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Monday, August 29, 2016

Escrito en la hoja de reclamaciones del diario de un turista.

Una vez más se ha terminado nuestra semana, esa del reencuentro anual que hace décadas acordamos celebrar Carlos Saldaña, Jorge Iranzo, Carlota Gautier, Fernando Marjó y yo y al que nunca ninguno de nosotros ha dejado de acudir. Ni siquiera Fernando Marjó, que se nos fue sin avisar y cuya pérdida yo tardé meses en conocer porque nadie se sentía con fuerzas para decírmelo. Seguramente ni siquiera sabían cómo hacerlo y así fue pasando el tiempo de modo que cuando conocí la triste y terrible noticia a través de personas que no tenían nada que ver con mi círculo de amistades me encontré a solas con la pena porque los desconocidos consideraban el asunto como un mero comentario mientras que los otros, mis amigos, ya habían transformado el dolor en resignación, la resignación en nostalgia y la nostalgia en recuerdo. Así pues no me quedó más remedio que encerrarme a solas en mi habitación y llorar lo más silenciosamente posible para no molestar al vecindario. Fue probablemente un error. Lo de llorar silenciosamente, digo. Las damas como Carlota dejan que sus lágrimas se deslicen callada y suavemente por su faz y únicamente necesitan de un pañuelo blanco primorosamente bordado para contenerlas. En cambio, en las brujas como yo el dolor siempre adquiere tintes de ira y han de gritar su pena al viento, al universo y a todos los dioses del Olimpo para recuperarse. Fue un error tratar de llorar como lloran las hadas. El dolor me dejó unas terribles contracciones de estómago que ascendían hasta la garganta mientras la sangre se agolpaba en mi corazón y no cesaba de presionarme hasta hacerme exhalar un grito ronco y seco. Sin embargo, Fernando Marjó no se ha ido del todo y sigue acompañándonos en nuestras reuniones y acude como acude el hombre responsable a la cita convenida: pase lo que pase y sea como sea, incluso como fantasma. Tal vez esto haya ayudado a deshacer lo que vulgarmente se llama “nudo en el estómago” o, por lo menos, a aflojarlo un poco.

Este año nos reunimos en uno de esos preciosos hoteles de Madrid en los cuales todo resulta impersonal salvo los huéspedes que se dedican a husmear en las habitaciones de los otros huéspedes, tocan con los nudillos en tu puerta, abres pensando que pueden ser Carlos y Jorge y te encuentras con cuatro o cinco personas que penetran hasta mitad de la estancia con cara de asombro por encontrar a un extraño en lo que ellas están convencidas de que es su dormitorio y a las que sólo un tono arrogante y seco puede conseguir hacerles desistir en su propósito de aposentarse sin que les dé tiempo más que para farfullar entre dientes una disculpa, ocupadas como están en observar y mirotear cuanto les rodea. Otro día les basta distinguir en la penumbra del pasillo una puerta semiabierta para nuevamente adentrarse en el interior de la sala hablando con el aire porque ir van solos y ver no ven a nadie, porque el que hay dentro, que soy yo, está resguardado y protegido de los intrometidos por una pared y finalmente, y como grandioso colofón, uno de los días el teléfono suena a horas intempestivas de la mañana, descuelgas el auricular y escuchas cómo alguien te pregunta si el número de habitación a la que está llamando es la 521 y cuando les contestas que sí oyes proferir a la persona que acaba de llamar una queja, casi un sollozo mientras confundida se pregunta a sí misma a qué número de habitación ha de llamar entonces porque está claro que la 521 no es. Y tú lo sabes pero no se lo dices. Sabes que ha de llamar a la habitación de al lado, porque es seguro que tiene que ver con la habitación de al lado, con esos que ni siquiera en los hoteles despersonalizados e impersonales dejan de preocuparse por el vecino, sea quien sea el vecino, hasta el punto de retener en su mente el número de habitación de ese otro y terminar olvidando el de la habitación de sus acompañantes y es que, a qué ignorarlo, pasan más tiempo hablando de los otros que de ellos mismos.

Les sucede a muchos: el vecino está más presente en sus vidas que lo que lo están las suyas propias y aconsejan al otro aquéllo que muy probablemente debieran aconsejarse a sí mismos. Este olvido del ser mismo por intromisión en el ser ajeno es algo que nunca entenderé.

En cualquier caso he de confesar que Madrid no me resulta del todo desconocida. Es una de las muchas ciudades en las que he vivido; fue, eso sí, hace siglos: cuando su grandeza era noble y sus restaurantes populares ofrecían comidas sabiendo que iban a ser evaluadas por exigentes amas de casa y exquisitas cocineras. Ahora todo es distinto. Debe ser que me estoy haciendo vieja y, como decía el poeta, todo tiempo pasado me parece mejor. No lo sé. O tal vez mi impresión obedezca al hecho de que Madrid ya no es grande: Madrid es gigantesco. En pleno Agosto, que es cuando, según se dice, los madrileños están de vacaciones y Madrid se queda vacía y deja de ser metrópoli para volver a ser villa, apenas se podía pasear por las calles y por los parques. 

La última noche jugamos a definir Madrid con una palabra. Carlota eligió “El parque del Retiro”. Fue allí donde transcurrieron nuestras conversaciones más interesantes, recorrimos las avenidas arboladas, encontramos a un grupo de tunos de la universidad de Oporto, remamos en el estanque, admiramos el palacio de cristal, nos divertimos contemplando las habilidades de los jóvenes con los patines y el monopatín; Jorge prefirió el término “Museos”. Madrid entero es un museo. Sus edificios centenarios, sus calles señoriales, sus rincones inmemoriales... Pero es que además el museo Reina Sofía, el Thyssen y el Prado forman parte de las joyas artísticas más valiosas de Europa y el mundo y satisface todos los gustos e inclinaciones. A Carlos le fascinó el Reina Sofía, a Jorge y a Carlota el Prado, y yo, por mi parte, no pude resistirme a visitar tres veces en una semana el Thyssen, especialmente la sala dedicada a la pintura de los siglos XIV y XV; Carlos, normalmente parco en palabras, se decantó por un verso de Manuel Machado para describir Madrid; ese que dice “polvo, sudor y hierro el Cid cabalga” sustituyendo “hierro” por la palabra “sol”. En cambio, yo preferí algo más mundano y escogí el vocablo “Mesón”. Para mis amigos la comida es cosa secundaria y baladí pero ustedes ya saben lo que a las brujas nos preocupa el puchero y por eso que nos importa a duras penas pude contener mi indignación en una ciudad en la que los ciudadanos suelen indignarse sin reparos. Madrid me pareció un enorme, interminable, inconmensurable Mesón de baja calidad y peor servicio en el que se sirven única y exclusivamente comidas que oscilan entre malas y terribles y que no tienen ningún pudor en servirlas a precios desorbitantes. Encontrar establecimientos en los que ofrezcan un menú resulta complicado. La mayoría de los establecimientos son bares en los que se ofertan bocadillos a cinco euros, poco importa que sean de tortilla de patata prefabricada, de jamón o de calamares. El bocadillo que el consumidor recibe es un trozo de barra de pan con un par de trozos de queso sin más. Ya puede uno buscar algún trozo de lechuga, de tomate o de alguna humile rodaja de pepino perdidos por algún lugar. No los encontrará. Un bocadillo es un bocadillo a palo seco. Los menús cuestán entre diez y doce euros pero si uno por ahorrar o por no comer dos platos y postre se decanta por alguno de los otros platos independientes del menú que aparecen en la carta, el precio se dobla y se dispara hasta llegar a los veinte euros y uno se pregunta cómo es posible que un sólo plato cueste el doble de lo que cuestan tres además del pan y la bebida. A esto hay que sumar que la calidad no es buena y que la cocción es demasiado rápida; pero hay algo que todavía llama más la atención del visitante, viajero, turista o como ustedes prefieran llamarle: la falta de platos caseros, de auténticos platos caseros. Faltan las judías verdes, las acelgas, las ensaladas de tomate y lechuga sin más; faltan las ensaladas de garbanzos y de alubias y falta la fruta. Los postres ofrecen natillas caseras que no son caseras sino compradas por la casa, pero nada de piña con nata, nada de macedonias de frutas ni frescas ni de lata. ¿Es que no  hay buenos restaurantes en todo Madrid? Los hay. Puedo dar fe de ello. Pero son establecimientos en los que nuevamente los precios vuelven a dispararse y de veinte euros se pasa a cuarenta y el hambriento que desea su menú completo ha de desembolsar una buena suma de dinero. Y puesto que no hay muchas gentes, ni turistas ni no turistas que se puedan permitir semejante placer, lo que al final resulta es un Madrid convertido en la capital europea de la “fast food”.

Y sí. Ya sé que más de uno y más de dos me vendrán a enumerar la cantidad de locales que existen en Madrid en los que se come bien y barato. Haberlos haylos. De eso no me cabe ninguna duda. Pero lamentablemente son lugares que sólo los expertos en Madrid conocen y que permanecen alejados y secretos para el normal turista. Ese turista que lo único que pretende es adentrarse rápidamente en una nueva ciudad para alejarse de la suya propia por unos días y que apenas dispone de tiempo para buscar los lugares más variopintos y emblemáticos del lugar en el que se encuentra; ese turista al que desde hace un tiempo se le recrimina su tacañería y al que por tanto no hay que tener ningún pudor en intentar engañarle a la hora de traerle la cuenta o de cobrarle de más.

Es una cuestión que está empezando a generalizarse en medio mundo. Los turistas están empezando a ser mal vistos porque sencillamente los extranjeros están empezando a estar mal vistos; porque los forasteros, los extraños están empezando a estar mal vistos; y por eso todo el que no es de aquí ha de dar cuenta de dónde viene y a qué viene y qué relación tiene con esta ciudad y si no es de aquí y no tiene relación ha de dejar, por lo menos eso, buenas ganancias para la ciudad en forma de euros. Ya no se aceptan viajeros de paso, ni hombres curiosos que deambulan por aquí y por allá. Hasta cierto punto es incluso razonable. ¿Para qué viajar? ¿Para qué visitar lugares distintos del nuestro? El mundo es global: las mismas tiendas, los mismos productos y por tanto las mismas gentes y las mismas mentalidades. Los que critican el turismo no dicen aquéllo de "la bolsa o la vida" pero parecido: 
“la bolsa o te quedas en tu casa.”

Sin embargo no nos engañemos: los que mayoritariamente critican el turismo no son los ecologistas ni los amantes de su entorno. Los que critican el turismo son los que quieren ejercer el poder y la única manera que encuentran es autoproclamándose señores de aquello que otros construyeron, ellos encontraron y por eso que lo encontraron no lo supieron valorar e incluso lo despreciaron y se dedicaron a derribarlo hasta que llegaron los turistas a fotografiar lo que quedaba de aquello. Empezaron pues la reconstrucción y dejaron de considerarse señores para presentarse como amos, no tanto para proteger lo que nunca habían sentido deseos de proteger como para cobrar la visita. Los que critican el turismo son esos que critican la movilidad, que critican las idas y venidas, lo extraño, las nuevas ideas. Los que critican el turismo son los esos que gritan “tradición, tradición” porque tienen terror a lo distinto, a lo diferente; esos que murmullan “adónde vamos a llegar” mientras ellos no llegan a ninguna parte porque todas sus vidas, generación tras generación,  han estado anclados - y allí permanecen - en ese “adónde vamos a llegar”.

Es terrible. La globalización ha dado paso, curiosamente, a la fundación de clanes, tribus y hordas que únicamente permiten alejarse de ellas e integrarse en ellas a los ricos y a los poderosos. Al paso que vamos incluso los turistas van a necesitar de los “puntos” y de la “green card” para ser aceptados en el lugar de destino. 

¿Y los otros? ¿Aquéllos que no reúnan los requisitos suficientes para ser considerados “turistas”?

¡Ah! En ese caso volverán a ser lo que siempre fueron: 

Vagabundos.

La bruja ciega.


Tuesday, August 16, 2016

Una predicción impredecible

“¡Eh! ¡Vieja bruja ciega!” –me grita un grupo de bravucones desocupados camino del mercado – “¿Qué terribles sucesos nos va a deparar el destino?”

-“Ninguno que vosotros mismos no fueráis capaces de ver si os centraráis un poco más en vuestras existencias y un poco menos en la ajenas.”

La respuesta no les inmuta. Es lo que tienen los pícaros: lo que les falta de cordura y conocimiento lo compensan con la lengua. Para todo encuentran una contestación; falsa o cierta poco importa. Lo esencial es no quedarse callado y así parecer más sabio de lo que se es. En época de necios, los sabios callan y los necios creen que es porque los sabios son tontos. Los sabios siguen callados y únicamente hablan los vanidosos que quieren conservar, al menos eso, el honor o los deseosos de abandonar este mundo  lo antes posible convertidos en mártires del conocimiento después de haber sido torpedeados con las piedras que sin piedad les lanza una Fuenteovejuna histérica, incontrolable y necia. Necia porque en las palabras busca justificaciones y no la verdad, argumentos y no explicaciones, hipótesis y no pruebas, se dedica a jugar públicamente con los sentimientos  en vez de sentirlos interiormente, a crear efectos  en vez de esforzarse por construir edificios sobre cimientos eternos. Por eso los bravucones ni se inmutan cuando oyen decir que ellos mismos podrían predecir sus existencias a poco que se tomaran un poco más de interés por ella. 

–¡Vamos vieja bruja! – y su risa suena entre agresiva y despectiva-  “¿Tan poco te has ocupado tú de tu vida que no sabías que estábamos esperándote o es que tenías ganas de compañía?” Y sus carcajadas trepan por las ramas de los árboles hasta fundirse con el viento que agita las hojas más altas y terminar desapareciendo.

-“En el mercado me esperan el alcalde y cuatro principales más y si no llego a la hora pactada el alguacil tiene orden de busca y captura contra todos vosotros y contra mí misma."
 – “¿A nosotros? ¿Por qué motivo?”- preguntan un tanto sorprendidos y parece que el deseo de divertirse a costa de la bruja ciega se evapora por momentos. 
-“Por no participar en la semana de “Los ciudadanos limpian la ciudad todos a una”- contesto. 
-¡Pero si es voluntario! –gritan. 
– “Eso lo dirás tú. El alcalde y los principales tienen otra opinión al respecto” 
-¡Totalitarismo y Dictadura! – protesta uno de los bravucones. 
– “¡Lo mismo digo!- grita otro.

Y de repente todos ellos se olvidan de la vieja bruja y se encaminan de nuevo al pueblo a protestar ante el alcalde y los principales que no sabrán en absoluto de que les están hablando pero los necios, justo porque son necios, confundirán la ignorancia del alcalde con ocultación y alevosía y aún gritarán más alto hasta, que en efecto, al alcalde no le quede otro remedio que llamar al alguacil y enviarlos a todos ellos a dormir una noche al calabozo, lo cual todavía enfurecerá más a esos necios desocupados por lo que es posible que la noche se convierta en una semana. Una semana de paz y tranquilidad, suponiendo que el pueblo no haya caído él mismo víctima de la necedad y termine rebelándose contra el alcalde, que no tiene ni la más mínima idea de por qué sucede lo que sucede. ¿Debería aclararle al alcalde que todo este revuelo se debe al simple deseo de una vieja bruja ciega de ir a comprar al mercado tranquilamente? No. Es mejor que me calle. Ningún alcalde en su sano juicio creería, con lo que a él le ha costado ganar las elecciones, que una vieja mujer ha manipulado tan fácilmente a esos bravucones. Ningún alcalde creería que el pueblo que dirige es tan necio. Y de ser él mismo un necio más, la diversión está servida: demanda tras demanda, discurso tras discurso, reunión tras discusión y discusión seguida de una nueva reunión.

¿No querían diversión? Pues ya la tienen.

Es así, de este modo, como se originan las más grandes batallas, las más terribles contiendas: con el cambio de tema, con el giro en la perspectiva, con el desvío de lo importante. Y esto es posible única y exclusivamente porque a los necios nunca les importa realmente aquéllo que dicen que les importa. Los necios, al contrario de los locos, son primarios. Hoy ven y escuchan y mañana han olvidado. Hoy se interesan por la guerra igual que mañana buscan la paz y un día más tarde vuelven a reclamar la guerra. En eso consiste básicamente la ciencia del marketing y de la propaganda: en la utilización y manipulación de los necios y su necedad. El problema es que una sociedad de necios rechaza y condena a los sabios, desprecia a los sensatos y prudentes, tolera a duras penas a los que no quieren meterse en líos, y aclama a los más necios como hombres de juicio. 
Esto es lo que tiene la necedad que se cree sabia; esa necedad que se declara culta porque sabe leer, escribir y las cuatro reglas de la aritmética y por culta, cultivada porque lee semanalmente un par de novelitas insustanciales que novelas son, al fin y al cabo.

Ustedes, claro, ya saben todo esto. Yo, en cambio, es ahora, incrustrada en la madurez, cuando estoy empezando a descubrir la cara oculta del mundo. El tranquilo Jorge se ríe. – “Has sido una extraterrestre y has tenido la suerte de que te dejaran vivir en tu planeta, pero ya sabes: nos adentramos en la era de los viajes interespaciales y ya ni los extraterrestres se libran de las visitas terrícolas.”  Y Jorge el tranquilo vuelve a reirse. En realidad Jorge se ha reído siempre de mi asombro, tanto como él mismo se ha admirado de la perspicacia de algunos de mis análisis. Pero el tranquilo Jorge es un hombre que tranquilamente se preocupa de los asuntos importantes de la vida y no tiene tiempo para largas disquisiciones. – ¿Qué opinas de las elecciones americanas? – me pregunta.

Y yo, claro, le contesto:

“Gane quien gane, no hay nada ganado.”

Y el tranquilo Jorge tranquilamente me da por imposible y cuelga. Ya leerá mi artículo cuando tenga tiempo y ganas.

Resulta prácticamente imposible hacer comprender al tranquilo Jorge que estos momentos la sociedad occidental, y no sólo la americana, está abandonando la política democrática para ceder sus derechos – pensando quizás que con ello cede también sus deberes: el deber de pensar, reflexionar, decidir y actuar - a los neo-dictadores: democráticos en la forma, dictadores en el fondo; democráticos en el comercio, dictadores en las ideas. Digo “ideas”, no “pensamiento” porque el pensamiento, el verdadero pensamiento, hoy como ayer, busca ocultarse en los sótanos de palacio, a ver si así se olvidan de él y lo dejan pensar en paz.  Ya lo dije en otro artículo: cuando la sociedad se siente amenazada por peligros que superan al individuo o al pequeño grupo, renuncia a sus libertades para conservar su seguridad y su supervivencia y no duda en transformarse en un bloque compacto del que son expulsados todos los que no se ajusten a la estructura del bloque. Es lo que en este momento está sucediendo. Es practicamente imposible determinar si esos peligros son reales o están incentivados por determinados sectores hambrientos de poder. Posiblemente, como suele ser habitual, una mezcla de ambos factores.

Sea Trump o sea Hillary Clinton el que se alce con la victoria, lo más importante en estos momentos es que la sociedad americana decida sincera y juiciosamente qué quiere y adónde quiere ir. La cuestión principal no es, como muchos piensan, los diferentes planes económicos de cada uno de los candidatos sino dónde desea concentrar esa sociedad sus intereses y esfuerzos: en sí misma y en sus valores internos, o en el exterior y en el mantenimiento y detentación de su poder internacional. La sociedad americana, - con o sin Trump, con o sin Hillary Clinton -, ha de precisar si desea, igual que los británicos, replegarse sobre sí misma y hacer frente a las acuciantes cuestiones internas que le acechan -puestos de trabajo, deuda, medicina, educación, violencia, droga... - a base de construir muros que protejan las fronteras nacionales y a costa también de renunciar al papel dominante que ha jugado en el exterior, aceptando desempeñar un papel más secundario a partir de ahora, o por el contrario, prefiere decantarse por la opción de seguir dominando la escena exterior cueste lo que cueste. En este caso ha de comprender que ese “cueste lo que cueste” va a ser cada vez más costoso en vidas y medios porque las otras potencias en expansión no van a tener, por lo que parece, ningún miramiento en emplear todos los medios y vidas a su alcance y en este caso, por muy cínico que suene y de hecho sea, el levantar un muro con Méjico y mantener la neo-discriminación contra la población afroamericana sería un grave error porque ello significaría deshacerse de potenciales soldados.

Lo que de ningún modo es posible – y esto es algo que no sé si la sociedad americana y los observadores internacionales han comprendido – es replegarse por un lado hacia dentro para solucionar los problemas internos al tiempo que por otro lado se sigue detentando la supremacía militar en el exterior. Es preciso ser conscientes, por duro que resulte, de que el poder militar en el exterior se sostiene con los ciudadanos que se envían desde el interior. Hasta un determinado número, dichos ciudadanos prestan voluntariamente su apoyo pero pasado ese número se hace necesaria una propaganda cada vez menos encubierta hasta llegar a convertir tal apoyo en prácticamente una obligación y esto sólo es posible cuando el autoritarismo rige dicha sociedad.
Me veo en la necesidad de recordar que una guerra fría no es lo mismo que una guerra caliente y cuando una nación, cualquier nación, está rodeada de naciones expansionistas dispuestas a ensanchar sus fronteras “cueste lo que cueste”, que es lo mismo que decir  “le cueste lo que le cueste” -donde ese “le” significa, como ya hemos dicho, vidas y medios -, jugar a la política internacional implica un desafío y ganarlo o simplemente sostenerlo fuerza a esa nación a poner sobre la mesa cantidades de efectivos cada vez mayores.

En estos instantes lo que se está jugando en el panorama internacional no es una partida de ajedrez.

Es una partida de póker que, como cualquier partida de póker que se precie, puede terminar a tiros en cualquier momento.

Es comprensible.

En los tiempos que corren, como en todos los otros tiempos que corrieron y seguramente en todos los otros tiempos que correrán, los juegos de cartas son los más populares porque admiten más jugadores, con todo lo que ello representa. El ajedrez por su parte es juego reservado para unas pocas mentes y nunca más de dos a un tiempo por mucho que se jueguen partidas simultáneas. Seguramente las mismas mentes que ahora están en los sótanos de palacio, a ver si los de arriba meten menos ruido y los dejan concentrarse en paz.

¿Quién quiere el silencio?

¿Quién quiere la paz?

La bruja ciega.


Tuesday, August 9, 2016

Miguel Boyer, hijo

Al parecer, esta semana el hijo del fallecido Miguel Boyer ha osado criticar a su padre en los periódicos cuando apenas faltan unas semanas para que reciba la herencia que le corresponde y más de un comentarista, y más de dos, han dejado mostrar su terrible enfado ante lo que ellos califican como traición, deslealtad y no sé cuántos epítetos más, del hijo a su desaparecido progenitor.

A mí, como de costumbre, dicha reacción airada me asombra y más me asombran las justificaciones que utilizan: “Que un hijo critique a su padre muerto es una vergüenza”, sentencian algunos. Otros, en cambio, prefieren centrarse en el legado que va a recibir: “La vergüenza es que lo critique y luego acepte la herencia”, afirman contundentes.

Vamos a ver: 
Se critica todos los días y a todas horas a Dios, - eso suponiendo que no se niegue su existencia - y al mismo tiempo se acepta el Amor Universal, el Perdón Universal y consiguientemente incluso se pretende la Redención Eterna de todos los pecados y la desaparición del Infierno. 
Todos los días y a todas horas es criticado el gobierno, da igual qué gobierno, y sin embargo ello no impide a los ciudadanos exigir y aceptar las subvenciones estatales para a continuación pasar, nuevamente, a criticar al gobierno. 
Se critica a los maestros y a la calidad de enseñanza pero se llega a reivindicar el aprobado gratuito. Se critica a la telebasura pero son los programas telebasura los que más audiencia obtienen.

¿Quieren ustedes decirme que un individuo puede criticar a los terribles programas de televisión, para a continuación sentarse a disfrutar día tras día de su contenido; criticar a los maestros por mediocres al tiempo que se exige el aprobado gratuito; criticar al gobierno y no dudar en aceptar todas las ayudas y subvenciones que se puedan conseguir e incluso reclamarlas por aquello del que "el que no llora no mama” y hasta criticar a Dios para acto seguido afirmar la Salvación Eterna?

¿Quieren ustedes decir que un individuo puede criticar cualquier esfera de su vida pero acogerse a todas y cada una de las ventajas que dichas esferas le proporcionan y un hijo no puede criticar a su padre como  padre y como ministro sin que ello le impida al mismo tiempo aceptar su herencia, convertirse en un desalmado o ambos?

¿No creen que esto es una contradicción en sus términos?

Esta Fuenteovejuna, que ha hecho de las emociones un nuevo Fascismo, que ha convertido a las emociones en una nueva forma de manipulación para de este modo conseguir fácilmente el Poder sin tener que esforzarse demasiado ni por la cultura, ni por la vida pública, ni por la vida espiritual, me asombra.

¿Quieren decirme que el hijo de un padre, que fue separado a la fuerza de su padre porque su padre eligió a otra mujer, porque su padre eligió formar una nueva familia con esa mujer y abandonar a la que ya tenía, no puede criticarlo?¿Por qué? ¿Simplemente porque algunos se obstinan en repetir que la ropa sucia se lava en casa? ¿Y qué pasa con la ropa que se lleva a lavar a la lavandería porque la lavadora de casa no consigue sacar las manchas?

¿Quieren decirme que un hijo abandonado, que se sintió ignorado,  no puede –llegado a la edad adulta- citar los puntos en los que estaba en desacuerdo con su padre y al mismo tiempo aceptar la herencia que le corresponde, sin que sea vapuleado y criticado por una Fuenteovejuna hipócrita y malsana?

¿Quieren ustedes decirme que un padre que ha hecho en vida lo que ha considerado mejor para él y que ha corrido en busca de su propia felicidad, sin tener en cuenta el resto de los sentimientos y emociones de las personas que le rodeaban, no puede ser criticado por su hijo, que es el que ha sufrido ese egoísmo paterno y ha de renunciar, en caso de que lo haga, al legado? ¿Se separan con el consentimiento y beneplácito social dos personas que se han comprometido a edificar una vida juntos y que incluso tienen hijos en común, por aquello de que "es mejor para los hijos"  porque son ellos libre y voluntariamente los que deciden que eso es lo mejor para ellos y como es lo mejor para ellos también ha de serlo para el resto y lo deciden, además, justamente cuando estos hijos más los necesitan a ambos obligándoles acto seguido a aceptar a su respectivas parejas y a los hijos de estas respectivas parejas y a los nuevos retoños que lleguen a esas nuevas parejas y en cambio los hijos no tienen derecho a separarse de sus padres emocional e intelectualmente y criticar su conducta cuándo y dónde les plazca? ¿Se defiende que los padres tengan una vida más allá del trabajo y de la familia defendiendo que "la calidad es mejor que la cantidad" hasta un punto en que la cantidad desaparece y los hijos han de callar y silenciar el abandono emocional que sufren por parte de padres más preocupados por sus propios traumas, ansiedades, desarrollo personal, amistades y hobbys que por los de sus propios hijos y éstos han de silenciar su dolor porque al dolor que grita ahora se le llama rencor igual que al que denuncia la injusticia en un sistema totalitario se le llama revolucionario y rebelde? Y lo más curioso y paradójico, casi surrealista, de todo es que se denomina "rencor" al "dolor que grita" justamente en tiempos que rige la política del victimismo. Díganme: ¿de verdad no pueden los hijos de padres públicos criticar públicamente a esos padres so pena de ser sentenciados como rencorosos?

Encima de apaleados, condenados.

¿Se puede criticar a Dios y pretender la salvación eterna y no se puede criticar al padre y aceptar al mismo tiempo sus bienes? 

¿Se puede criticar al Gobierno y no a un padre que fue, además, una figura política clave en su país a fin de convertirlo en hombre y no en leyenda?

¿Quién lo dice?

Fuenteovejuna.

Fuenteovejuna que reverencia a la Opinión Pública, que la idolatra y que ignora las terribles consecuencias que engendra el silencio; los terribles males que el silencio ha incubado en la familia, en la Iglesia, en el gobierno...

Pero curiosamente se puede criticar a Dios, al gobierno, al maestro e incluso se puede criticar a la televisión basura para acto seguido recoger sus frutos: La salvación eterna, la subvenciones, el aprobado gratuito, la diversión sin esfuerzo. Pero no se puede criticar a la Opinión Pública. El que ose criticar a la Opinión Pública recibirá el merecido castigo. Y la Opinión Pública utiliza el chantaje emocional, la deformación de los sentimientos. Es la Opinión Pública la que decide qué sentimientos son buenos, cuáles malos y cómo deben ser mostrados esos sentimientos. La lealtad entre hombre y mujer no es tan importante, dice la diosa Opinión Pública; que cada cual haga su vida y se reúnan a la hora de la cena, dice la diosa Opinión Pública; no importa que el amor les haya unido y les haya hecho desear construir una vida en común, dice la diosa Opinión Pública; la vida no se construye en común, dice la diosa Opinión Pública, sino cada uno por su lado. Y así: diferentes grupos de amigos, diferentes hobbys, diferentes películas, diferentes vacaciones, quince días él a la montaña con los hijos y ella quince días se los lleva a la playa, y los quince días comunes, los niños a un campamento y cada uno de los progenitores a destinos diferentes de viajes con sus respectivos amigos. Quizás un fin de semana decidan espontánemente ir en familia a algún lugar común para colgar un par de fotos en las redes sociales. Pero que un hijo critique a su padre, que se muestre en desacuerdo con él y con sus actuaciones, eso - dice la Todopoderosa Opinión Pública - no es admisible porque eso - insiste la Todopoderosa Opinión Pública- es de rencorosos, frustrados y resentidos.
Y así la Todopoderosa diosa Opinión Pública prohibe que un hijo adulto critique como persona adulta y juiciosa que es, a un padre tanto en su vertiente política como individual.

El hijo critica como ciudadano al político que fue su padre, porque a decir de ese hijo-ciudadano su padre no supo llevar sus ideales y sus objetivos a buen fin; y el hijo critica como hijo al padre que como padre fue desleal. ... Y el hijo critica como persona al padre porque defendiendo públicamente una serie de valores éticos y morales, persiguió su felicidad individual antes que la del grupo, que era su primera familia.

Lo más que se le puede reprochar al hijo, es que no criticara antes a su padre, no que lo critique ahora. Quizás no lo hizo  por respeto a su padre, todavía vivo, o  tal vez la cuestión a dilucidar sería – no lo sé -  si algún periódico se hubiera atrevido a publicar alguna crítica contra el superministro Boyer mientras él todavía existía.

En cualquier caso, no es esto lo que a mí me preocupa. Lo que a mí me desasosiega, y mucho, es la dictadura que la cada vez más Todopoderosa diosa Opinión Pública ejerce a través del chantaje emocional y sensiblero que no conduce a nada más que a la constitución de un nuevo Fascismo, de una nueva Inquisición, de una nueva Represión Social, que determina quién puede criticar a quién y quién no; quién puede expresar su opinión y quién, no; quién puede mostrar y exteriorizar sus sentimientos y quién, no; quién es la víctima y quién es el verdugo. Todas esas sensiblerías que descansan en un sentimentalismo dictado por la diosa Opinión Pública y no por el sentimiento y no por la razón y no por el Juicio crítico ni por la reflexión, van unidas inevitablemente a la difamación y a la deformación de una persona, que será fácil porque en cuanto que simplemente se sugiera que tal persona ha hecho tres o cuatro actos contrarios a los dictados de la Opinión Pública será desterrada sin miramientos de la consideración social y le será arrebatado su honor. Conozco a una buena hija cuya madre fue sembrando - sólo Dios sabe por qué- la cizaña en su contra. Como vivía en otra ciudad, cuando los vecinos le preguntaban por su hija, aquella buena mujer contestaba que no sabía mucho de ella, a pesar de que en realidad la hija la llamaba diariamente. Luego empezó a fingir que la hija la insultaba por teléfono. Más tarde, lloraba desesperadamente y gritaba autoinsultándose "soy un monstruo", "soy una mierda". Decía que la hija le sacaba a relucir viejas historias. La realidad es que la hija estaba tan preocupada que al otro lado del teléfono mientras su madre lloraba desconsolada ella le repetía una y otra vez que era una mujer y una madre maravillosa que tenía que quererse mucho. Aquella hija supo de la historia por las recriminaciones que recibió de su hermano al ponerse en contacto con él para hablar sobre el estado emocional de su madre. A decir verdad aquella hija tuvo suerte. Dejó de coger el teléfono a su madre. A veces es mejor ir al infierno por pecados de omisión que por pecados de acción. Quién sabe lo que hubiera podido suceder si se lo hubiera cogido una vez más. Tal vez un ingreso en el hospital por un ataque de ansiedad. ¿Y quién, con ese "historial" demuestra su inocencia y logra convencer a la sociedad que su madre -en el hospital con un diagnosticado ataque de ansiedad- miente?
Mejor no coger el teléfono y evitar que la siembra de la mala hierba termine de cosechar todos sus frutos.

Sí. No cabe duda: el declarado culpable por la Opinión Pública tendrá que dedicar grandes esfuerzos a probar su honestidad y ni aún así podrá limpiar su nombre del todo por aquello de que “cuando el río suena, agua lleva” sin saber que están llamando “río” a una inmundicia. Porque a nadie le interesa acercarse a la inmundicia y oler sus pestilentes efluvios. Y por eso es mejor condenar al deshonor y al destierro social a ése que ha sido acusado injustamente por cualquier desocupado o cualquier envidioso. Yo recuerdo en una capital de provincias, de esas en las que se dice que no pasa nunca nada, pero en las que, curiosamente, pasa de todo y pocas veces bueno, que una respetable y conocida ciudadana consiguió que una peluquera que no la había dejado a su gusto (cosa harto frecuente y que todas las mujeres han experimentado alguna vez) la volviera a peinar gratis con la amenaza de que si no se avenía a razones, la difamaría hasta dejarla limpia de clientes.

Que eso lo haga una ciudadana respetable no rompe la paz social. Lo terrible es cuando todos los ciudadanos respetables comienzan a hacerlo no importa cómo ni a quién; basta que ese "quién" les contradiga, o que suponga un obstáculo para sus intereses, o, o....

Contra eso no hay, créanme, sistema jurídico ni político que pueda.

La mojigatería religiosa siempre ha existido.

La gazmoñería social, también.

Ambas eran el resultado de siglos de sometimiento a las instituciones eclesiásticas y políticas.

Pero ahora, y esto es lo que me intranquiliza sobremanera, la neo-mojigatería y la neo-gazmoñería vienen envueltas en papel liberal y hedonista, con aroma a chantaje emocional, albergando en su interior, hoy como ayer, la semilla de un nuevo fascismo aún más terrible y cruel que el fascismo político. Porque esta neo-mojigatería y neo-gazmoñería no es consecuencia de la presión de las ansias de Poder eclesiástico ni del empeño controlador y autoritario del Estado; este Fascismo es consecuencia de la incultura y de la falta de pensamiento y sobre todo, de la falta de un auténtico corazón.

Y esto, ya lo aviso,  no puede traer nada bueno.

Nada bueno.

La bruja ciega.


Thursday, August 4, 2016

Cortocircuitos

Lo cierto es que ya no sé ni por donde empezar. Tendría que decir algo así como “Lo avisé, lo avisé, lo avisé” Y es cierto que lo dije; es cierto que lo vaticiné; es cierto. “Casandra es mi nombre”, titulé un artículo. "Casandra", lamentablemente, sigue siéndolo. Los alemanes se muestran asombrados ante la reacción favorable de los turcos en Alemania a Erdogán, hasta el punto de que hasta los científicos turco-alemanes están atendiendo a la llamada que les ha hecho y no han dudado en abandonar el país germano para ir a trabajar a Turquía.

Yo recuerdo el artículo que en su día escribí ante los acuerdos que Merkel preparaba con Turquía-Erdogán para solucionar la crisis de los refugiados.

Por si lo han olvidado ustedes, y porque no me gusta escribir acerca de los temas ya tratados a mí, aquí lo tienen:


¿Notan mi tono un tanto enfadado?

Lo estoy. Lo estoy y mucho. No puede ser que sea preferible firmar acuerdos imposibles en vez de aceptar -con agrado o sin él, eso es otra cuestión-  que la sociedad europea no está dispuesta a acoger a tantos refugiados. No puede ser que sea preferible jugar con Turquía-Erdogán al juego de los indignados, que explicarle a Europa que una de dos: o se acepta a los refugiados o no se acepta a los refugiados. Y puesto que al parecer la sociedad no acepta a los refugiados y dada la costumbre, la necesidad y hasta la moda democrática de convocar referendums y plebiscitos y similares en los últimos tiempos, tan democráticos todos ellos que democráticamente se aclama popularmente a los democráticos tiranos – no estaría de más planear la convocatoria de unas votaciones a fin de que Fuenteovejuna decida si se acepta a los refugiados, - y esto consecuentemente obliga a la sociedad  de la Unión Europea y a las naciones que la conforman a colaborar en el mantenimiento, educación e integración de esos recién llegados, o no se acepta a los refugiados - lo que significaría que los ciudadanos de la Unión Europea están a favor de levantar muros y guardarlos a muerte con la espada blandida por soldados, mercenarios o, llegado el caso, incluso por ellos mismos. 
Esto sería lo primero a dirimir. En un segundo plebiscito se podría determinar qué se hace con los musulmanes; y en un tercero – a la vista de los últimos acontecimientos – qué se hace con los locos.

Refugiados, musulmanes, locos. Esto es, desde luego, lo que se llama un buen revuelto.

¿Me notan enfadada?

Lo estoy.

Es que yo ha discutido tanto, tanto, tanto, con Jorge, el tranquilo Jorge, que tranquilamente se equivoca una y otra vez y todo sólo y exclusivamente porque tranquilamente ocupado como está en sus asuntos importantes se empeña en adoptar la posición de los importantes periodistas que escriben en los periódicos importantes y a mí me cuesta Dios y ayuda hacerle entrar en razón y he de perder mi tranquilidad para que él comprenda que su tranquilidad es tranquila pero desde luego no se ajusta a la verdadera verdad, aunque la verdad, la voz de la verdad, haya de desgañitarse para que sea escuchada y al final parezca menos verdad y menos racional que la tranquila estupidez de la que de vez en cuando hace gala el tranquilo Jorge por tomar tranquilamente prestadas las opiniones de los que él considera hombres racionales y cabales donde los haya, aunque esos hombres racionales y cabales donde los haya apenas tienen tiempo de reflexionar, tan ocupados como están en mantener sus posturas racionales y cabales donde las haya. Mientras que por lo que a mí respecta, he de sentirme avergonzada porque he alzado tanto la voz que a veces tengo la impresión de que hasta los muertos se levantan de sus tumbas para pedirme, suplicarme, que hable un poco más bajo y más calmadamente, que no me emocione tanto, que no es bueno ni para la salud ni para el oído y total, lo que haya de ser será y lo que será es, sin duda, la eternidad.

Y todo ¿para qué? Para una y otra vez terminar escuchando - siempre después de que los hechos hayan terminado por demostrar la verdad de mis razonamientos- cómo el tranquilo Jorge  tranquilamente admite que en efecto yo tenía razón pero que él también se había percatado del asunto, porque él, dice el tranquilo Jorge, es tranquilo pero no un ingenuo. 

No, Jorge, no eres un ingenuo. Eres un conformista. Necesitas el conformismo político para dedicarte a los asuntos importantes y eso te honra pero, lamentablemente, te quita la visión que yo, a pesar de mis ojos casi ciegos, sí tengo. Tú necesitas tu conformismo para vivir y triunfar en la jungla social. Mimetización, le llaman. Yo te aviso de las trampas, por amistad y por diversión. ¡Qué le vamos a hacer!. Cada cual se distrae según su carácter... Y tu carácter es aceptar a pies juntillas cualquier teoría que la mayoría presente porque así la vida, sencillamente, te resulta más cómoda y puedes tranquilamente dedicarte a tus ocupaciones favoritas; o sea: los asuntos importantes.

¿Me notan irritada?

Lo estoy.

La historia de que "locos perturbados" van matando por ahí gente a diestro y siniestro me está sacando de quicio.

Locos perturbados todos ellos, casualmente, curiosamente, de edades comprendidas entre los 17 a 25 años.

Una de dos: o la locura se asemeja al sarampión, que es una enfermedad esencialmente infantil, y únicamente afecta, salvo excepciones, a los varones de 17 a 27 años, o no habrá más remedio que centrarnos en otros motivos más allá de ese argumento tan cómodo como es el del de la perturbación mental.

a)      Si realmente son perturbados mentales ¿qué relación tiene la edad con la locura que padecen?

b)      ¿Qué tipo de perturbación sufren? ¿Esquizofrenia, paranoia?

c)      ¿Sufren todos la misma perturbación o diferente?

d)      Si sufren la misma perturbación mental ¿podrían las autoridades ser tan amables y hacer el favor de avisar a los familiares y cuidadores de todos aquéllos que padecen esa perturbación?

e)      Si esos perturbados mentales no sufren todos ellos la misma perturbación ¿significa entonces que “a” es “a” y que todas las enfermedades mentales los mismos esquemas o, al menos, las mismas consecuencias; esto es: el asesinato en masay por tanto la consecuencia imprescindible que de ello se deriva es el internamiento sin tardanza de todos los perturbados mentales?

f)       Si son perturbados mentales declarados ¿cómo es que no están medicados y controlados?

g)      Si están medicados y controlados ¿cómo es posible que ninguno de sus cuidadores se haya percatado de la inefectividad de la medicación o del empeoramiento de la enfermedad?

--Si son perturbados mentales no declarados ¿significa esto que hay que organizar una campana de "profilaxis", de reconocimiento de los locos que hasta el momento no han sido declarados locos, o sea: una campana de  "busca y captura" de locos no declarados locos, ni siquiera considerados locos,  pero cuya locura puede explotar en cualquier momento? ¿tiene Fuenteovejuna que dedicarse a buscar locos escondidos igual que se dedica a buscar en los últimos tiempos "pokemons"?

Por favor, respetados y respetables comentaristas, articulistas del mundo, empiecen a contestar a estas cuestiones. Será interesante saber por qué los varones de 17 a 27 años han decidido a lanzarse a matar sin más y sin previo aviso.

Vuelvo a repetir: Matar a  un desconocido es una acción sumamente complicada. Tan complicada como la de matarse a uno mismo. Por eso la guerra, que es el lugar en el que por antonomasia más desconocidos se mata, ha de ir unida a la idea de Necesidad y esta a la idea de Defensa y Protección, y cuando ninguna de estas ideas existen sólo queda la del enriquecimiento personal, que es -precisamente- donde se apoyan los mercenarios. 
Uno puede fácilmente matar, en un ataque de ira o en un reposado plan de venganza, al vecino, al jefe, al amigo, a la esposa... poco importa el motivo. Matar al otro es sencillo, sobre todo cuando ese otro, sencillamente, nos hace imposible la existencia. Algo así señala Remarque en una de sus obras: un soldado que ha regresado del frente se entera de que su novia le ha sido infiel y mata, creo recordar, al amante de su novia, hecho por el cual es condenado. El pobre ex soldado no entiende nada: no le condenan por los asesinatos de los desconocidos que sin motivo alguno se ha visto obligado a matar para defender el concepto Patria y sin embargo, le condenan por defender lo que es suyo. En las películas inglesas románticas que aparecen en YouTube se observa algo parecido. En esas películas románticas y costumbristas a la vez, siempre hay un individuo que molesta a la paz y a la justicia social y al cual no hay más remedio que hacerlo pasar de modo ”accidental” “a la otra orilla” para que deje vivir al resto de los mortales.

No estoy intentado sonar graciosa, ni siquiera parecer cínica. Estoy intentando decir que tan difícil resulta matar a los desconocidos de quienes no se sabe nada, como matarse a uno mismo, del que se sabe todo.

Estoy intentando decir que alguien que se mata a sí mismo no es sólo un perturbado. A veces ni siquiera lo es en absoluto. ¿Creen ustedes que David Foster Wallace estaba loco porque se suicidó? ¿Saben ustedes cuánto tiempo tardó en conseguirlo? ¡Veinte años! Veinte años luchando contra la autodestrucción. El suicidio no convierte a nadie en un loco sino en un desesperado. Justamente por esta razón es el suicidio para los católicos un sonoro pecado. El desesperado no cree en la eternidad, en el infinito, en Dios. Es su desesperación incontrolada, más que el hecho en sí (que es una consecuencia de esa desesperación incontrolada) la que lo convierte en un pecador. En un pecador, pero no en un loco. Los locos no pueden ser condenados por algo de lo que no son conscientes.

Por otra parte, un loco sabe perfectamente dónde están las piezas. Y si no lo sabe se lo inventa y por tanto no hace falta que se suicide.

El suicida, en cambio, es un desesperado que ni entiende al mundo, ni a sí mismo, ni sabe cómo encajar las piezas de un puzzle que yacen esparcidas y dispersas por el suelo y por tanto le es más fácil abandonar la estancia que dedicarse a la penosa tarea de recogerlas y colocarlas en su lugar.

Del mismo modo, un hombre que sale a lo “Rambo” es un hombre desesperado. Pero el problema es que ese hombre desesperado no es cualquier hombre. Ese hombre desesperado es un joven que ni siquiera ha empezado a hacer su vida. El joven desesperado desespera no sólo de su presente sino también de su futuro.

Y pueden pasar tres cosas: o es un desesperado que no encuentra escapatoria porque se ve rodeado, acosado, por la sociedad y por ese motivo tiene que hacerle frente. O sea, es un desesperado porque se siente ahogado por las redes sociales que lo agobian y lo atormentan, como si de voces malignas de ultratumba se trataran, y por tanto, el pobre, se lanza a ciegas a campear contra todos ellos, porque esos desconocidos ya no son meros desconocidos, sino “espías” “conspiradores” que le siguen y persiguen en las redes sociales y las redes están en cualquier parte, etc, porque esos desconocidos no son desconocidos sino que se han convertido en los "conocidos" y "amigos" que encuentra cada día y que ya forman parte de su vida y por eso la sociedad no es la sociedad sino la plaza del pueblo en la que todos los que están se conocen de un modo u otro y nadie resulta un desconocido.

O es un desesperado que ha perdido el juicio a base del consumo de drogas, alcohol y ordenadores, de modo que su cerebro está lleno pero su mente está vacía.

O un cócktel de ambas posibilidades.

Pero por favor, olviden a los locos porque los locos tienen, créanme, otras preocupaciones. Los locos saben perfectamente qué es la vida y cómo se organiza la vida. Los locos nunca están desesperados y cuando asesinan, aunque sea en serie, lo hacen precisa y organizadamente. Sólo hace falta leer las grandes novelas acerca del tema.

¿Se ríen ustedes de las novelas?

No se rían. Las novelas representan la crónica de la sociedad de su época. Las grandes novelas, me refiero.

Vuelvo a repetir:

Los ataques no van a detenerse. Y no lo van a hacer porque la desesperación va a seguir creciendo. Los chicos buenos desesperados beben hasta desfallecer, consumen estupefacientes hasta desfallecer y luego se van a casa a dormir. Pero hay un tipo de desesperación extrema, igual que hay un dolor extremo, al que ni siquiera los calmantes más fuertes consiguen apaciguar.

Los articulistas meten a locos y a desesperados en el mismo saco.

Y no.

No están en el mismo saco.

Creo que voy a dejar el tema porque es la segunda vez que trato el asunto y sé lo mucho que me va a costar conseguir que el tranquilo Jorge acepte tranquilamente la diferencia sin tranquilamente llevarme la contraria.

Esta vez creo que ni siquiera voy a intentar convencerlo. 

Seguramente ustedes se preguntarán por qué esa defensa a capa y espada de los locos. La razón es sumamente sencilla: Recurrir a  la locura para explicar determinados sucesos puede degenerar en una quema de herejes o en una caza de brujas. Como todos sabemos en esos casos el  problema principal no viene generado ni por el hereje ni por la bruja. El verdadero conflicto es que cualquiera puede ser declarado en un momento dado "bruja" o "hereje" o, como en este caso "loco" y todo ello porque "bruja" "loco" y "hereje" son -salvo casos excepcionales- conceptos sumamente ambiguos y susceptibles de politización. Ello introduce en la sociedad la inseguridad, el caos, las difamaciones, las falsas acusaciones, el pensamiento es declarado sospechoso de todo, al hombre sensato y racional se le llama "cómplice" y todo aquél que no sigue punto por punto cada uno de los enunciados considerados ortodoxos,  racionales y socialmente admitidos, son automáticamente condenados. Y cuando digo "automáticamente" me refiero a que con tribunal o sin él, la sentencia ya ha sido dictada.

No digo que la salud mental no se resienta. A mí me asombran sin remedio algunos de los hobbys veraniegos de Fuenteovejuna, sobre todo después de haberla escuchado afirmar con tono sereno y convencido, sin que la voz le tiemble, que no puede sumergirse en la cultura por falta de medios y de dinero... Hobbys de masas para un mundo masificado que todavía se obstina en creerse individual. 

Situaciones así procrean desesperados, pero no locos. Los locos son los primeros y  últimos individualistas, hasta el punto de que cada uno de ellos habita en su propio planeta porque en el planeta en el que habitan sólo cabe uno: él mismo.

Y de los planes de estudio quedan desterrados los filósofos y la filosofía y en un mundo en el que últimamente se ha puesto de moda denunciar, acudir a los tribunales y protestar, nadie protesta ni acude a los tribunales a reclamar su derecho a que le sean impartidos los conocimientos de filosofía porque la filosofía, piensa Fuenteovejuna y lo proclama a voz en grito y sin titubear, no sirve para nada; sin darse cuenta, sin comprender siquiera, que la filosofía resulta imprescindible para descubrir las falacias y para no caer en el pozo de la desesperación. Porque la filosofía posmoderna divide el tiempo en momentos incomunicables y eso está muy bien para saltar de piedra en piedra, como saltan los chiquillos en el río, pero esos momentos, igual que las piedras del río son sostenidas por el río, son mantenidos por la eternidad y es importante no caer en el río para no mojarse y no caer en la eternidad posmoderna para no perderse en la Nada y por ese motivo, entre los filósofos posmodernos no se encuentra ningún suicida: porque ninguno de ellos está desesperado, puesto que se concentra en saltar de momento en momento; o sea de saltar de piedra en piedra y de disfrutar el salto antes de caer en el Vacío infinito. Y de igual modo, los filósofos clásicos, imbuidos de la cultura cristiana por más que sean laicos, se concentran en las piedras, o sea en el momento, y en el salto porque como se caigan al río no es con la eternidad vacía con la que se encuentran sino con el Supremo Juez y cada momento puede ser el último antes de acudir a su presencia.

Pero a los adolescentes de hoy se les conceden todos los caprichos para los sentidos y se les niega la cultura y la reflexión. Y a los desesperados se les llama "perturbados mentales" en vez de hambrientos de sinceridad y pensamiento. Se les ofrece el "Todo en el Uno y el Uno en el Todo" y se les declara "dioses constructores de mundo". Lo único que se les niega es el conocimiento suficiente que les permita decidir cómo van a construirlo. Se les niega el tiempo para digerir esos conocimientos, se les deja en medio de una masa informe e indefinida que parece estar muy ocupada haciendo no se qué, pero que en realidad sólo da vueltas alrededor de su propio eje. Ya ni siquiera salta de piedra en piedra: está cansada y además teme caerse y por eso es preferible quedarse quieta sin admitir que se está quieta y por eso se dedica a fingir una actividad febril cuando en realidad lo único que hace es dar vueltas alrededor de su propio eje. Y el problema son los jóvenes que buscan respuestas a sus inquietudes espirituales y mentales y no saben adónde ir.  Les han quitado la reflexión, la espiritualidad, la diversión del salto porque la diversión de saltar se ha convertido en competición y mobbing. Algunos se sumergen en el fanatismo y otros abrazan las posiciones de la justicia material en sus diferentes versiones. Pero como vemos en los partidos políticos, incluso en los que más esperanzas crearon, nada de eso es posible sin reflexión y sin espiritualidad. Porque incluso la filosofia posmoderna necesita de la espiritualidad y de la ligereza necesaria para saltar y no caer en la Nada y esa ligereza sólo la da la filosofía -o sea la búsqueda de la Verdad que es siempre el hallazgo de la Falacia y por eso el filósofo, el verdadero filósofo, no se desespera cuando  lo que encuentra no es la Verdad sino la Falacia porque ello le evita caerse al río; o sea: a la Nada y por eso, justamente, reclama la Autenticidad como valor supremo. El descubrimiento de la Falacia le lleva a la Autenticidad pero sólo la sinceridad radical puede llevarle al descubrimiento de la Falacia.

Nada de esto se les explica a los chiquillos que empiezan a salir del cascarón. Se les retira la filosofía y con ella se les deja a la intemperie desprovistos de la Eternidad y de la Nada. Y encima aún se les llama "perturbados mentales" cuando lo único que en realidad les sucede es que están desesperados.

Hay cosas que claman al cielo...


La bruja ciega