Ayer a la hora de acostarme una cantinela sin sentido empezó a tararear en
mi cerebro: “Los cocodrilos lloran, los cocodrilos gimen. Los cocodrilos
envidian la vida del gorila.” No me pregunten qué significa. Al día de hoy
tampoco sé quiénes son los cocodrilos y quién el envidiado gorila. El
surrealismo avanza imparable en mi existencia. Dos días antes un libro había
salido volando literalmente de la estatería para terminar aterrizando
estrepitosamente, gracias sin duda a la fuerza de la gravedad, en el suelo. Que
en casa de una bruja sucedan estas cosas no es extraño; lo raro, lo insólito es
que tengan lugar estando en compañía de personas absolutamente carentes de
cualquier atisbo de excentricidad. El libro caído era “La Iliada”, de Homero. Y
hoy, al asomarme a la ventana a contemplar cómo siguen mis rosas, tan fuertes y
delicadas a la vez, encuentro pétalos dispersos por el jardín debido
probablemente al juego de “atrápame si puedes” al que últimamente se dedican el
gato y el mirlo del vecindario. Al parecer los gatos de la postmodernidad han
olvidado a sus compañeros de juegos tradicionales, los ratones, para
intensificar sus tratos con los mirlos. Los alemanes por su parte se dedican a
reflexionar sobre el tema que tradicionalmente más les ocupa y preocupa: sus
relaciones con los vecinos. Los nuevos “vecinos” de los germanos son los turcos
y a ellos, dice algún alemán en algún
programa de televisión, han de acomodarse si quieren vivir en paz. Es muy
posible que los que así hablan tengan razón. El problema es que los turcos no
son sus únicos vecinos. Los rusos también lo son. Y vistas así las cosas, los
americanos no lo son menos. Adaptarse a tantos vecinos no es tarea fácil y al
paso que vamos veo a los alemanes haciendo malabares. Seguramente eso es
también lo que las empresas y los consorcios libres observan ultimamente en los
gobiernos actuales: malabares y carambolas con las finanzas, los populismos, el
pluralismo, los monoteísmos amén de las catástrofes naturales que de vez en
cuando golpean aquí y allá. Entre tanto desconcierto una luz aparece en el
horizonte: el TTIP. Lo que para unos es un rayo de sol es para otros el reflejo
de un trueno.
Y esto, el estruendo del TTIP es, de todo lo acontecido en la última
semana, lo único que me ha impedido conciliar el sueño; a mí, que acostumbro a
dormir como un lirón. El surrealismo lo soporto porque en el surrealismo no hay
nada que conciliar. Mi insomnio, en cambio, lo generan aquellas cuestiones que
deberían encajar en el puzzle pero que por mucho que lo intente, incluso lo
fuerce, no terminan de acoplarse adecuadamente y ello porque la hipocresía de
las Fuenteovejunas planetarias lo impiden una y otra vez. No los gobiernos, no
los lobbys, no los grandes bufetes de abogados, no las empresas. No. La
hipocresía de las diferentes Fuenteovejunas que quieren una cosa, exigen otra y
luchan por una tercera, completamente distinta de las anteriores, es
precisamente lo que lo impide. Pero nadie, ni los lobbys, ni los gobiernos sean
del color que sean, ni las empresas, ni los bufetes de abogados, se atreven a
decirlo, ni tan siquiera a insinuarlo, porque temen, seguramente, que ello
agrande aún más el globo de los populismos.
Las Fuenteovejunas piden empleo. Las Fuenteovejunas piden riqueza, un
coche, una casa con jardín o un coqueto piso con los últimos adelantos. Las Fuenteovejunas
exigen encontrar un trabajo donde les plazca y pasar sus vacaciones en
cualquier punto del globo sin tener que pedir permiso ni tan siquiera a su
bolsillo. Eso es lo que las Fuenteovejunas de este mundo reclaman. Y como
Fuenteovejuna somos todos, todo eso queremos todos nosotros: la totalidad del
Planeta. En resumidas cuentas: lo que las diversas Fuenteovejunas quieren, piden
y ansían es ni más ni menos lo que se denomina universalidad global a nivel
privado; o, lo que es lo mismo: la globalidad del individual confort.
De este modo, las diferentes Fuenteovejunas exigen a voz en grito su propia
individualidad e idiosincrasia en lugar de admitir que lo que en realidad anhelan
es un establo en el que poder moverse a sus anchas. Y ello porque las Fuenteovejunas
terráqueas son incapaces de comprender que el individualismo está reñido con el
colectivismo y que la idiosincrasia difícilmente puede conservarse cuando uno
se empeña en sumergirse en la piscina de la globalidad porque allí las reglas
han de ser lo más uniformes posibles a fin de posibilitar la natación al mayor
número de personas con el menor número de conflictos. Pero hete aquí que
Fuenteovejuna quiere nadar, bucear y jugar a sus anchas en la piscina global
cuando quiera, cómo quiera y con quién quiera ignorando, o negándose a
reconocerlo, que ello únicamente es posible si, y sólo si, Fuenteovejuna se
hace ella misma global. Porque en el caso de que las distintas Fuenteovejunas
insistan en seguir siendo distintas Fuenteovejunas, la piscina global
continuará siendo un terrible caos, fuente de infecciones, percances y broncas.
A este respecto los gobiernos nacionales de las diversas Fuenteovejunas
poco o nada pueden hacer. Sumidos ellos mismos en debacles financieros, debiendo hacer
frente a la convulsiones internacionales, a los imprevistos, a las
peculiaridades de sus vecinos, a las demandas socio-económicas-religiosas y a lo
políticamente correcto, los gobiernos lanzan hoy una ley y mañana y mañana otra
a fin de satisfacer a sus electores, que son, a fin de cuentas, a los que se
deben todos ellos. Puestas así las cosas no es de admirar que en la sopa global,
los gobiernos, atados de pies y manos por tantas y tan diferentes
reivindicaciones, se hundan al tiempo que apenas queda espacio para la multitud
de nadadores que reclaman su derecho a ejercer su santa voluntad decreto
nacional en mano. Decreto nacional que de bien poco – por no decir nada - sirve en la piscina global.
Pero las Fuenteovejunas de este mundo insisten en reclamar trabajo,
movilidad, libertad, igualdad, pluralidad, idiosincrasia, individualidad y
colectividad; reclaman el salario mínimo y el derecho de los trabajadores
a no trabajar más de treinta y cinco horas
trabajadas al tiempo que reclaman internet y la posibilidad de comprar y vender
a cualquier hora en cualquier lugar. Reclaman su gusto personal, su derecho a
ser diferente mientras adquieren aprisa y corriendo lo último en moda y
tecnología digital.
En suma: las Fuenteovejuans de este mundo reclaman “a” y “no a”
Ello genera un gran y terrible dolor de cabeza. El mismo que estamos
sufriendo todos nosotros. Los gobiernos no pueden alcanzar a cubrir tantas
exigencias, mucho menos la de la globalidad al gusto y manera de cada individuo, y Fuenteovejuna los declara
inservibles y abre las compuertas no se sabe si a los populismos, a las
demagogias o a ambas. Las empresas por su parte, se avienen a ofrecerles la
globalidad, la movilidad y la flexibilidad. Otra cuestión, claro, son los
derechos del trabajador. La ley de la oferta y la demanda tiene sus propias reglas
sagradas que ninguna empresa puede infringir porque ello supondría contradecir
el axioma máximo de toda empresa que consiste en el beneficio. Esto no es ni positivo ni
negativo. Es simplemente un hecho. Si el axioma principal fuera otro distinto
al beneficio estaríamos ante una fundación de caridad, o ante una entidad
estatal sin fines lucrativos, pero en cualquier caso ya no se trataría de una
empresa propiamente dicha.
Así pues el problema es que la globalidad exige uniformización y los
gobiernos nacionales tienen cada uno de ellos sus propias reglas. La globalidad
exige uniformización y esto llevado al ámbito gubernamental exige conciliación
de códigos legales y enfocado desde el punto de vista empresarial significa la
concentración de las industrias que se dedican a un determinado ámbito a fin de
poder extenderse lo más lejos posible, o lo que es lo mismo: a potenciar la
competitividad.
Que a esta unificación-concentración algunos le denominen “utilizar las posibilidades de la era digital” y otros “la extensión de los tentáculos del Leviatán” es más una simple cuestión dialéctica, retórica y de gustos que otra cosa. La realidad es que un mundo global sólo es posible cuando las incomodidades burocráticas y los obstáculos al movimiento son los mínimos y ello únicamente existe cuando las empresas se unen, concentran, fusionan, alían, en un marco uniformador de regulaciones que no puedan ser fácilmente cambiadas por gobiernos democráticos, democráticamente siempre en equilibrio inestable y que hoy deciden una cosa y mañana se ven presionados por sus ciudadanos a declarar otra, y al día siguiente son las corporaciones nacionales las que reclaman algo completamente distinto. Todos estos movimientos sísmicos generan fallas y provocan resquebrajamientos que impiden el funcionamiento global del mundo, que es a lo que Fuenteovejuna, nuevamente es preciso recordarlo, tampoco quiere renunciar.
Que a esta unificación-concentración algunos le denominen “utilizar las posibilidades de la era digital” y otros “la extensión de los tentáculos del Leviatán” es más una simple cuestión dialéctica, retórica y de gustos que otra cosa. La realidad es que un mundo global sólo es posible cuando las incomodidades burocráticas y los obstáculos al movimiento son los mínimos y ello únicamente existe cuando las empresas se unen, concentran, fusionan, alían, en un marco uniformador de regulaciones que no puedan ser fácilmente cambiadas por gobiernos democráticos, democráticamente siempre en equilibrio inestable y que hoy deciden una cosa y mañana se ven presionados por sus ciudadanos a declarar otra, y al día siguiente son las corporaciones nacionales las que reclaman algo completamente distinto. Todos estos movimientos sísmicos generan fallas y provocan resquebrajamientos que impiden el funcionamiento global del mundo, que es a lo que Fuenteovejuna, nuevamente es preciso recordarlo, tampoco quiere renunciar.
Uno puede decantarse por la globalidad y rechazar el regionalismo o al
contrario. Pero las Fuenteovejunas de este mundo no entienden o no quieren
entender que elija lo que elija ha de elegir un solo paquete: el de la globalidad o el
del regionalismo, y que además en ese paquete, sea el que sea, las ventajas van inexorablemente unidas a las desventajas y
por tanto resulta imposible hacerse con las ventajas del paquete sin al mismo tiempo tener que hacerse cargo de sus desventajas y aún
menos posible resulta aprehender las ventajas de los dos paquetes sin ninguna
de sus desventajas, que es lo que más de uno y más de dos, pretenden hacer
creer a las Fuenteovejunas de este mundo.
Los ingleses son quizás los únicos que han entendido el quiz de la
cuestión. Lo han entendido porque son los únicos que una y otra vez han
renunciado a la universalidad y a todos los predicadores de la universalidad.
Ellos tienen un simple axioma: pragmatismo. Y el pragmatismo no puede ser
universal porque cuando el pragmatismo es universal suele servir siempre a un
centro universal, ya se llame Babilonia, Persépolis, Atenas, Roma o el
Vaticano. Es por eso, seguramente, por lo que Enrique VIII, (yerno – no hay que
olvidarlo- de los Reyes Católicos y testigo de las bestialidades que Torquemada
llevaba a cabo en nombre de la ortodoxia religiosa, hasta el punto de que todo
era herejía, mucho más cuando los declarados herejes eran económicamente
pudientes, lo que sin duda contribuía a incrementar las arcas de la
Iglesia-Estado, siempre pobres y siempre hambrientas, sistema que no tardó en
propagarse –vistos los pingües resultados – por el resto de Europa,
especialmente en Alemania,) llegó a la conclusión que el negocio con las
creencias era sin duda un buen negocio siempre y cuando la competencia para
regularlo y los beneficios obtenidos quedaran en las manos reales y no en las
arcas del Estado Vaticano. Así que sin más dilaciones que las que debidas a unas
cuantas cabezas cortadas a fin de orquestar un buen golpe de efecto, la
cuestión de la independencia económica de Inglaterra con respecto a la Roma
Católica, la madre de la universalidad más universal inimaginable, quedó desde
entonces zanjada: Enrique VIII se declaró cabeza de la Iglesia Anglicana además
de seguir siendo rey por la gracia de Dios, por más que papistas y presbíteros
siguieran conspirando entre bastidores, unas veces contra ellos y otras, contra
el mismísimo rey.
Sí. A los ingleses la universalidad universal les huele a chamusquina. Y
por tanto han decidido decidir lo que otros Estados están pensando que deberían
hacer pero que no se atreven a hacer para no molestar a sus vecinos, no vaya a
ser que los vecinos se alteren y esto les traiga quebraderos de cabeza así como
la quiebra de la paz social. A los ingleses sus vecinos les interesan bien
poco. Los ingleses quieren su independencia para ellos, consigo mismos y por sí
mismos. Los británicos quieren ser los que cierren los acuerdos económicos que
les competen para asegurarse de que los beneficios van a parar a sus arcas y no
a ninguna caja común, por mucho que esa caja común al día de hoy ya no se llame
Vaticano sino Bruselas.
El TTIP exige dirimir la
siguiente cuestión: ¿qué es preferible, mantener la soberanía de los gobiernos
nacionales u otorgársela a las empresas internacionales? Esta y no otra es la
cuestión.
- Si las diferentes Fuenteovejunas
deciden darle la soberanía a sus respectivos gobiernos, los conflictos
nacionales tendrán además de carácter político, carácter económico porque el
gobierno no siempre podrá hacer frente de forma satisfactoria a la creación de
puestos de trabajo. Los gobiernos ricos habrán de cerrar las fronteras y
protegerlas de aquéllos que pretenden entrar en busca de empleo. Los conflictos
entre unas naciones y otras, originadas por fuerzas superiores a ellas, ya sean
de tipo empresarial, religioso o incluso político, será un peligro del que
habrá que estar siempre pendiente. Igualmente habrá de controlar en manos de
quienes están las Universidades, los tribunales, los medios de comunicación,
etc. La sospecha de que algún ciudadano esté proporcionando datos nacionales a
multinacionales empresariales se generalizará y cualquier ciudadano puede ser
acusado de traidor a la patria.
- Si deciden otorgarle el poder
soberano a las empresas internacionales, tendentes siempre a la concentración,
los conflictos políticos quedarán limitados a simples revueltas populares sin
grandes influencias en el transcurso de los acontecimientos económicos que
continuarán su existencia paralelamente al de los gobiernos nacionales e
incluso, al ritmo que vamos, regionales y locales. Sin embargo, el secreto
empresarial y la cuestión de la posesión y trasmisión de datos, ya sean
referentes a investigaciones o a datos sobre clientes, será algo que cualquier
empresa internacional temerá. Muy posiblemente sus trabajadores sean
controlados y vigilados en su esfera de trabajo e incluso fuera de ella.
De todo ello resulta que el sometimiento de los ciudadanos a un control excesivo ya sea por parte del Estado o de las empresas es posible con TTIP o sin TTIP, y lo mismo sucede con las revueltas y el estallido de la violencia.
De todo ello resulta que el sometimiento de los ciudadanos a un control excesivo ya sea por parte del Estado o de las empresas es posible con TTIP o sin TTIP, y lo mismo sucede con las revueltas y el estallido de la violencia.
- Si las diferentes fuenteovejunas
nacionales les conceden el poder soberano a sus respectivos gobiernos, éstos
han de romper sus relaciones con la Banca Privada, crear su propio dinero,
valga lo que valga, y ofrecer a los ciudadanos un salario básico para sus
ciudadanos porque el trabajo –digan lo que digan los liberales optiministas- va
a seguir en descenso: muchas filiales bancarias están cerrando y muchas
empresas sustituyen a sus empleados por robots para no tener que pagar el
salario mínimo establecido. En el campo la mecanización es imparable y las
profesiones relacionadas con los servicios: chóferes, limpiadoras, y demás, se
minimizan al máximo. La deuda crece, igual que crece la superproducción por más
que el consumo sea cada vez más elevado. Los youtubers no son independientes
sino vendedores. Vendedores de libros, moda, películas. Y cada vez hay más que
vender. Si en moda antes había dos colecciones ahora hay cuatro e incluso seis.
La originalidad y el conocimiento requieren de serenidad y calma y aquí no hay
serenidad que valga. Si las diferentes fuenteovejunas nacionales les conceden
el poder soberano a sus respectivos gobiernos éstos han de comprometerse a cuidar
de sus ciudadanos con independencia de la efictividad y productividad.
- Si las fuenteovejunas le dan el poder soberano a las empresas, la
posibilidad de ser amparado ante los tribunales es una cuestión de forma más
que de hecho. El trabajador quedará sujeto, probablemente, a las reglas de la
oferta y la demanda que son las que, lo queramos o no, rigen a las empresas y
en tanto que éstas serán cada vez más globales, salir del sistema no será
asunto fácil. En cuanto a creación de empleo, es posible que se creen puestos
de trabajo aunque de forma flexible y sujeto a la movilidad de los asalariados.
En ese mundo global el inglés será el idioma a utilizar del mismo modo que
anteriormente lo fue el latín. Las confrontaciones militares serán debidas a
irreconciliables diferencias entre las empresas pero dudo mucho que lleguen a
ser apocalípticas. La globalidad económica conlleva la tolerancia religiosa,
racial y política. Lo único que no admite son los balances negativos y ello
implica una mayor precariedad en los sueldos y en las pensiones, así como
incentivos salariales.
De lo que se desprende que con o sin TTIP, el empobrecimiento de la sociedad es siempre posible.
De lo que se desprende que con o sin TTIP, el empobrecimiento de la sociedad es siempre posible.
En mi opinión, los británicos que exigen el Brexit pretenden conservar su
independencia nacional para poder organizar tratados internacionales a su modo
y medida. Desde este punto de vista, Europa no es considerada por ninguno de
ellos como una unión política sino más bien como la comunidad económica que fue
en sus comienzos. A la Unión Europea actual se le ha desprovisto de la “E” de “económica”
pero eso no significa que los británicos la hayan olvidado. Para los británicos
la unidad o es cooperación eficiente (para ellos, claro) o no hay cooperación
que valga. Un británico entiende que un individuo, por muy simpático y
agradable que sea, sólo puede permanecer como miembro del club si
además de ser admitido abona las cuotas correspondientes establecidas. Por eso
le resulta tan complicado entender que se admita sin más a simples desconocidos,
y se le permita la continuidad dentro del club europeo a Grecia, además de pasar por alto ( o sea no
sancionar) las irregularidades de otros cuantos.
TTIP “sí” TTIP “no”, significa contestar a la cuestión de la globalidad con
sus ventajas y desventajas.
Si eligen TTIP sí, eligen la globalidad, la movilidad, la flexibilidad, la tolerancia, la pluralidad, etc. Pero también eligen el capitalismo, las leyes de la oferta y la demanda, las leyes de la productividad, y el hecho de que ustedes forman parte de esa maquinaria siempre y cuando resulten útiles a dicha maquinaria. Tendrán que confiar en que el Estado recaude impuestos a dicha maquinaria y ustedes puedan ser cuidados en caso de enfermedad, pensión y educación.
Si eligen TTIP sí, eligen la globalidad, la movilidad, la flexibilidad, la tolerancia, la pluralidad, etc. Pero también eligen el capitalismo, las leyes de la oferta y la demanda, las leyes de la productividad, y el hecho de que ustedes forman parte de esa maquinaria siempre y cuando resulten útiles a dicha maquinaria. Tendrán que confiar en que el Estado recaude impuestos a dicha maquinaria y ustedes puedan ser cuidados en caso de enfermedad, pensión y educación.
Si ustedes dicen que no al TTIP, usteden se reafirman en sus
características individuales, en sus rasgos de identidad, en sus raíces y forma
de ser y habrán de aceptar el empobrecimiento del Estado y luchar para que su
Estado se convierta en su propio impresor de billetes, independiente de bancos
cada vez más internacionalizados, y que sea un Estado (póngale el apellido que
ustedes prefieran) que cuide del bienestar económico de sus ciudadanos con
independencia del beneficio que sus empresas generen y de la eficacia de sus ciudadanos.
¿La libertad?
La libertad, sea donde sea, es siempre difícil de conservar. Con tantos
medios como los que hoy en día se disponen para vigiliar y espiar al vecino,
amén de controlarlo psicológicamente a través de los métodos más sorprendentes de
manipulación mental, mucho más.
Como decía la canción de Jarcha “No hay libertad sin cadenas”.
De todo, esto último es, quizás, lo único razonablemente cierto.
Elegir TTIP si o TTIP no, significa, en definitiva, seleccionar el tipo de
cadenas que más se amoldan a nuestras preferencias. Las cadenas, esas, mucho me
temo, van a seguir estrechándose en torno nuestro y, como ya he dicho alguna
vez, con incluso nuestro consentimiento. Salvo contadas excepciones y se diga
lo que se diga, lo que la mayoría busca es entrar en el proceso hegeliano
cuanto antes y salir de él lo más tarde
posible.
Pero seguramente ustedes ya sabían todo esto.
La bruja ciega.
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