Mi amiga Elba se ha ido y yo he vuelto a quedarme sola conmigo misma y el
mundo, lo que no es poco. De hecho se necesitan grandes dosis de humor, negro y
bien cargado como el café que inevitablemente necesito cada mañana para entonarme
con el nuevo día y hacer frente con valentía a las continuas avalanchas de
palabras sin sentido que caen sobre mis hombros. Decía Huxley, creo que en su
ensayo “The art of seeing”, que algunas personas pierden la visión y el oído a
consecuencia de traumas emocionales y psicológicos y seguramente no se
equivocaba. Ante monstruosos y amenazantes rostros lo más sensato es cerrar los
ojos y cuando uno no ha de escuchar más que necedades quedarse sordo no es
ninguna mala idea. Los que no quieren perder ni la vista, ni el oído pero
tampoco caer en la locura de la insensatez no tienen más remedio que acudir al
humor. El humor es mucho más que la expresión de la libertad artística. El
humor forma parte de la catarsis del pueblo. Eso es algo que ningún dictador,
ningún patriarca, ningún tirano, es capaz de comprender y por eso, lo primero
que hacen todos ellos a la menor oportunidad que se les presenta (o que ellos,
sencillamente, se toman), es prohibir y censurar la sátira. Curiosamente los
códigos legales del mundo libre protegen la libertad de expresión y la libertad
artística pero ninguno de ellos, que yo sepa, recoge la protección del humor
como catarsis del pueblo. Deberían hacerlo y pronto. Antes de que se nos eche
encima el alud que amenaza con enterrarnos sin casi darnos cuenta con una
avalancha formada a base de palabras inútiles, seriedad, orden eterno e
inmutable, piedras, balas y demás. Ya ven, incluso yo, que siempre he criticado
a las “it girls” no por “girls” sino por “it”, por lo que de falta de cerebro y
razonamiento conlleva ese “it”, he tenido que plantearme si no serán ellas las
guardianas de la libertad de nuestras sociedades. Mi problema sin embargo sigue
siendo el mismo: no es el término “girls” sino el “it” el que me preocupa. Una
chica que muestra sus encantos, tanto físicos como mentales y espirituales, eso
es lo que yo llamo “la mujer”; pero que el significado de “encantos” quede
reducido únicamente a los físicos, supone no sólo la derrota del feminismo sino
la derrota de la feminidad como sostén de la sociedad. Incluso en tiempos tan poco feministas y tan
artísticos como el Renacimiento, se valoraban de la mujer además de su belleza
otras gracias como la prudencia, la discreción y su entendimiento. Igualmente fuerza
bruta no ha sido la única característica que históricamente se ha valorado en el hombre, sino
también su comedimiento, la imparcialidad de su juicio y su temperancia en los
apetitos carnales. Ahora, en cambio, lo “it” impregna a todos los géneros, como
si los hombres y mujeres de nuestra época además de no querer ver y no querer oir
quisieran también ser necios para librarse, seguramente, de tener que pensar y
reflexionar acerca de tanta insensatez insensata en forma de escrito académico.
En los tiempos que corren o uno se retira a sus aposentos o uno se lanza al
ruedo. El problema es que el toro no es un toro sino un alud de tal magnitud
que intentar enfrentarse a él con las únicas fuerzas de que un solo hombre dispone, representa, al decir de muchos, un
auténtico suicidio. Por su parte, los individuos valientes, heroicos, esforzados, o temerarios, según se mire, llaman a aquéllos que deciden lanzarse a combatir todos juntos a
la arena: “populistas”.
El término “populismo” impregna de un tiempo a esta parte cada uno de los
periódicos que se leen en una Europa que se caiga o no se caiga, fuerza es
admitir que se tambalea. Y el “populismo”, dicen los entendidos, conlleva casi
necesariamente a la dictadura si no se detiene a tiempo. El “populismo”, dicen
los expertos, juega y abusa de los miedos de las gentes ingenuas y sencillas.
En resumidas cuentas: el populismo es el pueblo “it”, ciego y sordo. El pueblo
que ni reflexiona, ni ve, ni oye.
El problema, el gran problema de todos estos enunciados tan serios,
sensatos y profundos, es que cometen el mismo error que pretenden denunciar:
ellos mismos están ciegos, sordos y son “it”.
Y ello porque “populismo” no es “populismo”. Se nos quiere hacer creer que
todos los populismos que se están desarrollando en Europa tienen el mismo
carácter y la misma naturaleza y no es así. Cada uno de ellos obedece a una
determinada razón de ser, a una determinada voluntad. Y es cierto: quizás esa
determinad voluntad sea producto de un miedo concreto pero desde luego
representa igualmente la convicción de querer ir por un camino y no por otro.
Que el camino que se ha decidido tomar es el de Hamelin o el del Moisés no se
puede nunca predecir a ciencia cierta antes de haber iniciado el camino y ni aún
entonces. O se consigue la victoria o el camino, ya sea el de Hamelín o el de
Moisés, será históricamente el equivocado, aunque sea simplemente por derrotado; porque la Historia, según se dice, la escriben los vencedores. Pero como digo, el populismo actual no es un
compartimento estanco y no obedece a una voluntad homogénea. Que ningún
periódico, al menos yo no tengo constancia de ello, se haya enfrentado
seriamente a la cuestión es algo que me preocupa sobremanera. Sobre todo porque
los diferentes populismos terminarán, cuando su periodo de formación y
estabilización haya concluido, por enfrentarse los unos con los otros. Y es que
mientras el populismo de Marie Le Pen podría calificarse como “anti emigración”
el alemán grita “anti islám”; el populismo ruso podría denominarse como “auto
afirmación”, el americano “anti extorsión”, el británico “auto regulación” y el
turco como “anti risa”. El problema con la risa no hay que limitarla al asunto “Böhmi
pipi-caca-culo”. Llega mucho más allá. Ya en Julio del 2014 el entonces
viceprimer ministro turco Bulent Arinc recomendaba a las mujeres no reirse en
público a fin de proteger su castidad. Se empieza recomendando no reir y se
termina prohibiendo reir, salvo por lo que ellos consideren que es moral y
adecuado reirse. Fin de la catarsis del pueblo en la taberna del pueblo. Y al
pueblo, claro, no le queda más remedio que ir a buscar la “juerga” a otro
sitio. El populismo anti risa, que es anti catarsis, es igualmente pro
sometimiento, ataque, conquista, o como ustedes prefieran. Y lo mismo sucede
con el populismo ruso, que al ser un
populismo de auto afirmación, requiere imperiosamente de un lugar sobre el que
ejercer esa autoafirmación. En cambio, los populismos “anti emigración”, “anti
islam” y “anti extorsión”, reflejan un populismo exclusivamente defensivo. Y en
lo que se refiere al populismo británico de “auto regulación” es un “dejadme
solo que yo solo me apaño mejor conmigo mismo que con todos vosotros juntos”. De todos los
populismos, el británico – a qué negarlo – es el más cabal, el más sensato, el más
constructivo. El resto de los populismo expresan miedo y desconfianza y por eso
mientras unos pretenden cerrar fronteras para protegerse de las invasiones, los
otros quieren bombardearlas para imponerse. El populismo británico, por el contrario, pretende retirarse a sus aposentos para desde allí contemplar
tranquila y serenamente la guerra entre los Unos y los Otros, los de Aquí y los
de Allá y poder negociar y comerciar con todos ellos a la vez. Como suele
decirse: a río revuelto, ganancia de pescadores.
Hasta cierto punto tal postura es incluso comprensible. El pragmatismo es
algo que los británicos llevan en sus venas desde los tiempos más antiguos,
incluso en lo que a temas tan espirituales como la religión se refiere. El
mismo Rey que decidió separarse de la Iglesia Católica y establecer la Iglesia
Anglicana con él como supremo representante por un tema tan mundano como el del
divorcio, fue el mismo que no tuvo ningún inconveniente en cortarle la cabeza a
la misma mujer por la que se había declarado el cisma. En un país así, el
sentido común y la excentricidad caminan amigablemente de la mano porque ambos
persiguen el mismo supremo interés: el utilitarismo.
El populismo británico justamente por ser tan pragmático y tan sensato, es
el populismo que más negativamente
afecta a una Europa que se recluye sobre sí misma a la defensiva. Y ello
porque el populismo británico, en su sensatez, en su mesura, en su equilibrado
razonamiento, deja a Europa a merced de los lobos.
Y todo ello sin mover una ceja.
La bruja ciega.
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