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Tuesday, April 12, 2016

Jan Böhmermann o "El nombre de la Rosa" de Umberto Eco y Mario Conde o “la canción del pirata”, de José de Espronceda.

Ayer detuvieron a Mario Conde y no tardarán en hacer lo mismo con Jan Böhmermann. Se huele en el ambiente. A Mario Conde lo han detenido acusándole de blanquear dinero. Al parecer estaba trayendo el dinero que tenía oculto en las cuentas suizas y que, al parecer, tampoco le pertenecían a él sino que eran propiedad del Banesto. Esto empieza a parecerse a una de esas novelas en la que la trama, lejos de desenredarse con el tiempo, se complica hasta que ya no se sabe ni donde empieza la madeja. En medio de la apertura de los papeles de Panamá se detiene a Mario Conde por un delito que no tiene nada que ver con los papeles de Panamá, el ministro revela que es el tercer mayor moroso a Hacienda, - habría que preguntar a Hacienda cómo es posible que consienta que un ciudadano le  adeude diez millones de euros sin intervenir mucho antes, máxime cuando Hacienda sabe que ese deudor es el tercer moroso más importante del país además de un individuo probadamente criminal. 
A Mario Conde se le acusa de traer dinero de Suiza a España y se le detiene sin miramientos a él y a siete personas más, hijos incluidos. 
A Jan Böhmermann le acusan también de blanqueo pero no económico sino intelectual. A Böhnermann se le recrimina querer blanquear insultos e improperios por medio no de empresas de cosméticos, como Mario Conde, sino por medio de su profesión de humorista.

Mario Conde y Jan Böhnermann tienen sus días contados. El individuo individual tiene sus días contados. Bien mirado es un milagro que el individuo individual haya llegado hasta nuestros días. La ilustración, desde luego, le dió unas palmaditas en la espalda y el romanticismo le lanzó a nuevos mundos y nuevos infiernos, pero el progreso lo ha dejado en hibernación y la era digital va camino de congelarlo vivo. Así es la vida. Pero algunos como Mario Conde y Jan Böhnermann se obstinan en admitirlo. Los que los califican de delincuentes se equivocan. En realidad ambos son dos perfectos ingenuos inocentes que están convencidos de la fuerza individual del individuo para triunfar. Ello se debe seguramente a que ambos, a pesar de la diferencia de edad que los separa, han crecido convencidos de la verdad de las palabras de Espronceda: “Que es mi barco mi tesoro, /que es mi dios la libertad,/ mi ley la fuerza y el viento,/ mi única patria, la mar.”

Lo que en resumidas cuentas viene a significar: ni dios, ni ley, ni patria.

Ahí están los dos. A la espera de recibir Justicia. Justicia individual pero no individualizada. Justicia desde todos para todos, ellos incluidos, se les dice desde los medios de comunicación. Eso, en el fondo, es, supongo, lo que más debe molestarles: el tener que ser juzgados por las leyes del sistema, ellos que se empeñan en estar fuera y luchar contra ese sistema o, al menos, reirse de él.

¿Tienen razón? ¡Quién lo sabe! Hace poco alguien afirmó que Hacienda no éramos todos; hace poco alguien dijo que en los paraísos fiscales también habitaban empresas que se acogían a los privilegios que sus respectivos gobiernos concedían a determinados negocios. En el fondo es lo mismo de siempre ¿quién ha visto a “todo el mundo”? y ¿quién predica la inexistente existencia de “todos somos iguales”? Suceda lo que suceda, le moleste a quien le moleste y para bien o para mal una cosa ha quedado ya claramente constatada: Mario Conde y Jan Böhnermann pertenecen a un grupo distinto de los normales mortales de este mundo.

Mario Conde lucha contra el sistema desde el sistema con el sistema para su propio beneficio vestido a lo gentleman. Jan Böhnerman lucha contra el sistema desde el sistema con el sistema para su propio beneficio y el de su sociedad vestido de payaso.

Ambos se reirán de esos mortales que ahora los señalan inquisidores con el dedo. Ya lo verán ustedes. No lo han hecho bien, lo sabemos todos. La estrategia de Mario Conde deja mucho que desear, igual que la calidad del poema de Böhnermann. Y esto, justamente esto, es lo que me inquieta. Dos brillantes mentes lo hacen mal, rematadamente mal. Espero, por el bien de la Humanidad, que haya sido deliberadamente. En otro caso, la Humanidad –sea lo que sea la Humanidad- está perdida; por lo menos, en lo que a la Humanidad de individuos, se refiere. Si los individuos que creíamos brillantes no lo son, imagínense ustedes los bribones de medio pelo.

Sí. Lo confieso. Espero que esa aparente torpeza sea solamente aparente.

¿Han visto ustedes “el video de la peineta-no peineta de Varoufakis” de Böhnermann? Genial. Sencillamente genial. Un hombre que hace ese video no puede componer una poesía tan zafia, tan de mal gusto, como la que ha escrito a no ser que su propósito fuera el de conseguir justo el que ha conseguido: el de mostrar el verdadero rostro de Erdogan en su más clara y diáfana imagen, el de constatar no sólo que Erdogan no tiene humor y que no admite la ironía, sino que sus tentáculos se expanden hasta nuestro propio hogar. El poema de Böhnermann es demasiado adolescente, demasiado obsceno –pipí, caca, culo- para ser considerado seriamente. Detrás de tanta suciedad lingüística se esconde un objetivo claro: el de desvelar la verdadera naturaleza del tirano que permanece oculta, con la aquiescencia de la política real,  bajo la manta de guardador-salvador de Europa. Böhnermann no pretende hacer una composición ni bella ni inteligente. Pretende llevar las cosas hasta su límite más extremo para, una vez allí, averiguar lo que sucede. Böhnermann no pasará a la historia por poeta, ni por su fino humor, pero sí, en cambio, por su espíritu de investigador, de científico experimental. "¿Qué pasaría si...?", se pregunta Böhnermann. Establece una hipótesis, primero y acto seguido la contrasta con la realidad, en la realidad, poniendo en riesgo su propia vida. Todo sea por el bien de la Ciencia.
¿Deberían dejarlo libre? Deberían, sí, deberían. Igual que se deja libre a la multitud de científicos que en estos instantes están llevando a cabo experimentos a cual más insensato para probar teorías que sólo interesan a los insensatos, como la de descubrir el ADN del mosquito original a fin de combatir enfermades tales como la malaria y que terminan provocando nuevos virus y quebraderos de cabeza. 
¿Deberían dejarlo libre? Deberían, sí, deberían. Empezar a condenar a los humoristas por el ejercicio de su profesión de la que forma parte la irreverencia, significa terminar condenando a los ciudadanos por los improperios que sueltan en el bar a la salida del trabajo cuando les invade el cansancio, la frustración por no llegar a fin de mes y unas cuantas copas de más. 
¿Ha sacado Böhnermann las cosas de quicio? Nadie lo niega. 
¿Es una mala poesía? No se puede escribir una peor. Y justo porque se trata de una mala poesía, una rematadamente mala poesía, ha de pensarse que es deliberadamente mala y consiguientemente que pretende algo más que difamar simplemente a Erdogán. Es que ni siquiera puede llamarse difamación a lo que hace justo porque todos sabemos que cualquier parecido con la realidad es casualidad. Y hete aquí que en el preciso instante en que el espectador está dando cabezadas en su sillón, primero porque sabe que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia”, y segundo porque la poesía es mala, decididamente mala, un grito desgarrador –el de Erdogán-  pidiendo justicia consigue sacarle de su apatía. Es entonces y sólo entonces cuando el espectador adormecido por la baja calidad de la poesía y la falta de finura del poeta a la hora de hablar de otros, mucha menos que la que él, el espectador, tiene a la hora de hablar de su vecino, se despierta asustado y escucha a un encolerizado Erdogán clamando por su honor que se haga justicia porque le han insultado. Y es ahí donde empieza, precisamente, la parte humorística, la parte artística, la parte satírica, brillante, única, del tema. ¿No es fantástico? Resulta que Böhnermann no está solo en su función. Resulta que hay otro actor: Erdogán. La poesía soez y pueril de Böhnerman únicamente podía alcanzar su esplendor con la ayuda de Erdogán. Sin su colaboración, sin su reacción -tan pueril como la poesía de Böhnermann-  la poesía de Böhnermann habría pasado desapercibida. El espectador habría murmuradoo a lo sumo aquéllo de "hay gente pa tó" o aquéllo de "lo que hay que hacer pa ganarse la vida" o tal vez "que bajo  ha caído este Böhnermann."
Pero hete aquí que Erdogán se aviene a cumplir, a representar, la parte que Böhnermann había escrito para él y enfurecido grita al modo en que grita un caballero espanol cuando en el siglo de oro de su patria, que es también el siglo del teatro de Lope de Vega, se ve asaltado por un par de rufianes:  "!Auxilio! !A mí la Justicia!"

--El espectador adormecido despierta sobresaltado, mira a su alrededor asustado y sin  comprender, ve a Erdogan  hecho un basilisco, comprende finalmente y rie a mandíbula batiente.-  

Punto para Böhnermann.  Pase lo que pase Böhnermann ha ganado.

¿Debería castigarse a Böhnermann? No. No debería. 

Es cierto, la puesta en escena es soez y la poesía es mala pero si se castiga a Böhnermann nos arriesgamos a que el hombre de a pie, el hombre que no piensa lo que dice porque no tiene ni tiempo ni ganas ni fuerzas para hacerlo, pueda ser condenado por casi cualquier cosa que dice que no se adapte a la realidad, que es en determinados sitios y ocasiones, la mayor parte. ¿Cuántos videos no existen afirmando que Obama es el Anticristo y Merkel su cómplice? Más de uno y más de dos. ¿Han ido los autores de esos videos a la cárcel? No ¿Por qué? Pues justamente por eso: porque todos los seres racionales del Planeta, y somos unos cuantos, sabemos que “cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia, suponiendo que exista alguna”. Así que los vemos, nos divertimos y los olvidamos; y desde luego lo que son los protagonistas, esos ni los ven ni les interesa verlos y mucho menos les quitan el sueño, por no hablar ya de encolerizarlos. Tienen otros problemas más importantes en qué pensar. Y este es el segundo problema en el que nos introduce la reacción de Erdogán. El primero era que el grito despertaba al espectador y le obligaba a fijarse seriamente en el texto de una poesía que de mala no había por donde cogerla. El segundo es que obliga a reflexionar a Fuenteovejuna sobre la cantidad de tiempo de que dispone Erdogán que incluso le permite ver tales insustanciales programas. El tercero es el peligro de que individuos así terminen por  introducirnos en mundos que quisimos dejar atrás, en mundos paralelos similares al del soldado Svejk,  que consigue ridiculizar la dignidad de la que pretenden hacer gala todos aquellos hombres pertenecientes a la buena sociedad o, peor aún,envueltos por la misma atmósfera medieval en la que transcurre la acción del brillante libro “el nombre de la rosa” de Umberto Eco, en el cual el criminal es un monje decidido a que nadie lea la obra de Aristóteles acerca del efecto de catarsis que produce la risa porque ese monje está convencido de que la risa es nefasta y cosa del diablo. Es claro: lo que a unos les hace reir, a otros les acalora, pero no es menos cierto que si el hombre público disfruta de más derechos que el hombre corriente, también debería disfrutar de una piel más dura y considerar que la chanza sobre él en privado y en público, manifestada por un humorista o por el hombre de a pie, el ciudadano normal, forman parte de la catarsis del pueblo.

Hasta cierto punto, nos encontramos nuevamente en esos mundos de los que pretendíamos haber salido. Erdogán nos ha devuelto allí con un grito. 

Si Böhnermann es encarcelado, se encarcela al hombre-individuo y se deja afuera y en libertad al hombre-masa, que seguirá maquinando y cometiendo nuevas atrocidades con total impunidad.

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En cuanto a Mario Conde, qué decir: algunos afirman que se trata de un ladrón de guante blanco que sigue empeñado en enfrentarse al sistema porque está convencido: primero, que él es una víctima del sistema; segundo, que él es más listo que el sistema; tercero, que consiguientemente tiene derecho a tomar lo que él en justicia, en su consideración individual de justicia, considera que le pertenece. Y hay incluso quien apunta que Mario Conde hizo determinados “favores” a los poderosos pensando que de esta forma los poderosos quedaban deudores ante él. Los poderosos, en efecto, le pagaron dichos favores: con la cárcel.

De ser esto último cierto, ello pondría de manifiesto que Mario Conde ni era tan listo como pensaba ni se había deshecho, pese a su riqueza, de la mentalidad de la clase media. Ello significaría, igualmente,  que Mario Conde no era simplemente una víctima del sistema, como él cree sino – y lo que es peor- una víctima de su propia inocencia. Cualquier bruja sabe que a los poderosos no se les hacen “favores”. A los poderosos se les “prestan servicios”, que es otra cosa distinta de los “favores”, y el vasallo nunca está seguro de que va a cobrar lo que el poderoso le ha sugerido, anunciado o prometido que va a cobrar  hasta que no lo tiene en la mano. El vasallo puede, claro, obligar al poderoso a firmar un contrato, pero ni aún en este caso puede el vasallo tener la certeza de que el contrato no adolece de algún defecto de forma que lo invalide o que exista alguna circunstancia que lo anule. Si Mario Conde creía que le estaba haciendo un favor a un poderoso es que era realmente un ingenuo y por tanto no puede ser el Moriarty que en los medios de comunicación se asegura que es. Los favores se hacen entre amigos y los poderosos nunca tienen amigos. Tienen, a lo más, rivales y aspirantes al trono: a su trono. Por otra parte, a la mentalidad de la clase media corresponde el “yo por tí y tú por mí.” La clase de los Poderosos se rige por otros criterios: el de “cada cual para sí y por sí.” Incluso cuando se grita el consabido: “que gane el mejor”,  ese “mejor”, no puede entenderse, cuando nos adentramos en el campo de los poderosos como “que gane el de más merito” sino que debe ser traducido como “que gane el que consiga derrotar a todos los otros y seguir vivo.”
La grave amenaza para una sociedad, aunque pueda parecer inverosímil, no la constituyen los poderosos. La existencia de “los poderosos” es connatural a cualquier organización social y de lo que se trata, por tanto, no es de “hacer desaparecer a los poderosos” , como algunas revoluciones pretenden, porque ello lo único que conseguiría es la sustitución de un grupo de poderosos por otro grupo de poderosos. De lo que se trata, más que luchar por la desaparición de algo que precisamente por ser consustancial a la sociedad misma terminaría provocando la desaparición de esa sociedad,  es de acordar e imponer una serie de mecanismos para limitar el campo de acción de dichos poderosos. Uno de esos mecanismos es la instauración de la democracia como sistema político.

El problema surge cuando algunos políticos de un sistema político democrático, precisamente por la importancia que su misión tiene: la de controladores de la extensión de la libertad y seguridad de los ciudadanos frente a los poderosos, pasan ellos mismos a considerarse “los poderosos” y en función de esta apreciación establecen unas reglas de juego para ellos, diferentes de las otras reglas que rigen el juego del resto de los mortales.

Y desde luego lo más peligroso para una sociedad es el momento en que el individuo que compone y constituye dicha sociedad siguiendo por un lado el ejemplo del comportamiento que ha visto en esos políticos elegidos por él – esos políticos que han pasado de saberse elegidos a sentirse “poderosos”-  y por otro lado, sintiéndose adulado por tales políticos que - para seguir siendo elegidos y poder seguir creyendo que pertenecen a la esfera de los poderosos - le hacen creer a ese individuo componente-constituyente de la sociedad que él, el elector-componente-constituyente de la sociedad, tiene el control y el poder de la situación sólo y exclusivamente porque él, el elector-componente-constituyente de la sociedad, tiene el voto y porque él, el elector-componente-constituyente-de la sociedad-contribuyente , paga a Hacienda, y el voto y el pago le convierten a él, al elector-componente-constituyente-de la sociedad-contribuyente, en “poderoso”– le dicen los políticos democráticamente elegidos, porque él,  el elector-componente-constituyente-de la sociedad-contribuyente es también cliente y el cliente siempre tiene la razón. Eso le dicen al elector- componente-constituyente-de la sociedad-contribuyente-cliente los políticos democráticamente elegidos al tiempo que esos políticos democráticamente elegidos piensan, satisfechos de sí mismos, lo ingenuo que es ese elector-componente-constituyente-de la sociedad-contribuyente-cliente porque, se dicen los políticos democráticamente elegidos a sí mismos para que ningún otro pueda oirlos, son ellos, los políticos democráticamente elegidos, los realmente poderosos porque, suspiran los políticos democráticamente elegidos,  el elector-componente-constituyente-de la sociedad-contribuyente-cliente siempre tiene la razón porque el elector-componente-constituyente-de la sociedad-contribuyente-cliente, dicen los políticos democráticamente elegidos, siempre termina comprando lo que ellos, los políticos democráticamente elegidos quieren que compre y quejándose por lo que ellos, los políticos democráticamente elegidos, quieren que se queje. Pero aunque en realidad esos políticos-democráticamente-elegidos crean que ellos son los poderosos porque democráticamente han promulgado leyes democráticas que sólo a ellos les favorece,  también se equivocan en sus consideraciones puesto que confunden “demagogia” con “poder.”

Los políticos-democráticamente-elegidos que así piensan y así se comportan pueden ser tachados de demagogos pero están lejos de ser poderosos. Tener el voto no es lo mismo que tener el poder. Estar al frente del gobierno no es lo mismo que detentar el Poder. Otros son los “poderosos”.  Esto justamente es lo que han visto, descubierto o puesto de manifiesto, como ustedes prefieran, las Teorías de la Conspiración. Pero las teorías de la Conspiración se equivocan al pensar que el grupo de los poderosos es atemporal y compacto.

En cualquier caso, una sociedad así configurada, pasa a convertirse en una lucha sin cuartel. Los juegos de poder a base de chantaje emocional, triquiñuelas, medias verdades, grandes mentiras y espejismos varios, detienen la construcción de esa sociedad, no sólo porque impiden el trabajo en equipo y la consecución de un objetivo común (esto es, el bien general) al generar la desconfianza mutua, la difamación de los justos, la silenciación de los inteligentes, la ocultación del mérito y la deformación y manipulación de las virtudes sino sobre todo – y esto sí que resulta verdaderamente peligroso y dañino, -  porque siembran y preparan el campo para que los verdaderamente poderosos consigan grandes cosechas por aquéllo de  que ”a río revuelto ganancias de pescadores. “

Mario Conde quería, seguramente, pertenecer al grupo de los “poderosos”. Su carrera, meteórica en todos los sentidos, parecía prometerle un sillón en el Olimpo. Lamentablemente el  grupo de los “poderosos” está oculto no sólo por su propia tendencia a la discrección sino porque no hay ningún grupo compacto, y el grupo de los “poderosos” – que es una constante cacería de todos contra todos que les ocupa todos y cada uno de los minutos del día- mucho menos.

Mario Conde pretendía formar parte de ese selecto club de “poderosos” y fue tan ingenuo, según cuentan algunos, como para creer que allí los favores y las alianzas sirven de algo.  Mario Conde ha rechazado siempre los cargos que le imputaron y los motivos por los que le encerraron. Puede que ni siquiera mienta. Puede que no fuera por ladrón sino por ingenuo; él, que se creía tan listo por tener un curriculum a rebosar de matrículas y haber conseguido ser millonario antes de los cuarenta. Mario Conde, al parecer,  ignoraba lo que los griegos y los romanos ya sabían: que el rey de la jungla no necesita matrículas de honor para reinar: le basta con la sangre derramada de sus enemigos, y sus enemigos son todos aquéllos que no son sus vasallos primero, y sus vasallos, después, por aquéllo de que “el servicio está cada día peor” y “no te puedes fiar ni de tu sombra.” Mario Conde ignoraba, según muestran los hechos, que el único amigo de los poderosos es el Poder y la única mujer con la que cada uno de ellos está casado es su propia soledad.

Si lo ignoraba antes de entrar en prisión ¿cómo es posible que lo siga ignorando a su salida? ¿No le han bastado los años vividos entre rejas para reconsiderar si no su actitud, sí su estrategia?

La contundencia con la que Mario Conde se expresaba en las tertulias, su nerviosismo, ya hacían presagiar que “algo” no andaba bien. Al principio pensé que era su alma la que no andaba bien, el rencor por la injusticia padecida por los poderosos, el deseo de venganza. Pero ahora, francamente, ya no sé ni qué pensar. Yo creo, sinceramente, que era dolor e  inseguridad. No sé. El rencor de un hombre que ha estado encarcelado, que ha tenido tiempo para meditar, toma otras formas, adopta otras estrategias distintas de las de este caso... Los franceses, por ejemplo, son expertos en el tema, desde el Conde de Montecristo a Fouché. Los italianos, con sus vendettas, quizás sean más ruidosos aunque no sé si a la larga tan efectivos. Pero esto de Mario Conde no ni es lo uno ni lo otro. En el affaire Mario Conde ni vemos al hombre que  sube a lo más alto a pecho descubierto después de haber mordido el polvo más sucio, ni vemos el rencor de una familia decidida a destruir a otra.

Este asunto, francamente, me sorprende. Me sorprende por incomprensible. No entiendo cómo alguien que ha pasado tantos años de su vida en la cárcel,  que ha perdido su trabajo, su honor, su dinero, su mujer y que cuando sale no sólo obtiene el perdón de Fuenteovejuna sino también su simpatía, contrae matrimonio, regresa a los canales de televisión a expresar su opinión, a ser escuchado e incluso aplaudido por sus análisis y por sus ideas, escribe libros que se venden mejor que muchos de los llamados “Best Seller”, posee empresas que en los tiempos que corren “funcionan”, por lo menos eso, y  además tiene hijos tan inteligentes como discretos, decida lanzarse “nuevamente” a la aventura del delito y esta vez, además, en compañía de sus familiares, de modo que si su hija y su yerno son declarados culpables y condenados a ir a prisión se deja a un par de criaturitas despojados del cuidado paterno-maternal.

No me consideren una cínica por creer que en esta detención hay algo que falla porque por muy soberbio, ególatra, resentido, rencoroso, amoral que se diga que es Mario Conde hay algo que –hasta donde le he oído decir y me creo- le duele en el alma y eso es la imagen de su mujer Lourdes sufriendo por su detención y dándole energías cuando iba a visitarle a la cárcel a pesar de que afuera la situación para ella era insostenible en tanto que hubo de hacer frente al aislamiento –cuando no crítica social.
¿Puede alguien creer que ese hombre metió a sus hijos y a su yerno en un barco a medio montar, porque, por lo que he podido leer en los periódicos, aquéllo en lo que se han embarcado, o les han embarcado, ni siquiera se caracteriza por estructuras de “complejas”? ¿Barco a medio montar que además corría el peligro de irse a pique porque las tormentas en el mar aparecen más de una vez y más de dos de forma súbita e inesperada y un día soleado termina con la tripulación luchando por bajar las velas para que el mástil no se rompa? ¿Qué tiene que ver la operación Fenix con que Mario Conde debiera diez millones a Hacienda o que Mario Conde dijera a sus empleados que no les podía pagar o que iba mal de dinero o yo qué sé? En estos momentos en los que la Opinión Pública es la diosa y Fuenteovejuna el juez que sigue los mandatos de la diosa, hay muchos hombres y mujeres adinerados que pudiéndose vestir en Chanel, se visten en Mango y en Zara; que pudiendo comer en los más caros restaurantes de la nación, prefieren ir a comer a restaurantes asequibles para cualquier bolsillo acomodado; y que pudiendo tener una flota de coches a su disposición, reducen gastos a fin de evitar que los ojos de la diosa Opinión Pública se posen en ellos. Esos ricos  resultan únicamente imposible de fotografiar en vacaciones porque se esfuman como por arte de magia, o se parapetan tras de los muros que rodean sus mansiones ocultas bajo enormes toldos para evitar que ni siquiera los helicópteros consigan alguna vista de utilidad. Por tanto, que Mario Conde afirme que va mal de dinero no es hacer más que lo que hacen la mayoría de los empleadores que se ven obligados cada día a atender y a rechazar las peticiones de aumento de sueldo de sus trabajadores. Los trabajadores se quejan de que no ganan lo suficiente como para llegar a fin de mes y los empresarios han de lamentarse de que no les pueden subir el salario porque ello supondría un riesgo para la subsistencia de la empresa. Unos y otros estudian sus respectivas cartas en un juego dialéctico cuya síntesis a veces se inclina a un lado y otras veces, a otro.

¿Qué es lo que pasa, pues? No tengo ni idea. Tampoco puedo explicarme cómo pueden filtrarse tantos datos de un bufete como ese que poseía los papeles de Panamá. Bien sea un trabajador del bufete, bien sea un hackeador, lo cierto es que uno se pregunta cómo es posible que sea tan fácil sacar datos de gran importancia de bufetes que guardan secretos de empresa, legales o no, espiar y arramblar con material altamente sensible de agencias de espionaje como la NSA, arrestar a los morosos de Hacienda, averiguar sus trapicheos y, sin embargo, las mafias de contrabando de drogas, mujeres y niños, las mafias de pederastas, contrabando de órganos humanos, diamantes, armas y similares permanezcan ocultas y en la sombra. Por cada uno que cogen hay cien que se escapan. Incluso los capturados, o saben de antemano que los van a capturar o son conscientes de que se trata de un ajuste de cuentas y que alguien ha dado un “chivatazo”. De repente no son esos los delincuentes en los que la Interpol y la Interprensa ha de centrar su atención. Es preferible hacerlo sobre los delincuentes de guante blanco porque así la Diosa Opinión Pública le transmite a Fuenteovejuna la sensación de que los periodistas mainstream están de su lado, que los periodistas mainstream colaboran a limpiar el sistema. Bien. Es un comienzo.

 Ahora, señores periodistas: ¿serían ustedes tan amables de cooperar con la policía, con la Interpol, y con sus ciudadanos y empezar a infiltrar información acerca de dónde atrapar a los capos de la droga, del comercio de mujeres, de los contrabandos de órganos y, en definitiva, a todos aquéllos que dirigen y controlan el crimen organizado? Eso no es tan fácil. Lo sé. Allí las cabezas ruedan. Los hackeadores son hackeados. Los infiltrados son torturados y colgados de los puentes o enterrados en fosas colectivas. Allí no hay guardaespaldas que guarden las espaldas de los jefes, hay verdaderos ejércitos con los dispositivos de seguridad más avanzados. No son trece millones de euros lo que se mueve, son trece millones elevado al cuadrado, al cubo e incluso al dodecaedro, si me apuran. Allí no hay un capo. Hay una organización. Un Estado global dentro de la globalidad de Estados que va a conseguir que lenta pero inexorablemente se legalice lo que hasta hace bien poco tiempo se consideraba inadmisible y ello con el beneplácito de Fuenteovejuna porque la Diosa Opinión Pública, públicamente manifiesta su conformidad. Vivir para ver.

No sé si Mario Conde es criminal o no. No sé si ha robado o no. No sé si ha metido en un aprieto a sus hijos o no. Pero desde luego lo que es sorprendente, déjenme que al menos confiese mi extrañeza, es que lo metan en la cárcel por estar introduciendo dinero en España cuando hay tantos sacándolos y que sabiendo, como parece ser que sabían, que estaba blanqueando desde 1999, lo detengan como lo han detenido y lo hagan precisamente ahora, justo en medio de la explosión de los papeles de Panamá, convirtiéndolo así en el símbolo absoluto de la corrupción y en un más que seguro candidato a ser sacrificado como chivo expiatorio en la pira de la diosa Opinión Pública . 

Es cierto, el hecho de que lo introduzca el dinero no legal en su propio país, caso de que esto se demuestre, no lo convierte en patriota y tampoco lo libera del delito de blanqueo de capital. Pero díganme ¿qué pasa con el capital invertido y lavado en España por mafias y mafiosos de otros países? ¿Cómo es posible que se quiera hacer de Mario Conde “el blanqueador” por antonomasia habiendo tantos como hay y “el ladrón” por excelencia con tanta concurrencia como la que parece ser que rige en el gremio?

A Böhnermann todavía le queda una esperanza de ser salvado in extremis. Los alemanes gustan de deliberar acerca de los problemas, mucho más cuando son los otros los que les obligan a tomar decisiones sobre sus asuntos internos; mucho más cuando estos asuntos internos son asuntos que en absoluto interesan a los que forman el gobierno porque, francamente, hay asuntos más importantes de los que ocuparse. La poesía era pueril, insultante y de baja calidad, sí. Pero la reacción de Erdogán ha estado a la altura de la poesía y esto, justamente esto, es lo divertido. Se condene o no se condene a Böhnermann, Böhnermann ya ha conseguido lo que quería: hacernos reir y convertir al serio y noble Erdogán en el hazmerreir de Europa gracias al estallido de cólera del serio Erdogán que ha producido la risa de la Fuenteovejuna Europea y de sus gobernantes. Con o sin condena Böhnermann ya ha ganado. Ha conseguido mostrar a Erdogán con su auténtico rostro y éste no enseña precisamente nobleza de carácter sino... Ups.. mejor me callo, no vaya a verme envuelta en procesos judiciales por decir lo que la reacción de Erdogán ya ha revelado al adormecido y apático espectador occidental.

Mario Conde ya ha sido juzgado y condenado por la Opinión Pública y su sentencia confirmada por Fuenteovejuna. Y esto es, justo es admitirlo, lo que me irrita. Si yo misma desconozco si es culpable o inocente no puedo imaginarme cómo es posible que Fuenteovejuna ya lo sepa.

Termine como termine este asunto dos cosas resultan innegables:

- Una: Mario Conde es un hombre-individuo.
- Dos: Mario Conde es un romántico y por consiguiente, un alma libre.

Los hombres como él nunca mueren. Siguen navegando en la conciencia histórica de un pueblo hasta el fin de los tiempos.


Pase lo que pase y suceda lo que suceda, Jan Böhnermann y Mario Conde ya han ganado.

La bruja ciega


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