El tranquilo Jorge me llama para tranquilamente decirme que ha ido a una de
esas conferencias en las que se explica científica y sesudamente que lo mejor
para Europa sería que unos cuantos países desistieran de su empeño en seguir en
la eurozona. Según esos inteligentes conferenciantes es preferible una crisis
controlable que una catástrofe.
Pues bien. A esos sesudos intelectuales yo les denomino “destroyer
psicológicos”. Que nuestra sociedad se encuentra a bordo del Titanic no resulta
un misterio para nadie. De hecho, puestos a ser radicalmente consecuentes,
habremos de admitir que el individuo se encuentra en su Titanic particular
desde el mismo instante de su nacimiento puesto que su existencia está
destinada a la muerte. El problema pues no es dirimir si estamos o no estamos
en el Titanic. Lo estamos. La deuda es angustiosa. Las élites siempre
inseguras, ahora tienden a esconderse bajo las piedras para no ser asesinadas
por los igualitaristas guapos y bien vestidos con el dominio de la palabra en
su haber aunque no de la razón. Pero como ya dije ayer de la razón pocos se
ocupan hoy en día; la mayoría prefiere concentrarse en los argumentos y en las
excusas, hasta un punto en que nuestra sociedad ha dejado de ser sofista para
convertirse en cínica. No la razón sino los resultados son los que cuentan y
para llegar a los resultados bastan con las explicaciones y los argumentos. A
la razón se la deja por tediosa y aburrida. Ni siquiera la nueva izquierda española
está dispuesta a ondear la bandera de la intelectualidad clásica justamente por
eso: por soporífera. Al menos eso dicen ellos. Ellos que van regalando por aquí
y por allá “Juegos de Tronos”, en vez de “Los Discursi”, de Maquiavelo. Ellos,
que se confunden incluso cuando citan –libremente- una obra de Kant. Y sí, es
cierto, seguro que la explicación es que han leido tanto que no pueden retener
todos los títulos de los libros que han manejado. Y a nadie, ni siquiera a los
verdaderos y auténticos lectores, les parece que esto no sea una buena
explicación entre otras cosas porque a ellos a veces les sucede lo mismo. El
problema es que una buena explicación, una explicación factible y creible no
siempre entraña la verdad. Esa y no otra, debería ser la cuestión que nos
preocupara pero que inmersos como estamos en un mundo de opiniones y de
dimensiones virtuales no interesa a nadie salvo a unos cuantos “desfasados
pesados” siempre a vueltas “con lo mismo” y “lo mismo”, claro, es la verdadera
verdad. ¡Estos ilustrados que todavía no han comprendido que su tiempo se
terminó y que ahora estamos en la postmodernidad, en el fin de la historia, de
la música, de la literatura, del arte...!
Todo esto lo dije ayer y lo repito hoy. Es cierto. La sociedad, nuestra
sociedad, en realidad todas y cada una de las sociedades, navega en el Titanic;
lo que diferencia a unas sociedades de otras es que algunas pueden disfrutar de
los primeros momentos del viaje y otras han de atender al choque contra el
iceberg. Sin embargo, y para ser sinceros, pocas sociedades son las que se
libran de la colisión contra el monstruo de hielo y la nuestra, desde luego, no
va a ser una de ellas.
Admitido pues que la deuda es insalvable, que las élites están solas y
abandonadas a su suerte, que la opinión guapa y altiva se ha erigido en el
capitán del navío y que el encontronazo es inevitable, todo se dirige a determinar
cuándo se produce el choque.
Y hete aquí que hay tres posturas.
-
La
postura hedonista: la de “que salga el sol por Antequera”, la de “a vivir, que
son tres días”, la de “vamos a la playa, calienta el sol”, la de “no me pises,
que llevo chanclas”... Los hedonistas permanecen en la sala de bailes,
disfrutando de la música, bebiendo y disfrutando del momento. No es que ignore
que va a morir y por eso en su alegría hay siempre oculto un punto de tragedia
y derrotismo, pero no quiere “pensar” en ese morir y no está dispuesto a perder
un ápice de su fuerza para detener lo inevitable: el final sin remedio. La
postura hedonista, le pese a quien le pese, siempre tiene algo de pesimismo
vital. Algo de “bebe para olvidar” que siempre termina inexorablemente por
convertirse “las penas saben nadar”. Y sin embargo, y aunque el baile no sea un
baile exento de tristeza y nostalgia, el hedonista baila y baila salvajemente.
-
Junto
al hedonista están los que dedican su tiempo a intentar sacar tantos cubos de
agua como sean posible. Ellos, a pesar de lo que las primeras apariencias
indican, son profudamente optimistas. El trabajo siempre es signo de aliento y
de vitalidad. Trabaja el que cree que puede sacar algún provecho de su trabajo.
Trabaja el que cree. Trabaja el que espera. Trabaja el que confía. Los “sacacubos”
posiblemente saben que el terrible desenlace es inevitable y, sin embargo, las
razones –que no las excusas ni los argumentos- que les llevan a continuar sin desfallecer
es la de que cuanto más tiempo se tarde en colisionar más tiempo tendrán para
preparar los botes salvavidas, las medidas de emergencia, pedir ayuda,
acercarse a puerto, abandonar las aguas más heladas.
La tercera es la de los “destroyer psicológicos”. Los "destroyer psicológicos" están convencidos de que cuanto
antes se produzca el choque antes tendrá lugar la resurrección, la
reencarnación o como ustedes prefieran. En cualquier caso, el resurgir de la
existencia. Ellos se convierten en gurús de la sociedad y “saben” perfectamente
que es mejor lo que ellos denominan un “choc” que la colisión final.
En primer lugar no entiendo cómo los "destroyer" pueden distinguir tan alegremente entre “choc”
y “colisión final” antes de que la una y la otra se hayan producido. A lo largo
de la historia hemos asistido a pequeños “chocs” que han abierto la caja de los
truenos y los rayos de las guerras más cruentas hasta convetirse en auténticas
apocalipsis de su tiempo.
En segundo lugar, tales “destroyer” son unos insoportables desocupados que
ni tienen la fortaleza de ánimo del hedonista que quiere divertirse antes de
morir ni la templanza de carácter del hombre que lucha contra el destino hasta
el último instante por resistir y espera que sus fuerzas y los dioses le ayuden
a sobrevivir. No. Esos “destroyer” se dirigen primero a la sala de baile e
increpan a los allí presentes por su falta de dignidad, su superficialidad, su
decadencia y qué se yo cuantas cosas más.
A continuación se dirige a los “sacacubos” y les anuncia con voz grave y
respetable, que sus esfuerzos no tienen ningún sentido, que todo está perdido,
que es mejor dejar que el golpe se produzca cuanto antes, y así habrá más
tiempo para la recomposición de la sociedad, para la restauración de la
normalidad, para en definitiva: la resurrección, reencarnació, re...
Esos son los “destroyer psicólogicos”. Hoy anuncian la catástrofe económica
igual que ayer anunciaban el fin del mundo. Hoy anuncian el fin de Europa igual
que ayer anunciaban que el hombre estaba condenado al Infierno. Esos son los
destroyer psicológicos. Si por ellos fuera, el hombre y sus sociedades
permanecerían en la semipenumbra porque la total oscuridad es tan perniciosa
como el absoluto sol. Incapaces de disfrutar e incapaces de unirse a los
esforzados se pasean con su aura de respetabilidad e intelectualidad científica y los escuchamos porque a todos
nos gusta oir tragedias y dramas, del mismo modo que a todos nos apasionan las
historias de aventuras y de amor. Y sólo porque les escuchamos se creen en
posesión de la razón, cuando en realidad sus razones no son razones, sino
simplemente argumentos para morir, excusas para abandonar.
El sueño europeo es muy probable que llegue a su fin porque de un modo u
otro, para bien o para mal, el hombre está sentenciado a despertar de sus sueños;
sueños que a veces son mágicos y a veces, pesadillas. Sí. Europa no cree en
Europa y ese es un problema mayor que el de la deuda. Europa no se siente con
fuerzas para enfrentarse todos a una a los gigantes que la rodean: Estados
Unidos, China, Rusia y el mundo árabe-musulmán. Europa-Hamlet no sabe, no
acierta a distinguir, qué es lo que la une y sí, en cambio, es consciente de lo
mucho que la desune.
Europa no cree en Europa, del mismo modo que la élite ya no cree en sí
misma y ha bajado, nuevamente, cual Perséfone, a las cavernas del Hades. Sí. El
problema no es simplemente el dinero. La cuestión económica no es un tema
insalvable. Piensen por ejemplo en el puerto del Pireo, por ejemplo. Una ruina
hasta que lo compraron los chinos, lo remodelaron y lo transformaron hasta
convertirlo nuevamente en uno de los puertos estratégicos más importantes de
Europa. Los comerciantes han de contar con la quiebra tanto como con la
recuperación. El dinero es un grave obstáculo pero el mayor problema en este
momento es la carencia de una élite ocupada en razones, una élite con
conciencia de ser élite y respetada justamente por serlo. Y cuando digo “élite”
ustedes ya lo saben no me refiero únicamente a la élite económica ni a la élite
política sino a la moral, a la intelectual, a la artística. Me refiero a la
élite en su conjunto caracterizada desde los tiempos más remotos en buscar la verdad
de las razones y no la estrategia de las opiniones, de las excusas y de los
argumentos. Es cierto que el número de individuos que componen las élites es un
número muy reducido pero hasta los griegos sabían que para sostener el mundo
basta con un único sujeto si éste dispone de la fuerza necesaria para resistir
su peso.. Por eso que lo sabían los dioses griegos no tuvieron ningún escrúpulo
en ordenar que fueran los hombros de Atlas los que sostuvieran el mundo. Atlas
es la élite y la élite no ha de ser numerosa. Basta que goce de una buena salud
y aguante. Pero ahora, la élite se derrumba y es derrumbada por unos y por
otros y no saben dónde refugiarse. La élite ha dejado de ser élite para caminar
el camino eterno de los iniciados, lleno de obstáculos y peligros. La élite, ya
de por sí escasa, va a perder en ese camino ascendente aún más miembros.
Primero porque muchos ya no van a disponer de la fuerza necesaria para ni
siquiera empezarlo; segundo, porque muchos se detendrán extenuados; tercero,
porque otros perecerán. La élite va a padecer nuevamente uno de esos frios
inviernos que la sumen en la hibernación y que únicamente unos pocos, los
menos, conseguirán sobrevivir.
Y encima llegan estos destroyer psicológicos y predicen que cuanto antes se produzca
el choque mejor. Destroyer psicológicos en busca de reconocimiento, poder y
dinero. Siempre hay quien se hace de oro con el miedo de los demás, con las
crisis de la sociedad, con las guerras.
Europa morirá porque el destino del hombre es morir. Y sin embargo, no la
muerte sino la vida es lo más importante. Sean hedonistas o “sacacubos”;
disfruten del instante o trabajen, pero desde luego piensen en el camino de la
vida y no en la vida después de la muerte. El camino de la vida es cosa de
hombres; la vida después de la muerte compete a los dioses.
Y sí es cierto. Todavía no sé si soy populista o no lo soy. Aún sigo pensando
en el tema.
Desde mi punto de vista, hay dos tipos de populismo.
La frase que el otro día escribía: “Todos los hombres son un peligro para
las mujeres, especialmente para las más
jóvenes”encierra, como ya dije en aquel entonces, un gran populismo porque está
claro que no “todos los hombres” son un peligro. Algunos intentan suavizar
dicho populismo bajo el enunciado de: “Todos los hombres son un peligro hasta
que no demuestren lo contrario.” Pero no cabe duda de que esto sigue siendo
populismo y un populismo, además, extremadamente irracional. Sé de lo que
hablo. He estudiando toda mi vida en colegios femeninos, he vivido en residencias
de estudiantes femeninas. Fue un horror. Las féminas se pasaban la vida
hablando de los hombres igual que los de “extrema” se pasan la vida hablando de
los emigrantes.
Considerar el “populismo” de determinadas mujeres contra “los hombres” ayuda
bastante a comprender el populismo en general. Si ustedes lo piensan con
detenimiento descubrirán que todos los populismos de una u otra clase, terminan
pareciéndose en sus raíces: desconfianza y obsesión. Desconfianza por lo
desconocido; obsesión por lo que no se conoce. Hasta cierto punto podría
decirse que el populismo encierra un determinado morbo. Y el morbo, como dice
mi amigo Carlos Saldaña, asusta a las élites tanto como atrae a las gentes que
basan su vida en la opinión.
Una parlamentaria alemana no entendía cómo era posible que hubiera gentes
completamente contrarias a aceptar refugiados cuando en sus barrios no vivía
ninguno de ellos. Por más que se lo preguntaba no encontraba la respuesta. La
respuesta es el morbo. Ellos, todos de la misma zona, hablando no sólo el mismo
idioma sino también el mismo lenguaje, ellos, todos tan iguales, igual que
chicas de colegio femenino y de residencia femenina, sienten una desconfianza
ancestral a lo distinto igual que las mujeres sienten una desconfianza
ancestral hacia los hombres, al tiempo que sienten una obsesiva curiosidad por
eso que desconocen. Y así nace el morbo. El morbo que está basado en opiniones,
leyendas, mitos, argumentos, excusas, pero ninguna razón.
Este sería el primer tipo de populismo: el que nace del puro y simple
morbo.
Sin embargo hay un segundo tipo de populismo. Así, uno entiende que una
mujer tenga algo en contra de los hombres cuando ha sufrido experiencias negativas
con alguno de ellos porque el hombre tiende a encajonar sus experiencias en
compartimentos estancos y para eso, supongo, están los consejeros, directores
espirituales, psicólogos, o como ustedes quieran llamarlos: para hacer
comprender que los compartimentos estancos estancan la vida hasta convertirla
en algo pestilente y que hay que abrir las ventanas. Uno entiende que se tenga
algo en contra de los recién llegados cuando esos recién llegados exigen sin
prudencia y amenazan con la violencia al tiempo que se quejan cual víctimas
inocentes.
Este tipo de populismo que es comprensible porque expresa la indignación de
la sociedad ante los peligros externos reales que han provocado se ve apoyado
por el populismo-morbo y ahí empiezan los graves problemas. Es el caso en que
las mujeres realmente violadas se encuentran en las comisarías con esas que
denuncian falsamente malos tratos para conseguir la custodia absoluta de los hijos,
una mayor pensión o yo qué se. Lo verdaderamente dañado se encuentra con lo
morboso. Y ahí es donde queda en entredicho el populismo sensato, que es una
sana ira hacia lo que nos ha dañado y se ve sepultado por la representación, a
veces por falso mucho mejor puesta en escena de las comediantas.
Es importante comprender estos dos tipos de populismo. Es cierto que una
parte del populismo se apoya en el morbo y esto es perjudicial y malsano y las
escuelas mixtas son uno de los mejores logros de la pedagogía actual; pero no
es menos cierto que hay determinados individuos, determinados proyectos,
determinados grupos, que ocasionan a la sociedad más quebraderos de cabeza de
la que esta ya de por sí tiene. Negar la indignación de la sociedad hacia esas
agresiones no nos hace mejores.
No sé hasta qué punto soy populista. Las sociedades estancadas en su
población, que apenas reciben nuevos elementos, se enfrentan a problemas aun
más terribles si cabe que los de la confusión social. Lo estancado apesta y
termina por consumirse en sí mismo. Los nidos de víboras se desarrollan y el
fuerte se come al débil no por hambre sino por simple aburrimiento. Las sociedades
que no reciben a nuevos pobladores se paralizan y atrofian. El hombre es nómada
del alma y el alma necesita nuevos desafíos espirituales a los que hacer
frente.
Pero por otra parte nadie desea abrir su jardín a alguien, sea el que sea
este alguien, para que se lo pisoteen. Con una pequeña diferencia: si el que se
lo ha pisado es su vecino, el dueño del jardín conoce perfectamente con qué
posibilidades de ataque y defensa cuenta. Sin embargo, si es un desconocido el
que ha entrado por la noche, el propietario del terreno no puede calibrar si se
trata de “un despistado” o un “asaltante” que pretende matarle y hacerse con
sus propiedades.
Es cierto. El populismo contra el islam es negativo y contraproducente pero
hay que aceptar que el comportamiento del islam no ha ayudado a fomentar las
actitudes sensatas y sí en cambio ha contribuido a azuzar a los comportamientos
morbosos.
Hora es de dejarnos de jugar al juego de víctimas y verdugos para sentarnos
a comprender que el estancamiento paraliza tanto como el caos y de lo que se
trata es de superar el morbo y contribuir a que el maltrato de género descienda
y esto no se consigue, me niego a aceptarlo, metiendo a las mujeres en casa y
obligándolas a ir con faldas largas y salir a la calle acompañadas. Todo tiene
un punto. Y el punto es que la libertad que tanto nos ha costado conseguir a
las mujeres no nos sea arrebatadas por un puñado de desconocidos.
¿Comprenden mi problema?
Sigo en él.
El vampiro me mira desde una esquina y, cosa curiosa, esta vez no sonríe
con su acostumbrada sonrisa cínica.
La bruja ciega.
El tranquilo Jorge se queja tranquilamente de que hablo de demasiados temas
en mis artículos. Créanme: yo soy la primera que desearía cumplir la promesa
que le hice a Carlota cuanto antes, pero intento hacerlo sin traicionarme a mí
misma. Escribo a la velocidad del pensamiento.
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