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Friday, September 30, 2016

“Un No es un No”.

Compréndanme: yo, que recuerde, no he militado jamás en partido alguno que se precie. Alguna vez he barajado la idea pero del mismo modo que he barajado la idea de meterme a monja, construir una cabaña a lo David Thoureau o abrir una librería. Al final, nuestras vidas terminan siendo un cócktail surrealista de todos nuestros sueños y como suele suceder con las mezclas unas veces son dulces y otras amargas, en ocasiones ayudan a mantenerse en pie y en otras conducen irremisiblemente al retrete o a la cama. Y hay quienes para los que han resultado, sencillamente, explosivas.

Digo esto porque del mismo modo que nuestra vida es un cócktail, también nuestras consideraciones acerca de la misma –salvo en lo que a los principios se refiere- lo son. Hoy luchamos por hacernos con un coche y mañana lo vendemos para sacar un billete de tren; hoy es una persona la que nos atrae y una semana después ha pasado a aburrirnos y no nos genera nada que no sea cansancio anímico. El hombre busca constantemente nuevos ingredientes con los que elaborar nuevos tipos de cócktail. Lo que en realidad pretende, claro, es encontrar el cócktail perfecto y en ese empeño platónico por la perfección ideal olvida que el cócktail perfecto necesita para llegar a serlo, de nuestro particular consentimiento. Somos nosotros los que decidimos que ese cócktail es perfecto. Somos nosotros los que le asignamos tal denominativo. Pero es tan difícil decidirse.... Así que es mejor afanarse en buscar el ideal, ese que no depende de nosotros y por tanto tampoco de nuestro esfuerzo. ¡Ah! Seguramente deberíamos ir más a misa para escuchar la verdad: que somos nosotros la mayor parte de las veces y por las causas más variopintas los que nos vemos en la obligación de tener que despertar al espíritu para conseguir salvarnos en vez de ser el espíritu el que viene en nuestro auxilio. Lo dijo el cura el otro día cuando explicaba el Evangelio Mateo 8:24: Jesús y sus discípulos iban en la barca, la tempestad se les había echado encima y Jesús estaba dormido; la situación empeoraba por momentos y a los discípulos no les quedó más remedio que despertar a Jesús y ese despertar a Jesús, que es un despertar el espíritu, expresa la necesidad de que el hombre se esfuerce en buscar la salvación no huyendo de la barca, no huyendo de la dificultad, sino despertando el espíritu. Se equivocan, pues, todos aquéllos que se pasan la vida hablando de que requieren de motivaciones, de incentivos y qué se yo qué más, para poder seguir caminando. Si en vez de lamentarse tanto se quejaran menos y cambiaran la actitud pasiva de la espera por la activa del despertar tendrían, no sé si más éxito, pero desde luego más riqueza y fuerza interior. Lamentablemente, he de decir, que el cura, no sé ni cómo lo consiguió, terminó su homilía con el dichoso enfrentamiento entre ricos y pobres que a mí, en cuestiones espirituales, me consterna por no decir enfada. Yo, ya lo he dicho, soy hija del Concilio Vaticano II. En ese tiempo la idea más importante era la de comprender al otro, escuchar al otro, donde comprender y escuchar eran términos moralmente radicales, de lo que se trataba era de valorar al Otro en toda su amplitud, en colocarse en el lugar del otro. En definitiva: en hacer el Amor y no la Guerra y aunque esta consigna haya dado los frutos (Perdón universal, Pederastia y qué se yo), debo decir que fue bonito mientras duró y que a muchos nos marcó para el resto de nuestras vidas, sentenciándonos a ser, quizás, unos perfectos idiotas, por ingenuos, pero precisamente por ingenuos más auténticamente felices y más auténticamente desgraciados que el resto del común de los mortales. El mundo como universo de hombres que se dan la mano, ha sido algo que ha formado parte intrínseca de mí hasta el punto de que si algo me impide comportarme correctamente en sociedad es que trato y hablo a un camarero igual que al director. Me ha costado mucho llegar al convencimiento de que los hombres, por ser hombres, no son iguales. Esto, lo reconozco, supuso un gran descubrimiento. Corro el peligro, lo confieso, de pasar de creer que todos los hombres hablan el mismo idioma: el del corazón a pensar que todos los hombres son unos cínicos con los que la comunicación resulta imposible.  No sería la única persona a la que le habría pasado una cosa así. Es el reto al que han de hacer frente los ingenuos cuando se les descorre el velo de la ingenuidad: evitar convertirse en cínicos sin quedarse anclados en la categoría de amargados. Y sin embargo, qué le vamos a hacer, yo sigo sintiendo una gran y profunda simpatía por aquél Concilio y su doctrina o, por lo menos, por la doctrina que me llegó.

Por supuesto que se hablaba de ricos y pobres. Los pobres en aquél tiempo eran los niños de África y todas nuestras colectas se hacían a fin de recaudar fondos para las Misiones de aquél continente. No obstante hay que decir que las razón más habitual que impulsaba a más de uno, y  a más de dos, a echar dinero en alguna de aquellas huchas de plástico con forma de cabeza de negrito, de indio o de chinito, era la de deleitarse oyendo sonar el ruido metálico y alegre de la moneda al caer. En aquél tiempo, a qué negarlo, la mayoría de la población española, y yo me atrevería incluso a decir europea, se distinguía entre pobres que llegaban a final de mes y pobres que no. Por eso cuando los curas de aquel tiempo aludían a pobres y  a ricos no se referían tanto a las posesiones materiales, que sabían que ninguno de su feligreses tenía, sino a la pobreza y riqueza espiritual. La cuestión que más importaba no era lo que se podía donar sino lo que se podía aportar, hasta el punto de que en dichas consideraciones, una sonrisa, una muestra de amor, la escucha paciente de las preocupaciones del otro, el comprenderlo en su pena y el consolarlo de corazón, se equiparaban a las donaciones materiales. A veces incluso se les otorgaba más valor.

Y esto, le pese a quien le pese, tenía más sentido y más claridad espiritual que la actual, que se empeña en distinguir entre ricos y pobres desde el punto más material imaginable con todos los problemas que ya he citado en alguno de mis otros artículos. Pero es que aún hay más. En primer lugar, cuando se distingue entre ricos y pobres suele suceder que los buenos, los sencillos, los generosos, se crean ricos aun teniendo poco y los avaros, se consideren pobres aún no siéndolo. En segundo lugar, esta distinción condena a los pobres a seguir sometidos al capricho de los ricos, a sus intenciones de dar o no dar, intenciones que, al parecer, la Iglesia – y no el Estado- ha de despertar, dirigir y gobernar.  Y de todo, esto es lo peor porque la Iglesia se mete en terrenos que no son de su incumbencia sino de los ciudadanos, aunque esos ciudadanos sean también parroquianos, (sin pretender ofender, nada impide que un mismo hombre pueda ser padre e hijo a la vez). En tercer lugar, los pobres quedan anclados en su status de “pobres” que no pueden hacer por sí mismos nada que no sea pedir. O sea, que un hombre pobre o tiene porque le dan, o perece. ¿Alguien ha oido una doctrina más elitista y selectiva que esta?

Yo, ya lo he contado alguna vez, he conocido a desheredados de esta tierra que cogían un atlas y lo que a otros les parecía un compendio de páginas aburridas y monótonas representaban para ellos un universo de viajes y aventuras. He conocido a chicos sin nombre y sin tierra que caminaban con sus extraños violines indios a lo largo y ancho de los senderos dejando sonar las más alegres melodías. Ellos veían, realmente veían, las montañas allí dibujaban y escalaban cada metro hasta llegar a la cumbre, y surcaban los océanos, y visitaban los países más lejanos y ellos sentían, realmente sentían, la música que tocaban. No. No fui yo quien les ayudó. Fueron ellos los que me ayudaron a mí y me proporcionaron una visión de la vida de la que hasta yo en ocasiones me olvidaba: la de los sueños hecho realidad por nosotros mismos, porque de nosotros depende despertar o no al espíritu.

Esta terrible y mezquina distinción entre ricos y pobres que se refiere única y exclusivamente a la cuestión material permite que los ricos se sientan contentos consigo mismos cuando dan una moneda al pobre de al lado, pero sentencian al pobre a seguir mendigando y a dejarle anclado en su condición de víctima. Le niegan al pobre la posibilidad de despertar al Espíritu dormido, a su espíritu dormido. En definitiva: le despojan de su riqueza espiritual.

Repito: las injusticias sociales son los ciudadanos los que las resuelven, pero la Iglesia tiene que enseñar que pobres o ricos poco importa. Lo fundamental es que cada cual despierte al Espíritu dormido. Esa es la obligación y la necesidad que cada uno de nosotros tiene. Y después, en un segundo estadio, hablaremos de las injusticias sociales y será como ciudadanos que las resolveremos en los lances nunca agradables pero siempre esenciales de la política.

Salgo de misa iracunda como de costumbre. ¿Por qué vas a misa? Me pregunta el tranquilo Jorge. “Para enfadarme, claro”, le respondo. “La misa es el único sitio en el que actualmente uno puede encontrar un poco de alimento para el intelecto y para el espíritu. Al paso que van las Humanidades, créeme, van a terminar refugiadas igual que antiguamente: en los conventos.”

Y Jorge, claro, se ríe y piensa que bromeo.

¡Ya me gustaría bromear a mí!

Mientras tanto en España la función “Sálvame” pasa al terreno político. También lo he dicho ya. No son los programas como “Sálvame” los que hacen a la sociedad. Es la sociedad la que hace a “Sálvame”. En estos momentos España entera es un Sálvame. El espíritu en España no es que duerma, es que ronca a pierna suelta y ocupados como estamos en jugar el juego de los líos y liosos nadie tiene tiempo de ir a despertarle.

Pedro Sánchez lo intenta y claro, no le queda otra que enfrentarse a la vieja guardia a muchos nos recuerda a “Saturno devorando a sus hijos”. A los hijos rebeldes, claro. La generación de la vieja guardia socialista es una generación complicada. Lo avisé en su momento: en la generación de la gerontocracia. La que se considera llamada a mandar y a conservar el Poder, con la ayuda de los vasallos jóvenes que los reverencian por el empaque con que caminan, por la seguridad que irradian, por la convicción que muestran en sus afirmaciones. La vieja guardia se ha mantenido en la niebla observando y controlando y ahora que las cosas no marchan como ella quisiera, vuelve a la luz radiante del sol a poner orden y disciplina. El caso es que hubo un tiempo en que yo también estuve a favor no ya de una abstención sino de una coalición en toda regla. Pero ahora la situación interna tanto del PP como la del PSOE es demasiado conflictiva como para convertirse en aliados. Una abstención precipitaría al PSOE a su desaparición. Lo único que quedaría de él serían las siglas y las glorias pasadas. Una gran parte del electorado se iría a Podemos y otra a Ciudadanos o incluso al PP. Quizás en Andalucía seguiría gobernando pero únicamente hasta que Podemos se afianzara lo suficiente como para arrebatarle el poder. La vieja guardia del PSOE cree, creo yo que lo cree, que Podemos es una nueva Izquierda Unida que terminará desinflándose tarde o temprano. A mí me gustaría creerlo pero lamento decir que no es así. Podemos es un mutante. Le da igual adoptar una forma u otra con tal de conseguir votos. Ya lo dijo en su día Pablo Iglesias: él lo que quiere es ganar. La lucha entre Errejón e Iglesias no es de carácter ideológico, ni siquiera una cuestión de poder personal. De lo que se trata es de buscar, y encontrar, la estrategia, la táctica, más efectiva a la hora de obtener votos. ¿Deben radicalizarse o mantenerse en la moderación? No, en absoluto. Podemos no es una nueva Izquierda Unida. Se equivocan quienes piensan así. Las nuevas generaciones van a sumarse a sus filas. El PSOE está cansado, incluso el andaluz lo está. Demasiado cansado como para despertar el espíritu. Allí queda la vieja guardia y los conformistas, buenos hijos, o como ustedes quieran llamarlos, que sueñan con heredar el puesto de poder moral de la vieja guardia ignorando que el problema que pasa siempre es que ese poder moral desaparece en el mismo instante que la vieja guardia lo hace. El poder moral no es hereditario. Por eso que la vieja guardia lo sabe, no está dispuesta a cederlo. No lo puede ceder. El poder moral tiene que ser conquistado igual que ella lo conquistó en su día. Esto, lamentablemente, es lo que la vieja guardia ha ocultado a las nuevas generaciones de seguidores a base de usar los términos de traición, deslealtad y demás que son todos ellos, como ustedes observan, de carácter moral y bien moral. Como si ellos nunca hubieran tenido manchas en su moralidad moral. Pero es mejor hablar de los fallos de los demás por aquello de que nadie es perfecto y sólo el Papa es infalible. Al menos lo era en mis tiempos y en los que corren actualmnte hay muchos candidatos a Papa en las viejas guardias políticas.

La lucha de Pedro Sánchez es la lucha del individuo que tiene un principio que defender contra la masa que sigue opiniones. Para el PSOE en estos momentos la única forma de supervivencia que tiene es el No. Si se abstiene, el PP gobernará y el PSOE morirá. Muy posiblemente mueran ambos.

Pedro Sánchez es el hombre que lleva el espíritu de lo que ha de ser un partido socialista en estos instantes en España. Puede ayudar desde la oposición o en el gobierno pero no puede colaborar con los rivales porque los rivales, en su opinión, no lo han hecho bien y colaborar con rivales que a su juicio no lo han hecho bien sería convertirse en colaboracionista.

Incluso aunque le echen del partido, las generaciones futuras recordarán a Pedro Sánchez por hombre de principios cuando el resto hablaba de pactos. Pactos que no ayudarán a resolver un panorama que se vislumbra desolador. Ni los intereses del partido ni los de España aconsejan en este instante otra cosa que sea un No. Un rotundo No. Que Pedro Sanchez se lo haya ocultado a su particular vieja guardia saturniana es de sensatos. Al público nunca lo ha hecho.

“Un No es un No”.

Ya era hora.


La bruja ciega.

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