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Tuesday, October 4, 2016

Un exabrupto psicológico.

Cuando en un país un Tribunal Supremo permite que una abuela se encuentre con sus nietos a pesar de que los padres de esos niños se declaran total y radicalmente en contra, - y tienen además buenas razones para negarse,  porque esa abuela acusó en su día a su yerno por presuntos abusos sexuales a sus hijos, - demanda que quedó archivada no sin antes, me imagino, haber producido graves alteraciones en la paz interna y social de esa familia-  es que la situación de indefensión de los padres, o sea: de los hijos de esos abuelos, es realmente preocupante. Yo me pregunto, sólo me pregunto, cómo es posible qué una sociedad, un tribunal sea el que sea, pueda esperar que abuelos que no han sido capaces de construir unas relaciones sanas y fructíferas con sus propios hijos, con esos a los que ellos han educado y criado, con esos a los que les han dado la vida, con esos que al nacer dependían sólo y exclusivamente de ellos y de nadie más, puedan hacerlo con los retoños de esos con los que no se entienden. A veces creo que se trata simplemente de un juego de poder. A veces creo que ni eso, que únicamente consiste en una identificación entre nieto y juguete.

La sentencia se basa en que la anciana no sufre de ninguna enfermedad psico-patólogica. Y ya está. La sentencia, claro, no considera –no puede considerar siquiera- que la dulce viejecita sufra de mala leche, de mala voluntad, de ganas de fastidiar a su hija, a su yerno. La sentencia dice que actuó correctamente al demandar a su yerno. La sentencia, claro, no piensa que si demandó a una persona tan próxima, demanda que hubo de ser archivada a pesar de que hoy en día esos temas se miran no con lupa sino con microscopio,  es porque quizás no había hablado con suficiente claridad del tema con las personas de su familia o aun habiéndolo hecho no se había sentido satisfecha con las explicaciones porque ya existía un clima de desconfianza y de ruptura entre ella, esa venerable y vetusta anciana, y la familia que su hija había creado.

Y así, los jóvenes padres están cada vez más presionados por la abundancia de obligaciones y por la falta de derechos. Y de todos los derechos, el derecho cuya pérdida más afecta a la sociedad es el de la pérdida del poder a educar y a formar a sus propios hijos -y ello incluye decidir a qué colegios acuden los niños, qué lenguas aprenden, religión sí-religión no pero también, y especialmente, con qué personas han de juntarse y con qué personas, no. Si esa abuelita tiene tanto interés en sus nietos debería primero, tratar de restablecer, afirmar, mejorar, las relaciones con sus más directos descendientes, en vez de especializarse en jurisprudencia. Primero interpone una demanda contra el padre por presuntos abusos y luego una nueva demanda para reclamar judicialmente sus derechos. Tengo la impresión, es solo una impresión, que a partir de ahora muchos viejecitos van a cambiar las largas colas de espera en el hospital por los tribunales, o peor aún: van a amenizar dichas largas colas de espera o las aburridas tardes de café con sus aburridos, de tan vistos y conocidos, amigos, con las noticias que les vayan llegando de los juzgados. Como la justicia va tan lenta tienen diversión para rato. ¿Han leído ustedes “La Avería”, de Dürrenmatt? Pues eso..  Encima,como se trata de sus propios hijos ellos no exigen más que lo que les corresponde y ni hacen daño a nadie ni tienen conflictos con ninguno de aquellos con quienes se relacionan en sociedad. Ellos siguen siendo los respetables ciudadanos de siempre, que se llevan bien con todos sus conciudadanos. Pero con los hijos, ya se sabe: no dejan de dar problemas. “Qué calvario, Dios mío, qué calvario, qué lucha, qué cruz”, gimen apenados. Si los hijos van a visitarles en vacaciones, no es por ir a verlos sino para pasar las vaciones gratis. Ellos en cambio, sí van a ver a sus hijos. Van a verlos y los hijos, felices de tenerlos y deseosos de que se sientan orgullosos de ellos,  se esmeren en mostrarles los lugares más bellos de la ciudad en la que viven. Pero no, los abuelos no van por los espectáculos y las diversiones, porque ellos, "ya lo sabéis", no son de diversiones ni de espectáculos y sólo han ido a ver a sus hijos y a sus nietos, que es lo único que les interesa; pero el día que no salen sollozan y dicen que se aburren y que ellos ya se cansan y que se quieren volver a su casa porque allí ya molestan y cuando los hijos dicen que no molestan en absoluto insisten en que sí y sí y que además allí no conocen a nadie. Y no digamos lo que puede ocurrir si algún hijo, alguno de esos desagradecidos hijos se atreve, llevados del complejo de culpabilidad, a ofrecerles su casa para que envejezcan con ellos..., En vez de agradecerles su propuesta, aquellos insensatos abuelos creen que la proposición lejos de ser causada por el amor filial, está causada por el más burdo interés económico: ”Je, je – rien entre dientes sintiéndose listos y que a ellos no les engaña nadie y mucho menos ese- qué bien le vendría ahora nuestra pensión. Eso no se lo cree nadie... Me ha tomado por tonto...” Y una que soy yo, al oirlo, siente ganas de vomitar, va al cuarto de baño, vomita y luego piensa: “¡Se cree el ladrón que todos son de su condición!” Porque fue esta generación, esta generación que ahora teme ser estafada por alguno de sus hijos, la que cobró la pensión de sus ancianos y la que, caso de no necesitar de la pensión, los llevó a las residencias. 

Pero nada puede explicarse en abierta sinceridad y respeto primero porque esos ancianos están convencidos de que sus hijos son unos miserables y segundo porque se creen tan listos que en vez de decir abiertamente lo que piensan utilizan el: "se dice", "No es posible, no crees, aunque ahora que lo dices,,," "tengo la impresión de"... Se dice que algunos hijos gastan más de lo que deben y necesitan de la pensión de los padres; No es posible que algunos hijos que gastan más de lo que deben utilicen la pensión de los padres. Cómo va a ser esto posible, no crees? Aunque ahora que lo pienso yo conozco a... , Tengo la impresión de que muchos hijos...
Y el resto de sus amistades corren solícitos a arroparles, a apoyarles, a darles la razón, porque es importante a determinades edades apoyarse los unos a los otros...

A mí me hace gracia cuando al respecto de sus propios hijos esos padres tan virtuosos para con su sociedad exclaman con voz lastimera aquello de “no lo supimos hacer bien, no los supimos educar bien.” Esto que parece una auto crítica es en realidad la acusación terrible de que sus hijos no han salido como debieran, que no son lo que tienen que ser. Yo no he escuchado una sentencia más terrible que esa, sentencia que como se basa en el chantaje emocional no parece ser tan cruel como es en realidad. Pues bien, abuelitos, si no habéis sabido educar a vuestros hijos ¿cómo osáis atreveros a involucraros en la educación de vuestros nietos? ¿Acaso pensáis que la edad os ha otorgado más cordura? No. La edad no os ha proporcionado ni más cordura al cerebro ni más amor al corazón. Conserváis la forma e incluso os habéis perfeccionado en mantenerla, pero el fondo... el fondo nunca os ha preocupado y por eso el fondo es lo primero que habéis perdido y lo primero que ahora, reclamáis en forma de derechos. Y se os conceden sin pensar eso que llamáis vuestros derechos. Derecho a echar de su piso a una hija sin apenas recursos, madre soltera, porque no se comporta como debiera, porque eso os han dicho esos amables vecinos con los que queráis llevaros bien a toda costa porque son vecinos respetables que os respetan y echáis, apoyándoos en el Derecho, a vuestra hija y a vuestras nietas de vuestro piso porque el piso os pertenece, además de otros cuatro más. a los cuales sólo entrará suponiendo que llegue a entrar, después de vuestra muerte porque vosotros fuisteis trabajadores y ella no lo es. Derecho a ver a vuestros nietos porque son vuestros nietos, vuestros nietos más que hijos de sus padres, y os apoyáis en el Derecho y en los hijos e hijas solteros o casados sin hijos que quieren ejercer de buenos hijos ya que no ejercen de padres. Derechos para una generación que nunca tuvo obligaciones porque cuando vosotros fuisteis hijos vuestros padres estaban ocupados en recomponer un país destrozado y de ahí, decís, arrastráis vuestras secuelas emocionales causadas por padres que ocupados como estaban no os prestaban atención y además os pegaban dos tortas de vez en cuando, como si vosotros no hayáis dado nunca un par de tortas, pero lo vuestro, decís, no eran tortas sino cachetes y además incluso os haciais vosotros dano en la mano, conozco a una a la que se le salió el brazo cuando fue a pegar a sus hijos y lejos de pensar los oyentes que ese "salírsele el brazo" a lo mejor fue causado por la furia con la que pensaba propinar el golpe, sentían lástima de aquella mujer herida, aunque indirectamente, por el mal comportamiento de sus traviesos infantes. Sí. Hora es de reconocerlo: cuando vosotros mismos fuistéis padres ya habiais intuido lo lejos que se llega con el chantaje emocional. En eso convertistéis los desastres de la guerra que vuestros padres habían causado y sufrido: en chantaje emocional. Chantaje emocional hacia vuestros padres a los que culpabilizabáis de vuestros traumas y chantaje emocional hacia vuestros hijos, a los que les haciáis creer que el amor era libertad y la libertad, indiferencia. Cuando os convertistéis en padres os aferrásteis al concepto de la educación permisiva y determinasteis que el amor paternal consistía en dejar hacer a vuestros hijos lo que quisieran con tal de que no os molestaran y vuestros padres, convertidos en abuelos y llevados del sentimiento de culpabilidad que albergaban,- les hicieron creer a vuestros hijos, sus nietos, que aquellos padres, sus hijos, eran los padres más solícitos del universo y que únicamente haciéndoles caso llegarían al éxito y ayudaron a clavar vuestro poder. El mismo poder que ahora pretendeis usurpar a vuestros propios hijos. No es extraño que vuestros hijos evitaran crecer, quedare en la adolescencia. No lo hicieron por comodidad, como piensan muchos, sino para que vosotros, sus padres, –aquellos padres a los que tanto amaban- no envejecieran, para que vosotros, sus padre,s –aquellos padres amantes de la libertad y de su trono- no tuvieran que abdicar. Y vosotros, padres, chantajistas emocionales natos netos, les procurasteis todo tipo de confort y libertad justamente para no ser abandonados, porque sabíais que salir del nido, volar, les otorgaría el poder. La crisis jugó únicamente un pequeño papel. La vida del hombre es la historia de superar las crisis. Pero vosotros mantuvistéis a vuestros hijos en formol y los incapacitasteis para enfrentarse a las crisis reforzando el descontento que ellos mismos sentían consigo mismo en situaciones tan irrelevante aparentemente como la de no sentiros jamás contentos con los regalos que a ellos tantos meses de ahorro les habían costado, de no aceptar jamás esos regalos con una sonrisa, con un gracias, sin que ese gracias y esa sonrisa fuera acompanada de un "pero": es que es cursi, es que no lo necesito, es que...,al tiempo que en público os lamentabais de que nadie os había regaldo nunca nada. !Los regalos de vuestros hijos eran "nada"?! 
Vosotros intentasteis suavizar las crisis que implica crecer, no por amor porque el amor es enseñar, obligar si es preciso, a nadar e incluso a bucear, sino para retenerlos junto a vosotros y mantener vuestra influencia. Vuestro amor era el amor de una Circe. Ni siquiera el astuto Ulises pudo evitar doblegarse a sus encantos y estoy segura de que abandonarla no le resultó fácil. A él no le resultó fácil volver a echarse a la mar, imagínense ustedes a los que ni siquiera habían navegado por vez primera.

Algunos han podido llegar a madurar porque la sociedad lo ha exigido y exigiéndolo lo ha hecho posible; otros no han tenido tanta suerte y han tenido que madurar a base de una ferréa voluntad incansable que aceptaba el conflicto generacional como fuente de liberación de esas sirenas que cantan libertad donde no hay más que chantaje emocional. Y otros, finalmente, han tenido que enfrentarse directamente a sus progenitores, cuando éstos al ver que progresaban en la vida más de lo que ellos mismos habían progresado, al ver que sus retoños les sobrepasaban, sentían en vez de orgullo, envidia y buscaban el choque; choque que esos hijos, por irracional, no comprendían y al que reaccionaron tarde y mal.

Lo dije y lo repito. La generación de los cuarenta ejercen la gerontocracia; la generación de los sesenta e incluso de los setenta, sufrirán la gerontofobia.

Esto que no ceso de avisar: que a los padres de hoy en día no se les permite educar a sus hijos pero que en cambio se otorga a los abuelos unos derechos y un poder que sobrepasa la cordura, es algo que vengo repitiendo en mis artículos desde hace años. Pero los periódicos se obstinan en preocuparse por una tercera edad que dispone de buenas rentas – hasta el punto de que sus hijos dependen de su generosidad, lo cual –es evidente- refuerza su poder- y de una buena salud que se trasluce en ese “vamos tirando”. Los periódicos están tan preocupados por esa tercera generación que hace poco incluso leí un artículo que manifestaba su disgusto porque los viejecitos hubieran de recorrer las diferente viviendas de los hijos para ser atendidos.

¡Suerte que tienen de disponer de hijos que los atiendan tal y como está hoy en día el panorama de la familia nuclear! Familias que se ven obligadas a estar separadas por la cuestión laboral e incluso a vivir en diferentes poblaciones y sólo se encuentran durante el fin de semana; mujeres-esposas-madres que trabajan a jornada completa fines de semana incluidos;  hijos que ven a sus padres –divorciados- una vez a la semana; niños cuyo hogar es la guardería y la habitación de su casa es igual que una de esas ciudades-dormitorio a las que sólo se acude a dormir. Idas, venidas, trasportes, conciliación de horarios, de trabajos... si encima alguno de ellos tiene un hobby, conciliación de hobbys, actividades extraescolares y tiempo libre. ¿Y aún tienen tiempo los periódicos para preocuparse por ancianitos que han hecho su vida y que por eso mismo tienen derecho a que les cuiden con amor pero no como si fueran los reyes absolutos de palacio, máxime cuando en ese palacio no hay criados y hay que restringir el gasto de electricidad, el consumo del agua, y elaborar complicadas estrategias para conciliar no sólo todo lo conciliable sino para esforzarse por  criar y educar a los niños de manera responsable intentando que el vecino de abajo no los demande por los ruidos que hacen al jugar con la pelota, el de arriba por las broncas que les da su madre cuando llegan tarde, porque los niños pueden llegar tarde pero la madre no puede propinarles un grito hipohuracanado, y los de al lado porque en una misma semana se les ha quemado tres veces el guiso que estaban preparando para que se llevaran en la fiambrera. Fiambrera que ahora creo que se llama de otra manera –tupper, me parece- para que suene más cool. Y es verdad que cool, lo que se dice cool, es como está la comida cuando llega a la boca de los niños, a menos que encuentren un microondas en algún lugar de este mundo. Pero el mayor problema, claro, no es la situación familiar “padre-madre-hijos-trabajo-colegio-trasporte-enfermedad-resultado escolar- comportamiento infantil-desarrollo infantil-situación económica- ocio-desarrollo personal”  que les acabo de enunciar. El mayor problema radica en que los ancianitos deben trasladarse a las casas de sus hijos cuando quieren ser atendidos por estos, con el consiguiente cambio de médicos. ¡Pobres! En vez de criticar lo que los hijos les ofrecen ¿no podrían dedicarse a convertir los bloques de viviendas vacías esparcidas por el territorio nacional en residencias adecuadas a las necesidades y posibilidades de esos ancianos?

¿Estoy enfadada?

Sí. Lo estoy. Una cosa es vender periódicos a costa de estirar hasta lo inimaginable la empatía emocional de los lectores a base de folletines y chantajes emocionales y otra, muy distinta, esparcir por el país la demagogia. Una cosa es que los abuelos de hijos divorciados tengan derecho a ver a sus nietos porque si a la pareja se les ha acabado el amor de tanto usarlo, a ellos no se les ha acabado el amor por sus nietos y otra, muy distinta, es que padres que se oponen a que sus hijos vean a ciertas personas, se relacionen con ellos poco importa quienes sean esas ciertas personas.

Este tipo de comportamientos irresponsables únicamente logran expandir, hasta convertirlo en epidemia, el síndrome del chantaje emocional que padecen determinados viejecitos, en ocasiones desde siempre, y que se parece peligrosamente al del maltratador psicológico chantajista emocional: maltrato psicológico en privado y lamento en público (porque no hay nada más efectivo que convertir a la víctima en verdugo máxime si esta reacciona al maltrato psicológico que ha sufrido en privado y que justo por ser maltrato psicológico está pensado y diseñado individualmente a su medida, de modo que ella –la víctima- es la única que lo sufre porque es la única cuya mente está de ese modo configurada y el maltratador lo sabe y lo utiliza y si esa víctima relata sus sufrimientos nadie entenderá de qué diantres está hablando ni por qué eso es tan terrible, porque quejarse de que le han enseñado un rana no es motivo de queja para quien no tiene miedo a las ranas). El maltratador chantajista utiliza el lamento en público poco importa si la víctima reacciona o no a sus ataques y si ésta reacciona en privado o en público.

Si no reacciona, el maltratador se queja públicamente de que de una temporada a esta parte la ve más fria, no sabe cómo explicarlo, él se entiende, fulanita o menganito –la víctima- están raros- y sigue así, dulcemente, hoy un poco, mañana nada, y la próxima semana otra vez, sin cesar en su empeño hasta que empieza a conseguir que los demás perciban algún destello de rareza similar al que ella, tan sensitiva, ya había avistado.

En el caso de que la víctima muestre su desaprobación en privado, el maltratador psicológico, chantajista emocional, llora en silencio por los rincones, por los rincones a la vista de todo el mundo, claro está, asegurando cuando se le pregunta que no le pasa nada pero admitiendo después de haber sido largamente insistido que algo habrá hecho mal porque mira lo que fulanita o menganito les ha dicho. Y claro, los demás –que ignoran lo que previamente les ha dicho ese manipulador psicológico chantajista emocional a esa fulanita o a ese menganito- consideran a esa fulanita o a ese menganito arpías sin corazón.

Si la fulanita o el menganito de turno se quejan en público, el maltratador chantajista emocional lo niega todo y dice que eso no ha sido así, que lo han interpretado mal, que hay que ver que mal piensan de ella o de él,  y termina haciendo creer que la fulanita o el menganito son unos mentirosos o unos locos.

El éxito del maltratador psicológico chantajista emocional radica en su paciencia. Él no actúa de la noche a la mañana. Va sembrando el terreno con un esmero y una dedicación digna de alabanza, hasta el punto de que la víctima no se da cuenta de lo que sucede hasta que llega la época de la recogida. Al principio cuando ve los primeros brotes cree que se trata de visiones borrosas, de sueños, de malos pensamientos. Y es incapaz de valorar la situación en todo su esperpento y su gravedad hasta que la cosecha está en su pleno apogeo. Es entonces cuando, si no consigue huir a tiempo, se inicia la caza de brujas de la que Arthur Miller habla. Hay algo de lo que también Arthur Miller habla pero de lo que nadie se hace eco: los colaboradores. Los colaboradores que ayudan al maltratador chantajista emocional porque les resulta más cómodo callar que hablar, porque no quieren follones, porque tienen miedo, porque temen el escándalo, porque no quieren ver la realidad, porque ellos mismos han caído presas del complejo de culpabilidad que ese maltratador chantajista emocional les ha inculcado, porque están dentro de ese karma y lo ven tan natural.... Las razones poco importan. El maltratador chantajista emocional se apoya en el tiempo, y en el tiempo planta el complejo de culpabilidad (o hacéis lo que yo digo o enfermo), el discreto cotilleo (en el que incorpora la sugestión de su debilidad, de su victimismo) y el perfecto comportamiento de cara al exterior y hacia sus vecinos y convecinos y todos aquellos que rodean a la víctima, de modo y manera que esta termine careciendo de una reputación creible. Quita unas cuantas hojas que no le sirven por aquí y unas cuantas hojas por allá y listo. Sólo queda esperar hasta el ataque final. La víctima la insulta por teléfono. La víctima le hace insoportables reproches por teléfono. Y todos la creen. ¿Quién no creería a la perfecta esposa y perfecta vecina, ella siempre tan discreta? Y no saben que el guión es el que el que el maltratador psicológico chantajista emocional escribe, que en realidad lo que la víctima cuenta por teléfono no tiene nada que ver con las respuestas que el maltratador psicológico chantajista emocional contesta, que esas respuestas no se corresponden con las palabras de la víctima y que mientras el maltratador psicológico chantajista emocional está gritando, llorando incluso con sofocos,  “soy un monstruo, soy un monstruo” la víctima está al otro lado del teléfono angustiada tratando de consolarlo asegurándole que es la mejor persona del mundo.  ¿Pero quién cree a la víctima? La víctima ha sido educada en la lealtad al maltratador psicológico chantajista emocional y la lealtad es silencio y asunción de los errores y defectos que el maltratador psicológico chantajista le achaca y la víctima y todos terminan creyendo a pies juntillas que el maltratador psicológico chantajista emocional  no es el manipulador, sino que la víctima es la manipuladora; que no el maltratador psicológico chantajista emocional es el vengativo sino que es la víctima la vengativa. En este proceso cíclico y repetitivo que se expande a lo largo de años, décadas, la víctima va perdiendo sus instintos de supervivencia, la confianza en sí misma y va aceptando su terrible carácter como algo que los demás también sufren, como algo connatural en ella y al mismo tiempo, luchando por perderlo. Vano intento: todos sus propósitos caen en saco roto. Cuanto más se esmera, más le exigen y cuanto más hace, más faltas encuentran en ese hacer. La víctima termina conviertiéndose en el servil esclavo emocional en el cual el maltratador psicológico chantajista emocional desahoga todas sus frustraciones y resentimientos. La víctima consiente en todo con tal de no sufrir el más terrible: el de no ser amada por el maltratador psicológico chantajista emocional. ¡Qué fuerte eres!, le dice el maltratador psicológico chantajista emocional a modo de halago, a modo de halago y para que siga aguantando más.

¿Y después de esto?

Después de esto grandes gestos, elocuentes palabras, un cubo rebosante de emociones desbordadas: “te pido perdón por mis errores y torpezas, te quiero mucho, todos los miembros de tu familia, tus hermanos y nosotros, e incluso el gato, te necesitamos tanto y yo, ya sabes que  lo que todos dicen de mí y por lo que siempre me he caracterizado es por ser la discreción personificada y si tú no puedes venir por circunstancias yo iré a veros...“

 Y si la víctima se aviene, vuelta a empezar, cada uno en su rol.  

Y si la víctima no se aviene, la víctima es una resentida y una rencorosa, sobre todo después de la carta que le ha escrito el maltratador psicológico chantajista emocional, una carta aparentemente llena de amor en la que sin embargo no se encuentra ni siquiera una nota positiva acerca de la víctima sino que se apela en primer lugar al amor casi celestial que el maltratador psicológico chantajista emocional siente por la víctima y en segundo lugar se apela a su complejo de culpabilidad al repetirle lo mucho que su familia la necesita.

Y lo peor, lo peor de todo, es que este cuadro que les acabo de describir a veces se descubre pronto, a veces se descubre cuando la víctima ha llegado a los cincuenta; a veces no se descubre jamás y ambos maltratador psicológico chantajista emocional y víctima quedan anclados en sus roles hasta el final de sus días sin que nadie, ni ellos mismos, lo noten. A veces la víctima puede escapar y ser libre, y otra veces puede escapar para terminar caer en manos de otro maltratador psicológico chantajista emocional porque es a lo que está acostumbrada, y a veces no puede escapar jamás. Maupassant, por ejemplo, salió harto de su madre y de su hermano pero aun así cuidó más de ellos que de su propia familia; Kafka vivió atormentado por su padre y el mismo Balzac que escribió "Papá Goriot" no se olvidó de retratar a su contrapartida en "Ilusiones perdidas". Si los literatos de todos los tiempos lo saben, ¿por qué esa obsesión en ignorarlo nosotros?

¿Son todos los viejecitos así?

En absoluto. Hay buenos abuelos, buenos padres y buenos hijos. De hecho, esto es la generalidad. Lo único que intento decir es que no se debe mistificar a los abuelos, porque no todos los abuelos son santos por ser abuelos; que a veces hay abuelos que quieren ejercer de abuelos y a veces hay abuelos que lo único que pretenden es seguir ejerciendo el poder y en este caso, como disponen del tiempo y de la experiencia que se requieren para elaborar estrategias la posibilidad de que alcancen el éxito no es en absoluto despreciable. Si además se sienten sostenidos por una parte de la familia, por determinados tipos de periódicos, de foros, de marketing, de asociaciones y de políticas e intereses creados o a crear, son imparables. Hace poco los alemanes sentaron en el banquillo a un hombre de noventa años por los crímenes cometidos por él durante la guerra. Aquí no hay “Avería” que valga.

Basta por favor de demagogias y de lealtades a los ancianos sólo porque son ancianos o porque sirven a determinados intereses . Esos ancianos fueron y son hombres y como hombres que son, ni ángeles ni demonios, simplemente hombres en defensa de sus intereses; intereses que ellos saben que se contraponen a otros; y como suele suceder, algunos hombres ancianos juegan limpio y otros no. Y cuando digo “hombres” me refiero a hombres tanto como a mujeres.

Y yo que quería hablar de Pedro Sánchez, del Cid y de Hans Solo...

Y yo que quería reirme de los ingenuos que aún creen que el PSOE conservará, sin Pedro Sánchez, su No en vez de elegir la abstención...

Quizás mañana me ocupe del tema.

Quizás.

La bruja ciega.





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