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Tuesday, May 24, 2016

La tranquila llamada de un hombre tranquilo

Jorge, el tranquilo Jorge, me llama. “¿Qué me dices del populismo español?”, me  pregunta tranquilamente a bocajarro. “¿Cómo lo clasificarías?”. “Oh”, le respondo en tono ausente, “el populismo español es el mismo de siempre; o sea: sui generis. Ni es defensivo, ni expansivo, ni siquiera es autoreferencial.” “¿Entonces?”, insiste tranquilamente. “Querido Jorge, con permiso de tu esposa Paula, el populismo español es el mismo que existe desde hace un milenio, el mismo que provocó la invasión musulmana, el mismo que ha llamado a emperadores y reyes de otros países para gobernarnos, el mismo que ha llevado a enfrentarse a las brigadas rojas y a los ejércitos fascistas en nuestro territorio. Nuestro populismo, participe quien participe y lo forme quien lo forme, es siempre el mismo.” “Pues te agradecería”, dice el tranquilo Jorge tranquilamente molesto, “que te dejes de tantos misterios y vayas al grano. Me esperan asuntos importantes que resolver.”

No me ofendo. Hace años que Jorge y yo nos conocemos. Hace años que ambos sabemos que la resolución de los asuntos importantes apenas dejan tiempo para pensar y reflexionar. Es por eso, seguramente, que los hombres más influyentes del Planeta han de rodearse desde los tiempos más antiguos de la civilización de consejeros que a falta de otra cosa mejor que hacer enjuicien el asunto desde una perspectiva global y neutral. El problema surge cuando los consejeros, por temor a perder su cabeza, su puesto, o sencillamente su reputación aconsejan aquéllo que el hombre importante quiere oir. Este es un riesgo que el hombre dedicado a solucionar los “asuntos importantes” ha de tener en cuenta.  El otro, el considerar a quién sirven realmente sus consejeros. Enrique VIII no tuvo ningún reparo en deshacerse del inteligente Tomás Moro en cuanto le acechó el presentimiento primero, y le validó la experiencia después, de que Tomás Moro servía a su conciencia individual y que ésta conciencia individual había decidido servir a su enemigo:  el Vaticano, ducho en formar redes de espías y organizar terribles inquisiciones al estilo de la que institucionalizó Torquemada en España.

“Isabel”, me interrumpe tranquilamente Jorge y seguramente intuye que nuevamente me he perdido en un ramaje de ensoñaciones, “estábamos hablando de la naturaleza del populismo español...”
“Ah, sí”, le digo aún meditabunda, “el populismo español, Jorge, es el de siempre: “el de sucesión-secesión”. O sea “yo mando- mando yo- yo me voy-me voy yo- quién se viene conmigo pero mando yo porque tengo muchos amigos y vienen en cuanto les llame- pero mando yo porque tengo muchos amigos y vienen en cuanto les llame quién se viene conmigo” Y esto, Jorge, desde los tiempos de los visigodos, que fueron, a qué negarlo, los primeros españoles, propiamente dichos.”
“Isabel”, me interrumpe tranquilamente Jorge, “otra vez tú y tus curiosas ideas. ¿De qué diantres estás hablando?"
“Es curioso”, le digo, “si lo piensas tranquilamente te darás cuenta de que Grecia tuvo a sus helenos;  Italia tuvo a sus tribus autóctonas que se expandieron por medio mundo; Alemania tuvo a sus germanos y los países nórdicos a los normandos, vikingos y demás. Incluso cuando se afirma que los francos conquistaron Francia hay que ser cautelosos. Lo cierto es que para cuando los romanos llegaron, los galos, designación generalizada de una pluralidad de tribus celtas, ya se habían expandido-  por el resto de Europa. Algunas tribus se asentaron en el norte de Italia y otras atravesaron los Pirineos dando origen a las tribus de los celtíberos. Su importancia para Roma quedó patente en la obra de Julio César acerca de las Galias. En cuanto a la invasión por parte de los francos, si miramos atentamente un mapa observaremos que más que una invasión se trataba de un nuevo paseo por una Europa en las que unas veces se va de Este a Oeste y otras de Oeste a Este, según lo aconseje el tiempo político-climático. Pero nosotros, los españoles, o nos adentramos en los tiempos de las cavernas a fin de encontrar a algunos autóctonos denominados “íberos”, autóctonos que, todo hay que decirlo, no tardaron en unirse a los recién llegados celtas, originando los celtíberos,  o hemos de reconocer que desde la época más remota España se ha formado a base de grupos humanos llegados de allende de nuestro territorio. Piensa en los fenicios, cartagineses, en los griegos, en los romanos... Todos de afuera. Los primeros que consideraron el territorio peninsular como verdaderamente suyo y desarrollaron algo parecido a una rudimentaria conciencia nacional fueron los visigodos. ¿Y cómo termina el asunto? Termina como dice wikipedia española que le sucedió al último de los visigodos: Don Rodrigo. “Llegó al trono de forma violenta lo que produjo la secesión de parte del reino. Fue derrotado por los musulmanes en la batalla de Guadalete, debido a una traición entre oponentes visigodos del propio rey.” Esto dice Wikipedia en las dos primeras líneas. Lo expone clara, concisa y tajantemente para no dejar lugar a dudas. Lamentablemente, estas dos líneas constituyen, también, el resumen de la historia de España: “Secesión-Sucesión”. No hay más. Nuestro populismo no es defensivo ni expansivo, nuestro populismo, Jorge, es autodestructivo. Por eso, de no haber existido un Torquemada, le habríamos llamado. La única curiosidad por el conocimiento que sobrevivió en nuestro país a la descomunal fuerza decidida a destruirlo  fue la que Torquemada permitió: la que conlleva el fisgoneo: ese interés por saber qué hace el vecino para lapidarlo vivo en la plaza del pueblo después de haber sido juzgado por un tribunal ya sea inquisitorial o popular. Es la Historia, nuestra Historia, la que explica que determinados programas, los llamados “de cotilleo”,  se mantengan gracias a las elevadas cuotas de los espectadores. Lo cierto es que ellos simbolizan la herencia que hemos recibido de nuestros ancestros. “Secesión-Sucesión", ése es el carácter de nuestro populismo. Y eso es lo que una y otra vez impide la defensa tanto como la expansión. Eso, Jorge, es lo que nos precipita en la autodestrucción y por tanto nos aboca tanto a la infertilidad física como a la intelectual como a la empresarial.
“Isabel” –dice Jorge tranquilamente resignado- “No sé por qué te llamo. Siempre termino con la cabeza dándome vueltas. Sin embargo una cosa he de agradecerte: acabo de recordar por qué es tan imprescindiblemente necesario resolver los asuntos importantes y ganar dinero con ellos. Cuando te he llamado se me había olvidado.”
Y tranquilamente ha colgado.


La bruja ciega.

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