Tracking-ID UA-44975965-7

Wednesday, September 23, 2015

La caída del meteorito.

El espectador desayuna con ánimo sereno y relajado y con paso tranquilo y confiado se dirige al sillón que como de costumbre le espera delante de la televisión. Al sentarse exhala el suspiro de satisfacción propio de los que acaban de deshacerse de un pesado problema. No es para menos. Nuevamente ha sobrevivido a otro de los últimamente más que profetizados “fin del mundo”. “Más que profetizados” porque hoy en día los apocalipsis no sólo se anuncian: se escenifican. Por lo que parece, debe resultar una actividad sumamente rentable o, al menos, sumamente divertida. De un tiempo a esta parte sufrimos una imparable inflación de tales eventos.

Sí. El espectador ha sobrevivido al último cataclismo que, según había quedado probado y demostrado científicamente, se avecinaba sin remedio. No es de extrañar, por tanto, que suspire aliviado. El espectador se acomoda en el regazo de su sillón, coge el mando y enciende la televisión. Un programa sobre la empresa de automóviles VW. “Pobres”, piensa, “a ellos el meteorito les ha caído de pleno.” “¿Cómo es que no han tomado medidas preventivas para la ocasión?”, farfulla apenado.“¿Eran éstos los problemas que ocultaban las rencillas familiares de los jefes familiares el pasado año? ¿Es que tal vez se trate de una conspiración contra Alemania, contra la reina mundial de la exportación de coches? ¿Fue ése, quizás, el motivo que impulsó a Putin a levantar su propia industria automovilística y el precio que ha exigido de los Estados Unidos para colaborar en la lucha contra el IS? ¿Es una contrasanción rusa encubierta? ¿O forma parte más bien de la estrategia de la guerra oculta que los Estados Unidos llevan a cabo contra Europa? En cualquier caso ¿cómo es posible que una empresa haya decidido hacer algo así sabiendo cómo todos sabemos que en Estados Unidos uno de los juegos favoritos y que más se practican es “la denuncia del consumidor? ¿Por qué los responsables actuaron así? ¿Es que el resto de las empresas también lo hacen? ¿Acaso pretenden animar a que los compradores adquieran los coches eléctricos?” Al espectador pensar en un asunto que no puede resolver le produce terribles dolores de cabeza; es mejor que lo deje. Zapea y aterriza en un canal que retransmite la visita del Papa Francisco a los Estados Unidos. “¿Es ésa la razón por la que el Papa Francisco ha preferido un coche Fiat a una limousine?”, se pregunta. A decir verdad, la actitud del Papa le asombra tanto como el meteorito caído sobre VW. Le recuerda a una moda que imperó entre los millonarios alemanes hará unos veinte años. Consistía en llevar abrigos que ocultaban la piel de foca, de zorro o de astracan por dentro, como si de un forro se tratara. El espectador nunca supo determinar si era por moda, por miedo a las asociaciones de la defensa de los animales o, simplemente, llevados por el deseo de ocultar su riqueza. Los millonarios suelen ser tan excéntricos...., se dice el espectador sin entusiasmo y se acuerda de su amigo Willy. Su amigo Willy trabajaba de mayordomo para una de esas fortunas cuya existencia resulta desconocida para el gran público. Pues bien: el propietario de aquélla mansión y de aquél imperio que no cesaba de crecer. no se cansaba de repetir al mayordomo  Willy los grandes problemas financieros que le acuciaban. Aquel millonario iba siempre mal vestido, no tenía más que un viejo coche en el garage y Willy no tuvo más remedio que vestir y vivir todavía más pobremente que su jefe, por aquéllo del rango, sin ni siquiera atreverse a solicitar un aumento de sueldo.. La desconfianza entre los compañeros cuando alguno de ellos adquiría algo nuevo no tardó en expandirse y cada uno sacaba cuentas al otro de sus gastos... Nada agradable para Willy, piensa el espectador. Nada agradable, repite. Willy terminó apostado en las esquinas pidiendo limosna: su salario se había estancado a niveles tan bajos que no le llegaba a final del mes. “Sí.” –se dice el espectador-“Posiblemente las intenciones del Papa Francisco sean buenas. Pero la buena voluntad no siempre es efectiva.” El espectador está convencido de que el Papa trata de predicar con el ejemplo e insta a los millonarios a que no hagan alarde de su fortuna. “¿Pero de qué sirve que los hombres de dinero se disfracen de pobres – se pregunta descorazonado el espectador- si sus arcas siguen llenas y las mías vacías? Y en cuanto a la donación de limosnas, el rico siempre puede y el pobre nunca. Y la Iglesia siempre da, pero da de lo que le dan los otros. En este sentido, a recaudadora no le gana nadie y el problema es que en estos momentos no sólo hay inflación de apocalipsis, también hay inflación de recaudadores.” El espectador ha decidido que hay discursos en los que uno no debe acceder a entrar. La virtud cristiana  del olvido – ya sea del olvido de uno mismo como del olvido del dinero que tanto esfuerzo cuesta ganar- conduce, como la experiencia le ha demostrado una y otra vez- a la esclavitud sin remedio.

El espectador vuelve a zapear desganado y tropieza nuevamente con un reportaje sobre VW. El espectador mueve la cabeza consternado.  Sigue sin comprender nada. ¿Cómo entender el apocalipsis? ¡Pobre! Con lo enferma que está la industria del automóvil y encima va y le cae este meteorito a la cabeza... Bueno, sonríe el espectador, más que un meteorito es un gol en la propia portería. Sin embargo su rostro no tarda en nublarse: esta catástrofe –de eso no le cabe la menor duda- augura nuevos despidos, recortes y reestructuraciones. No va a ser un otoño tranquilo, piensa. Los húngaros acaban de estrechar la mano a los turcos para proseguir la política de vallados de Europa y algunos políticos de la rancia europa occidental están total y absolutamente de acuerdo con ellos. Al espectador le da vueltas la cabeza siempre que piensa en estos temas. En España se presenta épocas de elecciones. Todos quieren ganar las elecciones. Lástima que ese “querer ganar las elecciones” vaya acompañado de un murmullo apenas inteligible pero palpable en la atmósfera que viene a decir “al precio que sea”. Lástima también que ese “al precio que sea” hayan de pagarlo los propios esquemas político-ideológicos, que quedan aplastados por el peso de la política-ideológica real. O sea: “la de ganar... al precio que sea.” Lástima que los partidos políticos estén más pendientes de las posibles alianzas que del contenido de sus programas. El espectador decide apostar por los programas de espectáculo y zapea hasta llegar a un docu-reality. El espectador no puede evitar un gesto de desagrado. Cada día le molesta más ver gente cómo él contando sus vidas a todo el mundo y viviendo sus desgracias en público. Pero qué otra cosa puede hacer....

Ésos, al menos, no le molestan con sus comentarios malignos y maliciosos y le dejan en paz. El espectador cree firmemente que criticar a los políticos no es justo. Los políticos forman parte de la sociedad en la que viven. Si el objetivo actual es ganar sea cómo sea es porque en el panorama actual lo que cuenta son las audiencias. Fuenteovejuna sigue la misma práctica. Da igual lo que diga y lo que haga: simplemente se trata de argumentarlo bien, de usar las medias verdades, los giros lingüísticos, las palabras vacías y sin contenido que, sin embargo, sugieren más de lo que dicen porque no se dirigen a la razón sino a las emociones y a las correlaciones psicológicas. En definitiva: todo aquéllo que sea necesario para triunfar. Ni Dios ni alma, ni honor. Sólo victoria o muerte. Si los políticos utilizan las asociaciones psicológicas aptas para la masa: canciones con un determinado contenido, expresiones con un determinado término, gestos con un determinado matiz... Fuenteovejuna hace lo mismo, pero en privado. No es de extrañar que el número de disputas aumenten incluso en el seno de las familias. Las familias ya no quieren ser familias. Quieren ser clanes. Tres factores lo han propiciado. Uno ha sido la crisis económica; otro, la “familia remiendo”; el tercero, la falta de confianza del individuo en sus propias fuerzas, el sentimiento de impotencia ante el mundo gigantesco y despiadado que se abre ante él y que se ha hecho más gigantesco y más despiadado a medida que desaparecían las formas y cada uno se cree no sólo con el derecho sino también con la obligación de decir en cada momento y en cada lugar  lo que piensa y sobre todo, lo que piensa del otro. De este modo, el clan le ofrece, aunque sea en apariencia, el  resguardo y la protección que cree necesaria para sobrevivir No obstante, cómo todos sabemos, en el clan uno manda y los otros obedecen pero unos más que otros porque su funcionamiento se basa en estructuras jerárquicas y bien jerárquicas. Y el que no está conforme, o se va o le echan. En cualquier caso el que se aleja pasa a ser considerado un traidor por el resto del clan.

Al hombre bueno, y el espectador es un hombre bueno, no le queda más resguardo que la soledad de su habitación frente al televisor.

Eso, piensa el espectador resignado, ya es mucho.

Eso y el haber sobrevivido a más de un cataclismo.

El espectador dormita feliz en su sillón.

No tiene clan.

Tampoco lo necesita.


La bruja ciega.

No comments:

Post a Comment