“¡Eh! ¡Vieja bruja ciega!” –me grita un grupo de bravucones desocupados
camino del mercado – “¿Qué terribles sucesos nos va a deparar el destino?”
-“Ninguno que vosotros mismos no fueráis capaces de ver si os centraráis un
poco más en vuestras existencias y un poco menos en la ajenas.”
La respuesta no les inmuta. Es lo que tienen los pícaros: lo que les falta
de cordura y conocimiento lo compensan con la lengua. Para todo encuentran una
contestación; falsa o cierta poco importa. Lo esencial es no quedarse callado y
así parecer más sabio de lo que se es. En época de necios, los sabios callan y
los necios creen que es porque los sabios son tontos. Los sabios siguen
callados y únicamente hablan los vanidosos que quieren conservar, al menos eso,
el honor o los deseosos de abandonar este mundo lo antes posible convertidos en mártires del
conocimiento después de haber sido torpedeados con las piedras que sin piedad
les lanza una Fuenteovejuna histérica, incontrolable y necia. Necia porque en
las palabras busca justificaciones y no la verdad, argumentos y no explicaciones,
hipótesis y no pruebas, se dedica a jugar públicamente con los sentimientos en vez de sentirlos interiormente, a crear
efectos en vez de esforzarse por construir edificios sobre cimientos
eternos. Por eso los bravucones ni se inmutan cuando oyen decir que ellos
mismos podrían predecir sus existencias a poco que se tomaran un poco más de interés
por ella.
–¡Vamos vieja bruja! – y su risa suena entre agresiva y despectiva- “¿Tan poco te has ocupado tú de tu vida que no
sabías que estábamos esperándote o es que tenías ganas de compañía?” Y sus
carcajadas trepan por las ramas de
los árboles hasta fundirse con el viento que agita las hojas más altas y
terminar desapareciendo.
-“En el mercado me esperan el alcalde y cuatro principales más y si no llego
a la hora pactada el alguacil tiene orden de busca y captura contra todos
vosotros y contra mí misma."
– “¿A nosotros? ¿Por qué
motivo?”- preguntan un tanto sorprendidos y parece que el deseo de divertirse a
costa de la bruja ciega se evapora por momentos.
-“Por no participar en la
semana de “Los ciudadanos limpian la ciudad todos a una”- contesto.
-¡Pero si es voluntario! –gritan.
– “Eso lo dirás tú. El alcalde y los principales tienen otra opinión al respecto”
-¡Totalitarismo y Dictadura!
– protesta uno de los bravucones.
– “¡Lo mismo digo!- grita otro.
Y de repente todos ellos se olvidan de la vieja bruja y se encaminan de
nuevo al pueblo a protestar ante el alcalde y los principales que no sabrán en
absoluto de que les están hablando pero los necios, justo porque son necios,
confundirán la ignorancia del alcalde con ocultación y alevosía y aún gritarán
más alto hasta, que en efecto, al alcalde no le quede otro remedio que llamar
al alguacil y enviarlos a todos ellos a dormir una noche al calabozo, lo cual
todavía enfurecerá más a esos necios desocupados por lo que es posible que la
noche se convierta en una semana. Una semana de paz y tranquilidad, suponiendo
que el pueblo no haya caído él mismo víctima de la necedad y termine
rebelándose contra el alcalde, que no tiene ni la más mínima idea de por qué
sucede lo que sucede. ¿Debería aclararle al alcalde que todo este revuelo se debe al simple
deseo de una vieja bruja ciega de ir a comprar al mercado tranquilamente? No.
Es mejor que me calle. Ningún alcalde en su sano juicio creería, con lo que a
él le ha costado ganar las elecciones, que una vieja mujer ha manipulado tan
fácilmente a esos bravucones. Ningún alcalde creería que el pueblo que dirige es
tan necio. Y de ser él mismo un necio más, la diversión está servida: demanda
tras demanda, discurso tras discurso, reunión tras discusión y discusión seguida de una nueva reunión.
¿No querían diversión? Pues ya la tienen.
Es así, de este modo, como se originan las más grandes batallas, las más
terribles contiendas: con el cambio de tema, con el giro en la perspectiva, con
el desvío de lo importante. Y esto es posible única y exclusivamente porque a
los necios nunca les importa realmente aquéllo que dicen que les importa. Los
necios, al contrario de los locos, son primarios. Hoy ven y escuchan y mañana
han olvidado. Hoy se interesan por la guerra igual que mañana buscan la paz y
un día más tarde vuelven a reclamar la guerra. En eso consiste básicamente la
ciencia del marketing y de la propaganda: en la utilización y manipulación de
los necios y su necedad. El problema es que una sociedad de necios rechaza y condena a los
sabios, desprecia a los sensatos y prudentes, tolera a duras penas a los que no
quieren meterse en líos, y aclama a los más necios como hombres de juicio.
Esto es lo que tiene la necedad que se cree sabia; esa necedad que se declara culta porque sabe leer, escribir y las cuatro reglas de la aritmética y por culta, cultivada porque lee semanalmente un par de novelitas insustanciales que novelas son, al fin y al cabo.
Esto es lo que tiene la necedad que se cree sabia; esa necedad que se declara culta porque sabe leer, escribir y las cuatro reglas de la aritmética y por culta, cultivada porque lee semanalmente un par de novelitas insustanciales que novelas son, al fin y al cabo.
Ustedes, claro, ya saben todo esto. Yo, en cambio, es ahora, incrustrada en
la madurez, cuando estoy empezando a descubrir la cara oculta del mundo. El
tranquilo Jorge se ríe. – “Has sido una extraterrestre y has tenido la suerte
de que te dejaran vivir en tu planeta, pero ya sabes: nos adentramos en la era
de los viajes interespaciales y ya ni los extraterrestres se libran de las
visitas terrícolas.” Y Jorge el
tranquilo vuelve a reirse. En realidad Jorge se ha reído siempre de mi asombro,
tanto como él mismo se ha admirado de la perspicacia de algunos de mis
análisis. Pero el tranquilo Jorge es un hombre que tranquilamente se preocupa
de los asuntos importantes de la vida y no tiene tiempo para largas
disquisiciones. – ¿Qué opinas de las elecciones americanas? – me pregunta.
Y yo, claro, le contesto:
“Gane quien gane, no hay nada ganado.”
Y el tranquilo Jorge tranquilamente me da por imposible y cuelga. Ya leerá
mi artículo cuando tenga tiempo y ganas.
Resulta prácticamente imposible hacer comprender al tranquilo Jorge que
estos momentos la sociedad occidental, y no sólo la americana, está abandonando
la política democrática para ceder sus derechos – pensando quizás que con ello
cede también sus deberes: el deber de pensar, reflexionar, decidir y actuar - a
los neo-dictadores: democráticos en la forma, dictadores en el fondo;
democráticos en el comercio, dictadores en las ideas. Digo “ideas”, no “pensamiento”
porque el pensamiento, el verdadero pensamiento, hoy como ayer, busca ocultarse
en los sótanos de palacio, a ver si así se olvidan de él y lo dejan pensar en
paz. Ya lo dije en otro artículo: cuando
la sociedad se siente amenazada por peligros que superan al individuo o al
pequeño grupo, renuncia a sus libertades para conservar su seguridad y su
supervivencia y no duda en transformarse en un bloque compacto del que son
expulsados todos los que no se ajusten a la estructura del bloque. Es lo que en
este momento está sucediendo. Es practicamente imposible determinar si esos peligros son
reales o están incentivados por determinados sectores hambrientos de poder.
Posiblemente, como suele ser habitual, una mezcla de ambos factores.
Sea Trump o sea Hillary Clinton el que se alce con la victoria, lo más
importante en estos momentos es que la sociedad americana decida sincera y juiciosamente
qué quiere y adónde quiere ir. La cuestión principal no es, como muchos piensan, los diferentes planes económicos de cada uno de los candidatos sino dónde desea concentrar esa sociedad sus intereses y esfuerzos: en sí misma y en sus valores internos, o en el exterior y en el mantenimiento y detentación de su poder internacional. La sociedad americana, - con o sin Trump, con o sin Hillary Clinton -, ha de precisar si desea, igual que los británicos, replegarse
sobre sí misma y hacer frente a las acuciantes cuestiones internas que le acechan -puestos de
trabajo, deuda, medicina, educación, violencia, droga... - a base de construir muros que protejan las fronteras nacionales y a costa también de renunciar al papel dominante que ha jugado en el
exterior, aceptando desempeñar un papel más secundario a partir de ahora, o por
el contrario, prefiere decantarse por la opción de seguir dominando la escena exterior cueste lo que cueste. En este caso ha de comprender que ese “cueste lo que cueste” va a ser cada
vez más costoso en vidas y medios porque las otras potencias en expansión no
van a tener, por lo que parece, ningún miramiento en emplear todos los medios y
vidas a su alcance y en este caso, por muy cínico que suene y de hecho sea, el levantar un muro con Méjico y mantener la neo-discriminación
contra la población afroamericana sería un grave error porque ello significaría
deshacerse de potenciales soldados.
Lo que de ningún modo es posible – y esto es algo que no sé si la sociedad
americana y los observadores internacionales han comprendido – es replegarse por un lado hacia dentro para solucionar los problemas internos al tiempo que por otro lado se sigue detentando la supremacía militar en el exterior. Es preciso ser conscientes, por duro que resulte, de que el poder militar en
el exterior se sostiene con los ciudadanos que se envían desde el interior.
Hasta un determinado número, dichos ciudadanos prestan
voluntariamente su apoyo pero pasado ese número se hace necesaria una propaganda cada
vez menos encubierta hasta llegar a convertir tal apoyo en prácticamente una obligación
y esto sólo es posible cuando el autoritarismo rige dicha sociedad.
Me veo en la necesidad de recordar que una guerra fría no es lo mismo que una guerra caliente y cuando una nación, cualquier nación, está rodeada de naciones expansionistas dispuestas a ensanchar sus fronteras “cueste lo que cueste”, que es lo mismo que decir “le cueste lo que le cueste” -donde ese “le” significa, como ya hemos dicho, vidas y medios -, jugar a la política internacional implica un desafío y ganarlo o simplemente sostenerlo fuerza a esa nación a poner sobre la mesa cantidades de efectivos cada vez mayores.
Me veo en la necesidad de recordar que una guerra fría no es lo mismo que una guerra caliente y cuando una nación, cualquier nación, está rodeada de naciones expansionistas dispuestas a ensanchar sus fronteras “cueste lo que cueste”, que es lo mismo que decir “le cueste lo que le cueste” -donde ese “le” significa, como ya hemos dicho, vidas y medios -, jugar a la política internacional implica un desafío y ganarlo o simplemente sostenerlo fuerza a esa nación a poner sobre la mesa cantidades de efectivos cada vez mayores.
En estos instantes lo que se está jugando en el panorama internacional no
es una partida de ajedrez.
Es una partida de póker que, como cualquier partida de póker que se precie,
puede terminar a tiros en cualquier momento.
Es comprensible.
En los tiempos que corren, como en todos los otros tiempos que corrieron y seguramente en todos los otros tiempos que correrán, los juegos de cartas son los más
populares porque admiten más jugadores, con todo lo que ello representa. El
ajedrez por su parte es juego reservado para unas pocas mentes y nunca más de
dos a un tiempo por mucho que se jueguen partidas simultáneas. Seguramente las
mismas mentes que ahora están en los sótanos de palacio, a ver si los de arriba
meten menos ruido y los dejan concentrarse en paz.
¿Quién quiere el silencio?
¿Quién quiere la paz?
La bruja ciega.
No comments:
Post a Comment