Hace tiempo que no escribo y soy consciente de que ni siquiera hoy debería
hacerlo, pero cumplir la promesa que le hice a Carlota apremia cada día más por
motivos que vengan o no vengan al caso, prefiero guardarme para mí. Eso, lo de
guardarse determinados temas para uno mismo, empieza a ser en los ambientes
fuenteovejunos cada vez más inusual. Allí la representación de las emociones,
el espectáculo de los sentimientos, la puesta en escena de libretos que muestran
las tensiones entre víctimas que son verdugos y verdugos que en realidad son
víctimas, están a la orden del día. Fuenteovejuna ha abandonado la taberna para
ir al teatro. Peor aún: Fuenteovejuna ha convertido su vida primero en una
taberna al estilo de “todo el que bebe conmigo es mi amigo”; luego la ha
transformado en el bar de “todo el que no paga una ronda es un enemigo”;
después la ha remodelado en un “tu cara no me gusta, tú no me gustas y por eso
te propino un puñetazo”. A continuación mesas y sillas volando por los aires
acompañadas de algún que otro cuerpo que ha salido disparado con ellas y mucho
ruido, mucha emoción, gritos, peleas y llantos, para terminar todos llorando.
Los que han pegado porque les duelen los puños y los que han sido apaleados
porque les duelen todos los huesos. Los de los puños dicen que ellos no se
acuerdan de nada pero que ver a los apaleados recordándoles los palos que han dado les produce un gran dolor y desconsuelo; no por los palos que les han
propinado a los apaleados sino por los reproches que los apaleados les están
haciendo a los que han apaleado, ellos –los apaleadores- que no se acuerdan de
nada... Al final,los apaleados encima de apaleados, condenados. Condenados al silencio, a olvidar o a aceptar el calificativo de rencorosos y de almas duras incapaces de perdonar. Y así, de modo tan fácil, la taberna deviene teatro, el
teatro se convierte en televisión, la televisión en política y la política... ¡Ah
la política! La política se hace espectáculo y el espectáculo termina en la
misma taberna en la que todo empezó con la misma frase: “Todo el que bebe
conmigo es mi amigo”.
Y vuelta a empezar. En eso ocupa y gasta su vida la moderna Fuenteovejuna:
en pasarla dentro de un círculo que por más que gira y gira termina en el mismo
punto en el que nació. El círculo actual no es el hegeliano, no es el de la
síntesis. Vivimos, eso sí, en un proceso hegeliano. Vivimos allí porque digan
lo que digan algunos, los hipócritas o los empeñados en negar la realidad en la
que se encuentran inmersos, queremos vivir allí. No sólo es que queramos, es
que incluso luchamos por conseguirlo. El proceso hegeliano se ha convertido en
una especie de útero materno, el único lugar donde uno –salvo fuerzas mayores-
puede vivir y sobrevivir a resguardo de los peligros que acechan en el
exterior. Pero aunque nuestras existencias discurran libre y voluntariamente
dentro del proceso hegeliano, el círculo en el que nuestras vidas se deslizan no es en absoluto hegeliano. El círculo en el que continuamente nos movemos es
ese terrible: “Todo en el Uno y el Uno en el Todo”, que termina siendo la
serpiente que se come la cola. Un círculo que por más que gira y gira, no nos
proporciona ninguna antítesis que superar. ¿Cómo podría? Ese círculo no es
ninguna Tesis y si no es una Tesis, tampoco puede generar una Antítesis. Mucho
menos una síntesis. El círculo en el que transcurren nuestras vidas en estos
momentos es una realidad virtual según la cual Todo está en el Uno y el Uno
está en el Todo y por tanto todo conocimiento se hace inútil puesto que ya todo
está en nosotros, dioses que tienen la capacidad de crear mundos. Todo
conocimiento se hace inútil y por tanto lo único que entra en discusión es tu
opinión contra mi opinión. O lo que es lo mismo: tu capacidad de sugestión
contra mi capacidad de sugestión. En un estado de cosas como ése, el conocimiento resulta verdaderamente inservible.
Algunos editores y algunos libreros se quejan de que no se venden libros
porque cada vez hay menos lectores porque cada vez la gente tiene y tendrá
menos cerebro para leer. Fuenteovejuna protesta indignada. No es que no lea
porque le falte cerebro, dice Fuenteovejuna. El problema es que no hay buenos
libros; y los buenos, cuestan mucho dinero –añaden algunos; y además, aseguran otros antes de encender la
videoconsola de juegos, no tienen tiempo. Los editores y libreros moderados
admiten que los jóvenes leen. Quienes no leen son los mayores de cincuenta años.
Y yo, que no entiendo cuál es el problema de que no se publiquen buenos
libros habiendo tantos buenos clásicos como hay aunque comprendo, realmente
comprendo, que muchos lleguen a casa tan cansados y hartos del trabajo, de
luchar no contra el hastío del trabajo sino contra el hastío de la atmósfera
que allí se respira, tan denso y sulfuroso que algunos días puede llegar a ser
irrespirable, que necesiten otros mundos. Lo que no comprendo es por qué esos
mundos han de ser siempre mundos filmados y no mundos imaginados a partir de la
lectura, por qué han de ser mundos creados por la imagen y no por la palabra...
Sin embargo y pese a todos, editores y libreros dicen que los jóvenes leen.
Tanto que algunos incluso recomiendan libros. Booktubers, creo que se llaman. Jóvenes
de dieciséis a veintiocho años que exponen sus lecturas favoritas En cualquier
caso, tengo gran interés en saber qué leen esos chicos.
Primera sorpresa.: su modo de expresarse.
Segunda sorpresa: los libros que leen.
Tercera sorpresa: mi propia sorpresa.
Su modo de expresarse es sencillamente indescriptible. Cuando escuché hablar a mis primeros
booktubers me quedé inmóvil, sin poder reaccionar. Su modo de comportarse ante
las cámaras, su forma de presentar los libros, el tono y las diversas
tonalidades que adquirían las palabras que pronunciaban al convertirse en
sonido me dejaron, literalmente, anodadada. Su idioma y el mío no se parecían
en nada, absolutamente en nada. Los adjetivos que utilizaban para describir sus
lecturas, el vocabulario a la hora de relatarlos, la repetición de
las frases, el modo de gesticular... todo me resultaba nuevo y desconocido. Muchos
llevaban los cabellos teñidos de azul, de rosa, su maquillaje era tan excesivo
como extravagante, ya fuera pop o gótico. Los motivos que aducían para decidir
adentrarse en un libro antes que en otro eran variados; sin embargo,
contrariamente a lo que pasaba en mis tiempos, su elección raramente se debía al
título sino a la foto que aparecía en portada.
Mi asombro –ruptura generacional- no se quedó ahí. Los booktuber no suelen
centrarse en un libro sino en la presentación de las novedades literarias y en
la organización de concursos y eventos varios a fin de entretener a los
suscriptores.
En efecto, las editoriales surten de novedades a los booktubers. Así que los Booktubers además de ser lectores son, de algún modo, anunciantes y por anunciantes, vendedores y como buenos vendedores que son primero prueban lo que venden. Lo dicho: la serpiente que se muerde la cola. Los Booktubers me han mostrado por vez primera lo que significa “ruptura generacional.” Debe de ser "ruptura generacional" y no "ruptura cultural" cuando todos ellos actúan delante de la cámara de la misma manera, utilizan expresiones y gestos similares, se visten y maquillan de forma parecida y ponen en escena un mundo que a mí se me antoja incomprensible pero que ellos comprenden perfectamente en qué consiste. Debe ser ruptura "generacional" y no "cultural" cuando entre todos ellos hay un hilo conductor que les comunica, en esa comunicación sin palabras, en esa comunicación en la que las palabras e incluso las miradas sobran, porque todos saben “de qué va” el asunto. Debe ser también esa ruptura generacional la que me lleva a considerar favoritos a los dos booktubers que con menos suscriptores cuentan. El uno, mejicano, tiene catorce mil y la otra, chilena, unos diecisiete mil. Todos los demás que he visto, superan los cuarenta mil y algunos llegan incluso a los doscientos cincuenta mil.
Para épocas como la nuestra en la que los editores dicen que hoy en día no se lee, los intelectuales afirman que no se lee porque hay demasiada oferta y los profesores ya no saben qué lectura recomendar para conseguir que los jóvenes lean, el éxito de los booktubers –ruptura generacional aquí, ruptura generacional allá- abruma.
En efecto, las editoriales surten de novedades a los booktubers. Así que los Booktubers además de ser lectores son, de algún modo, anunciantes y por anunciantes, vendedores y como buenos vendedores que son primero prueban lo que venden. Lo dicho: la serpiente que se muerde la cola. Los Booktubers me han mostrado por vez primera lo que significa “ruptura generacional.” Debe de ser "ruptura generacional" y no "ruptura cultural" cuando todos ellos actúan delante de la cámara de la misma manera, utilizan expresiones y gestos similares, se visten y maquillan de forma parecida y ponen en escena un mundo que a mí se me antoja incomprensible pero que ellos comprenden perfectamente en qué consiste. Debe ser ruptura "generacional" y no "cultural" cuando entre todos ellos hay un hilo conductor que les comunica, en esa comunicación sin palabras, en esa comunicación en la que las palabras e incluso las miradas sobran, porque todos saben “de qué va” el asunto. Debe ser también esa ruptura generacional la que me lleva a considerar favoritos a los dos booktubers que con menos suscriptores cuentan. El uno, mejicano, tiene catorce mil y la otra, chilena, unos diecisiete mil. Todos los demás que he visto, superan los cuarenta mil y algunos llegan incluso a los doscientos cincuenta mil.
Para épocas como la nuestra en la que los editores dicen que hoy en día no se lee, los intelectuales afirman que no se lee porque hay demasiada oferta y los profesores ya no saben qué lectura recomendar para conseguir que los jóvenes lean, el éxito de los booktubers –ruptura generacional aquí, ruptura generacional allá- abruma.
Así que una, que soy yo, se pregunta qué
libros leen esos jóvenes. Y es entonces cuando yo, que como digo ya he asimilado la
ruptura generacional que nos separa, me indigno. Y esto, lo siento, no tiene
nada que ver con ruptura generacional que, vuelvo a repetir, la asumo, la acepto e
incluso la defiendo, sino con el enfado que un padre muestra a su hijo
adolescente, por mucha ruptura generacional que el adolescente se empeñe en
hacerle ver.
Primero porque el padre enojado no es un padre, sino una madre; segundo, porque esa madre no es una madre, es una bruja, y tercero porque esa bruja no es una bruja cualquiera, sino ciega y soy yo.
Primero porque el padre enojado no es un padre, sino una madre; segundo, porque esa madre no es una madre, es una bruja, y tercero porque esa bruja no es una bruja cualquiera, sino ciega y soy yo.
Y sí: con o sin ruptura generacional, lo cierto es que todos los booktubers que he mirado y
escuchado se merecen, sin excepción, una buena reprimenda. Ya es hora de que alguien se los
haga saber.
Tanto con Nuevo Orden Mundial por aquí y Nuevo Orden Mundial por allá y resulta que primero: deciden convertirse en presentadores de las últimas novedades que son, no las últimas novedades, no las novedades vanguardistas, sino las novedades que las editoriales les envían y que son las que las editoriales han decidido que deben ser conocidas. En segundo lugar, ellos que no paran de hablar de igualdad por aquí e igualdad por allá hasta un punto en el que los oídos atruenan porque resulta inútil hacerles comprender que es imposible que todos seamos iguales porque "a" no es "a" porque la capacidad de trabajo (ya no digo la constitución física-psíquica-moral) no es en todos la misma porque ni siquiera el grado de ambición lo es, ellos –digo- que dominan a la perfección el tema de la igualdad, resulta que se lanzan nada más y nada menos que a la presentación de un género que yo siempre he odiado por paternalista, tirano y falso: el de la literatura juvenil.
Tanto con Nuevo Orden Mundial por aquí y Nuevo Orden Mundial por allá y resulta que primero: deciden convertirse en presentadores de las últimas novedades que son, no las últimas novedades, no las novedades vanguardistas, sino las novedades que las editoriales les envían y que son las que las editoriales han decidido que deben ser conocidas. En segundo lugar, ellos que no paran de hablar de igualdad por aquí e igualdad por allá hasta un punto en el que los oídos atruenan porque resulta inútil hacerles comprender que es imposible que todos seamos iguales porque "a" no es "a" porque la capacidad de trabajo (ya no digo la constitución física-psíquica-moral) no es en todos la misma porque ni siquiera el grado de ambición lo es, ellos –digo- que dominan a la perfección el tema de la igualdad, resulta que se lanzan nada más y nada menos que a la presentación de un género que yo siempre he odiado por paternalista, tirano y falso: el de la literatura juvenil.
Sí. A qué negarlo. La literatura juvenil, el término “literatura juvenil”
debería borrarse del mapa de las bibliotecas y librerías. Comprendo que ha de
haber una literatura infantil: esa que consiste en cuentos y fábulas, esa que
trata de ángelitos y monstruos feroces vencidos por caballeros valientes y
decididos y que alejan a los niños de las oscuras y laberínticas estancias en
las que viven presos los adultos. A la mente de un niño le resulta más sano y reconfortante introducirse en los bosques misteriosos y encantados que
enfrentarse a los problemas laborales-sentimentales-económicos-familiares de
los adultos que le rodean. Esos adultos que afirman que la niñez, su niñez fue mágica y que la infancia es
un lugar sagrado, para a continuación llamar “al mocoso de Pepito y al enano” y
ordenarles sin miramiento que hagan menos ruido y acto seguido lamentarse de
que “esos hijos son unos bichos”. Por eso, a poco que el “mocoso de Pepito” y
su hermano “el enano”, forma abreviada: “Nano”, sean medianamente inteligentes,
lo mejor que pueden hacer es adentrarse en los mundos de la fantasía que se
encuentra en los cuentos porque allí incluso la fealdad es menos fea que la
fealdad que habitan y, sobre todo, menos conflictiva que la suya real..
Bien. Esa es la literatura infantil. Pero ¿Literatura juvenil? Dios mío, a
partir de los catorce años uno debería empezar a comprender que el mundo real es un
mundo distinto del que debería ser. Esto no ha de atemorizarle ni confundirle
tanto hasta el punto de que busque sus propios mundos de caballeros y dragones.
Más bien ha de animarle a adentrarse en el mundo real. Ese del que dan cuenta y describen las tragedias
griegas, las tragedias inglesas, el teatro francés, la poesía española, la novela victoriana inglesa, la literatura alemana que narra la
sobrecogedora atmósfera hitleriana y comunista. Esa literatura alemana que se
esfuerza en seguir adelante pese a todos los muertos que desde sus tumbas intentan
apresarles los tobillos no se sabe muy bien si para liberarse de sus fosas o para
arrastrar a los vivos dentro de ellas, hasta el punto de que hay voces de
autores como Dürrenmatt que proponen la justicia por cuenta propia en un mundo
en que la justicia no es que sea ciega, es que es inexistente.
La juventud es el momento de las aventuras de Julio Verne, de Stevenson, de Manuel Vázquez Montalbán y su novela “Los mares del Sur”, para descubrir a Gabriel García Marquez y al realismo mágico. El tiempo para leer a Asimov y Tolkien pero también para introducirse en Nietzsche, al modo como se introduce en Bach el joven estudiante de piano. No para que lo entienda a la perfección pero sí para que lo vaya conociendo poco a poco hasta conseguir dominar la técnica, la dinámica, el ritmo, los sentimientos..
La juventud es el momento de las aventuras de Julio Verne, de Stevenson, de Manuel Vázquez Montalbán y su novela “Los mares del Sur”, para descubrir a Gabriel García Marquez y al realismo mágico. El tiempo para leer a Asimov y Tolkien pero también para introducirse en Nietzsche, al modo como se introduce en Bach el joven estudiante de piano. No para que lo entienda a la perfección pero sí para que lo vaya conociendo poco a poco hasta conseguir dominar la técnica, la dinámica, el ritmo, los sentimientos..
Hay tantos, tantos buenos autores, que pueden interesar a los
jóvenes no porque sean jóvenes sino por tratarse de hombres y mujeres en construcción a los que hay que mostrar la vida en su totalidad y eso incluye asistir a cada uno de sus momentos. Así que francamente,
no entiendo cómo los jóvenes pueden aceptar la literatura juvenil sin desconfianza, ellos que desconfian de todo. Como pueden aceptarla del modo en que la aceptan: contentos y orgullosos
de que exista una literatura especialmente creada para ellos, olvidando -o tal vez ignorando- que esa literatura
que se llama juvenil es pura y simplemente comercial y está escrita al modo y manera en que los autores –adultos, todo hay que decirlo- creen que mejor pueden seducirlos para hacerles pensar que leen libros profundos, profundamente
juveniles quiero decir, profundamente escritos para ellos,cuando en realidad no
leen más que guiones de la futura película en la que ese libro se transformará
con un poco de suerte, si esos adultos autores consiguen convencer a algún
avispado productor que se ha dado cuenta del “gancho” que puede tener esa
historia entre consumidores tan insaciables como los jóvenes.
A la ruptura generacional del primer apartado hay que sumar la
ruptura cultural del segundo.
Mi sorpresa me sorprende. No sé qué esperaba yo encontrar en esos videos. ¿Acaso una seria conferencia
acerca del contenido? ¿Un estudio del lenguaje?
El contenido de esa literatura juvenil es pobre. Problemas de drogadictos, anoréxicas, parejas usualmente inusuales e inusualmente usuales, madres narcisistas, padres ausentes, falsos amigos, sagas de grandes crímenes y heroicidades de dioses en los que el desgarramiento es pura y simple superficialidad. En fin problemas de lugares o claustrofóbicos o sangrientos o ambos, de los que abundan en la realidad en cantidades que podríamos llamar ilimitadas. Pero ni los libros sociales pueden considerarse costumbristas o naturalistas, al modo de Dickens y Zola, ni las sagas pueden considerarse tragedias al modo clásico. Y de todo, esto quizás sea lo más terrible. Que esos libros sólo pueden recibir el título de “literatura juvenil”, única y exclusivamente porque están hechos para ser vendidos, consumidos y, a lo sumo, ser proyectados. Libros que con el viento van y con el viento se irán. Y mientras tanto, los buenos autores, incluso los buenos autores actuales, han de conformarse, igual que los buenos booktubers, con el menor número de ejemplares vendidos, con el menor número de lectores y de suscriptores.
El contenido de esa literatura juvenil es pobre. Problemas de drogadictos, anoréxicas, parejas usualmente inusuales e inusualmente usuales, madres narcisistas, padres ausentes, falsos amigos, sagas de grandes crímenes y heroicidades de dioses en los que el desgarramiento es pura y simple superficialidad. En fin problemas de lugares o claustrofóbicos o sangrientos o ambos, de los que abundan en la realidad en cantidades que podríamos llamar ilimitadas. Pero ni los libros sociales pueden considerarse costumbristas o naturalistas, al modo de Dickens y Zola, ni las sagas pueden considerarse tragedias al modo clásico. Y de todo, esto quizás sea lo más terrible. Que esos libros sólo pueden recibir el título de “literatura juvenil”, única y exclusivamente porque están hechos para ser vendidos, consumidos y, a lo sumo, ser proyectados. Libros que con el viento van y con el viento se irán. Y mientras tanto, los buenos autores, incluso los buenos autores actuales, han de conformarse, igual que los buenos booktubers, con el menor número de ejemplares vendidos, con el menor número de lectores y de suscriptores.
Mi sorpresa me sorprende. Al menos desde que ví aquella terrible película
Ted 2, que cada vez me parece menos terrible porque fue la película que me
mostró mi ruptura generacional y mi ruptura cultural. Sin embargo yo
preferí calificarla de “terrible” y no de “realista” por comodidad o tal vez porque en aquel momento yo
todavía no estaba preparada para asumir ni la ruptura generacional ni la
ruptura cultural.
“Los tiempos han cambiado, vieja bruja ciega”- susurra la conocida voz del vampiro a mis espaldas. “Una nueva era amanece.”
“¿La de la barbarie?” – le pregunto despectiva. “Ah. Olvídalo. El mundo ha sido siempre bárbaro. Incluido el mundo de los libros. Nada nuevo bajo el sol. Los hombres inteligentes han sido siempre pocos y su vida ha estado en constante peligro. Puedes ahorrarte el discurso vampiro. No hay una “nueva era”, la “nueva era” ha sido siempre “la deseada nueva era” y por ella han muerto y padecido los ingenuos justos. Las brujas como yo ya no morimos por nada ni por nadie. Hacemos nuestra revolución “a lo galileo-brecht” no para librarnos de la muerte sino para conseguir algo tan pueril como es morir porque Dios lo quiere y no porque otros hombres lo impongan.”
“Los tiempos han cambiado, vieja bruja ciega”- susurra la conocida voz del vampiro a mis espaldas. “Una nueva era amanece.”
“¿La de la barbarie?” – le pregunto despectiva. “Ah. Olvídalo. El mundo ha sido siempre bárbaro. Incluido el mundo de los libros. Nada nuevo bajo el sol. Los hombres inteligentes han sido siempre pocos y su vida ha estado en constante peligro. Puedes ahorrarte el discurso vampiro. No hay una “nueva era”, la “nueva era” ha sido siempre “la deseada nueva era” y por ella han muerto y padecido los ingenuos justos. Las brujas como yo ya no morimos por nada ni por nadie. Hacemos nuestra revolución “a lo galileo-brecht” no para librarnos de la muerte sino para conseguir algo tan pueril como es morir porque Dios lo quiere y no porque otros hombres lo impongan.”
Mi sorpresa me sorprende porque en realidad, si he de ser sincera, no estoy
sorprendida. Mi sorpresa me sorprende porque la ruptura generacional, la
cultural y todas las rupturas de este mundo me resultan indiferentes. Me
sorprende, sí, que chicos que afirman su libertad, que dicen que estarían
dispuestos a morir por proteger su libertad, permitan con tal ingenuidad y tal
serenidad de ánimo, que los libros que leen les repitan una y otra vez el
término de destino en el sentido de determinación, esto es: de tareas reservadas
para ellos, de un camino marcado para ellos que les aguarda. Lo que en alemán
se denomina “Bestimmung” y que a mí, francamente, me parece terrible justamente
porque asesina a esa libertad. El hombre de nuestros días ya no es, como afirmaba Lutero en los suyos, un
hombre sometido a Dios pero tampoco es un hombre poseído de una libertad que se
desarrolla siguiendo los designios de Dios o se aniquila desobedeciendo los
mandatos divinos, como sostenía Erasmo de Rotterdam. El hombre actual tampoco está
condenado a la libertad absoluta, como afirmó Nietzsche al descubrir que Dios
había muerto. La libertad de los jóvenes no es nihilista. Tiene un punto de
apoyo. Y ese punto de apoyo es el camino marcado y señalado que los libros juveniles y películas juveniles les dicen que existe para ser recorridos por ellos y nada más que por ellos. Un camino que está aguardando a que lo recorran
porque ellos son los verdaderos caminantes y para los verdaderos
caminantes ha sido trazado ese camino.
El punto de apoyo para los jóvenes actuales no es Dios, sino su propia autorealización personal e individual pero en tanto en cuanto esa autorealización ya ha sido diseñada de antemano para ellos por fuerzas indefinidas que controlan el mundo, resulta que la libertad del joven consiste en encontrarla. La libertad del joven es así, una libertad encaminada a buscar la senda que le espera sólo a él. Curiosamente, en un mundo en el que los adultos se obstinan en vivir en la realidad virtual, los jóvenes que leen se adentran en mundos en los que los heroes encuentran y siguen su destino, su llamamiento marcado por no se sabe qué poderosas fuerzas.
El punto de apoyo para los jóvenes actuales no es Dios, sino su propia autorealización personal e individual pero en tanto en cuanto esa autorealización ya ha sido diseñada de antemano para ellos por fuerzas indefinidas que controlan el mundo, resulta que la libertad del joven consiste en encontrarla. La libertad del joven es así, una libertad encaminada a buscar la senda que le espera sólo a él. Curiosamente, en un mundo en el que los adultos se obstinan en vivir en la realidad virtual, los jóvenes que leen se adentran en mundos en los que los heroes encuentran y siguen su destino, su llamamiento marcado por no se sabe qué poderosas fuerzas.
Adultos y jóvenes se sienten perdidos en el mundo en que habitan. Unos, los
adultos, se aferran a la realidad virtual porque gracias a lo virtual de la
realidad pueden construir mundos a su imagen y semejanza, mundos de los que
ellos son el amo poderoso, mundos paralelos que pueden expandirse con la
energía de la seducción, de la medias verdades, de la flexible flexibilidad de
criterios y planteamientos..
Los jóvenes saben que con adultos así no disponen de estables agarraderas a
las que poder sujetarse en caso de tormentas y huracanes. Unos se zambullen en
los libros problemáticos, a modo de “manual de primeros auxilios” o “qué hacer
en caso de.. “ y otros acuden a libros más espirituales del tipo de “cómo
enfrentarme al destino que me han marcado los dioses.”
En este sentido los jóvenes son más pesimistas y más inseguros que los adultos. Los adultos todavía están convencidos de que pueden crear mundos con su libertad. Los jóvenes, en cambio, sólo aspiran a que su libertad les permita encontrar aquéllo para lo cual han sido creados, que les ayude a descubrir el verdadero sentido de su existencia. Sentido que ellos no han puesto ni han creado. Otras fuerzas más poderosas lo han hecho. Su libertad les permite, eso sí, hallar, realizar este sentido y de este modo unirse a esas fuerzas.
¡Y llamamos a estos tiempos irreligiosos y laicos! ¡Ja! ¡Qué más quisiéramos! Lo único que falta es la Fe. Todo lo demás existe, subsiste y permanecerá para mal de muchos y contento de otros.
En este sentido los jóvenes son más pesimistas y más inseguros que los adultos. Los adultos todavía están convencidos de que pueden crear mundos con su libertad. Los jóvenes, en cambio, sólo aspiran a que su libertad les permita encontrar aquéllo para lo cual han sido creados, que les ayude a descubrir el verdadero sentido de su existencia. Sentido que ellos no han puesto ni han creado. Otras fuerzas más poderosas lo han hecho. Su libertad les permite, eso sí, hallar, realizar este sentido y de este modo unirse a esas fuerzas.
¡Y llamamos a estos tiempos irreligiosos y laicos! ¡Ja! ¡Qué más quisiéramos! Lo único que falta es la Fe. Todo lo demás existe, subsiste y permanecerá para mal de muchos y contento de otros.
Adultos y jóvenes están perdidos en un mundo de vendedores, comerciantes,
marketing, postureos, imágenes, seducciones, mobbing, amigos, amigas, la pandi,
compis y enemis, cuerpo escultural, imagen perfecta, en venta las veinticuatro
horas al día, ¿qué pasa si nadie me compra? ¡No quiero ni pensarlo! ¡Qué
horror! ¿cambio de estrategia? ¡cambio de estrategia! ¿cambio de imagen? ¡cambio
de imagen! ¿cambio de producto? ¡Cambio de producto!
“Invento y me reinvento” ¿Qué tal queda como slogan?
La bruja ciega.
Y que ninguno de ellos, ninguno, se rebele contra la Literatura Juvenil por
Juvenil, no por Literatura...
Y que todos ellos crean que son libres...
En fin...
Creo que será mejor que el próximo artículo lo dedique a Böhmermann y al
Brexit que aunque muchos no lo crean, darán seguramente mucho menos que hablar
que el tema de la Literatura Juvenil.
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