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Wednesday, September 30, 2015

Nada nuevo bajo el frío sol del otoño

El espectador enciende su televisión. Esta vez nada de meteoritos, nada de hordas de refugiados-emigrantes, nada de los problemas con los motores diesel de VW que aburren a todos excepto a los que esperan cobrar y a los que temen pagar; nada tampoco de la FIFA, organización, al parecer, más poderosa que el propio Club Bildelberg. Esta vez las cadenas de televisión apuestan por un clásico: el “IS, Assad, Rusia, Estados Unidos”. El espectador respira aliviado en su sillón. Nada de grandes emociones, suspira. Tal sucesión de novedades en los últimos tiempos había acabado por producirle serias crisis de ansiedad. Cada mañana encendía el televisor temiendo encontrarse con lo peor y se encontraba con algo aún más angustioso: con nuevos, terribles y globales problemas a los que hacer frente sin saber ni siquiera por dónde empezar. Ahora, ahora es distinto, se dice el espectador. Hemos pasado de sufrir un infarto de corazón al día a aburrirnos con las nuevas noticias que nos llegan. Repeticiones en todas sus variaciones. Jugadas en el tablero de ajedrez que son presentadas por los medios de comunicación como novedosas cuando en realidad son o repetición de antiguas posiciones o movimientos obligados y obligatorios. Esto del IS empieza a asemejarse a las películas de Indiana Jones o de Star Wars, piensa el espectador, a una cinta le sigue otra y otra, hasta que uno termina cogiéndole cariño a los protagonistas. ¿Pero quiénes son los protagonistas?, se pregunta el espectador un tanto confuso. Los buenos y los malos, se responde a sí mismo. Pero ¿quiénes son los buenos y los malos?, insiste con una cierta preocupación en el tono. Los más malos, eso está claro, son los del IS pero ¿y los buenos? ¿Los Estados Unidos? ¿Rusia? ¿Assad? El espectador se levanta consternado del sillón y coge un par de periódicos atrasados en los que se presenta a Assad como el malvado de la película. Ahora los buenos están ayudándole en la lucha contra el IS. ¿Los buenos o solamente los rusos? ¿Los rusos son buenos o malos? ¿O es que hay buenos, menos buenos, malos y malísimos? ¿Quién lo decide? ¿Qué pasa con Europa? Ah, sí – sonríe el espectador-  Europa se está ocupando de los refugiados. Por cierto ¿alguien sabe dónde se esconden los refugiados-emigrantes? El espectador no los ha visto pasear por la calle. Allí solo encuentra a los grupos de mujeres y niños gitanos caminando calle arriba y calle abajo y mendigos que discuten a causa de los privilegios que otorga la nacionalidad a la hora de  pedir limosna. La televisión le explica que los refugiados-emigrantes prefieren permanecer dentro de los centros de acogida y pelearse por causas varias: religión, falta de espacio, cansancio...  Rusia y Estados Unidos han decidido luchar conjuntamente contra el IS, arreglarán la situación en la zona y de este modo, Europa, podrá reenvíar a los refugiados a sus hogares de antaño para que los reconstruyan y recuperen la paz. ¡Qué fácil! –piensa el espectador, un tanto aliviado.

Las preocupaciones no tardan en asaltarle de nuevo. “Arreglar la situación en la zona...”, suspira cabizbajo, “¿Cómo quieren hacerlo? Llevan décadas intentándolo. ¿Podemos confiar en que esta vez lo consigan?” El espectador desalentado vuelve a sentarse en su sillón. “No” – se dice un tanto desilusionado- “No creo que lo consigan. Demasiados intereses, demasiadas rencillas, demasiada competencia. No. No lo conseguirán”, concluye.

Los americanos se encuentran en plena campaña presidencial. Un país que está lejos de las zonas de conflicto pero que continuamente participa en ellos, ha perdido la sensibilidad. A los americanos se les ha atemorizado con el fin del mundo y con el mundo de las tinieblas desde la época del Mayflower. El peligro de una nueva hecatombe no significa en el fondo nada más que eso: una nueva hecatombe. Los americanos renovarán sus bunkers, organizarán sus guerrillas de buenos ciudadanos y patriotas, votarán a los republicanos, el pueblo votará a Trump porque habla y piensa cómo hablan y piensan todos esos muchachos de provincia cuando se reúnen los fines de semana para divertirse en lugares en los que no hay más diversión que la próxima hecatombe que se avecina. La hecatombe de Trump no es el IS, la hecatombe que Trump anuncia se llama “latino-mejicanos”, “impuestos” y similares y ésas sí que son hecatombes que, al contrario de lo que sucede con marcianos, meteoritos, demonios, rusos y terroristas, los americanos de provincia pueden ver y tocar con sus propios ojos y manos.  Cuántos más enemigos se alíen contra Trump, mejor para él y su campaña electoral. Sólo es cuestión de tiempo que Trump juegue a ser el llanero solitario: el hombre auténtico enfrentándose a toda esa banda de políticos profesionales que no aceptan a un rival que los supera en dinero, estilo y sinceridad. Los republicanos tienen un duro camino por delante y lo tienen por más que presenten a una mujer como candidata. El espectador recuerda los cientos de películas que ha visto: mientras ellos se dedican a luchar contra hecatombes varias, los chicos de provincia quieren a sus madres en la cocina preparando tortitas y a sus novias... El espectador carraspea pudorosamente. En alguna parte ha leído que ser pudoroso oculta profundos traumas de la niñez. El espectador no recuerda haber sufrido ningún trauma especial; el pudor es para él lo que la colcha a la cama: un bello detalle con el que cubrir y proteger el lugar de nuestro descanso. El espectador es un esteta.

Los rusos en cambio, profecías de hecatombes no han tenido. A decir verdad, tampoco les hacían falta, se dice el espectador pensativo. ¿Quién necesita profecías de hecatombes cuando antes de haber pasado la una y ya está llamando a la puerta la siguiente? La influencia rusa en la zona es hasta cierto punto necesaria. Desde luego, más que la americana sí lo es. Los rusos cuando visitan Afganistán se presentan como quien acude a saludar al vecino. Los americanos, en cambio, esa es al menos mi impresión, -reflexiona el espectador-  entran como el que va a prepararse para una expedición a Marte. A los americanos el IS no tardará en inspirarle nuevos guiones cinematográficos. Los rusos los tienen a las puertas de casa. Ésa es una diferencia esencial, musita el espectador, no hay que despreciarla.

El espectador vuelve a encender la televisión. El gran problema: Assad. Un dictador que ha luchado contra su propia población es mantenido en el poder por la ayuda que contra el IS representa. El espectador respira airado. El IS organizándose y éstos todavía con sueños de libertad, piensa enfadado. El espectador es un asiduo lector de mis comentarios por eso sabe que venir a presentar ahora al IS como ejército es una gran necedad. El IS siempre fue un ejército. Desde el primer día. Lo que ha hecho ha sido organizarse y establecerse. El espectador no recuerda ya ni cuántas veces ha anunciado la prensa que el jefe del IS había muerto. El espectador sabe por aquél blog que se titulaba “El comentario del día” y que ahora ha pasado a llamarse “Idas y Venidas” que digan lo que digan los Unos y los Otros, el Is fue desde sus comienzos un ejército con ambiciones estatales y expansivas y que, por esa razón, matar a uno de los dirigentes del IS no conlleva ninguna consecuencia. Aunque lo intenten sugerir, lo cierto es que no es lo mismo que matar a Obama bin Laden. El IS nunca fue un pequeño movimiento terrorista de tres locos y medio que se difumina en el aire en cuanto se extermina a su lider. Nunca. Ni siquiera en sus comienzos. Y cómo ya se dijo en aquéllos blogs: el IS ha pasado a una segunda fase en lo que a sus estructuras se refieren.

El comentarista de la televisión se opone a ayudar a los rusos en la guerra contra el IS porque ayudarlos significa aceptar mantener a un dictador como Assad en el poder. ¿Alguien puede explicarme si en estos instantes es la oposición a Assad verdaderamente tan importante como algunos quieren hacer creer? –pregunta el espectador al comentarista de la televisión, que continúa su discurso sin interrupción.  “Es cierto, reflexiona el espectador, ha matado a parte de su pueblo sin compasión. Pero ¿qué otra cosa si no es una guerra civil? Las guerras civiles son siempre las peores, las más crueles, las más terribles, las más inhumanas. Y el espectador piensa en la guerra civil española: salvaje y brutal; Atroz y al mismo tiempo borrada sin más y cuando se ha querido reescribir ha sido en vano: las hojas de papel estaban embarrunadas con tachones y sucias por el tiempo  y lo nuevo, al anotarse, queda – por más que sea la verdad- descolorido y además ilegible porque la tinta no fluye por igual a lo largo del papel sino que a ratos escribe y a ratos el polvo impide que las palabras se impregnen y al final sólo aparece una mezcla de color parduzco cuyo contenido a duras penas permite ser descifrado.

Sí, suspira el espectador, todas las guerras civiles son atroces. Los españoles lo saben, los rusos lo saben. Sólo los americanos lo ignoran porque la única guerra civil que han tenido no puede considerarse una guerra civil, faltaría más, sino una guerra por la unidad del país, una guerra por la libertad y una guerra por los derechos de las minorías raciales. Una guerra, en definitiva por el progreso,  y la ganó, como no podía ser menos, el bando de los buenos. Nada de dictadores, nada de purgas, nada de cárceles en las que pudrirse por haber tosido justo en el momento más inoportuno del discurso. Los americanos tampoco saben que a los peligros que toda guerra, incluida la civil, entraña, hay que sumar el de que la explosión se propague al resto de los países vecinos. Los americanos, se dice el espectador, esa joven, dinámica y confiada nación no pueden entender, claro, ninguna de las reacciones primitivas, carentes de lógica y humanidad del viejo continente. De los rusos, que hasta hace poco tiempo han sido los malos de la película, mucho menos, claro. Por lo que parece, los americanos han conservado la ingenuidad de  los viejos tiempos, sonríe el espectador un tanto burlón. Pobres, piensa, los malos no han parado de quemarles barcos y a ellos, claro, no les ha quedado más remedio que defenderse. Ellos, pobres, que preferirían quedarse en su casa comiendo tortitas.

El espectador no se fía ni de los rusos ni de los americanos. Tampoco confía en las fuerzas de la vieja Europa que ha de enfrentarse unida a tantos problemas habiendo como hay tantas opiniones. Pero ¡quién sabe! A lo mejor por una vez los intereses comunes priman sobre los egoísmos primeros y todos ellos se unen para combatir al peligro real, terrestre, bien entrenado y disciplinado que se les echa encima en forma de IS.

Que Assad sea en estos momentos la causa de discusión resulta, cuando menos, inaudito. En estos momentos el problema es la supervivencia de los que han conseguido sobrevivir hasta este instante, el restablecimiento –no de la sociedad, como ingenuamente confían algunos- sino de las posiciones militares perdidas, la reestauración – no de las estructuras socioculturales - sino de las fuerzas de poder que en este momento han caído aplastadas por las fuerzas de poder del IS. Se trata de mantener a los aliados como aliados e impedir que cambien de opinión y prefieran combatir al lado de los que se perfilan o se quieren perfilar como victoriosos, al menos en este momento. En una situación así ¿Puede considerarse a Assad el problema más grave? ¿Y qué pasa con las últimas actuaciones de los turcos? A callar discreta y prudentemente no vaya a ser que los turcos se enfaden y nos envíen a unos cuantos miles de refugiados-emigrantes más. Es mejor pasar por alto los ataques repentinos y nunca aclarados contra los kurdos, los canjeos de turcos y terroristas, etc. Ahora el problema es Assad. ¿No le parece, de verdad, una ridiculez teniendo en cuenta la situación?, pregunta exaltado el espectador al locutor que aparece en pantalla.

El locutor habla de derechos humanos y de ser consecuente con nuestras ideas. “¿Sabe el locutor lo que significa hablar de derechos humanos en la guerra?”, farfulla. El espectador suspira. Se siente viejo. Un estado terrorífico que crece día a día, contra el que los drones no podrán hacer mucho y, de repente, el problema es Assad. No me extraña que en la foto que han publicado de Obama y Putin juntos, a Putin le costara contener la risa. Entretanto Putin vuelve a considerar la posibilidad de Gazprom en Europa. Necesita, dice uno de los comentaristas del FAZ, de los fiables pagadores europeos. Pero el espectador no se lo cree. Ya leyó en “El comentario del día-Idas y venidas” lo cauteloso que iba a ser Putin con respecto a sus relaciones con Turquía.

¡Ah!, suspira el espectador, nada nuevo bajo el sol.

El espectador duerme complacido en su sillón.

Sueña con un viaje a Marte.


La bruja ciega.

Ni soledad ni independencia

Ayer estuvimos conversando sobre el éxito de ese tipo de libros y de películas que narran una época mágico medieval estructurada en clanes y en pequeños grupos que viven en constante lucha contra las adversidades de la naturaleza y del terreno al tiempo que se ejercitan para hacer frente a la amenaza de enemigos más fuertes y poderosos que ellos. La ausencia de colegios, la ausencia de conocimiento, la ausencia de libros y la ausencia en definitiva de todo aquéllo que pueda considerarse signo de desarrollo intelectual es un elemento presente en todo ese tipo de obras. Para explicar la existencia del saber, algunas introducen la magia, otras, en cambio, recurren a la técnica, que es considerada debido a la ignorancia y la superstición del resto de los personajes, como brujería. En cualquier caso, magos, brujos y científicos viven solos y no pertenecen a la sociedad. Únicamente los héroes y los nobles tienen acceso a ellos y esto en momentos de peligro exclusivamente. Los hombres comunes, o sanan gracias a determinadas pócimas elaboradas con hierbas, o mueren. Los padres envían a sus hijos a arriesgadas misiones por el bien de la comunidad; esto es: por su salvaguarda. Las madres y esposas lloran en silencio sus muertes y preparan a sus descendientes para las guerras futuras.

¿Es una moda o es el futuro que muchos en el fondo aguardan? Un futuro sin técnica, sin idas y venidas, sin conocidos y sin desconocidos; un mundo en el que cada cual conoce el nombre del otro, el nombre de sus progenitores, el nombre de su clan y de su familia; un mundo en el que el desconocido, cualquier desconocido, genera la desconfianza; un mundo en el que el hombre no honra al Estado, a la Nación sino a su clan y a su comunidad; un mundo en el que los hombres cazan y protegen a sus familias y en el que  las mujeres, a excepción de las heroínas, se dedican a las tareas del hogar; un mundo en el que los héroes, aquéllos que han de cumplir la encomendada misión de salvar la amenazada libertad, son los únicos que van, vienen y se adentran en lo más profundo de los bosques inhóspitos y desconocidos, mientras los otros permanecen en el poblado.

Sí. Ya sé. Recursos de los escritores para vender más libros; estrategias de los productores de cine para ganar más espectadores. Sí. No obstante, lo curioso, lo realmente curioso, es que sea justamente este tipo de agrupación patriarcal, comunitaria y pequeña, la que tantas pasiones haya despertado. Quizás la razón se deba a que cada uno de esos lectores y espectadores se ven a sí mismos en el papel de héroes o heroínas; de otra forma no me lo explico. Imagínense ustedes un lugar que no olvida, un lugar en el que cada pequeño error de juventud sea recordado una y otra vez en las sempiternas noches del invierno, un lugar en el que los gestos y las apariencias hayan de ser cuidadas con tal meticulosidad que al individuo le resulte absolutamente imposible desarrollarse en una línea distinta a la impuesta por la comunidad y que sólo y sólo si uno pertenece a determinados clanes y ocupa determinados puestos en la escala jerárquica de esa comunidad puede aspirar a una libertad que consiste básicamente en aprender a luchar y en poder salir fuera del recinto del poblado. Este lugar, digo,  no constituye en ningún modo un ideal al que aspirar. Al menos a mí no me lo parece. Y sin embargo, la admiración que despiertan tales comunidades no deja de crecer y cada vez es mayor el número de seguidores.

¿Por qué?,  me pregunto.

La respuesta llega con prontitud y es simple:

La sociedad actual nuestra no es tan abierta como nos empeñamos en afirmar. 

Creemos o queremos creer que vivimos en una sociedad en las que las puertas se abren y se cierran para todos y no es así. En la realidad cada grupo social se reúne con su propio grupo social: Hipster con hipster, punk con punk, político de tal ideología con político de tal ideología, los del club de golf con los del club de golf. Tal vez no sea la pertenencia al clan el que nos permite adentrarnos en uno o en otro lugar, tal vez sean otros distintivos, como la ropa, la cuenta corriente, la ideología política o las aficiones, los que nos definen, pero desde luego no todos pueden salir del medio en el que sus vidas se desarrollan y desde luego no a todos se les permite entrar en otro diferente. El problema es que la mayoría del común de los mortales raramente posee rasgos claramente distintivos. Sus vidas transcurren entre la cotidianeidad del ir y del venir al trabajo, sufrir atascos cada mañana y cada tarde, enfadarse con la esposa, enfadarse con el marido, ir a comprar y tratar de sortear los imprevistos lo mejor que se pueda. No es de extrañar, pues, que el aislamiento y la soledad empiecen a constituir un tema de preocupación para muchos. Se  organizan citas a ciegas para ir al museo, para visitar la propia ciudad, las asociaciones de viajes y culturales proliferan porque muchos van llevados del deseo de relacionarse con otros y de conocer a personas a las que poder llegar a llamar algún dia, quién sabe, “amigos”. Y todo ello porque tener hoy en día un grupo con el que poder encontrarse asiduamente representa lo mismo que en otros tiempos suponía lucir un abrigo de visón: un signo de ostentanción para unos y un sueño para los que no se lo podían permitir.

En las obras y películas de corte histórico mágico-medieval, los poblados son pequeños: apenas unas pocas familias. Las distancias han de realizarse a pie, en el mejor de los casos a caballo, y los escasos encuentros con otros viajeros raramente son pacíficos. Ya hemos dicho que cualquier desconocido representa un peligro. El control de seguridad elaborado a base de preguntas y respuestas no garantiza la entrada en la comunidad, simplemente el perdón de la vida. A la comunidad sólo se accede previa invitación y eso es tan difícil como lo es hoy en día el incorporarse a un establecido grupo de amigos, aunque dicho grupo sólo se reúna los sábados para ir a bailar o simplemente al cine.

Es, pues, el ideal de un mundo en el que la soledad individual es imposible el que ha encumbrado al éxito a las novelas y películas que reflejan ese tipo de sociedad. Un mundo en el que, ciertamente, nadie, ni siquiera los héroes, están solos pero que, paradójicamente, se caracteriza por su falta de población. Y así, una que soy yo, se asombra. Porque ese “no querer la soledad” no consiste en desear una sociedad repleta a más no poder de hombres con los que uno pueda entrar en comunicación directa por aquéllo de que “nada de lo humano me es ajeno” además de “porque en cada esquina hay un ser humano y se hace difícil pasar sin ser visto”. Ese "no querer la soledad" no aspira a la existencia de una de esas sociedades en las que, ciertamente, hay un tipo apostado en cada calle dispuesto a preguntarte si tienes un cigarrillo, o  la hora, o te pide la cartera a cambio de dejarte vivo. No. Lo curioso de este mundo histórico al que todos admiran no es sólo que en dicho mundo la soledad individual sea imposible, es que se trata de un lugar en el que uno pertenece a un clan, a una comunidad, en el que uno tiene unas señas de identidad claras y diáfanas; un mundo en el que más allá del poblado no hay nada.

Admitámoslo. La mayor parte de la población no quiere una sociedad inundada de hombres llegados de recónditos parajes con los que poder conversar sobre lejanas islas y misteriosas vivencias. El hombre moderno, diga lo que diga en público, sueña en secreto con un poblado organizado jerárquicamente, cercado con vallas de madera y  en el que todos le conozcan por su nombre, apellidos y procedencia.

El hombre moderno no quiere estar sólo.

El hombre moderno no quiere desconocidos, no quiere recién llegados que le empañen su identidad.

El hombre moderno quiere ser conocido y reconocido.

El hombre moderno quiere su abrigo de visón

aunque eso signifique perder su independencia.

Hmm...

La bruja ciega.


Carlota y los animales

Otra vez juntos. Juntos pese al esfuerzo que ello implica para cada uno de nosotros. El otoño impregna la atmósfera con una débil niebla que roza tímidamente la realidad, dándole una patina de irrealidad y ensoñamiento. Todavía es posible tomar café en alguna de las mesas de la terraza del lugar en el que estamos hospedados. No sé si ya lo he dicho: siento una incurable alergia por los hoteles que consideran que una “atmósfera familiar” es un buen reclamo para atraer clientes. Yo adoro esos hoteles impersonales en los que nadie ve a nadie y ni camareros, ni chicas de recepción, ni trabajadores varios o clientes adjuntos se acuerdan de tu cara a la hora del desayuno o a la hora de saludar en los pasillos. Pero como Jorge  ha sido esta vez el encargado de buscar alojamiento, se ha decidido por una bucólica granja cerca de Buckow, al norte de Berlín, no muy lejos del lugar en el que Brecht tenía su residencia de verano proporcionada, claro está, por las siempre complacientes autoridades de la República Democrática Alemana.

La granja consta de varios edificios. Uno de ellos es la casa familiar; otro, es el que alberga a los visitantes. Se adivina enseguida porque las puertas de las habitaciones están situadas en la fachada, unidas por un pasillo cubierto; un poco más allá se elevan los establos para las vacas, las cuadras para los caballos, un par de almacenes y algunos garages para tractores, herramientas y útiles de labranza. Ningún lujo pero sí en cambio mucha actividad. Cuando hace tres o cuatro días descendimos del coche, lo primero que vimos fue venir corriendo hacia nosotros a un perrazo de raza rottweiler con sus potentes mandíbulas abiertas al tiempo que mostraba sus enormes y afilados dientes. Carlos se mantuvo tranquilo pero en actitud defensiva; Jorge, en cambio,  estaba  realmente asustado lo cual no era de extrañar porque era a él precisamente a quién la fiera se dirigía  y yo, como de costumbre, asombrada de que los dueños de una pensión tuvieran un monstruo que no sentía ningún escrúpulo en abalanzarse sobre los clientes justo en el mismo instante en que estos acababan de apoyar su pie en el suelo. Fue Carlota la que con un cariñoso pero firme gesto le detuvo cuando ya todos estábamos elaborando una estrategia para luchar por nuestras vidas. “Siéntate”, oímos que le decía Carlota en el mismo tono tajante que utiliza con sus hijos. Y ante nuestra sorpresa, el gigante canino se detuvo y permaneció quieto, observándonos con una mirada boba y tierna al par que movía la cola. “Oh, qué amable eres”, le alabó Carlota sonriendo tierna pero enérgicamente al coloso que tenía enfrente, del mismo modo en que  los jefes suelen elogiar a sus subordinados. Antes de que nos hubiéramos recuperado del susto ( y del asombro) vimos aproximarse a la dueña de la granja a recibirnos: una mujer de mediana edad, no muy alta y de curvas redondeadas. Llevaba recogido su cabello rubio natural en un moño despeinado. Sin ser guapa tampoco era fea y sus rasgos resultaban agradables. Detrás de ella escuchamos voces de hombres que acababan por lo que parecía de acabar su jornada en el campo. La mujer apenas perdió unos pocos minutos en darnos las llaves de las habitaciones y explicarnos el funcionamiento de la cocina, común para todos los clientes. Lamentablemente  interpretó el encuentro con el rottweiler justo al contrario de cómo esperábamos: “Es muy sociable”, aseguró sin prestar demasiada atención a la historia “Siente un gran afecto por las personas.” Acto seguido desapareció. “Ya os lo dije”, añadió Carlota. “Eso dicen todos los dueños antes de que sus perros te devoren”, farfulló Jorge cuyo susto se había transformado en enfado.

En cualquier caso no nos podemos quejar. Las habitaciones son limpias y confortables. La cocina está decorada con estilo rústico. Los muebles son de madera, lo que proporciona una gran calidez a la estancia; una gran mesa lo suficientemente amplia para permitir sentarnos cómodamente pero lo bastante pequeña para invitar a la conversación, ocupa el centro. Y lo mejor de todo: somos los únicos huéspedes. Afuera hay un lago con una barca de remos a nuestra disposición y bellos senderos por los que pasear. Existe incluso la posibilidad de montar a caballo. Sí, creo que Jorge ha acertado en su elección. Es un sitio encantador. Lo sería aún más si no fuera por Bodo. Ése es el nombre del terrorífico perro que corre a nuestro encuentro cada vez que nos ve aparecer. Se lo hemos encomendado a Carlota que es la única que lo comprende y lo mantiene a raya. La relación entre Carlota y los animales no deja de sorprendernos. Ha trabado amistad – no sé cómo se puede expresar de otra manera- con un par de lindos y gentiles gatitos que únicamente están dispuestos a entablar conversación con mi amiga. Ayer al atardecer, cuando ya nos habíamos recluído en la habitación,  oímos un leve maullar delante de la puerta. “Es Tiger”, exclamó Carlota muy contenta. ¿Quién es Tiger?. – “Oh, es uno de los dos gatitos. Tiger es muy, muy inteligente”, me explicó. ¿Y lo reconoces por el maullar? – le pregunté estupefacta. “Sí. Bueno más bien por el tono.”- respondió ausente porque ya toda su atención se había concentrado en Tiger. Los maullidos continuaban. “No se te ocurra dejarle entrar.”, le advertí. “No pierdas cuidado” La voz de admiración de Carlota hacia Tiger al abrir la puerta resonó a lo largo de todo el pasillo. “¡Oh, Tiger, qué inteligente eres y qué buen cazador! ¿De verdad lo has cazado tú solito? ¡Oh Tiger, eres magnífico!”

¿Quién, al escuchar tales palabras,  se resiste a acercarse a ver qué es lo que está pasando? Y en efecto, lo nunca visto: ahí estaba el pequeño Tiger mostrando entre sus dientes la figura de un ratón recién muerto. Posiblemente se sentía tan satisfecho de sí mismo que había ido a buscar sin tardanza a la única persona que sabría calibrar adecuadamente su hazaña. No se equivocó el bribón. Carlota no cabía en sí de orgullo por la valentía demostrada por Tiger y se deshacía en un sinfín de halagos hacia él. Jorge y Carlos contemplaban la escena tan estupefactos como yo.  Sin decir ni una sola palabra, dejamos solos a Carlota y a Tiger para que disfrutaran de un tiempo que está condenado a terminar. Creo que fue en ese momento cuando sentimos la profunda tristeza que embargará al pequeño Tiger dentro de un par de días, cuando busque a Carlota y no la encuentre. Es la misma y terrible tristeza que nos invade a todos nosotros cada vez que nos separamos. Pobre, pobre Tiger.

Pero ayer Carlota y él todavía estaban juntos, todavía, como si el instante fuera eterno,  y mientras sus sombras se confundían con la noche, oíamos cómo ambos componían una balada a la gloria de Tiger, que había realizado tamaña hazaña siendo tan joven.


La bruja ciega

Friday, September 25, 2015

El enfado del señor De Maizière con la señora Merkel

Un día de otoño coloreado por el rojo de los geranios y el azul parduzco de las hortensias. Un café de estudiante sobre la mesa, elaborado con café instantáneo y agua hirviendo,  y unas galletas sacadas de una lata negra en la que se puede leer 25 Jahre Deutsche Einheit. La civilización no requiere de grandes lujos para ser civilización: sólo de unos cuantos libros, pluma, papel,  un café caliente y unas galletas. Tengo pendiente un blog sobre un libro de Huxley que no escribiré hasta que no termine de leer uno de Michail Bulgakow que tiene relación con el de Huxley. Va a durar un poco. En este momento prefiero concentrarme en Hobbes y su Leviatán. El resultado será el mismo de siempre: demasiados libros, demasiados temas, demasiadas actividades, un sinfín de reflexiones y el final llegará más tarde de lo conveniente. Sí. Los meses de Julio a Octubre son siempre complicados: vacaciones, puesta en marcha, idas y venidas de unos y de otros... En una casa abierta es difícil encontrar un tiempo para la reflexión. Supongo que los grandes dirigentes políticos han de hacer frente a eso mismo: a un mundo abierto que necesita de tranquilidad, paz y reflexión para ordenar las circunstancias mientras las circunstancias no dejan de moverse y el mundo no deja de girar. Y lo peor: no puedes culpar a nadie porque todos esperan que seas tú, que para eso estás donde estás, quien se ocupe de hacer algo contra las circunstancias. Y claro, uno, a veces, siente la imperiosa necesidad de gritar: “¡Basta! ¡Se acabó! ¡De aquí no sale nadie!” o “¡Fuera de aquí todo el mundo! ¡No quiero ver a nadie! ¡Fuera!” o “¡Aquí no entra nadie más!”

Cualquiera de esas reacciones son propias de los comunes mortales. Y puesto que los políticos pertenecen, al menos hasta el día de hoy, a la especie de los comunes mortales es comprensible que ellos también padezcan tales estados de ánimo. Algo así, creo yo, le acontece al ministro alemán del Interior De Maizière. De Maizière considera que la ilimitada generosidad de Merkel ha determinado que el problema de los refugiados haya quedado fuera de control.

De Maiziére se equivoca.

A De Maizière le pasa como me pasa a mí algunas veces: que está harto de visitas inoportunas, de esas visitas que en vez de procurar conversaciones amenas, encuentros interesantes y agradables paseos por los jardines de Sanssouci en Potsdam favorecidos por un suave calor, son visitas que únicamente traen problemas: o acuden cuando uno se acaba de mudar (nuevamente), o llaman  justo el día en que uno ya no es capaz de hacer frente a la gripe y ha decidido acostarse acompañado de un par de aspirinas y un té caliente.

Sí. No cabe duda. De Maizière se comporta como uno de esos pater familias enojado y cansado, que sólo quiere recuperar su rutinario ritmo de vida y que no duda en recriminar a la señora de la casa, las molestias que su exceso de amabilidad le causan.

La señora de la casa, que no es otra que Merkel, se caracteriza no sólo por su carácter acogedor sino también por su casi infinita paciencia y por una inteligencia que supera a la del explosivo y agotado pater familias.Éste acaba de saludar a unos cuantos desconocidos en la escaleras, ha de soportar la invasión de su comedor y su salón por esa inesperada y prolífica visita y teme encontrar ocupado su sillón favorito la próxima vez que llegue a casa. De Maizière es Pedro Picapiedra dirigiéndose a Merkel, en su papel de Vilma para gritarle, no  “¡Vilma, abre la puerta!”, que es lo acostumbrado, sino “¡Vilma, cierra la puerta!”

Pero Merkel-Vilma siempre ha sido más tranquila y sosegada que De Maiziére-Pedro Picapiedra y por eso puede utilizar su energía más eficazmente a la hora de conseguir sus objetivos. No es por tanto de extrañar que por lo general termine saliéndose con la suya. La serenidad de espíritu – lo sé porque es la misma serenidad de espíritu que derrocha mi amiga Carlota – siempre triunfa. Y al final, cuando los visitantes – poco importa que se acomoden o se vayan- De Maiziére habrá de admirar en secreto la discreta inteligencia que caracteriza a la señora de la casa, o sea, Merkel. Digo “en secreto” porque de cara a la galería habrá sido él y no otro, o a lo sumo en plural, en conjunto, los que habrán resuelto y ordenado la situación.

Merkel ha actuado correctamente.

Pese a lo que muchos estén empeñados en afirmar y otros en apoyar no se ha equivocado en absoluto. Habría que darle la medalla del honor al mérito, aunque tal vez ya no existan tales medallas.

Yo dije y lo repito que la cuestión de los refugiados es sobre todo social. Se quedarán si lo consiente la sociedad; en caso contrario tenemos que aceptar el follón. Ni las vallas ni las medidas de seguridad servirán para otra cosa que no sea para incentivar la presión y el conflicto. Hemos de admitir que en este tema los políticos no tienen grandes posibilidades de movimiento: si la política no acepta a los refugiados, los políticos son unos inhumanos y convierten al país en un mundo cerrado y estancado; si la política acepta a los refugiados, los políticos hacen del territorio “la casa del pueblo” que todos los estudiantes conocemos. “La casa del pueblo” era esa habitación, generalmente de las estudiantes de Bellas Artes, a la que todas acudíamos a reunirnos después de la comida para tomar el café, o a pasar cada rato que teníamos libre o, simplemente ningunas ganas de estudiar. “La casa del pueblo” era de todas nosotras y de ninguna, ni siquiera podía considerarse propiedad de sus legítimas ocupantes y por tanto nadie se preocupaba demasiado de mantenerla en condiciones adecuadas. Mi sempiterna recomendación a todos los estudiantes universitarios que conozco: “Evitad por todos los medios que vuestra habitación se convierta en “la casa del pueblo.” No me entienden, claro. Tampoco hay peligro de que algo de eso vaya a suceder. La generación de hoy es una generación demasiado individualista y demasiado independiente para aceptar las restricciones que una invasión de compañeros de residencia impone. Los estudiantes de la generación actual ya no saben lo que es "casa del pueblo". 

La señora Merkel, en cambio, va y hace lo que nadie espera: deja pasar a todos los refugiados y de este modo convierte no digo ya Alemania, !Europa!, en "la casa del pueblo" .

Y sin embargo, la señora Merkel, no se equivoca.

Argumentos no le faltan:

-        -  En primer lugar, los refugiados llegarán con o sin vallas.

-        - En segundo lugar, el comportamiento del refugiado agradecido a su país de acogida no es el mismo que el comportamiento del refugiado en un país inhóspito.

-      - En tercer lugar, la historia alemana – hablemos finalmente de historia - hace imposible –repito: imposible- un comportamiento distinto al actual. El olvido de los hechos pasados es necesario para poder seguir andando hacia el futuro pero la desconsideración del pasado no deja de ser un grave error, puesto que procedemos de él. Y esto no lo digo yo sino Nietzsche, el cual, aceptémoslo, hace un estudio magnífico de la problemática de la historia.

-        - En cuarto lugar, Merkel ha aunado con su proceder a Europa. Europa no sólo ha de mantenerse unida frente a conflictos internos y externos. Los refugiados no son una cuestión que simplemente afecten a un par de países: ha de ser resuelta conjuntamente. Con ello, Merkel hace responsable al conjunto de la población europea – tan solidaria y tolerante como asegura ser – de la acogida  a los refugiados. La Fuenteovejuna y sus actos se hacen europeos.

-         - En quinto lugar, incluso los inicialmente más solidarios están comprendiendo que no se puede aceptar incontroladamente a todos los recién llegados. Pero la comprensión implica siempre un proceso; en otro caso, sería intuición. Es preciso que las consecuencias se “vean” igual que los físicos realizan sus experimentos a fin de “ver” y analizar las consecuencias provocadas por una serie de causas. Esto, desde luego, no anula el problema pero permite trazar soluciones y, sobre todo, permite el consenso social necesario. Ello es beneficioso en un triple sentido: en tanto que consenso, en tanto que social y en tanto que europeo, ya que evita conflictos internos en una sociedad que traspasa los límites de lo nacional para tomar conciencia de su europeismo. No se trata de que estemos a favor de que "otros" acojan a los recién llegados. Se trata de que "todos" estemos de acuerdo en hacerlo.

-         - En sexto lugar, la llegada de extraños es un riesgo puesto que son siempre los otros los que señalan dónde reposan nuestros límites, pero al mismo tiempo, impregna a la sociedad de un nuevo dinamismo. En este sentido debo decir que ojalá España acogiera a más refugiados. No me cabe duda de que se acabarían muchos de los problemas que hoy padece su sociedad: envejecimiento, despoblación, autocomplacencia (también llamada postureo), estancamiento de los compartimentos sociales y quién sabe, puede que incluso ayudar a superar el paro.

-         - En séptimo lugar, acerca posiciones con Rusia. Lo cual, permítanme afirmar, ya era hora. Como Putin indica, es Europa – y eso incluye a Rusia- quién tiene las fronteras unidas a los territorios en conflicto. Hay que respetar las costumbres y las formas de vida de esos territorios, aconseja Putin. Lo aconseja Putin y cualquier persona con un mínimo sentido común. El problema de los americanos, y esto no sé si lo dice Putín pero en cualquier caso lo digo yo, es que tienen que dirimir una terrible lucha consigo mismos: por un lado quieren liberar al mundo y por otro, quieren controlarlo; por un lado hablan de la independencia de mercados y por otro, la mafia corrompe al sistema –su sistema- desde sus cimientos.
No digo que los rusos no se caractericen por los mismos rasgos, pero habremos de reconocer que en los últimos tiempos han demostrado más cerebro y temple que los americanos y todos sus aliados. Los rusos no se meten en asuntos que no son de su incumbencia y tampoco ponen objeciones a que dos se maten si es ése su gusto. Que haya sido su propia crisis interna la que ha propiciado este comportamiento tan sensato y tan distinto de la vieja época es más que probable, pero no seré yo quién por ello les quite el mérito que les corresponde.

-         - En octavo lugar, coloca a Estados Unidos en un lugar inferior al que normalmente acostumbra. Ahora es Europa la que toma las riendas de la crisis e insta al Estado más poderoso del globo terráqueo a que asuma su responsabilidad por la explosión de la crisis y los refugiados que ha generado.

Señor de Maizière, con todos mis respetos, no se precipite nunca a la hora de culpar a una persona como la señora Merkel del desorden que reina en un hogar. A veces, antes de ordenar un cajón se hace preciso sacar todo lo que había dentro. 
A medida que nos adentramos en las aguas profundas, las variables se hacen cada vez más complejas. En los Ministerios convendría contratar físicos teóricos y juristas antes que politólogos, sociólogos, economistas y similares, que tienen grandes ideas pero poca práctica en el trabajo con un número infinito de posibilidades.

Si los físicos y los juristas tienen éxito, nos libraremos del fascismo que ya deja oir sus trompetas.
En caso contrario...

En caso contrario, espero poder contemplar y escuchar el revoloteo de las alas de un hada, de mi hada, antes de morir.

La bruja ciega.


Wednesday, September 23, 2015

La caída del meteorito.

El espectador desayuna con ánimo sereno y relajado y con paso tranquilo y confiado se dirige al sillón que como de costumbre le espera delante de la televisión. Al sentarse exhala el suspiro de satisfacción propio de los que acaban de deshacerse de un pesado problema. No es para menos. Nuevamente ha sobrevivido a otro de los últimamente más que profetizados “fin del mundo”. “Más que profetizados” porque hoy en día los apocalipsis no sólo se anuncian: se escenifican. Por lo que parece, debe resultar una actividad sumamente rentable o, al menos, sumamente divertida. De un tiempo a esta parte sufrimos una imparable inflación de tales eventos.

Sí. El espectador ha sobrevivido al último cataclismo que, según había quedado probado y demostrado científicamente, se avecinaba sin remedio. No es de extrañar, por tanto, que suspire aliviado. El espectador se acomoda en el regazo de su sillón, coge el mando y enciende la televisión. Un programa sobre la empresa de automóviles VW. “Pobres”, piensa, “a ellos el meteorito les ha caído de pleno.” “¿Cómo es que no han tomado medidas preventivas para la ocasión?”, farfulla apenado.“¿Eran éstos los problemas que ocultaban las rencillas familiares de los jefes familiares el pasado año? ¿Es que tal vez se trate de una conspiración contra Alemania, contra la reina mundial de la exportación de coches? ¿Fue ése, quizás, el motivo que impulsó a Putin a levantar su propia industria automovilística y el precio que ha exigido de los Estados Unidos para colaborar en la lucha contra el IS? ¿Es una contrasanción rusa encubierta? ¿O forma parte más bien de la estrategia de la guerra oculta que los Estados Unidos llevan a cabo contra Europa? En cualquier caso ¿cómo es posible que una empresa haya decidido hacer algo así sabiendo cómo todos sabemos que en Estados Unidos uno de los juegos favoritos y que más se practican es “la denuncia del consumidor? ¿Por qué los responsables actuaron así? ¿Es que el resto de las empresas también lo hacen? ¿Acaso pretenden animar a que los compradores adquieran los coches eléctricos?” Al espectador pensar en un asunto que no puede resolver le produce terribles dolores de cabeza; es mejor que lo deje. Zapea y aterriza en un canal que retransmite la visita del Papa Francisco a los Estados Unidos. “¿Es ésa la razón por la que el Papa Francisco ha preferido un coche Fiat a una limousine?”, se pregunta. A decir verdad, la actitud del Papa le asombra tanto como el meteorito caído sobre VW. Le recuerda a una moda que imperó entre los millonarios alemanes hará unos veinte años. Consistía en llevar abrigos que ocultaban la piel de foca, de zorro o de astracan por dentro, como si de un forro se tratara. El espectador nunca supo determinar si era por moda, por miedo a las asociaciones de la defensa de los animales o, simplemente, llevados por el deseo de ocultar su riqueza. Los millonarios suelen ser tan excéntricos...., se dice el espectador sin entusiasmo y se acuerda de su amigo Willy. Su amigo Willy trabajaba de mayordomo para una de esas fortunas cuya existencia resulta desconocida para el gran público. Pues bien: el propietario de aquélla mansión y de aquél imperio que no cesaba de crecer. no se cansaba de repetir al mayordomo  Willy los grandes problemas financieros que le acuciaban. Aquel millonario iba siempre mal vestido, no tenía más que un viejo coche en el garage y Willy no tuvo más remedio que vestir y vivir todavía más pobremente que su jefe, por aquéllo del rango, sin ni siquiera atreverse a solicitar un aumento de sueldo.. La desconfianza entre los compañeros cuando alguno de ellos adquiría algo nuevo no tardó en expandirse y cada uno sacaba cuentas al otro de sus gastos... Nada agradable para Willy, piensa el espectador. Nada agradable, repite. Willy terminó apostado en las esquinas pidiendo limosna: su salario se había estancado a niveles tan bajos que no le llegaba a final del mes. “Sí.” –se dice el espectador-“Posiblemente las intenciones del Papa Francisco sean buenas. Pero la buena voluntad no siempre es efectiva.” El espectador está convencido de que el Papa trata de predicar con el ejemplo e insta a los millonarios a que no hagan alarde de su fortuna. “¿Pero de qué sirve que los hombres de dinero se disfracen de pobres – se pregunta descorazonado el espectador- si sus arcas siguen llenas y las mías vacías? Y en cuanto a la donación de limosnas, el rico siempre puede y el pobre nunca. Y la Iglesia siempre da, pero da de lo que le dan los otros. En este sentido, a recaudadora no le gana nadie y el problema es que en estos momentos no sólo hay inflación de apocalipsis, también hay inflación de recaudadores.” El espectador ha decidido que hay discursos en los que uno no debe acceder a entrar. La virtud cristiana  del olvido – ya sea del olvido de uno mismo como del olvido del dinero que tanto esfuerzo cuesta ganar- conduce, como la experiencia le ha demostrado una y otra vez- a la esclavitud sin remedio.

El espectador vuelve a zapear desganado y tropieza nuevamente con un reportaje sobre VW. El espectador mueve la cabeza consternado.  Sigue sin comprender nada. ¿Cómo entender el apocalipsis? ¡Pobre! Con lo enferma que está la industria del automóvil y encima va y le cae este meteorito a la cabeza... Bueno, sonríe el espectador, más que un meteorito es un gol en la propia portería. Sin embargo su rostro no tarda en nublarse: esta catástrofe –de eso no le cabe la menor duda- augura nuevos despidos, recortes y reestructuraciones. No va a ser un otoño tranquilo, piensa. Los húngaros acaban de estrechar la mano a los turcos para proseguir la política de vallados de Europa y algunos políticos de la rancia europa occidental están total y absolutamente de acuerdo con ellos. Al espectador le da vueltas la cabeza siempre que piensa en estos temas. En España se presenta épocas de elecciones. Todos quieren ganar las elecciones. Lástima que ese “querer ganar las elecciones” vaya acompañado de un murmullo apenas inteligible pero palpable en la atmósfera que viene a decir “al precio que sea”. Lástima también que ese “al precio que sea” hayan de pagarlo los propios esquemas político-ideológicos, que quedan aplastados por el peso de la política-ideológica real. O sea: “la de ganar... al precio que sea.” Lástima que los partidos políticos estén más pendientes de las posibles alianzas que del contenido de sus programas. El espectador decide apostar por los programas de espectáculo y zapea hasta llegar a un docu-reality. El espectador no puede evitar un gesto de desagrado. Cada día le molesta más ver gente cómo él contando sus vidas a todo el mundo y viviendo sus desgracias en público. Pero qué otra cosa puede hacer....

Ésos, al menos, no le molestan con sus comentarios malignos y maliciosos y le dejan en paz. El espectador cree firmemente que criticar a los políticos no es justo. Los políticos forman parte de la sociedad en la que viven. Si el objetivo actual es ganar sea cómo sea es porque en el panorama actual lo que cuenta son las audiencias. Fuenteovejuna sigue la misma práctica. Da igual lo que diga y lo que haga: simplemente se trata de argumentarlo bien, de usar las medias verdades, los giros lingüísticos, las palabras vacías y sin contenido que, sin embargo, sugieren más de lo que dicen porque no se dirigen a la razón sino a las emociones y a las correlaciones psicológicas. En definitiva: todo aquéllo que sea necesario para triunfar. Ni Dios ni alma, ni honor. Sólo victoria o muerte. Si los políticos utilizan las asociaciones psicológicas aptas para la masa: canciones con un determinado contenido, expresiones con un determinado término, gestos con un determinado matiz... Fuenteovejuna hace lo mismo, pero en privado. No es de extrañar que el número de disputas aumenten incluso en el seno de las familias. Las familias ya no quieren ser familias. Quieren ser clanes. Tres factores lo han propiciado. Uno ha sido la crisis económica; otro, la “familia remiendo”; el tercero, la falta de confianza del individuo en sus propias fuerzas, el sentimiento de impotencia ante el mundo gigantesco y despiadado que se abre ante él y que se ha hecho más gigantesco y más despiadado a medida que desaparecían las formas y cada uno se cree no sólo con el derecho sino también con la obligación de decir en cada momento y en cada lugar  lo que piensa y sobre todo, lo que piensa del otro. De este modo, el clan le ofrece, aunque sea en apariencia, el  resguardo y la protección que cree necesaria para sobrevivir No obstante, cómo todos sabemos, en el clan uno manda y los otros obedecen pero unos más que otros porque su funcionamiento se basa en estructuras jerárquicas y bien jerárquicas. Y el que no está conforme, o se va o le echan. En cualquier caso el que se aleja pasa a ser considerado un traidor por el resto del clan.

Al hombre bueno, y el espectador es un hombre bueno, no le queda más resguardo que la soledad de su habitación frente al televisor.

Eso, piensa el espectador resignado, ya es mucho.

Eso y el haber sobrevivido a más de un cataclismo.

El espectador dormita feliz en su sillón.

No tiene clan.

Tampoco lo necesita.


La bruja ciega.

Tuesday, September 22, 2015

Carlota está a punto de llegar

Me levanto dentro de una de esas mañanas otoñales en las que el sol ha decidido no hacer acto de presencia. No importa. Los geranios de mi terrraza la pintan de rojo y verde y las hortensias, recuerdos de viejas y profundas amistades, le añaden una pincelada del azul apizarrado que el frío y el tiempo les ha ido impregnando a medida que el verano se alejaba sin ni siquiera despedirse. La taza de café humea sobre la mesa y deja emanar el único aroma capaz de convencerme a esas tempranas horas del día que saltar de la cama y decidirse a emprender la tarea de la vida, sea ésta la que sea, merece la pena. Mi amiga Carlota, en cambio, no necesita de tales placeres. A ella le basta  y le sobra con un vaso de agua. Carlota, ya lo he dicho muchas veces, pertenece a una especie distinta a la humana. Carlota es una auténtica dama y, como todos sabemos, las damas, las verdaderas damas, no las fingidas, no las artificiales, se distinguen por poseer un espíritu de hada: los placeres mundanos no las conmueven. Las brujas, en cambio, nos dejamos embriagar por los placeres terrenales más simples. Supongo que en esa diferencia descansa la profunda admiración que nos profesamos Carlota y yo. Cuando estamos juntas, ambas sentimos la fascinación que se experimenta al contemplar el despliegue en toda su magnificencia de una naturaleza radicalmente contraria a la nuestra.
Que seres tan opuestos sean inseparables originó en Jorge innumerables quebraderos de cabeza a pesar de que el carácter de su mejor amigo, Carlos Saldaña, se caracterizaba justamente por ser radicalmente contrario al suyo. “A nosotros sólo nos separa la inclinación social: él es un misántropo y a mí me gusta la gente;” explicaba,  “Pero habréis de convenir en que  nos unen los mismos intereses y nuestra suprema inteligencia. A vosotras, en cambio, no os unen ni las aficiones ni las estructuras mentales. Lo que deberiáis sentir en realidad es un profundo rechazo de la una por la otra. Carlota es un hada pero tú, seguro que fuiste una vieja bruja desde que naciste.”

¡Y lo decía en serio!

Paula Tierra, a la que Jorge conoció gracias a nosotras y que antes de convertirse en su esposa fue compañera nuestra de estudios y de residencia, le intentó aclarar que la excentricidad era el lazo que nos unía. Las damas auténticas, al igual que sucede con las auténticas brujas, no abundan y a la amabilidad del destino debíamos, sin duda alguna, que nuestros caminos se hubieran cruzado evitando, así, morir de soledad. Carlos, mucho más radical, le aseguró a Jorge que las dos formábamos parte de las fuerzas diábolicas del universo y que era nuestra común incompatibilidad con el género masculino lo que sin duda alguna constituía nuestro punto en común. Que Carlota se casara y tuviera cinco hijos no le ha hecho cambiar su consideración primera. Está convencido de que lo ha hecho sólo y exclusivamente para intentar demostrarle que su afirmación es falsa. Lo cierto es que Carlota ha sido la única mujer capaz de aturdir el cerebro y el corazón del frio Carlos y Carlos el único que ha conseguido desestabilizar el vuelo siempre desconocido de mi amiga. Quién sabe lo que hubiera sucedido de no haberse llamado Carlota, Carlota y Carlos, Carlos. Pero ambos son dos estetas, dos inconformistas, dos solitarios y sus caminos estaban obligados a transcurrir en paralelo sin jamás juntarse. En cualquier caso, razón a Carlos no le falta: con marido o sin marido, con hijos o sin hijos, Carlota sólo puede ser pensada en primera persona del singular, sin más acompañante que Carlota misma. Da igual en cuántas fotos de grupo aparezca. Carlota siempre aparece sola y distinta, separada de los otros por más que la sitúen en el mismo centro. Ése es seguramente el problema de las damas auténticas: viven envueltas en una burbuja de soledad que las protege tanto como las encierra. Una burbuja que alberga en su interior un mundo de hadas y unicornios, un mundo de grandes salones y elegantes chimeneas junto a las que calentarse en las noches del invierno, un mundo en el que todo tiene su sitio y todo su medida incluso cuando es desmedido; un mundo mágico y distinto: a veces luminoso, a veces oscuro, pero siempre distinto del mundo de los comunes mortales.

Querida, querídisma Carlota, ven pronto. El viejo continente está más triste y más oscuro desde que tú te has ido....

El teléfono suena.

Es Jorge.

“Querida Isabel”, comienza. Y yo ya sé que lo que sigue a continuación no va a ser agradable. “acabo de ver tu sillón azul colgado en “el comentario del día”. Dime, ¿no tienes nada mejor que hacer que dedicarte a tapizar sofás viejos? ¿Qué hay de la caída de la bolsa china, de los acuerdos ruso-americanos contra el IS, de la avalancha de refugiados, de los problemas de VW, de las elecciones en Grecia, de las elecciones en Cataluña, del mantenimiento de los tipos de interés en los Estados Unidos, de la campaña electoral americana, de Trump, de la crisis de los países emergentes, de la victoria de España en baloncesto,  de la entrada de Irán en la guerra contra el Is apoyada por los rusos, y de las consecuencias para la región? El mundo está repleto de sucesos y tú ¿no tienes nada, absolutamente nada que comentar?”

“No.” , le contesto resoluta. “No hay nada que comentar. Nada excepto un hecho que ha pasado sin pena ni gloria por los periódicos de este mundo. Pero salvo esa pequeña anécdota, nada asombroso bajo el sol. Sea cual sea, la enfermedad que padece el mundo sigue su curso: primero un malestar difuso que se va concretizando y extendiendo con el paso del tiempo, después un repentino empeoramiento y a continuación el periodo de estabilización. Es en esa fase en la que ahora nos encontramos. Ninguno de los últimos sucesos resulta realmente sorprendente. O son repeticiones de jugadas anteriores, o la consecuencia previsible de las actuaciones pasadas. Vamos, Jorge, reconócelo. ¿Quién en su sano juicio hubiera sido capaz de creer en la posibilidad, por remota que fuera, de la subida de los tipos de interés del Fed en unos momentos como los actuales? Los periódicos, claro. Necesitan vender y sólo venden a basa de generar entre los lectores la misma indecisión que reina en el mundo de las quinielas y el deporte. En cuanto a los refugiados, hoy como ayer, se trata de una cuestión social más que política. De la respuesta que dé la sociedad depende que sea un proceso pacífico o produzca revueltas y revoluciones. En este instante lo más llamativo es que los pobres de la nación y no los refugiados del mundo son los que se han echado a las calles demandando ayuda económica a los viandantes. Reclamando el derecho que les concede el estar antes que los otros. ¡Pobres! ¡si supieran que poca importancia concede la Biblia a la primogenitura! ¿Dime encuentras en la Biblia algún primogénito que haya salido bien parado? Es a los primogénitos a quienes les corresponde trabajar y esforzarse. Creo que alguien debería explicárselo a esos que deambulan por ahí reclamando sus derechos por haber llegado antes. Yo estoy a favor de la entrada de refugiados. Ya lo dije y lo repito. Son un riesgo. Ellos reconocen dónde residen nuestras fuerzas pero también señalan sin compasión dónde descansan nuestros límites y por eso impiden que nos apoltronemos, que nos estanquemos en la autocomplacencia. En este sentido, estoy plenamente convencida de que a "la piel de Toro" no le vendría nada mal la llegada de muchos más de los que en principio está dispuesta a acoger: las tierras no permanecerían yermas, los pueblos dejarían de estar poblados únicamente por los fantasmas del cementerio, y un aumento de la población originaría, por lo menos eso, actividad además de incentivar la pluralidad. Es una vergüenza ver cómo se trata a los hispanoamericanos en un país que se llama a sí mismo "la madre Patria" y en el que el término "solidaridad" ha llegado a convertirse en una letanía.En cuanto a los países emergentes, ¿a quién le sorprende que la crisis económica de las potencias mundiales no les afecte estando como estamos en un mundo interrelacionado? Nada excitante. Ni siquiera los rusos sorprenden. Algunos de mis comentarios del año pasado ya hablaban de cuáles eran y cuáles serían los movimientos rusos. La política occidental sigue navegando en dirección a las aguas del fascismo y no sé si algo o alguien será capaz de variar su rumbo.  
En cualquier caso, después de esta fase de estabilidad llegará o la débil mejoría o incluso una súbita mejoría y de ahí la recuperación o la muerte.
Pero ahora estamos sumidos en el periodo estable. Disfrutémoslo. Saboreemos el aire que nos rodea, el agua que bebemos, el pan que comemos, sintamos la fuerza de la naturaleza y abracemos los troncos de los árboles, evoquemos lejanos amores y durmamos tiernos sueños y quién sabe, a lo mejor cuando despertemos será primavera; a lo peor, no.

“Te noto extraña”, dice Jorge pensativo. “¿Estás enferma o es el otoño? Mejor no respondas. No quiero saberlo. Bastante tengo con mis problemas. ¿Cuál es ese hecho que merecería la pena comentar pero que ha sido ignorado por la mayoría de los periódicos?”

“El abandono de Japón de su pacifismo militar”

“Yo diría que ya era hora. ¿Qué tiene esto de sorprendente?”

“¿Tú lo comprendes?”, le pregunto incrédula, “un país con un alarmante grado de envejecimiento, con una grandiosa deuda y enormes problemas económicos, abandona el pacifismo y se lanza a la carrera armamentística cuando todos sabemos que en caso de ataque la debilidad de su población le impediría contrarrestar adecuadamente al enemigo. Vamos Jorge. Aquí hay gato encerrado. Pero no tengo ningún interés en averiguar de qué se trata. Ni siquiera de elucubrar.”

“Tú estás enferma” –sentencia Jorge. – “Llama a Carlos. Seguro que él te dará algún remedio. Ya sabes que tenemos nuestra reunión anual dentro de una semana.”

Mientras Jorge habla, miro a través de la ventana y contemplo la mañana gris coloreada por los geranios rojos y el azul pizarro y desgastado de las hortensias.

Jorge no lo sabe pero Carlota está a punto de llegar.

Coloco encima de la mesa redonda el pastel de chocolate, cerezas, almendra y nueces, envuelto por una capa de mazapán adornada con corazones. Es un bonito pastel en una mesa decorada con todo el primor de que una vieja bruja es capaz.

Jorge sigue hablando.

Carlota está a punto de llegar: alta, delgada, melena ondulada que juega a hacer olas con el  viento.

El mundo puede seguir girando un poco más.

Carlota está a punto de llegar: paso firme y ligero, sonrisa discreta, abrazo tímido.

La voz de Jorge suena y suena. Yo no lo escucho.

Carlota está a punto de llegar: Cejas perfectamente delineadas sobre dos ojos cuya mirada se pierde en el infinito. Boca roja, sonrisa ingenuamente traviesa.

Y sé, - lo sé -, que me apoyaré en las puntas de mis pies, me abalanzaré sobre ella y la abrazaré con todas mis fuerzas.

Y todo, todo para que sus mejillas se tornen aún más sonrosadas. Mejillas sonrosadas, aroma Chanel.

Carlota está a punto de llegar.

Y qué me importa a mí que el Cern se active, que un meteorito se aproxime a la Tierra, o que el Papa Francisco visite el edificio de la ONU.

Carlota está a punto de llegar.

Y Jorge cuelga sin saberlo.

Jorge está convencido de que cuando las hadas como Carlota y las brujas como yo se reúnen, algo extraordinario acontece. Si mañana, 23 de Septiembre, sucede algo inaudito, seguro que cree que hemos sido nosotras...

Carlota está a punto de llegar...

Et pereat mundus

La bruja ciega