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Monday, May 30, 2016

Cocodrilos y Gorilas

Ayer a la hora de acostarme una cantinela sin sentido empezó a tararear en mi cerebro: “Los cocodrilos lloran, los cocodrilos gimen. Los cocodrilos envidian la vida del gorila.” No me pregunten qué significa. Al día de hoy tampoco sé quiénes son los cocodrilos y quién el envidiado gorila. El surrealismo avanza imparable en mi existencia. Dos días antes un libro había salido volando literalmente de la estatería para terminar aterrizando estrepitosamente, gracias sin duda a la fuerza de la gravedad, en el suelo. Que en casa de una bruja sucedan estas cosas no es extraño; lo raro, lo insólito es que tengan lugar estando en compañía de personas absolutamente carentes de cualquier atisbo de excentricidad. El libro caído era “La Iliada”, de Homero. Y hoy, al asomarme a la ventana a contemplar cómo siguen mis rosas, tan fuertes y delicadas a la vez, encuentro pétalos dispersos por el jardín debido probablemente al juego de “atrápame si puedes” al que últimamente se dedican el gato y el mirlo del vecindario. Al parecer los gatos de la postmodernidad han olvidado a sus compañeros de juegos tradicionales, los ratones, para intensificar sus tratos con los mirlos. Los alemanes por su parte se dedican a reflexionar sobre el tema que tradicionalmente más les ocupa y preocupa: sus relaciones con los vecinos. Los nuevos “vecinos” de los germanos son los turcos  y a ellos, dice algún alemán en algún programa de televisión, han de acomodarse si quieren vivir en paz. Es muy posible que los que así hablan tengan razón. El problema es que los turcos no son sus únicos vecinos. Los rusos también lo son. Y vistas así las cosas, los americanos no lo son menos. Adaptarse a tantos vecinos no es tarea fácil y al paso que vamos veo a los alemanes haciendo malabares. Seguramente eso es también lo que las empresas y los consorcios libres observan ultimamente en los gobiernos actuales: malabares y carambolas con las finanzas, los populismos, el pluralismo, los monoteísmos amén de las catástrofes naturales que de vez en cuando golpean aquí y allá. Entre tanto desconcierto una luz aparece en el horizonte: el TTIP. Lo que para unos es un rayo de sol es para otros el reflejo de un trueno.

Y esto, el estruendo del TTIP es, de todo lo acontecido en la última semana, lo único que me ha impedido conciliar el sueño; a mí, que acostumbro a dormir como un lirón. El surrealismo lo soporto porque en el surrealismo no hay nada que conciliar. Mi insomnio, en cambio, lo generan aquellas cuestiones que deberían encajar en el puzzle pero que por mucho que lo intente, incluso lo fuerce, no terminan de acoplarse adecuadamente y ello porque la hipocresía de las Fuenteovejunas planetarias lo impiden una y otra vez. No los gobiernos, no los lobbys, no los grandes bufetes de abogados, no las empresas. No. La hipocresía de las diferentes Fuenteovejunas que quieren una cosa, exigen otra y luchan por una tercera, completamente distinta de las anteriores, es precisamente lo que lo impide. Pero nadie, ni los lobbys, ni los gobiernos sean del color que sean, ni las empresas, ni los bufetes de abogados, se atreven a decirlo, ni tan siquiera a insinuarlo, porque temen, seguramente, que ello agrande aún más el globo de los populismos.

Las Fuenteovejunas piden empleo. Las Fuenteovejunas piden riqueza, un coche, una casa con jardín o un coqueto piso con los últimos adelantos. Las Fuenteovejunas exigen encontrar un trabajo donde les plazca y pasar sus vacaciones en cualquier punto del globo sin tener que pedir permiso ni tan siquiera a su bolsillo. Eso es lo que las Fuenteovejunas de este mundo reclaman. Y como Fuenteovejuna somos todos, todo eso queremos todos nosotros: la totalidad del Planeta. En resumidas cuentas: lo que las diversas Fuenteovejunas quieren, piden y ansían es ni más ni menos lo que se denomina universalidad global a nivel privado; o, lo que es lo mismo: la globalidad del individual confort.

De este modo, las diferentes Fuenteovejunas exigen a voz en grito su propia individualidad e idiosincrasia en lugar de admitir que lo que en realidad anhelan es un establo en el que poder moverse a sus anchas. Y ello porque las Fuenteovejunas terráqueas son incapaces de comprender que el individualismo está reñido con el colectivismo y que la idiosincrasia difícilmente puede conservarse cuando uno se empeña en sumergirse en la piscina de la globalidad porque allí las reglas han de ser lo más uniformes posibles a fin de posibilitar la natación al mayor número de personas con el menor número de conflictos. Pero hete aquí que Fuenteovejuna quiere nadar, bucear y jugar a sus anchas en la piscina global cuando quiera, cómo quiera y con quién quiera ignorando, o negándose a reconocerlo, que ello únicamente es posible si, y sólo si, Fuenteovejuna se hace ella misma global. Porque en el caso de que las distintas Fuenteovejunas insistan en seguir siendo distintas Fuenteovejunas, la piscina global continuará siendo un terrible caos, fuente de infecciones, percances y broncas.

A este respecto los gobiernos nacionales de las diversas Fuenteovejunas poco o nada pueden hacer. Sumidos ellos mismos en debacles financieros, debiendo hacer frente a la convulsiones internacionales, a los imprevistos, a las peculiaridades de sus vecinos, a las demandas socio-económicas-religiosas y a lo políticamente correcto, los gobiernos lanzan hoy una ley y mañana y mañana otra a fin de satisfacer a sus electores, que son, a fin de cuentas, a los que se deben todos ellos. Puestas así las cosas no es de admirar que en la sopa global, los gobiernos, atados de pies y manos por tantas y tan diferentes reivindicaciones, se hundan al tiempo que apenas queda espacio para la multitud de nadadores que reclaman su derecho a ejercer su santa voluntad decreto nacional en mano. Decreto nacional que de bien poco – por no decir nada -  sirve en la piscina global.

Pero las Fuenteovejunas de este mundo insisten en reclamar trabajo, movilidad, libertad, igualdad, pluralidad, idiosincrasia, individualidad y colectividad; reclaman el salario mínimo y el derecho de los trabajadores a  no trabajar más de treinta y cinco horas trabajadas al tiempo que reclaman internet y la posibilidad de comprar y vender a cualquier hora en cualquier lugar. Reclaman su gusto personal, su derecho a ser diferente mientras adquieren aprisa y corriendo lo último en moda y tecnología digital.

En suma: las Fuenteovejuans de este mundo reclaman “a” y “no a”

Ello genera un gran y terrible dolor de cabeza. El mismo que estamos sufriendo todos nosotros. Los gobiernos no pueden alcanzar a cubrir tantas exigencias, mucho menos la de la globalidad al gusto y manera de cada individuo, y Fuenteovejuna los declara inservibles y abre las compuertas no se sabe si a los populismos, a las demagogias o a ambas. Las empresas por su parte, se avienen a ofrecerles la globalidad, la movilidad y la flexibilidad. Otra cuestión, claro, son los derechos del trabajador. La ley de la oferta y la demanda tiene sus propias reglas sagradas que ninguna empresa puede infringir porque ello supondría contradecir el axioma máximo de toda empresa que consiste en el beneficio. Esto no es ni positivo ni negativo. Es simplemente un hecho. Si el axioma principal fuera otro distinto al beneficio estaríamos ante una fundación de caridad, o ante una entidad estatal sin fines lucrativos, pero en cualquier caso ya no se trataría de una empresa propiamente dicha.

Así pues el problema es que la globalidad exige uniformización y los gobiernos nacionales tienen cada uno de ellos sus propias reglas. La globalidad exige uniformización y esto llevado al ámbito gubernamental exige conciliación de códigos legales y enfocado desde el punto de vista empresarial significa la concentración de las industrias que se dedican a un determinado ámbito a fin de poder extenderse lo más lejos posible, o lo que es lo mismo: a potenciar la competitividad.
Que a esta unificación-concentración algunos le denominen “utilizar las posibilidades de la era digital” y otros “la extensión de los tentáculos del Leviatán” es más una simple cuestión dialéctica, retórica y de gustos que otra cosa. La realidad es que un mundo global sólo es posible cuando las incomodidades burocráticas y los obstáculos al movimiento son los mínimos y ello únicamente existe cuando las empresas se unen, concentran, fusionan, alían, en un marco uniformador de regulaciones que no puedan ser fácilmente cambiadas por gobiernos democráticos, democráticamente siempre en equilibrio inestable y que hoy deciden una cosa y mañana se ven presionados por sus ciudadanos a declarar otra, y al día siguiente son las corporaciones nacionales las que reclaman algo completamente distinto. Todos estos movimientos sísmicos generan fallas y provocan resquebrajamientos que impiden el funcionamiento global del mundo, que es a lo que Fuenteovejuna, nuevamente es preciso recordarlo, tampoco quiere renunciar.

Uno puede decantarse por la globalidad y rechazar el regionalismo o al contrario. Pero las Fuenteovejunas de este mundo no entienden o no quieren entender que elija lo que elija ha de elegir un solo paquete: el de la globalidad o el del regionalismo, y que además en ese paquete, sea el que sea, las ventajas van inexorablemente unidas a las desventajas y por tanto resulta imposible hacerse con las ventajas del paquete sin al mismo tiempo tener que hacerse cargo de sus desventajas y aún menos posible resulta aprehender las ventajas de los dos paquetes sin ninguna de sus desventajas, que es lo que más de uno y más de dos, pretenden hacer creer a las Fuenteovejunas de este mundo.

Los ingleses son quizás los únicos que han entendido el quiz de la cuestión. Lo han entendido porque son los únicos que una y otra vez han renunciado a la universalidad y a todos los predicadores de la universalidad. Ellos tienen un simple axioma: pragmatismo. Y el pragmatismo no puede ser universal porque cuando el pragmatismo es universal suele servir siempre a un centro universal, ya se llame Babilonia, Persépolis, Atenas, Roma o el Vaticano. Es por eso, seguramente, por lo que Enrique VIII, (yerno – no hay que olvidarlo- de los Reyes Católicos y testigo de las bestialidades que Torquemada llevaba a cabo en nombre de la ortodoxia religiosa, hasta el punto de que todo era herejía, mucho más cuando los declarados herejes eran económicamente pudientes, lo que sin duda contribuía a incrementar las arcas de la Iglesia-Estado, siempre pobres y siempre hambrientas, sistema que no tardó en propagarse –vistos los pingües resultados – por el resto de Europa, especialmente en Alemania,) llegó a la conclusión que el negocio con las creencias era sin duda un buen negocio siempre y cuando la competencia para regularlo y los beneficios obtenidos quedaran en las manos reales y no en las arcas del Estado Vaticano. Así que sin más dilaciones que las que debidas a unas cuantas cabezas cortadas a fin de orquestar un buen golpe de efecto, la cuestión de la independencia económica de Inglaterra con respecto a la Roma Católica, la madre de la universalidad más universal inimaginable, quedó desde entonces zanjada: Enrique VIII se declaró cabeza de la Iglesia Anglicana además de seguir siendo rey por la gracia de Dios, por más que papistas y presbíteros siguieran conspirando entre bastidores, unas veces contra ellos y otras, contra el mismísimo rey.
Sí. A los ingleses la universalidad universal les huele a chamusquina. Y por tanto han decidido decidir lo que otros Estados están pensando que deberían hacer pero que no se atreven a hacer para no molestar a sus vecinos, no vaya a ser que los vecinos se alteren y esto les traiga quebraderos de cabeza así como la quiebra de la paz social. A los ingleses sus vecinos les interesan bien poco. Los ingleses quieren su independencia para ellos, consigo mismos y por sí mismos. Los británicos quieren ser los que cierren los acuerdos económicos que les competen para asegurarse de que los beneficios van a parar a sus arcas y no a ninguna caja común, por mucho que esa caja común al día de hoy ya no se llame Vaticano sino Bruselas.

El TTIP exige dirimir la siguiente cuestión: ¿qué es preferible, mantener la soberanía de los gobiernos nacionales u otorgársela a las empresas internacionales? Esta y no otra es la cuestión.

- Si las diferentes Fuenteovejunas deciden darle la soberanía a sus respectivos gobiernos, los conflictos nacionales tendrán además de carácter político, carácter económico porque el gobierno no siempre podrá hacer frente de forma satisfactoria a la creación de puestos de trabajo. Los gobiernos ricos habrán de cerrar las fronteras y protegerlas de aquéllos que pretenden entrar en busca de empleo. Los conflictos entre unas naciones y otras, originadas por fuerzas superiores a ellas, ya sean de tipo empresarial, religioso o incluso político, será un peligro del que habrá que estar siempre pendiente. Igualmente habrá de controlar en manos de quienes están las Universidades, los tribunales, los medios de comunicación, etc. La sospecha de que algún ciudadano esté proporcionando datos nacionales a multinacionales empresariales se generalizará y cualquier ciudadano puede ser acusado de traidor a la patria.
- Si deciden otorgarle el poder soberano a las empresas internacionales, tendentes siempre a la concentración, los conflictos políticos quedarán limitados a simples revueltas populares sin grandes influencias en el transcurso de los acontecimientos económicos que continuarán su existencia paralelamente al de los gobiernos nacionales e incluso, al ritmo que vamos, regionales y locales. Sin embargo, el secreto empresarial y la cuestión de la posesión y trasmisión de datos, ya sean referentes a investigaciones o a datos sobre clientes, será algo que cualquier empresa internacional temerá. Muy posiblemente sus trabajadores sean controlados y vigilados en su esfera de trabajo e incluso fuera de ella.

De todo ello resulta que el sometimiento de los ciudadanos a un control excesivo ya sea por parte del Estado o de las empresas es posible con TTIP o sin TTIP,  y lo mismo sucede con las revueltas y el estallido de la violencia.

- Si las diferentes fuenteovejunas nacionales les conceden el poder soberano a sus respectivos gobiernos, éstos han de romper sus relaciones con la Banca Privada, crear su propio dinero, valga lo que valga, y ofrecer a los ciudadanos un salario básico para sus ciudadanos porque el trabajo –digan lo que digan los liberales optiministas- va a seguir en descenso: muchas filiales bancarias están cerrando y muchas empresas sustituyen a sus empleados por robots para no tener que pagar el salario mínimo establecido. En el campo la mecanización es imparable y las profesiones relacionadas con los servicios: chóferes, limpiadoras, y demás, se minimizan al máximo. La deuda crece, igual que crece la superproducción por más que el consumo sea cada vez más elevado. Los youtubers no son independientes sino vendedores. Vendedores de libros, moda, películas. Y cada vez hay más que vender. Si en moda antes había dos colecciones ahora hay cuatro e incluso seis. La originalidad y el conocimiento requieren de serenidad y calma y aquí no hay serenidad que valga. Si las diferentes fuenteovejunas nacionales les conceden el poder soberano a sus respectivos gobiernos éstos han de comprometerse a cuidar de sus ciudadanos con independencia de la efictividad y productividad.
- Si las fuenteovejunas le dan el poder soberano a las empresas, la posibilidad de ser amparado ante los tribunales es una cuestión de forma más que de hecho. El trabajador quedará sujeto, probablemente, a las reglas de la oferta y la demanda que son las que, lo queramos o no, rigen a las empresas y en tanto que éstas serán cada vez más globales, salir del sistema no será asunto fácil. En cuanto a creación de empleo, es posible que se creen puestos de trabajo aunque de forma flexible y sujeto a la movilidad de los asalariados. En ese mundo global el inglés será el idioma a utilizar del mismo modo que anteriormente lo fue el latín. Las confrontaciones militares serán debidas a irreconciliables diferencias entre las empresas pero dudo mucho que lleguen a ser apocalípticas. La globalidad económica conlleva la tolerancia religiosa, racial y política. Lo único que no admite son los balances negativos y ello implica una mayor precariedad en los sueldos y en las pensiones, así como incentivos salariales.

De lo que se desprende que con o sin TTIP, el empobrecimiento de la sociedad es siempre posible.

En mi opinión, los británicos que exigen el Brexit pretenden conservar su independencia nacional para poder organizar tratados internacionales a su modo y medida. Desde este punto de vista, Europa no es considerada por ninguno de ellos como una unión política sino más bien como la comunidad económica que fue en sus comienzos. A la Unión Europea actual se le ha desprovisto de la “E” de “económica” pero eso no significa que los británicos la hayan olvidado. Para los británicos la unidad o es cooperación eficiente (para ellos, claro) o no hay cooperación que valga. Un británico entiende que un individuo, por muy simpático y agradable que sea, sólo puede permanecer como miembro del club si además de ser admitido abona las cuotas correspondientes establecidas. Por eso le resulta tan complicado entender que se admita sin más a simples desconocidos, y se le permita la continuidad dentro del club europeo a Grecia, además de pasar por alto ( o sea no sancionar) las irregularidades de otros cuantos.

TTIP “sí” TTIP “no”, significa contestar a la cuestión de la globalidad con sus ventajas y desventajas. 

Si eligen TTIP sí, eligen la globalidad, la movilidad, la flexibilidad, la tolerancia, la pluralidad, etc. Pero también eligen el capitalismo, las leyes de la oferta y la demanda, las leyes de la productividad, y el hecho de que ustedes forman parte de esa maquinaria siempre y cuando resulten útiles a dicha maquinaria. Tendrán que confiar en que el Estado recaude impuestos a dicha maquinaria y ustedes puedan ser cuidados en caso de enfermedad, pensión y educación.

Si ustedes dicen que no al TTIP, usteden se reafirman en sus características individuales, en sus rasgos de identidad, en sus raíces y forma de ser y habrán de aceptar el empobrecimiento del Estado y luchar para que su Estado se convierta en su propio impresor de billetes, independiente de bancos cada vez más internacionalizados, y que sea un Estado (póngale el apellido que ustedes prefieran) que cuide del bienestar económico de sus ciudadanos con independencia del beneficio que sus empresas generen y de la eficacia de sus ciudadanos.

¿La libertad?

La libertad, sea donde sea, es siempre difícil de conservar. Con tantos medios como los que hoy en día se disponen para vigiliar y espiar al vecino, amén de controlarlo psicológicamente a través de  los métodos más sorprendentes de manipulación mental, mucho más.

Como decía la canción de Jarcha “No hay libertad sin cadenas”.

De todo, esto último es, quizás, lo único razonablemente cierto.

Elegir TTIP si o TTIP no, significa, en definitiva, seleccionar el tipo de cadenas que más se amoldan a nuestras preferencias. Las cadenas, esas, mucho me temo, van a seguir estrechándose en torno nuestro y, como ya he dicho alguna vez, con incluso nuestro consentimiento. Salvo contadas excepciones y se diga lo que se diga, lo que la mayoría busca es entrar en el proceso hegeliano cuanto antes  y salir de él lo más tarde posible.

Pero seguramente ustedes ya sabían todo esto.

La bruja ciega.




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