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Monday, May 2, 2016

Contradicciones

Hoy no tengo tiempo para escribir. Sin embargo no puedo pasar por alto un par de temas que me preocupan. Las contradicciones del “a” y “no a” y “b” pero “c” y vuelta al “a” que es “a” pero “no a” me causan cada vez mayores dolores de cabeza que se han visto agravados con mareos y pérdidas de la orientación.  A veces me invade la sospecha de que las personas que más riesgo corren de padecer alguna vez alzheimer son precisamente aquéllas cuyas mentes más incapacitadas se encuentran para hacer frente a tanta contradicción, a tanta ilógica flexibilidad, oculta  en frases slogan con apariencia de dictamen, sentencia o como ustedes prefieran.

La primera contradicción con la que uno se tropieza es la de la existencia de un movimiento anti-islam que afirma y asegura que el islam no forma parte de la tradición europea, cuando tantos europeos han bebido sus fuentes del saber árabe y asiático y tantos europeos se han lanzado a la aventura comercial con el mundo del Oriente: desde la era romana, las santas cruzadas y el  valiente Marco Polo hasta los Magnates del Petróleo.
Pero si a lo que se refieren dichos grupos anti-islam es a la práctica en Occidente de la religión islámica, en ese caso están cometiendo el mismo error que ya en su día cometieron los romanos a la hora de aceptar la religión cristiana: el de ignorar la realidad en la que viven y, que por más que haya nacido en las catacumbas-guetos, o como se le quiera denominar, se extiende hacia la superficie con cada vez mayor vigor y energía. A los fieles que practican la nueva religión del “Imperio” se les puede mandar al destierro o a los leones, allá la preferencia de cada uno, pero lo cierto es que la creencia musulmana ya está sembrada en el huerto europeo y ello porque en el huerto europeo la religión que le era propia, la cristiana, se ha secado en sus raíces y las hojas verdes que todavía se observan son muy probablemente las últimas hojas verdes que veremos. A la religión cristiana se la puede regar, se le puede intentar abonar. Esa parece ser la intención de la Iglesia Católica: la de la llamada general a todos los fieles, practicantes o no, ortodoxos o no, poco importa; a la religión cristiana se la puede poner igualmente en cuarentena, que es lo que los últimos movimientos de la Iglesia Protestante indican, pero renacer, conseguir un nuevo brote con la savia de antaño ... no sé yo si eso es posible. ¿Sería posible que la religión natural renaciera de sus cenizas? ¿Sería posible el resurgir de la creencia en Venus, Marte y Neptuno? 
Comparar la religión cristiana con la religión pagana que –recordemos- fue en otros tiempos la religión que fielmente reverenció y practicó un pueblo conquistador –el romano- guía y  ejemplo de otros muchos pueblos e imperios, no es tema baladí ni cuestión que haya de pasarse por alto. La contradicción es pretender ignorar la realidad a base de afirmar algo que fue pero que ya no es y que no será porque la religión se apoya en la Fé, sí, pero también en el culto y en la devoción popular. Y esto, justamente esto, es lo que falta. Es una contradicción sostener que el Islam no pertenece a Europa cuando en este momento las mezquitas rebosan de fieles mientras las majestuosas y bellas catedrales románicas, góticas, renacentistas, barrocas, clásicas y modernas están vacías y bien vacías salvo contadas y señaladas excepciones.

La segunda contradicción se refiere a la educación de los infantes. Esta contradicción además de los consabidos dolores de cabeza, me produce terribles dolores de estómago amén de insoportables pesadillas de las que me despierto envuelta en sudor. No crean que exagero. Me gustaría que fuera un recurso literario a fin de provocar un aumento de la emoción en el lector pero créanme: nada más lejos de mi intención. La visión de una dictadura estatal, la intuición de que todas esas teorías de la conspiración en lo que a una dictadura de alcance universal se refiere, puedan revelarse como ciertas y bien ciertas me arrebata la paz y me sumerge en un angustioso desasosiego.
Hete aquí que por un lado a los infantes se los libera, o se los intenta liberar, de los padres sádico-masoquistas-pederastas-irresponsables, que yo pensaba que era una minoría pero que a tenor de lo que se lee, parece constituir una gran parte del elenco de los progenitores pero por otro, cada vez más, asistimos a voces que piden insistentemente que el Estado se haga cargo de una vez por todas de la educación de esos niños que – no se sabe si a imagen y semejanza de esos padres sádico-masoquistas- pederastas- irresponsables- cada vez en mayor número traspasan los límites de lo permitido y pisotean las leyes. Vuelvo a repetir: soy tan naif que yo estaba convencida de que se trataba de casos límites y no generalizados. Pero por lo visto las conductas asociales de los infantes aumentan a tal vertiginosa rapidez que los ciudadanos respetables piden que el Estado tome cartas en el asunto. Y esto, además de ser una gran contradicción, de ocultar una terrible falacia, esconde un enorme peligro: el de la dictadura estatal.
En primer lugar, aceptemos de una vez por todas, que la mayor parte de los padres no sólo quieren lo mejor para sus hijos (lo mejor para sus hijos, no para ellos y más en días como los nuestros en los que los hijos ni representan para la familia mano de obra ni para los padres una futura renta) y que además están capacitados para educarlos como buenos hijos, buenas personas y ciudadanos responsables. Pero en vez de admitir esto, se coarta y se critica con cada vez más frecuencia la autoridad paterna.
A los padres que se preocupan por la educación y el desarrollo de las facultades físico-cognitivas de sus hijos, se les tilda de ambiciosos, de frustrados que quieren ver en sus hijos la realización de sus propios sueños no cumplidos. La madre que le propia un cachete a su hija de diez años porque después de haber finalizado las clases ha llegado dos horas y media tarde a su casa,  es detenida en su casa la guardia civil para detenerla. Los hipohuracanados gritos de la traviesa jovencita hacen pensar a los bienpensantes vecinos que su madre la está matando. No es para menos. Jamás fueron los padres más sospechosos de matar a sus propios hijos que hoy en día. Un castigo daña la salud psicológica del niño; un grito le produce malestar e inseguridad; una apreciación negativa referente al modo en que se viste y se comporta demuestra incomprensión a los modos y formas de las nuevas generaciones; una prohibición, un obstáculo a su libertad. A los padres que consideran que sus propios padres –o sea, los abuelos de los infantes- representan una mala influencia, se les tacha de malos hijos y los jueces conceden a esos abuelos –con relaciones problemáticas con sus propios hijos- el derecho a visitar a sus nietos. O sea, a los hijos de los hijos con los que mantienen tan malas relaciones que no han dudado en acudir a la justicia para reclamar lo que consideran que es justo, aunque ello perjudique el honor y la fama social de sus propios hijos. ¿Les preocupan más sus pretensiones que las relaciones con sus hijos y les van a importar más sus nietos que sus propias necesidades y deseos? Permítanme que no pueda contener la risa. Lo comprendo en algunos casos: cuando se trata de parejas divorciadas. En algunos, como digo. Pero en cualquier caso creo que sería preferible considerar como razonable que antes de que el juez se metiera en problemas que sólo afectan a la esfera privada y antes de que dictaminara si esos abuelos tienen o no derecho a visitar a sus nietos, debería obligar a esos abuelos, (que han fracasado como padres pero quieren triunfar como abuelos) a establecer una relación normal con sus propios hijos. El juez olvida los “pecados paternales” de esos que hoy se han transformado en “tiernos e indefensos” abuelitos y otorgándoles los derechos que con tanta indignación reclaman esos bondadosos abuelitos que no se acuerdan de nada de lo que en el pasado hicieron, que tienen una justificación para todas y cada una de las injusticias cometidas, que para qué acordarse del pasado, que el agua pasada no mueve molinos, que ellos sólo quieren ver a sus nietecitos,  determina que los hijos de esos abuelitos sean encima de apaleados, condenados.
En este sentido, la Justicia alemana vuelve a ser un ejemplo a seguir: ¿cómo que el pasado no cuenta? ¡Es el pasado el que determina el presente! ¿Han hecho algo esos abuelitos para que sus hijos les perdonen los pecados que cometieron contra ellos? ¿Entonces por qué se les va a regalar el perdón? Otros tiernos abuelitos fingen que no se acuerdan de nada. “Su problema”, dice la Justicia alemana. Y así un criminal de 94 años ha de presentarse ante la justicia. Justicia que es para todos, iguales.
Pero como digo, a los padres actuales se les convierte en sospechosos, se les convierte en malos hijos, se les declara incapaces o irresponsables, y consiguientemente se les despoja de toda autoridad.
 No pueden imponerse frente a los abuelos, no pueden imponerse frente a los tíos y tías solteras, no pueden imponerse frente a la sociedad.
Los padres actuales tiran la toalla y se lanzan resignados al “ que el niño haga lo que quiera” o se sumergen en el discurso de “vivo en una casa perfecta” aunque la casa esté llena de goteras, o se dejan caer en manos de los profesionales de la educación y de la psicología, ignorando que cada niño es un mundo por más que sean iguales las circunstancias en las que todos esos chicos se desarrollan. Algunos críos tienen más facilidad que otros para superar traumas y soportar frustraciones; algunos buscan refugio en los libros y otros en la droga; otros en la pura y simple inactividad y hay quienes la encuentran en el ejercicio de la violencia.
Pero al mismo tiempo, a los padres actuales se les arrebata cada día más y más la autoridad, hasta el punto de que ya no saben cómo imponer sus criterios. Mucho menos cuando a esos niños la sociedad y los medios de comunicación no dejan de repetirles lo listos y dinámicos que son: más listos y dinámicos que sus propios progenitores, que son unos fracasados y unos eternos adolescentes que dependen todavía de sus padres, jubilados después de haber  conseguido amasar a lo largo de su vida un modesto patrimonio.
Y lo peor: establecer un diálogo entre padres e hijos cada vez resulta más difícil en una sociedad regida por la realidad virtual, la filosofía del piensa en positivo, el dominio de los juegos digitales y en la que, como ya digo, los niños son los buenos y listos y los padres los tontos, frustrados, fracasados, narcisistas, hedonistas, adolescentes.
 Y sí, es cierto: cada vez hay más padres así. En primer lugar porque la sociedad les ha privado de su autoridad, ésa autoridad paterna que Montesquieu tanto alababa porque consideraba que los buenos padres –y eso son la mayoría- formaban buenos hombres y los buenos hombres se convertían en buenos ciudadanos. En segundo lugar porque la cultura de nuestros tiempos es la cultura del autodesarrollo y ésto en nuestro tiempo no lo logra ni el mérito ni el esfuerzo, sino el deporte en el fitnesstudio, el yoga, los viajes y la intensificación de las relaciones sociales.
¿Qué sucede? Que esos niños quedan abandonados a su suerte, a los videojuegos, a la influencia de los medios y de sus propios compañeros tan solos e inmaduros como ellos mismos. Comportarse como los adultos brillantes, imponerse con la violencia, ya sea física o psicológica, esto es lo que cuenta. Los chicos actuales no tienen a quién les indique cómo canalizar sus instintos, como educarlos, como sublimarlos, como ser críticos. Y los abuelitos que no se llevan bien con sus padres y a los que la sociedad y el juez con tanto esmero protegen tampoco les pueden ayudar porque esos abuelos por mucha energía, fuerza y patrimonio de que dispongan no pueden vencer a su edad y la edad, por muy bien que se conserven a base de pastillas aquí y terapias allá, les obliga a concentrar su atención sólo y exclusivamente en su salud y en sus jueguitos psico-emocionales, al modo de La Avería de Dürrenmatt. O sea, nada dignos de fiar.
¿Qué sucede? Que al Estado no le queda más remedio, a fin de proteger el orden social, que hacerse cargo de la educación de esos niños. Con cada nueva propuesta de determinados partidos políticos y determinadas fuerzas sociales, más se desposee a los padres de la posibilidad de educar, más se desposee a los niños de ser criados de manera individual, más se priva a la sociedad de su pluralidad. Los niños son cada vez más encajonados y comprimidos en compartimentos estancos.
La segunda contradicción descansa en que por un lado se le quita el látigo a los padres (medida loable y contra la que nadie en su sano juicio tiene nada en contra) pero por otro lado (y he aquí lo terrible) se le da el látigo al Estado; por un lado se prohibe a los padres propinar un cachete a su hijo (cosa que nadie en su juicio critica) pero por el otro se baraja la posibilidad  (y muchos respetables ciudadanos reivindican a voz en grito) de que el Estado rebaje la mayoría de edad a efectos de responsabilidad penal, de modo que los chicos empiecen a ser responsables a los doce años, en vez de a los catorce como son ahora. Medida que, ya lo he dicho en anteriores blogs, me resulta una barbaridad en el peor sentido del término “bárbaro”. ¿No es esto cien mil veces más contraproductivo que el cachete de una madre que por muy reprensible, criticable y censurable que sea es el de una madre ? ¿No es esto cien mil veces más contraproductivo que los gritos hipohuracanados de las madres que ensordecen con sus gritos no sólo a sus hijos sino al resto del vecindario? A mí, desde luego, me lo parece. Se le quita el látigo al padre y la zapatilla a la madre, lo cual, repito, nadie niega que sea además de sensato civilizado al tiempo que  una parte de la sociedad parece estar dispuesta a concederle el látigo al Estado. Y esto es, si me permiten decirlo, todavía más cruel, más doloroso y más traumático. Resulta más fácil descubrir a unos padres sádicos que a un Estado sádico.
Eso sí, lo admito,el sadismo psicológico, la manipulación mental,  resulta prácticamente imposible de desenmascarar en uno u otro caso: las huellas que deja son invisibles y afloran de los modos más rocambolescos pensables.

La tercera contradicción es que los políticos de una nación como es la estadounidense que vive constantemente sometida al riesgo de sufrir una catástrofe apocalíptica, se extrañen de la victoria de Trump, que justamente centra parte de su discurso político en la declaración de que el peligro de que deban enfrentarse en un próximo futuro a dicha hecatombe no es producto ni mucho menos de la industria cinematográfica ni de la imaginación enfermiza de unos cuantos, sino que es real y bien real y él es el único que ante la pasividad y la ineficacia de los otros puede salvar, no se sabe si al Planeta pero desde luego sí a la nación americana. En épocas de crisis y conflictos socio-económico-culturales el aumento de los profetas empieza a convertirse en una costumbre – no sólo en los Estados Unidos sino en el resto del globo terráqueo. Lo contradictorio es que esto extrañe justamente en los Estados Unidos, nación de héroes y salva-universos.

La cuarta contradicción es que la sociedad española se avergüence de sus políticos y no se avergüence de sí misma porque lo cierto –se quiera o no se quiera aceptar- es que los políticos nacen, se educan y se desarrollan en esa sociedad. En esa y no en otra. Pero claro, resulta más cómodo hacer escisiones que desvinculen de la responsabilidad social e individual que el ciudadano de a pie tiene. Es más fácil decir “estos políticos”, al tiempo que los universitarios venden y consumen alcohol en los macrobotellones que celebran semanalmente.  Es seguramente más fácil decir “estos universitarios” que decir “esta sociedad” y sin duda es más fácil quejarse de “esta sociedad” que intentar mejorarla, no con la protesta sino con la actuación individual, libre, responsable, crítica, pensada, reflexionada y consecuente del ciudadano. Actuación individual, libre, responsable, crítica, pensada, reflexionada y consecuente que puede unirse a otras actuaciones individuales, libres, responsables, críticas, pensadas, reflexionadas y consecuentes de otros muchos ciudadanos. La lamentación es fácil. La acción dirigida a resolver los problemas exige un cierto esfuerzo. El perdón hoy en día es tan gratis que ya no merece la pena ni pedirlo. Pero en vez de pedir perdón, que como ya digo ya ni se pide, y decidirse a  comenzar el proceso de cambio y mejora resulta agotador. Lo mejor: “buscar culpables” y convertir la culpa en una patata caliente. Tonto el que cree que aguantar el quemazo merece la pena. ¿Y los políticos van a ser distintos que la sociedad de la que parten?

La quinta contradicción es que se critique a todos aquéllos que defienden la protección armada de las fronteras nacionales ante lo que ellos consideran invasiones de refugiados pero no se critique la defensa armada de las fronteras turcas por parte de los turcos ante dichas avalanchas, defensa armada que –todo hay que decirlo- defiende al resto de Europa. Rasgarse las vestiduras ante determinadas cuestiones pero no hacer lo mismo, e incluso decidirse a pagar para que sean otros los que realicen “el trabajo sucio” constituye una contradicción en todos sus términos.

¿Hay más contradicciones?

Muchas más. Pero lo dicho: hoy no tengo tiempo.

La cuestión que me ocupa y preocupa: si mi mente ante dichas rupturas de la lógica sufre tales cortocircuitos, dolores de cabeza, de estómago, pesadillas y similares ¿cómo se conseguirá mantener a los futuros robots en funcionamiento, sin que les funda los cables a la hora de resolver tales paradojas?

La bruja ciega.

                

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