A qué negarlo. Siempre he admirado a esas personas que dedican cada minuto
de su tiempo a escribir: ya sea para contar su vida, la de los demás, las
pensadas por él o las escuchadas por sus oídos. Es un trabajo penoso, no crean,
y no tanto por el escribir en sí como por la atención que exige prestar a las comas, a los errores gramaticales, a la
repetición de palabras, a las erratas. Es una guerra que yo, mucho me temo, he
perdido en más de una ocasión. En mi caso escribir no es ni una necesidad, ni
una actividad espiritual; es, sobre todo, una reflexión a la que me obligo para
que la vida no pase tan sin ser sentida y tan sin ser meditada. Escribo porque
la publicación, justo porque es lanzada a un mar repleto de mensajes embotellados en
forma de blogs, pasa lo suficientemente desapercibida como para poder ser considerada privada y consiguientemente permitirme el lujo de teclear a la
velocidad del pensamiento; segundo, porque se lo prometí a Carlota y tercero,
porque –vanidad de vanidades - yo me divierto bastante conmigo misma y con mis
ocurrencias, hasta el punto de que, a veces, cuando estoy harta de no leer más
que las mismas ideas que se suceden en los diferentes periódicos, aterrizo a releer aquello que
escribí y que al día de hoy, aun sin parecerme digno de un académico de la lengua
española, sí me sigue entreteniendo.
Yo, fuerza es admitirlo, soy una de esas
que se ríe de sus propios chistes, con o sin coro ajeno.
Esto, que seguramente a ustedes no les interesa en absoluto, es –de alguna
manera- lo que, sin embargo, he de repetirme constantemente para conseguir dedicarme a la penosa tarea de comentar sucesos que el viento trae y el viento
lleva y que poco o nada afectarán a nuestras vidas más inmediatas. Por ejemplo,
las controversias que se están desarrollando en Francia, país en el que la
palabra es filosofía y la filosofía es arte, de lo que se deduce que la palabra es
arte y, por consiguiente, el arte es palabra.
La pregunta que ha tenido
ocupados a los veraneantes franceses ha sido “Burkini ¿sí o no?” Y las
discusiones han ocupado gloriosas tardes que de otra forma no hubieran sido más
que aburridos y monótonos periodos de silencio envueltos en el tórrido y
mortecino calor del estío. Así, viejos y jóvenes, hombres y mujeres, han
dedicado su tiempo a reverenciar a la diosa palabra y a los ángeles argumentos y
la noche reconfortante ha caído sobre ellos, dispuestos a llevárselos a
disfrutar de paseos nocturnos y tan verídicos como el vino mismo.
“Burkini ¿sí o no?” Y Carlota que es un hada responde con un seguro y firme
“sí”, mientras que la bruja que soy yo pronuncia un no menos contudente “no”. –
“A ver, poneos de acuerdo” – aconseja el tranquilo Jorge tranquilamente
divertido por nuestra opuesta contestación.
-“Eso es imposible” – le replico. Su respuesta difiere de la mía
porque cada una de nosotras está refiriéndose a un tema completamente distinto.
- “Como de costumbre no entiendo ni una sola palabra de lo que dices” –protesta
Jorge acomodándose en el césped para librar una buena batalla contra las hormigas mientras Carlota se
aleja y pasa a ocuparse del vuelo de las mariposas porque sabe que las
discusiones en público es algo superior a sus fuerzas pero innato a las
nuestras. Carlos, en cambio, prefiere dormirse como siempre duerme en estas
situaciones: vigilando con un ojo a Carlota y con un oído registrando nuestra
conversación.
-“Carlota dice que sí al Burkini”, le explico, “porque Carlota considera la
cuestión desde el punto de vista de la vestimenta”, le digo. “Un burkini no es,
al fin y al cabo, más que una prenda que una mujer decide ponerse para ir a la
playa. Muchas mujeres se sienten más cómodas cubiertas de ropa que medio
desnudas. Compréndelo, hasta cierto punto es sorprendente que la misma mujer que
aprende que no es adecuado que se la vea en bragas y sujetador, haya de aceptar que
puede ir a la playa y a la piscina en bikini e incluso en tangas. Piénsalo
detenidamente, Jorge, es de locos. Si además nos atenemos a la cantidad de
advertencias contra la exposición al sol por el cáncer de piel, quemaduras,
deshidratación y demás riesgos,
tendremos que admitir que la consecuencia más inmediata que de ello se
desprende debería ser que todas las mujeres utilizaran en la playa el burkini y
los hombres las chilabas, jubah y jelabiya correspondientes. Sin llegar a tales extremos médicos, Carlota dice “sí”
al burkini porque ha mamado la educación republicana tradicional francesa
caracterizada por ser laica y tolerante con las ideas ajenas y las religiones
distintas a la cristiana; entre otras cosas, te recuerdo, porque los enemigos
de mis enemigos son mis amigos y una gran parte de Francia sigue siendo hoy,
como ayer, no simplemente laica sin más sino laica anti-vaticano y cualquier
religión o doctrina que pueda delibitar sus muros, bienvenida sea. En fin, Carlota está convencida de que con sol o sin sol, cada cual puede ir
vestido a la playa como mejor le plazca, - ya sea con burkini, con hábito de
monja o con traje de novia -, porque todo lo contrario se opone a los valores
de Occidente. “Valores de Occidente” empieza a ser la jarra de vino gratis de
la que todo el mundo se sirve sin más y a la que cada vez hay que añadirle más
agua para que no se agote, porque la verdad es que hace tiempo que hubo que
aguar el vino de los valores y ahora ya sabe más a agua que a vino. Imagina,
Jorge, que se nos ocurriera ir desnudos a la playa. Muchos valores y no
podríamos por aquello de alteración del orden público.Yo, en cambio, tomo la
cuestión desde otra perspectiva: la política. En primer lugar, el burkini no es
simplemente una vestimenta. Es una simple vestimenta para unos cuantos; para
otros tantos, se trata, hora es ya de que lo admitamos, de una provocación. Una
especie de “hago lo que quiero porque quiero y porque vuestros valores están
ahí para ser utilizados en mi provecho y no en el vuestro, infieles impíos”.
Y esto significa lo siguiente: que por un lado el burkini es una afirmación de
una determinada religión; que algunos pertenecientes a esa religión no sólo exigen
que sus mujeres lleven el burkini sino que desprecian a las mujeres que no lo
llevan y las desprecian manoseándolas y toqueteándolas en cuanto aquéllas llegan
a la piscina y muestran orgullosas el bikini que tantas dietas les ha exigido, y
todo esto por no hablar ya de los sectores en los que rige la sharia para todos
los que viven allí. Pero hay algo más: hasta donde yo sé, Francia ha sufrido “un
par” de atentados terroristas que han conmociado su paz y su discurso. Es
cierto que no todos los musulmanes son terroristas pero no es menos cierto que todos y cada uno de los peores atentados han sido perpetrados por musulmanes. No sólo eso: los
atentados no han sido perpetrados por musulmanes que mataban a diestro y
siniestro para atracar un banco, o para robar un museo, o para asaltar una
joyería. No. Los atentados han sido perpetrados por musulmanes que
reivindicaban su religión musulmana. O sea, que mataban por su religión sin que
ningún francés pueda responder a ciencia cierta qué pretendían a nivel
religioso con esos asesinatos por causas religiosas. El hombre francés, amante
de la palabra hasta convertirla en arte, se queda sin palabras en este asunto y
no sabe qué decir y es que con los atentados llevados a cabo, los terroristas
no exigían un mejor trato para los musulmanes, ni la libertad para practicar su
religión o qué se yo. Los atentados de los terroristas musulmanes son atentados
perpetrados única y exclusivamente para reverenciar a la religión musulmana. Los
atentados de los musulmanes significan la declaración de guerra de una religión
a un mundo en el que esa religión es aceptada como una más pero sin ser
considerada la verdadera, única y absoluta. Declaración de guerra que, todo hay
que decirlo, tampoco ha sido declarada por las vías habituales sino por otra:
la suya propia. Ante esos atentados, Francia se enfurece y declara la guerra.
El problema es que Francia ha declarado la guerra al IS que es, dicen, el
organismo, ejército, o como quieran llamarle, que acoge y forma a los
terroristas musulmanes de este mundo. Siendo el IS un ejército musulmán que
mata y muere por la religión musulmana, no es de extrañar que una parte de
Francia, una gran parte de Francia, entienda que lo que el país galo lleva a
cabo es una guerra contra la religión musulmana. ¿Tienen culpa los franceses de
ser tan intolerantes? Más bien, diría yo, lo son los propios musulmanes por
poner tantos tantas bombas. La población difícilmente puede diferenciar entre
musulmanes buenos y musulmanes malos. ¿Cómo hacerlo? ¿Es musulmán bueno el que
va a la mezquita o el musulmán laico que se queda en casa? Lo cierto es que
todos los musulmanes creyentes acuden con fervorosa fe a orar a la mezquita y
cumplen con sus obligaciones; lo que diferencia a los buenos musulmanes de los
malos musulmanes es que los malos musulmanes ponen bombas y los buenos, no.
Pero lamentablemente esto sólo se sabe una vez que ha estallado el artefacto. ¿Comprendes,
Jorge? De las mujeres que van con burkini a la playa unas son simplemente
fieles y otras son fanáticas pero ¿cómo reconocerlas? Por otra parte, si algun
terrorista musulmán se dedica a atacar en la playa puede fácilmente saber a
quiénes ha de perdonar la vida. Eso sin olvidar que en determinados lugares el
burkini puede llegar a ser lo normal y el bikini, lo minoritario y en ese caso,
me gustaría saber a mí, qué sucedería.
“¿Burkini sí o no?” es además una
pregunta similar a “¿debe estrechar la mano de la maestra el hombre musulmán o
no?” y como al parecer la respuesta es “no” yo me veo forzada a demandar: ¿exigen
los musulmanes tolerancia hacia su vestimenta y no muestran tolerancia hacia
nuestras formas de saludo y respeto al interlocutor, sea hombre o mujer, en
sociedades que consideramos igualitarias? ¿Por qué tuvo que disculparse la
maestra alemana ante el padre musulmán por haber exigido a éste que le
estrechara la mano al iniciar la conversación, al exigir ser tratada y saludada
como se saluda en su propio país a una persona, ya sea mujer u hombre? Si le molesta tocar, rozar la piel femenina, que se ponga un guante. Vamos, digo yo.
Yo comprendo a mi amiga Carlota y estoy de acuerdo con ella: cada cual
puede vestirse como quiera, pero del mismo modo que nadie comprendería que una
mujer acudiese al teatro, ya fuera en bikini o en burkini, tampoco comprendo
por qué un hombre se opone a practicar las formas acostumbradas de la sociedad
en la que vive y se niega a estrechar la mano de una maestra en el colegio
antes de iniciar una conversación con ésta acerca de los asuntos de su hijo. Con
ello lo que hace, sobre todo, es reforzar la condición de mujer de esa maestra,
olvidando así que antes que mujer es persona y que en esa situación es una
persona cumpliendo una función: la de maestra. Tales hombres que no estrechan
la mano a una mujer lo único que muestran es que el mundo se divide en dos: hombres
y mujeres, y que haga lo que haga, lo único importante para la mujer es ser
mujer, prohibiéndole con ello convertirse en persona y cumplir una función.
¿Y esto no atenta contra los valores de Occidente? Sin embargo, la maestra
que exige que se le estreche la mano es condenada a pedirle perdón a aquél que
se niega a hacerlo. Se ignora que el no estrechar la mano en Occidente no sólo
significa desprecio sino incluso una declaración de guerra hacia el otro.
“Burkini sí o no” es
exactamente lo mismo que “Estrechar manos sí o no”.
Como escribió Voltaire en su tratado: la tolerancia acaba allí donde empieza
la intolerancia. El problema: mientras el discurso se centre en la actitud
cínica y en el oportunismo y conveniencia social, encontrar una respuesta no
será fácil y ello lo único que servirá será para incrementar tanto el número de los
fanáticos musulmanes como el de los fanáticos anti-musulmanes.
¿Lo que yo realmente pienso?
Señores, soy una vieja bruja. ¿Han visto alguna vez que alguna vieja bruja
se sienta cómoda mostrándose al mundo abiertamente? ¿Conocen a alguna que
sienta simpatía por el género masculino?
Personalmente, estoy a favor del burkini y de no estrechar manos masculinas.
Demasiadas bacterias.
Puestos en ser sinceros, ni siquiera me gusta la playa:
demasiada arena, demasiada gente, demasiado calor de día y demasiado ruido de
noche, y además el agua está contaminada por el sudor humano y por los residuos
industriales y hay demasiadas algas. Yo prefiero la montaña, si puede ser en
temporada baja de garrapatas.
Pero llevada única y exclusivamente del amor a esos dilipendiados valores
occidentales, justamente en defensa de la tolerancia contra la intolerancia que
mata, me sitúo en contra del burkini y a favor de la exigencia de que los
hombres estrechen las manos de las mujeres. A tanto llega mi sacrificio por
esos valores occidentales: ¡Incluso a darle la mano a un hombre! Y esta seguirá
siendo mi postura hasta que los terroristas musulmanes dejen de matar en Occidente. A este paso, cualquier día, después de alguna bomba, les oiremos
decir que tenemos que ser tolerantes, comprensivos, caritativos y no
rencorosos. Y a los franceses, mal que les pese, no les quedará más remedio que
echar mano de aquel insuperable “ ¡No seáis egoistas!” papal.
¡Ah! ¿Qué haría Occidente sin el Vaticano?
La bruja ciega
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