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Saturday, December 31, 2016

El fin es el comienzo. Entremedio está la luz.

Cuando los hombres no encuentran en el exterior respuesta a sus preguntas, o bien se quedan en ese exterior vacío y estéril adorando a la diosa Opinión o bien regresan, nuevamente regresan, a las cavernas más profundas del conocimiento. Cavernas que al contrario de lo que Platón pensaba no son cárceles que impiden a los individuos acercarse a la luz sino el refugio de los grandes pilares en los que se asienta la Humanidad y que han de mantenerse al cobijo de los destructores que pretenden acabar con ellos. La luz y la sombra no siempre son contrarios, la sombra no es siempre sombra, la luz no siempre es luz, “a” no siempre es igual a “a” ni siempre es distinta de “b”.

La diosa Opinión reluce en su brillo inconmensurable y ciega a los hombres hasta el punto de no permitirles ver otro lema que el suyo: “El que no está conmigo está contra mí”. La diosa Opinión se convierte así en  diosa de Fuenteovejuna primero y de los clanes después. Los que permanecen en la superficie, cerca del sol, perecen porque el sol que les alumbra es un sol falso y por falso hiriente. Un sol de apariencias y no de esencias.

Los hombres sensatos buscan la oscuridad y el anonimato; borran sus huellas para no ser seguidos ni perseguidos, y si esto sucede intentan por todos los medios poner antes a buen resguardo el conocimiento, hasta que llegue una nueva generación que, al igual que el Rey Arturo con la espada Excalibur, disponga de las facultades necesarias para desempolvarlo y restituirle el lugar que le corresponde.

En esas estamos; nuevamente estamos. Estoy leyendo un libro de Frances Yates. “Giordano Bruno and the Hermetic Tradition” al tiempo que los periódicos informan de que algunas defienden el dar a luz a sus hijos sin ninguna ayuda. La nueva escuela ya no se conforma con que el parto sea en casa con comadronas, que era la tesis que hasta ahora apoyaban las mujeres más radicales. No. Ha de ser la madre a solas con su bebé. Hasta cierto punto el surgimiento de tal corriente es perfectamente normal: Si la idea de muchos es la de llegar a ser autosuficiente y abastecerse ellos solos a sí mismos, sin depender de más fuerzas que las suyas propias, han de contar con mujeres fuertes y sanas que puedan hacer frente a cualquier situación y eso incluye el alumbramiento.

Pero no nos engañemos, ello no responde a los ideales de “haz la paz y no la guerra” o “Love and Peace”, que eran los lemas que regían las comunas que se formaron en las décadas de los años 60 y 70.  No. Esta nueva postura es el preámbulo de lo que muchos consideran que va a ser el futuro: un mundo de todos contra todos en los que la única forma de sobrevivir es siendo autosuficiente y poseyendo los medios y las técnicas para poder autoabastecerse. Un mundo roto e incomunicado, en el que la familia y los pequeños clanes autárquicos se esfuerzan en disponer de la autonomía en todos los planos de la existencia porque lo que se espera no es la paz sino justamente su opuesto: la explosión de la violencia. Y no sé si ese “esperar” es un temor o más bien un deseo.

Los nuevos propagadores de la medicina alternativa, de los productos del bosque beneficiosos para la salud, de los frutos y raíces que se encuentran incluso en invierno, de los viejos ritos paganos que sirven a la supervivencia, de las artes casi olvidadas, no se encaminan al desarrollo de una mayor espiritualidad ni a la unión del hombre con el Universo. Al contrario: su intención última es la de posibilitar la simple y desnuda supervivencia en un mundo que – en su opinión- no sólo la niega sino que la hace imposible. No es para la paz para lo que se preparan sino para la guerra; no es un mundo mejor el que esperan sino un mundo violento y destructivo en el que ellos puedan triunfar sin más fuerza que su fuerza. Un mundo oscuro y peligroso en el que el hombre quiere coger su espada, no de la Libertad, no del Axioma Primero, no de la Paz, no de la Humanidad, sino la espada de la supervivencia, la espada de los instintos primarios, la espada de la sangre, porque es la sangre la que le dice quié  está vivo y quién muerto. Es la espada de la autoafirmación a base de la autoimposición a base de la defensa primero y de la conquista, después. Hombres que no quieren carros de combate sino luchas cuerpo a cuerpo. Hombres que desprecian a los terroristas porque se esconden detrás de la tecnología para matar, porque los terroristas son cobardes incapaces de luchar hombre contra hombre, porque los terroristas no se atreven a declarar la guerra, porque los terroristas matan sin avisar. Esa es la nueva extrema derecha que está empezando a formarse. Los líderes de esa extrema derecha desprecian a los terroristas por no dar la cara, por esconderse como timoratos, por hacer la guerra al estilo de los bandoleros y no al estilo de los auténticos guerreros. Esa es la nueva extrema derecha a la que muchos hombres considerados sensatos van a unirse a pesar de que tal vez ellos mismos no posean la fuerza de los instintos, mucho menos el de la supervivencia. Se van a unir porque la extrema derecha está llamando a los instintos más animales del hombre, a los instintos más puros, que son también los más bajos, para combatir, dicen ellos, a los terroristas y a todos aquellos que amenazan a la sociedad y para muchos esto es una llamada justa e incluso necesaria.

El problema que no ven, que no quiere ver ni la extrema derecha ni esos que se unen a ella: que cuando los instintos se desbordan, cuando el olor de la sangre se extiende, lo único que persiste es la muerte, la destrucción, la perdición, el caos. Y esto arrolla también a los inocentes.

Dentro de unas pocas horas empezará un Nuevo Año, que es un Nuevo  Año dentro de un siglo, dentro de un milenio recién estrenado. Los hombres y mujeres tendrán hoy como ayer, hoy como mañana, que intentar mantenerse en la superficie al tiempo que conservan su sótano listo para cualquier imprevisto. Los hombres y mujeres tendrán que conciliar la veneración a la diosa Opinión Pública con su propio conocimiento y cuando esto ya no sea posible por más tiempo habran, no les quedará más opción, de encerrarse en su sótano, con víveres y agua suficiente para no tener que ir a la plaza del pueblo más que en contadas ocasiones, cuando el sol comience a declinar.

El conocimiento en los sótanos; los fuertes parapetados tras los muros de sus ciudadelas sin más esperanza que la que sus propias fuerzas les concede; los débiles sin saber que hacer y todos ellos: fuertes y débiles, adorando a una única virtud: la de la ciega lealtad que no permite ni la reflexión ni la crítica ni el pensamiento. La lealtad ¿a qué? ¿a quién?. Eso es lo que menos importa: puede ser al clan, al grupo dominante, al lider, a la Institución, al Orden Eterno dirigido por el caos e impuesto por hombres contingentes y finitos.

Lo que debería inquietar sin embargo es el hecho de que los libros se están llevando lenta pero silenciosamente a los sótanos, que la información es la pared que sirve para ocultar el verdadero saber, que los antiguos alquimistas denominados hoy bajo otros nombres se están empezando a reunir en pequeños grupos a plena luz del día pero que, justamente porque se trata de una luz cegadora y aparente, nadie toma en consideración ni en cuenta. Están pero nadie los ve. Se reúnen pero nadie les presta atención. No las sociedades secretas son hoy lo secreto. No las sociedades ilustradas son hoy las que mantienen el Saber. Es el secretismo del espíritu gótico el que en la actualidad impregna los sótanos en los que se conserva el verdadero Saber. El espíritu gótico no esconde: muestra y mostrando oculta. Hoy en día las sociedades más visibles son, aunque pueda resultar paradójico, las más herméticas porque aunque transparentes no hay muchos que puedan entrar en ellas y a medida que se adentran en sus cámaras interiores, menos son los que disponen de las facultades necesarias para acceder a sus recintos. Y así, -aun teniendo grandes ventanales, como los ventanales de las catedrales góticas, aun dejando pasar la luz, como la dejan pasar los templos más luminosos de la cristiandad -, el verdadero significado de su simbología, el verdadero alcance de su conocimiento, la verdadera comprensión de sus signos y de sus frases, queda reservado únicamente para unos pocos. Al igual que sucede en las grandes construcciones en las que la Verdad y el Saber aparecen expuestos allí mismo y pese a ello estos permanecen impenetrables para la mayoría, así sucede con la Verdad y el Saber de la actualidad. Ambos permanecen visibles para el exterior y sin embargo....

Sin embargo sólo unos pocos, que cada vez son menos, pueden llegar a entender lo que manifiestan. ¿Han leido ustedes libros herméticos? En realidad toda la sabiduría llamada “hermética”, sea esta la que sea, se asienta en dos grandes pilares: la virtud y el conocimiento. Ambos pilares han de tener similares proporciones para poder sostener adecuadamente el edificio que sobre ellos se levanta. Si la virtud es más alta que el conocimiento, el sentimentalismo termina por desmoronar la construcción. Si el conocimiento supera a la virtud, es el totalitarismo, la frialdad, el golem, el que destruye lo hecho. Lean lo que lean en los libros secretos y mágicos, no encontrarán nada que no sea Virtud y Conocimiento. Virtud y Conocimiento como las dos grandes conquistas del individuo, del hombre.

El gran error de la extrema derecha no es que quieran combatir cuerpo a cuerpo contra los terroristas.

El gran error de la extrema derecha no es que se estén organizándose tras las murallas de sus fuertes para convertirlos en recintos inexpugnables.

El gran error de la extrema derecha no es que quieran recuperar las fuerzas de los instintos dormidos y adormilados.

El gran error de la extrema derecha no es que quieran desarrollar sus fuerzas físicas y mentales.

El gran error de la extrema derecha es que está olvidando el verdadero sentido de la Virtud y del Conocimiento como instrumentos humanizadores, como métodos para que el hombre sea mejor.

El gran error de la extrema derecha, igual que el de los terroristas, es que ignoran el auténtico significado de la Virtud y del Conocimiento y pretenden devolvernos al mundo de las cavernas. No al mundo de los sótanos sino al de las cavernas más lúgubres, el de los bárbaros más salvajes e inhumanos.

Faltan los hombres verdaderamente virtuosos, los hombres que siguen la virtud de forma natural, sin imperativos externos. Faltan los teólogos, los hombres que iluminan el camino de la virtud sin recurrir ni al miedo ni al castigo. Faltan los metafísicos y místicos operativos y sobran viajeros astrales.

Faltan los sabios, faltan los hombres que disfrutan de su tiempo libre buscando y rebuscando en el saber clásico y en el saber moderno. Faltan los sabios cosmopolitas, esos que no se quieren quedar en el jardín de su casa sino que buscan el conocimiento completo y total y para eso saben que es necesario abrir la puerta de la verja y marcharse a recorrer los caminos nunca iguales, siempre complicados de la sabiduría. Faltan los sabios universalistas en un mundo desbordado por eruditos encadenados a la especialización a los que no se les permite ir más allá no digo ya de los lindes del jardín sino de los límites de la maceta y lo único que pueden hacer es cavar y cavar cada vez más profundamente en sus llamadas "áreas de conocimiento", mientras permanecen incomunicados de las otras "áreas de conocimiento" de los otros eruditos confinados en sus aislados sectores.

O quizás no faltan.

Quizás es, simplemente, que no los vemos; que no queremos verlos, que están ocultos entre el gentío y pasan desapercibidos en medio de una masa que finge estar terriblemente ocupada aunque se trate simplemente de una pose. Ocultos en esos que fingen una actividad febril, en un continuo estar yendo y viniendo, los verdaderos sabios y los verdaderos virtuosos trabajan a la luz del día siendo vistos por todos y reconocidos por ninguno. 

Un Nuevo Año nos espera.

El Fin como el Comienzo.

Entremedio la luz.

Esa es, en realidad, nuestra tarea.

La bruja ciega.


Wednesday, December 21, 2016

Una discusión antes de Nochebuena

Acabo de discutir con el tranquilo Jorge y con el hada-dama Carlota, así que no estoy de humor. Escribir es lo único que me consuela. Eso y escuchar el Requiem de Mozart. Lo del Lunes fue una atrocidad de tal envergadura que todavía no he sido capaz de superarlo. Y eso que lo intento, no crean. Intento seguir las recomendaciones que alientan a continuar con los preparativos de la Navidad “como si” no pasara nada. Lamentablemente ese “como si” ha de ser constantemente entrenado desde la más tierna infancia cosa que yo, lo confieso, no he hecho nunca. Ahora mis músculos están atrofiados y mucho me temo que es demasiado tarde para mi y que intentarlo sería incluso perjudicial. Tan nefasto como supone empezar a practicar deporte a personas que no lo han hecho nunca. Ese “como si” es para mi un reto difícil de alcanzar, entre otras cosas porque me invade la sospecha de que pueda llegar a convertirse en cínica indiferencia envuelta en serenidad revestida de respetable continencia. Tengo miedo de que los muertos lleguen a ser meras estadísticas, algo que sucede por “obra y gracia” del destino y que como tal hay que aceptar: “Les ha tocado”. 
Estos son, supongo, los motivos que me inducen a ser tan reacia ante ese “como si”. Los caracteres mosqueteros como el mío siguen más bien la divisa de “Nada de lo humano me es ajeno” y claro, al final de nuestras vidas estamos exhaustos aunque eficaz, lo que se dice eficaz, no hayamos sido porque ese “Nada de lo humano me es ajeno” en solitarios como nosotros suele traducirse más en un sentir por los otros, en un ponerse en el lugar de los otros, que en un hacer por los otros. Y encima, cuando lo intentamos, somos de esos que teniendo muy buena voluntad no aciertan una y todos suspiran aliviados cuando desaparecemos. Tengo la impresión de que desempeñamos el papel que en la Iglesia Católica han desempeñado siempre las monjas de clausura y los frailes. Es necesario que a todos los de nuestra clase se nos meta en un convento y se nos permita estudiar, escribir, discutir y sembrar el jardín. Seguramente de este modo contribuimos a la sociedad más que intentado solucionar sus problemas en activo, porque está claro que a pesar de que nosotros somos buenos y leales consejeros e incluso inmejorables analistas nos caracterizamos por ser malos dirigentes. Es necesario, sin embargo, que los gobernantes han de tener varios consejeros cada cual con sus ideas y saber dirimir entre los unos y los otros. Disponer de consejeros de distintas tendencias que puedan exponer sus posiciones libremente resulta imprescindible para gobernar sabia y eficazmente.

Con todo esto quiero decir que es muy posible que Jorge y Carlota, que tienen almas de gobernantes, estén en posesión de la razón mientras que yo y mi alma de consejera gascón estemos equivocadas. Cuando llegó la oleada de refugiados yo me mostré radicalmente a favor por dos motivos: la primera porque soy una absoluta seguidora del cosmopolitismo; porque temo a las sociedades estancadas, a los clanes, a las castas, a los caciques, a las endogamias de cualquier clase y condición y en este sentido acoger a personas de una cultura y una religión distinta implicaba introducir en Europa personas con diferentes criterios a los que enfrentarnos y ello implicaba enfrentarnos a nuestras propias convicciones. Ellos eran nuestro espejo. Lo dije y lo repito. En segundo lugar porque la guerra es siempre tan inhumana, tan cruel, tan miserable, que acoger a personas que buscan un refugio me parece absolutamente imprescindible si queremos seguir conservando el título de “hombres”. No puede ser que queramos salvar al planeta del calentamiento de la Tierra y al mismo tiempo ignoremos a los semejantes que sufren. Es cierto que el arzobispo Cañizares y otros muchos alertaron del peligro que ello suponía porque no todos eran “trigo limpio”. Pero admitámoslo ¿quién puede llamarse “trigo limpio” a la hora de su muerte? O creemos en la misericordia divina o todo está perdido.  Y a pesar de estas dos consideraciones he comprendido que los rusos, a los que todos critican por “bestias”, entren sin miramientos y se decidan a abordar radicalmente una guerra que desde el principio se caracterizó por ser una guerra de todos contra todos, donde la mayoría de esos “todos” eran fantasmas: ora población civil, ora soldados. Los rusos, calificados por muchos como cínicos, han tenido que defender firmemente sus convicciones, sean estas las que sean, porque por un lado eran criticados, por otra luchaban contra fantasmas y por otra despertaron en más de unos la nostalgia por la terminada y finita Guerra Fria. La Guerra Fria terminó. “a” no es “a”. Estados Unidos y Rusia tienen hoy en día más puntos en común de los que ellos mismos están dispuestos a admitir y esos “puntos en común” incluyen no sólo intereses comunes sino también enemigos comunes. La política cambia, las circunstancias también. Hacer de los rusos nuestros enemigos es un grave error. Los rusos espían a los americanos tanto como los americanos espían a los rusos. La guerra cibernética es otra guerra de fantasmas.

Bien, escribo todo esto al compás del Requiem de Mozart porque es necesario, imprescindible, que yo al menos, regrese a la armonía conmigo misma que siempre he mantenido. Armonía no exenta de discusiones, a veces incluso violentas discusiones, pero siempre según unas pautas y unas normas de modo y manera que al final, igual que sucede tras una limpieza general, el caos vuelve a recogerse en una estructura perfectamente organizada. Es necesario que re-escriba mis planteamientos para saber si me he contradicho, si hay algún punto que falla.

Y el último, mi problema con el populismo. Ya lo he dicho. Mi populismo es comparable al populismo femenino contra los hombres. Dentro de este populismo yo distinguía dos posibilidades: el populismo que nacía del “morbo” ante lo desconocido y que generaba historias, mitos y leyendas y el populismo nacido del padecimiento real de una injusticia. Esta semana he descubierto que existe un tercer tipo de populismo: el que nace de la indignación, ira o como se le quiera llamar, ante una injusticia que uno mismo no padece pero que ve cometida contra un inocente. 

Tres formas de populismo y las tres están activas en la sociedad. Como de costumbre los periódicos meten a todas en el mismo saco porque “a” es “a” y no se plantean más. Pero justamente ignorar esto es un grave problema y negarlo es aún peor. Lo que ellos llaman “extrema derecha” no es un compacto monolito sino que está compuesto de muchas tendencias y en este instante es imprescindible que lo“políticamente correcto” recoja alguna de ellas en vez de repetir constantemente ese “como si” o ese “ni miedo ni odio” que obligan a negar los propios sentimientos y consiguientemente sumergen al individuo en la contradicción y en su propia enajenación; esta disarmonía consigo mismo es lo que yo denomino locura.

Ustedes no me van a entender porque ni el tranquilo Jorge ni el hada-dama Carlota me han comprendido y andamos ahora los tres un tanto estresados y tirantes, buscando cada uno de nosotros ocupaciones que nos tranquilicen y haciendo “como si” no hubiera pasado nada. Pero es claro que algo ha pasado y es claro que tanto si volvemos a discutir acerca del tema, como si no, cada uno de nosotros sigue estando de acuerdo consigo mismo y eso ya es mucho.  El problema es cuando uno se ve obligado por los medios de comunicación y por los políticos a ocultar, a negar, a hacer “como si” su frustración no existiera. Lo repito. Al final eso conduce al cinismo, a la indiferencia, al derrotismo, a la aceptación de la predestinación y a su consecuencia: la falta de libertad,  y en última instancia  el individuo termina cayendo en la locura; entendiendo locura como disarmonía, enajenación, consigo mismo.

Con o  sin extrema derecha, ninguna de estas consecuencias son adecuadas para la sociedad.

“Y bien”, me ha preguntado el tranquilo Jorge, “¿qué solución encuentras a todo esto?”.

Lo primero, le digo, admitir que rusos, americanos y europeos estamos en el mismo barco. Da igual a quién nombren los turcos como culpable de la muerte del embajador ruso y de los tiroteos en Ankara; lo cierto es que hay un grupo de hombres que quieren acabar con otro grupo de hombres.
Lo segundo, admitir que los acuerdos internacionales para seguir una guerra no sirven en este caso y que o cambiamos las reglas o el ejército de fantasmas que pulula por el mundo va a acabar con nosotros ya sea de una forma o de otra, o de ambas.  Eso que denominamos “terroristas” no son simples asesinos; son “soldados” fantasmas de un “ejército” fantasma. Como ni los “soldados” se califican como “soldados” ni el “ejército“ como ejército porque son fantasmas, las reglas internacionales no son aplicables porque sencillamente estan hechas para luchar con ejércitos declarados y no contra ejércitos fantasmas. Así pues deben empezar a pensarse normas y reglas que hagan posible luchar contra los fantasmas. Habrá que llamar a los parapsicólogos y similares a ver qué dicen ellos.

Y es aquí donde ambos han estallado contra mí.

Jorge, el tranquilo Jorge que además de tranquilo es jurista convencido y convencido defensor del Estado de Derecho, de las normas internacionales y todo eso, me ha nombrado todas las convenciones internacionales, me ha explicado la conquista que ello supuso para el Estado Libre, para la protección de los derechos fundamentales. Carlota tampoco se ha quedado callada. Ya lo dije en una ocasión: mi amiga Carlota, una dama que odia hablar de política, es una invencible espadachina con la lengua. Ella no ha atacado a mis razonamientos, que para eso ya estaba el tranquilo Jorge y toda su jurisprudencia, sino a mi falta de elegancia al expresarme, me ha reprochado que grito demasiado, que no guardo la compostura adecuada y qué se yo qué más. Pueden ustedes imaginarse que a estas alturas Carlota ya sabe que un mosquetero gascón como yo no es un petimetre de palacio; ello sin embargo no impide que el mosquetero gascón se sienta desconcertado al escuchar las reprimendas por no mantener las formas adecuadas en la lucha. “Ni que estuviéramos en un salón de baile”, piensa el mosquetero gascón. “Las formas son las que mantienen la sociedad y tienen que ser mantenidas incluso en el combate”, replica mi damisela Carlota con un mohín de desagrado ante mi actitud tan poco “elegante”.

Mi defensa de la necesidad de regular adecuadamente la lucha contra un ejército fantasma y contra los soldados que lo componen se basa en dos argumentos.

-El primero, la teoría del juego. Si cuatro jugadores deciden jugar al parchís y tres de ellos incumplen las normas mientras que uno sigue manteniéndolas, está claro que el jugador que permanece fiel a las normas termina o derrotado o viéndose obligado a admitir que todos han ganado, como sucede en la carrera sin final en el caso de Alicia en el País de las Maravillas.

-El segundo, el hecho de que hay situaciones en las que las normas dejan o han de dejar de tener vigencia. Son los casos:

a)  de las dictaduras donde el individuo ha de determinar en conciencia si sigue las normas injustas o no y considerar si realmente su integridad sufre peligro caso de no hacerlo.

b) de la llamada a la desobediencia civil, de la resistencia pasiva.

c) del incumplimiento generalizado de una norma que ha caido en desuso. El caso de las reglas obsoletas que han caido en el olvido en la práctica social.

Y bien, Jorge ha seguido firme en su apelación al Estado de Derecho. Y yo sigo manteniendo la imperiosa necesidad de reconsiderar las normas internacionales de guerra para adaptarlas a las guerras reales que se libran en el presente contra fantasmas, ya sean contra un ejército fantasma-terrorista o contra un ejército fantasma cibernético. Y eso, le he repetido al tranquilo Jorge  hasta casi quedarme afónica no tiene nada que ver con la existencia de un Estado de Derecho fundado en un acuerdo común de los ciudadadanos por seguir las reglas y, sobre todo, los principios que allí rigen. Pero hasta donde yo sé, la guerra es un estado excepcional que deja en suspense muchas de las reglas que normalmente gobiernan y ordenan una sociedad.

Bien, he aquí las reflexiones que tanto han enervado a mis dos amigos. No sé si son equivocadas o no; no lo sé. Pero son mis reflexiones y las tengo doblemente en alta estima: porque son mías y por mías, sinceras, y además por ser reflexiones. 
Y es verdad, lo confieso, no son reflexiones desde la serenidad sino desde la tristeza y la indignación mosquetera gascona. Por eso que soy consciente que nacen desde la ira y no desde la calma, no puedo defenderlas a capa y espada pero tampoco puedo compartir el discurso del tranquilo Jorge, que ha vuelto tranquilamente a ocuparse de los asuntos importantes, ni los modales elegantes y graciosos de mi querida dama-hada-dama Carlota.

Supongo que cada cual muestra su tristeza a su forma y manera. Yo, ya lo saben ustedes, soy una vieja bruja ciega. No puedo de otro modo. Espero que la “corrección política” me disculpe por mis ideas. Y sin embargo, bueno sería que las tuviera presentes porque ni en sueños puedo imaginarme que sea la única en pensar así. Y eso, créanme, no es en absoluto baladí. Imaginen: alguien como yo que está en tierra de nadie, porque no puedo volver a la endogamia que en estos momentos caracteriza a España pero que al mismo tiempo es extranjera en el país al que quiere y por extranjera, pensable trofeo de una extrema derecha ciega y enfurecida, amén de víctima de despechos más o menos encubiertos de esos que hacen “como si” en lo público y “como si no” en lo privado. Si alguien, pues, que es consciente de lo precario de su situación observa que existen distintos tipos de populismo y distintos tipos de indignación y distintos tipos de guerras, y distintos tipos de circunstancias, si alguien así, digo, lo observa, piensen ustedes qué no observarán los que no se encuentran en dicho equilibrio inestable.

La bruja ciega.

Me gustaría tanto compartir las ideas del tranquilo Jorge y los modales de la elegante Carlota...

Me gustaría tanto...

No puedo.


Wednesday, December 14, 2016

Destroyer psicológicos

El tranquilo Jorge me llama para tranquilamente decirme que ha ido a una de esas conferencias en las que se explica científica y sesudamente que lo mejor para Europa sería que unos cuantos países desistieran de su empeño en seguir en la eurozona. Según esos inteligentes conferenciantes es preferible una crisis controlable que una catástrofe.

Pues bien. A esos sesudos intelectuales yo les denomino “destroyer psicológicos”. Que nuestra sociedad se encuentra a bordo del Titanic no resulta un misterio para nadie. De hecho, puestos a ser radicalmente consecuentes, habremos de admitir que el individuo se encuentra en su Titanic particular desde el mismo instante de su nacimiento puesto que su existencia está destinada a la muerte. El problema pues no es dirimir si estamos o no estamos en el Titanic. Lo estamos. La deuda es angustiosa. Las élites siempre inseguras, ahora tienden a esconderse bajo las piedras para no ser asesinadas por los igualitaristas guapos y bien vestidos con el dominio de la palabra en su haber aunque no de la razón. Pero como ya dije ayer de la razón pocos se ocupan hoy en día; la mayoría prefiere concentrarse en los argumentos y en las excusas, hasta un punto en que nuestra sociedad ha dejado de ser sofista para convertirse en cínica. No la razón sino los resultados son los que cuentan y para llegar a los resultados bastan con las explicaciones y los argumentos. A la razón se la deja por tediosa y aburrida. Ni siquiera la nueva izquierda española está dispuesta a ondear la bandera de la intelectualidad clásica justamente por eso: por soporífera. Al menos eso dicen ellos. Ellos que van regalando por aquí y por allá “Juegos de Tronos”, en vez de “Los Discursi”, de Maquiavelo. Ellos, que se confunden incluso cuando citan –libremente- una obra de Kant. Y sí, es cierto, seguro que la explicación es que han leido tanto que no pueden retener todos los títulos de los libros que han manejado. Y a nadie, ni siquiera a los verdaderos y auténticos lectores, les parece que esto no sea una buena explicación entre otras cosas porque a ellos a veces les sucede lo mismo. El problema es que una buena explicación, una explicación factible y creible no siempre entraña la verdad. Esa y no otra, debería ser la cuestión que nos preocupara pero que inmersos como estamos en un mundo de opiniones y de dimensiones virtuales no interesa a nadie salvo a unos cuantos “desfasados pesados” siempre a vueltas “con lo mismo” y “lo mismo”, claro, es la verdadera verdad. ¡Estos ilustrados que todavía no han comprendido que su tiempo se terminó y que ahora estamos en la postmodernidad, en el fin de la historia, de la música, de la literatura, del arte...!

Todo esto lo dije ayer y lo repito hoy. Es cierto. La sociedad, nuestra sociedad, en realidad todas y cada una de las sociedades, navega en el Titanic; lo que diferencia a unas sociedades de otras es que algunas pueden disfrutar de los primeros momentos del viaje y otras han de atender al choque contra el iceberg. Sin embargo, y para ser sinceros, pocas sociedades son las que se libran de la colisión contra el monstruo de hielo y la nuestra, desde luego, no va a ser una de ellas.

Admitido pues que la deuda es insalvable, que las élites están solas y abandonadas a su suerte, que la opinión guapa y altiva se ha erigido en el capitán del navío y que el encontronazo es inevitable, todo se dirige a determinar cuándo se produce el choque.

Y hete aquí que hay tres posturas.

-          La postura hedonista: la de “que salga el sol por Antequera”, la de “a vivir, que son tres días”, la de “vamos a la playa, calienta el sol”, la de “no me pises, que llevo chanclas”... Los hedonistas permanecen en la sala de bailes, disfrutando de la música, bebiendo y disfrutando del momento. No es que ignore que va a morir y por eso en su alegría hay siempre oculto un punto de tragedia y derrotismo, pero no quiere “pensar” en ese morir y no está dispuesto a perder un ápice de su fuerza para detener lo inevitable: el final sin remedio. La postura hedonista, le pese a quien le pese, siempre tiene algo de pesimismo vital. Algo de “bebe para olvidar” que siempre termina inexorablemente por convertirse “las penas saben nadar”. Y sin embargo, y aunque el baile no sea un baile exento de tristeza y nostalgia, el hedonista baila y baila salvajemente.

-          Junto al hedonista están los que dedican su tiempo a intentar sacar tantos cubos de agua como sean posible. Ellos, a pesar de lo que las primeras apariencias indican, son profudamente optimistas. El trabajo siempre es signo de aliento y de vitalidad. Trabaja el que cree que puede sacar algún provecho de su trabajo. Trabaja el que cree. Trabaja el que espera. Trabaja el que confía. Los “sacacubos” posiblemente saben que el terrible desenlace es inevitable y, sin embargo, las razones –que no las excusas ni los argumentos- que les llevan a continuar sin desfallecer es la de que cuanto más tiempo se tarde en colisionar más tiempo tendrán para preparar los botes salvavidas, las medidas de emergencia, pedir ayuda, acercarse a puerto, abandonar las aguas más heladas.

La tercera es la de los  “destroyer psicológicos”. Los "destroyer psicológicos" están convencidos de que cuanto antes se produzca el choque antes tendrá lugar la resurrección, la reencarnación o como ustedes prefieran. En cualquier caso, el resurgir de la existencia. Ellos se convierten en gurús de la sociedad y “saben” perfectamente que es mejor lo que ellos denominan un “choc” que la colisión final.

En primer lugar no entiendo cómo los "destroyer" pueden distinguir tan alegremente entre “choc” y “colisión final” antes de que la una y la otra se hayan producido. A lo largo de la historia hemos asistido a pequeños “chocs” que han abierto la caja de los truenos y los rayos de las guerras más cruentas hasta convetirse en auténticas apocalipsis de su tiempo.

En segundo lugar, tales “destroyer” son unos insoportables desocupados que ni tienen la fortaleza de ánimo del hedonista que quiere divertirse antes de morir ni la templanza de carácter del hombre que lucha contra el destino hasta el último instante por resistir y espera que sus fuerzas y los dioses le ayuden a sobrevivir. No. Esos “destroyer” se dirigen primero a la sala de baile e increpan a los allí presentes por su falta de dignidad, su superficialidad, su decadencia y qué se yo cuantas cosas más.
A continuación se dirige a los “sacacubos” y les anuncia con voz grave y respetable, que sus esfuerzos no tienen ningún sentido, que todo está perdido, que es mejor dejar que el golpe se produzca cuanto antes, y así habrá más tiempo para la recomposición de la sociedad, para la restauración de la normalidad, para en definitiva: la resurrección, reencarnació, re...

Esos son los “destroyer psicólogicos”. Hoy anuncian la catástrofe económica igual que ayer anunciaban el fin del mundo. Hoy anuncian el fin de Europa igual que ayer anunciaban que el hombre estaba condenado al Infierno. Esos son los destroyer psicológicos. Si por ellos fuera, el hombre y sus sociedades permanecerían en la semipenumbra porque la total oscuridad es tan perniciosa como el absoluto sol. Incapaces de disfrutar e incapaces de unirse a los esforzados se pasean con su aura de respetabilidad e intelectualidad  científica y los escuchamos porque a todos nos gusta oir tragedias y dramas, del mismo modo que a todos nos apasionan las historias de aventuras y de amor. Y sólo porque les escuchamos se creen en posesión de la razón, cuando en realidad sus razones no son razones, sino simplemente argumentos para morir, excusas para abandonar.

El sueño europeo es muy probable que llegue a su fin porque de un modo u otro, para bien o para mal, el hombre está sentenciado a despertar de sus sueños; sueños que a veces son mágicos y a veces, pesadillas. Sí. Europa no cree en Europa y ese es un problema mayor que el de la deuda. Europa no se siente con fuerzas para enfrentarse todos a una a los gigantes que la rodean: Estados Unidos, China, Rusia y el mundo árabe-musulmán. Europa-Hamlet no sabe, no acierta a distinguir, qué es lo que la une y sí, en cambio, es consciente de lo mucho que la desune.

Europa no cree en Europa, del mismo modo que la élite ya no cree en sí misma y ha bajado, nuevamente, cual Perséfone, a las cavernas del Hades. Sí. El problema no es simplemente el dinero. La cuestión económica no es un tema insalvable. Piensen por ejemplo en el puerto del Pireo, por ejemplo. Una ruina hasta que lo compraron los chinos, lo remodelaron y lo transformaron hasta convertirlo nuevamente en uno de los puertos estratégicos más importantes de Europa. Los comerciantes han de contar con la quiebra tanto como con la recuperación. El dinero es un grave obstáculo pero el mayor problema en este momento es la carencia de una élite ocupada en razones, una élite con conciencia de ser élite y respetada justamente por serlo. Y cuando digo “élite” ustedes ya lo saben no me refiero únicamente a la élite económica ni a la élite política sino a la moral, a la intelectual, a la artística. Me refiero a la élite en su conjunto caracterizada desde los tiempos más remotos en buscar la verdad de las razones y no la estrategia de las opiniones, de las excusas y de los argumentos. Es cierto que el número de individuos que componen las élites es un número muy reducido pero hasta los griegos sabían que para sostener el mundo basta con un único sujeto si éste dispone de la fuerza necesaria para resistir su peso.. Por eso que lo sabían los dioses griegos no tuvieron ningún escrúpulo en ordenar que fueran los hombros de Atlas los que sostuvieran el mundo. Atlas es la élite y la élite no ha de ser numerosa. Basta que goce de una buena salud y aguante. Pero ahora, la élite se derrumba y es derrumbada por unos y por otros y no saben dónde refugiarse. La élite ha dejado de ser élite para caminar el camino eterno de los iniciados, lleno de obstáculos y peligros. La élite, ya de por sí escasa, va a perder en ese camino ascendente aún más miembros. Primero porque muchos ya no van a disponer de la fuerza necesaria para ni siquiera empezarlo; segundo, porque muchos se detendrán extenuados; tercero, porque otros perecerán. La élite va a padecer nuevamente uno de esos frios inviernos que la sumen en la hibernación y que únicamente unos pocos, los menos, conseguirán sobrevivir.

Y encima llegan estos destroyer psicológicos y predicen que cuanto antes se produzca el choque mejor. Destroyer psicológicos en busca de reconocimiento, poder y dinero. Siempre hay quien se hace de oro con el miedo de los demás, con las crisis de la sociedad, con las guerras.

Europa morirá porque el destino del hombre es morir. Y sin embargo, no la muerte sino la vida es lo más importante. Sean hedonistas o “sacacubos”; disfruten del instante o trabajen, pero desde luego piensen en el camino de la vida y no en la vida después de la muerte. El camino de la vida es cosa de hombres; la vida después de la muerte compete a los dioses.

Y sí es cierto. Todavía no sé si soy populista o no lo soy. Aún sigo pensando en el tema.

Desde mi punto de vista, hay dos tipos de populismo.

La frase que el otro día escribía: “Todos los hombres son un peligro para las mujeres, especialmente para  las más jóvenes”encierra, como ya dije en aquel entonces, un gran populismo porque está claro que no “todos los hombres” son un peligro. Algunos intentan suavizar dicho populismo bajo el enunciado de: “Todos los hombres son un peligro hasta que no demuestren lo contrario.” Pero no cabe duda de que esto sigue siendo populismo y un populismo, además, extremadamente irracional. Sé de lo que hablo. He estudiando toda mi vida en colegios femeninos, he vivido en residencias de estudiantes femeninas. Fue un horror. Las féminas se pasaban la vida hablando de los hombres igual que los de “extrema” se pasan la vida hablando de los emigrantes.

Considerar el “populismo” de determinadas mujeres contra “los hombres” ayuda bastante a comprender el populismo en general. Si ustedes lo piensan con detenimiento descubrirán que todos los populismos de una u otra clase, terminan pareciéndose en sus raíces: desconfianza y obsesión. Desconfianza por lo desconocido; obsesión por lo que no se conoce. Hasta cierto punto podría decirse que el populismo encierra un determinado morbo. Y el morbo, como dice mi amigo Carlos Saldaña, asusta a las élites tanto como atrae a las gentes que basan su vida en la opinión.

Una parlamentaria alemana no entendía cómo era posible que hubiera gentes completamente contrarias a aceptar refugiados cuando en sus barrios no vivía ninguno de ellos. Por más que se lo preguntaba no encontraba la respuesta. La respuesta es el morbo. Ellos, todos de la misma zona, hablando no sólo el mismo idioma sino también el mismo lenguaje, ellos, todos tan iguales, igual que chicas de colegio femenino y de residencia femenina, sienten una desconfianza ancestral a lo distinto igual que las mujeres sienten una desconfianza ancestral hacia los hombres, al tiempo que sienten una obsesiva curiosidad por eso que desconocen. Y así nace el morbo. El morbo que está basado en opiniones, leyendas, mitos, argumentos, excusas, pero ninguna razón.

Este sería el primer tipo de populismo: el que nace del puro y simple morbo.

Sin embargo hay un segundo tipo de populismo. Así, uno entiende que una mujer tenga algo en contra de los hombres cuando ha sufrido experiencias negativas con alguno de ellos porque el hombre tiende a encajonar sus experiencias en compartimentos estancos y para eso, supongo, están los consejeros, directores espirituales, psicólogos, o como ustedes quieran llamarlos: para hacer comprender que los compartimentos estancos estancan la vida hasta convertirla en algo pestilente y que hay que abrir las ventanas. Uno entiende que se tenga algo en contra de los recién llegados cuando esos recién llegados exigen sin prudencia y amenazan con la violencia al tiempo que se quejan cual víctimas inocentes.

Este tipo de populismo que es comprensible porque expresa la indignación de la sociedad ante los peligros externos reales que han provocado se ve apoyado por el populismo-morbo y ahí empiezan los graves problemas. Es el caso en que las mujeres realmente violadas se encuentran en las comisarías con esas que denuncian falsamente malos tratos para conseguir la custodia absoluta de los hijos, una mayor pensión o yo qué se. Lo verdaderamente dañado se encuentra con lo morboso. Y ahí es donde queda en entredicho el populismo sensato, que es una sana ira hacia lo que nos ha dañado y se ve sepultado por la representación, a veces por falso mucho mejor puesta en escena de las comediantas.

Es importante comprender estos dos tipos de populismo. Es cierto que una parte del populismo se apoya en el morbo y esto es perjudicial y malsano y las escuelas mixtas son uno de los mejores logros de la pedagogía actual; pero no es menos cierto que hay determinados individuos, determinados proyectos, determinados grupos, que ocasionan a la sociedad más quebraderos de cabeza de la que esta ya de por sí tiene. Negar la indignación de la sociedad hacia esas agresiones no nos hace mejores.

No sé hasta qué punto soy populista. Las sociedades estancadas en su población, que apenas reciben nuevos elementos, se enfrentan a problemas aun más terribles si cabe que los de la confusión social. Lo estancado apesta y termina por consumirse en sí mismo. Los nidos de víboras se desarrollan y el fuerte se come al débil no por hambre sino por simple aburrimiento. Las sociedades que no reciben a nuevos pobladores se paralizan y atrofian. El hombre es nómada del alma y el alma necesita nuevos desafíos espirituales a los que hacer frente.

Pero por otra parte nadie desea abrir su jardín a alguien, sea el que sea este alguien, para que se lo pisoteen. Con una pequeña diferencia: si el que se lo ha pisado es su vecino, el dueño del jardín conoce perfectamente con qué posibilidades de ataque y defensa cuenta. Sin embargo, si es un desconocido el que ha entrado por la noche, el propietario del terreno no puede calibrar si se trata de “un despistado” o un “asaltante” que pretende matarle y hacerse con sus propiedades.

Es cierto. El populismo contra el islam es negativo y contraproducente pero hay que aceptar que el comportamiento del islam no ha ayudado a fomentar las actitudes sensatas y sí en cambio ha contribuido a azuzar a los comportamientos morbosos.

Hora es de dejarnos de jugar al juego de víctimas y verdugos para sentarnos a comprender que el estancamiento paraliza tanto como el caos y de lo que se trata es de superar el morbo y contribuir a que el maltrato de género descienda y esto no se consigue, me niego a aceptarlo, metiendo a las mujeres en casa y obligándolas a ir con faldas largas y salir a la calle acompañadas. Todo tiene un punto. Y el punto es que la libertad que tanto nos ha costado conseguir a las mujeres no nos sea arrebatadas por un puñado de desconocidos.

¿Comprenden mi problema?

Sigo en él.

El vampiro me mira desde una esquina y, cosa curiosa, esta vez no sonríe con su acostumbrada sonrisa cínica.

La bruja ciega.

El tranquilo Jorge se queja tranquilamente de que hablo de demasiados temas en mis artículos. Créanme: yo soy la primera que desearía cumplir la promesa que le hice a Carlota cuanto antes, pero intento hacerlo sin traicionarme a mí misma. Escribo a la velocidad del pensamiento.






Tuesday, December 13, 2016

Enemigos y destructores. Aprender a distinguir.

¿Han visto ustedes cómo está el mundo? En los partidos políticos las luchas internas por el Poder son tan intensas como las batallas que se libran en las familias convertidas a clanes. Los que se van son culpables de traición, de rencor y qué se yo que más. Por las razones pocos o nadie preguntan porque a decir verdad, ¿a quién les interesa las razones? Los resultados y sólo los resultados. Unos se quedan y otros se van. Las familias convertidas en clanes inventan explicaciones para quedar exonerados de culpa alguna y echan la pelota caliente a ese que además de apaleado es condenado ante la opinión pública. En los partidos políticos sucede lo mismo. No sé de qué lider (sí que lo sé pero no quiero escribir su nombre) se decía que no hacía falta que echara a nadie porque conseguía que sus oponentes se fueran voluntariamente. Muchos a esto le llaman triunfo estratégico. Yo le llamo decadencia. A mi edad, francamente, los que nos animan a seguir adelante no son los amigos, tan escasos como inestables, sino los enemigos. Díganme quiénes son sus enemigos y les diré cuáles son sus méritos. Son nuestros contrarios los que nos dan el valor y el coraje para seguir apoyando nuestros principios; son nuestros opuestos los que nos enfrentan a nuestras convicciones. No. En estas fechas en las que todos hablarán de amor, ilusión, paz y qué se yo cuántas bagatelas más, mi corazón no se enternecerá pensando en la amistad de los amigos, sino en la enemistad de mis enemigos. A ellos desearé la vida y la fuerza para seguir siendo lo que son: mis contrincantes. En esta época de Navidad, empachada de discursos azucarados y jarabe de lágrimas, yo levantaré la copa y brindaré por todos aquellos que buscan hacerme daño, que siembran la calumnia contra mí, que mienten sobre mis hechos y sobre mis palabras. Son ellos los que me impulsan a mejorarme, a no decaer, a no sentirme tan satisfecha de mis logros que detenga mi actividad.

Mis enemigos, mi honor.

Y mientras tanto, sigo pensando: populismo sentimental eclesiástico, corrección política, mainstream versus populismo político y antimainstream ¿dónde estoy?

Y al final no puedo decir que estoy donde estoy. A pequeña escala y justo porque estoy envejeciendo me molestan no sólo los desconocidos sino casi todos en general. Salvo Carlota Gautier, Jorge Iranzo, Carlos Saldaña y un par de nombres más, el resto del mundo, francamente, me molesta. A gran escala lo que me horroriza es la implantación de un Orden Eterno, con independencia de los signos ideológicos que ese Orden Eterno conlleve, pero aun más que ese Orden Eterno, lo que me intranquiliza es que bajo las risas, la pluralidad y la tolerancia que hoy muchos se empeñan en escenificar, se esconden juegos de poder cada vez más oscuros, cada vez menos inteligentes, cada vez menos honestos. Y esto no en las elevadas escalas de la sociedad sino a todos los niveles. Lo que me intranquiliza es que todo el que puede imponer su voluntad la impone; que la cortesía y la buena fe se practica cada vez menos entre los individuos; que los malos modales, que las pullas, que los ataques psicológicos se suceden sin pausa, que el te dije me dijiste es tan habitual que hoy en día resulta peligrosísimo hablar por teléfono con alguien, aunque sea un pariente, sin activar la grabadora.

Ese, - más que el populismo sentimental eclesiástico, la corrección política, el mainstream, el antimainsteam, el populismo político - , es el problema angustioso al que nuestra sociedad se enfrenta. Yo siempre he dicho que se ha perdido el fondo pero que se mantienen las formas. La verdad es que el fondo corrompido termina corrompiendo las formas.

¿Soy o no soy populista?

No lo sé. Sinceramente no lo sé. Moriarty, mi nostálgico Moriarty, intenta re-activar la oposición Estados Unidos- Rusia, desde Estados Unidos y desde Rusia, cuando la verdad es que dicho antagonismo, le pese a quien le pese, pertenece al pasado y hoy en día otras son las fuerzas a contrarrestar. Despertar el pasado no va a ralentizar los problemas del presente. Y lo peor es que Moriarty distrae al público haciendo aparecer en escena un revival de la guerra fria para concentrarse en la destrucción de su verdadero rival: Holmes; o sea, la élite. La élite siempre incomprendida, siempre distinta, siempre excéntrica pero siempre genial.

La élite atraviesa una terrible y profunda crisis existencial porque esta vez el ataque contra ella es, sobre todo de tipo psicológico. Siento y presiento que la élite se siente sola y abandonada y, sobre todo, poco reconocida por ese igualitarismo que sitúa en un mismo nivel al artista que expone y al niño de tres años y al mono que también exponen y que, destino terrible, consiguen vender incluso más que él. Creo que la élite se siente desprotegida y pisoteada por todos aquellos aficionados que se sienten críticos de literatura porque han leido cincuenta libros al año, veinticinco de los cuales son novelas negras, quince son novelas históricas, y los otros diez se reparten entre un par de ensayos periodísticos acerca de los sucesos políticos del momento, un par de libros de autoayuda espiritual, y un par de libros acerca del éxito comercial, de bricolaje y quizás un par de novelas premiadas, de las que todos hablan. En cualquier caso imaginen una conversación entre ese lector de cincuenta libros y un pobre profesor de facultad, que ha estado estudiando a fondo “la crítica de la razón pura”, de Kant y la fenomenología de Hegel. ¿Quién creen ustedes que hablará más alto? ¿Quién creen ustedes que se sentirá más contento de sí mismo? 
No les quepa la más mínima duda: mientras el lector de los cincuenta ejemplares está sumamente satisfecho con sus resultados, el profesor seguirá luchando por entender, comprender y responder a las preguntas y a los dilemas que uno tras otro se le abren frente a él. 
Mientras el lector se dormirá sumamente satisfecho de su capacidad intelectual, pasará el otro las noches en vela desesperado por su lentitud para salvar los obstáculos que el estudio le plantea.

Y no sólo en la lectura, incluso en temas tan científicos como la fisica, la élite se siente sola y desvalorizada. ¿Han visto alguna vez a todos esos aficionados que acuden a las conferencias de ciencia popular que versan sobre la gravitación, los agujeros negros, las diferentes dimensiones y todos esos temas que a tantos atraen? Mientras el estudiante de fisica es incapaz de contestar a las preguntas que esos aficionados les hacen porque primero, las preguntas en sí mismas no tienen ni pie ni cabeza y segundo, aunque lo tuvieran, él no tiene la respuesta, resulta que los otros se rien de su indecisión a la hora de responder a lo que le acaban de plantear porque creen que esa indecisión es producto del desconocimiento y antes de que el estudiante de física pueda ordenar intelectual y verbalmente el caos que le acaba de ser planteado por un ignorante sorprendentemente seguro de sí mismo, el ignorante ya ha respondido en voz alta y clara a las preguntas que él mismo acababa de cuestionar y con ello demuestra al estudiante que él, el aficionado, no necesita de ningún estudiante, (estudiantillo, le llama) porque él ya lo sabe todo.

Los inactivos no mejoran la sociedad, ya lo dije, pero logran que los realmente buenos, los realmente meritorios, pierdan las ganas de seguir adelante y se detengan. Los inactivos no son enemigos.

Los inactivos son destructores. Simplemente eso.

¿Soy  o no soy populista?

No lo sé. Sinceramente no lo sé. Tengo que decidir si los populistas son enemigos o destructores. Tengo que decidir si los populistas impulsarán a las élites, a los aristos, o los destruirán. Tengo que saber si los políticamente correctos sostienen a las élites o son lectores de cincuenta libros al año y asiduos visitantes a conferencias sobre ciencia.

¿Soy o no soy populista?

No lo sé. Y eso me preocupa.

Me preocupa tanto cómo determinar la diferencia entre enemigos y destructores, porque no es lo mismo, no es lo mismo.

Ustedes seguramente no entienden nada.

Pero es que en estos momentos la diferenciación según la ideología, la raza, la procedencia, el lenguaje, no es la cuestión más importante a dirimir. NO. No lo es. Ese no es el tema.

El verdadero tema es el estado de miseria en el que se encuentran las élites: las élites intelectuales, las políticas, las morales....

Y nadie parece estar dándose cuenta de lo terrible del asunto porque todos están sumamente ocupados con los resultados y con las explicaciones pero no con las razones. Nadie quiere perder su tiempo atendiendo al llanto de las élites y todo porque como me dijo aquel profesor de universidad: “Die Eliten setzen sich immer durch.”

¿A qué precio?

Y es entonces cuando los iniciados comienzan su largo peregrinaje.

Da igual que ustedes no me entiendan.

Cuiden a los aristos. Los aristos no son tan fuertes como suele pensarse. Die Eliten setzen sich immer durch... Setzen sie sich immer durch?

Y esta vez no es el vampiro, sino Fausto el que me mira sonriendo.

Sí. Es cierto. Die Eliten setzen sich immer durch. Es sólo cuestión de tiempo y de perserverancia.

Y la estrella vuelve a relucir más brillante que nunca.

Populismos o no, es el tiempo de los iniciados.

De los verdaderos iniciados.

Y de esos verdaderos iniciados, muchos, lo sé, lo sabemos todos, morirán en el camino. 

De lo que ahora se trata es de conseguir que alguno de ellos, uno al menos, consiga llegar a la realización porque él será el comienzo de una nueva sociedad. 

Ustedes no lo entienden.

El camino eterno se inicia.

Se inicia el camino eterno siempre eterno y siempre en inicio.

La bruja ciega.



Thursday, December 8, 2016

Puntos y quebraderos de cabeza

El tranquilo Jorge no entiende el „punto“ de mi último artículo. “Ni falta que hace”, contesto enfadada y esta vez soy yo la que cuelga. En estos momentos tengo bastante con soportar-me. Si. A qué negarlo. Mi relación conmigo misma, normalmente tan armónica, atraviesa una profunda crisis. ¿Soy o no soy populista? ¿Estoy o no estoy dejéndome conquistar lenta pero inexorablemente por las premisas de la nueva época que van a terminar por imponerse porque la incultura está expandiéndose en proporción geométrica al de la deuda económica y ni siquiera somos conscientes de ello? Lo reconozco. Estoy sumamente preocupada con mis vaivenes. Y desde mi último encuentro con Hegel, mucho más. Compréndanme: Me he pasado años gritando “Falta la Fe” y hete aquí que hace un par de días viene Hegel a visitarme y mientras saboreamos un café afirma tranquilo y sin perder la compostura: “Falta la Razón”. Y yo, al principio, casi no lo entiendo, hasta que me detengo a escucharle con más atención. Es estonces cuando, de repente, vislumbro mi problema: Aunque me gustaría sostener lo políticamente correcto, mi natural tendencia a la sinceridad me obliga a reconocer que lentamente lo políticamente correcto me origina las mismas náuseas que le producía a Hegel y a todos los de su época el sentimentalismo en el que se habia convertido la religión: forma sin fondo.

Mi invitado alemán me alarga el Prólogo de la segunda edición de su Enciclopedia y me dice: “In der neuesten Zeit hat die Religion immer mehr die gebildete Ausdehnung ihres Inhalts zusammengezogen und sich in das Intensive der Frömmigkeit oder des Gefühls und zwar oft eines solchen, das einen sehr dürftigen und kahlen Gehalt manifestirt, zurückgezogen. So lange sie ein Credo, eine Lehre, eine Dogmatik hat, so hat sie das, mit dem die Philosophie sich beschäftigen und in dem diese als solche sich mit der Religion vereinigen kann. (…) Die wahrhafte Religion, die Religion des Geistes, muß ein solches, einen Inhalt, haben; der Geist ist wesentlich Bewußtseyn, somit von dem gegenständlich gemachten Inhalt; als Gefühl ist er der ungegenständlich Inhalt selbst, (qualirt nur, um eine J. Böhmischen Ausdruck zu gebrauchen) und nur die niedrigste Stufe des Bewußtseyns, ja in der mit dem Thiere gemeinschaftlichen Form der Seele. Das Denken macht die Seele, womit auch das Thier begabt ist, erst zum Geiste und die Philosophie ist nur ein Bewußtseyn über jenen Inhalt, den Geist und seine Wahrheit (…)
 („En los últimos tiempos la religión ha encogido cada vez más la extensión configurada de su contenido y se ha retirado a lo intensivo de la piedad y del sentimiento, un sentimiento que con frecuencia manifiesta un haber muy pobre y escaso. Mientras la religión tiene un credo, una doctrina, una dogmática, tiene aquello de lo que puede ocuparse la filosofía como tal y en lo que ésta puede unirse con la religión. (...) La verdader religion, la religión del Espíritu, ha de tener ese Credo, o sea, un contenido; el espíritu es esencialmente conciencia y por ende conciencia del contenido objetivado; en cuanto sentimiento, el espíritu es el mismo contenido sin objetivar (sólo sufre o se cualifica, para decirlo con la expresión de Böhme) y es, por tanto, el escalón más bajo de la conciencia; es más (el contenido como sentimiento) está en la forma propia del alma, forma (que el alma humana) tiene con los animales. Pero sólo el pensamiento hace del alma (algo de lo que el animal también está dotado) espíritu, y la filosofía es meramente una conciencia de aquel contenido (...) (Editor digital Titivillus. Traducción Ramón Valls Plana)

Hegel clama, discreta y serenamente que la religión no se puede reducir a su lado piadoso; que necesita del desarrollo de las premisas racionales (o sea de la Teoría), para que esa limitación al terreno de la compasión (de la sensiblería, quería decir en realidad) no deje el campo -y Hegel cita el libro de Herr Fr. Von Bader “Fermentis Cognitionis” - abonado a los ateos.

En realidad Hegel estaba avisando tranquilamente lo que Feuerbach, Nietzsche y Brecht más tarde vociferarían. Nadie les ha hecho ni el menor caso. El último gran teólogo de la Iglesia ha sido Benedicto XVI y tuvo que dar un paso de gigante hacia atrás para conseguir que su alma pudiera seguir elevándose hacia las dimensiones espirituales superiores. A partir de ahí confusión y niebla. La Iglesia ha sustituido el sentimentalismo a secas por el populismo sentimentalista. 
En general, la mayoría de las religiones deambula por caminos confusos o incluso tenebrosos. O la Fe no tiene teoría y está abocada al puro y simple sentimentalismo empachoso, cuando no hipócrita y es, sencillamente, populismo sentimentalista; o la Teoría lleva una espada que arrambla con cualquiera que no la comparta

¿Comprenden ahora mi problema? "Populismo sentimentalista" y "Corrección política"  están empezando a parecerse demasiado. Ambos entrañan una sensiblería que huele a falsa, un sentimentalismo que apesta a vacío porque uno tiene la sospecha de que se trata más de un actitud ingenua, cuando no una simple pose, ante los problemas reales. En cuanto al populismo político uno no sabe muy bien si encierra la exigencia de un contenido a ese espíritu vacío o de un contenido que pase por las armas a todo el que no lo comparta, con o sin espíritu.

En conclusión: uno termina preguntándose si "populismo político" y "corrección política" no son simplemente expresiones carentes de contenido; algo que se dice y se repite porque suena bien y es socialmente bien acogido. Uno acaba planteando si el "populismo" es realmente algo a temer en sí mismo o simplemente una descalificación de un grupo político a otro grupo político, al igual que lo son los términos “corrección política” y “Medienstream” cuando el segundo grupo se refiere al primero.

"Populismo político", "corrección política", ¿son términos con o sin contenido, con o sin espíritu, con o sin fondo? Sus premisas ¿son análisis de la realidad o sólo premisas carentes de sentido y de significado formadas a base de vocablos que ocupan cientos de hojas de papel sin decir nada, sonidos que nadie atiende porque estamos empachados de música y de palabras? ¿Los enunciados de la corrección política atienden a las circunstancias, al despliegue actual del espíritu, o simplemente ignoran en qué estado lamentable se encuentra el espíritu, como el enfermo que cree que negando su enfermedad sanará más pronto? ¿El populismo es una advertencia, un antídoto, una solución al problema o un “muerto el perro se acabó la rabia” con lo cual ustedes pueden imaginarse...”

En el fondo tengo la impresión de que tanto“populismo” como "corrección política", como “medienstream” únicamente encarnan insultos tendentes a desacreditar al contrario. Y eso, justamente eso, es lo que me preocupa. Que las palabras no vayan encaminadas a analizar el asunto en profundidad sino a defender cueste lo que cueste la fortaleza ideológica en la que cada uno de los adversarios se encuentra y por eso todos terminan cayendo en los extremismos peligrosos: el de la sensiblería, los unos; el de la intolerancia, los otros; en el fanatismo, ambos. 

Y mientras tanto: Moriarty frotándose las manos al ver que sus planes funcionan tal y como él los había planeado: a la perfección.

En cualquier caso, aquí estoy yo, en el peor de los lugares: en el medio, sin saber a qué orilla dirigirme y clamando la necesidad de un puente. La tolerancia es fundamental pero la dureza de la convicción individual también lo es. El puente entre ambas es la cultura, la educación, el desarrollo de la razón de los individuos que componen una sociedad. ¿De todos? Eso sería el ideal, pero bastaría con que lo fuera la élite intelectual, política y yo incluso me atrevería a decir que la élite económica. Sin embargo, si la élite no es sincera, si no es disconforme, si no pone en tela de juicio las premisas falsas –falsas porque guardan la forma aunque hayan perdido el fondo- entonces, lo siento, a la sociedad no le espera otra cosa que no sea el caos en la moral (porque ya no se sabe qué es lo bueno y lo malo), la confusión en las disciplinas (porque ya no se sabe qué es lo correcto y qué es lo incorrecto), la mafia (que no es más que una economía que funciona en los sótanos cuando la economía que funciona en el exterior no funciona). Y es ahí donde se impone “el sálvese quién pueda porque el hombre es un lobo para el hombre” o la dictadura, donde impera la ley del más fuerte. En realidad, ambas soluciones indican la enfermedad mortal de esa sociedad, ya sea a escala individual, en el primer caso,  o a escala colectiva, en el segundo.  Fíjense en los programas de las elecciones francesas. Yo no podría votar a Fillon porque abre las puertas a determinados pesticidas y a la agricultura genética pero tampoco podría votar a Melenchon que quiere legalizar el canabís, ignorando así el daño real, concreto y presente que esa sustancia está causando en la juventud francesa. Es cierto que gran parte de esa juventud francesa consume canabís con la misma ingenuidad y despreocupación con la que antes fumaba nicotina, pero ¿hay que legalizar las prácticas insanas porque sean normales? Nueva pregunta que me sume aún más en la crisis.

“¿Cuál es el punto?”, me parece estar oyendo preguntar a Jorge. 

El punto, querido Jorge, es que la desdicha de la educación en Andalucía no depende en absoluto del dinero, ni del centralismo, ni de nada de esas explicaciones que se buscan. Los desórdenes que allí abajo se suceden los conocemos todos los que hemos vivido allí. Y si no se denuncian es por lo mismo de siempre: los unos tienen la esperanza de que les toque algo del pastel y los otros tienen miedo de ser linchados. 
Pero si quieren un ejemplo, puedo darles dos de los cientos que se pueden encontrar.
El primero afecta a las instituciones y es el referido a la obsesión de la inspección por lograr el éxito escolar. Éxito que, claro está, aparece con toda nitidez cuando no hay fracaso. El éxito no aparece como afirmación sino como negación. No triunfa el que supera el obstáculo, triunfa aquel que no tiene obstáculo que superar. De este modo, desaparecido el fracaso, es el éxito el que asoma. ¿Cómo se consigue hacer desaparecer el fracaso? A lo Till Eulenspiegel, claro. Cuando no hay un determinado porcentaje de aprobados los profesores son llamados amable y cabalmente al orden. Y si no atienden, queda siempre el ostracismo al que son sometidos. De repente, ni siquiera sus compañeros quieren relacionarse con ese que causa tantos problemas. “Ni que fuera a arreglar el mundo”, dicen. Acabo de leer en algún periódico que en Andalucía hay el doble número de repetidores que en otras provincias con mejores resultados. Eso significa que a partir de ahora la presión para dar el aprobado será mayor. Me pregunto si eso incentivara el trabajo en la escuela, tanto de profesores como de alumnos. Permítanme dudarlo. En primer lugar porque como ya he dicho en numerosas ocasiones repetir curso antes de los quince o dieciséis años no sirve de nada, más bien al contrario. En segundo lugar porque el aprobado fácil lleva a los profesores a descuidar su trabajo tanto como invita a los alumnos a desatender al suyo. En tercer lugar, porque los padres tendrán vía libre para no tener que ocuparse de los estudios de los infantes. Y al final, todo se termina centrando en dinero- no dinero. A una amiga mía profesora de inglés que había estado explicando la importancia de aprender una lengua extranjera para conseguir un puesto de trabajo uno de los alumnos la interrumpió para decirle alegremente en voz en grito que su padre era millonario "y no sabía ni inglés ni ná". Y era verdad, me contó mi amiga. Su padre había vendido unos terrenos que tenía en la playa a una inmobiliaría y se había hecho de oro. Eso era lo único importante: el oro.

El segundo ejemplo es a nivel individual. Antiguamente se les decía a los niños: “Júntate con los mejores que algo se te pegará”. Ese “juntarse” era, claro, metafórico. Los mejores pocas veces se juntan con los peores. De lo que se trataba es de ver por dónde iban los mejores para seguirlos. Y esta actitud individual de observar e imitar a los aristos es lo que determina el progreso de la sociedad, y no me refiero únicamente al progreso técnico sino en general. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha puesto de moda una costumbre tan eficaz como destructiva y consiste justamente en desprestigiar a los mejores, en olvidar sus méritos, en aumentar el alcance de sus faltas, en despojarlos del honor, en acrecentar los rumores acerca de su inmerecida victoria, en explicarla en términos en los que el esfuerzo no aparece por ningún lado, en desconsiderar su trabajo, en achacarlo todo a la suerte... Eso, a la larga, no hace a los peores mejores pero sí hace a los mejores peores. Los mejores pierden energía y el deseo de llegar a lo más alto. Los mejores terminan refugiándose en las cuevas intrincadas del bosque. Es cierto que su alma busca el conocimiento y el desarrollo individual, pero en vez de hacer beneficiaria a la sociedad, su ímpetu queda oculto. Las raíces no se han secado, es cierto; pero el árbol no da frutos. Los peores por su parte, viendo esconderse a los mejores alardean de su victoria y aún se sumen más en la opinión personal, en la verdad individual, en la palabrería de hoy una cosa y mañana otra, según la opinión que cambia como cambia el humor; el dinero se gasta en consumo, no en inversión. Viajes de idiomas para divertirse, no para aprender idiomas; el que ha estado dos semanas en Inglaterra sabe tanto inglés como el que acude regularmente a un colegio bilingüismo.Sólo hace falta venderse mejor y los inactivos, desde luego, tienen más tiempo para lograrlo. Los peores se asientan en el igualitarismo, en su opinión y en las relaciones, relaciones que si al menos fueran la expresión de un trabajo en común, todos lo entenderíamos. El problema es que esas relaciones vienen determinadas no por un objetivo común sino por un trueque de intereses: “tú me ayudas a mí en esto y yo a tí en lo otro”.

Pero claro, nada de lo que acabo de decir es cierto. Puras imaginaciones mías. Teorías conspiracionistas. Tienen razón. Me lo he inventado todo. No me hagan caso. Producto de mi terrible carácter. Esas cosas sólo pasan en las novelas.

En cualquier caso, mi problema sigue en pie: el populismo ¿está destrozando a las élites? ¿son las élites las que están en crisis por no ser honestas consigo mismas? ¿Es la Fe la que está en crisis o, como dice Hegel, es la Razón la que lo está, o son ambas las que se encuentran en un estado crítico lamentable?  ¿Es el populismo la voz de la conciencia social que quiere despertarla de su sueño beato y autosatisfecho o es la intolerancia, disfrazada de destino,  llamando nuevamente a la puerta? ¿Los medienstream piensan lo que escriben o escriben lo que les dictan? Si escriben lo que les dictan ¿quién o quiénes les dictan? ¿los agentes de las agencias o su simple opinión o la corrección política que se les exige? Pensar ¿quién tiene tiempo? Los libros de análisis que se encuentran en el mercado no son más que ampliaciones de doscientas páginas – a veces quinientas- de lo que se lee en los titulares. En realidad, son un compendio de titulares. Aprender no se aprende gran cosa. Hobbes, Montesquieu, Hegel, Lutero e incluso Chesterton me han enseñado más de la política actual que todos esos libros juntos. Hace un par de días estuve tomando café con Ralph Waldo Emerson. Yo no tenía el gusto de conocerlo. Fue Carlota quien me lo presentó porque sabe en el momento anímico tan delicado en el que me encuentro. A ella el autor americano le parece una persona sumamente agradable. Y yo, en su honor, le invito a mi casa pero antes de haber servido el café empiezo a sospechar que Waldo Emerson más que a Carlota a quién ha conquistado es a su marido. Estoy convencida de que es él quién ha aconsejado a mi amiga que nos presente.  Yo le oigo en silencio sin interrumpirle a ver qué puedo obtener de su discurso. Y al principio me  declaro bastante de acuerdo con él, cuando afirma que “ Nada hay sagrado sino la integridad de vuestra propia conciencia” (...) “Mi deber es andar derecho, ser viviente y decir brutalmente la verdad en todos sitios. Si la vanidad y la astucia se ocultan bajo el manto de la filantropía, ¿puedo soportarlo? Cuando un imbécil, inflamado de celo, se apasiona por la hermosa causa de la abolición de la esclavitud y viene a comunicarme las últimas noticias que se han recibido de los esclavistas, debo contestarle: - Vete ama a tus hijos; ama al más humilde de tus prójimos; se bueno y modesto, hazme el favor; pero no disimules tu condición dura y poco caritativa, con el barniz de esa increíble ternura por negros que viven a mil leguas de tu Casa. Tu celo a distancia, es desdén por lo que te rodea.” (...)“Debemos predicar la doctrina del odio como la del amor, cuando éste se hace llorón y quejumbroso”Para Emerson el hombre descontento ha de ser apreciado tanto como ha de desconsiderarse el gesto avinagrado de la masa porque “no tiene causas profundas, cambia a favor del viento o bajo la influencia de un periódico, ni más ni menos que su gesto cariñoso.”

Y es justamente aquí cuando empiezo a no comprender ya a Emerson y a no saber si es un redomado clasista o un redomado machista o un redomado engreido satisfecho de sí mismo.

“A pesar de todo” sigue diciendo Waldo Emerson,”el descontento de las masas es doblemente formidable que el del Senado o las Universidades. Un hombre entero, conocedor del mundo, soporta fácilmente la cólera de las clases cultivadas. Se trata de una cólera prudente y muy llena de decoro; porque esas clases se reconocen fatalmente vulnerables y son tímidas. Pero cuando a esa especie de rabieta femenina va unida la indignación popular; cuando el pobre y el ignorante os contradicen; cuando se remueve hasta hacerla gruñir y crujir de dientes, la fuerza bruta, que yace como un poso en el bajo fondo de la sociedad, es necesario profesar hábitos de religión y magnimidad, para tacharla a lo Dios, de bagatela sin alcances.”

No lo comprendo y me asombro porque es cierto que la masa es la masa, pero no es menos cierto que a esa masa la dirigen individuos y hace falta saber qué pretenden esos individuos individuales que con tanta facilidad despiertan y manejan esa fuerza bruta que según Waldo Emerson yace en la sociedad y que se exterioriza en forma de rabieta femenina unida a la indignación popular. No. No es posible despedir a la masa sin más, como bagatela, profesando grandes hábitos de religión y magnimidad. Hace falta descubrir qué pretenden los individuos que dirigen a las masas, qué persiguen esos que han despertado las fuerzas telúricas de la sociedad, a los demonios dormidos del submundo. Es necesario determinar si tales individuos capaces de mover a las masas y de despertar a las fuerzas dormidas de los mundos inferiores son Moriartys o Holmes.  No basta con tachar a la masa, a lo Dios, entre otras cosas porque ninguno de nosotros es Dios. Cuanto más oigo hablar a Waldo Emerson más aumenta mi sorpresa:

“Pero las cosas de la vida son iguales para todos, y la suma total del valor de los hombres diferentes, es la misma” prosigue Waldo Emerson. “¿Por qué tanta deferencia hacia el rey Alfredo, Scanderberg o Gustavo Adolfo? –Suponed que hayan sido virtuosos; ¿han agotado toda la virtud?”
Y yo pienso que además de un redomado clasista, de un redomado individualista, es también un redomado populista. Y ya al marcharse me pregunta “¿No vale más que una ciudad un hombre? y continúa: “Nada pidas a los hombres, y en medio del variar perpetuo, tú, sola columna firme, parecerás el sostén de los que te rodean. (...) Dejo, pues, de creer en todo lo que llamamos fortuna. La mayoría de los hombres juegan con ella, pediendo o ganando, según las vueltas de su rueda. Pero tú abandona por ilegítimas esas ganancias, y trata con la Causa y el Efecto, cancilleres de Dios. Trabaja y adquiere por tu propia voluntad, y encadenarás la rueda de la fortuna y estarás al abrigo de sus vueltas. Una victoria política, el alza de los cambios, la curación de tus enfermos, te regocija porque crees que se te preparan días faustos. No lo creas; nadie puede acarrearte la paz sino tú mismo; nada puede llamarse paz sino el triunfo de tus principios.” (“La confianza en sí mismo” se titula el libro en el que están contenidos estos “profundos” pensamientos. (Madrid: B.Rodriguez Serra. 1900) (Más bien debiera llamarse “La confianza en mí mismo”. Sería sin duda un título mucho más ajustado a la realidad)

Y Waldo Emerson, el trascendalista americano se va profundamente orgulloso de sus palabras. Tengo que agradecerle que haya venido porque según confiesa en el libro él nunca abandonaría su puesto para atender a las necesidades espirituales de otra persona. Le diría, - dice Waldo Emerson-, que buscara a otro. A mí, francamente, me parece curioso que una persona que afirma que nunca desaprovecharía su tiempo en escuchar las lamentaciones de uno de sus prójimos, tenga la deferencia de venir a mi casa a contarme todos sus pensamientos, sus ideas, sus convicciones. Este tipo de personas me asombran. No quieren perder el tiempo escuchando pero no les importa perderlo (ni hacérselo perder a los otros) hablando.

No Waldo Emerson no me ha sacado de mis problemas. Más bien los ha acentuado. Aprender chino tampoco me ha resuelto el dilema; tampoco leer “World Order”, de Kissinger ni “Zero, Sie wissen, was du tutst”, de Marc Elsberg, ni “Massenpsychologie und Ich-Analyse” de Freud, con el que nunca – a qué negarlo -, me he llevado bien. Estoy introduciéndome en la lectura de “The Secret Teaching of All Ages”, de Manly P. Hall. Al final, supongo, uno de los pocos libros que me quedarán en el recuerdo será el de “Bêtes, Hommes et Dieux” de Ferdinand Ossendowski, que viene a decir: da igual dónde estés, la vida y la muerte aparecen siempre presentes. Líbrate de la muerte y busca la vida porque la muerte te persigue y la vida siempre está contigo a punto de ser perdida para siempre. Los unos van y los otros vienen. Únete y ayuda a los que permitan tu vida y que los dioses os protejan. En última instancia son ellos los que tienen la última palabra. “Considerations upon the Reputation, Loyaltiy, manners, and religion” de Thomas Hobbes, que escribió una autodefensa en forma de carta para librarse de acusaciones que él consideraba tan inciertas como injustas. No sirvió de mucho. Le prohibieron publicar y él mismo tuvo que autocensurarse y quemar parte de sus escritos para que la condena no fuera aún mayor. Recuerdo también los Discursi de Maquiavelo... En fin, todos ellos están de acuerdo en que en tiempos de paz conservar la vida y el sentido común resulta empresa factible para las almas normales; en épocas revueltas sólo lo consiguen las almas superiores y en épocas de destrucción únicamente logran salvarse los que reciben la ayuda divina.

¿Cuál es el punto?

En esas estamos. En que sea un punto seguido o un punto y coma. Un punto aparte es arriesgado pero desde luego un punto final es desastroso.

La bruja ciega.

La Navidad se acerca. Tiempo de renacimiento.

Veremos.

Tengo la impresión de que estas Navidades van a ser el preludio de grandes y terribles separaciones.
Pero esto, verdaderamente, no es el punto.