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Wednesday, December 14, 2016

Destroyer psicológicos

El tranquilo Jorge me llama para tranquilamente decirme que ha ido a una de esas conferencias en las que se explica científica y sesudamente que lo mejor para Europa sería que unos cuantos países desistieran de su empeño en seguir en la eurozona. Según esos inteligentes conferenciantes es preferible una crisis controlable que una catástrofe.

Pues bien. A esos sesudos intelectuales yo les denomino “destroyer psicológicos”. Que nuestra sociedad se encuentra a bordo del Titanic no resulta un misterio para nadie. De hecho, puestos a ser radicalmente consecuentes, habremos de admitir que el individuo se encuentra en su Titanic particular desde el mismo instante de su nacimiento puesto que su existencia está destinada a la muerte. El problema pues no es dirimir si estamos o no estamos en el Titanic. Lo estamos. La deuda es angustiosa. Las élites siempre inseguras, ahora tienden a esconderse bajo las piedras para no ser asesinadas por los igualitaristas guapos y bien vestidos con el dominio de la palabra en su haber aunque no de la razón. Pero como ya dije ayer de la razón pocos se ocupan hoy en día; la mayoría prefiere concentrarse en los argumentos y en las excusas, hasta un punto en que nuestra sociedad ha dejado de ser sofista para convertirse en cínica. No la razón sino los resultados son los que cuentan y para llegar a los resultados bastan con las explicaciones y los argumentos. A la razón se la deja por tediosa y aburrida. Ni siquiera la nueva izquierda española está dispuesta a ondear la bandera de la intelectualidad clásica justamente por eso: por soporífera. Al menos eso dicen ellos. Ellos que van regalando por aquí y por allá “Juegos de Tronos”, en vez de “Los Discursi”, de Maquiavelo. Ellos, que se confunden incluso cuando citan –libremente- una obra de Kant. Y sí, es cierto, seguro que la explicación es que han leido tanto que no pueden retener todos los títulos de los libros que han manejado. Y a nadie, ni siquiera a los verdaderos y auténticos lectores, les parece que esto no sea una buena explicación entre otras cosas porque a ellos a veces les sucede lo mismo. El problema es que una buena explicación, una explicación factible y creible no siempre entraña la verdad. Esa y no otra, debería ser la cuestión que nos preocupara pero que inmersos como estamos en un mundo de opiniones y de dimensiones virtuales no interesa a nadie salvo a unos cuantos “desfasados pesados” siempre a vueltas “con lo mismo” y “lo mismo”, claro, es la verdadera verdad. ¡Estos ilustrados que todavía no han comprendido que su tiempo se terminó y que ahora estamos en la postmodernidad, en el fin de la historia, de la música, de la literatura, del arte...!

Todo esto lo dije ayer y lo repito hoy. Es cierto. La sociedad, nuestra sociedad, en realidad todas y cada una de las sociedades, navega en el Titanic; lo que diferencia a unas sociedades de otras es que algunas pueden disfrutar de los primeros momentos del viaje y otras han de atender al choque contra el iceberg. Sin embargo, y para ser sinceros, pocas sociedades son las que se libran de la colisión contra el monstruo de hielo y la nuestra, desde luego, no va a ser una de ellas.

Admitido pues que la deuda es insalvable, que las élites están solas y abandonadas a su suerte, que la opinión guapa y altiva se ha erigido en el capitán del navío y que el encontronazo es inevitable, todo se dirige a determinar cuándo se produce el choque.

Y hete aquí que hay tres posturas.

-          La postura hedonista: la de “que salga el sol por Antequera”, la de “a vivir, que son tres días”, la de “vamos a la playa, calienta el sol”, la de “no me pises, que llevo chanclas”... Los hedonistas permanecen en la sala de bailes, disfrutando de la música, bebiendo y disfrutando del momento. No es que ignore que va a morir y por eso en su alegría hay siempre oculto un punto de tragedia y derrotismo, pero no quiere “pensar” en ese morir y no está dispuesto a perder un ápice de su fuerza para detener lo inevitable: el final sin remedio. La postura hedonista, le pese a quien le pese, siempre tiene algo de pesimismo vital. Algo de “bebe para olvidar” que siempre termina inexorablemente por convertirse “las penas saben nadar”. Y sin embargo, y aunque el baile no sea un baile exento de tristeza y nostalgia, el hedonista baila y baila salvajemente.

-          Junto al hedonista están los que dedican su tiempo a intentar sacar tantos cubos de agua como sean posible. Ellos, a pesar de lo que las primeras apariencias indican, son profudamente optimistas. El trabajo siempre es signo de aliento y de vitalidad. Trabaja el que cree que puede sacar algún provecho de su trabajo. Trabaja el que cree. Trabaja el que espera. Trabaja el que confía. Los “sacacubos” posiblemente saben que el terrible desenlace es inevitable y, sin embargo, las razones –que no las excusas ni los argumentos- que les llevan a continuar sin desfallecer es la de que cuanto más tiempo se tarde en colisionar más tiempo tendrán para preparar los botes salvavidas, las medidas de emergencia, pedir ayuda, acercarse a puerto, abandonar las aguas más heladas.

La tercera es la de los  “destroyer psicológicos”. Los "destroyer psicológicos" están convencidos de que cuanto antes se produzca el choque antes tendrá lugar la resurrección, la reencarnación o como ustedes prefieran. En cualquier caso, el resurgir de la existencia. Ellos se convierten en gurús de la sociedad y “saben” perfectamente que es mejor lo que ellos denominan un “choc” que la colisión final.

En primer lugar no entiendo cómo los "destroyer" pueden distinguir tan alegremente entre “choc” y “colisión final” antes de que la una y la otra se hayan producido. A lo largo de la historia hemos asistido a pequeños “chocs” que han abierto la caja de los truenos y los rayos de las guerras más cruentas hasta convetirse en auténticas apocalipsis de su tiempo.

En segundo lugar, tales “destroyer” son unos insoportables desocupados que ni tienen la fortaleza de ánimo del hedonista que quiere divertirse antes de morir ni la templanza de carácter del hombre que lucha contra el destino hasta el último instante por resistir y espera que sus fuerzas y los dioses le ayuden a sobrevivir. No. Esos “destroyer” se dirigen primero a la sala de baile e increpan a los allí presentes por su falta de dignidad, su superficialidad, su decadencia y qué se yo cuantas cosas más.
A continuación se dirige a los “sacacubos” y les anuncia con voz grave y respetable, que sus esfuerzos no tienen ningún sentido, que todo está perdido, que es mejor dejar que el golpe se produzca cuanto antes, y así habrá más tiempo para la recomposición de la sociedad, para la restauración de la normalidad, para en definitiva: la resurrección, reencarnació, re...

Esos son los “destroyer psicólogicos”. Hoy anuncian la catástrofe económica igual que ayer anunciaban el fin del mundo. Hoy anuncian el fin de Europa igual que ayer anunciaban que el hombre estaba condenado al Infierno. Esos son los destroyer psicológicos. Si por ellos fuera, el hombre y sus sociedades permanecerían en la semipenumbra porque la total oscuridad es tan perniciosa como el absoluto sol. Incapaces de disfrutar e incapaces de unirse a los esforzados se pasean con su aura de respetabilidad e intelectualidad  científica y los escuchamos porque a todos nos gusta oir tragedias y dramas, del mismo modo que a todos nos apasionan las historias de aventuras y de amor. Y sólo porque les escuchamos se creen en posesión de la razón, cuando en realidad sus razones no son razones, sino simplemente argumentos para morir, excusas para abandonar.

El sueño europeo es muy probable que llegue a su fin porque de un modo u otro, para bien o para mal, el hombre está sentenciado a despertar de sus sueños; sueños que a veces son mágicos y a veces, pesadillas. Sí. Europa no cree en Europa y ese es un problema mayor que el de la deuda. Europa no se siente con fuerzas para enfrentarse todos a una a los gigantes que la rodean: Estados Unidos, China, Rusia y el mundo árabe-musulmán. Europa-Hamlet no sabe, no acierta a distinguir, qué es lo que la une y sí, en cambio, es consciente de lo mucho que la desune.

Europa no cree en Europa, del mismo modo que la élite ya no cree en sí misma y ha bajado, nuevamente, cual Perséfone, a las cavernas del Hades. Sí. El problema no es simplemente el dinero. La cuestión económica no es un tema insalvable. Piensen por ejemplo en el puerto del Pireo, por ejemplo. Una ruina hasta que lo compraron los chinos, lo remodelaron y lo transformaron hasta convertirlo nuevamente en uno de los puertos estratégicos más importantes de Europa. Los comerciantes han de contar con la quiebra tanto como con la recuperación. El dinero es un grave obstáculo pero el mayor problema en este momento es la carencia de una élite ocupada en razones, una élite con conciencia de ser élite y respetada justamente por serlo. Y cuando digo “élite” ustedes ya lo saben no me refiero únicamente a la élite económica ni a la élite política sino a la moral, a la intelectual, a la artística. Me refiero a la élite en su conjunto caracterizada desde los tiempos más remotos en buscar la verdad de las razones y no la estrategia de las opiniones, de las excusas y de los argumentos. Es cierto que el número de individuos que componen las élites es un número muy reducido pero hasta los griegos sabían que para sostener el mundo basta con un único sujeto si éste dispone de la fuerza necesaria para resistir su peso.. Por eso que lo sabían los dioses griegos no tuvieron ningún escrúpulo en ordenar que fueran los hombros de Atlas los que sostuvieran el mundo. Atlas es la élite y la élite no ha de ser numerosa. Basta que goce de una buena salud y aguante. Pero ahora, la élite se derrumba y es derrumbada por unos y por otros y no saben dónde refugiarse. La élite ha dejado de ser élite para caminar el camino eterno de los iniciados, lleno de obstáculos y peligros. La élite, ya de por sí escasa, va a perder en ese camino ascendente aún más miembros. Primero porque muchos ya no van a disponer de la fuerza necesaria para ni siquiera empezarlo; segundo, porque muchos se detendrán extenuados; tercero, porque otros perecerán. La élite va a padecer nuevamente uno de esos frios inviernos que la sumen en la hibernación y que únicamente unos pocos, los menos, conseguirán sobrevivir.

Y encima llegan estos destroyer psicológicos y predicen que cuanto antes se produzca el choque mejor. Destroyer psicológicos en busca de reconocimiento, poder y dinero. Siempre hay quien se hace de oro con el miedo de los demás, con las crisis de la sociedad, con las guerras.

Europa morirá porque el destino del hombre es morir. Y sin embargo, no la muerte sino la vida es lo más importante. Sean hedonistas o “sacacubos”; disfruten del instante o trabajen, pero desde luego piensen en el camino de la vida y no en la vida después de la muerte. El camino de la vida es cosa de hombres; la vida después de la muerte compete a los dioses.

Y sí es cierto. Todavía no sé si soy populista o no lo soy. Aún sigo pensando en el tema.

Desde mi punto de vista, hay dos tipos de populismo.

La frase que el otro día escribía: “Todos los hombres son un peligro para las mujeres, especialmente para  las más jóvenes”encierra, como ya dije en aquel entonces, un gran populismo porque está claro que no “todos los hombres” son un peligro. Algunos intentan suavizar dicho populismo bajo el enunciado de: “Todos los hombres son un peligro hasta que no demuestren lo contrario.” Pero no cabe duda de que esto sigue siendo populismo y un populismo, además, extremadamente irracional. Sé de lo que hablo. He estudiando toda mi vida en colegios femeninos, he vivido en residencias de estudiantes femeninas. Fue un horror. Las féminas se pasaban la vida hablando de los hombres igual que los de “extrema” se pasan la vida hablando de los emigrantes.

Considerar el “populismo” de determinadas mujeres contra “los hombres” ayuda bastante a comprender el populismo en general. Si ustedes lo piensan con detenimiento descubrirán que todos los populismos de una u otra clase, terminan pareciéndose en sus raíces: desconfianza y obsesión. Desconfianza por lo desconocido; obsesión por lo que no se conoce. Hasta cierto punto podría decirse que el populismo encierra un determinado morbo. Y el morbo, como dice mi amigo Carlos Saldaña, asusta a las élites tanto como atrae a las gentes que basan su vida en la opinión.

Una parlamentaria alemana no entendía cómo era posible que hubiera gentes completamente contrarias a aceptar refugiados cuando en sus barrios no vivía ninguno de ellos. Por más que se lo preguntaba no encontraba la respuesta. La respuesta es el morbo. Ellos, todos de la misma zona, hablando no sólo el mismo idioma sino también el mismo lenguaje, ellos, todos tan iguales, igual que chicas de colegio femenino y de residencia femenina, sienten una desconfianza ancestral a lo distinto igual que las mujeres sienten una desconfianza ancestral hacia los hombres, al tiempo que sienten una obsesiva curiosidad por eso que desconocen. Y así nace el morbo. El morbo que está basado en opiniones, leyendas, mitos, argumentos, excusas, pero ninguna razón.

Este sería el primer tipo de populismo: el que nace del puro y simple morbo.

Sin embargo hay un segundo tipo de populismo. Así, uno entiende que una mujer tenga algo en contra de los hombres cuando ha sufrido experiencias negativas con alguno de ellos porque el hombre tiende a encajonar sus experiencias en compartimentos estancos y para eso, supongo, están los consejeros, directores espirituales, psicólogos, o como ustedes quieran llamarlos: para hacer comprender que los compartimentos estancos estancan la vida hasta convertirla en algo pestilente y que hay que abrir las ventanas. Uno entiende que se tenga algo en contra de los recién llegados cuando esos recién llegados exigen sin prudencia y amenazan con la violencia al tiempo que se quejan cual víctimas inocentes.

Este tipo de populismo que es comprensible porque expresa la indignación de la sociedad ante los peligros externos reales que han provocado se ve apoyado por el populismo-morbo y ahí empiezan los graves problemas. Es el caso en que las mujeres realmente violadas se encuentran en las comisarías con esas que denuncian falsamente malos tratos para conseguir la custodia absoluta de los hijos, una mayor pensión o yo qué se. Lo verdaderamente dañado se encuentra con lo morboso. Y ahí es donde queda en entredicho el populismo sensato, que es una sana ira hacia lo que nos ha dañado y se ve sepultado por la representación, a veces por falso mucho mejor puesta en escena de las comediantas.

Es importante comprender estos dos tipos de populismo. Es cierto que una parte del populismo se apoya en el morbo y esto es perjudicial y malsano y las escuelas mixtas son uno de los mejores logros de la pedagogía actual; pero no es menos cierto que hay determinados individuos, determinados proyectos, determinados grupos, que ocasionan a la sociedad más quebraderos de cabeza de la que esta ya de por sí tiene. Negar la indignación de la sociedad hacia esas agresiones no nos hace mejores.

No sé hasta qué punto soy populista. Las sociedades estancadas en su población, que apenas reciben nuevos elementos, se enfrentan a problemas aun más terribles si cabe que los de la confusión social. Lo estancado apesta y termina por consumirse en sí mismo. Los nidos de víboras se desarrollan y el fuerte se come al débil no por hambre sino por simple aburrimiento. Las sociedades que no reciben a nuevos pobladores se paralizan y atrofian. El hombre es nómada del alma y el alma necesita nuevos desafíos espirituales a los que hacer frente.

Pero por otra parte nadie desea abrir su jardín a alguien, sea el que sea este alguien, para que se lo pisoteen. Con una pequeña diferencia: si el que se lo ha pisado es su vecino, el dueño del jardín conoce perfectamente con qué posibilidades de ataque y defensa cuenta. Sin embargo, si es un desconocido el que ha entrado por la noche, el propietario del terreno no puede calibrar si se trata de “un despistado” o un “asaltante” que pretende matarle y hacerse con sus propiedades.

Es cierto. El populismo contra el islam es negativo y contraproducente pero hay que aceptar que el comportamiento del islam no ha ayudado a fomentar las actitudes sensatas y sí en cambio ha contribuido a azuzar a los comportamientos morbosos.

Hora es de dejarnos de jugar al juego de víctimas y verdugos para sentarnos a comprender que el estancamiento paraliza tanto como el caos y de lo que se trata es de superar el morbo y contribuir a que el maltrato de género descienda y esto no se consigue, me niego a aceptarlo, metiendo a las mujeres en casa y obligándolas a ir con faldas largas y salir a la calle acompañadas. Todo tiene un punto. Y el punto es que la libertad que tanto nos ha costado conseguir a las mujeres no nos sea arrebatadas por un puñado de desconocidos.

¿Comprenden mi problema?

Sigo en él.

El vampiro me mira desde una esquina y, cosa curiosa, esta vez no sonríe con su acostumbrada sonrisa cínica.

La bruja ciega.

El tranquilo Jorge se queja tranquilamente de que hablo de demasiados temas en mis artículos. Créanme: yo soy la primera que desearía cumplir la promesa que le hice a Carlota cuanto antes, pero intento hacerlo sin traicionarme a mí misma. Escribo a la velocidad del pensamiento.






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