Hace un par de semanas una serie de asuntos a resolver me llevaron hasta Estrasburgo y sus alrededores. Además
de disfrutar del buen tiempo, de la belleza de la ciudad y de la buena comida,
la visita dió lugar a una serie de reflexiones de la más variada índole: desde
la política hasta la espiritual pasando por la social. Tan compleja y diversa
puede ser una pequeña localidad.
La primera observación que a nadie pasa desapercibida es que, en efecto, Francia está en guerra y eso significa
que sus calles están patrulladas por militares perfectamente equipados que
no sólo se dedican a pasear sus fusiles sino que escudriñan con sus miradas, de
la forma más discreta posible pero no por ello menos inquisitiva a los
viandantes, a los rincones, a los objetos abandonados en la acera... Aparecen
silenciosos y sin previo aviso y desaparecen de la misma manera. La primera vez
que uno los encuentra sufre los efectos de la sorpresa y le cuesta librarse de
la impresión que causa el contemplar militares en Europa, en Francia, en Estraburgo,
esa tranquila ciudad en la que los geranios alegres cuelgan de los balcones y
el río ill se desliza majestuoso a través de los canales de la ciudad. Más aún sorprende acercarse un Domingo hasta la iglesia de Santa Madeleine para escuchar misa y encontrar las puertas del templo abiertas de par en par
custodiadas a cada lado por dos soldados apostados en la plaza. El oficio
litúrgico se celebra, lo nunca visto, dejando entrar la luz del día y el ruido de la calle. Las
razones para estas medidas no son difíciles de entender: en caso de ataque los
militares pueden entrar tan rápidamente como pueden salir las personas que allí se
encuentran.
Que los templos católicos hayan de ser protegidos de ese modo en la
católica Francia es algo que ni siquiera el anticlerical Voltaire hubiera podido llegar a imaginar.
¡Ah! El catolicismo francés... Estaba
en Estrasburgo y leía una obra que había encontrado casi por casualidad y que
se titula “La cruzada Albigense y el
imperio aragonés” de David Barreras. Llegué a él buscando información
acerca de la cruzada Albigense y de los cátaros y tengo que decir que el libro
no sólo no me defraudó sino que me agradó sobremanera; además de narrar los
hechos históricos, David Barreras describe las relaciones siempre tensas entre
los nobles, entre los nobles y los reyes y entre los nobles, reyes y el Vaticano
y cómo dichas relaciones, que se construian con la misma facilidad que se
desmoronaban, se mantenían a veces con el diálogo entre las espadas, otras a
base de pactos y en general, con una mezcla de los dos. Pero hay algo que el
autor deja entrever sin detenerse a analizar la cuestión, entre otras cosas
porque no es éste el tema que le ocupa, que es lo referente al vínculo entre
Francia y el Vaticano, vínculo a todas luces sumamente conflictivo y repleto de
intrigas y juegos de poder. Si algo llama la atención al lector es comprender
que las conversaciones entre los diferentes nobles y reyes franceses y el
Vaticano no eran las que los fieles sostienen con sus maestros religiosos sino
las que mantienen las fuerzas encontradas a fin de vencer al contrario o de
sostener sus respectivos poderes en equilibrio. Lo que mueve a los nobles galos
a apoyar al Vaticano, cuando lo apoyan, no es tanto el propósito de servir a
los intereses de la cristiandad como el de asegurar y extender sus dominios. En
definitiva: las relaciones entre Francia y el Vaticano, con o sin templarios,
son las que existen entre dos reinos vecinos, que en ocasiones unen sus fuerzas
y en ocasiones las enfrentan. Esta, quizás, sea una de las diferencias más
importantes entre Francia y España. Mientras de esta última se decía aquello de
que “era más papista que el Papa”, de Francia no se podía decir lo mismo salvo
que ser “más papista que el Papa” trajera aparejado algunos beneficios a los
dirigentes galos y por ende a los reinos francos. Tal vez esto explique también
aquél fenómeno que alguna vez he comentado: que dos de los más importantes
dirigentes franceses hayan sido cardenales: el Cardenal Richeliu y el Cardenal
Mazarino, sin que ello haya significado un aumento de las ganancias del
Vaticano en detrimento de las de Francia. En este sentido puede decirse que con
templarios o sin templarios, con o sin Ilustración, Francia fue siempre
bastante sobria en lo que a poderes religiosos se refiere y siempre tuvo
presente que no por religiosos eran menos mundanos y por eso la tan famosa
Noche de San Bartolomé fue considerada desde los altos niveles de índole más política
que religiosa y por eso mismo Voltaire
lamenta que se expulsara de ese modo a grupos que justamente por ser minoritarios
se afanaban en mejorar de status a través del desarrollo de sus virtudes:
disciplina, trabajo, constancia... lo cual, sin duda, contribuía a la posperidad de la nación, o sea, Francia. En los bajos niveles, en cambio, la inquina
contra los protestantes fue una cuestión psicológica: los pueblos, las
sociedades, necesitan encontrar sus corderos inocentes a los que sacrificar. Por
eso, si lo observamos, El Tratado de la
Tolerancia, que Voltaire escribe, no es un ensayo dedicado a analizar la
cuestión desde un punto de vista teórico y por teórico general y abstracto. No.
El Tratado de la Tolerancia de Voltaire, da cuenta de una injusticia concreta
en un lugar y tiempo concreto. No son las leyes las que culpan sino los
prejuicios de sus convecinos. No son los poderosos los que buscan la perdición
de la familia sino los del pueblo que viven a su lado. Voltaire sabe que las
cazas de brujas son llevadas a cabo en el aquí y en el ahora por personas
normales y corrientes que se creen llamadas a grandes misiones y a grandes
batallas pero que, justamente por ser normales y corrientes, únicamente son
capaces de arrastrar al cordero hasta la pira del sacrificio y a veces, les
basta con conseguir que sean otros los que hagan el trabajo. Esto que vió Voltaire –la maldad del pequeño
hombre- lo vió también Hanna Arendt.
La maldad del poderoso es, utilizando el concepto de Kant, sublime, por más que en lo sublime esté
impreso la oscuridad, lo incomprensible, la noche; la del pequeño hombre, en
cambio, es demoniaca.
Mis reflexiones al respecto no se detuvieron aquí y tomaron distintos
vericuetos. Uno fue el de los refugiados; otro, el referente a Marine Le pen;
otro el de la espiritualidad que irradian los templos góticos. Soy consciente
de la diversidad de mis pensamientos, pero compréndanme: soy una nómada. No
puedo permanecer mucho tiempo en ningún sitio. Ello no significa, al menos eso
creo, que mi estancia sea más superficial del que permanece allí toda su vida;
justamente por breve es más intensa y he de comprender en poco tiempo lo que a
muchos les lleva toda su vida. ¿Equivocarme en mis apreciaciones? Eso es algo
de lo que ni yo por nómada, ni el sedentario por sedentario, estamos a salvo.
No sólo la iglesia de La Madeleine conmovió mi alma de ese extraño modo;
también sucedió lo mismo en las iglesias de los pueblos de alrededor, iglesias
todas ellas góticas contruidas en el s. XII. ¿Será verdad lo que algunos
aseguran? ¿Será cierto que los muros de las iglesias están impregnados de una
fuerza espiritual distinta por iniciática? Yo no lo sé. Lo único que puedo
afirmar es que nunca antes había sentido en ningún otro lugar la sensación de
plenitud que allí sentí; una sensación sagrada que ascendía y trascendía el
espacio, el tiempo, la religión... convirtiéndo a todos ellos en una
universalidad eterna. Es algo que únicamente he sentido en los templos góticos franceses y ni siquiera
acierto a comprender muy bien cómo ni por qué. Lo único que puedo decir es que en los templos góticos franceses mi alma se siente alma, el alma aprehende su verdadera naturaleza trascendente, toma conciencia de su verdadero carácter de eternidad, de universo, y de individualidad en una colectividad que la envuelve y la sobrepasa.
Me acerqué pues a considerar a alguno de esos iniciados. He leído
suscintamente algunos de los escritos de Louis Claude de Saint-Martin, de
Guénon, de Fulcanelli, de Schuré... Todos ellos me han parecido sumamente
interesantes, sobre todo porque gracias a ellos he terminado comprendiendo, finalmente,
porque nunca he sentido el más mínimo interés por convertirme en una iniciada.
Y es justamente que el desarrollo del que con más frecuencia (por no decir
exclusivamente) se ocupan, es el personal, individual e intransferible. Lo
cual está en absoluta contradicción con el espíritu que se respira en los
templos góticos, en los que lo individual se transforma en colectivo y el
colectivo en universal, sin grados ni jerarquías. Los templos góticos son
ascensores para el alma y el alma se siente, sencillamente, transportada sin
más a las dimensiones universales y eternas.
En cambio leyendo a los maestros iniciadores-iniciados, uno tiene la impresión
de que lo que le están dando es un manual de instrucciones para subir una
escalera aislada del mundanal ruido. Lo que me irrita al leerlos no es el
manual de instrucciones ni la escalera, que a veces resulta más segura que el
ascensor, sobre todo en caso de incendio, sino que se trata de unas instrucciones
generales para una escalera que no es simplemente individual, esto incluso lo
comprendería, sino completa y absolutamente aislada e insonorizada del mundanal
ruido, de modo y manera que uno ha de preocuparse de su ascenso sin atender a
más razones que a las de su propio ascenso. Los iniciados, y especialmente los iniciados actuales, se concentran en el término "desarrollo individual" y "autodesarrollo" y se olvidan de un concepto que a mí me parce fundamental: el de "construcción". A duras penas uno puede construir algo él solo. Uno de los que lo intentó fue Henry David Thoureau y según dice la obra que escribió al respecto, Walden, además de no vivir en aquellas cuatro paredes más de dos anos, tuvo que aceptar la ayuda que tan amablemente le brindaban sus vecinos; eso sí -dice el amable Thoureau- más por su propia amabilidad y gentileza innata, que le inclinaba a aceptar el amable ofrecimiento que recibía en vez de negarse a admitirlo porque realmente ayuda, lo que se dice ayuda, no la necesitaba. De todas formas si leen Walden no tardarán en comprender que Thoureau es uno de esos jóvenes idealistas y optimistas que incluso en las peores tormentas atisban a ver la magnificencia de la naturaleza y el romanticismo de la violencia; uno de esos jóvenes que cren que pueden pasar sin ayuda y sin gente cuando en realidad aman a las personas y son incapaces de vivir en la soledad y en el recogimiento ya sea el del sabio o el del misántropo. Pero como iba diciendo, los iniciados se centran en el "desarrollo" y se olvidan de la "construcción", con lo que ello conlleva de colaboración, discusión, acuerdo, pruebas, equivocaciones, desmoronamientos, perseverancia, constancia, disciplina, equilibrio entre medios y necesidades, entre espiritualidad y materia, entre sombras y luces... En este sentido, he de reconocer,
que la “Educación del Príncipe Cristiano”, de Erasmus de Rotterdam e incluso “
Aventuras de Telémaco”, de Fenelón, me parecen obras mucho más recomendables en tanto
en cuanto que ambos comprenden (ellos mejor que nadie) que un hombre, por muy
príncipe que sea, nunca en un hombre que pueda desarrollarse aislado de sus
semejantes. Más bien al contrario: cuanto más hombre, cuanto más individuo, más
en el mundo. La espiritualidad sin la materia deja de ser espiritualidad humana.
Pensé entonces que Marine Le pen
se equivoca total y absolutamente cuando reclama “Francia para los franceses”
pretendiendo escindirse de Europa. Marine Le pen se equivoca porque es Francia
la que ha hecho Europa y si mi apuran, Francia la que ha construido el Occidente,
pero Francia no está fuera de su obra. Francia esta inmersa en ella porque es
su espíritu el que ha creado a Europa y a Occidente. La separación de Francia
de Europa significa el desgarramiento interno de Francia, un desgarramiento que
no tiene nada que ver ni con política ni con economía ni con estructuras
sociales; únicamente con el espíritu.
Mis deliberaciones sobre Marine Le pen me llevaron a reflexionar acerca del tema de los refugiados en
particular y de los musulmanes en general. Mi impresión –ya lo he dicho en
algún otro artículo- es que el Otro que ha sido considerado al estilo de
Levinás ha sido el Otro de Afuera pero en estos momentos hay otro Otro que
quiere ser considerado al estilo de Levinás: el de Adentro. Y ello porque el
primogénito –igual que en la Parábola del hijo pródigo- también quiere ser
considerado en serio; porque el problema es que el primogénito está empezando a
hartarse de que sea él el que haga todo el trabajo, él quien prepare y organice
la fiesta de bienvenida y otro el que la reciba. Y que se le diga que ello es
debido a la alegría de recibir al perdido, no le produce ningún consuelo ni le
parece una explicación adecuada. Contribuir al trabajo no ha contribuido; y
ahora llega y se le da una fiesta de bienvenida, lo que nuevamente significa un
par de días sin trabajar; luego un par de días para escuchar lo mucho que el pródigo ha
sufrido, seguidos de un periodo de descanso para que se restablezca de tantos
percances; a continuación la fase necesaria para explicarle cómo funcionan las cosas y los
cambios que se han introducido, el intervalo para que lo entienda, un tiempo
para escuchar sus críticas a las estructuras y las correspondientes propuestas
de cambio y modificación en lo que hasta ahora había funcionado con suma
eficacia, reuniones con el padre que no se atreve a llevarle la contraria al
hijo pródigo no vaya a ser que se vaya, desesperación del primogénito al que se
le intenta convencer con aquello de que la situación se va a ir resolviendo y
que es únicamente una cuestión de tener paciencia. Mientras tanto el hijo
pródigo va afianzando su posición y sigue proponiendo no sólo cambios y mejoras
sino que se atreve a contradecir al primogénito en sus consideraciones mientras
el padre intenta aplacar al uno y no ofender al otro y el hijo pródigo utiliza
el hecho de que, por mucho que sea hijo, todavía carece de responsabilidad,
para exponer sus críticas ante los obreros y hacerse con unos cuantos aliados,
logrando acaparar cada vez más poder.
En este caso pueden suceder varias cosas: que el primogénito se convierta
en un nuevo Caín y sea a su vez condenado por su padre y la Historia; que pida su parte y se vaya; o que se vaya
sin ni siquiera reclamar su pare; que el primogénito se eche a dormir debajo del
árbol más frondoso y termine convirtiéndose en un vago insufrible, se dé a la
bebida, al ocio y al placer hasta su autodestrucción, momento en el que todos convienen
que en realidad aquel primogénito nunca trabajó bien ni fue responsable pero
que como no había forma de compararlo con otro, no lo sabían. En cuanto al hijo
pródigo, fuerza es aceptar que lo que puede llegar a hacer es hasta este
instante un misterio porque lo cierto es que hasta el momento hacer, lo que se
dice hacer, no ha hecho mucho.
Esto si se trata del hijo-hermano pródigo; imagínense ustedes si de lo que
se trata es de un grupo de invitados algunos de los cuales va poniendo bombas a
diestro y siniestro.
¿Quiere decir esto que estoy en contra de los musulmanes y de los
refugiados?
No.
Lo que sí quiero decir es que es importante considerar que el hijo
primogénito no pasa por uno de sus mejores momentos. La hacienda no marcha
bien, a los proveedores se les debe ingentes sumas de dinero y no se sabe cómo pueden ser satisfechas deudas que no paran de crecer y crecer, el padre está
preocupado porque aunque ha introducido la mecanización, los peones sin trabajo
se agolpan a las puertas en petición y búsqueda de una nueva ocupación mientras la inactividad, por su parte,
ya se ha procurado unas cuantas víctimas. Además las indemnizaciones que tiene que
pagar a los empleados despedidos y las cargas sociales son cada vez mayores, pese a sus recortes; el clima no le ha sido propicio y la producción de
la cosecha ha disminuido al tiempo que sus competidores pueden vender más y más
barato porque la mano de obra se paga a coste de esclavo. La situación social
es cada vez más tensa y los altercados entre los trabajadores son cada vez más
frecuentes y más violentos. En esas llega un invitado en busca de refugio y se
le atiende a la espera de que colabore. Pero el invitado, ajeno al parecer a todas este panorama, se aferra a sus
sufrimientos pasados y a sus dificultades presentes.
Ese es el grave problema actual.
Los de Afuera quieren ser tratados como el Otro a la manera de Levinás.
La Hacienda va de mal en peor, los problemas se suceden y el Padre Europa no sabe
cómo resolverlo porque tanto los de Afuera como los de Adentro le dicen que
para eso él es el Padre Europa y que por tanto le toca a él resolverlo; y si no, el
follón.
Sería necesario que tanto los de Afuera como los de Adentro abandonaran por
un instante sus pretensiones de ser tratados como el Otro a la manera de
Levinás y se pusieran manos a la obra para intentar trabajar todos juntos en el
mantenimiento de la Hacienda. Pero eso no va a suceder mientras unos sigan
defendiendo sus derechos y otros exigiendo sus pretensiones sin que ni los unos
ni los otros se esfuercen en activar la hacienda; esto es: la comunidad en la
que viven.
El problema de los recién llegados es que tienen que demostrar lo que
pueden aportar a la sociedad y el problema de los que ya están es que tienen
que demostrar que ellos aportan aún más.
En vez de esto, el victimismo de unos se junta con el victimismo de otros y ninguno
hace nada que no sea liarse a palos entre ellos y a follones con los demás.
Si querían igualdad ya la tienen.
Por su parte, mientras ellos se pelean y algunos incluso se dedican a poner bombas, que ya es lo último que faltaba para echar aceite al fuego, el Padre Europa lucha por
estabilizar la Hacienda y pacificarlos a ellos.
Y al paso que vamos, será el Padre Europa, lo veo, el que termine convirtiéndose
en el cordero inocente dispuesto para el sacrificio.
Esta es la situación en estos momentos. Hablar de Tolerancia empieza a constituir un grave problema incluso para los tolerantes, porque los que ponen bombas, - y si no las ponen amenazan con ponerlas -, sin que
realmente hasta el instante presente puedan comprenderse los motivos que les llevan a hacerlo, exceptuando claro, a los que se refieren a la pretensión de desestabilizar una determinada sociedad porque reclamar no reclaman nada especial, que yo sepa, a no
ser que lo que reclamen sea una determinada religión: la suya, a nivel
universal y un determinado poder: el suyo, dominando globalmente. Con lo cual, en efecto,
estamos en guerra contra una determinada religión y un determinado poder. Pero
el problema es doble. Por una parte, los que quieren esta universalidad no son
el conjunto de los pertenecientes a esa religión y a ese poder sino sólo unos
cuantos, algunos de los cuales están empezando a estar hartos de que no les
dejen rezar en paz y de ser metidos a la fuerza en esa universalidad religiosa justamente
por su religiosidad, lo cual, claro, es de locos.. Y por otra, el terror ha llevado a una situación
de control que afecta a toda la
sociedad y no sólo a los de Afuera y no sólo a los de Adentro. Pero los de
Adentro, que tanto habían luchado por la libertad y la tolerancia, protestan
por esa intromisión en sus vidas y culpan a los de Afuera del recorte de
libertades que sufren, como si no tuvieran ya bastante con los esfuerzos que
cuesta proteger la privacidad de sus datos antes los nuevos Fouchets en los que
se han convertido los departamentos de ventas de las empresas y aprovechando
esta comprensible y sublime indignación, los demoniacos se lanzan a diestro y
siniestro sobre sus víctimas, no importa quién porque todo el que no pertenezca
a su clan es un enemigo.
Todo esto pensé en la Madeleine mientras escuchaba el evangelio que ese día
trataba justamente del hijo pródigo. No me pregunten lo que dijo el sacerdote.
No le presté atención. Como ven, mis propias reflexiones me lo impedían. ¿Qué otra cosa cabe esperar de una bruja ciega?
La bruja ciega
No comments:
Post a Comment