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Monday, December 5, 2016

Ni ustedes van a estar de acuerdo conmigo, ni a mí me gusta escribir lo que he escrito...

Estoy –realmente estoy – deseando cumplir la promesa que le hice a Carlota consistente en escribir trescientos sesenta y cinco artículos. No es gracioso tener que pensar sobre las estupideces que medio mundo comete con la aquiescencia del otro medio; no es divertido tener que preocuparse de una sociedad empeñada en dirigirse al infierno entonando “Libertad”, “Igualdad” y – a falta de Fraternidad - “Todos juntos y unidos”, en donde ese “Todos juntos y unidos” significa que “el diferente” sobra. Ya me lo dijo Verónica hace tiempo: “En mi clase todos quieren ser diferentes, todos aseguran ser diferentes, pero todos visten de la misma manera, todos piensan igual, y todos hacen lo mismo.” Sí. No hay duda. Verónica, digna hija de Carlota y de X., genio donde los haya de los negocios, sabe analizar el mundo que le rodea con la perspicacia paterna sin perder la elegancia de su madre.

Hay algo más asombroso. Hace dos dias realicé un viaje en autobús de cuatro horas. Antes de iniciar el trayecto el conductor avisó que el aire acondicionado no funcionaba bien. Los ocupantes estuvimos una hora y media embutidos en lo que literalmente era una sauna sobre ruedas. Uno de los pasajeros, envuelto en sudor y con muestras de desórdenes respiratorios, fue a quejarse al conductor del pavoroso calor. Como por arte de magia, el autobús se convirtío en un iglú. 
Pasada media hora, otro ocupante protestó del insoportable frio y el conductor, enervado por tanta reclamación, porque sus pasajeros no eran capaces de aguantar ni la sauna ni el iglú, - “esos populistas pasajeros” dió a entender el chófer o, tal vez, llegamos a esa conclusion sin otra sugestión que la nuestra propia – volvió a regular la calefacción y a convertir el vehículo en una sauna sobre ruedas. Hubo un momento en que yo pensé, - sinceramente lo pensé -, que iba a sufrir una parada cardiaca debido a desórdenes circulatorios. Teniendo en cuenta que no sé cuándo fue la última vez que visité la consulta de un médico, posiblemente hace años y que ni siquiera acudo a las revisiones periódicas porque Goya, aragonés ilustre, ya se encargó de explicar en uno de sus grabados para qué va uno al médico: para únicamente preguntar eso de “¿de qué me voy a morir doctor?” y yo, francamente, no tengo ganas de saberlo, teniendo en cuenta todo esto, digo, pueden imaginarse que la preocupación por mi salud no era en absoluto producto de un carácter hipocondríaco. Puedo incluso imaginarme que alguno de los otros sufriera los mismos síntomas. El calor era, sencillamente insoportable. Pero como digo, nadie quería ser el pesado de turno, nadie quería ser el ciudadano (viajero) indignado, nadie quería ser el populista, nadie quería ser el revolucionario...

Y es que con esto de los “populistas” sucede lo mismo que con los “celos” de los niños pequeños. Díganle a un niño que es celoso, repítanselo siempre que se preste la más mínima ocasión y no tardarán en comprobar que pueden causarle las injusticias más terribles sin que aquel desdichado o desdichada se queje. Aún más: aquel tierno infante al que tan arbitrariamente se le imputa el crimen de los “celos”, permitirá sin protestar que se lastimen sus intereses y hasta lo verá como algo perfectamente normal y ni siquiera se cuestionará ser tratado de forma distinta al “protegido”. Digan a un niño que es celoso y podrán causarle las mayores injusticias con total impunidad y exigirle las mayores responsabilidades sin ningún tipo de rebeldía. Y si, por una casualidad, aquel niño osa rebelarse, háganle ver lo terrible de su comportamiento hacia esos padres que le alimentan y le cuidan, háganle ver lo terrible de su carácter por su soberbia y su falta de dominio sobre sí mismo. No cedan en su propósito y cuando se haya calmado –aunque sea por cansancio- háganle ver lo inútil que su rebeldía ha sido. Pregúntenle con voz tierna y cariñosa: “¿Qué has conseguido? ¿has conseguido algo? Sofocarte y el follón. Ahora, ya lo ves, ha habido un jaleo innecesario.” 
Pueden, claro, alternar esto – lo de declararlo “celoso” con la amable constatación de que es “fuerte”. Entonces, caso de que no puedan justificar lo injustificable siempre podrán apelar a la fortaleza moral que le caracteriza, (que ustedes dicen que tiene; lo dicen porque así lo han decidido, para que pueda seguir aguantando la injusticia sin quejarse).
Sí. Esas son las manipulaciones de padres injustos - considerados, no obstante, por la sociedad padres cariñosos, respetables y responsables -, que los niños no celosos, a los que sin embargo se les califica como celosos, tienen que padecer en silencio porque la sociedad asume que todos los niños son celosos.

En la sociedad sucede lo mismo. Escriban en contra del populismo. Prediquen en contra del populismo. Adviertan de los peligros del populismo. Y a continuación califiquen como populistas a un grupo de individuos que exigen justas reivindicaciones (a los mismos, seguramente, que eran calificados de revolucionarios a finales del s.XIX y principios del XX por querer mejoras en las condiciones de trabajo); y estos individuos, justamente porque sus reivindicaciones son sensatas y ecuánimes ellos mismos, también, cabales y equilibrados, no tardarán en sentirse avergonzados de su actitud y sus voces irán apagándose hasta desaparecer por completo, justamente porque los anti-populistas dan por sentado que todos los componentes del pueblo son tontos.

Esto más o menos fue lo que sucedió en el autobús. Después de la sauna-iglú-sauna, nadie se atrevía a quejarse a pesar de que la atmósfera se hacía irrespirable y de que el calor, más los estornudos, unido al malestar, caldeaban el ambiente y yo me preguntaba cuánto tardaría en “estallar” la situación.

Y estalló. Vaya que si estalló. De repente un chico de los Balcanes, en camiseta y sudando a chorros gritó en un inglés que sonaba a bloques de madera cuadrados –no sé por qué su inglés sonaba a bloques de madera cuadrados pero sonaba a bloques de madera cuadrados- empezó a despotricar. Empezó a despotricar dos segundos después de que el conductor hubiera anunciado que nuestra llegada se retrasaría debido a un par de atascos en la carretera y yo aceptaba resignada que mi vida había llegado a su fin porque estaba claro que yo ya no aguantaría más. Aquel joven de los Balcanes me salvó. Aquel joven cuyos fornidos brazos apenas cabían en su camiseta empezó a vociferar con su voz de bloques de madera cuadrados que él llevaba en ese autobús más de seis horas y que no podía más; convenció –sabio en su sabiduría a una chica joven para que le acompañara a hablar-traducir al conductor. En realidad en ese hablar-traducir se intuia sobre todo un “hacer entrar en razones” al que manejaba el volante para que encontrara una solución rápida o... –o follón revolucionario, primero y devolución del billete, después.

Populismo puro y duro.

Populismo que nadie creyó que fuera a funcionar.

Pero funcionó.

De repente la temperatura comenzó a descender hasta permitir la vida de los seres vivos.

Lo curioso: nadie, salvo esta bruja ciega que escribe para dar las gracias al héroe que salvó mi vida, cuestionó en voz alta lo sucedido.

Y es que enunciar la pregunta racional se impone: Si el aire acondicionado estaba estropeado ¿cómo era posible que, de repente, y después de las protestas airadas del mocetón de los Balcanes, la temperatura descendiera hasta hacerse soportable pero no tanto que nos dejara congelados?

Mi tesis –conspirativa, claro, porque ya me dirán ustedes qué otro tipo de teoría cabe ante lo incomprensible, y una explicaciones insatisfactoria, o que se vislumbra como inexacta, es siempre incomprensible – es la de que los pasajeros soportamos estoicamente el mal humor encubierto de aquel conductor y que sólo la amenaza de follón le hizo regresar al sentido común.

A aquel chico de los Balcanes debo mi vida.

Pero de la historia algo quedó claro: Los anti-populistas nos están educando bien. Nos están educando para la no protesta o mejor dicho, para la protesta que únicamente ellos admiten.
Ningun niño quiere que ser celoso y los padres utilizan los buenos sentimientos para someter a los buenos, que no lo son, porque –sencillamente- la mayoría de los verdaderamente celosos nunca lo admitirán y aprenderán a defenderse de esto mientras que los buenos niños sufrirán la culpa e intentarán reformarse. 
Los buenos intentarán reformar lo que no tiene necesidad de reforma mientras los auténticamente celosos campearán a sus anchas e impondrán su “santa” voluntad hasta que llegue un momento en que la sociedad acepte esa “santa” voluntad y la convierta en algo respetable y digno. 
Los buenos padecerán graves conflictos consigo mismos y serán utilizados una y otra vez por los otros. El silencio de los corderos. El silencio. El sufrimiento silencioso. El deseo y la lucha de ser distinto, sin conseguirlo porque los celosos siempre encontrarán nuevos motivos y al final, cuando los hechos griten, los celosos no moverán una ceja al pronunciar aquella frase slogan de “no todo es blanco pero desde luego no todo es negro”. 
 Y a esos buenos, al final, no les queda más camino que la huida o el suicidio.
¿Quién supo verlo? Uno de ellos, por ejemplo, fue el inteligente Dürrenmatt a lo largo de todos los posibles finales de su obra de“La Avería”;  Ionesco en su insuperable “Rinoceronte”, fue otro. 
En general lo han visto todos aquellos hombres geniales, que han podido ser geniales sólo porque eligieron la huida, aunque fuera la huida interior, para encontrar un refugio. El problema es que en la actualidad los refugios están llenos y uno ya no sabe ni dónde encontrar asilo.

Los anti-populistas claman a voces enervadas contra Trump –presidente democrático, democráticamente electo en un país democrático desde sus nacimientos-  y callan, en cambio, ante Erdogán, pese a las “extrañas” reformas y medidas que se suceden en el país,  porque cubre las fronteras europeas. Mientras cualquier acción de Trump es vigilada con lupa y comentada en grandes titulares, las acciones de Erdogán permanecen cada vez más ocultas para los lectores de los periódicos. “Como si no pasara nada” y únicamente, de vez en cuando, aparece algún dato sin gran repercusión, por la simple razón de que Erdogán guarda las fronteras cerradas.

Los anti-populistas no hablan de Erdogán. Hablan de Trump. 
Los anti-populistas defienden la entrada de refugiados pero defienden las fronteras cerradas. Esto es una contradicción en todos sus términos. El autobús europeo se está caldeando. Aquellos que mostrábamos nuestras buenas intenciones y nuestra confianza en un mundo abierto, estamos empezando a sentirnos escépticos; sobre todo cuando leemos que un joven afgano en busca de asilo ha violado y asesinado a una joven estudiante de medicina. El afgano en busca de asilo ha violado y asesinado a una chica que creía en la vida. A Verónica, la hija de mi adorada Carlota, la estuvieron molestando en sus salidas diurnas durante el tiempo estival que estuvo conmigo: en plena calle y a plena luz del día. Preguntas del tipo “pareces francesa, ¿eres francesa? ¿cómo te llamas?” y similares. Y claro, la pobre Verónica, que no está acostumbrada a ser interpelada en la calle y que – por ser una chica amable y bien educada ha escuchado cien millones de veces eso de “contesta cuando se te pregunta” – contestó un tímido “no sé”, lo cual sirvió al otro para continuar la conversación “¿no sabes tu nombre?” . Otra de las veces, tuvo que aguantar gestos obscenos de hombres que la miraban... En fin, cada día una nueva historia.

Ciertamente nada de eso puede considerarse acoso en términos jurídicos, pero la verdad es que Verónica se sintió acosada, se sintió violentada en su esfera privada. Verónica dejó de llevar sus minifaldas y de disfrutar de sus piernas largas y bien esculpidas. Y yo, claro, sintiéndome responsable de su bienestar me ví, con horror, decretándole los mismos consejos y advertencias que han decretado las mujeres a las mujeres a lo largo de los siglos:

Primero: No hablar con extraños ni con extrañas.
Segundo: No contestar a las preguntas de extraños ni de extrañas.
Tercero: No prestar ayuda ni a extraños ni a extrañas cuando váis chicas solas.
Cuarto: Ir rápido –lo más rápido que puedas- pero sin correr.
Quinto: Buscar la compañía de mujeres sin fiarte de ellas, no vaya a ser que sean sus cómplices.
Sexto: Si alguien te persigue buscar ayuda en un transeúnte. Si no hay nadie por la calle, entrar en un comercio. Si no hay comercios, llamar a un telefonillo y suplicar que llamen a la policía.  
Séptimo: llevar en el móvil el número de la policía para ser activado rápidamente. En último caso, intentar golpear los testículos. En último caso porque un ataque es siempre complicado y ha de ser, sobre todo, cogido por sorpresa, lo cual es difícil. Llevar en el bolsillo –no en el bolso- spray de pimienta.
Octavo: No ir sola a deshoras; no entrar sola en un taxi.
Noveno: No sonreir.
Décimo: Llevar vestidos de monja y pantalones de hombre. No ir maquillada.
Lo último: Nos fiamos de tí, Verónica. Pero no nos fiamos de los hombres.

Díganme ¿no es terrible que entre tanto feminismo y tanta igualdad hayamos de dar los mismos consejos que nuestras madres, nuestras abuelas y nuestras tatarabuelas?

Y sí, ya sé que éste : “No nos fiamos de los hombres” es tan populista como ése “No nos fiamos de los afganos”, como ése “No nos fiamos de los refugiados”, “No nos fiamos de los musulmanes”, “No nos fiamos de los extraños”. Lo sé. Pero el problema no es que las mujeres, las personas, no tengan buena voluntad en confiar en los hombres y en los forasteros en busca de ayuda; el problema es, sencillamente, que su buena voluntad se tambalea al verse traicionada.

Compréndanlo: alguien llama a tu casa pidiendo asilo, le abres la puerta y antes de poder contestar "sí"o "no" ya ha violado y matado a una de tus hijas.

¿Y de verdad, de verdad, la inquietud más importante es la de si a partir de ahora todos los afganos van a ser considerados culpables?

Hombre, por favor, dejen ese tipo de preocupaciones fuera de la casa de la víctima.

No sé yo qué es más dañino para la sociedad si el populismo o el anti-populismo. 
En mi opinión, las falacias del último van a incrementar y a potenciar las exageraciones del primero. Tengo la impresión de que ambos se alimentan mutuamente. Y si mi carácter tendiera a la construcción de teorías de la conspiración me atrevería a afirmar que es el mismo cerebro, el de Moriarty, el que está potenciando al mismo tiempo los populismos y los anti-populismos y cada uno de sus clientes, en virtud de sus gustos, elige el uno o el otro.

Por eso seguramente ya ni me inmuto al leer un comentario firmado por uno de los articulistas más conocidos en Alemania. Augstein. Augstein escribe: “Volker Beck soll weg, weil er mal Drogen genommen hat? Martin Schulz soll nicht Kanzler werden, weil er kein Abitur hat? So ein Unsinn. Lasst uns echte Menschen wählen. Abgehobene Politiker hatten wir genug.“ (Augstein. Spiegel Online. 1.12.2016)

Uno de los lectores, muy acertadamente, recuerda al señor Augstein que las drogas son sustancias no legales. En cuanto a su preocupación a que el señor Schulz no llegue a ser Canciller porque no tiene Abitur es doblemente absurda: primero porque no sería el primer político alemán que no tiene Abitur y segundo, porque los hechos demuestran que la carrera política del señor Schulz no ha necesitado hasta ahora de ningún Abitur. Si no lo ha necesitado para desempeñar su cargo como Presidente del Parlamento Europeo, no creo que lo necesite para llegar a ser canciller alemán. De hecho, yo incluso ignoraba que Martin Schulz carecía de Abitur hasta que el señor Augstein tuvo la gentileza de notificarlo. De los comentarios del Forum acerca del artículo del Spiegel, he podido comprobar, sin embargo, que no soy yo ni la primera ni la única en reprocharle al autor el populismo que su anti-populismo encierra; aunque posiblemente soy yo, con mi acostumbrado terror a los círculos, la que intuye el peligro que el pensamiento circular que la danza populismo-antipopulismo esconde.

Mientras tanto, Trump y China discuten por cuestiones económicas y con esto, nuevamente, educan a la vieja Europa anclada en sus obsoletas guerras ideológicas que ahora se denominan “populistas versus anti-populistas” igual que antes se llamaban “republicanos contra monárquicos”, y antes de eso “luteranos contra católicos” y antes aún las disputas escolásticas, las interpretaciones teológicas, hasta la reductio ad absurdum. Trump y China ni se inmutan por las disputas ideológicas europeas. Hoy en día, y a pesar de lo que se empeñan en seguir creyendo todos los europeos y sus alrededores, la política no se basa en "populismo versus anti-populismo". Eso es algo que debieran haber aprendido los medios de comunicación pero no han aprendido. Por eso, tal vez, los periódicos europeos se preguntan consternados cómo es posible que pese a los sesudos análisis que hicieron de las elecciones americanas no pudieran anticipar la victoria de Trump. La primera explicación es que sus análisis no eran objetivos y la segunda que partían de premisas equivocadas. Deberían saber que la política actual se estructura a base de competencias económicas y tecnológicas. La ciencia no sólo se compra: se desarrolla. Sin estructuras científicas y de conocimiento en la sociedad, la compra no sirve para nada. Incluso en la corrupción existen diferencias. Mientras los españoles derrochan sus Visas públicas en mariscadas y bolsos, los asiáticos invierten en negocios privados. De todos los europeos, los que probablemente mejor terminen adaptándose a los nuevos vientos que soplan sean, precisamente, los italianos que hace tiempo –en realidad desde siempre-  aprendieron a separar los negocios de la política. No les cupo más remedio. Imagínense ustedes en época de Maquiavelo, con tantas idas y venidas de los dirigentes, - ora republicanos, ora príncipes; ora florentinos, ora venecianos; ora de una familia, ora de otra. De no haber separado ya entonces la política de los negocios, igual que separaron los negocios de las doctrinas clericales, habrían ya sido borrados del mapa. Por eso, se diga lo que se diga, los primeros grandes laicos de la historia fueron los papas y cardenales renacentistas, más interesados por el arte, la belleza  y las arcas que por los sagrados mandamientos. En fin, repito lo dicho: si los italianos, geniales en su genialidad, no hubieran sabido separar los terremotos políticos de los vaivenes económicos hace tiempo que habrían dejado de existir. Que la cuna de la mafia sea Italia es algo perfectamente comprensible. Los negocios –legales o ilegales- han sostenido al país mientras las batallas políticas y las vendettas familiares lo sumían en el caos. No se ni cuántos gobiernos dicen los periódicos que ha tenido Italia en los últimos años y la verdad, no sé –francamente- de qué se extrañan si siempre ha sido así. Lo sorprendente en Italia sería la estabilidad política. Eso sí que sería sorprendente y digno de unas cuantas teorías de la conspiración. En cuanto a que Renzi haya perdido ¿de qué se asombran los periódicos? En Andalucía, una de las regiones que más paro y corrupción sufre, el partido socialista lleva décadas en el poder y por más que intentan los conservadores relevarlos, lo cierto es que no tienen ninguna posibilidad.

La política ha muerto. Viva la política. La nueva política está basada y encaminada al beneficio económico, a la uniformidad social para dotar a las estructuras de la necesaria flexibilidad y eficacia que posibilita a los hombres y robots que las constituyen alcanzar la máxima rentabilidad. La nueva política se establece en función de sanciones y contrasanciones económicas, de contratos de inversión, da igual qué tipo de inversión sea ésta. El mundo es un monopoli. A veces se pierde, a veces se gana. El mundo es global no porque los ciudadanos sean globales, no porque las fronteras no hayan desaparecido; el mundo es global porque las empresas son globales.

La nueva política es o proteccionismo absoluto o globalismo absoluto. Lo que la nueva política ya no va a admitir es una diferencia de aranceles entre países según la calificación de países desarrollados o países en vía de desarrollo. El proteccionismo económico no indica más que la existencia de crisis. La necesidad de exportación no significa más que que el mercado interno está saturado o que los clientes no pueden hacer frente a más ofertas, o ambos. Es decir, que la demanda ha bajado y por eso se necesitan ampliar los territorios de venta. Ese es, en realidad, el grave problema al que se enfrentan hoy en día las naciones del globo: que tienen que combinar el proteccionismo de su nación con la imperiosa necesidad de expansión de sus empresas, a fin de sobrevivir y todo ello por la misma causa: porque la población está empobreciéndose y los diferentes Estados ya no saben de dónde sacar dinero para paliar las necesidades de sus cudadanos más indefensos y lo más socorrido, como de costumbre, es la venta de armamentos que es, también, la venta de tecnología. Esa es la amarga verdad.

Todo lo demás, populismo-antipopulismo, interminables debates políticos con intercambio de calificativos horrendos y descalificativos terribles, son únicamente maniobras de distracción para que pueda llevarse a cabo lo verdaderamente importante, que es la actividad económica. Los italianos lo saben y por eso ni se preocupan. No quieren menos funcionarios porque cada uno de ellos sueña con la posibilidad de alcanzar uno de esos puestos que nadie necesita pero que proporcionan una remuneración económica mensual. No quieren cambios porque los cambios significan nuevas leyes y las nuevas leyes han de ser aprendidas y todo ello obstaculiza y complica la marcha de los negocios.
Mucho más no hay.

En cuanto a mí, debería ser más inteligente y sacar de este comentario, tres más.

Pero ni soy inteligente ni lo pretendo. Con hacer mi santa voluntad hasta donde “santa” y “voluntad” y sobre todo “mi” alcanzan, creo que me basta.

La bruja ciega.

Harta de los derroteros que están tomando ultimamente mis ideas, pero incapaz, honestamente incapaz, de tomar otros. Y mira que lo intento...




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