Las voces de los
libres advierten del peligro de la dictadura. Las voces advierten, los hechos
lo corroboran. Las acciones de los hombres privados reflejan lo que
las últimas decisiones de los estadistas: que la época del perdón sin más, la era del amigo de todos y con
todos, el tiempo de las reuniones abiertas y de las relaciones abiertas está
llegando a su fin. En efecto: incluso en las redes sociales, los navegadores
organizan sus círculos cerrados sin acceso posible más que para los invitados. Sí.
El peligro de una dictadura a nivel mundial aunque adopte diferente en las formas y
maneras según el país y la sociedad en la que rija, parece acercarse sin
remedio. Muchas son las voces que llaman a gritos a la oposición, a la lucha. Pocas son
las que se deciden a hacer algo y cada vez serán menos las que les presten
atención. Algunos culpan al Hedonismo. Otros señalan al Conformismo. Ignorancia, gimen
unos cuantos.
No. Ni el hedonismo ni la ignorancia son los responsables de la pasividad. El hedonismo
afecta a la vida ética y la ignorancia a la cuestión intelectual.
En cuanto al
conformismo, si lo referimos a las cuestiones sociales como una de las causas que favorecen la instauración de una dictadura, me gustaría que alguien explicara qué diferencia existe
entre la actitud conformista y la actitud tolerante; porque lo cierto es que en el mismo instante en que se establecen límites a la postura
tolerante uno se introduce sin remedio en la zona de las fronteras, de las
regulaciones, del “no todo vale”, que en realidad viene a decir que "no vale lo que tú haces" y del "hasta aquí hemos llegado", donde ese "hasta aquí hemos llegado" significa en realidad "hasta aquí has llegado tú" donde ese “no todo vale”, con un poder expansivo más rápido e intenso de lo que muchos están dispuestos a admitir.
Si se defiende el "no conformismo" en lo referente a las cuestiones políticas, lo cierto es que dentro del territorio occidental, el
tan alabado “no conformismo” no tarda en convertir a la mayoría de aquéllos que
lo practican en “anti demócratas” por oponerse a
leyes democráticamente promulgadas. (Por muy críticos que algunos pretendan ser con las políticas y gobiernos, lo cierto es que en los países
occidentales rige al día de hoy la Democracia).
Y en lo que a los Estados autoritarios se refiere, el “no conformismo” resulta una postura un tanto pueril,
por decirlo de alguna manera. O se deciden a ejecutarlo auténticos rebeldes que luchan activamente situándose de esta forma al margen de la ley con todas las consecuencias que esto acarrea y entonces ya no son "no conformistas", o al menos no sólo eso, sino también, y principalmente, revolucionarios; o lo ejercen disidentes pasivos y silenciosos que aguardan la ocasión idónea para mostrar externamente su desacuerdo y entretanto procuran amoldarse al régimen de la mejor forma posible.
No. El “no conformismo” no
siempre expresa lucha positiva; en realidad, las más de las veces significa la mera expresión de la opinión disidente con lo establecido que no pasa, como mucho, de un
par de protestas callejeras a las que ellos, los no-conformistas, denominan manifestaciones y los
gobernantes “desórdenes”. "Desórdenes" que en el momento en que son declarados legales y permitidos, convierten a la manifestación de “no conformistas” en un happening artístico colectivo, o algo parecido.
¿Cinismo?
Probablemente. Ha sido esta mañana cuando he empezado a escribir este artículo
y es ahora, entrada ya la madrugada, cuando llego a su fin. Estoy cansada. Me he dedicado a ojear unos cuantos estudios de filosofía
política actual. Leerlos constituye una terapia magnífica para recuperar el sentido de mi
existencia y recordar por qué nunca llegué a terminar mi tesis doctoral a pesar de
haber leído prácticamente todo lo que hasta entonces había sido publicado sobre
mi tema: MacIntyre y el comunitarismo. Tesis imposible de terminar por dos
motivos: En primer lugar porque ni siquiera en esos años de juventud en los que la
insuficiencia de conocimientos teóricos y la inexperiencia hacen de nosotros seres más vulnerables, o al menos más permeables, a las ideas, sean éstas las que sean, de los respetados e
ilustres pensadores, pude comulgar con las tesis comunitaristas, y en segundo, porque
descubrí que a la hora de escribir una tesis doctoral hay que concentrarse más en la forma que en el contenido. La tesis doctoral tal y como aparece hoy en día establecida por los sistemas universitarios en el área de las Humanidades no es
el resultado de un estudio y una reflexión individual sino una recopilación de
citas que han de recoger fidedignamente cada frase que uno se decide a exponer
o a contradecir. Por cada párrafo que uno escribe se hace necesario incluir cuatro anexos de nota a pie de página. No me extraña que en Alemania las personas inteligentes tengan
tantos problemas con sus tesis. Muy probablemente a mí me hubiera sucedido lo
mismo de haberme decidido a terminar la mía. Uno opta por saltarse las citas, los
autores e ir directamente al grano: las emociones que ha sentido al leer a todos
esos autores desconocidos hasta entonces, las contradicciones que ha encontrado en la exposición de sus teorías, la similitudes que ha descubierto con su propio modo de pensar,
los cambios que él mismo ha experimentado a lo largo de su estudio, la nueva
concepción que se ha a atrevido a desarrollar... Todo eso, digo, ocupa lamentablemente una mínima parte de la
tesis y está condenada además a ser expuesta en el apéndice final. Pero cuando el aprendiz a "investigador riguroso" llega allí, está tan exhausto por haber enumerado fidedignamente las citas de
cientos de libros y de artículos que han pasado por sus manos en varios
idiomas, por haber observardo incansablemente las formas correctas de presentación y los espacios
adecuados entre las palabras y las líneas escritas, los márgenes, las listas de
libros consultados, los formalismos burocráticos, la soledad y la penuria
económica, que ese apéndice más que una conclusión individual y diferente de
todo lo hasta entonces aparecido es un resumen final a las ochocientas páginas
que suelen constituir una Tesis doctoral; si pueden ser mil, mejor. Ese
esfuerzo le ha costado al aprendiz de "investigador riguroso" una media de cinco años de
su vida. La tesis doctoral ha puesto de manifiesto su paciencia, su tesón y su
constancia pero no le ha convertido, fuerza es decirlo, en un pensador auténtico
e individual. En este sentido, sigo desesperándome cuando advierto que llegados a los cincuenta,
muchos de ellos siguen aferrándose en sus publicaciones a ese alud imparable de
citas y notas a pie de página, repeticiones fieles de las palabras de los autores que han utilizado a la hora de escribir un trabajo que debería llamarse “suyo” pero que en realidad
constituye un compendio de glosas, incluso cuando se trata de oponerse a las ideas del otro. Es un problema generalizado y hasta el día
de hoy irremediable que nace tanto del deseo enfermizo de parecer objetivo como de la desconfianza de que los lectores hayan leído o vayan a leer los volúmenes que ellos han utilizado, entre otras cosas porque muchas veces utilizan como referencia artículos publicados en revistas sumamente especializadas al alcance únicamente de los especialistas y esos sesudos pensadores están convencidos de que el gran mundo los va a leer.
Sea como sea, la verdad es que los humanistas se ven forzados a publicar sin pausa del
mismo modo que los científicos se ven obligados incesantemente a hacer nuevos
descubrimientos que han de ser rápidamente divulgados. El resultado de todo
ello es que las Humanidades han quedado ancladas en un escolasticismo que
mantiene a los humanistas apartados del mundo y de sus sucesos, mientras que la
ciencia, por su parte, se ve presionada a nadar frenéticamente en un populismo
cada vez más popular. No digo que me parezca mal que se publiquen artículos
sobre pensadores del pasado ni que se siga discutiendo sobre el comunitarismo,
el liberalismo y el republicanismo en las aulas universitarias. Lo que me
parece absurdo y terrible es que esos sesudos pensadores argumenten sus
escritos y sus discursos amparándose en
las autoridades académicas y teóricas de la historia del pensamiento y no en su
propio criterio formado y forjado a lo largo de una vida dedicada al
estudio; que permanezcan horas enteras
leyendo libros cuyo contenido ya conocen incluso antes de haberlo abierto de
tanto como ya han leído, pero que sean incapaces de levantarse de la silla y
acercarse a la ventana a detenerse a contemplar lo que pasa fuera de su pequeño,
austero y oscuro despacho. En vez de eso, cuando se levantan es para ir a tomar
café con un colega o para seguir departiendo sobre el tema que en esos
momentos les preocupa con unos cuantos estudiantes. Van y vienen de un lado a
otro inmersos en sus profundas consideraciones y sin embargo no ven lo que está
sucediendo delante de sus narices. Los pensadores universitarios humanistas son
trabajadores febriles; la tesis doctoral, a lo más tardar, los ha convertido en
laboriosas hormigas afanadas en el aumento anual de las publicaciones que
únicamente su entorno conoce, salvo que alguno de ellos tenga la suerte de
contar con un amigo en el sector del marketing editorial y logre convencerlo
para que transforme alguno de sus artículos en un Best Seller gracias a todos esos
lectores que no se conforman con la finalidad común de la lectura mundana, esto es: entretenerse, sino que además quieren
demostrar a sus amigos que ellos son intelectuales al corriente de los últimos
debates.
Los pensadores franceses, desde luego, han sabido explotar este punto de vanidad del lector inteligente y son genios en el arte de vender
el humanismo popularizado. Lamentablemente ellos no están bien vistos por los
coleccionistas de notas a pie de página. Los pensadores franceses disfrutan de
sus éxitos de ventas pero se ven desdeñados por las grandes autoridades del
pensamiento justo porque escriben sus propias reflexiones, se equivoquen o no,
en vez de andar metidos en escolasticismos. No es que los pensadores franceses
no lean. Al contrario, justo porque no han de transcribir sus fuentes de forma
fidedigna, tienen más tiempo para leer y más tiempo para escribir y, sobre
todo, tienen más tiempo para vivir y para ver lo que sucede tras los cristales de
su despacho. De vez en cuando tienen incluso tiempo para abrir la ventana y
detenerse a escuchar las voces de los transeúntes. Las autoridades pensantes,
en cambio, se muestran incapaces de traspasar las enseñanzas de los pensadores
del pasado al mundo presente al tiempo que las divergencias acerca del
significado y alcance de los diversos conceptos les impide apreciar que el
mundo está cambiando y lo está haciendo en una dirección que no tiene nada que
ver ni con el comunitarismo, ni con el liberalismo ni con el republicanismo.
Ustedes, claro, notan en mis palabras un tono agrio. No se equivocan en
absoluto. Mi tono es agrio y agriado. Pero lo más probable es que ustedes crean
que dicho tono se debe a la frustración, al resentimiento o a alguna emoción de
ese tipo. Soy consciente de que no me creerán, aunque les diga: “créanme”, pero
en cualquier caso: “créanme, no es nada de eso.”
Lo que me irrita es
leer una y otra vez largos estudios acerca del liberalismo, del comunitarismo,
del republicanismo; que se sigan escribiendo largos y detallados ensayos acerca
de la pluralidad y de la interculturalidad y de la sociedad abierta y que el
único punto de conflicto surja cuando se pretende determinar si en dichas sociedades han de predominar
los valores liberales individualistas, propios de las economías ricas y prósperas; o los valores comunitaristas, propios –digan ellos lo
que digan y se trate de representantes más o menos conservadores- de las sociedades cerradas o, por
denominarlo de un modo más suave: de la interpretación de una misma y continua melodía en todas
sus variaciones, o las virtudes republicanas, propias de comunidades
igualitarias y consiguientemente, pobres o al menos austeras. ¿Hay alguien que se oponga
a cualquiera de estas posibilidades en su concepción teórica, ideal y perfecta?
Nadie. En contra del pensamiento comunitarista se han levantado muchas voces,
la mía inclusive. Sin embargo ¿quién no ha buscado alguna vez en su vida grupos
en los que se encuentra “como en su propio hogar”, grupos con los que le unen
valores éticos similares, formas parecidas de entender la existencia, grupos en
los que uno siente que finalmente puede expresar sus ideas con entera libertad
porque “sabe” que sus palabras serán entendidas en la justa medida? ¿Qué otra
cosa si no hacen esos jóvenes que se reúnen según su modo de vestir, su modo de
celebrar una fiesta, o según su peinado y se siguen reuniendo durante veinte, treinta
y cuarenta años con la condición de que ninguno de ellos haya cambiado porque
en el momento en que cambian, la reunión se anula y se convierten en meros
conocidos o en absolutos desconocidos? Comunitaristas y bien comunitaristas por
más que el hecho de ser postilustrados, postmodernos y postvanguardistas haga
temblar a los teóricos del comunitarismo. Esos teóricos del comunitarismo que
se dedican a conversar entre ellos a golpe de artículo. Ellos igual que los
demás. Al fin y al cabo se trata de círculos restringidos aunque públicos. El
comunitarismo tuvo su momento de gloria hace treinta años. Los liberales y los
republicanos dejaron por un momento sus largas disquisiciones, le prestaron un
poco de atención y sin más volvieron a sus quehaceres. Saben que existe una teoría
incómoda pero la han archivado con el sello de “retrógrada” y no se preocupan
de ella más que a la hora de escribir esos largos y terribles tratados. Mi
tesis trataba sobre MacIntyre y el comunitarismo. En aquel entonces leí todo lo que él y sus
colegas escribieron. Mi primera intención fue utilizar mi Tesis doctoral para
luchar contra sus ideas, no por ideas, sino por las repercusiones prácticas que
conllevaban y que eran, a mi entender, terribles. Que un cuarto de siglo después
me lo siga pareciendo, me asombra incluso a mí. Pero cuando descubrí que lo
importante en mi Tesis no iba a ser el contenido sino la forma, aproveché la
primera oportunidad que se me presentó para olvidar el tema. Hasta cierto punto
yo ya lo había desarrollado en los largos paseos que en aquél tiempo dábamos
Jorge y yo por los jardines cercanos a la Universidad. Lo que para otros
hubiera sido el paraje romántico ideal para confesar sentimientos amorosos
inconfesables, constituyó para nosotros el lugar de interminables (y
acaloradas) disquisiciones y discusiones. Fue allí, seguramente, donde Jorge y
yo nos adentramos en una dinámica de la que no hemos vuelto a salir jamás: la
de llevar la contraria al otro, simplemente para obligar al otro a profundizar
en sus planteamientos o a abandonarlos. Lo cierto es que no hizo falta que presentara la Tesis delante de un Tribunal Académico porque yo ya la había expuesto, discutido y defendido ante el
Tribunal más severo de cuantos hayan existido: el presidido por mi amigo Jorge
Iranzo. Cuando llegó el momento de darle forma al contenido, éste estaba
completamente terminado y mi intelecto reclamaba nuevos horizontes a los que dirigirse.
Durante todo este
tiempo, mientras el mundo giraba, actuaba, se deformaba, se replegaba, se expandía y en algunos lugares incluso explotaba, los comunitaristas, los liberales, los republicanos, los defensores de
las sociedades abiertas y tradicionales, multiculturales, internacionales, interraciales, ilustradas, religiosa y culturalmente compactas, tolerantes, plurales y qué se yo, han seguido fieles
a sus planteamientos iniciales. Quizás hayan variado los autores de
los que se ocupaban, los matices de los conceptos, un toque por aquí y un toque
por allá. Lo cierto sin embargo es que mientras ellos se dedicaban a la decoración, otros se han dedicado a
la destrucción y construcción de nuevas realidades. Algunas virtuales, sin
duda; pero otras muchas, reales y bien reales.
Es real, por ejemplo, el hecho de
que el principio de tolerancia ha sido, sobre todo y esencialmente, un
principio de no agresión. El principio de tolerancia ha ido decayendo en relación proporcional al aumento de las agresiones callejeras. Ninguna de estas dos premisas
constituye la causa de la otra. Ambas son simplemente consecuencia de determinados
fenómenos difíciles de precisar: el aburrimiento, la frustración, la
exteriorización de la violencia emocional y física que los agresores han
padecido en el hogar...
Es un hecho igualmente incuestionable que una crisis económica convierte
a una sociedad abierta y liberal en una sociedad cerrada y proteccionista. No hay nada que
preocupe más al ciudadano, incluso al ciudadano republicano, que la pérdida de
los derechos adquiridos. Y también es innegable que una llegada masiva de extraños
cuyo objetivo total y absoluto consiste en la supervivencia a cualquier precio,
resulta un peligro y una amenaza para la población cuyo bienestar le permite adiestrarse en el arte de vivir y de incrementar el bienestar del que ya dispone, pero no a la lucha de todos contra todos. Del mismo
modo resulta incuestionable que una sociedad fragmentada en sus valores y en su unidad política es una
sociedad débil y debilitada y no hay forma, por tanto, de que pueda convivir armónicamente.
Ello dificulta tanto el liberalismo como el republicanismo, porque ya sea una
sociedad rica o pobre, todo grupo humano –sea el que sea- necesita de un
requisito sine qua non para sobrevivir: la paz. En el momento en que en la
atmósfera interna priman las recillas internas, los insultos, las malas
maneras, los agravios, las medias verdades -siempre medias mentiras-, la
deslealtad, y en definitiva: el cinismo, la escisión de esa sociedad es un
hecho por más que ni los sesudos pensadores ni los políticos de la política
real hayan firmado el acta de defunción.
Hoy como ayer unos y
otros siguen hablando de democracia, de solidaridad, de amplitud de miras y
horizontes, de tolerancia, de pluralidad, de internacionalidad y qué se
yo. Lo siguen haciendo igual que hace décadas: con miles de notas a pie de
página. Y por más que quieran defender sensatamente sus sensatas
disquisiciones, lo cierto es que se equivocan. Se equivocan aquéllos que hablan
de un islam ilustrado igual que se equivocan los que sueñan con un cristianismo
comunitario o un catolicismo medieval. Ni lo uno ni lo otro existe al día de
hoy. Lo que existe es un islamismo que se resiste a perderse en la infinitud de
la Ilustración y cuyas preocupaciones más inminentes son la limpieza de
costumbres y la lucha entre suníes y chiítas. Quizás el Islam sea una
religión de Paz, pero desde luego la Paz a la que se refieren los que hacen tal
afirmación no es a la tolerancia ilustrada sino a la Paz religiosa que el Islam
proporciona al individuo que practica los preceptos musulmanes. Comprender algo
tan sencillo como es esto evitaría, en mi opinión, muchos malentendidos. Se
equivocan igualmente aquéllos que creen que la Iglesia Católica ha cambiado su
rumbo gracias al Papa Francisco. La Iglesia Católica descansa desde desde sus
inicios en dos grandes pilares, - aparte del de la creencia misma, claro-: la
universalidad y la colecta de pecunio. El Papa Francisco le ha dado un toque “republicano”,
en consonancia a los nuevos tiempos. La Iglesia Católica, como el resto de los
Estados de este mundo, se dedica a la recaudación. La una les llama donaciones
y limosnas y los otros, impuestos. La idea es la misma. Y hace falta mucho,
mucho, mucho dinero para pagar una deuda que se vislumbra como impagable.
La deuda, sí. La
deuda de la que cada vez se desea hablar menos pero que no por ello deja de
colgar sobre nuestras cabezas cual espada de Damocles. La falta de dinero
cierra sociedades y las enmudece haciéndolas más virtuosas o, al menos,
obligándolas a serlo. La falta de dinero impone la austeridad y limita los
viajes, las relaciones sociales, los grandes eventos, las fiestas en masa. La
falta de dinero desarrolla la imaginación para hacer aparecer como oro lo que
sólo es bronce pero en los tiempos en que incluso éste escasea, no cabe duda de que la
rigidez moral es lo más barato. ¿Han leído las obras de Virginia Woolf y de las
otras autores ingleses de la época? Las mujeres puritanas son siempre las
mismas: mujeres con una limitada formación intelectual –la religiosa- y
pertenecientes a una clase social baja; media, a lo más. Su contraparte
masculina es descrita por Huxley como comunistas resentidos deseosos de ser admitidos
en las reuniones de la sociedad aristocrática. En cambio para las mujeres y
hombres que disponen de grandes cantidades de dinero que gastar, la moral – ya sea
laica o religiosa- representa una gran molestia que se hace preciso controlar y, a poder ser, evitar.
He empezado este
artículo hablando de la dictadura que parece aproximarse irremediablemente pero que los grandes teóricos del
pensamiento universitario no se atreven a ver. Algunos se han enterado del problema a través de los periódicos y no le dan mayor importancia al tema. Los pocos que finalmente se deciden a ocuparse teóricamente de la cuestión centran sus planteamientos en la amenaza que representa la dictadura para una sociedad plural y sopesan las
posibles soluciones que cabe poner en práctica para detenerla. Una de las soluciones consistió y sigue consistiendo en la realización del principio del “Carpe Diem”. En cambio otros, entre los cuales me incluyo, se decantaron por intensificar el olvidado lema kantiano “Sapere
Aude”.
Eso fue ayer. Hoy el primer grupo asiste impotente al fin de la fiesta:
la música ya no suena y las luces se van apagando una a otra. En cuanto al
segundo grupo, ha terminado por comprender que invocar al Sapere Aude es empeñarse en alcanzar un ideal en el que hoy como ayer muy pocos están realmente interesados. El Sapere Aude se ha vislumbrad como una gran quimera en una sociedad
que a pesar de disponer de más saber del que ninguna otra sociedad dispuso jamás sigue quejándose de la falta de
calidad de enseñanza, al modo en que se repiten las letanías en la iglesia. Fue una
de mis últimas discusiones con Jorge. Él consideraba imprescindible incrementar
los proyectos educativos en África. Mi oposición le aturdió tanto que le impidió
indignarse. Incrementar las inversiones en los proyectos educativos en África
para descubrir que después hay que incrementar las inversiones en Occidente para motivar a
los infantitos rodeados de libros que no desean abrir, le dije. Abrir escuelas en
África a las que posiblemente muchos no puedan asistir porque han de ayudar a
sus familias para después abrir centros psico-pedagógicos al estilo de
Occidente para que los niños superen los problemas de aprendizaje debidos,
básicamente, a que no dedican el tiempo y el esfuerzo suficiente a leer, a
escribir con la pluma en el papel y a hacer ejercicios de matemáticas. Abrir
escuelas en África, un continente en el que la tasa de mortalidad, de pobreza y
de sequía siguen levantando ampollas en las almas de todos los que tengan un
alma mientras se buscan profesores particulares a los alumnos occidentales
porque sus padres no pueden prestarles la necesaria atención inmersos como
están en su trabajo, en los problemas que el paro acarrea o en la conquista de
una nueva amante para que la cotidianeidad resulte más soportable. “¿Qué
quieres? ¿Dejarlos sin leer y sin escribir?”, me preguntó atónito. “Lo que quiero”,
dije, “es que el estudio sea una elección y no una imposición. Y sí, es verdad: en África no tienen ni siquiera la posibilidad de la elección pero no sólo por falta de medios, sino por las graves dificultades que la mera supervivencia origina. Algunos ni siquiera pueden elegir vivir, que es la primera elección que cualquier ser vivo debería poseer al nacer. La elección de vivir y la posibilidad de sobrevivir. He conocido a
personas para las que el estudio no representaba una posibilidad de vida sino
todo lo contrario: un impedimento. El estudio debilita los instintos de
supervivencia. Es un hecho. Quizás incremente la fuerza interior, no lo niego.
Pero desde luego debilita los instintos de supervivencia. Posiblemente porque
los instintos de supervivencia incluyen la brutalidad, la mentira, la venganza,
la puesta en marcha de ese mecanismo que muchos se empeñan en denominar
irracionalidad pero que es justamente la única que permite mantener la vida en
un mundo de hombres. Un mundo en el que a pesar de no ser un mundo ni de
demonios ni de ángeles los instintos nos acercan a lo dionisiaco y el estudio a
lo apolíneo, por decirlo de alguna manera.” Desde entonces Jorge anda un tanto
pensativo y ha dejado de llamarme. Supongo que lo hará cuando haya encontrado
la respuesta adecuada: esa que me deje sin réplica.
Lo cierto es que ni
el Carpe Diem ni el Sapere Aude parecen ser la solución. El uno por exceso y el
otro por defecto. El uno ha fundido las bombillas y el otro no brilla con la
suficiente fuerza. Esto ha sido y es, lo reconozco, un grave problema. Entre otras
cosas porque los acontecimientos se precipitan y aunque soy consciente de que
yo no puedo detener su marcha, sí me gustaría entender los presupuestos en los
que descansa.
Es un artículo muy
largo, soy consciente de ello. Más de uno me preguntará desconcertado “dónde
está el punto” y yo tendré que contestar que “todo” es el punto: la amenaza de
la dictadura, la estagnación del pensamiento universitario, el fracaso del
Carpe Diem y del Sapere Aude, la escisión de la sociedad que es un hecho por
más que todos sigan repitiendo los discursos de los abuelos, que no son los
discursos que la actualidad necesita. Esto es, quizás, lo único positivo que
Star Wars VII muestra: “Chicos, atención, vuestros
abuelos fueron fascistas o hijos de fascistas, incluso los que no se denominaron fascistas sino comunistas. Poco importa. Los extremos se tocan. No es su discurso al que hay que
seguir si queréis ser libres y permanecer al lado de la libertad no les sigáis a ellos, a vuestros abuelos, sino a
vuestros padres: a esos de la eterna juventud y de la ingenuidad sin límites que
creen en la fuerza de los sueños y de los ideales.” Igual que aparece en la película Pitch Perfect 2: "Escuchad los consejos de vuestras madres. Aunque vuestras madres os parezcan un poco locas estarán allí cuando lo necesitéis. A vuestro lado. Apoyándoos."
Sin embargo, esos
chicos se empeñan en seguir los pasos de los abuelos. Los admiran,
sencillamente los admiran. No sólo ellos. Una parte del discurso político de la
actualidad se basa en las perspectivas y en los planteamientos de generaciones
pasadas y superadas. Generaciones pasadas y superadas incluso cuando nos
referimos a aquéllos que lucharon contra el fascismo. Sus circunstancias no son
nuestras circunstancias; sus objetivos tampoco. La Libertad absoluta, creo que
ya lo he dicho alguna vez, no significa gran cosa. Lo importante es su concretización
y ésta depende del tiempo y del momento en que se está. Pretender que la
historia se repite es tan necio como ignorar que uno no se baña dos veces en el
mismo río.
La dictadura
vendrá, sí. Vendrá. Se encamina a pasos agigantados hacia nosotros. Muchos la
están pidiendo a gritos por más que sus voces clamen libertad. Será una
dictadura diferente a todas las vividas y a todas las padecidas. Será incluso
una dictadura considerada por más de uno y más de dos como necesaria para lograr alimentar y dar cobijo a la mayor parte de
la población. Será como son todas las dictaduras en su inicio: popular, buscada,
consentida e incluso deseada.
Este es el hecho
real que todos sin embargo querrán negar con los argumentos más variopintos:
las citas a pie de página, el engaño de grupos ocultos de Poder a los
ciudadanos, la acción de los partidos populistas que mienten y expanden sus
mentiras...
Todo esto es
cierto, sí. Pero no lo es menos cierto que las dictaduras nacen con la ayuda y
aquiescencia de la población por más que luego hayan de mantenerse gracias a
fuerzas de seguridad cada vez más sofisticadas e implacables. Sí. La población
huele el humo y llama a los bomberos. La población se siente amenazada y llama
a los guardianes. Ella misma se encadena. Las dictaduras son, por decirlo de
algún modo, un mecanismo de protección que las sociedades humanas ponen en marcha cuando se
sienten amenazadas por riesgos que no se sienten capacitadas para solucionar
por sí mismas. Hasta cierto punto, la dictadura es el acto de convertir a una
determinada sociedad en un bloque compacto y cerrado capaz de hacer frente a
los peligros externos y las enfermedades internas. Es un mecanismo de defensa
de la sociedad, aunque se trate de un mecanismo más psicológico que real. En la
dictadura, los ciudadanos abandonan las reivindicaciones por sus derechos y se
ponen al servicio de una idea compacta y coherente. Quizás la idea compacta y
coherente del loco, quizás la idea compacta y coherente del héroe ¿quién lo
sabe? Ni siquiera la sociedad que voluntariamente se somete. Y la sociedad
siempre se somete voluntariamente porque la sociedad es siempre más poderosa
que el tirano y su séquito.
En la antigua Roma,
los romanos elegían en tiempos difíciles y conflictivos a un dictador durante
seis meses. Eso era en la antigua Roma. En la Roma conquistadora, dueña del
mundo civilizado, seis meses no resultaban suficientes y hubo que constituir un
imperio al frente del cual se situaba un emperador al que se terminó
invistiendo de las características de los dioses. Las dificultades en el
gobierno de un imperio demasiado grande como para ser organizado
coherentemente, determinó su escisión en dos. Las naciones nunca se hubieran podido
constituir sin los reyes absolutos y estos pudieron ser absolutos gracias al
apoyo popular, que vió en la figura del Rey su defensa contra el poder local y
corrupto del noble. El propio pueblo se encargó de desbancar al Rey en cuanto
éste se tornó más caro y más corrupto que la nobleza que lo rodeaba. El fascismo
fue definido por muchos que lo vivieron como “un poner orden al caos” y estaban
convencidos de que representó un papel decisivo para ordenar y conseguir modernizar
la sociedad. El que no haya muchos que se atrevan a escribir esto no significa
que lo que digo no sea cierto, simplemente indica el temor que se siente a la
posibilidad de ser catalogado como “fascista” por escribir las consideraciones
ajenas. Soy tan poco fascista como proclive a la dictadura pero vuelvo a
repetir: es un hecho que los populismos ganan posiciones en Europa, es un hecho
la islamización de Turquía; es un hecho la radicalización de las posiciones
particulares de los Estados; es un hecho que cada vez se practica menos, se quiere practicar menos, aquéllo de
que los amigos de mis amigos son mis amigos, eso de que todos somos amigos y ha quedado en desuso aquello de que un perdón arregla cualquier humillación y vuelta a empezar.
El mundo enmudece y
calla. Las luces se apagan y los libros no se abren. Los gritos suenan más
altos. Las escisiones se abren al vacío. En Star Wars el desgarramiento del
malvado es inexistente y su comportamiento es lisa y llanamente cínico. O sea,
formalmente correcto pero falso en lo que al contenido se refiere. El padre
muere. La muerte del padre es la supervivencia del abuelo, del abuelo cuyo
discurso – como digo- no puede adoptar el nieto porque el desgarramiento en el
abuelo es real y en el nieto es una simple y mera pose para convencer y vencer
al padre. Es lo único interesante que se encuentra en el argumento de la película. El resto es miseria.
La dictadura se
aproxima y muchos están contentos de que se aproxime. Los unos porque así no
tendrán que soportar la terrible música que sonaba hasta las tantas de la
madrugadas y los otros porque no se verán obligados a pensar ni a pedir calidad
de enseñanza y podrán culpar a las fuerzas tiranas de su estulticia. Algunos
porque podrán pasear nuevamente por las calles sin ser agredidos y no faltan
quienes esperan índices de pleno empleo. Será una dictadura territorialmente
constituida por vallas y fronteras pero comercialmente abierta, plural y
competitiva. Por más que muchos Estados pretenda imponer medidas
proteccionistas, el proteccionismo de ellos se anulará con el proteccionismo de
los otros. Eso, unido al hecho de que las empresas son globales, convertirá en
ineficaz la imposición de aranceles.
¿Creen ustedes que
estoy a favor de una dictadura? ¿Creen que la veo como un mal menor?
Si esta es la
impresión que he podido generar, se equivocan. Ni estoy a favor de una
dictadura ni la veo como un mal menor. Entre otras cosas porque una dictadura
es, para personas como yo, o sumamente aburrida o sumamente peligrosa. Para
aquéllos que escriben a la velocidad del pensamiento y estructuran sus
pensamientos cuando hablan, una dictadura constituye un grave riesgo a la
supervivencia. La dictadura es la expresión de una sociedad que ha decidido
hacerse compacta y por tanto expulsa (aniquila) a todos aquellos que no quepan en la particular definición que esa sociedad ha dado al término “compacta” y que, lamentablemente, no todos son capaces no digo ya de aceptar: ni siquiera tolerar. Criticar a los populismos como los
critican hoy en día los periódicos es tan absurdo como tratarlos según las
normas escolásticas. Cuando el populismo empieza a extenderse peligrosamente en
una sociedad significa que dicha sociedad tiene miedo, que se siente insegura,
que está buscando un héroe, un lider, que la proteja, y que se va a cerrar en banda,
esto es: va a hacerse compacta, a fin de protegerse con mayor eficacia de los
peligros del exterior y controlar mejor las discrepancias del interior.
Malos tiempos para
la libertad.
Malos tiempos para los nómadas.
La bruja ciega.