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Tuesday, May 31, 2016

De un modo u otro

Qué le vamos a hacer. Las predicciones no fallan:  las posibilidades de dictadura en la sociedad, de empobrecimiento de los ciudadanos y de revueltas, revoluciones y guerra, son tan reales con TTIP sí como con TTIP no, lo único que varía es, citando a Huxley, el modo en que vamos a ir al infierno. En el caso del TTIP sí nos llevan las grandes concentraciones de empresa y en el caso del TTIP no, es el más modesto Estado Nacional quién nos acerca. A mí, particularmente, el mundo de las castas, de los clanes y de las hordas me dan miedo. Yo prefiero lo universalmente universal igual que prefiero los grandes hoteles en los que nadie conoce a nadie: por la anonimidad que ofrecen. En un mundo globalmente global uno puede pasar más desapercibido y si el control de datos alcanza a todos, en un mundo de clanes, ni les digo.

TTIP sí o TTIP no, el control de los ciudadanos es un hecho. Sobre todo porque los hechos de los ciudadanos, digan lo que ellos digan, muestran que los ciudadanos quieren ser controlados. Cuando aceptan llevar microchips en el brazo para poder pagar la entrada de la discoteca, están aceptando ser controlados tanto por el banco que paga como por la discoteca que cobra. Y lo mismo sucede cuando uno va al censo a inscribirse. No se dan datos, se dice. No hace falta, digo yo. Los datos están ahí, en las redes. Por otra parte ¿queremos trasparencia o no? ¿cuántos no andan pidiendo a gritos que se publiquen lo que cobra cada uno de los empleados de una empresa; o lo que es lo mismo, ¿cuántos no andan exigiendo a voces saber lo que cobra el vecino y cómo invierte cada uno de sus centavos?
Somos hipócritas y no lo queremos reconocer. Nos negamos a que nuestros datos vayan de un lado a otro por las redes digitales pero no tenemos ningún reparo en reclamar el conocimiento de los datos de aquéllos que nos rodean. En nuestro caso, decimos, es privacidad; en el caso contrario, afirmamos, es trasparencia.

Y de esta manera tan pueril, de esta forma tan aparentemente inocente, hoy como ayer las palabras se convierten en serpientes sibilinas, en espejos deformantes y deformados, ideas que no son pero que parecen ser.

TTIP sí o TTIP no, lo cierto es que el individuo tendría que detenerse a reflexionar qué significa ser individuo y qué es lo que realmente quiere antes lanzarse al ruedo social a enfrentarse a toros que ni le van ni le vienen. Porque los toros, que para unos son el pan nuestro de cada día, son para otros un suculento negocio y para otros,  los menos, tradición y arte. Y uno tiene que saber a cuál de estos grupos defiende cuando defiende a los toros, para que no haya equivocaciones. Y cuando se arroja a luchar contra el mundo taurino ha de determinar igualmente a qué grupo antitaurino pertenece: si al que considera que matar a un animal, cualquier animal es una salvajada, si al que piensa que lo que es una barbaridad es convertir la muerte de un animal en un espectáculo multitudinario o los que se dedican a ser antitaurinos no porque vayan contra la muerte del toro sino porque quieren la muerte de los que se lucran con el toro o, simplemente, porque tradición y arte tiene un determinado color político y ellos defienden otro. A mí, por ejemplo, no me gustan los toros porque sencillamente que la muerte sea un espectáculo, por muy noble y artístico que sea, me enferma y por tanto no iré a los toros, como tampoco iré a las peleas de gallos, mucho más modestas en ingresos y honorarios que las corridas de toro.

Con TTIP sí o con TTIP no,  el mundo seguirá girando como siempre: unos observarán el espectáculo y otros torearán el toro y otros, incapaces de soportar ni lo uno ni lo otro, saldrán de la plaza y se dedicarán o a quemarla, a maquinar nuevos espectáculos con los que hacer dinero o, simplemente, a caminar solitarios con las manos en los bolsillos a verlas venir... Así que no sé a qué viene tanta tinta malgastada en el asunto.

No me hagan caso.

Hoy hay una nube de lluvia sobre mi cabeza y no hay forma de que se aleje por más que lo intento.


La bruja ciega.

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