Un día de otoño coloreado por el rojo de los geranios y el azul parduzco de
las hortensias. Un café de estudiante sobre la mesa, elaborado con café
instantáneo y agua hirviendo, y unas
galletas sacadas de una lata negra en la que se puede leer 25 Jahre Deutsche
Einheit. La civilización no requiere de grandes lujos para ser civilización:
sólo de unos cuantos libros, pluma, papel, un café caliente y unas galletas. Tengo
pendiente un blog sobre un libro de Huxley que no escribiré hasta que no
termine de leer uno de Michail Bulgakow que tiene relación con el de Huxley. Va
a durar un poco. En este momento prefiero concentrarme en Hobbes y su Leviatán.
El resultado será el mismo de siempre: demasiados libros, demasiados temas,
demasiadas actividades, un sinfín de reflexiones y el final llegará más tarde
de lo conveniente. Sí. Los meses de Julio a Octubre son siempre complicados:
vacaciones, puesta en marcha, idas y venidas de unos y de otros... En una casa
abierta es difícil encontrar un tiempo para la reflexión. Supongo que los grandes
dirigentes políticos han de hacer frente a eso mismo: a un mundo abierto que
necesita de tranquilidad, paz y reflexión para ordenar las circunstancias
mientras las circunstancias no dejan de moverse y el mundo no deja de girar. Y
lo peor: no puedes culpar a nadie porque todos esperan que seas tú, que para eso
estás donde estás, quien se ocupe de hacer algo contra las circunstancias. Y
claro, uno, a veces, siente la imperiosa necesidad de gritar: “¡Basta! ¡Se
acabó! ¡De aquí no sale nadie!” o “¡Fuera de aquí todo el mundo! ¡No quiero ver
a nadie! ¡Fuera!” o “¡Aquí no entra nadie más!”
Cualquiera de esas reacciones son propias de los comunes mortales. Y puesto
que los políticos pertenecen, al menos hasta el día de hoy, a la especie de los
comunes mortales es comprensible que ellos también padezcan tales estados de
ánimo. Algo así, creo yo, le acontece al ministro alemán del Interior De Maizière.
De Maizière considera que la ilimitada generosidad de Merkel ha determinado que
el problema de los refugiados haya quedado fuera de control.
De Maiziére se equivoca.
A De Maizière le pasa como me pasa a mí algunas veces: que está harto de
visitas inoportunas, de esas visitas que en vez de procurar conversaciones
amenas, encuentros interesantes y agradables paseos por los jardines de
Sanssouci en Potsdam favorecidos por un suave calor, son visitas que únicamente
traen problemas: o acuden cuando uno se acaba de mudar (nuevamente), o llaman justo el día en que uno ya no es capaz de
hacer frente a la gripe y ha decidido acostarse acompañado de un par de
aspirinas y un té caliente.
Sí. No cabe duda. De Maizière se comporta como uno de esos pater familias
enojado y cansado, que sólo quiere recuperar su rutinario ritmo de vida y que
no duda en recriminar a la señora de la casa, las molestias que su exceso de
amabilidad le causan.
La señora de la casa, que no es otra que Merkel, se caracteriza no sólo por su
carácter acogedor sino también por su casi infinita paciencia y por una inteligencia
que supera a la del explosivo y agotado pater familias.Éste acaba de saludar a
unos cuantos desconocidos en la escaleras, ha de soportar la invasión de su
comedor y su salón por esa inesperada y prolífica visita y teme encontrar
ocupado su sillón favorito la próxima vez que llegue a casa. De Maizière es
Pedro Picapiedra dirigiéndose a Merkel, en su papel de Vilma para gritarle, no “¡Vilma, abre la puerta!”, que es lo acostumbrado,
sino “¡Vilma, cierra la puerta!”
Pero Merkel-Vilma siempre ha sido más tranquila y sosegada que De Maiziére-Pedro
Picapiedra y por eso puede utilizar su energía más eficazmente a la hora de
conseguir sus objetivos. No es por tanto de extrañar que por lo general termine
saliéndose con la suya. La serenidad de espíritu – lo sé porque es la misma
serenidad de espíritu que derrocha mi amiga Carlota – siempre triunfa. Y al
final, cuando los visitantes – poco importa que se acomoden o se vayan- De
Maiziére habrá de admirar en secreto la discreta inteligencia que caracteriza a
la señora de la casa, o sea, Merkel. Digo “en secreto” porque de cara a la
galería habrá sido él y no otro, o a lo sumo en plural, en conjunto, los que
habrán resuelto y ordenado la situación.
Merkel ha actuado correctamente.
Pese a lo que muchos estén empeñados en afirmar y otros en apoyar no se ha
equivocado en absoluto. Habría que darle la medalla del honor al mérito, aunque
tal vez ya no existan tales medallas.
Yo dije y lo repito que la
cuestión de los refugiados es sobre todo social. Se quedarán si lo consiente la
sociedad; en caso contrario tenemos que aceptar el follón. Ni las vallas ni las
medidas de seguridad servirán para otra cosa que no sea para incentivar la
presión y el conflicto. Hemos de admitir que en este tema los políticos no
tienen grandes posibilidades de movimiento: si la política no acepta a los
refugiados, los políticos son unos inhumanos y convierten al país en un mundo
cerrado y estancado; si la política acepta a los refugiados, los políticos
hacen del territorio “la casa del pueblo” que todos los estudiantes conocemos. “La casa del pueblo” era esa habitación,
generalmente de las estudiantes de Bellas Artes, a la que todas acudíamos a
reunirnos después de la comida para tomar el café, o a pasar cada rato que teníamos
libre o, simplemente ningunas ganas de estudiar. “La casa del pueblo” era de
todas nosotras y de ninguna, ni siquiera podía considerarse propiedad de sus legítimas ocupantes y por tanto
nadie se preocupaba demasiado de mantenerla en condiciones adecuadas. Mi sempiterna recomendación a todos los estudiantes universitarios que conozco: “Evitad por
todos los medios que vuestra habitación se convierta en “la casa del pueblo.”
No me entienden, claro. Tampoco hay peligro de que algo de eso vaya a suceder. La
generación de hoy es una generación demasiado individualista y demasiado
independiente para aceptar las restricciones que una invasión de compañeros de residencia impone. Los estudiantes de la generación actual ya no saben lo que es "casa del pueblo".
La señora Merkel, en cambio, va y hace lo que nadie espera: deja pasar a todos los refugiados y de este modo convierte no digo ya Alemania, !Europa!, en "la casa del pueblo" .
Y sin embargo, la señora Merkel, no se equivoca.
Argumentos no le faltan:
- - En
primer lugar, los refugiados llegarán con o sin vallas.
- - En segundo
lugar, el comportamiento del refugiado agradecido a su país de acogida no es el
mismo que el comportamiento del refugiado en un país inhóspito.
- - En
tercer lugar, la historia alemana – hablemos finalmente de historia - hace
imposible –repito: imposible- un comportamiento distinto al actual. El olvido
de los hechos pasados es necesario para poder seguir andando hacia el futuro
pero la desconsideración del pasado no deja de ser un grave error, puesto que
procedemos de él. Y esto no lo digo yo sino Nietzsche, el cual, aceptémoslo,
hace un estudio magnífico de la problemática de la historia.
- - En
cuarto lugar, Merkel ha aunado con su proceder a Europa. Europa no sólo ha de mantenerse unida frente a
conflictos internos y externos. Los refugiados no son una cuestión que simplemente
afecten a un par de países: ha de ser resuelta conjuntamente. Con ello, Merkel
hace responsable al conjunto de la población europea – tan solidaria y
tolerante como asegura ser – de la acogida a los refugiados. La Fuenteovejuna y sus
actos se hacen europeos.
- - En
quinto lugar, incluso los inicialmente más solidarios están comprendiendo que
no se puede aceptar incontroladamente a todos los recién llegados. Pero la
comprensión implica siempre un proceso; en otro caso, sería intuición. Es
preciso que las consecuencias se “vean” igual que los físicos realizan sus
experimentos a fin de “ver” y analizar las consecuencias provocadas por una
serie de causas. Esto, desde luego, no anula el problema pero permite trazar
soluciones y, sobre todo, permite el consenso social necesario. Ello es
beneficioso en un triple sentido: en tanto que consenso, en tanto que social y en tanto que europeo, ya que evita conflictos internos en una sociedad que traspasa los límites de lo nacional para tomar conciencia de su europeismo. No se trata de que estemos a favor de que "otros" acojan a los recién llegados. Se trata de que "todos" estemos de acuerdo en hacerlo.
- - En
sexto lugar, la llegada de extraños es un riesgo puesto que son siempre los
otros los que señalan dónde reposan nuestros límites, pero al mismo tiempo,
impregna a la sociedad de un nuevo dinamismo. En este sentido debo decir que
ojalá España acogiera a más refugiados. No me cabe duda de que se acabarían
muchos de los problemas que hoy padece su sociedad: envejecimiento,
despoblación, autocomplacencia (también llamada postureo), estancamiento de los
compartimentos sociales y quién sabe, puede que incluso ayudar a superar el
paro.
- - En
séptimo lugar, acerca posiciones con Rusia. Lo cual, permítanme afirmar, ya era
hora. Como Putin indica, es Europa – y eso incluye a Rusia- quién tiene las
fronteras unidas a los territorios en conflicto. Hay que respetar las
costumbres y las formas de vida de esos territorios, aconseja Putin. Lo
aconseja Putin y cualquier persona con un mínimo sentido común. El problema de
los americanos, y esto no sé si lo dice Putín pero en cualquier caso lo digo
yo, es que tienen que dirimir una terrible lucha consigo mismos: por un lado
quieren liberar al mundo y por otro, quieren controlarlo; por un lado hablan de
la independencia de mercados y por otro, la mafia corrompe al sistema –su sistema-
desde sus cimientos.
No digo que los rusos no se caractericen por los
mismos rasgos, pero habremos de reconocer que en los últimos tiempos han
demostrado más cerebro y temple que los americanos y todos sus aliados. Los
rusos no se meten en asuntos que no son de su incumbencia y tampoco ponen
objeciones a que dos se maten si es ése su gusto. Que haya sido su propia
crisis interna la que ha propiciado este comportamiento tan sensato y tan distinto de la vieja época es más que
probable, pero no seré yo quién por ello les quite el mérito que les
corresponde.
- - En
octavo lugar, coloca a Estados Unidos en un lugar inferior al que normalmente
acostumbra. Ahora es Europa la que toma las riendas de la crisis e insta al Estado más poderoso del globo terráqueo a que asuma su
responsabilidad por la explosión de la crisis y los refugiados que ha generado.
Señor de Maizière, con todos mis respetos, no se
precipite nunca a la hora de culpar a una persona como la señora Merkel del
desorden que reina en un hogar. A veces, antes de ordenar un cajón se hace
preciso sacar todo lo que había dentro.
A medida que nos adentramos en las aguas profundas, las variables se hacen cada vez más
complejas. En los Ministerios convendría contratar físicos teóricos y juristas
antes que politólogos, sociólogos, economistas y similares, que tienen grandes
ideas pero poca práctica en el trabajo con un número infinito de posibilidades.
Si los físicos y los juristas tienen éxito, nos libraremos del fascismo que ya deja oir sus trompetas.
En caso contrario...
En caso contrario, espero poder contemplar y escuchar el revoloteo de las alas de un hada, de mi hada, antes de morir.
La bruja ciega.
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