El espectador enciende su televisión. Esta vez nada de meteoritos, nada de hordas
de refugiados-emigrantes, nada de los problemas con los motores diesel de VW
que aburren a todos excepto a los que esperan cobrar y a los que temen pagar;
nada tampoco de la FIFA, organización, al parecer, más poderosa que el propio
Club Bildelberg. Esta vez las cadenas de televisión apuestan por un clásico: el
“IS, Assad, Rusia, Estados Unidos”. El espectador respira aliviado en su
sillón. Nada de grandes emociones, suspira. Tal sucesión de novedades en los
últimos tiempos había acabado por producirle serias crisis de ansiedad. Cada mañana
encendía el televisor temiendo encontrarse con lo peor y se encontraba con algo
aún más angustioso: con nuevos, terribles y globales problemas a los que hacer
frente sin saber ni siquiera por dónde empezar. Ahora, ahora es distinto, se
dice el espectador. Hemos pasado de sufrir un infarto de corazón al día a
aburrirnos con las nuevas noticias que nos llegan. Repeticiones en todas sus
variaciones. Jugadas en el tablero de ajedrez que son presentadas por los
medios de comunicación como novedosas cuando en realidad son o repetición de
antiguas posiciones o movimientos obligados y obligatorios. Esto del IS empieza
a asemejarse a las películas de Indiana Jones o de Star Wars, piensa el
espectador, a una cinta le sigue otra y otra, hasta que uno termina cogiéndole
cariño a los protagonistas. ¿Pero quiénes son los protagonistas?, se pregunta
el espectador un tanto confuso. Los buenos y los malos, se responde a sí mismo.
Pero ¿quiénes son los buenos y los malos?, insiste con una cierta preocupación
en el tono. Los más malos, eso está claro, son los del IS pero ¿y los buenos? ¿Los
Estados Unidos? ¿Rusia? ¿Assad? El espectador se levanta consternado del sillón
y coge un par de periódicos atrasados en los que se presenta a Assad como el
malvado de la película. Ahora los buenos están ayudándole en la lucha contra el
IS. ¿Los buenos o solamente los rusos? ¿Los rusos son buenos o malos? ¿O es que
hay buenos, menos buenos, malos y malísimos? ¿Quién lo decide? ¿Qué pasa con
Europa? Ah, sí – sonríe el espectador- Europa se está ocupando de los refugiados. Por
cierto ¿alguien sabe dónde se esconden los refugiados-emigrantes? El espectador
no los ha visto pasear por la calle. Allí solo encuentra a los grupos de
mujeres y niños gitanos caminando calle arriba y calle abajo y mendigos que discuten
a causa de los privilegios que otorga la nacionalidad a la hora de pedir limosna. La televisión le explica que
los refugiados-emigrantes prefieren permanecer dentro de los centros de acogida
y pelearse por causas varias: religión, falta de espacio, cansancio... Rusia y Estados Unidos han decidido luchar
conjuntamente contra el IS, arreglarán la situación en la zona y de este modo,
Europa, podrá reenvíar a los refugiados a sus hogares de antaño para que los
reconstruyan y recuperen la paz. ¡Qué fácil! –piensa el espectador, un tanto
aliviado.
Las preocupaciones no tardan en asaltarle de nuevo. “Arreglar la situación
en la zona...”, suspira cabizbajo, “¿Cómo quieren hacerlo? Llevan décadas
intentándolo. ¿Podemos confiar en que esta vez lo consigan?” El espectador
desalentado vuelve a sentarse en su sillón. “No” – se dice un tanto
desilusionado- “No creo que lo consigan. Demasiados intereses, demasiadas
rencillas, demasiada competencia. No. No lo conseguirán”, concluye.
Los americanos se encuentran en plena campaña presidencial. Un país que
está lejos de las zonas de conflicto pero que continuamente participa en ellos,
ha perdido la sensibilidad. A los americanos se les ha atemorizado con el fin
del mundo y con el mundo de las tinieblas desde la época del Mayflower. El
peligro de una nueva hecatombe no significa en el fondo nada más que eso: una
nueva hecatombe. Los americanos renovarán sus bunkers, organizarán sus
guerrillas de buenos ciudadanos y patriotas, votarán a los republicanos, el
pueblo votará a Trump porque habla y piensa cómo hablan y piensan todos esos
muchachos de provincia cuando se reúnen los fines de semana para divertirse en
lugares en los que no hay más diversión que la próxima hecatombe que se
avecina. La hecatombe de Trump no es el IS, la hecatombe que Trump anuncia se
llama “latino-mejicanos”, “impuestos” y similares y ésas sí que son hecatombes
que, al contrario de lo que sucede con marcianos, meteoritos, demonios, rusos y
terroristas, los americanos de provincia pueden ver y tocar con sus propios
ojos y manos. Cuántos más enemigos se
alíen contra Trump, mejor para él y su campaña electoral. Sólo es cuestión de tiempo
que Trump juegue a ser el llanero solitario: el hombre auténtico enfrentándose
a toda esa banda de políticos profesionales que no aceptan a un rival que los
supera en dinero, estilo y sinceridad. Los republicanos tienen un duro camino
por delante y lo tienen por más que presenten a una mujer como candidata. El
espectador recuerda los cientos de películas que ha visto: mientras ellos se
dedican a luchar contra hecatombes varias, los chicos de provincia quieren a
sus madres en la cocina preparando tortitas y a sus novias... El espectador
carraspea pudorosamente. En alguna parte ha leído que ser pudoroso oculta
profundos traumas de la niñez. El espectador no recuerda haber sufrido ningún trauma
especial; el pudor es para él lo que la colcha a la cama: un bello detalle con
el que cubrir y proteger el lugar de nuestro descanso. El espectador es un
esteta.
Los rusos en cambio, profecías de hecatombes no han tenido. A decir verdad,
tampoco les hacían falta, se dice el espectador pensativo. ¿Quién necesita profecías
de hecatombes cuando antes de haber pasado la una y ya está llamando a la
puerta la siguiente? La influencia rusa en la zona es hasta cierto punto
necesaria. Desde luego, más que la americana sí lo es. Los rusos cuando visitan
Afganistán se presentan como quien acude a saludar al vecino. Los americanos,
en cambio, esa es al menos mi impresión, -reflexiona el espectador- entran como el que va a prepararse para una expedición
a Marte. A los americanos el IS no tardará en inspirarle nuevos guiones
cinematográficos. Los rusos los tienen a las puertas de casa. Ésa es una
diferencia esencial, musita el espectador, no hay que despreciarla.
El espectador vuelve a encender la televisión. El gran problema: Assad. Un
dictador que ha luchado contra su propia población es mantenido en el poder por
la ayuda que contra el IS representa. El espectador respira airado. El IS
organizándose y éstos todavía con sueños de libertad, piensa enfadado. El
espectador es un asiduo lector de mis comentarios por eso sabe que venir a
presentar ahora al IS como ejército es una gran necedad. El IS siempre fue un
ejército. Desde el primer día. Lo que ha hecho ha sido organizarse y establecerse.
El espectador no recuerda ya ni cuántas veces ha anunciado la prensa que el
jefe del IS había muerto. El espectador sabe por aquél blog que se titulaba “El
comentario del día” y que ahora ha pasado a llamarse “Idas y Venidas” que digan
lo que digan los Unos y los Otros, el Is fue desde sus comienzos un ejército
con ambiciones estatales y expansivas y que, por esa razón, matar a uno de los
dirigentes del IS no conlleva ninguna consecuencia. Aunque lo intenten sugerir,
lo cierto es que no es lo mismo que matar a Obama bin Laden. El IS nunca fue un
pequeño movimiento terrorista de tres locos y medio que se difumina en el aire
en cuanto se extermina a su lider. Nunca. Ni siquiera en sus comienzos. Y cómo
ya se dijo en aquéllos blogs: el IS ha pasado a una segunda fase en lo que a
sus estructuras se refieren.
El comentarista de la televisión se opone a ayudar a los rusos en la guerra
contra el IS porque ayudarlos significa aceptar mantener a un dictador como
Assad en el poder. ¿Alguien puede explicarme si en estos instantes es la
oposición a Assad verdaderamente tan importante como algunos quieren hacer
creer? –pregunta el espectador al comentarista de la televisión, que continúa
su discurso sin interrupción. “Es
cierto, reflexiona el espectador, ha matado a parte de su pueblo sin compasión.
Pero ¿qué otra cosa si no es una guerra civil? Las guerras civiles son siempre las
peores, las más crueles, las más terribles, las más inhumanas. Y el espectador
piensa en la guerra civil española: salvaje y brutal; Atroz y al mismo tiempo
borrada sin más y cuando se ha querido reescribir ha sido en vano: las hojas de
papel estaban embarrunadas con tachones y sucias por el tiempo y lo nuevo, al anotarse, queda – por más que
sea la verdad- descolorido y además ilegible porque la tinta no fluye por igual
a lo largo del papel sino que a ratos escribe y a ratos el polvo impide que las
palabras se impregnen y al final sólo aparece una mezcla de color parduzco cuyo
contenido a duras penas permite ser descifrado.
Sí, suspira el espectador, todas las guerras civiles son atroces. Los españoles
lo saben, los rusos lo saben. Sólo los americanos lo ignoran porque la única
guerra civil que han tenido no puede considerarse una guerra civil, faltaría
más, sino una guerra por la unidad del país, una guerra por la libertad y una
guerra por los derechos de las minorías raciales. Una guerra, en definitiva por
el progreso, y la ganó, como no podía
ser menos, el bando de los buenos. Nada de dictadores, nada de purgas, nada de
cárceles en las que pudrirse por haber tosido justo en el momento más
inoportuno del discurso. Los americanos tampoco saben que a los peligros que
toda guerra, incluida la civil, entraña, hay que sumar el de que la explosión
se propague al resto de los países vecinos. Los americanos, se dice el
espectador, esa joven, dinámica y confiada nación no pueden entender, claro, ninguna
de las reacciones primitivas, carentes de lógica y humanidad del viejo
continente. De los rusos, que hasta hace poco tiempo han sido los malos de la
película, mucho menos, claro. Por lo que parece, los americanos han conservado
la ingenuidad de los viejos tiempos,
sonríe el espectador un tanto burlón. Pobres, piensa, los malos no han parado
de quemarles barcos y a ellos, claro, no les ha quedado más remedio que
defenderse. Ellos, pobres, que preferirían quedarse en su casa comiendo
tortitas.
El espectador no se fía ni de los rusos ni de los americanos. Tampoco confía
en las fuerzas de la vieja Europa que ha de enfrentarse unida a tantos
problemas habiendo como hay tantas opiniones. Pero ¡quién sabe! A lo mejor por
una vez los intereses comunes priman sobre los egoísmos primeros y todos ellos
se unen para combatir al peligro real, terrestre, bien entrenado y disciplinado
que se les echa encima en forma de IS.
Que Assad sea en estos momentos la causa de discusión resulta, cuando menos,
inaudito. En estos momentos el problema es la supervivencia de los que han
conseguido sobrevivir hasta este instante, el restablecimiento –no de la
sociedad, como ingenuamente confían algunos- sino de las posiciones militares
perdidas, la reestauración – no de las estructuras socioculturales - sino de
las fuerzas de poder que en este momento han caído aplastadas por las fuerzas
de poder del IS. Se trata de mantener a los aliados como aliados e impedir que
cambien de opinión y prefieran combatir al lado de los que se perfilan o se
quieren perfilar como victoriosos, al menos en este momento. En una situación
así ¿Puede considerarse a Assad el problema más grave? ¿Y qué pasa con las
últimas actuaciones de los turcos? A callar discreta y prudentemente no vaya a
ser que los turcos se enfaden y nos envíen a unos cuantos miles de
refugiados-emigrantes más. Es mejor pasar por alto los ataques repentinos y
nunca aclarados contra los kurdos, los canjeos de turcos y terroristas, etc.
Ahora el problema es Assad. ¿No le parece, de verdad, una ridiculez teniendo en
cuenta la situación?, pregunta exaltado el espectador al locutor que aparece en
pantalla.
El locutor habla de derechos humanos y de ser consecuente con nuestras
ideas. “¿Sabe el locutor lo que significa hablar de derechos humanos en la
guerra?”, farfulla. El espectador suspira. Se siente viejo. Un estado
terrorífico que crece día a día, contra el que los drones no podrán hacer mucho
y, de repente, el problema es Assad. No me extraña que en la foto que han
publicado de Obama y Putin juntos, a Putin le costara contener la risa. Entretanto
Putin vuelve a considerar la posibilidad de Gazprom en Europa. Necesita, dice uno de los comentaristas del FAZ, de los fiables pagadores europeos. Pero el espectador no se
lo cree. Ya leyó en “El comentario del día-Idas y venidas” lo cauteloso que iba
a ser Putin con respecto a sus relaciones con Turquía.
¡Ah!, suspira el espectador, nada nuevo bajo el sol.
El espectador duerme complacido en su sillón.
Sueña con un viaje a Marte.
La bruja ciega.