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Monday, May 23, 2016

La disonancia del principio de identidad

Mi amiga Elba se ha ido y yo he vuelto a quedarme sola conmigo misma y el mundo, lo que no es poco. De hecho se necesitan grandes dosis de humor, negro y bien cargado como el café que inevitablemente necesito cada mañana para entonarme con el nuevo día y hacer frente con valentía a las continuas avalanchas de palabras sin sentido que caen sobre mis hombros. Decía Huxley, creo que en su ensayo “The art of seeing”, que algunas personas pierden la visión y el oído a consecuencia de traumas emocionales y psicológicos y seguramente no se equivocaba. Ante monstruosos y amenazantes rostros lo más sensato es cerrar los ojos y cuando uno no ha de escuchar más que necedades quedarse sordo no es ninguna mala idea. Los que no quieren perder ni la vista, ni el oído pero tampoco caer en la locura de la insensatez no tienen más remedio que acudir al humor. El humor es mucho más que la expresión de la libertad artística. El humor forma parte de la catarsis del pueblo. Eso es algo que ningún dictador, ningún patriarca, ningún tirano, es capaz de comprender y por eso, lo primero que hacen todos ellos a la menor oportunidad que se les presenta (o que ellos, sencillamente, se toman), es prohibir y censurar la sátira. Curiosamente los códigos legales del mundo libre protegen la libertad de expresión y la libertad artística pero ninguno de ellos, que yo sepa, recoge la protección del humor como catarsis del pueblo. Deberían hacerlo y pronto. Antes de que se nos eche encima el alud que amenaza con enterrarnos sin casi darnos cuenta con una avalancha formada a base de palabras inútiles, seriedad, orden eterno e inmutable, piedras, balas y demás. Ya ven, incluso yo, que siempre he criticado a las “it girls” no por “girls” sino por “it”, por lo que de falta de cerebro y razonamiento conlleva ese “it”, he tenido que plantearme si no serán ellas las guardianas de la libertad de nuestras sociedades. Mi problema sin embargo sigue siendo el mismo: no es el término “girls” sino el “it” el que me preocupa. Una chica que muestra sus encantos, tanto físicos como mentales y espirituales, eso es lo que yo llamo “la mujer”; pero que el significado de “encantos” quede reducido únicamente a los físicos, supone no sólo la derrota del feminismo sino la derrota de la feminidad como sostén de la sociedad.  Incluso en tiempos tan poco feministas y tan artísticos como el Renacimiento, se valoraban de la mujer además de su belleza otras gracias como la prudencia, la discreción y su entendimiento. Igualmente fuerza bruta no ha sido la única característica que históricamente se ha valorado en el hombre, sino también su comedimiento, la imparcialidad de su juicio y su temperancia en los apetitos carnales. Ahora, en cambio, lo “it” impregna a todos los géneros, como si los hombres y mujeres de nuestra época además de no querer ver y no querer oir quisieran también ser necios para librarse, seguramente, de tener que pensar y reflexionar acerca de tanta insensatez insensata en forma de escrito académico.

En los tiempos que corren o uno se retira a sus aposentos o uno se lanza al ruedo. El problema es que el toro no es un toro sino un alud de tal magnitud que intentar enfrentarse a él con las únicas fuerzas de que un solo hombre dispone,  representa, al decir de muchos, un auténtico suicidio. Por su parte, los individuos valientes, heroicos, esforzados, o temerarios, según se mire, llaman a aquéllos que deciden lanzarse a combatir todos juntos a la arena: “populistas”.

El término “populismo” impregna de un tiempo a esta parte cada uno de los periódicos que se leen en una Europa que se caiga o no se caiga, fuerza es admitir que se tambalea. Y el “populismo”, dicen los entendidos, conlleva casi necesariamente a la dictadura si no se detiene a tiempo. El “populismo”, dicen los expertos, juega y abusa de los miedos de las gentes ingenuas y sencillas. En resumidas cuentas: el populismo es el pueblo “it”, ciego y sordo. El pueblo que ni reflexiona, ni ve, ni oye.

El problema, el gran problema de todos estos enunciados tan serios, sensatos y profundos, es que cometen el mismo error que pretenden denunciar: ellos mismos están ciegos, sordos y son “it”.

Y ello porque “populismo” no es “populismo”. Se nos quiere hacer creer que todos los populismos que se están desarrollando en Europa tienen el mismo carácter y la misma naturaleza y no es así. Cada uno de ellos obedece a una determinada razón de ser, a una determinada voluntad. Y es cierto: quizás esa determinad voluntad sea producto de un miedo concreto pero desde luego representa igualmente la convicción de querer ir por un camino y no por otro. Que el camino que se ha decidido tomar es el de Hamelin o el del Moisés no se puede nunca predecir a ciencia cierta antes de haber iniciado el camino y ni aún entonces. O se consigue la victoria o el camino, ya sea el de Hamelín o el de Moisés, será históricamente el equivocado, aunque sea simplemente por derrotado; porque la Historia, según se dice,  la escriben los vencedores.  Pero como digo, el populismo actual no es un compartimento estanco y no obedece a una voluntad homogénea. Que ningún periódico, al menos yo no tengo constancia de ello, se haya enfrentado seriamente a la cuestión es algo que me preocupa sobremanera. Sobre todo porque los diferentes populismos terminarán, cuando su periodo de formación y estabilización haya concluido, por enfrentarse los unos con los otros. Y es que mientras el populismo de Marie Le Pen podría calificarse como “anti emigración” el alemán grita “anti islám”; el populismo ruso podría denominarse como “auto afirmación”, el americano “anti extorsión”, el británico “auto regulación” y el turco como “anti risa”. El problema con la risa no hay que limitarla al asunto “Böhmi pipi-caca-culo”. Llega mucho más allá. Ya en Julio del 2014 el entonces viceprimer ministro turco Bulent Arinc recomendaba a las mujeres no reirse en público a fin de proteger su castidad. Se empieza recomendando no reir y se termina prohibiendo reir, salvo por lo que ellos consideren que es moral y adecuado reirse. Fin de la catarsis del pueblo en la taberna del pueblo. Y al pueblo, claro, no le queda más remedio que ir a buscar la “juerga” a otro sitio. El populismo anti risa, que es anti catarsis, es igualmente pro sometimiento, ataque, conquista, o como ustedes prefieran. Y lo mismo sucede con el  populismo ruso, que al ser un populismo de auto afirmación, requiere imperiosamente de un lugar sobre el que ejercer esa autoafirmación. En cambio, los populismos “anti emigración”, “anti islam” y “anti extorsión”, reflejan un populismo exclusivamente defensivo. Y en lo que se refiere al populismo británico de “auto regulación” es un “dejadme solo que yo solo me apaño mejor conmigo mismo que con todos vosotros juntos”. De todos los populismos, el británico – a qué negarlo – es el más cabal, el más sensato, el más constructivo. El resto de los populismo expresan miedo y desconfianza y por eso mientras unos pretenden cerrar fronteras para protegerse de las invasiones, los otros quieren bombardearlas para imponerse. El populismo británico, por el contrario, pretende retirarse a sus aposentos para desde allí contemplar tranquila y serenamente la guerra entre los Unos y los Otros, los de Aquí y los de Allá y poder negociar y comerciar con todos ellos a la vez. Como suele decirse: a río revuelto, ganancia de pescadores.
Hasta cierto punto tal postura es incluso comprensible. El pragmatismo es algo que los británicos llevan en sus venas desde los tiempos más antiguos, incluso en lo que a temas tan espirituales como la religión se refiere. El mismo Rey que decidió separarse de la Iglesia Católica y establecer la Iglesia Anglicana con él como supremo representante por un tema tan mundano como el del divorcio, fue el mismo que no tuvo ningún inconveniente en cortarle la cabeza a la misma mujer por la que se había declarado el cisma. En un país así, el sentido común y la excentricidad caminan amigablemente de la mano porque ambos persiguen el mismo supremo interés: el utilitarismo.

El populismo británico justamente por ser tan pragmático y tan sensato, es el populismo que más negativamente  afecta a una Europa que se recluye sobre sí misma a la defensiva. Y ello porque el populismo británico, en su sensatez, en su mesura, en su equilibrado razonamiento, deja a Europa a merced de los lobos.

Y todo ello sin mover una ceja.


La bruja ciega. 

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