El tranquilo Jorge no entiende el „punto“ de mi último artículo. “Ni falta que hace”, contesto enfadada y esta vez soy yo la que cuelga. En estos momentos tengo bastante con soportar-me. Si. A qué
negarlo. Mi relación conmigo misma, normalmente tan armónica, atraviesa una profunda crisis. ¿Soy o no soy populista? ¿Estoy o no estoy dejéndome conquistar lenta
pero inexorablemente por las premisas de la nueva época que van a terminar por imponerse
porque la incultura está expandiéndose en proporción geométrica al de la deuda económica y ni siquiera somos conscientes de ello? Lo reconozco. Estoy sumamente
preocupada con mis vaivenes. Y desde mi último encuentro con Hegel, mucho más.
Compréndanme: Me he pasado años gritando “Falta la Fe” y hete aquí que hace un
par de días viene Hegel a visitarme y mientras saboreamos un café afirma tranquilo y sin perder la compostura: “Falta la Razón”. Y yo, al principio,
casi no lo entiendo, hasta que me detengo a escucharle con más atención. Es
estonces cuando, de repente, vislumbro mi problema: Aunque me gustaría sostener
lo políticamente correcto, mi natural tendencia a la sinceridad me obliga a reconocer que lentamente lo políticamente correcto
me origina las mismas náuseas que le producía a Hegel y a todos los de su época
el sentimentalismo en el que se habia convertido la religión: forma sin fondo.
Mi invitado alemán me alarga el Prólogo de la segunda edición de su Enciclopedia y me
dice: “In der neuesten Zeit hat die
Religion immer mehr die gebildete Ausdehnung ihres Inhalts zusammengezogen und
sich in das Intensive der Frömmigkeit oder des Gefühls und zwar oft eines
solchen, das einen sehr dürftigen und kahlen Gehalt manifestirt, zurückgezogen.
So lange sie ein Credo, eine Lehre, eine Dogmatik hat, so hat sie das, mit dem die
Philosophie sich beschäftigen und in dem diese als solche sich mit der Religion
vereinigen kann. (…) Die wahrhafte Religion, die Religion des Geistes, muß ein
solches, einen Inhalt, haben; der Geist ist wesentlich Bewußtseyn, somit von
dem gegenständlich gemachten Inhalt; als Gefühl ist er der ungegenständlich Inhalt
selbst, (qualirt nur, um eine J. Böhmischen Ausdruck zu gebrauchen) und nur die
niedrigste Stufe des Bewußtseyns, ja in der mit dem Thiere gemeinschaftlichen
Form der Seele. Das Denken macht die Seele, womit auch das Thier begabt ist,
erst zum Geiste und die Philosophie ist nur ein Bewußtseyn über jenen Inhalt,
den Geist und seine Wahrheit (…)
(„En los últimos tiempos la religión ha encogido
cada vez más la extensión configurada de su contenido y se ha retirado a lo
intensivo de la piedad y del sentimiento, un sentimiento que con frecuencia
manifiesta un haber muy pobre y escaso. Mientras la religión tiene un credo,
una doctrina, una dogmática, tiene aquello de lo que puede ocuparse la filosofía
como tal y en lo que ésta puede unirse con la religión. (...) La verdader
religion, la religión del Espíritu, ha de tener ese Credo, o sea, un contenido;
el espíritu es esencialmente conciencia y por ende conciencia del contenido
objetivado; en cuanto sentimiento, el espíritu es el mismo contenido sin
objetivar (sólo sufre o se cualifica, para decirlo con la expresión de Böhme) y
es, por tanto, el escalón más bajo de la conciencia; es más (el contenido como
sentimiento) está en la forma propia del alma, forma (que el alma humana) tiene
con los animales. Pero sólo el pensamiento hace del alma (algo de lo que el
animal también está dotado) espíritu, y la filosofía es meramente una
conciencia de aquel contenido (...) (Editor digital Titivillus. Traducción
Ramón Valls Plana)
Hegel clama, discreta y serenamente que la religión no se puede reducir a
su lado piadoso; que necesita del desarrollo de las premisas racionales (o sea
de la Teoría), para que esa limitación al terreno de la compasión (de la
sensiblería, quería decir en realidad) no deje el campo -y Hegel cita el libro
de Herr Fr. Von Bader “Fermentis Cognitionis” - abonado a los ateos.
En realidad Hegel estaba avisando tranquilamente lo que Feuerbach,
Nietzsche y Brecht más tarde vociferarían. Nadie les ha hecho ni el menor caso. El último gran teólogo de
la Iglesia ha sido Benedicto XVI y tuvo que dar un paso de gigante hacia atrás para conseguir que su alma pudiera seguir elevándose hacia las dimensiones espirituales
superiores. A partir de ahí confusión y niebla. La Iglesia ha sustituido el
sentimentalismo a secas por el populismo sentimentalista.
En general, la mayoría de las religiones deambula por caminos confusos o incluso tenebrosos. O la Fe no tiene teoría y está abocada al puro y simple sentimentalismo empachoso, cuando no hipócrita y es, sencillamente, populismo sentimentalista; o la Teoría lleva una espada que arrambla con cualquiera que no la comparta
En general, la mayoría de las religiones deambula por caminos confusos o incluso tenebrosos. O la Fe no tiene teoría y está abocada al puro y simple sentimentalismo empachoso, cuando no hipócrita y es, sencillamente, populismo sentimentalista; o la Teoría lleva una espada que arrambla con cualquiera que no la comparta
¿Comprenden ahora mi problema? "Populismo sentimentalista" y "Corrección
política" están empezando a parecerse
demasiado. Ambos entrañan una sensiblería que huele a falsa, un sentimentalismo
que apesta a vacío porque uno tiene la sospecha de que se trata más de un
actitud ingenua, cuando no una simple pose, ante los problemas reales. En
cuanto al populismo político uno no sabe muy bien si encierra la exigencia de
un contenido a ese espíritu vacío o de un contenido que pase por las armas a
todo el que no lo comparta, con o sin espíritu.
En conclusión: uno termina preguntándose si "populismo político" y "corrección política" no son simplemente expresiones carentes de contenido; algo que se dice y se repite porque suena bien y es socialmente bien acogido. Uno acaba planteando si el "populismo" es realmente algo a temer en sí
mismo o simplemente una descalificación de un grupo político a otro grupo político, al igual
que lo son los términos “corrección política” y “Medienstream” cuando el segundo
grupo se refiere al primero.
"Populismo político", "corrección política", ¿son términos con o sin contenido, con o
sin espíritu, con o sin fondo? Sus
premisas ¿son análisis de la realidad o sólo premisas carentes de sentido y de
significado formadas a base de vocablos que ocupan cientos de hojas de papel
sin decir nada, sonidos que nadie atiende porque estamos empachados de música y
de palabras? ¿Los enunciados de la corrección política atienden a las
circunstancias, al despliegue actual del espíritu, o simplemente ignoran en qué
estado lamentable se encuentra el espíritu, como el enfermo que cree que
negando su enfermedad sanará más pronto? ¿El populismo es una advertencia, un
antídoto, una solución al problema o un “muerto el perro se acabó la rabia” con
lo cual ustedes pueden imaginarse...”
En el fondo tengo la impresión de que tanto“populismo” como "corrección política", como “medienstream” únicamente encarnan insultos tendentes a desacreditar al contrario. Y eso, justamente eso, es lo
que me preocupa. Que las palabras no vayan encaminadas a analizar el asunto en
profundidad sino a defender cueste lo que cueste la fortaleza ideológica en la que
cada uno de los adversarios se encuentra y por eso todos terminan cayendo en los extremismos
peligrosos: el de la sensiblería, los unos; el de la intolerancia, los otros;
en el fanatismo, ambos.
Y mientras tanto: Moriarty frotándose las manos al ver que sus planes funcionan tal y como él los había planeado: a la perfección.
Y mientras tanto: Moriarty frotándose las manos al ver que sus planes funcionan tal y como él los había planeado: a la perfección.
En cualquier caso, aquí estoy yo, en el peor de los lugares: en el medio, sin saber a qué orilla dirigirme y clamando la necesidad de un puente. La tolerancia es fundamental pero
la dureza de la convicción individual también lo es. El puente entre ambas es
la cultura, la educación, el desarrollo de la razón de los individuos que
componen una sociedad. ¿De todos? Eso sería el ideal, pero bastaría con que lo
fuera la élite intelectual, política y yo incluso me atrevería a decir que la
élite económica. Sin embargo, si la élite no es sincera, si no es disconforme,
si no pone en tela de juicio las premisas falsas –falsas porque guardan la
forma aunque hayan perdido el fondo- entonces, lo siento, a la sociedad no le
espera otra cosa que no sea el caos en la moral (porque ya no se sabe qué es lo
bueno y lo malo), la confusión en las disciplinas (porque ya no se sabe qué es
lo correcto y qué es lo incorrecto), la mafia (que no es más que una economía
que funciona en los sótanos cuando la economía que funciona en el exterior no
funciona). Y es ahí donde se impone “el sálvese quién pueda porque el hombre es
un lobo para el hombre” o la dictadura, donde impera la ley del más fuerte. En
realidad, ambas soluciones indican la enfermedad mortal de esa sociedad, ya sea
a escala individual, en el primer caso, o a escala colectiva, en el segundo. Fíjense en los programas de las elecciones
francesas. Yo no podría votar a Fillon porque abre las puertas a determinados
pesticidas y a la agricultura genética pero tampoco podría votar a Melenchon
que quiere legalizar el canabís, ignorando así el daño real, concreto y
presente que esa sustancia está causando en la juventud francesa. Es cierto que
gran parte de esa juventud francesa consume canabís con la misma ingenuidad y
despreocupación con la que antes fumaba nicotina, pero ¿hay que legalizar las
prácticas insanas porque sean normales? Nueva pregunta que me sume aún más en
la crisis.
“¿Cuál es el punto?”, me parece estar oyendo preguntar a Jorge.
El punto, querido Jorge, es
que la desdicha de la educación en Andalucía no depende en absoluto del dinero,
ni del centralismo, ni de nada de esas explicaciones que se buscan. Los
desórdenes que allí abajo se suceden los conocemos todos los que hemos vivido
allí. Y si no se denuncian es por lo mismo de siempre: los unos tienen la
esperanza de que les toque algo del pastel y los otros tienen miedo de ser
linchados.
Pero si quieren un ejemplo, puedo darles dos de los cientos que se pueden encontrar.
El primero afecta a las instituciones y es el referido a la obsesión de la inspección por lograr el éxito escolar. Éxito que, claro está, aparece con toda nitidez cuando no hay fracaso. El éxito no aparece como afirmación sino como negación. No triunfa el que supera el obstáculo, triunfa aquel que no tiene obstáculo que superar. De este modo, desaparecido el fracaso, es el éxito el que asoma. ¿Cómo se consigue hacer desaparecer el fracaso? A lo Till Eulenspiegel, claro. Cuando no hay un determinado porcentaje de aprobados los profesores son llamados amable y cabalmente al orden. Y si no atienden, queda siempre el ostracismo al que son sometidos. De repente, ni siquiera sus compañeros quieren relacionarse con ese que causa tantos problemas. “Ni que fuera a arreglar el mundo”, dicen. Acabo de leer en algún periódico que en Andalucía hay el doble número de repetidores que en otras provincias con mejores resultados. Eso significa que a partir de ahora la presión para dar el aprobado será mayor. Me pregunto si eso incentivara el trabajo en la escuela, tanto de profesores como de alumnos. Permítanme dudarlo. En primer lugar porque como ya he dicho en numerosas ocasiones repetir curso antes de los quince o dieciséis años no sirve de nada, más bien al contrario. En segundo lugar porque el aprobado fácil lleva a los profesores a descuidar su trabajo tanto como invita a los alumnos a desatender al suyo. En tercer lugar, porque los padres tendrán vía libre para no tener que ocuparse de los estudios de los infantes. Y al final, todo se termina centrando en dinero- no dinero. A una amiga mía profesora de inglés que había estado explicando la importancia de aprender una lengua extranjera para conseguir un puesto de trabajo uno de los alumnos la interrumpió para decirle alegremente en voz en grito que su padre era millonario "y no sabía ni inglés ni ná". Y era verdad, me contó mi amiga. Su padre había vendido unos terrenos que tenía en la playa a una inmobiliaría y se había hecho de oro. Eso era lo único importante: el oro.
El segundo ejemplo es a nivel individual. Antiguamente se les decía a los niños: “Júntate con los mejores que algo se te pegará”. Ese “juntarse” era, claro, metafórico. Los mejores pocas veces se juntan con los peores. De lo que se trataba es de ver por dónde iban los mejores para seguirlos. Y esta actitud individual de observar e imitar a los aristos es lo que determina el progreso de la sociedad, y no me refiero únicamente al progreso técnico sino en general. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha puesto de moda una costumbre tan eficaz como destructiva y consiste justamente en desprestigiar a los mejores, en olvidar sus méritos, en aumentar el alcance de sus faltas, en despojarlos del honor, en acrecentar los rumores acerca de su inmerecida victoria, en explicarla en términos en los que el esfuerzo no aparece por ningún lado, en desconsiderar su trabajo, en achacarlo todo a la suerte... Eso, a la larga, no hace a los peores mejores pero sí hace a los mejores peores. Los mejores pierden energía y el deseo de llegar a lo más alto. Los mejores terminan refugiándose en las cuevas intrincadas del bosque. Es cierto que su alma busca el conocimiento y el desarrollo individual, pero en vez de hacer beneficiaria a la sociedad, su ímpetu queda oculto. Las raíces no se han secado, es cierto; pero el árbol no da frutos. Los peores por su parte, viendo esconderse a los mejores alardean de su victoria y aún se sumen más en la opinión personal, en la verdad individual, en la palabrería de hoy una cosa y mañana otra, según la opinión que cambia como cambia el humor; el dinero se gasta en consumo, no en inversión. Viajes de idiomas para divertirse, no para aprender idiomas; el que ha estado dos semanas en Inglaterra sabe tanto inglés como el que acude regularmente a un colegio bilingüismo.Sólo hace falta venderse mejor y los inactivos, desde luego, tienen más tiempo para lograrlo. Los peores se asientan en el igualitarismo, en su opinión y en las relaciones, relaciones que si al menos fueran la expresión de un trabajo en común, todos lo entenderíamos. El problema es que esas relaciones vienen determinadas no por un objetivo común sino por un trueque de intereses: “tú me ayudas a mí en esto y yo a tí en lo otro”.
Pero si quieren un ejemplo, puedo darles dos de los cientos que se pueden encontrar.
El primero afecta a las instituciones y es el referido a la obsesión de la inspección por lograr el éxito escolar. Éxito que, claro está, aparece con toda nitidez cuando no hay fracaso. El éxito no aparece como afirmación sino como negación. No triunfa el que supera el obstáculo, triunfa aquel que no tiene obstáculo que superar. De este modo, desaparecido el fracaso, es el éxito el que asoma. ¿Cómo se consigue hacer desaparecer el fracaso? A lo Till Eulenspiegel, claro. Cuando no hay un determinado porcentaje de aprobados los profesores son llamados amable y cabalmente al orden. Y si no atienden, queda siempre el ostracismo al que son sometidos. De repente, ni siquiera sus compañeros quieren relacionarse con ese que causa tantos problemas. “Ni que fuera a arreglar el mundo”, dicen. Acabo de leer en algún periódico que en Andalucía hay el doble número de repetidores que en otras provincias con mejores resultados. Eso significa que a partir de ahora la presión para dar el aprobado será mayor. Me pregunto si eso incentivara el trabajo en la escuela, tanto de profesores como de alumnos. Permítanme dudarlo. En primer lugar porque como ya he dicho en numerosas ocasiones repetir curso antes de los quince o dieciséis años no sirve de nada, más bien al contrario. En segundo lugar porque el aprobado fácil lleva a los profesores a descuidar su trabajo tanto como invita a los alumnos a desatender al suyo. En tercer lugar, porque los padres tendrán vía libre para no tener que ocuparse de los estudios de los infantes. Y al final, todo se termina centrando en dinero- no dinero. A una amiga mía profesora de inglés que había estado explicando la importancia de aprender una lengua extranjera para conseguir un puesto de trabajo uno de los alumnos la interrumpió para decirle alegremente en voz en grito que su padre era millonario "y no sabía ni inglés ni ná". Y era verdad, me contó mi amiga. Su padre había vendido unos terrenos que tenía en la playa a una inmobiliaría y se había hecho de oro. Eso era lo único importante: el oro.
El segundo ejemplo es a nivel individual. Antiguamente se les decía a los niños: “Júntate con los mejores que algo se te pegará”. Ese “juntarse” era, claro, metafórico. Los mejores pocas veces se juntan con los peores. De lo que se trataba es de ver por dónde iban los mejores para seguirlos. Y esta actitud individual de observar e imitar a los aristos es lo que determina el progreso de la sociedad, y no me refiero únicamente al progreso técnico sino en general. Sin embargo, en los últimos tiempos se ha puesto de moda una costumbre tan eficaz como destructiva y consiste justamente en desprestigiar a los mejores, en olvidar sus méritos, en aumentar el alcance de sus faltas, en despojarlos del honor, en acrecentar los rumores acerca de su inmerecida victoria, en explicarla en términos en los que el esfuerzo no aparece por ningún lado, en desconsiderar su trabajo, en achacarlo todo a la suerte... Eso, a la larga, no hace a los peores mejores pero sí hace a los mejores peores. Los mejores pierden energía y el deseo de llegar a lo más alto. Los mejores terminan refugiándose en las cuevas intrincadas del bosque. Es cierto que su alma busca el conocimiento y el desarrollo individual, pero en vez de hacer beneficiaria a la sociedad, su ímpetu queda oculto. Las raíces no se han secado, es cierto; pero el árbol no da frutos. Los peores por su parte, viendo esconderse a los mejores alardean de su victoria y aún se sumen más en la opinión personal, en la verdad individual, en la palabrería de hoy una cosa y mañana otra, según la opinión que cambia como cambia el humor; el dinero se gasta en consumo, no en inversión. Viajes de idiomas para divertirse, no para aprender idiomas; el que ha estado dos semanas en Inglaterra sabe tanto inglés como el que acude regularmente a un colegio bilingüismo.Sólo hace falta venderse mejor y los inactivos, desde luego, tienen más tiempo para lograrlo. Los peores se asientan en el igualitarismo, en su opinión y en las relaciones, relaciones que si al menos fueran la expresión de un trabajo en común, todos lo entenderíamos. El problema es que esas relaciones vienen determinadas no por un objetivo común sino por un trueque de intereses: “tú me ayudas a mí en esto y yo a tí en lo otro”.
Pero claro, nada de lo que acabo de decir es cierto. Puras imaginaciones
mías. Teorías conspiracionistas. Tienen razón. Me lo he inventado todo. No me
hagan caso. Producto de mi terrible carácter. Esas cosas sólo pasan en las
novelas.
En cualquier caso, mi problema sigue en pie: el populismo ¿está destrozando
a las élites? ¿son las élites las que están en crisis por no ser honestas
consigo mismas? ¿Es la Fe la que está en crisis o, como dice Hegel, es la Razón
la que lo está, o son ambas las que se encuentran en un estado crítico
lamentable? ¿Es el populismo la voz de
la conciencia social que quiere despertarla de su sueño beato y autosatisfecho
o es la intolerancia, disfrazada de destino, llamando nuevamente a la puerta? ¿Los
medienstream piensan lo que escriben o escriben lo que les dictan? Si escriben
lo que les dictan ¿quién o quiénes les dictan? ¿los agentes de las agencias o
su simple opinión o la corrección política que se les exige? Pensar ¿quién
tiene tiempo? Los libros de análisis que se encuentran en el mercado no son más
que ampliaciones de doscientas páginas – a veces quinientas- de lo que se lee
en los titulares. En realidad, son un compendio de titulares. Aprender no se
aprende gran cosa. Hobbes, Montesquieu, Hegel, Lutero e incluso Chesterton me
han enseñado más de la política actual que todos esos libros juntos. Hace un
par de días estuve tomando café con Ralph
Waldo Emerson. Yo no tenía el gusto de conocerlo. Fue Carlota quien me lo
presentó porque sabe en el momento anímico tan delicado en el que me encuentro.
A ella el autor americano le parece una persona sumamente agradable. Y yo, en
su honor, le invito a mi casa pero antes de haber servido el café empiezo a
sospechar que Waldo Emerson más que a Carlota a quién ha conquistado es a su
marido. Estoy convencida de que es él quién ha aconsejado a mi amiga que nos
presente. Yo le oigo en silencio sin
interrumpirle a ver qué puedo obtener de su discurso. Y al principio me declaro bastante de acuerdo con él, cuando
afirma que “ Nada hay sagrado sino la
integridad de vuestra propia conciencia” (...) “Mi deber es andar derecho, ser
viviente y decir brutalmente la verdad en todos sitios. Si la vanidad y la
astucia se ocultan bajo el manto de la filantropía, ¿puedo soportarlo? Cuando
un imbécil, inflamado de celo, se apasiona por la hermosa causa de la abolición
de la esclavitud y viene a comunicarme las últimas noticias que se han recibido
de los esclavistas, debo contestarle: - Vete ama a tus hijos; ama al más
humilde de tus prójimos; se bueno y modesto, hazme el favor; pero no disimules
tu condición dura y poco caritativa, con el barniz de esa increíble ternura por
negros que viven a mil leguas de tu Casa. Tu celo a distancia, es desdén por lo
que te rodea.” (...)“Debemos predicar la doctrina del odio como la del amor,
cuando éste se hace llorón y quejumbroso”Para Emerson el hombre descontento ha
de ser apreciado tanto como ha de desconsiderarse el gesto avinagrado de la
masa porque “no tiene causas profundas, cambia a favor del viento o bajo la
influencia de un periódico, ni más ni menos que su gesto cariñoso.”
Y es justamente aquí cuando empiezo a no comprender ya a Emerson y a no
saber si es un redomado clasista o un redomado machista o un redomado engreido
satisfecho de sí mismo.
“A pesar de todo” sigue
diciendo Waldo Emerson,”el descontento de las masas es doblemente formidable
que el del Senado o las Universidades. Un hombre entero, conocedor del mundo,
soporta fácilmente la cólera de las clases cultivadas. Se trata de una cólera
prudente y muy llena de decoro; porque esas clases se reconocen fatalmente
vulnerables y son tímidas. Pero cuando a esa especie de rabieta femenina va
unida la indignación popular; cuando el pobre y el ignorante os contradicen;
cuando se remueve hasta hacerla gruñir y crujir de dientes, la fuerza bruta,
que yace como un poso en el bajo fondo de la sociedad, es necesario profesar
hábitos de religión y magnimidad, para tacharla a lo Dios, de bagatela sin
alcances.”
No lo comprendo y me asombro porque es cierto que la masa es la masa, pero
no es menos cierto que a esa masa la dirigen individuos y hace falta saber qué
pretenden esos individuos individuales que con tanta facilidad despiertan y
manejan esa fuerza bruta que según Waldo Emerson yace en la sociedad y que se
exterioriza en forma de rabieta femenina unida a la indignación popular. No. No
es posible despedir a la masa sin más, como bagatela, profesando grandes
hábitos de religión y magnimidad. Hace falta descubrir qué pretenden los
individuos que dirigen a las masas, qué persiguen esos que han despertado las fuerzas telúricas de la sociedad, a los
demonios dormidos del submundo. Es necesario determinar si tales individuos capaces de mover a las masas y de despertar a las fuerzas dormidas de los mundos inferiores son Moriartys o
Holmes. No basta con tachar a la masa, a lo
Dios, entre otras cosas porque ninguno de nosotros es Dios. Cuanto más oigo
hablar a Waldo Emerson más aumenta mi sorpresa:
“Pero las cosas de la vida
son iguales para todos, y la suma total del valor de los hombres diferentes, es
la misma” prosigue Waldo Emerson. “¿Por qué tanta deferencia hacia el rey
Alfredo, Scanderberg o Gustavo Adolfo? –Suponed que hayan sido virtuosos; ¿han
agotado toda la virtud?”
Y yo pienso que además de un redomado clasista, de un redomado
individualista, es también un redomado populista. Y ya al marcharse me pregunta
“¿No vale más que una ciudad un hombre? y
continúa: “Nada pidas a los hombres, y en medio del variar perpetuo, tú, sola
columna firme, parecerás el sostén de los que te rodean. (...) Dejo, pues, de
creer en todo lo que llamamos fortuna. La mayoría de los hombres juegan con
ella, pediendo o ganando, según las vueltas de su rueda. Pero tú abandona por
ilegítimas esas ganancias, y trata con la Causa y el Efecto, cancilleres de
Dios. Trabaja y adquiere por tu propia voluntad, y encadenarás la rueda de la
fortuna y estarás al abrigo de sus vueltas. Una victoria política, el alza de
los cambios, la curación de tus enfermos, te regocija porque crees que se te
preparan días faustos. No lo creas; nadie puede acarrearte la paz sino tú
mismo; nada puede llamarse paz sino el triunfo de tus principios.” (“La confianza en sí mismo” se titula el
libro en el que están contenidos estos “profundos” pensamientos. (Madrid:
B.Rodriguez Serra. 1900) (Más bien debiera llamarse “La confianza en mí mismo”.
Sería sin duda un título mucho más ajustado a la realidad)
Y Waldo Emerson, el trascendalista americano se va profundamente orgulloso
de sus palabras. Tengo que agradecerle que haya venido porque según confiesa en el
libro él nunca abandonaría su puesto para atender a las necesidades
espirituales de otra persona. Le diría, - dice Waldo Emerson-, que buscara a otro. A mí, francamente, me parece curioso que
una persona que afirma que nunca desaprovecharía su tiempo en escuchar las
lamentaciones de uno de sus prójimos, tenga la deferencia de venir a mi casa a
contarme todos sus pensamientos, sus ideas, sus convicciones. Este tipo de
personas me asombran. No quieren perder el tiempo escuchando pero no les
importa perderlo (ni hacérselo perder a los otros) hablando.
No Waldo Emerson no me ha sacado de mis problemas. Más bien los ha
acentuado. Aprender chino tampoco me ha resuelto el dilema; tampoco leer “World
Order”, de Kissinger ni “Zero, Sie wissen, was du tutst”, de Marc Elsberg, ni “Massenpsychologie
und Ich-Analyse” de Freud, con el que nunca – a qué negarlo -, me he llevado bien.
Estoy introduciéndome en la lectura de “The Secret Teaching of All Ages”, de
Manly P. Hall. Al final, supongo, uno de los pocos libros que me quedarán en el
recuerdo será el de “Bêtes, Hommes et Dieux” de Ferdinand Ossendowski, que
viene a decir: da igual dónde estés, la vida y la muerte aparecen siempre
presentes. Líbrate de la muerte y busca la vida porque la muerte te persigue y
la vida siempre está contigo a punto de ser perdida para siempre. Los unos van
y los otros vienen. Únete y ayuda a los que permitan tu vida y que los dioses os
protejan. En última instancia son ellos los que tienen la última palabra. “Considerations
upon the Reputation, Loyaltiy, manners, and religion” de Thomas Hobbes, que
escribió una autodefensa en forma de carta para librarse de acusaciones que él
consideraba tan inciertas como injustas. No sirvió de mucho. Le prohibieron
publicar y él mismo tuvo que autocensurarse y quemar parte de sus escritos para
que la condena no fuera aún mayor. Recuerdo también los Discursi de Maquiavelo...
En fin, todos ellos están de acuerdo en que en tiempos de paz conservar la vida
y el sentido común resulta empresa factible para las almas normales; en épocas
revueltas sólo lo consiguen las almas superiores y en épocas de destrucción
únicamente logran salvarse los que reciben la ayuda divina.
¿Cuál es el punto?
En esas estamos. En que sea un punto seguido o un punto y coma. Un punto
aparte es arriesgado pero desde luego un punto final es desastroso.
La bruja ciega.
La Navidad se acerca. Tiempo de renacimiento.
Veremos.
Tengo la impresión de que estas Navidades van a ser el preludio de grandes
y terribles separaciones.
Pero esto, verdaderamente, no es el punto.
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