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Wednesday, September 21, 2016

Una pesada carga

Escribir se convierte en más de una ocasión y en más de dos en una pesada carga, sobre todo cuando se trata de una obligación y no de lo que debiera ser: una actividad catársica, el encuentro de uno mismo con su sentimiento y su razón. ¡Ah! El sentimiento y la razón... todos hablan de ellos pero definir lo que dichos conceptos significan e implican resulta tan difícil como expresarlos en su justa medida. A veces uno dice “te mato” y es un simple reflejo de su enfado, otras es una advertencia y otras, en efecto, es un hecho. A veces uno da un beso y es el beso de Judas y otras, en los que uno, da un bofetón a su novio o a su novia, es la consecuencia de una amor tan profundo como incontrolado e incontrolable por aquéllo de que “hay amores que matan”. Determinadas personas aguantan “carros y carretas” de vampiros emocionales y narcisistas varios llevadas de un amor mal entendido y sin embargo, esas mismas personas deforman y mancillan el honor de los que sinceramente les aman pensando que su amor es hipócrita e interesado y cuando finalmente esas personas las abandonan creen que tenían razón en sus consideraciones.

En cuanto a la razón.... la única forma que yo conozco es la palabra. Incluso las fórmulas matemáticas han de ser explicadas apoyándose en ella. No obstante, hablar es, hoy como ayer como seguramente lo seguirá siendo mañana, uno de los retos más difíciles a los que una persona inteligente ha de enfrentarse. Las verdades, las medias verdades, las media mentiras, las mentiras, comparten espacio y tiempo con las diferentes perspectivas de un asunto, las distintas consideraciones, la multiplicidad de estrategias a la hora de enfrentarse a su resolución, la variedad de resultados y la diversidad de las consecuencias de cada uno de esos desenlaces, muchas de las cuales no están exentas de cargas emocionales: religiosas, biográficas, ambiciones, miedos, esperanzas...

Así pues, palabra y razón van de la mano pero no como dos amigas bien avenidas sino como dos compañeras de viaje que forzosamente han de realizar juntas la travesía fijada pese a que no se soportan. Terrible destino al que ninguna de ellas puede oponerse por más que ambas no dejen de intentarlo una y otra vez. ¿La última solución? La inteligencia de los ordenadores. Una inteligencia salida de la inteligencia humana pero de la que se espera, casi se ansía, que sea capaz de desarrollarse y regenerarse ella misma para que de este modo el hombre, esa maravilla del universo, pueda aliviarse del pesado lastre con el que la naturaleza, los dioses, Dios, o todos juntos le han cargado: su inteligencia. Una inteligencia que, en efecto, únicamente a través de un adecuado avance del sentimiento y de la razón puede progresar adecuadamente. Ello sólo es posible a través de la palabra: hay un malentendido, hablemos; hay un problema, hablemos. Pero para hablar hay que conocer las palabras y para conocer las palabras hay que aprender y sólo es posible aprender a través de la comunicación e intercomunicación con otros hombres y esto exige escuchar, analizar, reflexionar, considerar....lo cual, a su vez, requiere de momentos de soledad. Cuando el hombre es un esclavo o está en una situación desesperada le falta todo esto y por tanto le falta la palabra y de ahí que carezca, también, de raciocinio. Sobrevivir es entonces el único objetivo, a no ser que el cansancio o la desesperación sean tan terribles que ya ni a eso se aspire.

Pero en los hombres bien comidos, bien dormidos y bien vestidos, la palabra ha llegado a ser –posiblemente siempre lo fue- una pesada carga de la que no sabe muy bien cómo puede desprenderse.
Por eso los ordenadores se han convertido en una esperanza. La esperanza de liberar al hombre de la siempre agotadora tarea de desarrollar la inteligencia con la que las fuerzas del universo le marcaron y poder dedicarse, finalmente, a la naturaleza animal, bestial, que lleva dentro y contra la que lleva luchando desde que fue expulsado del Paraíso.

El hombre moderno del moderno mundo no quiere la razón, ni la palabra ni la inteligencia. Lo que quiere es practicar su naturaleza animal, esa que constantemente le susurra que el deber de desarrollar su inteligencia cognitiva-emocional es un fardo que lleva arrastrando desde hace demasiados siglos y que le ha impedido ser un uno armónico con la Naturaleza, con el mundo en el que vive, con el Universo. Únicamente deshaciéndose de la razón podrá llegar a ser realmente Hombre, lo que realmente significa “Hombre”: Hombre-animal-naturaleza.

Y hete aquí que para conseguirlo lo primero que ha de hacer es librarse de la palabra. Para ello, nada mejor que contaminarla de carga emocional falsa-verdadera-llanto-sentimentalismo-victimismo-verduguismo justiciero (y ya sé que la palabra “verduguismo” no existe pero eso de victimismo-verduguismo suena divertido, ¿no creen?) y luego, cuando ese volcán de emociones incontroladas, incontrolables, incontroladoras, incontrolantes... se han apaciguado no queda más que los lamentos, los llantos, los quejidos, los ayes, los suspiros... pero nada más.

¿Y la razón? La razón la tendrán los ordenadores como ahora la tienen los clásicos. Las voces del pasado que no se leen, que cuando se leen no se leen directamente sino a través de otros que ya las han leído previamente, o que aseguran haberlas leído previamente, y que publican libros y libros explicando cómo hay que entender esas voces del pasado. Pero como hay tan pocos que las leen, ser considerado una eminencia en el tema depende muchas veces de la forma en que el ese erudito entra en escena. El parecer es así, junto con las emociones, otro de los grandes enemigos de la razón. El parecer está mezclado con la razón pero se niega a desprenderse de las luces de las candilejas. El parecer es la deformación estética del Ser. El parecer tiene siempre algo de sublime, de magistral, porque exige la transformación, la adaptación artística del Ser y de la realidad del Ser a una nueva forma de Ser y de Realidad que no tiene nada que ver con lo realmente real pero que es sumamente agradable (o desagradable) de observar.

Además de las emociones desbordadas y desbordantes que utilizan la palabra para someterla a la naturaleza más animal, más bestial, más brutal del hombre,  y de las apariencias, que recurren a la palabra para adaptarla a su propia creación,  hay otro gran enemigo de la razón: la opinión.

El conocimiento racional forma y conforma ideas. La ignorancia sólo puede producir opiniones.

Esto que ya en su día vió Platón, ha quedado en el olvido y son muy pocos los que entienden la barbaridad, el salvajismo, la irracionalidad, la anti-humanidad, que encierra eso de “es mi opinión”. Como muy bien supo distinguir Kant, uno puede opinar sobre gustos porque ello está unido a la sensibilidad y la sensibilidad ha de ser individual. Kant, eso sí, se traicionó a sí mismo escribiendo una obrita acerca de Lo Bello y Lo Sublime, que es un tratado de generalizaciones que, por muy bien escrito que esté y por mucho que Kant intente “explicarse” termina cayendo en las contradicciones e insensateces en las que todas las generalizaciones acerca de los hombres, de los pueblos y de las naciones terminan cayendo. A veces tengo la impresión de que Kant lo escribió única y exclusivamente para pasar el rato y divertirse consigo mismo. Seguramente se divirtió tanto consigo mismo que no pudo resistirse a publicarlo para que otros también gozaran de sus ocurrencias. Es la única manera de entender esa obra. Si alguien la toma en serio, llegará a conclusiones sumamente erróneas. Y esto, claro, es una opinión porque he de confesar que desconozco las razones últimas que llevaron a Kant a escribir sobre lo bello y lo sublime del modo en que lo hizo. Pero como iba diciendo, en generalizaciones y en gustos, la opinión se impone como elemento no racional, no racionalible, no racionalizante. La opinión es individual y susceptible a variaciones porque es intuitiva y espontánea. La opinión puede ser cierta o no cierta, pero resolverlo no le compete a la opinión sino al conocimiento.

No sé por qué escribo todo esto. No lo sé. No me pregunten cuál es el punto. Más que un punto de lo que se trata hoy es de configurar-me una explicación que dé cuenta de la situación en la que nos encontramos en este momento: en la puerta de entrada al palacio de la barbarie.

De dicho palacio nos libraría el conocimiento. Nos libraría que el hombre moderno volviera a las bibliotecas, se olvidara de los best-seller, de los cómics, de los resúmenes de las obras clásicas, de las interpretaciones que otros han escrito al respecto , y se encerrara él solito con todos esos pensadores clásicos de los que tan apenas se conocen los nombres, uno por uno, a desvanarse los sesos intentando comprender qué diantres están diciendo y qué diantres quieren decir; que se decidiera a rescatar los libros clásicos de la montaña de polvo bajo la que dormitan y los usara y reusara hasta sacarles el brillo de antaño, igual que se hace con los viejos edificios cuando son restaurados para nuevamente volver a ser habitados. Pero eso exige esfuerzo, temperancia en los sentimientos, ánimo en las emociones, fe en la importancia de la tarea, soledad, dedicación... Es mejor dedicarse a elaborara teorías de la conspiración a base de opiniones, apariencias y emociones animalescas. Es mejor.

La razón fue siempre una cuestión que estuvo en manos de unos cuantos. No por políticamente elitista ni porque esos hombres poseyeran una naturaleza superior y distinta a la de los otros hombres sino justamente por todo lo contrario: por humana, demasiado humana. El hombre nunca quiso ser hombre. Hubiera preferido ser bestia o dios, pero no hombre. Ser hombre exige permanecer en la cuerda floja con el consecuente riesgo que esto conlleva: caer.

El hombre se ha caído unas cuantas veces a lo largo de su historia como hombre – siempre que estaba cansado para sostener el balanceo, que no es otra cosa que el equilibrio; ahora, según parece, está nuevamente cansado. O bestia o dios. Fuenteovejuna elige la bestia y los inteligentes se decantan por delegar su raciocinio en el dios ordenador. Unos y otros están cansados de ser hombres, del peso que conlleva ser hombre. Demasiados desgarramientos. Pero en vez de intentar coser y remendar esos desgarramientos a través de la razón, de la palabra que expresa la razón y no la emoción animal, ni la apariencia interesada e interesante, ni la opinion, sino la idea racional, el hombre desgarra total y absolutamente sus vestiduras y corre a sumergirse en la naturaleza más primitiva, o crea nuevos trajes experimentando nuevos materiales con el último propósito no sólo de que le cubran al tiempo que esconden los rotos sino de convertirlos en una segunda piel. Segunda piel, dice el hombre racional y con ello descubre la traición que se inflinge a sí mismo porque aunque él diga “segunda piel”, lo que en realidad quiere decir es “primera piel” en tanto que es la realmente visible.

Así están las cosas.

¿El punto?

El punto es que las humanidades han sido desterradas y los humanistas no sólo han sido desterrados sino que además han abandonado su tarea y se han vendido al marketing, al derrotismo, al “postureo” (vieja palabra que designaba la actitud de Fuenteovejuna en la plaza del pueblo pero que ahora sirve para designar el comportamiento de los humanistas, y digo humanistas porque ustedes ya saben en qué nivel se encuentran los intelectuales, unos porque han sido denostados y otros porque, en efecto, se han denostado a sí mismos a base de traicionar no sólo sus opiniones, que esas son perfectamente traicionables, sino sus ideas – que no pueden ser traicionadas sino únicamente refrendadas o refutadas por nuevos conocimientos y nuevas reflexiones, análisis.

En este sentido la escolástica fue un arma de doble filo. La escolástica tuvo sentido mientras se permitió a los estudiosos leer las fuentes originarias y luego las interpretaciones a esas fuentes. Se convirtió en la guillotina del conocimiento cuando se prohibió acceder a las fuentes originarias y únicamente se admitió como autoridad incuestionable lo que no eran más que interpretaciones más o menos reflexionadas acerca de esas fuentes originarias. Cuando las interpretaciones empezaron a su vez a ser interpretadas e igualmente lo fueron las interpretaciones de las interpretaciones, y todo ello, además, con la obligación de seguir los determinados cánones exigidos por la política y la religión bajo pena de ostracismo o muerte en caso contrario,  la razón sufrió un nuevo revés y de ella no quedó más que la cervantina “razón de la sin razón que a mi razón se hace, de tal manera que mi razón enflaquece.”

El hombre se hace animal y pretende legar su inteligencia al dios ordenador.

¿Cuál es el punto?

¿Aún no lo saben?

Los populismos, los populistas, los populares, el populacho, la popularidad, -Oriente-Occidente, Norte-Sur,  ateo-fanático-religioso-laico, pobre-rico, poco importa...- todo ello se dirige hacia una y única meta: la animalidad.

Mientras tanto la élite racional delega su inteligencia humana en el dios ordenador a la espera de que éste la proteja y la salvaguarde durante el tiempo de la barbarie – perdón: “estado de naturaleza”- en el que el hombre va a permanecer hasta que, quién sabe, algún día el hombre se decida a salir de dicha barbarie – nuevamente perdón, “estado de naturaleza”.

La esperanza de las élites racionales en estos momentos es que el dios ordenador se desarrolle y sostenga durante ese periodo de oscuridad. El miedo de las élites racionales es que su desarrollo llegue a ser tan efectivo que no tenga ninguna intención de hacerlo y al nuevo y radiante Prometeo-hombre no le quede más remedio que decidirse a arrebatarle la razón a los guardianes que la han estado custodiando y honrando durante todo el tiempo en el que ha permanecido dormido.

Esa es una de las esperanza-miedo de las élites racionales.

La otra esperanza de las élites racionales descansa en la posibilidad de que seamos visitados por extraterrestres y que este acontecimiento nos obliguen a ser hombres no sólo para comunicarnos con ellos sino también para afirmarnos como especie ante ellos. El miedo de las élites racionales es que los extraterrestres sean bestias con cerebro de modo que o nos exterminen, o nos esclavicen o nos lancen a las cavernas. De todos los miedos, éste último es el que menos nos debería preocupar. Al paso que vamos si no lo hacen los extraterrestres, lo conseguiremos nosotros solitos y por deseo propio.

Me encantaría ser optimista.

Me encantaría poder creer en un milagro.

Lo único que acierto a ver en el horizonte son los tambores no de la guerra; peor aún: de la barbarie.

¿Comprenden ahora por qué hace tantos días que no escribo?

Uno nunca debería escribir sin vislumbrar al fondo del túnel una pequeña luz.

Y la estrella lo único que dice, lo único que acierta a repetir es: “Sigue, sigue adelante, sigue”

Y yo no sé adónde. No sé adónde. No lo sé.

Y sigo, sigo, sigo. 

Con el traje desgarrado a jirones.

Sigo.

La bruja ciega.


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