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Sunday, January 3, 2016

La crisis de la información

Es generalizada la opinión que afirma que los medios de comunicación están en crisis. La discrepancia sin embargo aparece en cuanto se intentan precisar las causas que la motivan. Para unos, se debe a la falta de independencia; para otros, el exceso de noticias que asedia a los lectores impide a éstos deslindar lo importante de lo superficial. Algunos están convencidos de que los problemas han de remitirse al deseo de enriquecimiento de los propietarios de las cadenas informativas que exige, para ser satisfecho, conseguir más lectores y más espectadores. La forma más fácil de lograrlo es ocuparse de temas cada vez más baladís y populistas. No falta quienes creen que el escollo al que han de hacer frente los medios de información es consecuencia de la crisis cultural y de valores en la que se encuentra la sociedad misma y que obliga a convertir en grandes titulares las noticias más triviales. Y no faltan, por último, voces que aseguran que los medios de comunicación se dedican a la exposición de los temas más frívolos para educar a la sociedad en la estulticia de modo que sea más fácil dirigirla y controlarla.

Lo que hasta el momento se ha pasado por alto es un aspecto que a mi entender resulta crucial: el de que el auge de los medios de comunicación coincide en el tiempo con dos fenómenos que en realidad son la cara y reverso de una misma moneda: la decadencia de las humanidades y el esplendor de la ciencia. Por más que muchos se empeñen en afirmar y demostrar la interrelación y complicidad que ha existido entre las humanidades y el periodismo, en cualquiera de sus vertientes, lo cierto es que conforme las humanidades más se sumergían en su decrepitud mayor fue la sumisión y la dependencia a la que hubieron de someterse con respecto a la prensa escrita primero y a los subsiguientes medios de comunicación surgidos gracias al desarrollo de la técnica y de la ciencia, después. Los grandes novelistas se vieron obligados para procurar su subsistencia publicar en los periódicos de la época y escribir un folletín detrás de otro. Los dramaturgos veían cómo sus obras alcanzaban el éxito o el fracaso según fueran las críticas de los diferentes rotativos e incluso los ensayistas de la época  habían de divulgar sus ideas en las páginas de las gacetas para que estas fueran conocidas más allá de las aulas universitarias o de los salones intelectuales. Hoy en día los libros más vendidos son también los libros previamente más anunciados y los pensadores más reconocidos aquéllos cuyas caras más se dejan ver en la televisión.

El hombre atiende a aquéllo que da cuenta del mundo, de su mundo, al tiempo que busca una explicación del mundo en general. Esta diversificación de los fines es la que, de alguna manera, podría servir para explicar la diferenciación entre información y conocimiento. 

El individuo quiere saber cuáles son los últimos sucesos acontecidos en su entorno, cuáles son los dires y diretes, qué proyectos se están llevando a cabo y cuáles se pretenden iniciar. Este interés por las noticias y la información no obedece a un simple capricho o pasatiempo. Al contrario: resulta imprescindible para la supervivencia. Saber que un determinado médico se ha peleado con su prima, por ejemplo, es de vital importancia a la hora de obviar el nombre de esa prima y todo lo que con ella tenga que ver cuando se está dentro de la consulta de ese médico. El desconocimiento de esta información tan banal, en principio, puede tener funestas consecuencias. Puede pasarle, por ejemplo, lo que le pasó a una amiga mía, que si el médico es odontólogo, lime los dientes a la paciente hasta tal punto que ésta pierda una parte de la paleta central poco después. Pedir daños y perjuicios resulta siempre costoso en tiempo y dinero y en cualquier caso la necesidad de una funda dental no la evita nadie. Conocer que alguien está proyectando construir un hospital a las afueras de una ciudad significa que los propietarios de tierras agrícolas pueden verlas recalificadas como terreno urbano lo que implica una revaloración de las mismas. Saber que alguien está pensando en abrir un restaurante lleva a pensar en creación de empleo y prosperidad, mientras que enterarse de que el alcalde del municipio está vendiendo todas sus propiedades levanta la sospecha entre los ciudadanos de que algo marcha mal, ya sea la salud del alcalde o la del pueblo. En definitiva: “Información es Poder o, al menos, defensa”. 

Pese a todo, el conocimiento de los hechos termina resultando insuficiente porque la mayoría de los seres humanos pretenden encontrar una explicación global al mundo en el que viven. Esta explicación global que conecta lo que al principio aparecen como simples hechos dispersos, es lo que se llama saber. Hubo un tiempo en el que los mitos y la magia se revistieron de ciencia y explicaron el mundo; un tiempo en el que lo hizo la ciencia tras el velo de la superstición; y un tiempo, el nuestro, en el que a la ciencia le fue posible hacerlo sin la capa de la magia. En todo ese proceso, las humanidades tomaron unas veces el aspecto de magia y sueño y otros el de ciencia. Lo que llamamos humanidades es, en realidad, el relato con palabras de la historia del ser humano. De ahí que al ámbito de las humanidades pertenezcan los relatos de ficción tanto como los ensayos. De ahí también que mucho de lo que hoy en día se llaman obras científicas populistas puedan ser integradas dentro de las ramas de las humanidades, igual que se ha hecho con la filosofía, la sociología e incluso la antropología a pesar de las consabidas protestas de todos estos estudios.

Las humanidades pierden su lugar en la sociedad a medida que se conforman con simplemente informar, esto es: a únicamente dar cuenta de lo que sucede en el mundo y se ven incapaces de explicar el mundo, o lo que es lo mismo: de explicar la existencia en su totalidad. La ciencia pierde su carácter de conocimiento no sólo, como muchos aseguran, porque es sustituida por la técnica sino porque se populiza sin que ello signifique un conocimiento más profundo de la misma por parte del gran público. Se leen libros de ciencia como se leen novelas. Se repiten los conceptos científicos recién leídos del mismo modo en que se relata el argumento de la última novela. Con la única diferencia de que una novela narra una vivencia y una obra científica es, o debiera ser, el resultado de largos años de estudio. Un escritor puede publicar seis novelas al año, cosa que difícilmente puede hacer un científico que se precie de serlo. El problema es que las universidades exigen a los científicos el mismo número de publicaciones que a los escritores, si no más. Antes de que una determinada editorial haya popularizado o vulgarizado el contenido de un estudio científico, la universidad se ha encargado previamente de popularizar o vulgarizar el trabajo mismo del científico. Ni la ciencia ni las humanidades pueden explicar en qué consiste el mundo porque tanto las humanidades como las ciencias se ven limitadas y constreñidas a dar únicamente cuenta de ese mundo, o sea: a presentar hechos aislados y y concentrarse en ellos. Las humanidades y la ciencia han abandonado su pretensión de ser explicación final, saber universal, para convertirse por un lado en meros presentadores de hechos aislados que pueden ser utilizados como temas en las conversaciones de café con aspiraciones intelectuales, los famosos “small talks” y por otro, en especialistas; esto es: poseedores de títulos con los que encontrar un puesto de trabajo.
Es por ello por lo que a medida que las humanidades y las ciencias se ven incapacitadas para responder a las preguntas que se le formulan por el sentido del mundo en su totalidad y únicamente exponen hechos y fenómenos aislados van siendo sustituidas por los medios de comunicación en el espacio que hasta entonces ocupaban. 

A partir de ese momento, los medios de comunicación se erigen en los reyes absolutos tanto del conocimiento como de la justicia que decide lo que es importante saber y conocer y lo que resulta irrelevante para el sujeto. En primer lugar porque son ellos a los que tradicionalmente ha correspondido la tarea de ser los indagadores de noticias, los perseguidores de las novedades más relevantes para la comunidad y la sociedad en la que ese rotativo aparece. Así pues, ellos, los medios de comunicación, deciden qué es lo trascendental y qué es lo inútil;  ello incluye tanto los últimos acontecimientos como los libros más importantes, los ensayos más notables. 
Los medios de comunicación han dejado de ser meros cronistas de la sociedad para ser los que determinan y juzgan qué debe conocer Fuenteovejuna y qué debe ignorar. 
Y lo que Fuenteovejuna debe conocer es siempre más insustancial, más fácil, más rápido... El tiempo, la falta de tiempo, lo exige. Fuenteovejuna necesita noticias varias veces al día, noticias con las que ser más divertida, más inteligente, más guaa, más elegante. “Información es Poder, o al menos defensa.” Información, hoy como ayer, sigue sin ser saber. Pero ¿quién tiene tiempo para saber, para concentrarse en el largo, duro, difícil y solitario camino del saber? ¿quién tiene tiempo para dedicarse al conocimiento y encontrar al mismo tiempo una fuente de ingresos que sirva para sustentarle? ¿Quién tiene una fuente de ingresos que sirva para sustentarle y dedica sus energías y su tiempo a algo tan pueril y etéreo como es el conocimiento y el saber auténtico? ¿Quién disponiendo de medios económicos se encierra en una habitación a dedicar su tiempo a eso que llaman el conocimiento para terminar siendo menos divertido, menos guapo e incluso menos ocurrente e intelectual que esos que leen los libros más vendidos, los blogs de moda y de opinión más famosos, los consejos de psicología más divulgados...? ¿Quién? Ni siquiera los hipsters, ni siquiera los frikies. Ellos, se llamen como se llamen, dedican sus energías a estar en el mundo, no a estar en el conocimiento. ¿Quién tiene tiempo para el conocimiento en un mundo global como el nuestro en el que las noticias se suceden unas a otras con una rapidez inusitada sobre todo porque cualquier inundación que acontezca en el otro lado del planeta es digno de ser compartido por los periódicos, por las redes sociales, por los satélites, por la telegrafía sin cables del planeta? ¿Quién tiene tiempo para aprender, conocer, fracasar, filtrar, escribir, tirar hojas de papel, cavilar, aprender, aprender, aprender, memorizar, olvidar, aprender, encontrar a otros que también se dediquen a aprender, a cavilar, a analizar, a pensar, a conversar sin jugar a juegos de poder o al small talk? ¿Quién tiene tiempo de detener un universo que gira, un planeta que gira, un continente, un país, una habitación que gira, una mesa que gira? ¿Quién tiene tiempo? ¿Quién desea retirarse al campo sin aparecer en ningún blog, sin participar en ninguna red social, sin otra preocupación que no sea su propio campo?

Y sí, ya sé que el tranquilo Jorge me dirá tranquilamente que eso no es posible. Ni sano ni posible, dirá tranquilamente. Vivimos en un mundo global, Isabel, seguirá tranquilamente diciendo. Lo que uno plante en su campo está íntimamente unido con lo que sucede en el resto del planeta. Imagínate que de repente le caiga un meteorito en medio de la plantación, o que haya una mala cosecha de patatas en el primer productor del mundo de patatas, o qué se yo... Nadie puede mantenerse desinformado, ni los accionistas ni los campesinos. La información no es saber, pero el Poder que ofrece es sumamente valiosa. Eso sé que dirá el tranquilo Jorge sin subir ni bajar el tono de voz, manteniendo el tono rítmico y fluido que siempre le ha caracterizado y que tantas victorias dialécticas le ha proporcionado salvo, quizás, conmigo. Porque Jorge se equivoca, se equivoca pese a su discurso racional; se equivoca justo porque su discurso es racional.

La información es Poder, o al menos defensa, cuando la información es objetiva y diversificada. Diversificada no sólo en el contenido sino también en lo que a su origen se refiere. La información hoy no es variada ni en lo uno ni en lo otro. Y ello porque la mayoría de los rotativos, por no decir todos, buscan sus fuentes en las dos o tres agencias de información que existen. La gran parte de los periódicos no disponen de medios económicos para enviar a sus propios trabajadores. Y en lo que a las agencias de información se refieren muchas de ellas, dependen, claro, de la calidad profesional de sus enviados pero, sobre todo, de la apertura informativa de los países a los que van destinados. La mayoría de los países consideran “confidencial” todo, salvo lo publicado que ha visto la luz, lo sepa o no lo sepa Fuenteovejuna, con aquiescencia de los poderes correspondientes. Los escándalos de corrupción han de ser tomados como un ajuste de cuentas entre diversos estamentos, como una lucha por el poder o como un cambio en las fuerzas políticas influyentes. La salida a la luz de la verdad es costosa y complicada sobre todo porque la pregunta de Jesús “¿Qué es la verdad?”, todavía no ha sido contestada. Si a los periodistas de un país, con contactos que nacen desde los tiempos de la universidad e incluso antes, les resulta poco menos que imposible conseguir datos fiables y fidedignos imagínense ustedes lo poco que pueden conseguir los flamantes corresponsales de las agencias de información. Muchos de ellos se limitan a leer la prensa del país, otros husmean por aquí y por allá convirtiendo sus vacaciones en viajes de trabajo, algunos intentan recabar información en las conversaciones de las recepciones de empresas y embajadas. No es una crítica a su trabajo.  Lo que trato, sobre todo, es constatar lo difícil que resulta hoy en día reunir una información válida, fiable y objetiva.
Al final las noticias que esos "enviados" cursan a sus periódicos son las mismas que el país de origen ya conoce. Lo que varia es el enfoque y la valoración.Y ahí, precisamente ahí, empiezan los problemas. Porque esa valoración que es subjetiva se convierte en objetiva por obra y gracia del periódico. La noticia no aparece dividida en hecho y estimación personal e individual, sujeta a los prejuicios del redactor,  sino que es un hecho juzgado como si este juicio fuera de universal validez y generalización global. No es que el periodista disponga o no de independencia individual, es que sus argumentos son considerados por los lectores como generalmente válidos. Y han de serlo no porque los lectores sean estúpidos sino porque los lectores sólo disponen de la información que se les da, que es la misma en todos los periódicos no sólo de su país, sino de los extranjeros.

El lector asiste así a una avalancha de noticias en los periódicos que únicamente difieren los unos de los otros en función de la importancia que les dan a esas noticias. Así para unos, lo trascendental es que el Real Madrid ha perdido la liga y para otros que el Barcelona es quien se ha impuesto. Para unos lo fundamental es que Rajoy ha conseguido la mayoría de votos en las elecciones y para otros que esta mayoría no ha sido absoluta. Unos se centran en la cantidad de refugiados-emigrantes que llegan a Alemania y que sobrepasan el millón en un año y otros, en cambio, prefieren atender al incremento de asaltos a los refugios. Las noticias siguen siendo las mismas. Los enfoques cambian, poco importa que se deba a la opinión independiente del periodista o a la línea marcada por el rotativo. En cualquier caso cada enfoque es tomado en sí mismo como absoluto, de modo que al lector no le queda más remedio que optar entre un absoluto u otro. Es así como empieza lo que unos denominan debate y otros cisma o desmembramiento social. En cualquier caso, los hechos que conocemos del mundo, de cualquier parte del mundo, son, se mire por dónde se mire, siempre los mismos y los enfoques –sean del tipo que sean- no logran superar al hecho. La casuística se impone. Por eso se puede imponer también Fuenteovejuna como poder absoluto: porque Fuenteovejuna ha aprendido de la prensa que el enfoque es siempre una opinión no sometida a otra cosa que a la propia visión. Fuenteovejuna puede lanzar a diestro y siniestro sus juicios de valor y convertirlos en juicios absolutos. Fuenteovejuna es jueza absoluta igual que lo son los medios de comunicación, de ahí que su alianza sea una alianza indestructible. Los medios de comunicación dicen a Fuenteovejuna lo que ésta quiere oir y ésta, a su vez, convierte a los medios de comunicación no en el cuarto Poder sino en el Primer y Absoluto Poder.

Entonces ¿por qué esa profunda y terrible crisis en la que los medios de comunicación están sumidos y de la que no parece probable que vayan a salir en mucho tiempo?
Las causas son variadas. Posiblemente todas las que enumerábamos al principio del artículo contengan parte de verdad. Sin embargo, la razón más importante se debe a que el alud de noticias en el que estamos inmersos y el alud de opiniones que nos arrolla cada día dan cuenta del mundo pero no lo explican en su totalidad. Las humanidades y la ciencia han fracaso y los medios de comunicación tampoco lo han logrado. De los instrumentos ilustrados pues, poco queda. La crisis de todas ellas expresa algo profundamente terrible: la disociación entre información y saber, entre hombre individual y conocimiento total y final; entre casuística y axioma. Falta lo que ya los griegos buscaban: encontrar la Unidad en la Pluralidad.

Una grieta que para unos es desgarramiento anímico y para otros simple separación física. Tender un puente entre ambos espacios resulta al día de hoy difícil, por no decir imposible y no es de extrañar que en el próximo tiempo la distancia siga creciendo y la posibilidad de una conexión cada vez más complicada. Las consecuencias de esta escisión entre individuo y conocimiento, entre información y saber, variarán de carácter a carácter y de situación a situación. Sin que el peligro de malentendidos y malinterpretaciones desaparezca, dos serán las respuestas más comunes: indiferencia y búsqueda. Una búsqueda que unas veces pretenderá alcanzar la unidad entre ambos estamentos utilizando  instrumentos racionales como juicio crítico y análisis exhaustivo basado en el conocimiento y no en la simple información, otras preferirá utilizar instrumentos irracionales, ya sean tradicionales, como la magia, o nuevos como el la realidad virtual, caracterizada por combinar términos racionales “realidad” con irracionales: “virtual” y en ocasiones se dirigirá a la búsqueda de la respuesta religiosa.

El hombre que hoy en día abre un periódico se siente cada vez más insatisfecho. En primer lugar porque el periódico, al igual que mi amigo el espectador, se sumerge en problemas de mundos lejanos y desconocidos; mundos que tal vez haya visitado como turista y todos sabemos lo que significa hoy en día ser turista. El individuo no tiene ni idea de cómo puede afectar un terremoto en el otro extremo del mundo en la marcha de la empresa en la que él trabaja y cuya pervivencia peligra con o sin terremoto; tampoco comprende por qué puede afectarle que unas mujeres chinas hayan arrastrado desnuda por la calle a la amante del marido de una de ellas o que una alcaldesa de un pueblo de Méjico haya muerto después de unos pocos días en su cargo debido a los conflictos con la mafia de la droga. Terrible la muerte de una mujer, terrible el mundo de las drogas, terrible que el propio país no sea capaz de resolverlo. Más allá de ese terrible no hay más que el small talk: “¡Pepe, lo mismo de siempre! Chicos, ¿os habéis enterado que le ha pasado a una alcaldesa mejicana?”
Cínico: puede ser. Pero no por ello menos real.

El mundo es global pero el hombre no es global. El hombre es contingente y no busca la globalidad  -al menos no sólo eso- sino la eternidad, el Absoluto. Y ese Absoluto es justamente el que le han negado las Humanidades, primero; la Ciencia, después y ahora le niegan los medios de comunicación. El hombre es un ser limitado que busca el infinito: respuestas totales y completas a su mundo. Jorge me dirá que la búsqueda del Absoluto es un desperdicio de tiempo y energía que sólo conduce a la locura. Y sí, razón no le falta. No obstante, el hombre sigue empenado en encontrar un sentido, una línea que conecte y aúne los momentos aislados de su existencia. Quizás lo que busca el individuo no sea "el" Absoluto, pero en cualquier caso ansía conocer en qué consiste "su" absoluto.

El hombre actual está cansado de hechos y de fenómenos. Quiere lo que quieren los físicos: la totalidad y queriendo eso, la física se convierte en metafísica que para muchos es pura palabrería y para otros pura necesidad, sobre todo porque la metafísica es algo que el individuo termina siempre adaptando a sí mismo, cortándola y cosiéndola a su medida. El hombre actual busca en los hechos esa gota de agua que no sólo provoca un maremoto sino la gota que causa el maremoto y que es la que explica el maremoto de su vida, de su alma, de su existencia. El hombre abre el periódico y busca esa gota que conecta unos hechos con otros, que los dota de una unidad subyacente que nadie aprecia. La busca y por más que la busca, no la encuentra. Esta es la razón por la que las teorías de la conspiración han alcanzado la relevancia actual pero puesto que seguimos inmersos en el gobierno absoluto de la opinión individual cada lector puede alzarse ahora él mismo en un teórico de la conspiración.

Los medios de información han colaborado a que el hombre actual esté hoy más preso que nunca en su propia cotidianeidad, en su propia existencia. El mundo es global en lo que al comercio se refiere. En lo que al aspecto humano respecta seguimos en el proceso hegeliano del mundo. Ése que Nietzsche rechazó una y otra vez porque fue uno de los primeros en comprender que de ese proceso resultaba poco menos que imposible salir y que Huxley supo que en él sólo unos determinados individuos: los psicópatas, serían capaces de sobrevivir. Para ser justos con Hegel deberíamos admitir que no fue él el creador de ese proceso. Simplemente se dedicó a describirlo. Ese proceso en el cual, tal vez se llegue alguna vez al Absoluto pero lo cierto es que en su despliegue nosotros, cada uno de nosotros, se encuentra anclado en un punto del momento. En un punto que todavía no es Absoluto por más que se encuentre en el proceso. Somos meros puntos casuísticos y contingentes que nunca podrán ver el Absoluto por más que se encuentren encerrados en su desarrollo formándolo y conformándolo. Estamos en el Universo y no podemos verlo. Por no ver, no podemos ver ni a las estrellas. Esa es la angustia del hombre moderno. Esa, también es la causa que determina que estar informado frustre, más que satisfaga.

¿Conseguiremos salir alguna vez? Alguna vez, sí. Por el momento, lo dudo. El hombre puede escapar pero la libertad resulta una molesta elección. El hombre puede retirarse a un pequeño huerto pero la soledad es una compañera molesta cuando uno la encuentra en todas partes y a todas horas. Aquéllos que piden libertad, piden por lo común decir unos cuantos chistes verdes, ver un par de películas porno a la semana y viajar por aquí y por allá. Los libros interesantes, hoy como ayer, serán cosa de una minoría cada vez más minoría por desperdigada. El pensamiento es cosa de unos pocos que no se atreven a hablar porque en cuanto abran la boca serán descuartizados dialécticamente por la opinión popular que les preguntará enardecida cómo se atreven a afirmar lo que afirman, y que quién se creen ellos que son para pensar que su afirmación tiene más valor que la de los otros.

Si los ilustrados, ahora escondidos, no se atreven a recoger sus instrumentos racionales ilustrados para nuevamente reconquistar el poder que su cansancio, su holgazanería y su amor a su propia paz y tranquilidad les llevaron a perder, si permanecen en la oscuridad, alejados de todo y de todos, esperando señales que les indiquen que ha llegado el momento de salir, si los ilustrados, digo, prefieren recluirse en sus alcobas a la espera que todo haya acabado por la propia dinámica de origen, crecimiento, desarrollo y fin, lo más probable es que las tinieblas cubran los espacios por más tiempo del que ellos piensan. Y serán tinieblas oscuras y ensangrentadas. De eso no me cabe la menor duda.

¿Mi miedo? Que la Ilustración sea sustituida por la irracionalidad y la metafísica por la magia.

¿Mi esperanza? Que llegue a comprenderse que la Información es Poder y que el Saber es Fuerza.

La bruja ciega.


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