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Tuesday, December 13, 2016

Enemigos y destructores. Aprender a distinguir.

¿Han visto ustedes cómo está el mundo? En los partidos políticos las luchas internas por el Poder son tan intensas como las batallas que se libran en las familias convertidas a clanes. Los que se van son culpables de traición, de rencor y qué se yo que más. Por las razones pocos o nadie preguntan porque a decir verdad, ¿a quién les interesa las razones? Los resultados y sólo los resultados. Unos se quedan y otros se van. Las familias convertidas en clanes inventan explicaciones para quedar exonerados de culpa alguna y echan la pelota caliente a ese que además de apaleado es condenado ante la opinión pública. En los partidos políticos sucede lo mismo. No sé de qué lider (sí que lo sé pero no quiero escribir su nombre) se decía que no hacía falta que echara a nadie porque conseguía que sus oponentes se fueran voluntariamente. Muchos a esto le llaman triunfo estratégico. Yo le llamo decadencia. A mi edad, francamente, los que nos animan a seguir adelante no son los amigos, tan escasos como inestables, sino los enemigos. Díganme quiénes son sus enemigos y les diré cuáles son sus méritos. Son nuestros contrarios los que nos dan el valor y el coraje para seguir apoyando nuestros principios; son nuestros opuestos los que nos enfrentan a nuestras convicciones. No. En estas fechas en las que todos hablarán de amor, ilusión, paz y qué se yo cuántas bagatelas más, mi corazón no se enternecerá pensando en la amistad de los amigos, sino en la enemistad de mis enemigos. A ellos desearé la vida y la fuerza para seguir siendo lo que son: mis contrincantes. En esta época de Navidad, empachada de discursos azucarados y jarabe de lágrimas, yo levantaré la copa y brindaré por todos aquellos que buscan hacerme daño, que siembran la calumnia contra mí, que mienten sobre mis hechos y sobre mis palabras. Son ellos los que me impulsan a mejorarme, a no decaer, a no sentirme tan satisfecha de mis logros que detenga mi actividad.

Mis enemigos, mi honor.

Y mientras tanto, sigo pensando: populismo sentimental eclesiástico, corrección política, mainstream versus populismo político y antimainstream ¿dónde estoy?

Y al final no puedo decir que estoy donde estoy. A pequeña escala y justo porque estoy envejeciendo me molestan no sólo los desconocidos sino casi todos en general. Salvo Carlota Gautier, Jorge Iranzo, Carlos Saldaña y un par de nombres más, el resto del mundo, francamente, me molesta. A gran escala lo que me horroriza es la implantación de un Orden Eterno, con independencia de los signos ideológicos que ese Orden Eterno conlleve, pero aun más que ese Orden Eterno, lo que me intranquiliza es que bajo las risas, la pluralidad y la tolerancia que hoy muchos se empeñan en escenificar, se esconden juegos de poder cada vez más oscuros, cada vez menos inteligentes, cada vez menos honestos. Y esto no en las elevadas escalas de la sociedad sino a todos los niveles. Lo que me intranquiliza es que todo el que puede imponer su voluntad la impone; que la cortesía y la buena fe se practica cada vez menos entre los individuos; que los malos modales, que las pullas, que los ataques psicológicos se suceden sin pausa, que el te dije me dijiste es tan habitual que hoy en día resulta peligrosísimo hablar por teléfono con alguien, aunque sea un pariente, sin activar la grabadora.

Ese, - más que el populismo sentimental eclesiástico, la corrección política, el mainstream, el antimainsteam, el populismo político - , es el problema angustioso al que nuestra sociedad se enfrenta. Yo siempre he dicho que se ha perdido el fondo pero que se mantienen las formas. La verdad es que el fondo corrompido termina corrompiendo las formas.

¿Soy o no soy populista?

No lo sé. Sinceramente no lo sé. Moriarty, mi nostálgico Moriarty, intenta re-activar la oposición Estados Unidos- Rusia, desde Estados Unidos y desde Rusia, cuando la verdad es que dicho antagonismo, le pese a quien le pese, pertenece al pasado y hoy en día otras son las fuerzas a contrarrestar. Despertar el pasado no va a ralentizar los problemas del presente. Y lo peor es que Moriarty distrae al público haciendo aparecer en escena un revival de la guerra fria para concentrarse en la destrucción de su verdadero rival: Holmes; o sea, la élite. La élite siempre incomprendida, siempre distinta, siempre excéntrica pero siempre genial.

La élite atraviesa una terrible y profunda crisis existencial porque esta vez el ataque contra ella es, sobre todo de tipo psicológico. Siento y presiento que la élite se siente sola y abandonada y, sobre todo, poco reconocida por ese igualitarismo que sitúa en un mismo nivel al artista que expone y al niño de tres años y al mono que también exponen y que, destino terrible, consiguen vender incluso más que él. Creo que la élite se siente desprotegida y pisoteada por todos aquellos aficionados que se sienten críticos de literatura porque han leido cincuenta libros al año, veinticinco de los cuales son novelas negras, quince son novelas históricas, y los otros diez se reparten entre un par de ensayos periodísticos acerca de los sucesos políticos del momento, un par de libros de autoayuda espiritual, y un par de libros acerca del éxito comercial, de bricolaje y quizás un par de novelas premiadas, de las que todos hablan. En cualquier caso imaginen una conversación entre ese lector de cincuenta libros y un pobre profesor de facultad, que ha estado estudiando a fondo “la crítica de la razón pura”, de Kant y la fenomenología de Hegel. ¿Quién creen ustedes que hablará más alto? ¿Quién creen ustedes que se sentirá más contento de sí mismo? 
No les quepa la más mínima duda: mientras el lector de los cincuenta ejemplares está sumamente satisfecho con sus resultados, el profesor seguirá luchando por entender, comprender y responder a las preguntas y a los dilemas que uno tras otro se le abren frente a él. 
Mientras el lector se dormirá sumamente satisfecho de su capacidad intelectual, pasará el otro las noches en vela desesperado por su lentitud para salvar los obstáculos que el estudio le plantea.

Y no sólo en la lectura, incluso en temas tan científicos como la fisica, la élite se siente sola y desvalorizada. ¿Han visto alguna vez a todos esos aficionados que acuden a las conferencias de ciencia popular que versan sobre la gravitación, los agujeros negros, las diferentes dimensiones y todos esos temas que a tantos atraen? Mientras el estudiante de fisica es incapaz de contestar a las preguntas que esos aficionados les hacen porque primero, las preguntas en sí mismas no tienen ni pie ni cabeza y segundo, aunque lo tuvieran, él no tiene la respuesta, resulta que los otros se rien de su indecisión a la hora de responder a lo que le acaban de plantear porque creen que esa indecisión es producto del desconocimiento y antes de que el estudiante de física pueda ordenar intelectual y verbalmente el caos que le acaba de ser planteado por un ignorante sorprendentemente seguro de sí mismo, el ignorante ya ha respondido en voz alta y clara a las preguntas que él mismo acababa de cuestionar y con ello demuestra al estudiante que él, el aficionado, no necesita de ningún estudiante, (estudiantillo, le llama) porque él ya lo sabe todo.

Los inactivos no mejoran la sociedad, ya lo dije, pero logran que los realmente buenos, los realmente meritorios, pierdan las ganas de seguir adelante y se detengan. Los inactivos no son enemigos.

Los inactivos son destructores. Simplemente eso.

¿Soy  o no soy populista?

No lo sé. Sinceramente no lo sé. Tengo que decidir si los populistas son enemigos o destructores. Tengo que decidir si los populistas impulsarán a las élites, a los aristos, o los destruirán. Tengo que saber si los políticamente correctos sostienen a las élites o son lectores de cincuenta libros al año y asiduos visitantes a conferencias sobre ciencia.

¿Soy o no soy populista?

No lo sé. Y eso me preocupa.

Me preocupa tanto cómo determinar la diferencia entre enemigos y destructores, porque no es lo mismo, no es lo mismo.

Ustedes seguramente no entienden nada.

Pero es que en estos momentos la diferenciación según la ideología, la raza, la procedencia, el lenguaje, no es la cuestión más importante a dirimir. NO. No lo es. Ese no es el tema.

El verdadero tema es el estado de miseria en el que se encuentran las élites: las élites intelectuales, las políticas, las morales....

Y nadie parece estar dándose cuenta de lo terrible del asunto porque todos están sumamente ocupados con los resultados y con las explicaciones pero no con las razones. Nadie quiere perder su tiempo atendiendo al llanto de las élites y todo porque como me dijo aquel profesor de universidad: “Die Eliten setzen sich immer durch.”

¿A qué precio?

Y es entonces cuando los iniciados comienzan su largo peregrinaje.

Da igual que ustedes no me entiendan.

Cuiden a los aristos. Los aristos no son tan fuertes como suele pensarse. Die Eliten setzen sich immer durch... Setzen sie sich immer durch?

Y esta vez no es el vampiro, sino Fausto el que me mira sonriendo.

Sí. Es cierto. Die Eliten setzen sich immer durch. Es sólo cuestión de tiempo y de perserverancia.

Y la estrella vuelve a relucir más brillante que nunca.

Populismos o no, es el tiempo de los iniciados.

De los verdaderos iniciados.

Y de esos verdaderos iniciados, muchos, lo sé, lo sabemos todos, morirán en el camino. 

De lo que ahora se trata es de conseguir que alguno de ellos, uno al menos, consiga llegar a la realización porque él será el comienzo de una nueva sociedad. 

Ustedes no lo entienden.

El camino eterno se inicia.

Se inicia el camino eterno siempre eterno y siempre en inicio.

La bruja ciega.



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