Hoy no tengo tiempo para escribir. Sin embargo no puedo pasar por alto un
par de temas que me preocupan. Las contradicciones del “a” y “no a” y “b” pero
“c” y vuelta al “a” que es “a” pero “no a” me causan cada vez mayores dolores
de cabeza que se han visto agravados con mareos y pérdidas de la
orientación. A veces me invade la
sospecha de que las personas que más riesgo corren de padecer alguna vez alzheimer
son precisamente aquéllas cuyas mentes más incapacitadas se encuentran para
hacer frente a tanta contradicción, a tanta ilógica flexibilidad, oculta en frases slogan con apariencia de dictamen,
sentencia o como ustedes prefieran.
La primera contradicción con la que uno se tropieza es la de la existencia
de un movimiento anti-islam que afirma y asegura que el islam no forma parte de
la tradición europea, cuando tantos europeos han bebido sus fuentes del saber
árabe y asiático y tantos europeos se han lanzado a la aventura comercial con
el mundo del Oriente: desde la era romana, las santas cruzadas y el valiente Marco Polo hasta los Magnates del
Petróleo.
Pero si a lo que se
refieren dichos grupos anti-islam es a la práctica en Occidente de la religión
islámica, en ese caso están cometiendo el mismo error que ya en su día
cometieron los romanos a la hora de aceptar la religión cristiana: el de
ignorar la realidad en la que viven y, que por más que haya nacido en las
catacumbas-guetos, o como se le quiera denominar, se extiende hacia la
superficie con cada vez mayor vigor y energía. A los fieles que practican la
nueva religión del “Imperio” se les puede mandar al destierro o a los leones,
allá la preferencia de cada uno, pero lo cierto es que la creencia musulmana ya
está sembrada en el huerto europeo y ello porque en el huerto europeo la
religión que le era propia, la cristiana, se ha secado en sus raíces y las
hojas verdes que todavía se observan son muy probablemente las últimas hojas
verdes que veremos. A la religión cristiana se la puede regar, se le puede
intentar abonar. Esa parece ser la intención de la Iglesia Católica: la de la
llamada general a todos los fieles, practicantes o no, ortodoxos o no, poco
importa; a la religión cristiana se la puede poner igualmente en cuarentena,
que es lo que los últimos movimientos de la Iglesia Protestante indican, pero
renacer, conseguir un nuevo brote con la savia de antaño ... no sé yo si eso es
posible. ¿Sería posible que la religión natural renaciera de sus cenizas? ¿Sería
posible el resurgir de la creencia en Venus, Marte y Neptuno?
Comparar la religión cristiana con la religión pagana que –recordemos- fue
en otros tiempos la religión que fielmente reverenció y practicó un pueblo
conquistador –el romano- guía y ejemplo
de otros muchos pueblos e imperios, no es tema baladí ni cuestión que haya de
pasarse por alto. La contradicción es pretender ignorar la realidad a base de
afirmar algo que fue pero que ya no es y que no será porque la religión se
apoya en la Fé, sí, pero también en el culto y en la devoción popular. Y esto,
justamente esto, es lo que falta. Es una contradicción sostener que el Islam no
pertenece a Europa cuando en este momento las mezquitas rebosan de fieles
mientras las majestuosas y bellas catedrales románicas, góticas, renacentistas,
barrocas, clásicas y modernas están vacías y bien vacías salvo contadas y
señaladas excepciones.
La segunda contradicción se
refiere a la educación de los infantes. Esta contradicción además de los
consabidos dolores de cabeza, me produce terribles dolores de estómago amén de
insoportables pesadillas de las que me despierto envuelta en sudor. No crean
que exagero. Me gustaría que fuera un recurso literario a fin de provocar un
aumento de la emoción en el lector pero créanme: nada más lejos de mi
intención. La visión de una dictadura estatal, la intuición de que todas esas
teorías de la conspiración en lo que a una dictadura de alcance universal se
refiere, puedan revelarse como ciertas y bien ciertas me arrebata la paz y me
sumerge en un angustioso desasosiego.
Hete aquí que por un lado a los infantes se los libera, o se los intenta
liberar, de los padres sádico-masoquistas-pederastas-irresponsables, que yo
pensaba que era una minoría pero que a tenor de lo que se lee, parece
constituir una gran parte del elenco de los progenitores pero por otro, cada
vez más, asistimos a voces que piden insistentemente que el Estado se haga
cargo de una vez por todas de la educación de esos niños que – no se sabe si a
imagen y semejanza de esos padres sádico-masoquistas- pederastas-
irresponsables- cada vez en mayor número traspasan los límites de lo permitido
y pisotean las leyes. Vuelvo a repetir: soy tan naif que yo estaba convencida
de que se trataba de casos límites y no generalizados. Pero por lo visto las
conductas asociales de los infantes aumentan a tal vertiginosa rapidez que los
ciudadanos respetables piden que el Estado tome cartas en el asunto. Y esto, además
de ser una gran contradicción, de ocultar una terrible falacia, esconde un
enorme peligro: el de la dictadura estatal.
En primer lugar, aceptemos
de una vez por todas, que la mayor parte de los padres no sólo quieren lo mejor
para sus hijos (lo mejor para sus hijos, no para ellos y más en días como los
nuestros en los que los hijos ni representan para la familia mano de obra ni
para los padres una futura renta) y que además están capacitados para educarlos
como buenos hijos, buenas personas y ciudadanos responsables. Pero en vez de
admitir esto, se coarta y se critica con cada vez más frecuencia la autoridad
paterna.
A los padres que se
preocupan por la educación y el desarrollo de las facultades físico-cognitivas
de sus hijos, se les tilda de ambiciosos, de frustrados que quieren ver en sus
hijos la realización de sus propios sueños no cumplidos. La madre que le propia
un cachete a su hija de diez años porque después de haber finalizado las clases
ha llegado dos horas y media tarde a su casa, es detenida en su casa la guardia civil para
detenerla. Los hipohuracanados gritos de la traviesa jovencita hacen pensar a
los bienpensantes vecinos que su madre la está matando. No es para menos. Jamás
fueron los padres más sospechosos de matar a sus propios hijos que hoy en día.
Un castigo daña la salud psicológica del niño; un grito le produce malestar e
inseguridad; una apreciación negativa referente al modo en que se viste y se
comporta demuestra incomprensión a los modos y formas de las nuevas
generaciones; una prohibición, un obstáculo a su libertad. A los padres que
consideran que sus propios padres –o sea, los abuelos de los infantes-
representan una mala influencia, se les tacha de malos hijos y los jueces
conceden a esos abuelos –con relaciones problemáticas con sus propios hijos- el
derecho a visitar a sus nietos. O sea, a los hijos de los hijos con los que
mantienen tan malas relaciones que no han dudado en acudir a la justicia para
reclamar lo que consideran que es justo, aunque ello perjudique el honor y la
fama social de sus propios hijos. ¿Les preocupan más sus pretensiones que las
relaciones con sus hijos y les van a importar más sus nietos que sus propias
necesidades y deseos? Permítanme que no pueda contener la risa. Lo comprendo en
algunos casos: cuando se trata de parejas divorciadas. En algunos, como digo.
Pero en cualquier caso creo que sería preferible considerar como razonable que
antes de que el juez se metiera en problemas que sólo afectan a la esfera
privada y antes de que dictaminara si esos abuelos tienen o no derecho a
visitar a sus nietos, debería obligar a esos abuelos, (que han fracasado como
padres pero quieren triunfar como abuelos) a establecer una relación normal con
sus propios hijos. El juez olvida los “pecados paternales” de esos que hoy se
han transformado en “tiernos e indefensos” abuelitos y otorgándoles los
derechos que con tanta indignación reclaman esos bondadosos abuelitos que no se
acuerdan de nada de lo que en el pasado hicieron, que tienen una justificación
para todas y cada una de las injusticias cometidas, que para qué acordarse del
pasado, que el agua pasada no mueve molinos, que ellos sólo quieren ver a sus
nietecitos, determina que los hijos de
esos abuelitos sean encima de apaleados, condenados.
En este sentido, la Justicia alemana vuelve a ser un ejemplo a seguir:
¿cómo que el pasado no cuenta? ¡Es el pasado el que determina el presente! ¿Han
hecho algo esos abuelitos para que sus hijos les perdonen los pecados que
cometieron contra ellos? ¿Entonces por qué se les va a regalar el perdón? Otros
tiernos abuelitos fingen que no se acuerdan de nada. “Su problema”, dice la
Justicia alemana. Y así un criminal de 94 años ha de presentarse ante la
justicia. Justicia que es para todos, iguales.
Pero como digo, a los padres actuales se les convierte en sospechosos, se les
convierte en malos hijos, se les declara incapaces o irresponsables, y
consiguientemente se les despoja de toda autoridad.
No pueden imponerse frente a los abuelos, no
pueden imponerse frente a los tíos y tías solteras, no pueden imponerse frente
a la sociedad.
Los padres actuales tiran
la toalla y se lanzan resignados al “ que el niño haga lo que quiera” o se
sumergen en el discurso de “vivo en una casa perfecta” aunque la casa esté
llena de goteras, o se dejan caer en manos de los profesionales de la educación
y de la psicología, ignorando que cada niño es un mundo por más que sean
iguales las circunstancias en las que todos esos chicos se desarrollan. Algunos
críos tienen más facilidad que otros para superar traumas y soportar
frustraciones; algunos buscan refugio en los libros y otros en la droga; otros
en la pura y simple inactividad y hay quienes la encuentran en el ejercicio de
la violencia.
Pero al mismo tiempo, a los
padres actuales se les arrebata cada día más y más la autoridad, hasta el punto
de que ya no saben cómo imponer sus criterios. Mucho menos cuando a esos niños
la sociedad y los medios de comunicación no dejan de repetirles lo listos y
dinámicos que son: más listos y dinámicos que sus propios progenitores, que son
unos fracasados y unos eternos adolescentes que dependen todavía de sus padres,
jubilados después de haber conseguido
amasar a lo largo de su vida un modesto patrimonio.
Y lo peor: establecer un
diálogo entre padres e hijos cada vez resulta más difícil en una sociedad
regida por la realidad virtual, la filosofía del piensa en positivo, el dominio
de los juegos digitales y en la que, como ya digo, los niños son los buenos y
listos y los padres los tontos, frustrados, fracasados, narcisistas,
hedonistas, adolescentes.
Y sí, es cierto: cada vez hay más padres así.
En primer lugar porque la sociedad les ha privado de su autoridad, ésa
autoridad paterna que Montesquieu tanto alababa porque consideraba que los
buenos padres –y eso son la mayoría- formaban buenos hombres y los buenos
hombres se convertían en buenos ciudadanos. En segundo lugar porque la cultura
de nuestros tiempos es la cultura del autodesarrollo y ésto en nuestro tiempo
no lo logra ni el mérito ni el esfuerzo, sino el deporte en el fitnesstudio, el
yoga, los viajes y la intensificación de las relaciones sociales.
¿Qué sucede? Que esos niños
quedan abandonados a su suerte, a los videojuegos, a la influencia de los
medios y de sus propios compañeros tan solos e inmaduros como ellos mismos.
Comportarse como los adultos brillantes, imponerse con la violencia, ya sea
física o psicológica, esto es lo que cuenta. Los chicos actuales no tienen a
quién les indique cómo canalizar sus instintos, como educarlos, como
sublimarlos, como ser críticos. Y los abuelitos que no se llevan bien con sus
padres y a los que la sociedad y el juez con tanto esmero protegen tampoco les
pueden ayudar porque esos abuelos por mucha energía, fuerza y patrimonio de que
dispongan no pueden vencer a su edad y la edad, por muy bien que se conserven a
base de pastillas aquí y terapias allá, les obliga a concentrar su atención
sólo y exclusivamente en su salud y en sus jueguitos psico-emocionales, al modo
de La Avería de Dürrenmatt. O sea, nada dignos de fiar.
¿Qué sucede? Que al Estado no le queda más remedio, a fin de proteger el
orden social, que hacerse cargo de la educación de esos niños. Con cada nueva
propuesta de determinados partidos políticos y determinadas fuerzas sociales,
más se desposee a los padres de la posibilidad de educar, más se desposee a los
niños de ser criados de manera individual, más se priva a la sociedad de su
pluralidad. Los niños son cada vez más encajonados y comprimidos en
compartimentos estancos.
La segunda contradicción
descansa en que por un lado se le quita el látigo a los padres (medida loable y
contra la que nadie en su sano juicio tiene nada en contra) pero por otro lado
(y he aquí lo terrible) se le da el látigo al Estado; por un lado se prohibe a
los padres propinar un cachete a su hijo (cosa que nadie en su juicio critica)
pero por el otro se baraja la posibilidad (y muchos respetables ciudadanos reivindican a
voz en grito) de que el Estado rebaje la mayoría de edad a efectos de
responsabilidad penal, de modo que los chicos empiecen a ser responsables a los
doce años, en vez de a los catorce como son ahora. Medida que, ya lo he dicho
en anteriores blogs, me resulta una barbaridad en el peor sentido del término “bárbaro”.
¿No es esto cien mil veces más contraproductivo que el cachete de una madre que
por muy reprensible, criticable y censurable que sea es el de una madre ? ¿No
es esto cien mil veces más contraproductivo que los gritos hipohuracanados de
las madres que ensordecen con sus gritos no sólo a sus hijos sino al resto del
vecindario? A mí, desde luego, me lo parece. Se le quita el látigo al padre y
la zapatilla a la madre, lo cual, repito, nadie niega que sea además de sensato
civilizado al tiempo que una parte de la
sociedad parece estar dispuesta a concederle el látigo al Estado. Y esto es, si
me permiten decirlo, todavía más cruel, más doloroso y más traumático. Resulta
más fácil descubrir a unos padres sádicos que a un Estado sádico.
Eso sí, lo admito,el sadismo psicológico, la manipulación mental, resulta prácticamente imposible de
desenmascarar en uno u otro caso: las huellas que deja son invisibles y afloran
de los modos más rocambolescos pensables.
La tercera contradicción es que los políticos de una nación como es la
estadounidense que vive constantemente sometida al riesgo de sufrir una
catástrofe apocalíptica, se extrañen de la victoria de Trump, que justamente
centra parte de su discurso político en la declaración de que el peligro de que
deban enfrentarse en un próximo futuro a dicha hecatombe no es producto ni
mucho menos de la industria cinematográfica ni de la imaginación enfermiza de
unos cuantos, sino que es real y bien real y él es el único que ante la
pasividad y la ineficacia de los otros puede salvar, no se sabe si al Planeta
pero desde luego sí a la nación americana. En épocas de crisis y conflictos
socio-económico-culturales el aumento de los profetas empieza a convertirse en
una costumbre – no sólo en los Estados Unidos sino en el resto del globo
terráqueo. Lo contradictorio es que esto extrañe justamente en los Estados
Unidos, nación de héroes y salva-universos.
La cuarta contradicción es que la sociedad española se avergüence de sus
políticos y no se avergüence de sí misma porque lo cierto –se quiera o no se
quiera aceptar- es que los políticos nacen, se educan y se desarrollan en esa sociedad. En esa y no en otra. Pero claro, resulta más cómodo hacer escisiones
que desvinculen de la responsabilidad social e individual que el ciudadano de a
pie tiene. Es más fácil decir “estos políticos”, al tiempo que los
universitarios venden y consumen alcohol en los macrobotellones que celebran
semanalmente. Es seguramente más fácil
decir “estos universitarios” que decir “esta sociedad” y sin duda es más fácil
quejarse de “esta sociedad” que intentar mejorarla, no con la protesta sino con
la actuación individual, libre, responsable, crítica, pensada, reflexionada y
consecuente del ciudadano. Actuación individual, libre, responsable, crítica,
pensada, reflexionada y consecuente que puede unirse a otras actuaciones
individuales, libres, responsables, críticas, pensadas, reflexionadas y
consecuentes de otros muchos ciudadanos. La lamentación es fácil. La acción
dirigida a resolver los problemas exige un cierto esfuerzo. El perdón hoy en
día es tan gratis que ya no merece la pena ni pedirlo. Pero en vez de pedir
perdón, que como ya digo ya ni se pide, y decidirse a comenzar el proceso de cambio y mejora resulta
agotador. Lo mejor: “buscar culpables” y convertir la culpa en una patata
caliente. Tonto el que cree que aguantar el quemazo merece la pena. ¿Y los
políticos van a ser distintos que la sociedad de la que parten?
La quinta contradicción es que se critique a todos aquéllos que defienden
la protección armada de las fronteras nacionales ante lo que ellos consideran
invasiones de refugiados pero no se critique la defensa armada de las fronteras
turcas por parte de los turcos ante dichas avalanchas, defensa armada que –todo
hay que decirlo- defiende al resto de Europa. Rasgarse las vestiduras ante
determinadas cuestiones pero no hacer lo mismo, e incluso decidirse a pagar para
que sean otros los que realicen “el trabajo sucio” constituye una contradicción
en todos sus términos.
¿Hay más contradicciones?
Muchas más. Pero lo dicho: hoy no tengo tiempo.
La cuestión que me ocupa y preocupa: si mi mente ante dichas rupturas de la
lógica sufre tales cortocircuitos, dolores de cabeza, de estómago, pesadillas y
similares ¿cómo se conseguirá mantener a los futuros robots en funcionamiento,
sin que les funda los cables a la hora de resolver tales paradojas?
La bruja ciega.
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