Qué le vamos a hacer. Las predicciones no fallan: las posibilidades de dictadura en la sociedad,
de empobrecimiento de los ciudadanos y de revueltas, revoluciones y guerra, son
tan reales con TTIP sí como con TTIP no, lo único que varía es, citando a
Huxley, el modo en que vamos a ir al infierno. En el caso del TTIP sí nos
llevan las grandes concentraciones de empresa y en el caso del TTIP no, es el
más modesto Estado Nacional quién nos acerca. A mí, particularmente, el mundo
de las castas, de los clanes y de las hordas me dan miedo. Yo prefiero lo
universalmente universal igual que prefiero los grandes hoteles en los que
nadie conoce a nadie: por la anonimidad que ofrecen. En un mundo globalmente
global uno puede pasar más desapercibido y si el control de datos alcanza a
todos, en un mundo de clanes, ni les digo.
TTIP sí o TTIP no, el control de los ciudadanos es un hecho. Sobre todo
porque los hechos de los ciudadanos, digan lo que ellos digan, muestran que los
ciudadanos quieren ser controlados. Cuando aceptan llevar microchips en el
brazo para poder pagar la entrada de la discoteca, están aceptando ser controlados
tanto por el banco que paga como por la discoteca que cobra. Y lo mismo sucede
cuando uno va al censo a inscribirse. No se dan datos, se dice. No hace falta,
digo yo. Los datos están ahí, en las redes. Por otra parte ¿queremos
trasparencia o no? ¿cuántos no andan pidiendo a gritos que se publiquen lo que
cobra cada uno de los empleados de una empresa; o lo que es lo mismo, ¿cuántos
no andan exigiendo a voces saber lo que cobra el vecino y cómo invierte cada
uno de sus centavos?
Somos hipócritas y no lo queremos reconocer. Nos negamos a que nuestros
datos vayan de un lado a otro por las redes digitales pero no tenemos ningún
reparo en reclamar el conocimiento de los datos de aquéllos que nos rodean. En
nuestro caso, decimos, es privacidad; en el caso contrario, afirmamos, es
trasparencia.
Y de esta manera tan pueril, de esta forma tan aparentemente inocente, hoy
como ayer las palabras se convierten en serpientes sibilinas, en espejos
deformantes y deformados, ideas que no son pero que parecen ser.
TTIP sí o TTIP no, lo cierto es que el individuo tendría que detenerse a
reflexionar qué significa ser individuo y qué es lo que realmente quiere antes
lanzarse al ruedo social a enfrentarse a toros que ni le van ni le vienen.
Porque los toros, que para unos son el pan nuestro de cada día, son para otros
un suculento negocio y para otros, los
menos, tradición y arte. Y uno tiene que saber a cuál de estos grupos defiende
cuando defiende a los toros, para que no haya equivocaciones. Y cuando se
arroja a luchar contra el mundo taurino ha de determinar igualmente a qué grupo
antitaurino pertenece: si al que considera que matar a un animal, cualquier
animal es una salvajada, si al que piensa que lo que es una barbaridad es
convertir la muerte de un animal en un espectáculo multitudinario o los que se
dedican a ser antitaurinos no porque vayan contra la muerte del toro sino
porque quieren la muerte de los que se lucran con el toro o, simplemente,
porque tradición y arte tiene un determinado color político y ellos defienden
otro. A mí, por ejemplo, no me gustan los toros porque sencillamente que la
muerte sea un espectáculo, por muy noble y artístico que sea, me enferma y por
tanto no iré a los toros, como tampoco iré a las peleas de gallos, mucho más
modestas en ingresos y honorarios que las corridas de toro.
Con TTIP sí o con TTIP no, el mundo
seguirá girando como siempre: unos observarán el espectáculo y otros torearán
el toro y otros, incapaces de soportar ni lo uno ni lo otro, saldrán de la
plaza y se dedicarán o a quemarla, a maquinar nuevos espectáculos con los que
hacer dinero o, simplemente, a caminar solitarios con las manos en los
bolsillos a verlas venir... Así que no sé a qué viene tanta tinta malgastada en
el asunto.
No me hagan caso.
Hoy hay una nube de lluvia sobre mi cabeza y no hay forma de que se aleje
por más que lo intento.
La bruja ciega.
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