Al parecer, esta semana el hijo del
fallecido Miguel Boyer ha osado criticar a su padre en los periódicos cuando
apenas faltan unas semanas para que reciba la herencia que le corresponde y más
de un comentarista, y más de dos, han dejado mostrar su terrible enfado ante lo
que ellos califican como traición, deslealtad y no sé cuántos epítetos más, del hijo a su desaparecido progenitor.
A mí, como de costumbre, dicha reacción airada me asombra y más me asombran
las justificaciones que utilizan: “Que un hijo critique a su padre muerto es
una vergüenza”, sentencian algunos. Otros, en cambio, prefieren centrarse en el legado que va a recibir: “La
vergüenza es que lo critique y luego acepte la herencia”, afirman contundentes.
Vamos a ver:
Se critica todos los días y a todas horas a Dios, - eso suponiendo que no se niegue su existencia - y al mismo tiempo se acepta el Amor Universal, el Perdón Universal y consiguientemente incluso se pretende la Redención Eterna de todos los pecados y la desaparición del Infierno.
Todos los días y a todas horas es criticado el gobierno, da igual qué gobierno, y sin embargo ello no impide a los ciudadanos exigir y aceptar las subvenciones estatales para a continuación pasar, nuevamente, a criticar al gobierno.
Se critica a los maestros y a la calidad de enseñanza pero se llega a reivindicar el aprobado gratuito. Se critica a la telebasura pero son los programas telebasura los que más audiencia obtienen.
Se critica todos los días y a todas horas a Dios, - eso suponiendo que no se niegue su existencia - y al mismo tiempo se acepta el Amor Universal, el Perdón Universal y consiguientemente incluso se pretende la Redención Eterna de todos los pecados y la desaparición del Infierno.
Todos los días y a todas horas es criticado el gobierno, da igual qué gobierno, y sin embargo ello no impide a los ciudadanos exigir y aceptar las subvenciones estatales para a continuación pasar, nuevamente, a criticar al gobierno.
Se critica a los maestros y a la calidad de enseñanza pero se llega a reivindicar el aprobado gratuito. Se critica a la telebasura pero son los programas telebasura los que más audiencia obtienen.
¿Quieren ustedes decirme que un individuo puede criticar a los terribles
programas de televisión, para a continuación sentarse a disfrutar día tras día de su contenido; criticar a los maestros por mediocres al tiempo que se exige
el aprobado gratuito; criticar al gobierno y no dudar en aceptar todas las
ayudas y subvenciones que se puedan conseguir e incluso reclamarlas por aquello
del que "el que no llora no mama” y hasta criticar a Dios para acto seguido
afirmar la Salvación Eterna?
¿Quieren ustedes decir que un individuo puede criticar cualquier esfera de
su vida pero acogerse a todas y cada una de las ventajas que dichas esferas le
proporcionan y un hijo no puede criticar a su padre como padre y como ministro sin que ello le impida
al mismo tiempo aceptar su herencia, convertirse en un desalmado o ambos?
¿No creen que esto es una contradicción en sus términos?
Esta Fuenteovejuna, que ha hecho de las emociones un nuevo Fascismo, que ha
convertido a las emociones en una nueva forma de manipulación para de este modo
conseguir fácilmente el Poder sin tener que esforzarse demasiado ni por la
cultura, ni por la vida pública, ni por la vida espiritual, me asombra.
¿Quieren decirme que el hijo de un padre, que fue separado a la fuerza de
su padre porque su padre eligió a otra mujer, porque su padre eligió formar una
nueva familia con esa mujer y abandonar a la que ya tenía, no puede criticarlo? ¿Por qué? ¿Simplemente porque algunos se obstinan en repetir que la ropa sucia se lava en casa? ¿Y qué pasa con la ropa que se lleva a lavar a la lavandería porque la lavadora de casa no consigue sacar las manchas?
¿Quieren decirme que un hijo abandonado, que se sintió ignorado, no puede –llegado a la edad adulta- citar los
puntos en los que estaba en desacuerdo con su padre y al mismo tiempo aceptar
la herencia que le corresponde, sin que sea vapuleado y criticado por una
Fuenteovejuna hipócrita y malsana?
¿Quieren ustedes decirme que un padre que ha hecho en vida lo que ha
considerado mejor para él y que ha corrido en busca de su propia felicidad, sin
tener en cuenta el resto de los sentimientos y emociones de las personas que le
rodeaban, no puede ser criticado por su hijo, que es el que ha sufrido ese
egoísmo paterno y ha de renunciar, en caso de que lo haga, al legado? ¿Se separan con el consentimiento y beneplácito social dos personas que se han comprometido a edificar una vida juntos y que incluso tienen hijos en común, por aquello de que "es mejor para los hijos" porque son ellos libre y voluntariamente los que deciden que eso es lo mejor para ellos y como es lo mejor para ellos también ha de serlo para el resto y lo deciden, además, justamente cuando estos hijos más los necesitan a ambos obligándoles acto seguido a aceptar a su respectivas parejas y a los hijos de estas respectivas parejas y a los nuevos retoños que lleguen a esas nuevas parejas y en cambio los hijos no tienen derecho a separarse de sus padres emocional e intelectualmente y criticar su conducta cuándo y dónde les plazca? ¿Se defiende que los padres tengan una vida más allá del trabajo y de la familia defendiendo que "la calidad es mejor que la cantidad" hasta un punto en que la cantidad desaparece y los hijos han de callar y silenciar el abandono emocional que sufren por parte de padres más preocupados por sus propios traumas, ansiedades, desarrollo personal, amistades y hobbys que por los de sus propios hijos y éstos han de silenciar su dolor porque al dolor que grita ahora se le llama rencor igual que al que denuncia la injusticia en un sistema totalitario se le llama revolucionario y rebelde? Y lo más curioso y paradójico, casi surrealista, de todo es que se denomina "rencor" al "dolor que grita" justamente en tiempos que rige la política del victimismo. Díganme: ¿de verdad no pueden los hijos de padres públicos criticar públicamente a esos padres so pena de ser sentenciados como rencorosos?
Encima de apaleados, condenados.
Encima de apaleados, condenados.
¿Se puede criticar a Dios y pretender la salvación eterna y no se puede
criticar al padre y aceptar al mismo tiempo sus bienes?
¿Se puede criticar al Gobierno y no a un padre que fue, además, una figura política clave en su país a fin de convertirlo en hombre y no en leyenda?
¿Se puede criticar al Gobierno y no a un padre que fue, además, una figura política clave en su país a fin de convertirlo en hombre y no en leyenda?
¿Quién lo dice?
Fuenteovejuna.
Fuenteovejuna que reverencia a la Opinión Pública, que la idolatra y que
ignora las terribles consecuencias que engendra el silencio; los terribles
males que el silencio ha incubado en la familia, en la Iglesia, en el
gobierno...
Pero curiosamente se puede criticar a Dios, al gobierno, al maestro e incluso
se puede criticar a la televisión basura para acto seguido recoger sus frutos:
La salvación eterna, la subvenciones, el aprobado gratuito, la diversión sin
esfuerzo. Pero no se puede criticar a la Opinión Pública. El que ose criticar a
la Opinión Pública recibirá el merecido castigo. Y la Opinión Pública utiliza
el chantaje emocional, la deformación de los sentimientos. Es la Opinión Pública
la que decide qué sentimientos son buenos, cuáles malos y cómo deben ser
mostrados esos sentimientos. La lealtad entre hombre y mujer no es tan
importante, dice la diosa Opinión Pública; que cada cual haga su vida y se
reúnan a la hora de la cena, dice la diosa Opinión Pública; no importa que el
amor les haya unido y les haya hecho desear construir una vida en común, dice la
diosa Opinión Pública; la vida no se construye en común, dice la diosa Opinión
Pública, sino cada uno por su lado. Y así: diferentes grupos de amigos, diferentes
hobbys, diferentes películas, diferentes vacaciones, quince días él a la montaña
con los hijos y ella quince días se los lleva a la playa, y los quince días
comunes, los niños a un campamento y cada uno de los progenitores a destinos diferentes de
viajes con sus respectivos amigos. Quizás un fin de semana decidan
espontánemente ir en familia a algún lugar común para colgar un par de fotos en
las redes sociales. Pero que un hijo critique a su padre, que se muestre en desacuerdo con él y con sus actuaciones, eso - dice la Todopoderosa Opinión Pública - no es admisible porque eso - insiste la Todopoderosa Opinión Pública- es de rencorosos, frustrados y resentidos.
Y así la Todopoderosa diosa Opinión Pública prohibe que un hijo adulto critique como
persona adulta y juiciosa que es, a un padre tanto en su vertiente política
como individual.
El hijo critica como ciudadano al político que fue su padre, porque a decir
de ese hijo-ciudadano su padre no supo llevar sus ideales y sus objetivos a
buen fin; y el hijo critica como hijo al padre que como padre fue desleal. ...
Y el hijo critica como persona al padre porque defendiendo públicamente una serie de valores éticos
y morales, persiguió su felicidad individual antes que la del grupo, que era su
primera familia.
Lo más que se le puede reprochar al hijo, es que no criticara antes a su
padre, no que lo critique ahora. Quizás no lo hizo por respeto a su padre,
todavía vivo, o tal vez la cuestión a
dilucidar sería – no lo sé - si algún
periódico se hubiera atrevido a publicar alguna crítica contra el superministro
Boyer mientras él todavía existía.
En cualquier caso, no es esto lo que a mí me preocupa. Lo que a mí me
desasosiega, y mucho, es la dictadura que la cada vez más Todopoderosa diosa Opinión Pública ejerce a
través del chantaje emocional y sensiblero que no conduce a nada más que a la
constitución de un nuevo Fascismo, de una nueva Inquisición, de una nueva Represión
Social, que determina quién puede criticar a quién y quién no; quién puede expresar su opinión y quién, no; quién puede mostrar y exteriorizar sus sentimientos y quién, no; quién es la víctima y quién es el verdugo. Todas esas sensiblerías que
descansan en un sentimentalismo dictado por la diosa Opinión Pública y no por
el sentimiento y no por la razón y no por el Juicio crítico ni por la reflexión, van unidas inevitablemente a la difamación y a la deformación de una persona, que será fácil
porque en cuanto que simplemente se sugiera que tal persona ha hecho tres o cuatro actos
contrarios a los dictados de la Opinión Pública será desterrada sin miramientos de la
consideración social y le será arrebatado su honor. Conozco a una buena hija cuya madre fue sembrando - sólo Dios sabe por qué- la cizaña en su contra. Como vivía en otra ciudad, cuando los vecinos le preguntaban por su hija, aquella buena mujer contestaba que no sabía mucho de ella, a pesar de que en realidad la hija la llamaba diariamente. Luego empezó a fingir que la hija la insultaba por teléfono. Más tarde, lloraba desesperadamente y gritaba autoinsultándose "soy un monstruo", "soy una mierda". Decía que la hija le sacaba a relucir viejas historias. La realidad es que la hija estaba tan preocupada que al otro lado del teléfono mientras su madre lloraba desconsolada ella le repetía una y otra vez que era una mujer y una madre maravillosa que tenía que quererse mucho. Aquella hija supo de la historia por las recriminaciones que recibió de su hermano al ponerse en contacto con él para hablar sobre el estado emocional de su madre. A decir verdad aquella hija tuvo suerte. Dejó de coger el teléfono a su madre. A veces es mejor ir al infierno por pecados de omisión que por pecados de acción. Quién sabe lo que hubiera podido suceder si se lo hubiera cogido una vez más. Tal vez un ingreso en el hospital por un ataque de ansiedad. ¿Y quién, con ese "historial" demuestra su inocencia y logra convencer a la sociedad que su madre -en el hospital con un diagnosticado ataque de ansiedad- miente?
Mejor no coger el teléfono y evitar que la siembra de la mala hierba termine de cosechar todos sus frutos.
Sí. No cabe duda: el declarado culpable por la Opinión Pública tendrá que dedicar grandes esfuerzos a probar su honestidad y ni aún así podrá limpiar su nombre del todo por aquello de que “cuando el río suena, agua lleva” sin saber que están llamando “río” a una inmundicia. Porque a nadie le interesa acercarse a la inmundicia y oler sus pestilentes efluvios. Y por eso es mejor condenar al deshonor y al destierro social a ése que ha sido acusado injustamente por cualquier desocupado o cualquier envidioso. Yo recuerdo en una capital de provincias, de esas en las que se dice que no pasa nunca nada, pero en las que, curiosamente, pasa de todo y pocas veces bueno, que una respetable y conocida ciudadana consiguió que una peluquera que no la había dejado a su gusto (cosa harto frecuente y que todas las mujeres han experimentado alguna vez) la volviera a peinar gratis con la amenaza de que si no se avenía a razones, la difamaría hasta dejarla limpia de clientes.
Mejor no coger el teléfono y evitar que la siembra de la mala hierba termine de cosechar todos sus frutos.
Sí. No cabe duda: el declarado culpable por la Opinión Pública tendrá que dedicar grandes esfuerzos a probar su honestidad y ni aún así podrá limpiar su nombre del todo por aquello de que “cuando el río suena, agua lleva” sin saber que están llamando “río” a una inmundicia. Porque a nadie le interesa acercarse a la inmundicia y oler sus pestilentes efluvios. Y por eso es mejor condenar al deshonor y al destierro social a ése que ha sido acusado injustamente por cualquier desocupado o cualquier envidioso. Yo recuerdo en una capital de provincias, de esas en las que se dice que no pasa nunca nada, pero en las que, curiosamente, pasa de todo y pocas veces bueno, que una respetable y conocida ciudadana consiguió que una peluquera que no la había dejado a su gusto (cosa harto frecuente y que todas las mujeres han experimentado alguna vez) la volviera a peinar gratis con la amenaza de que si no se avenía a razones, la difamaría hasta dejarla limpia de clientes.
Que eso lo haga una ciudadana respetable no rompe la paz social. Lo
terrible es cuando todos los ciudadanos respetables comienzan a hacerlo no
importa cómo ni a quién; basta que ese "quién" les contradiga, o que suponga un obstáculo para sus
intereses, o, o....
Contra eso no hay, créanme, sistema jurídico ni político que pueda.
La mojigatería religiosa siempre ha existido.
La gazmoñería social, también.
Ambas eran el resultado de siglos de sometimiento a las instituciones
eclesiásticas y políticas.
Pero ahora, y esto es lo que me intranquiliza sobremanera, la neo-mojigatería y la neo-gazmoñería vienen
envueltas en papel liberal y hedonista, con aroma a chantaje emocional,
albergando en su interior, hoy como ayer, la semilla de un nuevo fascismo aún más
terrible y cruel que el fascismo político. Porque esta neo-mojigatería y
neo-gazmoñería no es consecuencia de la presión de las ansias de Poder
eclesiástico ni del empeño controlador y autoritario del Estado; este Fascismo
es consecuencia de la incultura y de la falta de pensamiento y sobre todo, de la falta de un auténtico corazón.
Y esto, ya lo aviso, no puede traer
nada bueno.
Nada bueno.
La bruja ciega.
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