El espectador desayuna con ánimo sereno y relajado y con paso
tranquilo y confiado se dirige al sillón que como de costumbre le espera delante de la televisión.
Al sentarse exhala el suspiro de satisfacción propio de los que acaban de deshacerse
de un pesado problema. No es para menos. Nuevamente ha sobrevivido a otro de
los últimamente más que profetizados “fin del mundo”. “Más que profetizados” porque
hoy en día los apocalipsis no sólo se anuncian: se escenifican. Por lo que parece,
debe resultar una actividad sumamente rentable o, al menos, sumamente
divertida. De un tiempo a esta parte sufrimos una imparable inflación de tales
eventos.
Sí. El espectador ha sobrevivido al último cataclismo que, según había
quedado probado y demostrado científicamente, se avecinaba sin remedio. No es
de extrañar, por tanto, que suspire aliviado. El espectador se acomoda en el
regazo de su sillón, coge el mando y enciende la televisión. Un programa sobre
la empresa de automóviles VW. “Pobres”, piensa, “a ellos el meteorito les ha
caído de pleno.” “¿Cómo es que no han tomado medidas preventivas para la
ocasión?”, farfulla apenado.“¿Eran éstos los problemas que ocultaban las
rencillas familiares de los jefes familiares el pasado año? ¿Es que tal vez se
trate de una conspiración contra Alemania, contra la reina mundial de la
exportación de coches? ¿Fue ése, quizás, el motivo que impulsó a Putin a levantar
su propia industria automovilística y el precio que ha exigido de los Estados
Unidos para colaborar en la lucha contra el IS? ¿Es una contrasanción rusa
encubierta? ¿O forma parte más bien de la estrategia de la guerra oculta que los Estados Unidos llevan a cabo contra Europa? En cualquier caso ¿cómo es
posible que una empresa haya decidido hacer algo así sabiendo cómo todos
sabemos que en Estados Unidos uno de los juegos favoritos y que más se practican es “la
denuncia del consumidor? ¿Por qué los responsables actuaron así? ¿Es que el
resto de las empresas también lo hacen? ¿Acaso pretenden animar a que los compradores adquieran
los coches eléctricos?” Al espectador pensar en un asunto
que no puede resolver le produce terribles dolores de cabeza; es mejor que lo deje. Zapea y aterriza en un canal que retransmite la visita
del Papa Francisco a los Estados Unidos. “¿Es ésa la razón por la que el Papa
Francisco ha preferido un coche Fiat a una limousine?”, se pregunta. A decir
verdad, la actitud del Papa le asombra tanto como el meteorito caído sobre VW.
Le recuerda a una moda que imperó entre los millonarios alemanes hará unos
veinte años. Consistía en llevar abrigos que ocultaban la piel de foca, de
zorro o de astracan por dentro, como si de un forro se tratara. El espectador
nunca supo determinar si era por moda, por miedo a las asociaciones de la
defensa de los animales o, simplemente, llevados por el deseo de ocultar su
riqueza. Los millonarios suelen ser tan excéntricos...., se dice el espectador
sin entusiasmo y se acuerda de su amigo Willy. Su amigo Willy trabajaba de
mayordomo para una de esas fortunas cuya existencia resulta desconocida para el
gran público. Pues bien: el propietario de aquélla mansión y de aquél imperio
que no cesaba de crecer. no se cansaba de repetir al mayordomo Willy los grandes problemas financieros que le
acuciaban. Aquel millonario iba siempre mal vestido, no tenía más que un viejo
coche en el garage y Willy no tuvo más remedio que vestir y vivir todavía más
pobremente que su jefe, por aquéllo del rango, sin ni siquiera atreverse a
solicitar un aumento de sueldo.. La desconfianza entre los compañeros cuando
alguno de ellos adquiría algo nuevo no tardó en expandirse y cada uno sacaba
cuentas al otro de sus gastos... Nada agradable para Willy, piensa el
espectador. Nada agradable, repite. Willy terminó apostado en las esquinas
pidiendo limosna: su salario se había estancado a niveles tan bajos que no le
llegaba a final del mes. “Sí.” –se dice el espectador-“Posiblemente las
intenciones del Papa Francisco sean buenas. Pero la buena voluntad no siempre
es efectiva.” El espectador está convencido de que el Papa trata de predicar
con el ejemplo e insta a los millonarios a que no hagan alarde de su fortuna. “¿Pero
de qué sirve que los hombres de dinero se disfracen de pobres – se pregunta
descorazonado el espectador- si sus arcas siguen llenas y las mías vacías? Y en
cuanto a la donación de limosnas, el rico siempre puede y el pobre nunca. Y la
Iglesia siempre da, pero da de lo que le dan los otros. En este sentido, a
recaudadora no le gana nadie y el problema es que en estos momentos no sólo hay
inflación de apocalipsis, también hay inflación de recaudadores.” El espectador
ha decidido que hay discursos en los que uno no debe acceder a entrar. La
virtud cristiana del olvido – ya sea del
olvido de uno mismo como del olvido del dinero que tanto esfuerzo cuesta ganar-
conduce, como la experiencia le ha demostrado una y otra vez- a la esclavitud
sin remedio.
El espectador vuelve a zapear desganado y tropieza nuevamente con un
reportaje sobre VW. El espectador mueve la cabeza consternado. Sigue sin comprender nada. ¿Cómo entender el
apocalipsis? ¡Pobre! Con lo enferma que está la industria del automóvil y
encima va y le cae este meteorito a la cabeza... Bueno, sonríe el espectador, más
que un meteorito es un gol en la propia portería. Sin embargo su rostro no
tarda en nublarse: esta catástrofe –de eso no le cabe la menor duda- augura
nuevos despidos, recortes y reestructuraciones. No va a ser un otoño tranquilo,
piensa. Los húngaros acaban de estrechar la mano a los turcos para proseguir la
política de vallados de Europa y algunos políticos de la rancia europa
occidental están total y absolutamente de acuerdo con ellos. Al espectador le
da vueltas la cabeza siempre que piensa en estos temas. En España se presenta
épocas de elecciones. Todos quieren ganar las elecciones. Lástima que ese “querer
ganar las elecciones” vaya acompañado de un murmullo apenas inteligible pero
palpable en la atmósfera que viene a decir “al precio que sea”. Lástima también
que ese “al precio que sea” hayan de pagarlo los propios esquemas
político-ideológicos, que quedan aplastados por el peso de la política-ideológica
real. O sea: “la de ganar... al precio que sea.” Lástima que los partidos
políticos estén más pendientes de las posibles alianzas que del contenido de
sus programas. El espectador decide apostar por los programas de espectáculo y
zapea hasta llegar a un docu-reality. El espectador no puede evitar un gesto de
desagrado. Cada día le molesta más ver gente cómo él contando sus vidas a todo
el mundo y viviendo sus desgracias en público. Pero qué otra cosa puede
hacer....
Ésos, al menos, no le molestan con sus comentarios malignos y maliciosos y
le dejan en paz. El espectador cree firmemente que criticar a los políticos no
es justo. Los políticos forman parte de la sociedad en la que viven. Si el
objetivo actual es ganar sea cómo sea es porque en el panorama actual lo que
cuenta son las audiencias. Fuenteovejuna sigue la misma práctica. Da igual lo
que diga y lo que haga: simplemente se trata de argumentarlo bien, de usar las
medias verdades, los giros lingüísticos, las palabras vacías y sin contenido
que, sin embargo, sugieren más de lo que dicen porque no se dirigen a la razón
sino a las emociones y a las correlaciones psicológicas. En definitiva: todo
aquéllo que sea necesario para triunfar. Ni Dios ni alma, ni honor. Sólo
victoria o muerte. Si los políticos utilizan las asociaciones psicológicas
aptas para la masa: canciones con un determinado contenido, expresiones con un
determinado término, gestos con un determinado matiz... Fuenteovejuna hace lo
mismo, pero en privado. No es de extrañar que el número de disputas aumenten
incluso en el seno de las familias. Las familias ya no quieren ser familias.
Quieren ser clanes. Tres factores lo han propiciado. Uno ha sido la crisis
económica; otro, la “familia remiendo”; el tercero, la falta de confianza del individuo en sus propias fuerzas, el sentimiento de impotencia ante el mundo gigantesco y despiadado que se abre ante él y que se ha hecho más gigantesco y más despiadado a medida que desaparecían las formas y cada uno se cree no sólo con el derecho sino también con la obligación de decir en cada momento y en cada lugar lo que piensa y sobre todo, lo que piensa del otro. De este modo, el clan le ofrece, aunque sea en apariencia, el resguardo y la protección que cree necesaria para sobrevivir No obstante, cómo todos sabemos, en el clan uno
manda y los otros obedecen pero unos más que otros porque su funcionamiento se
basa en estructuras jerárquicas y bien jerárquicas. Y el que no está conforme, o
se va o le echan. En cualquier caso el que se aleja pasa a ser considerado un traidor por el
resto del clan.
Al hombre bueno, y el espectador es un hombre bueno, no le queda más
resguardo que la soledad de su habitación frente al televisor.
Eso, piensa el espectador resignado, ya es mucho.
Eso y el haber sobrevivido a más de un cataclismo.
El espectador dormita feliz en su sillón.
No tiene clan.
Tampoco lo necesita.
La bruja ciega.
No comments:
Post a Comment