Me doy una vuelta por los periódicos. Nada especial. Nada digno de reseña.
El caos político en España es similiar y crece proporcionalmente al caos
emocional y al caos educativo en el que se encuentra inmersa. Caos emocional,
sí. El sentimentalismo, el “dar la vuelta a la tortilla” sin que ni siquiera
nadie muestre interés por saber de qué tortilla se trata, el “digo” pero “no
digas que dije que dijiste”, la avalancha de emociones que día tras día soporta
el ciudadano de a pie en su entorno familiar, en el trabajo, en el gimnasio, en
los programas de televisión en los que se sumerge para olvidar sus problemas y
que hete aquí que le muestran reflejados los mismos problemas que le atosigan a
él, de modo y manera que ese ciudadano ya no es el ciudadano-espectador sino
que por arte de magia, igual que le sucedía a la protagonista de la película
“La rosa del Cairo”de Woody Allen, se ve transportado al mundo de la pantalla:
realidad virtual de confección casera; sin necesidad de tener que recurrir a
complejas técnicas o a sofisticados softwares: únicamente con la ayuda de las
emociones.
Esto, claro, sólo es posible porque la carencia de educación, la ausencia
de un verdadero deseo individual de educar la mente, de aprehender
conocimientos, de introducirnos en mundos en los que todo pueda comprenderse de
modo racional, se expande cada vez más y cada vez más rápidamente. El único
deseo individual de educar algo se refiere al cuerpo y a todo lo que tiene que
ver con su cuidado.
Hablar de pura racionalidad no está de moda; suena a frialdad de alma, a
dureza de corazón. Pero esta afirmación, hora es ya de ser sinceros y de
obligarnos a admitirlo, es una afirmación que huele, igual que huelen otras
muchas de las afirmaciones que diariamente escuchamos en el panorama político-económico-social
de nuestro país- a polilla, a rancio, por no decir a podrido. Quizás hubo un
tiempo en que lo racional ocupó todo el espacio del que dispone el individuo
para moverse. A estas horas, francamente, ya ni lo sé. La literatura victoriana
hubo de nacer y desarrollarse a fin de paliar los terribles efectos que los
excesos románticos habían causado pero lo cierto es que ni siquiera la
literatura victoriana fue absolutamente racional. Primero, porque el
desgarramiento por la falta de Fe, por más que se intente racionalizar, nunca
está exento de emoción y segundo, porque la inmensa confianza que los
victorianos depositaron en las posibilidades humanas indica un grado de
optimismo y entusiasmo que tampoco está libre de sentimientos. Y al mismo tiempo,
y para suerte de los británicos, he de decir que ni siquiera los rebeldes como
Virginia Woolf y Huxley abandonaron la racionalidad, (pese a todas sus
excentricidades, excentricidades que, todo hay que decirlo, se encargaron de
publicitar por aquello de que el “pipi-caca-culo” nunca es gracioso a no ser
que vaya acompañado de las caras de confusión y enfado de los otros, de los
serios y honorables), racionalidad,
además que siempre, hasta nuestros días, ha conseguido salvar a este pueblo
extraño y contradictorio donde los haya y con el que, consiguientemente,
batirse en duelo siempre representa un honor para el contrincante.
Pero volviendo al tema que nos ocupa, el dominio del racionalismo, aun en
el supuesto caso de que alguna vez existiera, duró muy poco tiempo. El
nacimiento y desarrollo de la psicología volvió a introducir al hombre en el
mundo de la introspección y decir introspección es decir hundirse en los
sentimientos y emociones de uno mismo. Sí, es cierto: la psicología intenta
“racionalizar” o al menos “canalizar” las pasiones, traumas y demás, pero para
conseguirlo ha de introducirse ella misma en dichos terrenos pantanosos y los
resultados no siempre pueden ser calificados como triunfantes. A veces la
psicología misma termina hundiéndose en los fangos que pretendía convertir en
transitables. Por eso, con la psicología pasó lo mismo que con las religiones.
Se convirtió en un arma de doble filo. Un arma que fue utilizada, y muy bien,
por los tiranos de las familias, de la comunidad y del Estado. Hubo un tiempo
en que las religiones declaraban endemoniados y brujas a todos los que se
oponían a las voces dominantes, respetables y cristianas del lugar. Hubo un
tiempo en que la psicología declaró loco a todo el que no se adecuara a las
normas dictadas por los respetables que les rodeaban. No. La psicología no
puede desligarse de aquello que pretende tratar y aquello que pretende tratar
son siempre emociones, ya sean reales u oníricas. Lo más que puede hacer la
psicología es mantenerse al margen tanto de las emociones de los locos como de
las emociones de los cuerdos que quieren declarar locos al vecino, al hijo, al
marido, extravagante y excéntrico. Este proceso exige una gran dosis de juicio
crítico, de independencia de criterios, que sólo una racionalidad bien educada
y conformada puede proporcionar. Por el contrario, si de lo que se trata es de
un mal funcionamiento del cerebro hemos de abandonar la psicología e
introducirnos en la neurología.
Pero, como ya digo, donde hay emociones y sentimientos hay sentimentalismo,
sensiblería y manipulación. Y donde el sentimentalismo, sensiblería y
manipulación cobran importancia no tardan en aparecer la histeria individual,
primero y la colectiva, después. La depresión es, al igual que lo son otras
muchas enfermedades “modernas”, una histeria individual, aunque esta histeria
sea silenciosa y no “a gritos”. El enfermo “chilla” con su pasividad.
Particularmente, yo prefiero a la gente que vocifera por la calle. Aunque el
aumento de decibelios les resulta a los viandantes sumamente molesto, para el
escandaloso es –sin duda- mucho más sano.
No se rian. Los chinos, por ejemplo, deben haber llegado a la misma
conclusión que yo y como hombres de armonía que son, han transformado el grito
en risas. La terapia de la risa está basada en los mismos presupuestos que la
terapia del grito.
Créanme: hasta donde he podido comprobar, la única manera de superar las
emociones es u olvidándose de ellas o sublimándolas, que es –desde luego- otra
forma de olvido y ello porque la sublimación exige algo que las emociones no
consienten fácilmente: convertir lo negativo en positivo. De la leche agria, se
hace requesón. Del pan duro, se hace pan rallado. Este proceso exige el
movimiento, el movimiento lleva a nuevos senderos y los nuevos senderos
demandan la concentración en los nuevos parajes y el olvido- o desatención- de
lo anterior, pero esta vez nos introducimos en lo desconocido mucho más
confiados porque ya sabemos que de la leche agria podemos sacar requesón, e
incluso- llegado el caso- tirarla y
seguir. En cambio el que se queda en las emociones, sean suyas o de otros, se
hunde sin remedio. Yo he visto a hijos hundirse en los traumas nunca superados
de los padres y nunca aceptados como traumas por sus progenitores. Hijos que se
han sentido mucho peor de lo que eran porque las emociones paternas les han
inducido a creer que eran poco menos que criminales al intentar separarse de
ellos e iniciar una nueva vida. Hijos que han buscado en esos tan emocionales y
emotivos padres el cariño, la atención e incluso el perdón por pecados y
crímenes que no han cometido pero que estan convencidos de que los han
perpretado por el inmenso dolor que les muestran sus padres. Padres que en la
comunidad estan vistos como personas admirables y dignas de confianza. No. No
siempre son nuestras emociones las que nos hunden. A veces son las emociones de
los otros las que, como olas surgidas de no se sabe dónde, se alzan
amenazadoras sobre nuestras cabezas. Y entonces nos encontramos, verdaderamente,
ante un “sálvese quién pueda.” Nadar en las emociones ajenas es mucho más
peligroso que nadar en las propias. Pero esto, ya lo sé, es otro tema.
De regreso a la cuestión que nos ocupa hay que decir que la semilla de los
nacionalismos no tardó igualmente en enfrentarse al racionalismo, igual que lo
hicieron las nuevas religiones que no aportaban nada realmente nuevo excepto
una intensificación de la mística, y por tanto del individualismo, y un modo
distinto de escenificar las creencias. La Fe, en quién o a qué, con o sin
nuevas religiones, sigue siendo cosa de unos pocos. Pero esto, lo sé, es otro
tema.
Y bien a lo que iba. El aumento de la sensibleria, del espectáculo de las
emociones corre parejo a la ausencia de conocimientos cognitivos que padece la
actualidad. El conocimiento está muy mal visto. Los intelectuales han de
subirse al carro del teatro de las risas, los llantos, tragicomedias y demás
esperpentos, si quieren vender algo de lo que escriben. Otros intentan
encontrar algún puesto en la Universidad y a falta de puestos en la
Universidad, en el Instituto o en la Administración para poder dedicarse al
estudio, que es lo que a ellos verdaderamente les entusiasma. No son los
únicos. Hasta Sartre e incluso el mismísimo Einstein tuvieron que buscarse
otras ocupaciones que les permitiera desarrollar la auténticamente suya con
total sinceridad. Por más que esa sinceridad dejara unos cuantos cadáveres en
el camino, no ser radicalmente sinceros hubiera dejado muchos más, los suyos
propios incluidos.
What´s the point?
El punto es que las emociones son peligrosas por inefectivas e inservibles.
Está bien que un hombre ame a una mujer pero un hombre que está escribiendo
todo el día durante décadas cartas de amor a su novia es un pesado o un necio o
ambos. Está bien que una madre se preocupe por el bienestar de sus hijos pero
una madre que no permite que sus hijos levanten el vuelo, que para conseguir
que no levanten el vuelo les corta las alas, que sólo les consiente que vuelen
allí por donde ella quiere que vuelen, es una madre emocionalmente inmadura.
Está bien que un hombre enfadado rompa un plato pero que rompa un plato cada
vez que se enoja le obliga a tener, por lo menos eso, una vajilla de resguardo,
con el consiguiente desembolso económico que ello significa.
El punto es que la inteligencia emocional, por muchos libros que al
respecto se publiquen, se compren e incluso se lean, no existe salvo que sea
desarrollada y esto sólo puede ser posible a través del desarrollo de la
racionalidad en una sociedad, lo cual sólo puede conseguirse a través del
cuidado de la educación racional. Y eso que lo digo yo; yo que como todas las
brujas y todos los mosqueteros gascones, han de navegar en medio de feroces tormentas
y enfrentarse a implacables sirenas emocionales y justamente porque lo sé puedo
afirmarlo sin miedo: en tales momentos lo único que salva es amainar velas y
llamar a los libros y a los Sherlock
Holmes de este mundo a que se hagan cargo del timón. O sea: a la razón. En cambio, si ustedes pretenden
luchar contra las emociones con nuevas emociones o en vez de llamar a Sherlock
Holmes prefieren confiar en Watson, fracasarán. La racionalidad de Watson es
demasiado “humana”, o lo que es lo mismo: demasiado proclive a pensar en el
otro como el “pobre otro”. Ni siquiera les aconsejo que en tales difíciles
circunstancias llamen a Indiana Jones. Seguramente terminarán comprobando
aquéllo de “mucho ruido y pocas nueces.” Un hombre que controla sus impulsos en
el último instante del último minuto gracias a la llamada de su padre, es un
hombre proclive a ser víctima de la hipnosis y de la manipulación y por tanto,
no sirve.
Pero justamente en estos momentos se confia en el bueno de Watson o se
llama a Indiana Jones. (Se llama a Indiana Jones y no a Sherlock Holmes porque
mientras Sherlock Holmes permanece encerrado en su laboratorio y en su
biblioteca comprobando hipótesis, analizando diversos estudios y consultando
casos similares, a Indiana Jones nos lo encontramos todos los días en el
fitness studio y sabemos lo musculoso y bien entrenado que está. Hoy en día
“autorealizarse” consiste fundamentalmente en cultivar el cuerpo, no en
cultivar el conocimiento con literatura, arte y matemáticas. Digo
“conocimiento” y no “mente” porque muchos están convencidos de que el cultivo
de la mente hace referencia a la práctica del yoga puesto que el cuerpo lo
cultivan practicando jogging, a pensar en positivo, a sentirse dios creador de
mundos paralelos y cosas por el estilo.)
Se llama a Indiana Jones, como digo, y se intenta vencer a las emociones
con las emociones mismas, se esconden los libros (o lo que es peor: se muestran
de diez en diez y se acaricia y se alaba la calidad de la foto de la portada),
y a Sherlock Holmes se le tacha de loco, de incomprensible y suerte tendrá de
que lo declaren “frikie” y lo dejen en paz con los otros “frikis”. (Hoy en día
ni siquiera la locura es considerada individualmente, ni siquiera la
excentricidad. Todo es metido y comprimido en cajones por los mismos,
curiosamente, que se quejan de la falta de libertad de la sociedad actual).
En cualquier caso el intento de acabar con las emociones a base de
emociones únicamente produce el efecto contrario del que se esperaba: las
inflama. Y eso es lo que en nuestros días está sucediendo en todo el mundo, no
sólo en España. Es lo que se está haciendo a la hora de derrotar a Trump, lo
que se está haciendo para desarmar a los nacionalismos nacionales, lo que se
intenta hacer con el Brexit y con los populismos.
La técnica utilizada es falsa. Falsa. Falsa.
Trump igual que tantos líderes políticos está utilizando a las emociones
para hacerse con el poder. El problema es que sus contrincantes hacen lo mismo
a fin de intentar derrotarle. Van a
atacar a Trump al campo emocional de Trump. Y claro, pierden. Pierden, han
perdido y perderán. Uno nunca puede vencer a las emociones en su propio campo.
Ni siquiera estoy segura de que creando otro campo distinto de emociones pueda
conseguir vencer. Eso es sugestión contra sugestión, opinión contra opinión y
lo más que puede generar es una confrontación – y tal y como está el panorama
no sería de extrañar que terminara convirtiéndose en una confrontación
violenta.
Pierden además porque olvidan algo tan banal como el hecho de que cuando pretenden descalificar a Trump utilizando argumentos emocionales, el elector toma esa descalificación como suya. Es decir, el elector se siente insultado y menospreciado. Lejos de hacerle reconsiderar su posición, le lleva a tomar medidas emocionales del tipo: “Ahora sí que le voto” “¿Qué se han creído estos petimetres que son para decir quién es bueno o quién no, si ellos tampoco han demostrado nada?” “¿Qué piensan que van a conseguir con este juego sucio de mobbing?”
Los candidatos olvidan con sus descalificaciones emotivas que los electores han llegado al límite de sus posibilidades en lo que a la capacidad de soportar emociones se refiere. Demasiadas películas, demasiados libros épicos, demasiadas teorías de la conspiración. Asistir a más emociones durante la campaña electoral le hace tomar partido por el que es visto por el resto de los candidatos como “antihéroe” y esto porque las grandes películas y series del momento han encontrado en los chicos malos un filón de oro a explotar, de modo paralelo al que han encontrado en las it girls, no sólo las películas sino la moda y las empresas de cosméticos.
Pierden además porque olvidan algo tan banal como el hecho de que cuando pretenden descalificar a Trump utilizando argumentos emocionales, el elector toma esa descalificación como suya. Es decir, el elector se siente insultado y menospreciado. Lejos de hacerle reconsiderar su posición, le lleva a tomar medidas emocionales del tipo: “Ahora sí que le voto” “¿Qué se han creído estos petimetres que son para decir quién es bueno o quién no, si ellos tampoco han demostrado nada?” “¿Qué piensan que van a conseguir con este juego sucio de mobbing?”
Los candidatos olvidan con sus descalificaciones emotivas que los electores han llegado al límite de sus posibilidades en lo que a la capacidad de soportar emociones se refiere. Demasiadas películas, demasiados libros épicos, demasiadas teorías de la conspiración. Asistir a más emociones durante la campaña electoral le hace tomar partido por el que es visto por el resto de los candidatos como “antihéroe” y esto porque las grandes películas y series del momento han encontrado en los chicos malos un filón de oro a explotar, de modo paralelo al que han encontrado en las it girls, no sólo las películas sino la moda y las empresas de cosméticos.
Todo esto,( lo
cual, seamos sinceros, teniendo tantos colaboradores como tienen no deja de ser
un tanto sorprendente,) es lo que han
sobreseído los contrincantes de Trump: la enorme influencia de las emociones.
Salvo que en realidad “las fuerzas ocultas del universo” hayan introducido ese
alud de emociones para generar el efecto contrario: que el elector-espectador
termine tan agotado que asuma sin temor el Orden Inamovible que se está
preparando en los sótanos de no se sabe qué Bunker. Por elucubrar que no quede.
¿Quién puede vencer a Trump? En estos momentos casi nadie y casi nada. Lo
más probable es que gane. Lo más probable es que se convierta en el nuevo
presidente de los Estados Unidos de América. Lo más probable es que se vean
incumplidas muchas de las promesas y lo más probable es que en la siguiente
legislatura otro nuevo presidente venga a sustituirlo. Esto es lo probable. Lo
deseable es que no suceda lo que en otros casos y en otros lugares ha sucedido: que el caos permanezca
décadas despues de su marcha. La pregunta inevitable se impone, sin embargo ¿fueron
los Trumps de este mundo los que realmente crearon el caos o simplemente
abrieron la caja en la que estaba encerrado porque sencillamente amenazaba con
explotar y su apertura ha sido incluso beneficiosa para que el caos salga
contenidamente y sin grandes emociones?
Contestar a esta pregunta es de vital importancia para la nación americana.
Y para contestarla adecuadamente se hacen necesarias grandes dosis de
sinceridad radical. Si es cierto que la película “Ted 2” muestra, aunque sea en
forma de comedia, la verdadera realidad americana, entonces no hace falta
perder mucho tiempo en introspecciones innecesarias e incluso perjudiciales
(porque uno siempre corre el riesgo de quedarse atrapado en la cueva que entró
a inspeccionar, porque aunque en esa cueva no haya monstruos, salir a la
superficie, igual que descender de la cima de la montaña, siempre es tarea
arriesgada). Si la película “Ted 2” muestra la realidad real ya sabemos en qué
circunstancias se encuentran los americanos en este momento: en una ruptura
cultural (no generacional) debido a la cual los personajes de película son más
relevantes para la sociedad que los grandes autores de la historia y ya sabemos
también en qué consite el sueño
americano: en una inmensa plantación de marihuana.
Al día de hoy ya no sé si esto es o no preocupante. A mí me lo
parece. Pero parecer no es lo mismo que ser. Me lo parece porque los personajes
de película más influyentes no son precisamente los más sensatos, porque las
películas que atraen a más espectadores no son las más profundas ni las más
inteligentes. ¿Por qué además habrían de serlo? El cine está pensado para
entretener a las masas, no para hacerlas reflexionar. Para eso ya están, o
deberían estar los libros y las escuelas. Es posible que algún guionista o
algún director dedique un especial cuidado a la psicología del personaje, pero
si quiere amortizar los costes de la película habrá de hacerlo sin olvidar los
gustos, deseos – o sea, las emociones- del espectador-masa. En otro caso quizás
pase a engrosar la larga lista de producciones del cine de ensayo, pero con
toda seguridad habrá de buscar una ocupación adicional que le alimente.
En cualquier caso si “Ted 2” no se equivoca, entonces Trump, afirmen lo que
afirmen sus rivales y detractores, no es, en absoluto, el introductor de ningún
caos que se precie. Más bien es su denunciante, su consecuencia, y si consigue ganar, el que muestra saber cómo aprovecharse de él. Que sepa cómo aprovecharlo no implica ninguna
connotación negativa. Simplemente sabe cómo utilizar un determinado utensilio.
Tal vez esto consiga detener los efectos terribles del caos, tal vez lo active
a la máxima potencia. ¿Quién lo sabe?
En cualquier caso, el método que se ha lanzado para intentar detener el
ascenso de Trump, consistente en grandes emociones, en grandes ataques
personales, en grandes enfurecimientos acompañados de grandes palabras, no ha
servido ni servirá de nada. Lo dicho: las emociones con emociones sólo
consiguen inflamarse aún más.
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¿Cómo, pues, se derrota a un alud de emociones?
Sin emociones.
Con la profunda convicción de la lógica y con la consistente actuación del
hombre que se comporta en modo lineal hacia el objetivo (por más que el camino
consista en una espiral, la espiral se recorre linealmente, o lo que es lo
mismo: sin salirse de la espiral) Pero en tanto que la política actual se nutre
de emociones, pasiones, dires y diretes a fin de procurar electores, y concede
más importancia a los escándalos y a las pasiones, más importancia a las
adicciones de Sherlock que a su buen hacer (y lo digo yo, que ya saben lo que
me molesta el tema de la droga), en vez de dar prioridad a la eficacia y a la
efectividad, las emociones desbordadas tienen todas las probabilidades de triunfar,
sea dónde sea. En España como en Estados Unidos; En Estados Unidos como en Gran
Bretaña; en Gran Bretaña como en Grecia; en Grecia como en Turquía; en Turquía
como en Rusia.
¿Es posible la no-emocionalidad? Lo veo difícil. El problema es que se
llama a Sherlock Holmes o cuando los responsables policiales no han dado con
el culpable o, cuando la familia no desea verse envuelta en un escándalo y desea
llevar el tema lo más discretamente posible. Es entonces cuando más de una y
más de dos teorías de la conspiración señalan a Sherlock Holmes como verdadero
culpable. Esto precisamente es lo que muestra uno de los capítulos de la serie
de Sherlock Holmes protagonizada por Benedict Cumberbatch. De repente, todas
las pruebas apuntan a Sherlock como culpable, incluso sus mejores amigos llegan
a dudar de él. Moriarty, por el contrario, emerge como inocente y si la memoria
no me falla, incluso como víctima. De repente “a” es “no a” y “no a” es “a”. La
única salida que le queda a Sherlock es el suicidio (aunque sea un suicidio
fingido). En cualquier caso: la desaparición, el ostracismo, y la pérdida del
honor.
Francamente ya no sé qué es peor: que “a” sea “a” o que “a” sea “no a”. En
cualquier caso todo este tipo de miserias lógicas sólo son posibles sostenidas
por las emociones.
¿Y qué pasa con el Brexit?
Cuando se celebraron las elecciones escocesas, dije que sería que no.
Ahora, ante el Brexit británico, digo que será que sí.
Demasiadas emociones que no pueden ser contenidas. Que intentan contenerse
a base de emociones y de contra emociones. El Afd alemán es emocional e intenta
abrir la caja de Pandora alemana. Por la experiencia pasada y porque la élite
aún se caracteriza por un amor a lo racional, a la minimización de emociones
aun en época de elecciones, por su convicción en la necesidad de autodisciplina
que les impele a mantenerse sobrios en la tormenta, porque han tenido que
enfrentarse a demasiadas emociones enlatadas en botes de conserva que
aseguraban que todo era racional y bien racional, pero que se han revelado como
fraudes y su ingesta les ha causado terribles convulsiones estomacales y
grandes dolores de cabeza, Alemania no está dispuesta a dejarse llevar
fácilmente por emociones. Pero la tranquilidad del hombre alemán no es
pasividad. El hombre alemán está salvando a Europa en estos instantes no porque
Alemania sea la locomotora económica sino porque Alemania dispone de una élite
intelectual y racional que ha de ganarse día a día y en silencio los libros que
sus conciudadanos les permiten leer y el estudio al que esos mismos
conciudadanos les permiten dedicarse. Leer y estudiar siguen siendo
considerados por muchos alemanes, pasatiempos de niños mimados y una de dos: o
ese mimado muestra y demuestra que es útil a la sociedad, o mejor que se apee
del carro y ayude a tirar de él. Y tanta dureza por la simple pero cierta razón
de que Alemania es pobre y no puede alimentar a los haraganes malcriados.
La OECD con todas sus necedades acerca de la igualdad y la desigualdad que
rigen en Alemania, un país en el que la enseñanza es gratuita, en el que
incluso los mejores colegios e institutos lo son, en el que incluso las más
renombradas universidades lo son, casi consigue desestabilizar a los germanos.
Tuvo que pasar algún tiempo y algún que otro desaguisado, antes de que se
recordara a los petulantes de la OECD que aquí en Alemania un “Handwerker”
(artesanos y demás) está mejor visto, mejor considerado y desde luego mejor
remunerado que muchos de los que poseen un título en Política, sociología o
filosofía. Sobre todo porque el “Handwerker” innova al mejorar los aparatos con
los que trabaja y se atreve a crear empresas y para hacer eso hace falta mucha
racionalidad y mucha Fe: la Fe en sí mismo y en su producto.
¿Emociones? Sí. Las emociones son esencialmente necesarias: para
comercializar y vender el producto.
Pero cuando esa racionalidad del alemán desaparezca, cuando el alemán se
sumerja en el sueño de las emociones, no habrá sueño que valga. Será una
pesadilla.
Y lo mismo en Gran Bretaña. En Gran Bretaña no ha habido ningún dictador
porque han sido buenos navegantes de
emociones. Justo cuando parecían que iban a hundirse, conseguían salir a flote.
Porque la excentricidad individual (no frikie) de los ingleses, porque su
extravagancia, los lleva a sentirse diferentes de los demás. Y ese sentirse
diferente – que es distinta a la Fe en uno mismo del alemán- ese sentirse
diferente, que justo porque es un “sentirse” es emocional, le obliga a mostrar
que él es objetivamente –sin emoción que valga- diferente.
Ya he dicho antes que emoción contra
emoción sólo genera violencia. Y el inglés o bien ha de sumirse en la violencia
y convertirse en pirata, en jack el destripador o en Mr, Hyde y Dr. Jeckyll o
similares, o bien ha de racionalizar dicha violencia, o bien ha de sublimarla,
o bien ha de dejarla libre en las tabernas de aquí y allá.El exceso de consumo
de alcohol que según se dice padece en estos momentos la sociedad británica indica
cuál es su estado actual de desesperación. Tradicionalmente el hombre inglés no
ha brillado por su cultura. Esa se la ha dejado a los chicos de Oxford y
Cambridge. Pero sí ha brillado por su “sentido común”. El sentido común es el
que le ha librado históricamente de los excesos de sus propios excesos. La
élite, por su parte, ha tenido buen cuidado en ocuparse del pueblo inglés. No
hay nada más peligroso para un gobernante que un vasallo con sentido común.
Incluso Cronwell durante el tiempo que estuvo en el poder sirvió al pueblo con
honestidad; en caso contrario su tiempo hubiera sido aún más corto. No obstante
el pueblo británico, haciendo gala de su gran sentido común, no suele fiarse de
los usurpadores, sean estos los que sean, debido a un motivo que revela su gran
sensatez: el que usurpa el trono al rey, puede usurpar al pueblo su libertad.
Sin embargo Obama y sus consejeros han obviado parece ser esta cuestión: la
de que ningún hombre con sentido común permite a otro que se inmiscuya en sus
asuntos sin él haberlo solicitado previamente. Obama va a Gran Bretaña cargado con emociones de buena voluntad pero sin
tener en cuenta el sentido común de los británicos y les pide que permanezcan
en la Unión Europea. Al hacerlo comete, desde mi punto de vista, uno de los
mayores errores de su historia política: la de decir al pueblo británico lo que
el pueblo británico debe hacer –o mejor dicho: no hacer- aunque ese “decir” sea
un consejo, un simple enunciado o como ustedes prefieran considerarlo. Obama ha
abierto sin querer la caja de los truenos, pero la ha abierto. Y a ver ahora
cómo y quién la cierra.
Será que sí porque el pueblo británico ha hecho más o menos lo que los
alemanes: ha dejado la cultura a unos pocos, pero ellos se han reservado el
sentido común. Esto obliga a las élites británicas igual que obliga a las
élites alemanas, a ser efectivas y eficaces. Las élites británicas, en los
últimos tiempos,se han dejado llevar por emociones descontroladas y por lo común
silenciadas o no tenidas en cuenta. En este sentido tengo la impresión de que
el “Brexit Sí” no representa simplemente un “No a Europa”. El “Brexit Sí”
(porque será Brexit Sí) significa un No del pueblo británico a la confianza
depositada en los políticos británicos; esto es: en la élite británica. No me
extraña que más de uno tiemble.
El sentido común del pueblo británico le permite saber que, dentro o fuera
de la Unión Europea, los acuerdos comerciales y de tránsito existirán igual que
existen con Suiza. Pero ahora, el pueblo británico va a cerrar fronteras para
dedicarse a una tarea que había descuidado: la limpieza general de su casa en
primavera y desde luego, todo lo que no sirva será tirado por la ventana sin
miramientos.
En lo que al pueblo alemán respecta, declara a sus élites, élites, igual que
antaño seleccionaba a sus reyes: tras la demostración de esas élites de que
merecen ocupar el rango de élites. Pero en el momento en que esa selección se
relaje, mucho me temo que corre el peligro de coronar a un Wilhem II o a algo
peor. Seguramente esto es lo que no ha pasado desapercibido a Angela Merkel.
Seguramente ha comprendido, o ya sabía, que las élites en Alemania tienen que
demostrar que lo son y tienen que demostrarlo a base de hechos y no de
emociones porque sabe por experiencia propia, que las emociones en Alemania no
producen sueños sino pesadillas. Saber que las emociones no pueden ser combatidas con
emociones sino con la absoluta frialdad de espíritu es lo que ha convertido a
Angela Merkel en la “presidente” de Europa. ¿Un ejemplo? Cuando en una ocasión,
al principio de la oleada de refugiados, Angela Merkel recibió a un grupo de
niños sirios, una de las pequeñas se echó a llorar. Angela Merkel la
tranquilizó como pudo pero no le dió las esperanzas que muchos, en ese
instante, le hubieran dado: la seguridad de permanencia. Angela Merkel fue
incluso amonestada públicamente por uno de su equipo a causa de su frialdad.
Angela Merkel no se inmutó ni por el llanto de la niña ni por el reproche de su acompañante.
La explicación que posteriormente ofreció en televisión fue la misma que la que
ha transmitido a Erdogán hace poco: ella no puede dar órdenes que no es a ella
sino a otras instituciones, como la Justicia, a quienes corresponde dar. Pero
esa misma Merkel que se negaba a beneficiar a la refugiada que lloraba y que
con su llanto emocionaba y reblandecía al corazón del espectador, (porque
consideraba que eso supondría, respecto a los otros refugiados, privilegiar al refugiado que tiene la suerte de
estar en ese acto, de ser niña y de conmover a los espectadores con su llanto, ) fue la misma Angela Merkel que meses más
tarde, mientras todos sus compañeros e incluso oponentes se encontraban sumidos
en la desesperación profirió convencida aquél: “Lo conseguimos.” Donde ese “lo
conseguimos” expresa la Fe más convincente en ella y en el pueblo al que sirve
y donde no hay rastro de populismo que valga.
Y por eso, por mucho que el pueblo europeo esté acribillado en estos
instantes por pasiones que le confunden y enerva, confia, espera y ansía ahora
más que nunca la frialdad de espíritu que es la racionalidad.
En este sentido, que España deba volver a celebrar elecciones no es más que
la constatación de que el pueblo español, igual que el resto de los pueblos de
Europa, vive sumido en las emociones pero –y esto lo lamentablemente - sus
políticos, también.
¿Y Francia? Me pregunta el caldero de sopa abriendo su redonda boca.
¡Ah! Francia, Francia, Francia.
De todo, Francia es, en estos instantes, lo que más me preocupa.
Las emociones francesas o se subliman o estallan...
La bruja ciega.
Y sí, lo sé, probablemente lo sabemos todos:
Y sí, lo sé, probablemente lo sabemos todos:
Algunos no emocionales sueñan con encontrar o ser ellos mismos Sherlock Holmes.
Algunos no emocionales sueñan con construir o llegar a ser ellos mismos robots.
Y otros no emocionales sueñan con levantar el eterno Orden Inamovible, que como todos los
órdenes inamovibles de este mundo no es más que su Orden Inamovible, edificado siguiendo las directrices objetivas de
su gusto personal, privado e
individual para la impersonal colectividad pública.
De todos los grupos éste es, sin duda, el más peligroso porque está compuesto
por quienes se consideran más allá del bien y del mal y a los que por tanto
nada de lo que suceda en este mundo les afecta salvo lo que suponga una
rebelión o un conato de rebelión porque toda rebelión es un intento no de
derrocarles a ellos, simples representantes del Orden Inamovible, sino – y esto
es lo terrible, dicen- el intento de mover el Orden Inamovible.
Pero incluso en ese caso resultan los tiranos del Orden Inamovible mejores
enemigos que los tiranos que basan su tiranía en el cinismo, en la flexibilidad
constante, en la inseguridad permanente, en el no saber qué puede salvar o
condenar. En un Orden así, ni Galileo-Brecht hubiera podido salvarse.
El vampiro me sonríe satisfecho al oir decir esto último.
"Querido vampiro, qué equivocado estás" –pienso. Pero esta vez me contento
con devolverle una sonrisa de desprecio. Estoy cansada para largos diálogos.
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