Domingo. Me
levanto. Preparo un café y doy una vuelta por la prensa, a ver “qué hay de
nuevo, viejo”. Nuevo, lo que se dice nuevo, no hay mucho. En el periódico EL
MUNDO, publicación del 10 de Enero de 2016, encuentro un artículo firmado por
Fernando Sánchez Alonso titulado: “Son psicólogas, son maestras, son brujas...
y viven en España”, en el que se presenta a una serie de mujeres que se dirigen
a tomar parte en un aquelarre secreto. La brujería, se afirma, está reconocida
como religión desde el 2011.
Y aquí empiezan mis
problemas, tanto con el discurso de las brujas del artículo como con sus teorías. En primer
lugar, si la brujería está reconocida oficialmente ¿por qué el aquelarre ha de
ser “secreto”? Será, digo yo, tan secreto como lo suelen ser la mayoría de las
presentaciones de libros de escritores desconocidos a las que sólo asisten sus
amigos y familiares, suponiendo que éstos tengan tiempo y quieran hacerle un
favor. En segundo lugar, si tan secreto es dicho aquelarre ¿cómo es que además
de permitir la compañía de la prensa hablan con tanta ligereza de sus ideas?
Son estas contradicciones
las que siempre me asombran. O una reunión es secreta o no lo es. Pero si es
secreta, es secreta y una de dos: o el periodista ha conseguido infiltrarse, o
ha convencido a alguien del interior para que le revele los pilares en los que
se asienta la brujería.
Aún hay más contradicciones.
Se afirma que una de las “brujas” no quiere dar a conocer su verdadero nombre y
por eso sólo confiesa ¡su nombre
iniciático!, sin que esto represente un obstáculo, asombro de asombros, para
que una fota suya aparezca en el diario. Foto que no está tomada al aire libre,
en el aquelarre, sino en una habitación. Pero quién sabe, a lo mejor como es
bruja ya sabía que se iba a acercar un periodista y la llevaba preparada en
un bolsillo...
Por si todo esto
aún fuera poco, otra de las brujas declara que “la caza de brujas llegará otra
vez porque el sistema rechaza a las personas libres. Y la brujería es
libertad.” No sé yo, la verdad, cuánta libertad puede haber en una actividad
reconocida según se dice como“religión” desde el 2011 y que como cualquier
religión que se precie está sometida a una serie de ritos, de reglas y
jerárquicamente estructurada, independientemente del nombre particular que se
quiera adoptar para denominarlos. Aunque en vez de el término “rito” se utilice
el de “conjuros” y haya iniciados y maestros, en vez de novicios y obispos, o qué se yo. Pero es que en el caso de la
brujería, los ritos son más que ritos simbólicos: son los mecanismos
imprescindibles para conseguir la meta a la que se pretende llegar y que sólo
es posible alcanzar siguiendo fielmente el manual técnico de instrucciones. Un
mal movimiento, una palabra de más o de menos, un tono equivocado y no sucede
nada de lo que se esperaba que iba a suceder.
Pero a qué negarlo:
hay problemas mayores que el de que el conjuro funcione o no. La verdadera
tragedia es la originada por la terrible y profunda disparidad y disociación entre forma y contenido, entre lo que se aparece y lo
que es. Un problema que al principio me desesperaba, luego me asombraba y
ahora, francamente, me aburre. Imagínense ustedes: si en un simple artículo
acerca de un tema tan trivial como es el de la brujería en los tiempos de la
era digital encontramos tantas contradicciones en unas pocas líneas, qué
paradojas y sinsentidos no habremos de encontrar en las declaraciones relativas
a la política nacional e internacional que se ocupan de aspectos tan realmente
herméticos y ocultos como son los que afectan a la paz, a la economía y a la
seguridad del Planeta. De todo, esto es lo que más me preocupa.
Algún día, tal vez,
me dedicaré a escribir sobre la diferencia entre brujas, hadas y magas. Creo
que se acerca el momento de hacerlo. Baste por ahora advertir que ni la
brujería es libertad, porque la brujería más que ninguna otra actividad está
imperiosamente sujeta a observar estrictamente cada uno de los conjuros tal y como éstos
aparecen descritos, ni las brujas son
libres en la normal acepción del término “libre”, aunque lo parezca e incluso
aunque ellas mismas, a veces, se afanen en aparentarlo, en pretenderlo e
incluso en creerlo. La libertad de la bruja no es una causa; es una
consecuencia. La libertad de la bruja es el resultado de su condena a la
soledad y una de dos: o la acepta o sucumbe. Entre la bruja y la loca se alza únicamente
una fina barrera que sólo se puede percibir atendiendo a la fuerza mental, interna
y espiritual; más al ser que al parecer. Para explicarlo podríamos alegar lo
que Feuchtwanger afirmaba en su obra “Exil”: que las dificultades hacen más
fuertes a los fuertes y más débiles a los débiles. La fortaleza de la bruja
nace de su fuerza para afrontar sus dificultades. La más importante, como ya he
dicho: la soledad, que es una condena, una maldición o un destino, según
ustedes prefieran. Un aquelarre de brujas es un imposible. Del mismo modo que
ningún ser normal acepta a una bruja, ninguna bruja es capaz de soportar a otra
bruja. Bruja y reunión social son dos antagonismos.
Otro día, quizás
otro día hablaremos de los temas esotéricos que tantos dolores de cabeza me
producen siempre pero de los cuales hay que ocuparse de vez en cuando por la
simple razón de que ciertos o no (casi siempre, en el 99´9 por cierto de los casos
no-ciertos) llaman poderosamente la atención del espectador y le sumergen en
profundas cavilaciones e interminables disquisiciones. Y sobre todo, porque en
comparación con aquellos que se empecinan en jugar a ser dioses, y encima nada
más y nada menos que ¡dioses en acción!, (¡Hace falta ser optimista para decirlo
y mucho más aún para creerlo y mucho más aún para reunirse con los otros dioses
en acción sólo para fundir su alma con la de ellos y desaparecer en el Uno para
que esto provoque o pueda provocar una especie de explosión de bomba atómica de
Amor universal, eterno y compacto, sobre todo compacto, además de unísono por
aquéllo del Todo en el Uno y el Uno en el Todo!), es más
sano ser una bruja que no pide otra cosa que no sea su paz, su tranquilidad y
su trozo de pan diario. Una bruja, que no maga. Lo de maga eso es ya otra
historia. Es más sano ser una bruja, digo, porque al menos las brujas van “de
libre” por la vida. Esto, curiosamente, no parece gustar a los dioses del Uno en
el Todo y el Todo en el Uno y por eso no es de extrañar que los adeptos de
tales teorías reprochen a las brujas que con dicha actitud independiente y
solitaria únicamente pretenden excusar la responsabilidad de ayudar a transportar al mundo a planos
superiores.
Lo dicho: a
optimistas no hay quién les gane.
La bruja ciega.
Otro día les
contaré la leyenda de las brujas, magas, hadas y similares. La leyenda es muy,
muy antigua, tanto que andaba perdida y
hete aquí que he sido yo quien la ha encontrado por casualidad en una de mis
numerosas elucubraciones.
(Y por favor,
tómense esto con humor. Si no, no tiene gracia. Este tipo de artículos pertenecen
a lo que podríamos denominar el género de “realidad virtual fantástica”, o algo
por el estilo), en él se incluyen a todos los mitos, sueños y leyendas que han
surgido de la imaginación humana para conseguir superar el aburrimiento y el
cansancio cotidiano sin perecer en el intento. Creer en ellos no sólo es
nefasto, es también sumamente tedioso. Díganme: ¿Qué diferencia hay entre
superar los problemas de la realidad cotidiana y los problemas de la realidad
mágica? Ninguno, salvo que al menos solucionar los primeros, quizás hagan la
realidad real más llevadera.
En cualquier caso,
la leyenda queda pendiente. Algún día...
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