Tracking-ID UA-44975965-7

Tuesday, May 10, 2016

Una visita presentida

Sí. Lo sé. Lo intuyo. Alguien va a venir a visitarme. No. No es Carlota. ¡Qué más quisiera yo! Pero el Espíritu sigue dormido y no hay forma humana de despertarlo. Es el problema del Espíritu: tiene sus propias reglas, su propia “dinámica”, que dirían ahora, y ni el pensamiento positivo ni la realidad virtual elevada a la máxima potencia pueden hacer nada por arrancarlo del sueño en el que yace. Por eso nuestros tiempos son tiempos de ficciones y vanas ilusiones, que terminan por desembocar inexorablemente en la frustración y el desencanto cuando no en el resentimiento y en la desesperación.  Sin el espíritu la radicalidad se convierte en fanatismo, el ideal deja de ser idealista para convertirse en dogmatismo. El misticismo se hace colectivo, la familia se transforma en clan y el clan en horda; el individuo desaparece en el grupo igual que su libertad: o se refugia en la locura, o acepta que la libertad ya no significa libertad del uno sino libertad colectiva. Y como ya sabemos todos, la libertad colectiva consiste siempre en conquista, defensa, muerte y destrucción. Sólo el Espíritu podría detener este proceso que se ha puesto en marcha casi sin avisar, casi sin ser observado excepto por unos pocos que fueron en su día tildados de enajenados catastrofistas. Y hasta cierto punto lo eran. A qué negarlo. La libertad individual es cosa de dioses y  locos. El hombre común ha de esforzarse continuamente en mantener en equilibrio, aunque sea inestable, la libertad –su libertad- y la seguridad –su seguridad-. Ambos conceptos son opuestos y contradictorios. No me extraña que unos cuantos, entre ellos Lutero y Hobbes, se rían abiertamente de aquéllos que defienden la libertad de la voluntad del hombre, tan de moda en nuestros días. El hombre pocas veces es libre incluso ante él mismo, como para serlo en una sociedad que le cerca una y otra vez y de la que, sin embargo, no puede distanciarse, salvo en contadas ocasiones, porque esa sociedad es la que le libra del hambre, de las fieras e incluso de sí mismo: de sus miedos, de su aburrimiento, de su indolencia. La historia de la Humanidad es la historia de las victorias y derrotas del individuo por la conquista de su propio reducto. Unas veces lo cede él voluntariamente, para no tener que ocuparse de sí mismo y para comprender poco más tarde que “es peor el remedio que la enfermedad” y otras, se le es arrebatado a la fuerza y ya sea por una causa o por otra, ha de lanzarse nuevamente a la lucha para retomar lo que era suyo.

No. Ahora no estamos en esa fase. Más bien en la anterior: en esa en la que el individuo o renuncia voluntariamente a su individual individualidad o el grupo se la expolia a la fuerza. En esas estamos. El individuo individual ha sido uno de esos sueños de primavera de los cuales uno se despierta con el leve desconcierto que suele causar la felicidad no real que no obstante creíamos real y bien real hasta hace unos pocos instantes.
Los clanes, las hordas, los partidos políticos, los religiosos e incluso los deportivos, los frikies igual que los hipsters igual que los góticos, todos huelen a vinculación colectiva. La asociación de individuos es siempre un simple nombre, un eufemismo para ocultar que el individuo se ha desposeído de su individualidad. En el momento en que un hombre se encuentra con otros hombres ha de renunciar a parte de sí mismo, poco importa que sea en un régimen estrictamente jerárquico o estrictamente democrático. Si un hombre se encuentra con otros hombres, su individualidad sufre y se resiente y es entonces cuando ha de procurarse ese equilibrio, que ya he dicho antes que es siempre inestable, entre él y la seguridad y compañía que le ofrece la comunidad.

Pero ahora, repito, no estamos en esa fase. Ahora el individuo, cansado de sí mismo: de su hedonismo, de sus posibilidades individuales innumerables e infinitas, agotado de esforzarse por blandir la espada de la Libertad Absoluta, que es cosa de Dios, cosa de Super-hombres, pero desde luego no de hombres mortales. Y por eso, los hombres mortales, después de haberle quitado la espada de la Libertad Absoluta a Dios, igual que Prometeo le robó el fuego a los dioses, comprende que no puede ser Prometeo porque no es un super-hombre, porque él – el hombre- es hijo de Caín y nieto de Adán y ha de escudarse, igual que hizo Adán al parapetarse detrás de Eva, en insípidas justificaciones: los condicionamientos genéticos del ADN, la situación socio-económica, el contexto familiar... Pretextos todos a fin de ocultar la realidad real: el hombre es un simple mortal; el hombre es hombre y no super-hombre. Ser super-hombre le supera, el simple hecho de intentarlo le resulta agotador.

Algo tan sencillo como esto es lo que Nietzsche intentó explicarle al hombre insoportable e inexplicablemente optimista de su tiempo. Ese mismo hombre que después de oler y beber a sangre se creyó aún más fuerte, y convirtió la espada de la Absoluta Libertad en la espada del Absoluto Placer y la Absoluta Irresponsabilidad y la Absoluta Opinión y arrojó el esfuerzo, la responsabilidad y el conocimiento a lo más profundo de los abismos. Ese mismo hombre que ahora se ha cansado de blandir la espada de la Absoluta Libertad y quiere donarla a los robots porque está convencido de que los robots le dejarán dormir la borrachera de creerse dios. Ese mismo hombre que ahora busca con desconsuelo pertenecer a algún sitio, a algún lugar, a algún grupo, sea el que sea.

En ese instante, justo en ése, es en el que ahora nos encontramos.

¿El Brexit? El Brexit va a ser que sí. Igual que la independencia escocesa fue que no. Los huracanes económicos griegos, las oleadas de refugiados, los emigrantes de la eurozona, la inestabilidad política en España, el enigma francés, los últimos movimientos en Alemania... Todo eso visto desde la excéntrica Gran Bretaña, que será excéntrica pero a su modo y manera, les asusta sobremanera y quieren “cerrar compuertas a toda prisa. Algunos ven en el nuevo alcalde de Londres una esperanza. A mí, francamente, me gustaría pensar que es realmente una esperanza. Eso no sólo significaría un abrazo entre la isla y el continente, sino también un abrazo entre culturas en conflicto. (Permítanme que no utilice el término religión. El término religión resulta insuficiente para abarcar toda la complejidad de la cuestión entre Oriente y Occidente.) Al día de hoy, lo veo difícil. Reconozcámoslo: en las elecciones londineses se ha calibrado que es lo que molesta más a los ciudadanos: la riqueza de los banqueros o los hombres hechos a sí mismos, lleguen de donde lleguen. Era, por decirlo de algún modo, un experimento. El alcalde de Londres no conseguirá detener el Brexit por mucho que lo desee y lo intente. Los resultados de la votación han mostrado el desprecio que los ciudadanos de la capital británica sienten por la banca y sus representantes y ello implica que la amenaza de las grandes casas monetarias – que sí, en cambio, sirvió en su día en Escocia – de abandonar Gran Bretaña les resulta, sencillamente, indiferente. Esto es lo que realmente han votado los londinenses. Que el alcalde sea musulmán es, a efectos reales, total y absolutamente indiferente. Lo importante, lo absolutamente crucial, es que los ciudadanos de Londres no tienen ningún miedo a que los bancos más importantes del Planeta les dejen. Quizás porque piensan que en ese caso, tal vez podrían –finalmente- alquilar una vivienda medianamente digna a precios medianamente razonables sin para ello tener que recorrer diariamente medio país en tren.

¿Trump? Los americanos votan. Y después de tantas batallas perdidas, tantas burbujas explotadas en su propia cara, tantas películas de héroes aburguesados y anti héroes convertidos en auténticos salvadores, no sé qué otra cosa cabía esperar. Lo dije y lo repito. O aceptamos la democracia y concedemos al elector su fuerza, o establecemos límites constitucionales a la democracia. Esto último que a mí me parece bastante sensato porque basta mirar la historia más reciente para observar con absoluto asombro cómo accedieron democráticamente al poder los nazis y no solamente los nazis, sino otros cuantos canallas más, aunque las canalladas de estos últimos canallas se redujeran estrictamente a la corrupción, significaría ( – y tal vez terminara siéndolo, conforme las fronteras se estrecharan más y más; y las fronteras siempre tienden a estrecharse -) el fin de la democracia como tal y la constatación de que el elector es – o puede ser –estúpido y que, por tanto, hay que salvarlo de su propia estupidez. En esos términos, todo hay que decirlo, la democracia dejaría de tener sentido.
Pero insultar a Trump no tiene sentido en estos instantes. Los hombres no escuchan a otros hombres. El igualitarismo lo impide. Mi opinión contra tu opinión. Tengo que obedecerte porque tienes más poder que yo, dice el elector al hombre respetable, pero en las urnas mi voto es la ley y hago lo que quiero que es lo contrario de lo que tú quieres y lo hago, justamente, porque sé que es lo que tú quieres y precisamente porque tú lo quieres voy a hacer lo contrario de lo que tú quieres. Porque en la vida normal tú, hombre respetable y poderoso, decides por mí y sientas tu trasero en las sillas de los más exquisitos restaurantes y duermes en las habitaciones de los más lujosos hoteles con las mejores fulanas que han pasado por las más estilosas peluquerías y han comprado en las más caros comercios de las más nobles calles de la ciudad mientras yo tengo que abrirte la puerta del taxi, servirte la comida macrobotica, lavar tu cabello y hacerte la manicura de los pies.  Pero en las urnas, el amo soy yo. Y tú acudes a mí en busca de tu voto para tí y hete que yo, elector, me niego a dártelo y prefiero regalárselo a tu mayor enemigo, a ése que te hace temblar de miedo, ése que amenaza con romper todo. Mi voto para él porque la alegría que me causa tu desconcierto, tu enfado, tu indignación, tu miedo compensa el riesgo que tu contrincante significa. Yo, ciudadano individuo, que sólo te intereso como elector, que únicamente te diriges a mí como ciudadano individuo, cuando te interesa mi voto, que finges interesarte por mi bienestar cuando todos sabemos que simplemente persigues el poder y la estabilidad de tu status socio-económico, decido que te niego el voto y me río cuando me llamas iluso y me río cuando de repente te acuerdas de la falta de educación, la falta de educación que tú has forjado durante años a base de una aplicación permisiva en la aprehensión de conocimiento y programas de televisión para bestias sin cerebro. Y ahora, la solución es la censura de la palabra y la aplicación de duros castigos físicos y psicológicos. ¿Pero dónde queda el esfuerzo por la aprehensión de conocimientos que es para lo que un chico entiende que ha de ir al colegio porque los valores se los dan en casa y en la comunidad y en una sociedad sin valores o con valores confusos al menos debería pretenderse la aprehensión de conocimientos pero ni eso?

Y el elector vota a Trump, igual que los europeos no tardarán mucho en votar a sus populistas. ¿Signo de estupidez? ¿signo de cansancio? Quizás. Pero desde luego signo también de ira-miedo.  

Es curioso, el hombre actual tiene tanto miedo de morir que no se atreve a vivir.

Pero ahí estamos: inventando pieles artificiales para que oculten las arrugas de nuestra propia piel. Como si el deterioro fuera cosa simplemente de lo externo y pudiéramos a base de botox, comida macrobiótica y deporte, no sólo retrasar sino incluso detener los estropicios de la edad. Y luego, claro, nos asombramos de que viejecitos de ochenta años –los patriarcas de la familia- vayan sembrando de cadáveres la carretera. Siembran de cadáveres la carretera porque se les ha hecho creer que pueden estar en posesión de sus facultades tanto tiempo como las practiquen y por eso siguen practicando la conducción y el baile y la seducción y el deporte de alto riesgo y todas esas cosas pero eso sí, con cinturón de seguridad, medidor de la presión arterial, indicador de los niveles cardiovasculares, contacto directo con el hospital más próximo y rodeado constantemente de las atenciones de sus seres más queridos, esto es: de sus vasallos más fieles y leales. Esos -que se sienten admirados por la  resistencia de ese viejo imbatible, por lo mucho que ha hecho (eso al menos asegura él) por este mundo y por su patrimonio, por la cantidad de heridas abiertas y cerradas de su cuerpo y de su mente- votan a los nuevos fuertes, a los nuevos que les prometen batallas en las que poner a su prueba su valentía y su temeridad, de luchar por causas perdidas y no admirables que sólo una minoría elegida reconoce como ganadas y heroícas porque ellos son los elegidos, aunque únicamente ellos y unos pocos más estén en el secreto.

Algunos electores, en cambio, no sienten ni ira ni miedo y tampoco se creen “los elegidos” (¡qué aburrimiento!, piensan). Para esos electores se trata de probar lo nuevo, de jugar a “¿qué pasaría sí...?”. Hombres sumidos en la eterna adolescencia,buscan nuevas experiencias, nuevos modos de aumentar la adrenalina. Llevar la contraria por el mero placer de ver qué sucede.

Y así entre el elector ira-miedo, el elector “elegido” y el elector en busca de nuevas y excitantes emociones, es como se han hecho con el Poder los por el momento simplemente “políticamente no correctos” líderes de nuestros días: de Aquí, de Enfrente, de Allá y de Más Allá; de los Unos y de los Otros; del Orden y el Desorden...

El problema número uno: que esos líderes lejos de ser líderes, sean – en realidad- flautistas de Hamelin.

Eso es lo que, en resumidas cuentas, afirman los críticos a esos nuevos líderes.

Pero hay un problema aún mayor, al que muy pocos prestan atención: a la música que tocan y a cómo la tocan. Hasta el momento, ni la crítica a la música ni a cómo la tocan, parece tener efecto. Como suele sucederme: el asombro ajeno me asombra. La crítica, sea del tipo que sea, hace tiempo que ha dejado de tener su espacio en nuestra sociedad y sólo es un mecanismo más de marketing. Uno de los primeros en verlo fue Balzac, que cuenta en una de sus obras como un articulista podía criticar una determinada obra a fin de hacerla más interesante al público. Criticar la música y al intérprete sólo lo hacen más divertido y atractivo. Los críticos han sido definidos desde hace décadas como las figuras inertes de la cultura, intransigentes a cualquier cambio y movimiento. Resulta imposible criticar al arte abstracto moderno ni siquiera cuando de vez en cuando se venden obras realizadas por niños de guardería porque a fin de cuentas ¿hay algo más inocente, unida todavía al Absoluto, que el alma infantil?

Trump, Putin, Erdogán: trío de ases.

Con Marie Le Pen, tenemos el cuarto.

Para unos, los cuatro ases.

Para otros, los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Así es el mundo: nunca llueve a gusto de todos.

“Y a veces incluso hay diluvios universales con sólo un Arca en la que poder refugiarse” – añade mi visita.

“Te esperaba hace tiempo” – le digo.

“Lo sé” – responde con voz cansada.


La bruja ciega.

No comments:

Post a Comment