Cuando los hombres no encuentran en el exterior respuesta a sus preguntas,
o bien se quedan en ese exterior vacío y estéril adorando a la diosa Opinión o
bien regresan, nuevamente regresan, a las cavernas más profundas del
conocimiento. Cavernas que al contrario de lo que Platón pensaba no son cárceles que impiden a los individuos acercarse a la luz sino el refugio de los
grandes pilares en los que se asienta la Humanidad y que han de mantenerse al
cobijo de los destructores que pretenden acabar con ellos. La luz y la sombra
no siempre son contrarios, la sombra no es siempre sombra, la luz no siempre es
luz, “a” no siempre es igual a “a” ni siempre es distinta de “b”.
La diosa Opinión reluce en su brillo inconmensurable y ciega a los hombres
hasta el punto de no permitirles ver otro lema que el suyo: “El que no está
conmigo está contra mí”. La diosa Opinión se convierte así en diosa de Fuenteovejuna primero y de los clanes
después. Los que permanecen en la superficie, cerca del sol, perecen porque el
sol que les alumbra es un sol falso y por falso hiriente. Un sol de apariencias
y no de esencias.
Los hombres sensatos buscan la oscuridad y el anonimato; borran sus huellas
para no ser seguidos ni perseguidos, y si esto sucede intentan por todos los
medios poner antes a buen resguardo el conocimiento, hasta que llegue una nueva
generación que, al igual que el Rey Arturo con la espada Excalibur, disponga de las
facultades necesarias para desempolvarlo y restituirle el lugar que le corresponde.
En esas estamos; nuevamente estamos. Estoy leyendo un libro de Frances
Yates. “Giordano Bruno and the Hermetic Tradition” al tiempo que los
periódicos informan de que algunas defienden el dar a luz a sus hijos
sin ninguna ayuda. La nueva escuela ya no se conforma con que el parto sea en
casa con comadronas, que era la tesis que hasta ahora apoyaban las mujeres más
radicales. No. Ha de ser la madre a solas con su bebé. Hasta cierto punto el surgimiento de tal corriente es perfectamente normal: Si la idea de
muchos es la de llegar a ser autosuficiente y abastecerse ellos solos a sí
mismos, sin depender de más fuerzas que las suyas propias, han de contar con
mujeres fuertes y sanas que puedan hacer frente a cualquier situación y eso
incluye el alumbramiento.
Pero no nos engañemos, ello no responde a los ideales de “haz la paz y no
la guerra” o “Love and Peace”, que eran los lemas que regían las comunas que se
formaron en las décadas de los años 60 y 70.
No. Esta nueva postura es el preámbulo de lo que muchos consideran que
va a ser el futuro: un mundo de todos contra todos en los que la única forma de
sobrevivir es siendo autosuficiente y poseyendo los medios y las técnicas para
poder autoabastecerse. Un mundo roto e incomunicado, en el que la familia y los
pequeños clanes autárquicos se esfuerzan en disponer de la autonomía en todos los planos de la
existencia porque lo que se espera no es la paz sino justamente su opuesto: la explosión de la violencia.
Y no sé si ese “esperar” es un temor o más bien un deseo.
Los nuevos propagadores de la medicina alternativa, de los productos del
bosque beneficiosos para la salud, de los frutos y raíces que se encuentran
incluso en invierno, de los viejos ritos paganos que sirven a la supervivencia,
de las artes casi olvidadas, no se encaminan al desarrollo de una mayor
espiritualidad ni a la unión del hombre con el Universo. Al contrario: su
intención última es la de posibilitar la simple y desnuda supervivencia en un
mundo que – en su opinión- no sólo la niega sino que la hace imposible. No es
para la paz para lo que se preparan sino para la guerra; no es un mundo mejor
el que esperan sino un mundo violento y destructivo en el que ellos puedan
triunfar sin más fuerza que su fuerza. Un mundo oscuro y peligroso en el que el hombre quiere
coger su espada, no de la Libertad, no del Axioma Primero, no de la Paz, no de
la Humanidad, sino la espada de la supervivencia, la espada de los instintos
primarios, la espada de la sangre, porque es la sangre la que le dice quié está vivo y quién muerto. Es la espada de la
autoafirmación a base de la autoimposición a base de la defensa primero y de la
conquista, después. Hombres que no quieren carros de combate sino luchas cuerpo
a cuerpo. Hombres que desprecian a los terroristas porque se esconden detrás de
la tecnología para matar, porque los terroristas son cobardes incapaces de
luchar hombre contra hombre, porque los terroristas no se atreven a declarar la
guerra, porque los terroristas matan sin avisar. Esa es la nueva extrema
derecha que está empezando a formarse. Los líderes de esa extrema derecha
desprecian a los terroristas por no dar la cara, por esconderse como timoratos,
por hacer la guerra al estilo de los bandoleros y no al estilo de los
auténticos guerreros. Esa es la nueva extrema derecha a la que muchos hombres
considerados sensatos van a unirse a pesar de que tal vez ellos mismos no
posean la fuerza de los instintos, mucho menos el de la supervivencia. Se van a
unir porque la extrema derecha está llamando a los instintos más animales del
hombre, a los instintos más puros, que son también los más bajos, para combatir,
dicen ellos, a los terroristas y a todos aquellos que amenazan a la sociedad y
para muchos esto es una llamada justa e incluso necesaria.
El problema que no ven, que no quiere ver ni la extrema derecha ni esos
que se unen a ella: que cuando los instintos se desbordan, cuando el olor de la
sangre se extiende, lo único que persiste es la muerte, la destrucción, la
perdición, el caos. Y esto arrolla también a los inocentes.
Dentro de unas pocas horas empezará un Nuevo Año, que es un Nuevo Año dentro de un siglo, dentro de un milenio
recién estrenado. Los hombres y mujeres tendrán hoy como ayer, hoy como mañana,
que intentar mantenerse en la superficie al tiempo que conservan su sótano
listo para cualquier imprevisto. Los hombres y mujeres tendrán que conciliar la
veneración a la diosa Opinión Pública con su propio conocimiento y cuando esto
ya no sea posible por más tiempo habran, no les quedará más opción, de
encerrarse en su sótano, con víveres y agua suficiente para no tener que ir a
la plaza del pueblo más que en contadas ocasiones, cuando el sol comience a
declinar.
El conocimiento en los sótanos; los fuertes parapetados tras los muros de
sus ciudadelas sin más esperanza que la que sus propias fuerzas les concede;
los débiles sin saber que hacer y todos ellos: fuertes y débiles, adorando a
una única virtud: la de la ciega lealtad que no permite ni la reflexión ni la
crítica ni el pensamiento. La lealtad ¿a qué? ¿a quién?. Eso es lo que menos
importa: puede ser al clan, al grupo dominante, al lider, a la Institución, al
Orden Eterno dirigido por el caos e impuesto por hombres contingentes y
finitos.
Lo que debería inquietar sin embargo es el hecho de que los libros se están
llevando lenta pero silenciosamente a los sótanos, que la información es la
pared que sirve para ocultar el verdadero saber, que los antiguos alquimistas
denominados hoy bajo otros nombres se están empezando a reunir en pequeños
grupos a plena luz del día pero que, justamente porque se trata de una luz
cegadora y aparente, nadie toma en consideración ni en cuenta. Están pero nadie
los ve. Se reúnen pero nadie les presta atención. No las sociedades secretas
son hoy lo secreto. No las sociedades ilustradas son hoy las que mantienen el
Saber. Es el secretismo del espíritu gótico el que en la actualidad impregna
los sótanos en los que se conserva el verdadero Saber. El espíritu gótico no
esconde: muestra y mostrando oculta. Hoy en día las sociedades más visibles
son, aunque pueda resultar paradójico, las más herméticas porque aunque
transparentes no hay muchos que puedan entrar en ellas y a medida que se
adentran en sus cámaras interiores, menos son los que disponen de las
facultades necesarias para acceder a sus recintos. Y así, -aun teniendo grandes
ventanales, como los ventanales de las catedrales góticas, aun dejando pasar la
luz, como la dejan pasar los templos más luminosos de la cristiandad -, el
verdadero significado de su simbología, el verdadero alcance de su
conocimiento, la verdadera comprensión de sus signos y de sus frases, queda
reservado únicamente para unos pocos. Al igual que sucede en las grandes
construcciones en las que la Verdad y el Saber aparecen expuestos allí mismo y
pese a ello estos permanecen impenetrables para la mayoría, así sucede con la
Verdad y el Saber de la actualidad. Ambos permanecen visibles para el exterior
y sin embargo....
Sin embargo sólo unos pocos, que cada vez son menos, pueden llegar a
entender lo que manifiestan. ¿Han leido ustedes libros herméticos? En realidad
toda la sabiduría llamada “hermética”, sea esta la que sea, se asienta en dos
grandes pilares: la virtud y el conocimiento. Ambos pilares han de tener
similares proporciones para poder sostener adecuadamente el edificio que sobre
ellos se levanta. Si la virtud es más alta que el conocimiento, el
sentimentalismo termina por desmoronar la construcción. Si el conocimiento
supera a la virtud, es el totalitarismo, la frialdad, el golem, el que destruye
lo hecho. Lean lo que lean en los libros secretos y mágicos, no encontrarán
nada que no sea Virtud y Conocimiento. Virtud y Conocimiento como las dos
grandes conquistas del individuo, del hombre.
El gran error de la extrema derecha no es que quieran combatir cuerpo a
cuerpo contra los terroristas.
El gran error de la extrema derecha no es que se estén organizándose tras
las murallas de sus fuertes para convertirlos en recintos inexpugnables.
El gran error de la extrema derecha no es que quieran recuperar las fuerzas
de los instintos dormidos y adormilados.
El gran error de la extrema derecha no es que quieran desarrollar sus
fuerzas físicas y mentales.
El gran error de la extrema derecha es que está olvidando el verdadero
sentido de la Virtud y del Conocimiento como instrumentos humanizadores, como
métodos para que el hombre sea mejor.
El gran error de la extrema derecha, igual que el de los terroristas, es
que ignoran el auténtico significado de la Virtud y del Conocimiento y
pretenden devolvernos al mundo de las cavernas. No al mundo de los sótanos sino
al de las cavernas más lúgubres, el de los bárbaros más salvajes e inhumanos.
Faltan los hombres verdaderamente virtuosos, los hombres que siguen la virtud de forma natural, sin imperativos externos. Faltan los teólogos, los hombres que iluminan el camino de la virtud sin recurrir ni al miedo ni al castigo. Faltan los metafísicos y místicos operativos y sobran viajeros astrales.
Faltan los sabios, faltan los hombres que disfrutan de su tiempo libre buscando y rebuscando en el saber clásico y en el saber moderno. Faltan los sabios cosmopolitas, esos que no se quieren quedar en el jardín de su casa sino que buscan el conocimiento completo y total y para eso saben que es necesario abrir la puerta de la verja y marcharse a recorrer los caminos nunca iguales, siempre complicados de la sabiduría. Faltan los sabios universalistas en un mundo desbordado por eruditos encadenados a la especialización a los que no se les permite ir más allá no digo ya de los lindes del jardín sino de los límites de la maceta y lo único que pueden hacer es cavar y cavar cada vez más profundamente en sus llamadas "áreas de conocimiento", mientras permanecen incomunicados de las otras "áreas de conocimiento" de los otros eruditos confinados en sus aislados sectores.
O quizás no faltan.
Quizás es, simplemente, que no los vemos; que no queremos verlos, que están ocultos entre el gentío y pasan desapercibidos en medio de una masa que finge estar terriblemente ocupada aunque se trate simplemente de una pose. Ocultos en esos que fingen una actividad febril, en un continuo estar yendo y viniendo, los verdaderos sabios y los verdaderos virtuosos trabajan a la luz del día siendo vistos por todos y reconocidos por ninguno.
Un Nuevo Año nos espera.
El Fin como el Comienzo.
Entremedio la luz.
Esa es, en realidad, nuestra tarea.
La bruja ciega.
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