Eso es lo que le digo a Carlota cada vez que ella se empeña en seguir en su
mundo de nubes rosas. A veces, incluso
las hadas, por muy hadas que sean, han de regresar a este mundo y contemplarlo
desde su dimensión más inmediata y no de arriba a abajo, que es como
normalmente lo observan y por eso todo lo ven más pequeño,- las
alegrías como las tristezas -, y por eso, tal vez, pueden ser más equilibradas en
lo que a los sentimientos se refiere. En cambio las brujas estamos dentro y
bien dentro del mundo; dentro de su materialidad. Por eso sus miserias nos
resultan tan conocidas como su fortuna y por eso, también, lloramos tan fuerte
como reimos.
Y sin embargo...
Sin embargo a las hadas, justamente por ser hadas y permanecer fuera del
mundo real, les está permitido mantener un optimismo vedado a las brujas. En efecto,
incluso en nuestros momentos más alegres y risueños nos sentimos inundadas por una especie de
vago desconsuelo porque somos conscientes de que esos instantes dichosos son también etéreos y se irán como han venido: sin sentir. Aunque para no faltar a la verdad es igualmente cierto que incluso en las peores
adversidades atisbamos un rayo de sol en la distancia por aquello de que “no
hay mal que cien años dure”. Así pues, ni nuestra felicidad nos proporciona
alas ni nuestros quebrantos nos precipitan al vacío. Carlota en cambio,
vuela cuando el júbilo la inunda y se deja caer extenuada cuando su alma alberga
el desaliento. ¿Conocen ustedes la tristeza de un hada? Es terrible. No sólo
ellas sufren: el mundo siente su dolor y permanece quieto, silencioso, sin
saber qué hacer. Es entonces cuando las brujas tenemos que encargarnos de la
situación y luchar por conseguir que alcen nuevamente el vuelo y que el mundo
recupere su equilibrio. Ello sólo es posible comprendiendo lo que en esencia mueve
a las hadas: la luz.
Carlota está a favor del burkini, esa prenda que es una prenda de vestir
pero que hemos de aceptar que no es simplemente una prenda de vestir porque el
burkini lleva aparejado un concepto religioso-moral. Carlota está convencida de
que en una sociedad abierta y plural las diferentes religiones pueden convivir
en paz las unas con las otras. Carlota está tan convencida de la fuerza del laicismo
y de la tolerancia que no admite, ni por un instante, que algo pueda acabar
ni con el uno ni con la otra.
En cambio, yo, la bruja, contemplo el burkini y veo cómo se introduce de
puntillas el concepto religioso-moral de una religión que, al igual que la
católica, intenta ser universal – de ahí que la conversión ocupe uno de sus
pilares fundamentales- y que promete el disfrute de las huríes a los varones
creyentes. No deja de tener un punto de ironía: que obliguen a las mujeres a
llevar al burkini hombres para los que la recompensa celestial son mujeres con
cuerpos y rostros de celestial belleza. Lo que me intranquiliza, sin embargo,
no es en absoluto cómo está conformado el Paraíso sino el deseo terrenal de una
religión, sea la que sea, por llegar a ser universal. A Europa le ha costado
siglos conseguir limitar las injerencias del clero en la marcha de los asuntos
políticos. En los países árabes esto todavía no ha sido logrado, y al paso que
vamos tampoco parece que vaya a serlo en mucho tiempo. Más bien al contrario:
la tradición islámica se asienta allí con cada vez más fuerza y si algo la
paraliza no son las fuerzas externas sino las controversias y disputas que habitan en su mismo interior. Mi oposición al burkini nace de mi pesimismo ante la creencia de que
el laicismo pueda mantenerse mucho tiempo en pie frente a un embate de semejantes dimensiones. Que además
unas divertidas monjitas decidan bañarse en el mar vestidas con su hábito no
hace más que incrementar mi angustia porque yo, que vengo del catolicismo más
castizo y más rancio, o sea, el español, todavía me acuerdo de las luchas y
esfuerzos de las monjas durante los años ochenta por deshacerse del hábito,
dejar el convento e irse a vivir en comunidad en pisos alquilados. Ahora, por
lo que parece es otra la idea. Y que conste que ya lo dije en su día en mi
comentario a las Cartas Persas: con tanta mujer transformada en carne con ojos no
está lejos el día en que se nos vuelva a encerrar en el convento, en el harén o
en la cocina.
Optimismo contra Pesimismo
Laicismo contra Orden Eterno e Inmutable.
Hadas o Brujas
O Equilibrio...
Ustedes, claro, no han visto la serie “Merlin”. Demasiado baladí. Es una de esas series que mejoran a medida que avanzan. En los primeros capítulos el espectador tiene
la impresión de que asiste a la función del seminario de teatro que los aventajados
alumnos de secundaria han preparado, pero conforme prosigue la historia, los
personajes van tomando consistencia y hay momentos en los que incluso llega a
irradiar sabiduría. Por ejemplo, el capítulo en el que el Arturo tiene que
matar al fantasma de su padre porque él, Arturo, no
es su padre y quiere hacer las cosas de forma distinta, además de que las circunstancias cambian y otras han de ser las
medidas a adoptar y otra la actitud a seguir. Arturo tiene que matar al fantasma de
su padre porque el fantasma quiere continuar la tradición que no es más que su
propio modo de concebir la existencia sin comprender que la existencia tiene su
peculiar e independiente forma de Ser. Arturo tiene que matar al fantasma de su
padre porque a su padre únicamente le importa la supervivencia inamovible del
reino por él establecido, mientras que todo el esfuerzo de Arturo se encamina a
la consecución de Albión: reino de reinos. Pero no nos engañemos: el uno, el fundador de Camelot, es tan
poco globalista como el otro, el fundador de Albión. La diferencia estriba en que el fantasma del
padre de Arturo defiende una horda y Arturo busca establecer una comunidad y una comunidad gobernada, por ende, al modo y manera del diálogo habermasiano. No sale bien
del todo: el diálogo habermasiano, como todos los discursos ético-racionales,
se olvida de las ambiciones y pasiones humanas. El único que no se olvida de
ellas es Maquiavelo en sus magistrales Discursi y por eso, justamente, es poco
leído y aún menos considerado. Qué le vamos a hacer. Hasta cierto punto es
comprensible: quién no preferiría ser un hada antes que bruja...
Pero siguiendo con nuestras disquisiciones: las pretensiones de Arturo no
son globalistas. Y no lo son por dos motivos: el primero por aquello que suele
repetir mi amigo Jorge: “Lo grande te hace perder la noción del tamaño y lo
gigantesco te pierde a tí”. Y en segundo lugar porque Arturo organiza su
gobierno sentado en una mesa redonda, estableciendo así lo que más tarde
constituirán las pautas del discurso habermasiano, y es que el diálogo habermasiano,
se diga lo que se diga, no es ni globalista ni universal. El diálogo
habermasiano es, en esencia, comunitarista, en tanto en cuanto el diálogo de
los participantes es únicamente posible por la armonía en los niveles lingüísticos y en las
estructuras mentales que éstos manejan y que les permiten, en caso de disputa,
armonizar los diferentes criterios y alcanzar acuerdos. Las partes dialogan
como partes de un mismo sistema de esquemas y de valores dentro de una mesa que por muy redonda que sea no deja de ser limitada en lo que al número de participantes se refiere. Pero eso sí, el hecho de hablar un "mismo" lenguaje les posibilita llegar a a un equilibrio que ellos denominan "consenso".
El equilibiro es necesario
El equilibiro es necesario
Equilibrio entre el optimismo a veces ensoñador de las hadas y el pesimismo
a veces derrotista de las brujas.
Equilibrio entre lo distinto dialogante y lo distinto inconciliable.
Equilibrio entre la vida y la muerte.
Equilibrio entre lo que es, lo que será, lo que puede ser, lo que no es y
lo que fue.
Equilibrio es lo que una y otra vez buscan conseguir los aliados del rey Arturo y los abanderados de Albión...
Equilibrio es también lo que una y otra vez repite la Antigua Religión del reino de
Camelot, religión arrojada y desterrada a lo más oculto del bosque porque los
nuevos tiempos han llegado y con ellos las nuevas creencias.
Equilibrio.
El Ayer lucha por su supervivencia y el Hoy pelea por instaurarse definitivamente en el ser. Pero mientras lo Nuevo está apoyado por numerosas simpatías, la única que se mantiene fiel a la Antigua Religión es una mujer: Morgana. Incluso Merlin, casi al final de la serie, termina traicionando a la religión mágica que él mismo representa porque con esa traición al Ayer Merlin busca asegurar la existencia del Hoy. Paradójicamente con esa traición que simboliza ante todo, una traición a sí mismo, a su mundo, a su esencia más profunda, todo cuanto él mismo representa, y que pretende salvar al Hoy queda sentenciada la muerte de Arturo, el hombre que quiere lograr hacer realidad Albión, reino con el que tantos sueñan y por el que tantos han sacrificado sus vidas.
Equilibrio.
El Ayer lucha por su supervivencia y el Hoy pelea por instaurarse definitivamente en el ser. Pero mientras lo Nuevo está apoyado por numerosas simpatías, la única que se mantiene fiel a la Antigua Religión es una mujer: Morgana. Incluso Merlin, casi al final de la serie, termina traicionando a la religión mágica que él mismo representa porque con esa traición al Ayer Merlin busca asegurar la existencia del Hoy. Paradójicamente con esa traición que simboliza ante todo, una traición a sí mismo, a su mundo, a su esencia más profunda, todo cuanto él mismo representa, y que pretende salvar al Hoy queda sentenciada la muerte de Arturo, el hombre que quiere lograr hacer realidad Albión, reino con el que tantos sueñan y por el que tantos han sacrificado sus vidas.
Equilibrio...
Equilibrio es la palabra clave que la Antigua religión una y otra vez
repite.
Consenso es la palabra con la que los nuevos tiempos denominan al "equilibrio".
Consenso es la palabra con la que los nuevos tiempos denominan al "equilibrio".
Equilibrio es la palabra que al día de hoy Alemania no se atreve a
pronunciar. Y no se atreve porque, sencillamente, tiene miedo de contemplarse
en el espejo de la verdad.
La verdad, ¿qué es la verdad?
La verdad es que hace veinte años en los multiculturales campus
universitarios germanos los estudiantes extranjeros ya éramos advertidos por otros
estudiantes extranjeros de que la simpatía y apertura que se les mostraba duraría
exactamente dos años. Transcurrido este tiempo al forastero se le empezaría a
preguntar con suma cortesía cuándo pensaba irse. La verdad es que incluso en
los multiculturales campus uno escuchaba cómo más de uno y más de dos suspiraban
con tristeza “es que somos demasiados"; poco importaba que ese uno y ese dos
tuvieran parejas extranjeras. Ese “es que somos demasiados” no tenía nada que
ver con xenofobia, ni siquiera con angustia existencial; más bien con
insuficiencia respiratoria: les faltaba aire, el aire de la libertad. La verdad
es que los turcos, con esa desintegración que se ha hecho más visible en la
tercera generación, no se lo han puesto fácil. La verdad es que las exigencias
de los recién llegados que se quejan de todo antes incluso de haber aterrizado,
tampoco. Es verdad que el fantasma del nazismo todavía se pasea por los
cementerios y las calles colindantes en los días de lluvia. El alemán quiere
olvidar y seguir hacia delante. El fantasma le persigue por los rincones y el
alemán tiene que matarlo al tiempo que los intrigantes y los enemigos intentan
colarse por las rendijas de las puertas del castillo y estos son tantos y tan
dispares que ya no sabe ni a quién creer. ¿Quién es el enemigo? ¿El ortodoxo
Putin o el musulmán Erdogán o el americano Trump-Hillary o el Grecia-Brexit o
todos? El alemán lucha contra el fantasma del pasado, para que no resucite pero
al tiempo que lucha contra su fantasma ha de dilucidar clara y serenamente
quién es su enemigo real en el palacio.
Enemigos espectrales que quieren volver a ser reales y enemigos reales que
se le aproximan en forma de visiones.
O Hadas o Brujas o equilibrio.
Hadas: Cada cual según su criterio y Dios en casa de todos pero cada uno en
la suya; juntos pero no revueltos.
El equilibrio de ambas: lo más difícil de conseguir. Veamos: cada cual según su criterio, Dios
en casa de todos pero no revueltos y leyes que aten a ese que pretende que su
criterio sea mi criterio sin que nadie piense, o haga pensar, que tales leyes
impiden la libertad de los ciudadanos que quieren vivir según sus criterios, con islas tranquilas en las que poder guarecerse en épocas de tormenta.
Equilibrio.
El Afd ha ganado.
Equilibrio de resultados, necesidad de diálogo.
Y es ahora, ahora, cuando los nuevos tiempos que habían colocado en el centro de la sala la mesa redonda del Rey Arturo a fin de que el logro del equilibrio-consenso basado en el diálogo habermasiano, resultara más fácil de obtener, se
encuentra con un invitado disonante y todos, claro, le echan la culpa a la señora
Merkel por haber roto el diálogo consensuado sin entender que es, precisamente,
la señora Merkel la que ha hecho posible ese diálogo consensuado. La señora
Merkel ha hecho lo que nadie se atrevía a hacer: coger el toro por los cuernos, o sea agarrar al fantasma por el
cuello y llevarlo al centro de la mesa para exponerlo a la vista de todos.
Lo dije en su momento y lo repito. El tema de los refugiados no era un tema
político como tampoco era un tema alemán, ni húngaro ni español ni austriaco.
Era un tema social y era un tema europeo. Lo que la señora Merkel les ha
mostrado y demostrado a los ciudadanos europeos es que una gran parte de la
sociedad europea desea que se construyan muros cuanto más altos mejor, que no
se deje entrar ni a extranjeros ni a extraños, que se acoten las fronteras, que
se vigilen y que se defiendan cueste lo que cueste dicha defensa. Eso es lo que
la señora Merkel ha mostrado y demostrado a los buenos y honestos ciudadanos
europeos dejando entrar a tantos refugiados.
¿Qué hubiera pasado si la señora Merkel se hubiera opuesto a la entrada de
refugiados?
Habría sido acribillada por muchos de los que ahora le recriminan su debilidad. Cuando
los refugiados empezaron a llegar, una gran parte de la población alemana los
recogió como recoge el penitente su cruz: para lavar su culpa. Eso fue lo que
animó a tantos a ayudar. Pero los alemanes veían con desespero que sus fuerzas
se agotaban, que los recursos escaseaban, que esos refugiados no sólo eran
refugiados sino problemáticos, que una parte de Europa ignoraba sus esfuerzos y
otra parte les incriminaba el dejarlos pasar. En los periódicos españoles la
avalancha a la que los voluntarios alemanes hubieron de hacer frente pasó sin pena ni
gloria, dando en cambio grandes titulares a los albergues quemados por la
extrema derecha; no se ha hablado de los cursos de aprendizaje del alemán, de
los cursos de formación profesional, de las clases que se han habilitado y que
han sido creadas especialmente para los nuevos escolares a fin de conseguir una
integración efectiva en un momento posterior. De eso apenas han tenido noticias
los lectores españoles que aún creen que las pocas decenas de emigrantes que
han llegado a la Península es por culpa de la señora Merkel, o que lloran de
emoción al ver lo bien que España, al contrario de lo que pasa en otros
lugares, ha sabido acogerles. Incluso trabajo les ha dado.
La señora Merkel hizo lo único que entonces era posible, por razonable y sensato, hacer: dejar pasar a los
refugiados. Los alemanes han podido lavar las culpas de sus abuelos y bisabuelos, los
ciudadanos europeos han tenido que abandonar su hipocresía, la doble moral que
su doble discurso sostenía, y no les ha quedado más remedio que aceptar que lo
que ellos quieren en realidad es “Europa para los europeos” y la sociedad, la
de derechas tanto como la de izquierdas, han tenido que aceptar que se puede
recoger a unos pocos refugiados pero ayudar a muchos es, sencillamente,
imposible. Los europeos han tenido que aceptar que tienen muchos ideales pero
que ser hermanitos de la caridad no está entre sus más inmediatos objetivos.
Lo que ha hecho la señora Merkel es conseguir algo que hasta el momento no existía:
el consenso social.
Si hace un año, la señora Merkel hubiera dicho que no a la entrada de
refugiados, la extrema izquierda se le habría lanzado al cuello. No sólo la
extrema izquierda: también los penitentes y todos aquellos que han vivido sumergidos
en el complejo de culpabilidad por los crímenes cometidos por la generación de
la guerra. Si hace un año la señora Merkel hubiera dicho que no podía acoger a
los refugiados, Europa entera, esa Europa hipócrita que dice “a” y “no a” por
miedo a equivocarse y que justo por eso termina convirtiéndose en un nuevo
Hamlet en el que sólo los culpables sobrevivirán, sean cual sean esos
culpables, se hubiera alzado en una única voz al grito de “Inhumana”. Si hace
un año la señora Merkel hubiera cerrado las fronteras, no hubiera podido evitar seguramente algún
disparo suelto o algún herido accidental y en ese caso no sólo Alemania, no sólo
Europa ¡el mundo entero!, habría echado el grito en el cielo. ¿Se acuerdan
ustedes de las reacciones que provocó la periodista que le puso la zancadilla a uno de los
refugiados? ¡Imagínense que se hubiera tratado de soldados tiroteando a diestro
y siniestro!
Digan lo que digan, lo cierto es que la señora Merkel actuó como tenía que
actuar y en vez de criticarla como se la critica, tendría que ser alabada y ser
reverenciada por dejar al descubierto el cisma entre el deber ser y el ser,
entre los sueños y la realidad, entre lo que dice quererse y lo que
verdaderamente se quiere.
La señora Merkel ha desenmascarado Europa.
Y todavía muchos se sorprenden de la victoria del Afd, victoria conseguida
pese a las rencillas y desacuerdos internos. ¿Seguirá ganando? Depende.
La cuestión armenia aclarada primero, y no aclarada después, supone un
problema para muchos alemanes, sobre todo porque se trata de una cuestión de
principios. Y si para contentar a Turquía-Erdogán ha de aceptarse suavizar la
cuestión armenia, otro buen puñado de alemanes votará al Afd.
Se dice y se repite que el Afd es un intruso en la mesa política. Lo es. El
Afd es el intruso social disconforme con lo que allí se decide. El Afd es el
plebeyo que entra para dar un puñetazo en la mesa y poner los puntos sobres las
ies; lo que él considera que son los puntos sobre las ies. Algunos esperan que
llegue, grite lo que tenga que gritar y desaparezca y por eso lo ignoran, lo
cual tendrá el efecto de exasperar los ánimos aún más; otros en cambio, esperan
utilizar a ese plebeyo para sus propios beneficios e intereses y no dudarán en
intentar conseguir que su puñetazo reciba más consideración de lo que se merece
y lo que es una protesta termine convirtiéndose en una revuelta y la revuelta
en una guerra al estilo de la guerra de los treinta años.
Eso son los peligros que el Afd entraña.
Se requiere, pues, el Equilibrio.
Las hadas: creen a pies juntillas en el diálogo habermasiano.
Las brujas en la ley del dique y el embate, la ley del más fuerte.
El equilibrio entre ambas ideas: un diálogo habermasiano basado en la ley
del dique y el embate, en la que o bien el dique sea capaz de sostener la avalancha
que desde dentro le presiona tanto como la de fuera, o bien termine el dique
desplomándose y las fuerzas de uno y otro lado terminen anulándose mutuamente
debido a la mezcla que el combate origina; mezcla compuesta de los muertos a
causa del choque frontal, a los cuales les importaba poco morir y por eso se
habían situado en cabeza, y de los vivos de la retaguardia. Seguramente Carlos
Saldaña tenía razón y al final, el único realmente caído en desgracia sea el
dique de contención.
Se requiere el equilibrio.
El problema: que el significado del término equilibrio es en la
Antigua Religión distintinto del que se sustenta en la concepcion arturiana-habermasiana.
La concepción de Arturo del equilibrio es el resultado final que surge a partir de una serie de
opiniones dispares pero armonizables y consiguientemente armonizadas a través de un diálogo en igualdad de condiciones.
En cambio, en el equilibrio de la
Antigua Religión no hay armonización que valga. El equilibrio expresa más
bien un intercambio: una vida por una muerte, una muerte por una vida; un hada
por una bruja, una bruja por un hada.
A estas horas, a más de uno y a más de dos, les resulta completamente indiferente
la cuestión de si el islam es una religión de paz o de guerra, si tiene
capacidad para convivir con otras religiones y con otras ideas o no, si sus
componentes pueden integrarse o no.
A estas horas, la victoria del Afd expresa que es hora de tomar en serio el
puñetazo en la mesa y empezar a escuchar las reivindicaciones del Otro: de ese
que no es musulmán, que no quiere burkini y que quiere estrechar la mano de su
maestra cuando se reúne con ella para tratar temas escolares, de ese que desconfía de los forasteros tanto como de su
vecino y que no tiene ningún problema en enfrentarse a ellos como tampoco tiene
ningún problema en enfrascarse en trifulcas con ese que vive al otro lado del
seto y que haga lo que haga le molesta por la sencilla y simple razón de que le
quita el poco aire de que dispone para respirar.
La victoria del Afd exige encontrar el equilibrio entre dos “yo”
enfrentados; el equilibrio entre dos “otros” que no son “otros” a la manera de Levinás sino a
la manera de la teoría de los opuestos pero que reclaman ser tratados como el "Otro" de Levinás. Hasta ahora el Otro del que una y otra vez debían ocuparse los políticos a la manera del "Otro" de Levinás eran los
recién llegados, los extranjeros. Ahora ese "Otro" que exige ser considerado al modo de Levinás es el de adentro y es él el que pide la atención de los padres de la patria y la pide a gritos porque se
siente abandonado y desatendido.
Y aquí estamos:
El "Otro" al modo de Levinás llegado de Afuera
El "Otro" al modo de Levinás que ya está Adentro
Pero curiosamente ninguno de ellos reclama el equilibrio a la manera de
Arturo, ninguno de ellos busca el equilibrio a través del diálogo armonizador, conciliante y consensuado sino que, sorpresa de sorpresas, entre tantas diferencias ambos encuentran un punto en común: ambos persiguen el equilibrio a la manera de la Antigua Religión; esto es: a la manera del intercambio: una vida por una muerte, un prisionero por una libertad.
Este tipo de equilibrio que la Religión Antigua defiende es justamente lo que hace prácticamente imposible que en el litigio entre el Afd y la religión musulmana pueda introducirse en
la estancia de la mesa redonda del Rey Arturo para poder sentarse a discutir sus posturas. Sencillamente ninguno de ellos,
ni el uno ni el otro, la quiere y mucho menos la tolera. Los unos no quieren mezquitas y a poder ser, tampoco vecinos mientras que los otros se niegan a estrechar manos de maestras al tiempoo que reivindican el burka. Ambos grupos aspiran a
instaurar, imponer, o como ustedes quieran llamarlo, su Orden Eterno e
Inmutable, lo cual – habida cuenta de que el laicismo se ha traicionado a sí
mismo del modo tan ruin en que lo ha hecho- resulta incluso comprensible.
Por lo que a mí respecta yo
necesito, hoy más urgentemente que nunca, la mesa redonda de Arturo.
Hay algo peor que no poder
respirar porque hay demasiada gente.
Y es no poder respirar
porque el aire está enrarecido a fuerza de no abrir las ventanas para evitar
resfriarse.
La bruja ciega.
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