ganas de devolver a Dios su título de
Axioma Primero y prefiere entregárselo a la inteligencia artificial o, como en
los tiempos de la barbarie, al más fuerte: a ese que lo consiga a base de
sangre, miseria y lágrimas y decida qué es lo justo y qué es lo injusto.
En comparación con esto, el Leviatán de Hobbes, es un Estado paradisiaco.
En fin... ¿para qué seguir?
Por eso me considero incapaz de comentar las últimas noticias. No tiene
sentido.
Los problemas son los mismos. Lo que se acentúa es su complicación.
Complicación laberíntica que se intenta solucionar con la ley del más fuerte
que no siempre es el más inteligente y que lo más problable que haga es
terminar cortando el nudo por la mitad, del mismo modo que fue cortado el nudo
gordiano por la espada de Alejandro Magno, con la única diferencia que esta vez
somos nosotros los que estamos dentro de la madeja enrollada y que a la espada
que viene le falta lo que la espada de Alejandro siempre tuvo:
La Fe.
La Fe, falta la Fe.
Y cuando la Fe falta se impone la realidad virtual, el cinismo, la demagogia, la hipocresía y la
debilidad anímica.
Díganme:
¿Para qué quiere entonces el hombre la libertad?
¿Para qué la necesita?
La bruja ciega.
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